Pasión a bordo - Rachel Bailey - E-Book
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Pasión a bordo E-Book

Rachel Bailey

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Beschreibung

El deseo que compartían no era solo por aquel barco. "No dejarse distraer nunca por una mujer" era la regla de oro del magnate hotelero Luke Marlow, especialmente si la mujer en cuestión acababa de heredar la mitad de un crucero de lujo que él esperaba haber heredado por completo. Pero la elegante belleza de la doctora Della Walsh despertó el deseo de Luke a pesar de su suspicacia. Aun así, estaba empeñado en hacerse con el crucero a toda costa. Para Della, aquel barco había sido siempre un santuario. Solo tenía tres semanas para hacer cambiar de planes a Luke y salvar el crucero. Pero las cosas cambiaron cuando la pasión surgió entre ellos...

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Rachel Robinson

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Pasión a bordo, n.º 1977 - abril 2014

Título original: Countering His Claim

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4280-9

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo Uno

Tras echar una cariñosa y última mirada a los edificios de Melbourne, recortados contra un horizonte totalmente despejado de nubes, Della avanzó por la pasarela que llevaba al puente de embarque del Cora Mae, el crucero de lujo que era su hogar.

Al final del puente vio a un grupo de personas trajeadas que rodeaba a un hombre alto que estaba de espaldas a ella. Se fijó en sus anchos hombros y en el pelo rubio oscuro que se afilaba al llegarle al cuello. El capitán del barco estaba a su lado y había varios grupos de curiosos que los observaban desde distintos lugares del puente. Lo que probablemente significaba que aquel hombre era «él».

Luke Marlow, el hombre que estaba a punto de heredar el Cora Mae, había llegado.

Della pasó al vestíbulo. Había sido invitada junto a los demás miembros que ocupaban un puesto de responsabilidad en el barco a la lectura del testamento de Patrick Marlow, y a casi todos les rondaba la misma pregunta en la cabeza: ¿qué pensaba hacer Luke Marlow, su sobrino y heredero, con el barco una vez que fuera suyo?

Probablemente Della estaba más interesada en su huésped que la mayoría; a fin de cuentas, había pasado años escuchando los comentarios que Patrick hacía de él.

Al acercarse al grupo oyó que el capitán Tynan decía:

–Hay que examinar ese corte enseguida.

Luke Marlow alzó una mano vendada con lo que parecía un pañuelo azul.

–No hace falta. Bastará con que me lave la herida y le ponga una tirita.

El capitán divisó a Della.

–¡Doctora Walsh! Llega en el momento oportuno. El señor Marlow se ha cortado y puede que necesite un par de puntos.

Della sonrió y se acercó a él dispuesta a ofrecerle su ayuda.

–Buenas tardes, señor Marlow. Si me sigue a la enfermería le echaremos un vistazo a su mano.

Luke Marlow se volvió lentamente hacia ella y deslizó su acerada mirada gris por el rostro de Della antes de detenerla en sus labios. El aire pareció crepitar entre ellos y Della sintió que se le ponía la carne de gallina. ¿Estaría nerviosa porque de aquel hombre dependía su futuro, o era su rostro de ángel caído, sus marcados pómulos, su nariz fuerte y recta y sus sensuales labios lo que la perturbaban?

–Ahora que lo menciona, puede que el corte necesite algunos puntos –dijo Marlow sin apartar la mirada de ella.

El capitán asintió, satisfecho.

–Yo me ocuparé del personal y luego enviaré a un sobrecargo a buscarlo al despacho de la doctora Walsh.

El grupo se disolvió como a cámara lenta mientras Luke Marlow seguía ante Della con expresión expectante. Della sintió que la respiración se le agitaba y dejó de sonreír. Aquello no podía estar pasando. Había jurado no volver a sentirse atraída por ningún hombre. Y aquel en concreto estaba a punto de convertirse en su jefe. Negándose a ceder a la ciega reacción de su cuerpo, se irguió y logró sonreír de nuevo.

–Por aquí –dijo a la vez que señalaba la dirección con la mano y se ponía en marcha.

Luke asintió y la siguió.

–Respóndame a algo, doctora Walsh –dijo en un tono grave y sexy mezclado con curiosidad cuando se puso a su altura–. ¿Suele haber siempre tanta gente en el puente esperando a recibir a los huéspedes?

