La magia de los árboles - Ignacio Abella - E-Book

La magia de los árboles E-Book

Ignacio Abella

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Beschreibung

Firmemente enraizados en la tierra y con su copa abierta hacia el cielo, los árboles son uno de los símbolos vivientes más poderosos. Esta obra única se adentra en el rico bosque de nuestra memoria colectiva, recogiendo los principales mitos y creencias que existen en torno al árbol. Nos propone una nueva forma de mirarlos, junto al mejor modo de plantar y cuidar las especies más emblemáticas de la península ibérica.

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La Magia de los Árboles

La Magia de los Árboles

Simbolismo • Mitos y tradiciones

Plantación y cuidados

Ignacio Abella

Dedicado a las tres musas Silvia, Flor y Teresina.

A mis padres, que lo han dado todo. A Pedro, mi amigo, maestro y hermano del alma. A Marina, que comienza a regar su árbol de nacimiento.

La magia de los árboles

© Ignacio Abella (Basajaun, Madreselva), 1996

© RBA Libros, 1996, 2003, 2005, 2008, 2012

Avda. Diagonal, 189 – Barcelona 08018

rbalibros.com

Sexta edición: abril de 2012

Ref. OEBO843

ISBN: 9788416267248

Dirección de arte: Josep Solà

Diseño gráfico: Oriol Alamany

Archivo gráfico: Susana Suñer

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Todos los derechos reservados.

Ilustraciones en blanco y negro: Ignacio Abella, P. Chico (extraídas de Mi amigo el árbol), Martín Labrador (268).

Ilustraciones en color: Vlasta Matousová, 1991 (extraídas de El gran libro de árboles y arbustos).

Cartografía: Víctor Navarro (276).

Fotografías: Ignacio Abella: 15, 28, 34, 40 (3), 41 (2), 55, 77, 97, 106, 111, 112 (2), 113 (izq.), 114 (2), 115, 117 (3), 21, 124, 125, 135 (3), 145 (2), 178, 183, 193, 196 (der.), 208, 253, 266, 269, 271, 272, 273, 275, 277, 279, 281, 284.

Oriol Alamany: 8, 16, 19, 22, 24, 26, 37, 48, 57 (4), 58 (2), 59 (2), 68, 74, 82, 83, 95, 126-127, 139, 149, 155, 156, 158, 174, 176, 179, 180-181, 184, 187, 190-191, 203 (4), 212-213, 217, 218, 223 (2), 226-227, 246, 247, 253, 265 (izq.), 268.

Juan Carlos Muñoz: 10, 13, 25, 28-29, 30, 38, 42-43, 45, 46, 47, 53, 54, 62, 65, 67, 77, 78-79, 83, 130-131, 132, 146, 152, 154, 163, 169, 186-187, 202, 204, 205, 206, 207, 210, 214, 221, 228, 230, 233, 234, 241, 242-243, 244, 258-259.

AISA: 122, 128, 251.

Antonio Arenal: 188, 196 (izq.), 197, 269.

Josep Maria Barres: 108, 172.

Juan Manuel Borrero: 53, 72, 84, 101, 107, 164, 166, 198, 240.

Montse Catalán: 142, 144 (2).

A. Comellas: 194.

Cover: 287.

María Herrero: 113 (der.), 224.

Tomás Mata: 249.

Iñaki Relanzón: 248.

José Manuel Reyero: 98.

Carlos Sanz: 89.

Larry Ulrich / Tony Stone Images: 33.

Índice

AMODO DE INTRODUCCIÓN

Algunas justificaciones y guiños al lector

CAPÍTULO I

EL TIEMPO DE LOS ÁRBOLES

Beth - Luis - Nion (el calendario - alfabeto celta)

CAPÍTULOII

EL ABEDUL (la iniciación)

Abedul, alimento y cobijo

Abedul, sendero del espíritu

Calendario del abedul

El árbol medicina

Plantación

CAPÍTULOIII

EL CENTRO DEL MUNDO (el cetro real)

El centro sagrado

En el ombligo del mundo, el árbol

El árbol que debía florecer

El árbol tótem

Santuarios, ciudades y moradas en el centro del mundo

Centros de poder

El cetro real

Otras consideraciones sobre los centros y el árbol

CAPÍTULO IV

EL ROBLE (el árbol real)

El roble vasco

El roble en Ondátegui

Reuniones en torno al árbol

El universo del roble

La Madre Roble, carácter y costumbres sociales

Asociación del roble al sistema agrícola

Ocaso y degeneración del roble

Robles caducifolios

Robles peludos

Reproducción (robles caducos y marcescentes)

Repoblación de roble con castaño

Los robles siempreverdes

La encina

Otros recursos

La bellota

CAPÍTULO V

EL MUÉRDAGO (la corona del rey)

Roble y muérdago

La corona del rey

En el centro del tiempo, el muérdago

Otros aspectos de la rama dorada

CAPÍTULO VI

EL FRESNO (el árbol del mundo)

El fresno Yggdrassil

Sobre los fresnos de Aralar

La morada del fresno

El fresno en la economía rural

Reproducción

Algunas especies y sus características

CAPÍTULO VII

LOS TRES REINOS (madera, materia y madre)

Los tres reinos

Cielo y Tierra (electricidad atmosférica)

La serpiente y el águila

Roble-Fresno (Yin-Yang)

Roble-Fresno (el flujo de la energía)

El fuego celeste

Roble-Fresno (el dolmen y el menhir)

CAPÍTULO VIII

EL TEJO (la rueda del rey)

El ocaso

Vida social

Algunos usos (veterinaria y medicina)

Reproducción del tejo

El tejo sagrado

¡Santiago Aguino, valmé!

El teixo asturiano

Viejas piedras

La religión astur

CAPÍTULO IX

EL SENDERO DE LA SERPIENTE

Peregrinaciones y ofrendas al árbol

El camino del tejo

San Andrés de Teixido

El viaje a Poniente

El sendero de la serpiente

El árbol de la vida y la muerte

Oración del peregrino

CAPÍTULO X

EL AVELLANO

El avellano y la tierra

La avellana

El árbol útil

Plantación y utilización

Setos de avellano

El diablo del avellano

El soto sagrado

La Fuente de la Sabiduría

La varita mágica

CAPÍTULO XI

NUESTRA SEÑORA DEL ÁRBOL

CAPÍTULO XII

EL ESPINO ALBAR

Cuentos y encantamientos a la sombra de un espino albar

El fuego sagrado y el rayo

Nuestra Señora del Espino

El majuelo y el paisaje

Setos de espino albar

CAPÍTULO XIII

LOS ESPÍRITUS DE LOS ÁRBOLES

El Señor de los bosques

CAPÍTULO XIV

EL SAÚCO BENDITO

Estructura y carácter

El saúco, en su medio

La morada élfica

El fuego de saúco

El ramo de San Juan

El saúco maldito

Plantación y setos

Recetario (remedios del saúco)

Madera y otros recursos

CAPÍTULO XV

ÁRBOLES SAGRADOS

Los árboles ent

Notas varias sobre árboles ent

Recapitulación

CAPÍTULO XVI

EL GINKGO (la leyenda de un árbol)

El venerable ginkgo

El árbol Fénix

Multiplicación y desarrollo

El árbol de la juventud

CAPÍTULO XVII

EL LAZO ESPIRITUAL

Inspiración bajo los árboles

Conversaciones bajo el árbol sagrado

Reconocimiento del árbol sagrado

La era del árbol

La esperanza verde

CAPÍTULO XVIII

EL DRAGO

Arbor draconis, dragón vegetal

Dragos con renombre

Cultivo

CAPÍTULO XIX

EL ÁRBOL DE LA VIDA

Génesis (viejos cuentos del principio)

