La mayor fortuna - Rachel Bailey - E-Book
SONDERANGEBOT

La mayor fortuna E-Book

Rachel Bailey

0,0
2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Mucho más de lo que él había esperado Había vuelto para hacer justicia, pero los recuerdos le salieron al encuentro. Aunque el empresario JT Hartley había amasado su propia fortuna, estaba decidido a reclamar lo que le pertenecía de la herencia de su padre. Pero, primero, tenía que enfrentarse a la albacea del testamento… que resultó ser Pia Baxter, la mujer a la que nunca había olvidado. A pesar de que el deseo los seguía acechando, JT sabía que revivir su relación con Pia solo le causaría problemas. Sin embargo, ni los planes más firmes podían resistirse al amor verdadero.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 175

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Rachel Robinson. Todos los derechos reservados.

LA MAYOR FORTUNA, N.º 1847 - abril 2012

Título original: Return of the Secret Heir

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0034-2

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo Uno

Cuando las puertas del ascensor se abrieron en la planta del despacho de abogados, a JT Hartley se le aceleró el corazón.

Ella estaba allí… a un par de metros, en la mesa de recepción, de espaldas a él, con su precioso cabello caoba recogido en un moño. Aquel cuerpo hecho para pecar, que se había vuelto todavía más sensual con la madurez, estaba embutido en un austero traje de chaqueta con falda color café.

JT se quedó sin respiración, sintiendo que el tiempo no había pasado. Sintió un deseo abrumador de tomarla entre sus brazos. Pero habían pasado casi catorce años desde que ella le había otorgado ese derecho. Y las cosas habían cambiado.

Su abogado, Philip Hendricks, se aclaró la garganta. JT miró hacia atrás y se dio cuenta de que Philip lo estaba mirando, sujetando las puertas del ascensor. Habían esperado una hora en un aparcamiento del centro a que llegara Pia y, luego, la habían seguido hasta allí.

Enderezándose, JT salió del ascensor y entró en la oficina. Se detuvo detrás de ella, a medio metro, con el pulso acelerado. La recepcionista le estaba dando a Pia algunos recados.

A esa distancia, JT podía olerla… De pronto, recordó el cuerpo de Pia pegado al suyo mientras iban en la moto hacia un lugar secreto a las afueras de la ciudad.

–Pia –dijo él, sin pensar.

Ella dejó caer el bolígrafo que tenía en la mano y se giró con la boca abierta por la sorpresa. Durante un momento interminable, nadie dijo nada. JT se quedó mirando aquellos ojos color azul violeta que no había podido olvidar a pesar de los años.

Pia se apretó la carpeta que llevaba contra el pecho, con la respiración acelerada.

–Somos JT Hartley y Philip Hendricks, queremos ver a Pia Baxter. No tenemos cita –anunció Philip.

Pia parpadeó y se giró hacia la recepcionista. Era obvio que estaba tratando de buscar una excusa, adivinó JT. Desde que le había advertido que pensaba impugnar el testamento de su padre biológico, ella se había negado a verlo en cinco ocasiones. Era comprensible que quisiera evitarlo, pues no se habían separado de forma amistosa, pero él estaba decidido a seguir con su plan, por eso, había previsto acorralarla al comienzo del día, antes de que ella se zambullera en sus tareas cotidianas.

–Me temo que tengo otra cita –se excusó ella con una sonrisa educada–. Pero podéis concertar cita para otro día con mi recepcionista…

–No le robaremos mucho tiempo, señorita Baxter –insistió él con seguridad.

Ella ladeó la cabeza, fingiendo indiferencia, y le habló como si no fuera más que un simple cliente.

–Lo siento, no es posible.

¿Acaso ella creía que había llegado hasta allí para desistir con tanta facilidad?, se dijo JT. Cuando había descubierto que su padre biológico había sido un importante millonario, se había puesto furioso, pues su madre y él apenas habían tenido suficiente para comer, hasta que él había sido mayor de edad para trabajar. Entonces, había podido amasar una fortuna considerable en el negocio inmobiliario y su madre no había vuelto a pasar penalidades. Pero eso no bastaba. Su madre había sacrificado demasiado para poder criarlo sola y lo menos que podía hacer por ella era darle lo que se merecía, aunque fuera un poco tarde. Por esa razón no pensaba irse de allí hasta no hacer lo que había ido a hacer.