Della no respondió hasta que estuvieron en el ascensor, donde pulsó el botón de la tercera planta.

–No, pero usted tampoco es el típico huésped.

Luke arqueó una ceja.

–¿Y qué clase de huésped soy?

«El único que ha logrado que se me debiliten las rodillas», pensó Della.

–Hemos oído que va a heredar el Cora Mae. Los rumores se extienden rápidamente en un barco.

–¿Rumores? –Luke volvió a alzar las cejas–. ¿Hay más de uno?

En aquel crucero vivían y trabajaban trescientas treinta personas. Algunos eran empleados temporales que querían conocer mundo, tendían a trabajar y a divertirse con la misma intensidad. Pero también había un sólido grupo que había llegado a formar una comunidad y aquel barco era su hogar. Ambos grupos estaban intrigados con la llegada de Luke Marlow.

Las puertas del ascensor se abrieron y Della avanzó por un alfombrado y estrecho pasillo mientras Luke aguardaba pacientemente su respuesta.

–Corren varios rumores –contestó finalmente Della–, aunque, probablemente, la mayoría no tendrá ninguna base real.

–¿Y cuáles son esos rumores?

Della sonrió. No pensaba hablar de aquello con el hombre que pronto iba a controlar su trabajo.

–No me parece buena idea contárselos.

Cuando llegaron a la enfermería del barco se detuvo en la zona de recepción para hablar con la enfermera a cargo.

–¿Está el doctor Bateman, Jody?

Había en Luke Marlow algo que la afectaba más de lo debido. Probablemente se debía al poder que iba a tener sobre su futuro. O a su poderoso magnetismo como hombre. O a que estaba nerviosa ante la cercana lectura del testamento de Patrick y el recuerdo de su muerte, acaecida doce días atrás. En cualquier caso, dado que no se sentía totalmente cómoda, lo más adecuado sería que otro colega se ocupara de él.

Al escuchar su nombre, Cal Bateman salió de la consulta a la sala de recepción. Della sintió que se relajaba al verlo allí.

–Hola, Cal. Puede que el señor Marlow necesite unos puntos en la mano –se volvió hacia su paciente–. El doctor Bateman se ocupará de usted.

Acababa de volverse para marcharse cuando la grave voz de Luke le hizo detenerse.

–No.

–¿Disculpe? –dijo Della mientras se volvía.

–Si necesito puntos, prefiero que se ocupe usted personalmente de dármelos, doctora Walsh.

Della miró a Luke sin ocultar su desconcierto.

–Le aseguro que el doctor Bateman es muy hábil dando puntos. Tiene experiencia en cirugía plástica, seguro que le deja menos cicatriz que yo.

–No me importa la cicatriz. Quiero que me trate usted, doctora Walsh.

Della se preguntó si estaría flirteando con ella. Ningún hombre lo había intentado desde... su marido. Ella se ocupaba de cultivar un aura de inaccesibilidad para lograrlo. Pero Luke Marlow no parecía la clase de hombre que se fijara en esas cosas. Reprimió un suspiro. En cualquier caso daba igual. Era una profesional y podía ocuparse de tratar al sobrino de Patrick... aunque su mera presencia hiciera que el pulso se le acelerara.

–Por supuesto –dijo a la vez que le indicaba a Luke que entrara en la consulta–. Siéntese, por favor, señor Marlow.

–Luke –dijo él mientras obedecía.

–Preferiría seguir llamándolo señor Marlow –dijo Della mientras descolgaba su bata blanca de detrás de la puerta–. Hay muchas probabilidades de que se convierta en mi jefe.

–Ya que está a punto de atravesarme la piel con una aguja, creo que podríamos prescindir de las formalidades.

Della pensó que, ya que iba a ser su jefe, él mandaba, de manera que asintió.

–De acuerdo, Luke.

Luke se fijó en la placa que llevaba Della en la bata.

–Doctora Adele Walsh. ¿Puedo llamarte Adele?

Della reprimió un estremecimiento. Solo su marido solía llamarla Adele. La imagen del querido rostro de Shane surgió en su mente, amenazando con hacerle perder el control. Centró la mirada en Luke.