Las nupcias sagradas

Un árbol plantado en la hora del nacimiento

El árbol del hogar

La última hora

CAPÍTULO XX

LA ABUELA HAYA

El agua y el haya

Porte y hábitat

Tierra

La sociedad del haya

La danza de las hayas

Los recursos del haya

Reproducción

Historia triste de las hayas de Palacio

Distribución del haya

CAPÍTULO XXI

EL ÁRBOL, EL AGUAYLA VIDA

Historias sobre árboles

El árbol, el agua y la vida

El fluir

Consejos para una mejor utilización del agua

CAPÍTULO XXII

LOS SAUCES (la pureza)

El camino del sauce

La flexibilidad

Salicáceas

El sauce llorón

Plantación y cuidados

La corteza curativa

Madera

Cestería de sauces

Confección de un cesto

CAPÍTULO XXIII

SETOS

Red de setos

Los setos y el clima

Producción

Estructura e implantación

Setos de frutales (Sistema Rozier)

Los arbustos silvestres

CAPÍTULO XXIV

EL CASTAÑO

Distribución e historia

El castañar o el cuerno de la abundancia

El pan de los pobres

Otros recursos

Reproducción del castaño

Injerto del castaño

CAPÍTULO XXV

PLANTACIÓN DE ÁRBOLES

La extinción del bosque

La soledad del paisaje sin árboles

La sana utilización de los recursos

El vínculo con el árbol

Los peligros de la ignorancia

Plantación y trasplante con cariño

Trasplante de arbolillos del monte

Consejos generales para plantar

Formas de criar árboles

Siembra de árboles

Repoblación natural

Algunas formas de reproducción vegetativa

CAPÍTULO XXVI

EL NOGAL (el árbol de oro)

A la sombra del nogal

La siembra

El lugar para nogales

Crecimiento, vida y cuidados

El vareo

CAPÍTULO XXVII

EL REGRESO DE LOS BASAJAUN

I PARTE

Un encuentro sobrecogedor

La estrella del sueño

Amanacer

El lenguaje de los árboles

La ley de la selva

II PARTE

El árbol del mundo

El silencio, la voz de los bosques

Hechizos de niebla

APÉNDICES

El tótem de la paz

Zonas de rusticidad

Fuentes

Bibliografía

Algunas direcciones de interés

Agradecimientos

EL PINO DE LA CORONA

«Donde quiera que paro, Platero, me parece que paro bajo el pino de la Corona. A donde quiera que llego –ciudad, amor, gloria– me parece que llego a su plenitud verde y derramada bajo el gran cielo azul de nubes blancas. Él es faro rotundo y claro en los mares difíciles de mi sueño, como lo es de los marineros de Moguer en las tormentas de la barra; segura cima de mis días difíciles, en lo alto de su cuesta roja y agria, que toman los mendigos, camino de Sanlúcar.

¡Qué fuerte me siento siempre que reposo bajo su recuerdo! Es lo único que no ha dejado, al crecer yo, de ser grande, lo único que ha sido mayor cada vez. Cuando le cortaron aquella rama que el huracán le tronchó, me pareció que me habían arrancado un miembro; y, a veces, cuando cualquier dolor me coge de improviso, me parece que le duele al pino de la Corona.

La palabra «magno» le cuadra como al mar, como al cielo y como a mi corazón. A su sombra, mirando las nubes, han descansado razas y razas por siglos, como sobre el agua, bajo el cielo y en la nostalgia de mi corazón. Cuando, en el descuido de mis pensamientos, las imágenes arbitrarias se colocan donde quieren, o en estos instantes en que hay cosas que se ven cual en una visión segunda y a un lado de lo distinto, el pino de la Corona, transfigurado en no sé qué cuadro de eternidad, se me presenta, más rumoroso y más gigante aún, en la duda, llamándome a descansar a su paz, como el término verdadero y eterno de mi viaje por la vida.»

(Juan Ramón Jiménez, «Platero y yo»)

A modo de introducción

«Un árbol dice: «En mí vida se oculta un núcleo, una chispa, un pensamiento, soy vida de la vida eterna. Única es la tentativa y la creación que en mí ha osado la Madre Eterna. Única es mi forma y únicas las vetas de mi piel, único el juego más insignificante de las hojas de mi copa y la más pequeña cicatriz de mi corona. Mi misión es dar forma y presentar lo eterno en mis muescas singulares».

Un árbol dice: «Mi fuerza es la confianza; no se nada de mis padres, no se nada de los miles de retoños que todos los años brotan de mí. Vivo hasta el fin el secreto de mi semilla, no tengo otra preocupación. Confio en que Dios está en mí, confio en que mi tarea es sagrada y vivo de esta confianza».

Los árboles tienen pensamientos dilatados, prolijos y serenos, así como una vida más larga que la nuestra. Son más sabios que nosotros, mientras no les escuchemos. Pero cuando aprendemos a escuchar a los árboles, la brevedad, rapidez y apresuramiento infantil de nuestros pensamientos adquiere una alegría sin precedentes. Quien ha aprendido a escuchar a los árboles, ya no desea ser un árbol. No desea ser más que lo que es».

(Hermann Hesse, «El viandante»)

A veces me he sentido, haciendo este trabajo, como árbol inmóvil; y sentado, cuando menos lo esperaba, han acudido por su pie datos, imágenes, ideas, informaciones de las procedencias más inverosímiles. También he sido peregrino y he buscado la inspiración a la sombra de árboles venerables, verdaderos santuarios naturales que en su quietud me han mostrado las sendas del espíritu. He recogido de los labios de muchos viejos paisanos, costumbres e historias que nos servirán para conocer y acercarnos al árbol.

También he leído muchos libros, más o menos inspirados, algunos sabios y otros en los que resplandece la belleza, pero no cambiaría ninguno de ellos por el placer de una siesta a la sombra de un viejo roble o el paseo por el bosquecillo de avellanos. Sin embargo, en los libros se encuentran, entre ingentes cantidades de paja, destellos de luz que nos permiten conocer al árbol a diferentes niveles.

De algún modo es este un mensaje de los árboles para los hombres; día a día hemos ido descifrando el significado de las diferentes costumbres y leyendas, de los susurros del viento entre las hojas; de los sentimientos que todos compartimos desde nuestras respectivas religiones, tradiciones, culturas…, hacia los árboles.

Entregamos este fruto con la confianza de que cualquiera puede recorrer este camino; aprendiendo a desentrañar las sensaciones, sentimientos y pensamientos profundos del árbol; iniciando la peregrinación que nos lleva a conocer los árboles sagrados, a descifrar sus aparentemente ocultos e intrincados, pero ciertamente simples mensajes; y, sobre todo, tomándose el tiempo necesario para este acercamiento.

No penséis sin embargo, que estamos dando a entender una velada promesa de alucinantes, vertiginosas, trepidantes y sugestivas experiencias místicas. Para eso están las agencias de viajes, los últimos modelos de automóviles y las drogas.

La compañía del árbol produce, por contra, unos sentimientos lentos, sosegados, duraderos y profundos. Gran parte de la belleza de esta relación radica en que se trata de una vivencia íntima, difícilmente explicable en palabras y que a menudo, por tanto, guardaremos en nuestro corazón con un recuerdo de inenarrable felicidad.

Poco a poco, conforme vamos aprendiendo a mantener afilada nuestra sensibilidad, el acercamiento es más profundo y el diálogo, más fluido, el árbol se abre en la medida en que nosotros somos capaces de ver y abrirnos a él.