–Pia –dijo él con tono serio–. Te lo estoy pidiendo por las buenas.

Ella le dirigió la mirada como si estuviera librando una batalla interior. Al fin, exhaló y asintió.

–Os daré dos minutos. Seguidme.

JT caminó detrás de ella por un pasillo, sin poder evitar fijarse en el contoneo de sus las caderas y en sus preciosas pantorrillas. De pronto, la deseó con más intensidad de la que había deseado a ninguna mujer desde… desde que había estado con ella.

Philip se inclinó hacia JT para susurrarle algo al oído.

–La conoces de antes. ¿Hay algo más que no me hayas dicho sobre tu relación con la señorita Baxter?

JT frunció el ceño. Se había pasado media vida intentando no pensar en Pia. A los diecisiete años, lo había intentado con el alcohol, luego con deportes de riesgo y, al final, convirtiéndose en un adicto al trabajo. Así que, en respuesta a la pregunta de su abogado, sí, había mucho más que no le había contado sobre ellos. Y seguiría sin contárselo.

–Cosas que no afectarán en nada a esta reunión –repuso JT, encogiéndose de hombros.

Sonriendo, Philip meneó la cabeza.

–Debería haberlo adivinado. Ninguna mujer hermosa escapa a tus dotes de seducción, ¿verdad?

Sin embargo, JT no tenía ganas de bromas, en ese momento, no. Además, nadie podía intuir lo intensa que había sido su relación de adolescentes. Ella había sido la única mujer a la que había amado.

–¿Por qué me da la sensación de que mi papel aquí es hacer de escudo humano, más que de abogado? –preguntó Philip, acercándose un poco más a él.

Pia entró en un despacho decorado con austeridad que no se correspondía en nada a la sensualidad que la caracterizaba. Entonces, JT la miró con más atención, queriendo descubrir quién era la mujer en que se había convertido. Su cuerpo exuberante estaba atrapado en un rígido traje de chaqueta con falda hasta la rodilla. Llevaba el pelo recogido, sin ninguna gracia. ¿Qué había pasado con los vivos colores que a ella solían gustarle? ¿Y con la cascada de ondas color fuego que le habían llegado hasta los hombros?

Entonces, JT se dio cuenta de que ella lo estaba mirando con el ceño fruncido.

–Gracias por aceptar vernos –dijo él con tono civilizado, y sonrió.

Pia se sentó detrás de su escritorio y les hizo un gesto para que tomaran asiento.

–Esta reunión no tiene sentido. Como le he dicho al señor Hendricks todas las veces que ha solicitado verme.

JT se recostó en la silla.

–Eres la albacea de mi padre –señaló él–. Creo que hay algunos detalles que debemos discutir.

–El señor Hendricks me informó de que pensabas impugnar el testamento de Warner Bramson –comentó Pia y arqueó una ceja–. Es en los tribunales donde debe discutirse el tema.

JT sabía que, si llegaban a los tribunales, él tenía todas las de ganar. Conseguiría su parte de los millones de Bramson, pero mientras, tenía algunas preguntas que necesitaban respuesta.

–¿Qué opinan los hijos de Bramson de mi demanda? –preguntó JT.

–Tendrán que preguntárselo a ellos en persona –contestó ella con gesto indiferente–. Estoy segura de que comprenderás que no puedo hablar de eso contigo.

–Mis hermanos se niegan a verme.

Iba a costarle recabar la información que necesitaba, pensó JT. Si había alguna prueba de que su padre había sabido de su existencia, perdería su argumento ante el juez, pues implicaría que Warner Bramson le había dejado fuera del testamento de forma deliberada. Y, si era así, prefería saberlo cuanto antes.

–Legalmente, no podemos considerarlos hermanos tuyos. No hay ninguna evidencia de que seas hijos del señor Bramson.

Ella no lo creía, intuyó JT. Hacía años, se habían pasado horas abrazados después de haber hecho el amor, barajando posibilidades sobre quién podía ser el padre de él… un presidente, un testigo protegido, un pirata. Y cuando, al fin, él había descubierto la verdad… ella no lo creía. Tratando de camuflar sus sentimientos, se limitó a arquear una ceja.