–Prefiero Della.

–Della –repitió Luke a la vez que parpadeaba lánguidamente–. Me gusta. Y ahora que hemos establecido una relación más cercana, ¿qué tal si me hablas de esos rumores?

Della fue incapaz de contener una risita.

–Bien jugado, Luke –dijo a la vez que se apoyaba en el fregadero y cruzaba los brazos bajo el pecho–. ¿De verdad quieres perder el tiempo hablando de esos rumores?

Luke la miró con seriedad.

–Supongo que no. Pero me gustaría preguntarte algo.

Della suspiró y sonrió.

–Pregunta lo que quieras.

–Nos han dicho que uno de los doctores del barco se ocupó de mi tío durante su enfermedad. Una mujer.

–Así es.

–¿Fuiste tú?

La emoción le atenazó por un momento la garganta a Della, que tuvo que limitarse a asentir. No podía creer aún que Patrick se hubiera ido para siempre. Era un hombre vibrante, intenso, lleno de vida, y ya no iba a poder volver a charlar y bromear con él. Además, la muerte de Patrick le había hecho revivir el dolor de la de su marido, acaecida dos años atrás.

–Gracias por haber hecho eso por él –dijo Luke en tono solemne.

–No hay por qué darme las gracias. Consideraba a Patrick un buen amigo, y merecía la oportunidad de pasar sus últimos días en el lugar que quería.

–Hay algo que me confunde –dijo Luke–. Ni yo ni nadie de su familia sabía que se estaba muriendo. Hablé con él en varias ocasiones durante los últimos meses y nunca mencionó nada. Patrick solía ir a pasar un fin de semana cada tres meses con mi madre, y sabíamos que recientemente no había podido ir porque estaba malo, pero no sospechábamos que la cosa fuera tan grave. ¿Por qué no lo sabíamos?

Della había sugerido en varias ocasiones a Patrick que informara a su familia de lo serio que era el cáncer que tenía, pero él siempre se negó. No quería que lo vieran en el estado de fragilidad en que se encontraba. Solía decir que quería que lo recordaran como era cuando estaba en plena forma, pero Della sospechaba que la presencia de su consternada familia lo habría obligado a tener que enfrentarse cara a cara con su propia mortalidad.

–Patrick era un hombre muy orgulloso y prefería que las cosas fueran así.

–¿Cuánto tiempo estuvo enfermo?

–Hacía casi un año que tenía cáncer, y tuvo que acudir a tierra para algunas sesiones de quimioterapia, pero las cosas empeoraron cuatro meses atrás, aunque siguió ocupándose de dirigir el barco hasta tres semanas antes de morir.

–¿Sufrió mucho?

–Le administré morfina y otros medicamentos, de manera que su sufrimiento físico fue mínimo.

–No pretendo ser irrespetuoso, pero ¿sabes si le estaba viendo algún otro médico?

–Estaba al cuidado de una especialista del Royas Sidney Hospital con el que yo mantenía un contacto regular. Puedo darte los detalles necesarios si quieres hablar con ella –Luke negó con la cabeza y Della siguió hablando–. Durante los últimos dos meses de su vida Patrick decidió pagar a un médico para que ocupara mi puesto mientras yo lo atendía. También contratamos a una enfermera especializada para que hubiera alguien con él las veinticuatro horas del día.

Luke asintió lentamente y suspiró.

–¿Vas a asistir a la lectura del testamento?

–Sí –Patrick le había hecho prometer a Della que asistiría y mencionó que le había dejado algo–. Varios miembros de la tripulación hemos sido invitados a la lectura del testamento.

–Espero que Patrick te dejara algo por lo que hiciste por él, si no, yo me ocuparé de que recibas algo significativo.

Con el corazón encogido, Della notó que la expresión de generosidad de Luke le recordaba a la de Patrick, y también a las historias que este le contó sobre el hombre que tenía ante sí. Se había preguntado a menudo si Patrick habría exagerado aquellas historias sobre su sobrino, o si Luke sería realmente un príncipe entre los hombres.

–Eres muy amable, pero no hace falta que te molestes. Yo estaba cumpliendo con mi obligación y, como ya he dicho, sentía un gran respecto por Patrick. Para mí era un verdadero amigo.