De esta forma, este libro, concebido e inspirado a la sombra de los árboles, es un acercamiento, una búsqueda del espíritu del árbol. No se trata tanto de teorizar, aunque en ocasiones nos deslicemos por este terreno, sino de experimentar el árbol se sus distintas facetas. Así pues, encontramos las formas de plantar, el significado económico, ecológico y espiritual del árbol en su medio y, especialmente, las distintas pautas de relación que pueden establecerse con estos seres que son templo y escuela, sacerdotes y maestros, hermanos nuestros.

En definitiva, se trata aquí de recuperar una vieja amistad de la que depende nuestra supervivencia y nuestro bienestar físico y espiritual.

Todas las tradiciones, religiones y creencias confluyen en el árbol y utilizan un lenguaje universal cuando intentan expresar su belleza, el corazón inmenso y sosegado que late desde lo profundo de la entidad arbórea. Verdaderamente, los hombres tenemos aquí un modelo de ilimitada generosidad.

«Las hojas del árbol

son gente cuando trepo con los pies desnudos,

y me mezo en la rama al viento que sopla.»

Los viejos, los niños y los árboles son nuestros maestros naturales. La pérdida de esta relación con ellos ha conllevado un profundo desarraigo y desconcierto.

La juventud está desorientada, dicen, y es cierto, pero los hombres en cuyas manos está hoy el mundo parecen pertenecer a otro planeta. Es imprescindible recuperar el vínculo con nuestros ancianos sabios y devolver esta amistad a los niños.

En el antiguo ámbito rural, el abuelo era el maestro y protector del niño; en la familia, su función consistía en transmitir la herencia cultural y sus propios conocimientos y experiencias. Pero este importante papel ya no tiene sentido: en la ciudad, el viejo es una pesada carga, y se los confina en geriátricos, y a los niños en colegios y guarderías, y a los árboles en los parques… quizá para que no nos contagien con su locura.

En los colegios murieron muchas ilusiones, aprendimos a perder nuestra inocencia y espontaneidad. En el asilo mueren los viejos y se llevan secretos que a nadie interesaron; el tesoro de esa sabiduría se pierde como una fruta que pudre cuando nadie acude a recogerla. Los viejos y los árboles hace tiempo nos esperan…

Quizás os preguntéis a qué viene tanto mirar hacia atrás, el porqué de esta búsqueda de viejos paisanos, árboles añosos, tradiciones y costumbres en vías de extinción.

Verdaderamente, hemos hecho aquí un pequeño compendio de historia del árbol y su amistad con el hombre, y es que el pasado es como un espejo en el que nos miramos y podemos conocernos mejor. Si siempre leemos la historia de nuestras guerras y colonizaciones, de las calamidades humanas; tendremos una imagen de nosotros mismos, como pueblo, incompleta y desastrosa, cuando no vergonzante.

Por contra, podemos identificarnos y encontrar un punto de conexión con las cosas bellas que sucedieron a nuestros ancestros, revivir y renovar las fiestas, prácticas y rituales que merecen revivirse.

Son muchas las viejas costumbres que deberían arraigar de nuevo entre nosotros.

¿Os imagináis las reuniones de mandatarios, los juicios, asambleas, clases de la escuela y (¡como no!) las consultas médicas bajo árboles consagrados a tales fines?

Estos encuentros han tenido como escenario al árbol hasta tiempos recientes, en una medida difícil de imaginar. Es impresionante el número y la calidad, la universalidad de estas relaciones que aquí hemos recogido (sin pretensiones ni capacidad de hacer un estudio exhaustivo), dentro y fuera de la Península, pero impresiona aún más la cantidad de árboles que tuvieron estas funciones y que hoy, aún vivos, han sido relegados y abandonados por los hombres. Su presencia es hoy historia, un recuerdo vivo que despierta añoranzas. Sobre los personajes famosos, que a veces sólo lo son por su afán de protagonismo, se escriben biografías, se les hacen fotos, cuadros, entrevistas… Los árboles, en cambio, ocupan calladamente la tierra y aún después de siglos permanecen casi siempre en el anonimato, a pesar de haber rendido innumerables beneficios en su entorno. Por eso traeremos aquí los retratos y algunas visicitudes de la vida de muchos de estos árboles, en representación y homenaje a su generosidad.

La importancia que tuvo el susurro, el mudo consejo de estos sabios, a menudo quedó reflejada en las sabias y sencillas disposiciones que los hombres tomaron a su amparo.

El olvido de estas viejas costumbres es un síntoma y tiene su fiel reflejo en la degradación y destrucción de los bosques y hábitats más diversos y en la desintegración de la sociedad humana a todos los niveles.

Hubo un tiempo en que la plantación de árboles se hacía sólo para obtener especies frutales o, siguiendo una tradición, dentro de un ritual.

Hoy, no sólo es necesario plantar árboles en el monte y por doquier, sino que de ello depende en gran medida nuestro futuro. Y hablaremos de las técnicas para plantar y para repoblar.

No es suficiente plantar diez, cien, mil o un millón de árboles; el árbol debe crecer en todos los terrenos y, sobre todo, hemos de hacerlo arraigar en la tierra fértil que es la imaginación del niño: enseñándole los secretos del árbol y sus querencias, hablándole de su función en nuestra casa y Madre, la tierra; contándole historias de árboles y gentes que vivieron felices bajo los árboles, trepando ramas en su compañía y desgranando los misterios del bosque y de sus habitantes.

Los niños de hoy son pobres en muchos sentidos porque viven alejados de esa felicidad que crece junto a los árboles, sobre la Tierra Madre.

Sí, los niños y los árboles tienen en nuestros días una inmensa importancia, en su crecimiento y salud está la esperanza y, más que nunca, hoy tienen que crecer juntos, llegar a una amistad profunda. Nuestros hijos tienen que aprender a hablar con los árboles y a cuidarlos.

Sin embargo, aun siendo esta una de nuestras tareas primordiales, apenas tiene relevancia a la luz de los acontecimientos que golpean al planeta en estos días. Hablamos a menudo de las generaciones venideras y de su maltrecho legado, quizá para no enfrentarnos al hecho de que cabalgamos ya, en este momento, sobre el filo del apocalipsis, del punto sin retorno. Es difícil establecer en que momento hemos cruzado o cruzaremos esta frontera; en cualquier caso, somos ya responsables del fin de muchas especies, a las que llegó su hora antes de tiempo…

Hace algunos años leímos una de las noticias más escalofriantes que imaginar pudiéramos: una tribu de la región del Amazonas ha decidido no tener más descendientes, morir como pueblo y renunciar a toda esperanza, pues aunque nos cueste creerlo desde nuestra más o menos acomodada posición, su perspectiva de futuro es un pozo sin fondo. Nosotros, a veces, tenemos una visión pesimista del mundo cuando vemos que las cosas se ponen cada vez más negras, pero siempre el sistema civilizado crea una sensación de amparo, un velo sobre el peligro inminente que se cierne. Difícil es aún sentir, en este insensato «orden», la desesperación y la tristeza profunda de los desheredados, de aquellos para los que el mundo civilizado siempre ha sido algo lejano y amenazante, inalcanzable como una maldición.

Hoy, más que nunca, hemos de estar atentos, ser conscientes de lo que pasa a nuestro alrededor; no podemos seguir escondiendo la cabeza, pero tampoco involucrarnos en una lucha imposible, en una nueva revolución colectiva.

Cuando el mundo se tambalea, cuando el gran Fresno se estremece, nos queda la luz; aún podemos volver los ojos hacia la belleza, recorrer los únicos caminos que merecen la pena recorrerse, los del corazón. En todos ellos, más tarde o más temprano encontraremos al árbol.