–Mis palabras no significan nada para ti, ¿verdad, Pia?

Hacía años, cuando Pia había sido la princesita rica más deseada del pueblo y él había sido un pobre marginado, ella había sido la única que había tenido fe en él. El tiempo lo cambiaba todo, reflexionó él. Nada era permanente… y no debía olvidarlo.

–Esto no tiene nada que ver con lo que yo piense –dijo ella con tono indiferente, aunque se sonrojó un poco–. Se trata de un asunto legal.

–Teniendo en cuenta que mi presunto padre está muerto y mis presuntos hermanos se niegan a hacerse una prueba de ADN, tendrás que admitir que lo tengo bastante difícil para demostrar mi origen.

–Es algo que el señor Hendricks y tú tendréis que resolver cuando impugnéis el testamento. Ahora, si me disculpáis… –replicó ella, y se puso en pie–. Llego tarde a mi reunión.

–Respóndeme una sola pregunta y me iré –pidió él, sin moverse.

–Creo que ya he dicho bastante –afirmó ella con voz tensa–. Si tenéis más preguntas, mandádmelas por escrito y mi secretario o yo os enviaremos la respuesta.

–Una pregunta –insistió él, sin levantarse.

Pia le sostuvo la mirada en silencio.

–Quiero que me asegures que no vas a poner a las personas implicadas en mi contra. Dime que no les hablarás mal de mí –pidió JT. La rica familia de ella siempre lo había tildado de cazafortunas y él sospechaba que la habían convencido. Y una mala reputación podría afectar a su relación con sus hermanos–. Dime que vas a darles la oportunidad de conocerme sin prejuicios ni ideas preconcebidas. Prométemelo, princesa.

Pia enderezó la espalda, mirándolo con rabia.

–Me llamo Pia. Aunque para ti soy la señorita Baxter. Y ya has consumido más tiempo del que tenía para ti –indicó ella, apretó un botón en el escritorio y un hombre corpulento apareció en la puerta–. Arthur, muéstrales a estos caballeros la salida, por favor.

Dicho eso, Pia desapareció por la misma puerta.

JT se puso en pie e hizo un gesto a Philip.

–Conocemos el camino.

JT salió del despacho seguido de su abogado. Sabía que Philip lo acribillaría a preguntas, las cuales él no tenía intención de responder.

Pia mantuvo la compostura mientras atravesaba el despacho de su secretario y entraba en el baño de señoras. Incluso consiguió sonreír y saludar a un colega que se cruzó en el pasillo, a pesar de que notaba cómo el pulso le latía con fuerza en las sienes.

El baño estaba vacío. Ella entró en el servicio más alejado, cerró la puerta con cerrojo y se apoyó en ella. Durante casi catorce años, había temido y esperado ese día. Sin embargo, no había podido ser en peor momento. Se llevó las manos a la cara, tratando de calmar la marea emocional que la sacudía. Lo último que necesitaba era derrumbarse en el trabajo, sobre todo, cuando estaba a punto de conseguir que la hicieran socia de la firma de abogados.

Se enfrentaría a las emociones que le había despertado ver a JT, pero después. Por el momento, lo que tenía que hacer era ver a su jefe.

Se recompuso delante del espejo. A continuación, se dirigió al despacho del jefe.

–¿En qué puedo ayudarte, Pia? –preguntó Ted Howard, se quitó las gafas de leer y se puso las manos detrás de la cabeza.

–Es sobre el tema del que hablamos hace un mes –dijo ella, esforzándose por centrarse y dejar de pensar en los ojos de JT. Tragó saliva–. Sobre la impugnación del testamento de Bramson.

–Ah, sí, ese tipo con el que saliste hace años.

–Sí –afirmó ella e intentó respirar con normalidad.

–Si no recuerdo mal, cuando lo hablamos, decidimos que había pasado mucho tiempo y que, como ya no teníais ninguna relación, no era razón suficiente para apartarte del caso. ¿Es que has cambiado de idea?

–No, sigo queriendo llevar el caso –contestó Pia. Había sido el primer cliente importante que ella le había procurado a la compañía y su jefe le había asegurado que, si llevaba el caso de forma satisfactoria, considerarían hacerla socia de la firma. Por eso, no podía renunciar a ello–. Pero quería informarte de que él ha estado aquí.

Howard puso gesto serio.