–En cualquier caso, me alegra que pudiera contar contigo.

–Agradezco esas palabras –dijo Della sinceramente. Se había preguntado a menudo si la familia de Patrick la culparía por no haberlos informado–. Y ahora, si queremos llegar a tiempo a la lectura del testamento, más vale que echemos un vistazo al corte.

–Tienes razón –asintió Luke mirando el reloj.

Luke miró a la doctora Della Walsh a los ojos y apoyó la mano en la gasa con la palma hacia arriba. Era una mujer intrigante. No debía haberle resultado fácil cuidar de su tozudo tío, aunque, según le había informado el capitán, este había sido atendido maravillosamente hasta el momento de su muerte. Pero era algo más lo que le había hecho insistir en que fuera ella quien le curara la mano, algo que irradiaba de ella. A pesar de no ir maquillada, sus ojos color caramelo le resultaban cautivadores. Poseían una profundidad especial, una clara inteligencia... y la promesa de algo más.

Apartó la mirada y frunció el ceño. No era apropiado pensar de aquel modo de la doctora que se había ocupado de su tío hasta su muerte.

–¿Cómo te has hecho la herida?

–Con un vaso que se ha roto mientras iba en el coche.

Della lo miró con extrañeza.

–¿En el coche?

–He venido en limusina para aprovechar el viaje manteniendo una reunión con algunos empleados. Me estaba sirviendo agua en un vaso cuando el conductor tuvo que dar un frenazo y el vaso se rompió y me cortó.

Della asintió y a continuación le aplicó anestesia con dos pequeños pinchazos. Después deslizó con delicadeza un dedo por el índice y el pulgar de Luke.

–Dime si sientes esto.

Luke asintió.

–Estaba comprobando si había algún trocito de cristal mientras hace efecto el analgésico –dijo Della antes de tomar un par de pinzas–. Esto no dolerá.

En circunstancias normales, Luke la habría invitado a tomar algo, tal vez a cenar, pero, dado que pronto iba a ser una empleada suya, no podía permitírselo. Además, por las señales que Della le estaba enviando, no creía que hubiera aceptado la propuesta.

Della deslizó un dedo por una estrecha y larga cicatriz que había en el pulgar de Luke.

–Ya te cortaste ahí hace mucho.

Luke sonrió levemente.

–Un accidente en la infancia –contestó, aunque no fue tal accidente. En realidad fue un pacto de sangre que selló a los trece años con tres amigos. Se hicieron hermanos de sangre en el internado. Él se hizo un corte profundo para que el lazo fuera más fuerte, y tal vez lo consiguió, porque aún mantenía una relación más cercana con ellos que con cualquier otra persona del planeta.

Della se concentró en su trabajo. Tras aplicar el tercer punto, se levantó y se quitó los guantes.

–¿Te han puesto recientemente la inyección del tétanos?

–Hace más o menos un año.

–Eso bastará. El corte era limpio y no necesitarás antibióticos. Tienen que quitarte los puntos dentro de siete días. Si sigues aquí, Cal o yo nos ocuparemos de quitártelos.

–Solo voy a estar aquí un par de noches –dijo Luke. Había acudido allí para la lectura del testamento de Patrick y a pasar un par de días evaluando las operaciones del barco. Desembarcaría cuando llegaran a Sídney.

–¿No vas a quedarte durante el crucero? –preguntó Della, extrañada–. ¿No quieres disfrutar de la experiencia de cruzar el Pacífico en el Cora Mae? En ese caso tendrás que ver a tu propio médico dentro de una semana –dijo Della en tono profesional.

Luke comprendió con cierta sorpresa que la consulta había acabado. Estaba a punto de irse y lo más probable era que no volvieran a verse... aunque tal vez eso sería lo mejor. El impulso que había experimentado de invitarla a salir podría resurgir, y no podía empezar nada con una futura empleada que nunca pasaba más de una noche en la misma ciudad. De manera que se levantó y fue hasta la puerta.

–Gracias por haberte ocupado de curarme –dijo.

–De nada, señor Marlow –contestó Della en tono impersonal.

Había algo en aquella mujer que lo intrigaba. ¿Y si, a pesar de los obstáculos...?