Es posible que en esta renuncia a la salvación del mundo esté la clave para la salvación del mundo. Ha de ser amor lo que nos mueva a plantar árboles, como dijimos, en todos los terrenos.

«Desde los árboles, os confio estos caminos. A nosotros corresponde cruzarlos, recuperar la memoria, reencontrar las raíces, restablecer el sagrado vínculo que nos une a la Tierra Madre.

¡Buscad al árbol en vuestros sueños y al despertar!

¡Que el Gran Árbol guíe nuestros pasos!»

ALGUNAS JUSTIFICACIONES Y GUIÑOS AL LECTOR

«Cuando se estudia cualquiera de las leyes universales y eternas de la naturaleza, lo mismo si se relacionan con la vida, la formación, estructura y movimiento de un gigantesco planeta, que si se trata de la planta más diminuta o de los movimientos psicológicos del cerebro humano, son necesarias ciertas condiciones para podernos convertir en intérpretes de la naturaleza o en creadores de una obra de valor para el mundo.

Hay que dejar de lado las ideas preconcebidas, los dogmas y todos los prejuicios personales. Hay que escuchar pacientemente, en silencio y con reverencia, una por una, las lecciones de la madre naturaleza que proyectan luz en lo que antes era un misterio, de forma que cuantos quieran puedan ver y saber. Ella sólo descubre sus verdades a los que son pasivos y receptivos.

Aceptando las verdades que ella les sugiera y a donde quiera que lleven o conduzcan, tenemos en armonía con nosotros a todo el universo.

Por fin el hombre ha encontrado un fundamento sólido para la ciencia, después de descubrir que es parte de un universo eternamente inestable en su forma, pero eternamente inmutable en su esencia».

(Luther Burbank)

Antes de nada deciros que están escritas estas páginas por disfrute del autor y para disfrute del lector. Os ruego que no las devoréis, saboreadlas en sorbos cortos y momentos sosegados. Este libro no es algo de usar y tirar, no está hecho con la rapidez que caracteriza nuestros alocados tiempos. Su gestación y elaboración han sido lentas y pausadas y me gustaría que así lo degustarais.

Es este un intento de ofrecer una «nueva» visión del árbol como entidad y muchas veces, para que la obra tenga cierta frescura, me he servido con prioridad de informaciones recogidas directamente o experiencias vividas; espero haber conseguido así una mayor amenidad, pues este ha sido otro de los retos, de difícil consecución cuando se trata de un trabajo en el que multitud de disciplinas se aúnan para obtener una visión global.

A título comparativo, cabe decir que aprenderíamos bien poco del ser humano si abordáramos su estudio desde una perspectiva exclusivamente morfológica, de su composición química, sus hábitats…

Además de esto, debemos contemplar su historia, su comportamiento individual y social, psicología, espiritualidad y un sinnúmero de factores que evidentemente nos acercarán a su conocimiento como especie o entidad individual; sin embargo, nunca podremos decir que lo sabemos todo sobre el hombre, dada su infinita complejidad y la interrelación de los innumerables factores que lo conforman como tal.

Del mismo modo, el árbol ha de ser estudiado desde diferentes puntos de vista si queremos comprender una parte de su misterio.

En este juego, nos sentimos crecer conforme vemos aumentar nuestro objeto de estudio, conforme se ensancha el horizonte de nuestro conocimiento. Y en este sentido hemos desarrollado este trabajo en el que se ofrecen una pequeñas claves para el acercamiento a la entidad arbórea. Hemos tratado de ofrecer aquí imágenes que nos ayuden a comprender.

Renunciamos sin embargo a la resolución de los misterios que rodean al árbol, en la confianza de que los misterios no se resuelven; podemos sumergirnos en su comprensión, vivenciarlos en nuestro interior hasta hacerlos íntimos, pero no desvelarlos ni traducirlos al lenguaje racional.

En ocasiones ha resultado difícil aunar estos enfoques, ciencias y disciplinas, tradiciones… caminos tan diferentes y al parecer incompatibles (a juzgar por las raras ocasiones en que se encuentran). Al fin y al cabo no estoy apegado a ninguno de ellos y no tengo ningún título que defina lo que de mí se espera.

Por esta misma razón ha sido también preciso un enorme esfuerzo para construir esta obra con todas las garantías de rigor, y en ocasiones se han hecho necesarias las consultas a diversos especialistas en diferentes campos.

Al mismo tiempo hemos pretendido permanecer fieles en lo posible al lenguaje llano, traduciendo y eliminando los diversos argots científicos.

En cuanto a las distintas mitologías y tradiciones que aquí abordaremos, hemos querido hacer un trabajo serio y minucioso, pero no por ello dejamos de lado tradiciones como las referidas por Castaneda, o las aún más controvertidas de Eduard Schouré, por citar algunas que se salen de la ortodoxia en este campo.

Parece aquí más absurdo que en ningún otro lugar poner barreras con la excusa del cientifismo a investigadores cuyo «pecado» consiste en haberse involucrado hasta el fin en su búsqueda, o quizá, en algunos casos, en haber desarrollado una excesiva imaginación.

Hemos tratado así de integrar distintas leyendas y vías más o menos científicas. Sólo un lado de nuestro mundo puede demostrarse, medirse, racionalizarse, ¿pero acaso es este más real que el mundo invisible de los sentimientos y la experiencia mística, que el mundo mitológico o de los sueños?

Al fin todos compartimos ya, a través de las diferentes tradiciones, una visión global, independientemente de nuestra formación o ideas, e incluso de nuestra propia capacidad de percepción y apertura.

En el tronco humano por fin se unen las ramas que viven en el cielo y las raíces que bucean en la tierra. No existe una separación definida entre ciencia y espíritu, entre lo real y lo irreal, entre el mundo consciente y el inconsciente.

Y de esta forma, siguiendo los caminos del árbol, los seres humanos nos encontraremos unas veces cerca del cielo, otras pisando la tierra y otras descendiendo a los infiernos.

«Poco importa si una nación tiene una antigüedad de varios milenios; es nueva, se crea, crece.

El lenguaje, los mitos, las leyendas, los cantos, las ceremonias, el arte, son en un momento dado manifestaciones de la conciencia tribal e instrumentos de la creatividad. En nuestros mitos y leyendas no hay distinción entre la historia física y la historia espiritual porque no tendría sentido.»

(Jefe Gayle High Pine)

Como veréis, todo está un poco desordenado; haciendo este trabajo nunca sabía bien qué debía poner antes o después, pues las ideas se entretejen como las ramas del árbol hasta ignorar si estamos arriba o abajo. Así que podéis leer estas páginas en cualquier sentido. Partiendo de las puntas, todas las ramas y raíces nos conducirán al mismo tronco.

Hubiera sido más sencillo quizás ordenar por temas independientes y de una forma rígida todo el libro, para estudiar cada cosa separadamente. Su estructura se parecería entonces más a un árbol, puesto entre la espada y la pared.

Lo hemos dejado crecer a pleno viento y en consecuencia podéis encontrar las respuestas o las preguntas a las mismas en los lugares más inverosímiles. Es cuestión de vagabundear por las hojas de este libro, como lo haríamos por un bosque, dejando volar la imaginación.

Os deseo una feliz lectura a la sombra de vuestro árbol amigo.

CAPÍTULO

I

El tiempo de los árboles

La vida sólo puede medirse por la intensidad con que se vive y no por su duración. Una mariposa sólo vive unos días, pero es tal la alegría con que despliega sus alas y la luminosidad de sus colores, que en tan breve tiempo se realiza, da lo mejor de sí misma.