–¿Harley ha estado en tu despacho?

–No tenía cita y lo he atendido –informó ella–. No volveremos a tener contacto.

–¿Qué quería? –inquirió su jefe.

Lo mismo se había preguntado ella durante su frustrante reunión.

–Creo que estaba buscando información que apoyara su demanda.

–¿Consiguió lo que pretendía?

–Claro que no –respondió ella.

–Bueno, entonces no creo que pase nada –opinó Howard y sonrió–. Pero infórmame si vuelve a ponerse en contacto contigo.

–Lo haré –aseguró ella y salió del despacho.

No volvería a verse con JT, se prometió Pia.

Esa noche, Pia se arrodilló ante el armario de su dormitorio. Alcanzó la caja que tenía guardada en una esquina del fondo. Había estado fuera de su vista, pero nunca fuera de sus pensamientos.

Con cuidado, la acercó, se la puso en el regazo y se sentó contra la pared. Era una caja corriente, atada con un lazo rojo. Sin embargo, su contenido no tenía nada de ordinario.

Pia agarró un extremo del lazo con dedos temblorosos y titubeó. ¿Qué bien iba a hacerle despertar recuerdos dolorosos? JT había aparecido en su vida sin anunciarse, reabriendo viejas heridas y desequilibrándola, de acuerdo. Pero no debía sacar las cosas de quicio, se dijo. De todos modos, siguió adelante.

Desató el lazo, cerró los ojos y quitó la tapa, armándose de valor. Luego, los abrió y miró.

Allí estaba la foto de JT con diecisiete años, sonriendo con ojos traviesos mientras rodeaba con sus brazos a una Pia de dieciséis años. Él llevaba una camiseta vieja negra, que cubría un cuerpo menos musculoso del que esa mañana había intuido bajo la camisa del hombre que había ido a verla. El chico de la foto había sido su primer amor, más amado por ella que nada en el mundo… a excepción de la otra persona de la que guardaba recuerdos en esa caja.

Los ojos se le llenaron de lágrimas. En la foto, parecía tan joven, tan ingenua… como si pensara que tenía el mundo a sus pies. Después, a lo largo de los años, había añorado esa confianza total en la vida, en sí misma y en la persona amada.

Pero JT y ella habían vivido en un mundo irreal que ellos mismos se habían construido.

La segunda foto los mostraba a los dos con la madre de él, Theresa Hartley. Theresa la había dado la bienvenida a su pequeña familia con los brazos abiertos y, como su propia madre nunca había sido demasiado cariñosa, Pia había estado encantada de poder tener una figura materna. Ella había sido la única cosa que Pia había salvado de la devastadora ruptura con JT. Seguía quedando con ella una vez o dos al año y no quería dejar de hacerlo nunca.

Puso las fotos a un lado y rebuscó despacio entre flores silvestres secas y otras pruebas de amor del JT adolescente, hasta que los encontró.

Eran un par de patucos de bebé sin usar, un libro de nombres con una página marcada en la lista de la letra B y una imagen de una ecografía. Pia cerró los ojos durante un largo instante. No había mucho que recordar de un bebé que nunca había nacido.

Excepto su amor infinito de madre.

Brianna.

Un gatito suave salió de la nada y se subió al regazo de Pia. Ella no había oído acercarse a Winston, pero agradecía su aparición. Lo abrazó con fuerza, mientras recordaba la mirada de JT cuando le había dicho que había estado embarazada. Él se había mostrado encantado y había empezado a planear cómo mantenerlos a los tres.

Iban a ser una familia…

Apretándose los patucos contra el pecho, Pia oyó sonar el teléfono. No quería responder, pero sabía que sus clientes más importantes tenían su número privado y, si estaba a punto de que la hicieran socia de la empresa, no podía arriesgarse a dejar que se le escapara nada. Así que respiró hondo, alargó la mano para tomar su bolso y sacó el móvil.

–Pia Baxter.

–Pia –dijo una voz profunda.

Ella se estremeció, apretando con más fuerza los patucos. Una llamada de JT Hartley era lo último que necesitaba, sobre todo, sintiéndose tan vulnerable. Y teniendo la imagen de la ecografía delante de la vista.

–¿Estás ahí? –preguntó él.

Pia tragó saliva.