El árbol, por contra, se toma su tiempo, bebe la vida en tragos cortos, la saborea solemne y pausadamente. De algún modo, los árboles están fuera del tiempo o de nuestro ritmo temporal.

Su larga y sosegada vida los hace sabios y así representan la imagen y la garantía de estabilidad para el medio. No en vano son además nuestros hermanos más altos, y los más profundos, siempre auscultando la tierra con raíces infinitas.

Cuando buscamos la comprensión de cualquier fenómeno, mecanismo o entidad, es interesante enfocar diferentes puntos de vista para alcanzar distintas perspectivas. En el caso de los árboles, encontraremos unos seres con un ritmo vital muy diferente del nuestro. Todos hemos visto cómo las plantas y árboles se mueven cuando una cámara toma la sucesión de fotografías que nos permite apreciar este movimiento, imperceptible para nosotros de otro modo. Pero podemos imaginar otros ritmos y movimientos a diferente escala espacio-temporal.

Así, el paso de las estaciones es para el árbol una inspiración y espiración que se manifiestan en el brote primaveral, seguido de la «madurez» o punto álgido del ciclo y la posterior caída de las hojas. En una película lo veríamos como pulsaciones o latidos vitales; el otoño aparece como la época en que el árbol parece consumirse entre un incendio de colores pardos del roble y los fogosos destellos rojizos y amarillos de los arces.

Acelerando aún más la velocidad de esta película, las pulsaciones anuales se hacen más rápidas y pierden nitidez. Se aprecia mejor el ciclo del nacimiento, crecimiento y muerte del árbol. Una bellota salta al suelo como estrella fugaz y de ella surge el árbol como un relámpago, que a su vez estalla en multitud de estrellas fugaces y se consume hasta desaparecer.

A vista de pájaro, el bosque avanza y retrocede, los árboles viajan en su estadio de semilla y el bosque entero se desplaza buscando las mejores condiciones.

A veces da la sensación de que más que una agrupación de seres, el bosque sea una verdadera entidad.

A mayor escala de tiempo, las migraciones del bosque se hacen más patentes; huyen de las glaciaciones e invaden el planeta hacia los polos al término de las mismas en oleadas sucesivas: primero las especies de luz, pioneras, y seguidamente las de sombra, que necesitan protección para su desarrollo.

Podríamos continuar este ejercicio imaginando el nacimiento y desarrollo de las diferentes especies en distintas edades geológicas. La génesis del bosque, que da comienzo en unos simples liquenes disgregando la piedra y a lo largo de millares de años y sucesivas capas vegetales, concluye con la instauración de la comunidad arbórea, la más evolucionada y perfecta. Así se entiende fácilmente que el árbol sea símbolo de tiempo y espacio y que los celtas lo adoptaran como inspiración para su calendario y su alfabeto.

Sin embargo, hasta ahora sólo hemos abordado la comprensión de la entidad arbórea desde una perspectiva racional. Si además de comprender, queremos vivenciar el árbol de algún modo y establecer vínculos, nuestra mentalidad y espíritu deben aquietarse para alcanzar el ritmo del árbol; así comienza el diálogo que nos permitirá acceder a un conocimiento profundo.

El árbol vive ya en ese tiempo sagrado que podemos alcanzar por medio de diferentes técnicas o por su simple compañía e inspiración. De esta forma, el hombre puede conocer diferentes realidades y adentrarse en la experiencia mística, mítica, mágica… Aquí, el árbol funciona como medio y fin; es cierto, existen infinidad de caminos con corazón para llegar al centro de nuestro propio ser, pero todos ellos, antes o después, aparecen bordeados por árboles frondosos.

Ellos nos enseñan que basta con estar ahí, y justamente cuando descansamos a su sombra, después del largo camino, nos traspasa la luz del espíritu.

La incesante sucesión de los ciclos, el implacable giro de la rueda de la vida y la muerte, vigilia y sueño, inspiración y espiración… representan el tiempo profano que nos hace dar vueltas una y otra vez como el burro encadenado a la noria, en tanto que vivimos de forma inconsciente. El árbol se eleva entonces y representa una puerta abierta hacia la libertad.

Buda nace bajo el árbol y bajo el árbol nace por segunda vez. En el paraíso, los árboles, y en Getsemaní, antes del fin, y en la Cruz. «El zen es un ciprés que crece en un patio», dice el famoso koan y en árabe, tarika reúne en una palabra los significados de árbol, palmera y escuela, y Tarika es la escuela iniciática de los sufis.

Pero no nos extenderemos aquí sobre este tema, que más adelante será tratado con la profundidad que merece.

Sí vamos a ver, en cambio, la búsqueda por parte de las sociedades humanas de este tiempo sagrado, en diferentes festividades anuales que permiten a los pueblos parar la rueda, aunque sólo sea por un instante, antes de sumergirse en el nuevo ciclo.

«Las purgas, las purificaciones, la combustión de efigies del «año viejo», la expulsión de los demonios, de las hechiceras y, de una manera general, de todo cuanto puede representar el año transcurrido, tienen por objeto destruir en su totalidad el tiempo pasado, suprimirlo. Apagar los fuegos equivale a instaurar las «tinieblas», la «noche cósmica», en la que todas las «formas» pierden su contorno y se confunden.

Una vez al año, pues, son abolidos el tiempo viejo, el pasado, la memoria de los acontecimientos no ejemplares (en una palabra: la «historia» en el sentido moderno del vocablo).»

(Mircea Eliade, «El tiempo sagrado»)

A través de estas fiestas y ceremoniales, el hombre y el mundo a su alrededor se regeneran, cobran un nuevo sentido. La renovación de la creación tiene lugar el día de Nauróz, el año nuevo persa, en que el rey proclamaba: « ¡he aquí un nuevo día de un nuevo mes de un nuevo año; hay que renovar lo que el tiempo ha gastado!» y se encendían numerosos fuegos y se hacían purificaciones con agua y libaciones.

Los emperadores chinos promulgaban un nuevo calendario, es decir, orden temporal, nada más subir al trono; la instauración de un nuevo jefe era la ceremonia de la creación del mundo entre los habitantes de las islas Fidji.

Eliade ha recogido aún numerosas tradiciones en este sentido.

A Oviedo venía antiguamente la vieja, a partir la Cuaresma en dos mitades, según C. Cabal.

«Aparecía a las doce de la noche en cualquier lugar del «Campo», e iba inmediatamente al Carbayón (un inmenso roble que vivía en medio de la ciudad); se aproximaba a su tronco, arrimaba a él su cayado, se acomodaba bajo él… Después, gesticulaba, daba gritos, se revolvía aparatosamente, y reventaba por fin.»

(C. Cabal)

Este cuento se repetía a los niños por aquellas fechas año tras año y se usaba a la vieja como el «coco». La misma historia se encuentra en muchos otros lugares de España y Francia. Según C. Cabal, la vieja era una representación del espíritu de la vegetación o de la Madre Tierra, que mueren para renacer.

De esta forma, cada tradición cultural o espiritual ha ido acomodando estas ceremonias a su visión propia del mundo y las fechas a sus propios ritmos. Pero existen dos momentos en el ciclo anual que han tenido una importancia especial en este sentido. Podríamos decir, siguiendo el calendario celta, que se trata de la hora del roble y la hora del tejo. La primera corresponde en el reloj a las 12 del mediodía, y en el calendario, al mes central, a las festividades del 1 de mayo o 24 de junio. La segunda pertenece al reino de las tinieblas, son las temidas 12 campanadas nocturnas, el último mes, las fiestas del 1 de noviembre y 31 de diciembre. En la respiración corresponden ambas a los momentos mágicos en los que la rueda se para, un instante tras la inspiración, otro tras la expulsión del aire, con los pulmones vacíos. Así, el roble representa la plenitud, el esplendor real, la cúspide, y el tejo es la profundidad del abismo, la caída del rey, el tiempo sagrado en el que la rueda de la vida se detiene, antes de recomenzar el nuevo ciclo1.

Los árboles están fuera del tiempo. Su larga y sosegada vida los hace sabios. En la imagen, un haya pirenaica entre la niebla del mes de abril.

He aquí también la imagen de la rueda de la fortuna en cuya cúspide el rey-roble reina para caer instantes después hasta quedar cabeza abajo: es el eterno flujo y reflujo.

Son precisamente estas breves paradas las que nos permiten tomar conciencia de nuestra situación. Son los momentos propicios para entrar en ese tiempo sagrado en el que podemos acceder a la revelación de otras realidades. Las diferentes tradiciones espirituales celebraban rituales de purificación como Agni hôtra, la ceremonia védica del fuego que desde hace miles de años se practica en la India al amanecer y al anochecer. En un tiempo tuvo tal poder que de su correcto desarrollo dependía, según los textos védicos, la salida del propio sol.

Sus efectos purificadores sobre el aire, la tierra y el agua y el entorno, se dejan sentir en un radio cada vez más amplio, según se practica regularmente la ceremonia, y sus beneficios alcanzan también a los moradores del lugar.

De nuevo, el rito alrededor de la hoguera, en el instante preciso, regenera el universo que conocemos y nos hace partícipes del juego de la creación.

BETH-LUIS-NION (EL CALENDARIO-ALFABETO CELTA)

Muchas son las versiones de este calendario cuyos meses estaban representados cada uno por un árbol. Los estudiosos no se ponen de acuerdo sobre las fechas que corresponden a cada especie e incluso sobre las especies que lo integran. Buena parte de la obra de Graves, La diosa blanca, está dedicada al análisis de este sugerente calendario, y leyendo a este autor es fácil hacerse una idea de lo arduo de este estudio.

Recientemente han aparecido un horóscopo (de Edgard Bliss) y un tarot, basados en el Beth-Luis-Nion; demasiado fácil sería negar la legitimidad y base tradicional de estas interpretaciones. La lectura atenta de estos trabajos nos da, sin embargo, una idea de la honestidad de sus autores; en la tentativa de reconstruir parte de una tradición hace mucho tiempo perdida, pero que aún deja pasar algunos rayos de luz a través de los espesos y oscuros siglos que nos separan.

No abordaremos aquí este tema en profundidad, nos daría demasiados quebraderos de cabeza. Pero es imposible pasar por alto una concepción y simbología tan hermosas de los ritmos anuales. Así pues utilizaremos el Beth-Luis-Nion de nuestros ancestros cuando pueda aportarnos alguna luz en el conocimiento de los propios árboles o acercarnos al espíritu y cultura de los celtas.

El calendario que aquí traigo (ver gráfico), es una síntesis de las diversas hipótesis, ya que no hay acuerdo en cuanto a su construcción.

La ordenación más generalmente aceptada es la aquí expuesta, si bien Robert Graves coloca el mes del fresno en el lugar del aliso, el mes del aliso en el lugar del sauce, y el mes del sauce en el del fresno.

En lo que respecta a las especies, también hay acuerdo exceptuando el mes decimosegundo, representado por la letra NG, que para unos es la escoba y para otros la caña o el carrizo (incluso es posible que en diferentes regiones se atribuyeran distintas especies a este período).

La mayoría de los autores hacen comenzar el año céltico el 1 de noviembre; tan sólo R. Graves difiere en este punto y coloca el principio del año el 24 de junio, pero esto no parece tener mucho sentido porque los cuatro orientes del año céltico no serían, como muchas veces se piensa, los solsticios y equinoccios, sino fechas intermedias que corresponden a los 40 días posteriores a estos puntos cardinales del ciclo anual.

La fiesta de San Juan pertenece pues a tradiciones diferentes de la celta y, claro está, muy anteriores a la cristiana, aunque ambas corrientes hayan influido en las ceremonias y festejos de este día que han llegado hasta nosotros.

Las continuas referencias tradicionales a «un año y un día», hacen pensar, como dice Graves, en un año de 13 meses lunares de 28 días, que sumarían 364, más un día que completaría el año solar.

Construido el círculo de este modo, llama la atención en primer lugar la posición del primero de mayo, fiesta de Beltaine, exactamente en el cenit del año, en la mitad del séptimo mes, el del roble; el árbol rey parece ocupar así el lugar que le corresponde, con seis árboles en cada uno de sus lados, es decir «los 12» que forman el séquito real en algunas tradiciones (ver capítulo IV, El Roble). Incluso aceptando la teoría de Graves, como él mismo dice, tendríamos igualmente al 24 de junio en el centro del mes del roble, ocupando exactamente la cúspide, en oposición al 24 de diciembre.

En el lugar opuesto encontramos una fractura en el círculo: es el día que completa el ciclo y que, como iremos viendo, representa la muerte, el sueño, el no tiempo, y está representado por el tejo. Antes de llegar a esta conclusión permitidme que recorra el largo camino anual2.

Las cuatro fiestas célticas

Las cuatro principales fiestas célticas son Samain, Beltaine, Imbolg y Lugnasad.

Samain, el 1 de noviembre. La fiesta de Samain es mágica por excelencia; durante tres días y tres noches se restablece la comunicación entre los humanos y los seres del más allá: muertos, dioses, hadas…

Los sidh, dólmenes y túmulos donde moran las hadas son ahora accesibles para los hombres, y en las casas de éstos las puertas permanecen abiertas y la cena preparada para cualquier espíritu que se digne a aceptar nuestra hospitalidad (al igual que sucedía en Escandinavia el 24 de diciembre)3.

Se bebía cerveza y se comían nueces y chorizo. Sólo los druidas podían encender el fuego y era el único momento del año en que la iglesia permitía la invocación de Satán (se le invocaba para augurar los casorios del año). Hasta nuestros días ha perdurado el recuerdo de esta fiesta en nuestro calendario. Hoy es el día de Todos los Santos y conserva la fecha del 1 de noviembre, y también, curiosamente, festejamos el 1 de mayo, aun cuando el sentido actual sea en este caso muy diferente.

Hasta tal punto están abolidas las barreras en Samain que incluso, como dice Markale, el tiempo se desvanece, se abre la raja entre los dos mundos y pueden coexistir el inconsciente, la magia, el sueño, con el mundo racional, consciente y real.

Según la tradición, un rey irlandés fue destronado cuando, durante Samain, alguien le pidió que le cediera el reino por un día y una noche, que durante esta fiesta equivale a la eternidad.

La noche de Halloween, el 31 de octubre, es la víspera de esta fiesta, la misma puerta del Sidh, que da paso a Samain. En un ciclo más pequeño, el de la respiración, encontraremos también la puerta en el punto más bajo, cuando los pulmones se vacían tras la espiración y antes de iniciar el nuevo impulso de inspiración. Es el momento en el que puede abrirse nuestra consciencia.

Algunas tradiciones de esta fiesta han perdurado hasta nuestros días. Así, en Berry (Francia), las campanas tocan entre el uno y dos de noviembre y los campaneros salen a pedir el dos. El día de todos los santos no se dejan caballerías en el campo, pues los espíritus las montarían y dejarían agotadas para una semana.

Este mismo día debe anudarse un lazo de paja alrededor del tronco de los frutales mientras tañen las campanas. Se visitan los cementerios, se bendicen las tumbas, se reza por los difuntos y se les ponen flores nuevas.

También es costumbre comer castañas en estos días, dejando un poco en la mesa para el alma de los difuntos.