–¿Cómo has conseguido mi número?

–Soy un hombre de recursos.

–Primero, una visita sorpresa. Y, ahora, una llamada –comentó Pia–. Debe de ser mi día de suerte –se burló, para tratar de quitarle hierro. Acto seguido, dejó los patucos en la caja y la tapó, cerrando la puerta a su pasado–. ¿Por qué me llamas?

–No me respondiste la pregunta que te hice en tu despacho.

Pia apenas recordaba nada de su visita de esa mañana, excepto sus ojos, sus largas pestañas negras y su seductora sonrisa.

–¿Qué pregunta?

–Te pedí que me aseguraras que no influirás a los hijos de Warner en mi contra, ni siquiera sin querer, dejándote llevar por tus propios prejuicios.

Ella frunció el ceño. No había creído que esa pregunta necesitara respuesta.

–¿Por qué iba yo a tener prejuicios?

–Las cosas no terminaron bien entre nosotros.

–JT, a pesar de lo que puedas pensar, no te guardo ningún rencor. Soy una profesional y llevaré a cabo mi trabajo de albacea sin tener en cuenta mis sentimientos personales.

Si Warner Bramson resultaba ser en realidad el padre de JT, no se interpondría, pensó Pia. Permanecería neutral y se limitaría a llevar a cabo su trabajo.

–Pues queda conmigo –propuso él con voz tentadora–. Ahora. Esta noche.

A Pia le recorrió un escalofrío. ¿Quedar con él de nuevo?

–No.

–¿Por qué no?

«Porque eres un peligro para mi equilibrio», pensó ella. «Porque despiertas lo peor de mí y he luchado mucho para ser la persona que quiero ser. Porque verte me hace recordar a nuestro beber y no puedo soportarlo ahora mismo».

–Porque no hay ninguna razón para que nos veamos –dijo ella al fin.

–Tenemos que establecer algunas reglas básicas para que podamos manejar esta situación como es debido. Queda conmigo una vez y te dejaré en paz.

Pia suspiró. Su argumento tenía lógica. Ella tenía unas cuantas reglas básicas que transmitirle, empezando por no recibir visitas sin aviso en su despacho, ni con aviso tampoco. No quería que nadie la relacionara con JT Hartley.

De todos modos, ¿podía correr el riesgo de verlo a solas? ¿Entendería Ted Howard que sólo iba a verlo por su propio interés, para asegurarse de que JT mantuviera las distancias en el futuro?

–JT…

–Sólo una vez, princesa –insistió él con voz suave.

A Pia se le encogió el corazón. A los dieciséis años, le había encantado la forma en que él solía llamarla princesa… Pero en el presente ella era una mujer adulta y él no tenía derecho a hablarle así… aunque se derritiera al escucharlo. Debía dejar clara esa regla también. Tal vez, necesitaban verse una vez más…

Se quitó a Winston del regazo y metió la caja en el fondo del armario de nuevo.

–¿Dónde?

–En tu despacho o en el mío, como prefieras.

Era mejor no dejarse ver demasiado, mientras decidía cómo explicárselo a Ted Howard, se dijo Pia. Si JT volvía a su despacho, todo el mundo en la empresa sabría que estaba viéndose con la persona que había impugnado el testamento, sin el permiso de los beneficiarios. Lo mismo podía ocurrir si iba al despacho de él, pues estaba en el centro de la ciudad y podían verlos. La única opción que tenían era quedar en privado, pensó.

–En mi casa dentro de media hora –señaló ella, y le dio la dirección, sabiendo que se arrepentiría.

–Allí estaré.

–Sólo será esta vez, JT –advirtió ella antes de colgar.

Capítulo Dos

Al oír el sonido de una moto entrando en su calle, Pia descorrió las cortinas y miró por la ventana con el pulso acelerado. JT paró la moto y se quitó el casco.

Pia se llevó la mano al estómago, tratando de calmar los nervios.

Verlo llegar en moto había vuelto a remover sus recuerdos… Desde luego, había sido una mala idea invitarlo, se repitió, apoyando la cabeza en el cristal.

La moto era diferente de la que él conducía cuando eran adolescentes… la antigua había sido una reconstrucción que él mismo había hecho con piezas que había ido consiguiendo. La que estaba ahí tenía aspecto de costar más que una casa.