Fiesta de Beltaine, el primero de Mayo. Se encendían las hogueras en lo alto de los cerros4, la noche anterior (noche de walpurgis) y se apagaban todos los fuegos para hacer uno nuevo.

Fiesta de Imbolg, el 1 de febrero. Fue absorbida durante el cristianismo por Santa Brígida5.

Lugnasad, el 1 de agosto, «las bodas de Lug». Cuenta la tradición que el mismo dios Lug instituyó la fiesta, organizando una gran asamblea en la llanura de Meath para honrar a Taïltiu, su madre adoptiva6.

NOTAS

1-En el calendario tradicional chino, el año comienza en febrero y da comienzo con tos 6 meses activos, o yang, que alcanzan su cénit en el solsticio de verano e inmediatamente comienza a menguar su reinado hasta que prevalecen las fuerzas yin, antes del equinoccio de otoño. En el solsticio de invierno llegan al máximo las fuerzas yin y comienza su declive, a partir de aquí yang se recupera para prevalecer de nuevo en febrero.

2-Otra teoría sobre la construcción del año céltico divide al año en 12 meses y deja el treceavo, correspondiente al saúco con tan sólo 3 días (ver representación de este calendario en el gráfico del abedul). En cualquier caso, la exactitud de las fechas para la realización de los rituales, no tiene tanta importancia como la referencia que supone cada una de estas fechas dentro del ciclo en el que está inscrita.

3-La costumbre de dejar las puertas abiertas por la noche, se practicaba durante todo el año, y aún hasta tiempos muy recientes se ha seguido pracricando en Breraña. Sin embargo, en esta fecha, tenía una importancia mayor. En Asturias, se dejaban los cerrojos sin echar también durante todo el año, y se decía que no debe barrerse de noche para no expulsar a las ánimas que han entrado.

4-«Igual que el otro culto público de los druidas, la fiesta de Beltane, creemos que se ejecuraba sobre collados y cerros. Ellos pensaban que era degradante para aquel cuyo templo es el universo, suponer que morase en cualquier casa hecha con las manos. Por esta razón sus sacrificios eran ofrendados al aire libre, con frecuencia sobre las cimas de las colinas, donde se les ofrecía el panorama más grandioso de la naturaleza y donde estaban mas cercanos a la sede del calor y el orden». John Ramsay (siglo XVI). Así puede comprenderse esa anécdota famosa del druida galo que, estupefacro al ver a los dioses romanos reducidos a estatuillas encetradas en un templo, echó a reír,

5-Para Markale, Brigit no es otra que Tailtiu, la diosa tierra irlandesa, madre nutricia de Lug.

6-Sobre este dios, dice Markale «Los druidas»: «Lug mejor o peor asimilado a Mercurio, perduró en la devoción de los galo-romanos. Durante la cristianización numerosos santuarios dedicados a Mercurio se convirtieron en Montes de San Miguel, lo que no deja de tener relación con las funciones luminosas y solares de Lug, transferidas al arcángel luminoso».

abedules sacando sus hojas en el Parque nacional de Aigüestortes i Sant Maurici (Pirineos).

CAPÍTULO

II

El abedul

LA INICIACIÓN

El abedul aparece en el planeta hace más de 30 millones de años, quizá como una respuesta a la necesidad de colonizar las tierras más frías e inhóspitas. Sus semillas son los seres alados más ligeros que imaginar se pueda (1 kg contiene varios millones), el viento las transporta lejos y de esta forma llegan fácilmente allá donde la tierra precisa de su cobertura.

Tras las glaciaciones, cuando el hielo se remonta hacia los polos, los abedules son los primeros que cubren las inmensas tierras que empiezan a despertar de su largo letargo; en la montaña, tras la paciente labor de los elementos, liquenes y musgos, disgregando la roca, es el primer árbol que soporta la intensa soledad, bajo la débil protección de los brezos.

En terrenos incendiados, suelos pobres y ácidos, cenagosos, en condiciones extremas de humedad o frío, el abedul consigue crear densas poblaciones con gran rapidez, pues a su capacidad de dispersión añade un rápido y vigoroso crecimiento.

De esta manera se levanta en los parajes solitarios la primera voz de la tierra hacia el cielo y eleva una copa delicada y armónica, en nada parecida a los dardos altisonantes de las coníferas; la cima del abedul se dispersa en el aire, se difumina…

Instalado el abedul, es capaz de cambiar las condiciones del lugar de una forma rapidísima. Su copiosa transpiración drena los terrenos excesivamente húmedos y sus raíces bombean nutrientes, en especial calcio y sales potásicas, contribuyendo al equilibrio del suelo. Además, estas raíces excretan auxinas, hormonas de crecimiento que favorecen la vida de los microorganismos y estimulan el desarrollo de las plantas. Esta enmienda de la tierra, unida a la ligera sombra que ofrece el abedular, crea las condiciones necesarias en muchos casos para la llegada de otras especies, comúnmente roble y haya. En muchos lugares, sin embargo, la elevada altitud, los suelos superficiales, arenosos o pedregosos, no permitirán la subsistencia sino al abedul, que adquiere entonces un carácter mas permanente.

Aunque por estas características muchas veces reina en solitario, es difícil encontrar una especie más sociable y generosa; compañero inseparable de temblones y serbales, en su sotobosque crecen brezos, arándanos, escobas y genistas, además de una multitud de animales entre los que se encuentran el urogallo, el lobo y el ciervo. Los gatillos masculinos, ricos en polen, se abren en la montaña en una época ideal para las abejas, cuando despiertan de su letargo y tienen poco alimento disponible.

El abedul actúa como protección y avanzadilla en los límites del hayedo y robledal, y una vez cumplida su misión, cuando las condiciones lo permiten, es rápidamente relegado por los árboles que crecieron a su amparo y cobijo. Amante de la luz como ningún otro, el abedul sucumbirá bajo la sombra y empuje de hayas y robles1.

Ramilla de Betula pubescens con sus características hojas triangulares.

ABEDUL, ALIMENTO Y COBIJO

A su enorme valor para la vida silvestre añadiremos aquí el gran interés que tiene para las poblaciones humanas del norte: lapones, siberianos, indios de Norteamérica… encuentran en él la inspiración espiritual y soporte vital.

Entre estos pueblos podemos hablar de una cultura del abedul, cuya importancia aumenta a medida que nos acercamos al polo y otros árboles desaparecen.

Del abedul se extrae casi todo; proporciona leña de excelente calidad y cortezas y ramillas para iluminar y encender la hoguera, buena madera para la confección de toda clase de útiles, trineos, refugios, etc. Los pastores vascos la preferían para todo tipo de recipientes para la leche y los quesos, pues se agrieta muy difícilmente.

Esta madera tiene una mayor resistencia mecánica en las capas superficiales que hacia el interior. La flexibilidad de sus ramas permite usarlas en cestería, ataduras, escobas… y con las más finas, verdes, se azotan los finlandeses en la sauna para favorecer la circulación sanguínea.

Su savia se extrae fácilmente agujereando el tronco o desgajando una rama en las épocas apropiadas (ver «La leche o agua de abedul», Integral núm. 76, pág. 357); es un alimento remineralizante y depurativo que contiene glucosa y ácido tartárico, y es capaz de fermentar para convertirse en vino o cerveza de abedul. En Alemania se tomaba esta savia en ayunas por primavera, como específico contra el mal de piedra, la gota y la tisis. Se conservaba en redomas que se llenaban de aceite para evitar que el líquido se corrompiera. También se decía que el que usa cucharas y vasos de esta madera, no adolece del mal de piedra (datos procedentes de El arbolista práctico, 1844).

Innumerables son los usos de su corteza, que proporciona:

•-Un tinte rosa raspando la parte interior y dejándola una noche en remojo. Se cuece hasta obtener un tinte rojizo y se cuela. Para teñir algodón se cuece la tela cinco minutos dentro del líquido.

Cabaña construida con cortezas de abedul en la región de Nordland (Noruega).

•-En épocas de penuria, esta corteza interior, más gruesa, se utilizaba como alimento, molida y mezclada con otras harinas, por la fécula y azúcar que contiene.

•-Esta misma corteza sirve también a los lapones para hacer otra clase de cerveza.

•-Impermeable e imputrescible como pocos materiales naturales, se han encontrado restos de corteza inalterada, unidos aún a la madera fosilizada (en Dworotrkoi, Siberia); asimismo aparecen restos intactos de centenares de años de antigüedad enterrados en turberas. Estas propiedades hacen que podamos encontrar muchas veces abundante corteza para las teas o cualquier otro uso en árboles caídos o, mejor aún, en los muertos de pie.

Así se comprende que haya resultado un material idóneo para tejas y cobertura de cabañas, para la construcción de canoas y vasos que se mantienen indefinidamente dentro del agua, para la confección de cestos, cajas, jarcias, esteras…

Puesta bajo los pilares de una construcción, evita que suba la humedad a través de la piedra o la madera. Entre los altaicos siberianos y otros pueblos servía de pavimento aislante, de forma que una construcción podía estar enteramente cubierta de este material, cerrando paredes, techo y suelos. (Para techumbres también se han utilizado sus ramas y sus raíces largas y espesas entre los lapones.)

•-Por si fuera poco, podemos extraer su resina, poniendo simplemente la corteza exterior en un puchero a fuego lento, para que vaya destilando, con cuidado de que no prenda. Esta brea, llamada cola de abedul o betulina, sirve para sellar recipientes y hacerlos estancos, calafatear embarcaciones, y también como pegamento muy resistente.

También por destilación se obtiene el aceite de abedul, que se usa para curtir pieles y como protección contra hongos e insectos.

Entre las mujeres vikingas, se usó esta corteza ennegrecida por el fuego para pintarse los ojos.

Dos épocas principales tiene el abedul en las que las cortezas están separadas y se recogen con facilidad: corresponde la primera a la subida de la savia primaveral, que termina cuando despunta la hoja, y la segunda, mas corta, hacia Santiago (finales de julio), momento en el que también hay una mayor afluencia de savia.

Durante estos períodos, las cortezas se separan del tronco y entre ellas, con limpieza y facilidad, haciendo un corte longitudinal y dos transversales (arriba y abajo), y tirando hacia un lado.

Cuando cesa el fuerte flujo, en cuestión de tres o cuatro días, las heridas de las que manaba savia en abundancia se cierran y la corteza queda apretada, imposible de desgajar sin romperla en mil trozos. La savia sólo se recoge en primavera, pues aunque mane en julio, el árbol la necesita en esta época, mas cálida y seca. Las incisiones transversales para extraer corteza deben hacerse de poca profundidad para no matar el árbol cortando su circulación.

Abedules junto a pinos silvestres en el Pirineo de Huesca. A menudo los encontraremos juntos colonizando terrenos deforestados. El abedul preferirá vaguadas más húmedas y el pino laderas secas.

Salvo casos muy excepcionales, de primera necesidad, no deberíamos usar la corteza interna, pues su recolección supone la muerte del árbol.

En los primeros años, la piel del abedul es de un color rojizo, que va blanqueando hasta que al llegar a la vejez empieza a agrietarse y oscurecer. El abedul encuentra bajo esta envoltura una perfecta protección y aislamiento. La corteza exterior es prácticamente imputrescible y resistente a los ataques fúngicos y de insectos. La corteza interna, más gruesa, es mucho más débil a este respecto, y la madera, si bien no es casi nunca atacada por insectos, a la intemperie o en malas condiciones se pudre con rapidez.

La familia Likov, que vivió aislada en la taiga rusa durante varias décadas, utilizaba la savia de abedul recogida en cuencos de madera, que les proporcionaba una abundante bebida alimenticia en primavera. Para escribir usaban la blanca corteza como papel y unas varas de madera mojadas en jugo de madreselva como tinta. La iluminación de la choza era una tea de abedul con la inclinación adecuada para durar sin apagarse.

ABEDUL, SENDERO DEL ESPÍRITU

Estas yérgolas o teas de abedul se hacen enrollando y dejando secar la corteza externa, atada con una brizna de hierba, una retama…

La luz tenue de una yérgola invita a la meditación, al recogimiento, a escuchar leyendas de tiempos remotos. La llama clara, cálida y serena, tiene un cierto parecido con la de una vela de cera de abejas; el humillo denso y oscuro deja un aroma grave como el incienso. De la misma forma que la vela ayuda a crear una atmósfera espiritual, la yérgola nos eleva con su luz límpida, y cuando respiramos su esencia y nos envuelve su resplandor, de alguna manera nos acercamos a la pureza del abedul, a su espíritu místico.

La llama de abedul nos muestra el camino de este ser de luz, de corteza resplandeciente y copa luminosa, que se alimenta de los rayos del sol y de la energía condensada en la sílice de los terrenos graníticos y arenosos que habita. En el crepúsculo, el abedul es una yérgola encendida, en otoño se inflaman sus hojas de amarillo y caen incendiando el viento. En invierno, la nieve y la lluvia destiñen estas hojas y toman entonces un claro color de hueso. ¡Qué blanco y sereno queda entonces el abedular, qué cerca del cielo! y el brezo, a sus pies, duerme sueños negros.

En primavera, los amentos masculinos del abedul aparecen justo antes que sus hojas.

CALENDARIO DEL ABEDUL

En el alfabeto céltico Beth-Luis-Nion (Abedul-Serbal-Fresno), que se utilizó en Irlanda desde el año 600 a. C, el abedul es la primera letra (R. Graves dice que fue en una varilla de esta madera donde se grabó la primera inscripción irlandesa en Ogham). En el calendario céltico, el primer mes del año, que empezaba el 1 de noviembre, es Beth-Abedul.

La víspera de este día se celebraba la noche de Halloween, en la que se restablecen las comunicaciones entre el más allá y el aquí y ahora, la tierra de los mortales. Se decía que esa noche los muertos volvían, y volvían según una balada nórdica (The Wife of Usher's Well), con hojas de abedul puestas en sus sombreros, a modo de insignea o contraseña para realizar este viaje. El abedul crecía a la entrada del paraíso. También es la época en que «florece la tierra» y crecen a los pies del abedular todo tipo de setas, entre ellas la Amanita muscaria, que Wasson identificó como el «Soma» sagrado de los antiguos arios y que según este autor parece tener una especial relación micorrizal con el abedul y el pino.

En las antípodas del año, el primero de mayo, fiesta céltica de Beltaine, se celebraba la ceremonia del árbol mayo, el despertar y florecimiento de la Madre Tierra. Aún hoy se plantan los mayos, árboles en torno de los cuales gira la fiesta, en el centro de la plaza de los pueblos. Curiosamente, ambas fiestas se han conservado hasta nuestros días. También es costumbre primaveral que los mozos coloquen en la ventana de la amada un ramo: en Europa Central, de abedul, para significar amor; en otros lugares son el roble y el fresno los que tienen este significado, utilizándose el abedul como señal de amistad.

En el calendario celta, los ejes u orientes del año son muy diferentes del actual, quizá más relacionados con los ciclos del sueño y el despertar de la naturaleza y específicamente con los ritmos del árbol que nos ocupa2