Cuando salió tuvo que contenerse para no echar un último vistazo por encima del hombro a la doctora Della Walsh.

Della avanzó rápidamente por los pasillos en dirección a la sala de juntas, donde probablemente ya habían empezado a leer el testamento de Patrick. Odiaba llegar tarde. Lo odiaba. Llegar tarde significaba atraer la atención sobre sí misma, algo que la incomodaba enormemente.

Tras la marcha de Luke de la consulta había tenido que atender a algunos pasajeros. Miró el reloj: solo eran las dos y tres minutos. Con un poco de suerte, los demás aún estarían ocupando sus asientos. Cuando abrió la puerta de la sala de juntas respiró aliviada. Aunque la gente ya estaba sentada, aún había un murmullo general mientras un hombre de pelo gris revisaba unos papeles en el escritorio principal. Encontró un asiento vacío en la última fila. Tras ocuparlo saludó a la mujer que tenía al lado.

–¿Me perdido algo? –susurró.

–No –dijo Jackie–. El abogado acaba de pedirnos que nos sentemos. Aún no puedo creer que Patrick se haya ido para siempre, y menos aún que estemos aquí todos sentados para hablar de su dinero –Jackie dirigía el departamento de gastos y había mantenido una relación cercana con Patrick, como la mayoría de los que ocupaban puestos de responsabilidad en el barco.

Della tuvo que parpadear para alejar unas repentinas lágrimas.

–A pesar de saber lo enfermo que estaba, una parte de mí no dejaba de pensar que tal vez saldría adelante.

–Patrick también pensaba que iba a salir adelante –dijo Jackie con una sonrisa cargada de pesar–. Aún estaba haciendo planes la última vez que lo vi.

Della suspiró.

–Probablemente fueron su optimismo y su determinación los que le permitieron vivir bastante más de lo que esperaba su especialista.

Jackie la tomó de la mano y se la estrechó con delicadeza.

–Tú también tuviste tu parte en ello, Della. Todos sabemos cuánto te esforzaste en cuidarlo, y él también. No paraba de hablar bien de ti cada vez que podía y de expresar lo agradecido que te estaba.

Della logró sonreír, pero tenía un nudo en la garganta y no pudo decir nada. Afortunadamente, el hombre de pelo blanco carraspeó en aquel momento y se presentó como el abogado y albacea de Patrick Marlow.

Tras terminar de leer los preámbulos del testamento, llegó a la parte de la división de bienes. Patrick había dejado una maravillosa colección de primeras ediciones a su cuñada, la madre Luke, quien, según el abogado, no había podido asistir. También había dejado algunos objetos personales, como gemelos y corbatas, a diversos miembros de la tripulación.

–En cuanto al Cora Mae... –el abogado hizo una pausa para carraspear y echar un rápido vistazo a su alrededor– dejó la mitad a mi sobrino, Luke Marlow.

La sala se sumió en un repentino e intenso silencio, como si todo el mundo se hubiera quedado conmocionado. Unos momentos después comenzó a surgir un murmullo entre los presentes.

¿Luke había heredado solo la mitad del barco? La mirada de Della voló hacia la espalda de Luke, que, sentado en la primera fila, permanecía muy recto y quieto. Si el futuro de los empleados del crucero estaba en el aire hacía cinco minutos, en aquellos momentos se había vuelto aún más impredecible.

–La otra mitad se la dejo a la doctora Della Walsh –concluyó el abogado.

Sus palabras acallaron al instante el creciente murmullo de perplejidad, y el silencio que las siguió resultó atronador.

El corazón de Della dejó de latir un instante antes de desbocarse en su pecho. ¡Cielo Santo!

La gente se volvió en sus asientos a mirarla, algunos boquiabiertos, otros con expresión confundida e incrédula. Della sintió que estaba a punto de dejar escapar una risa histérica, pero la feroz mirada que le dedicó en aquel momento Luke la dejó petrificada. Se apoyó contra el respaldo del asiento.

De pronto, Luke se levantó y todas las miradas se volvieron hacia él. Avanzó por el pasillo hasta el asiento de Della y se detuvo ante ella.

–Doctora Walsh –murmuró sin apenas mover los labios–, si no le importa, querría hablar con usted en privado.

Alargó una mano hacia ella, esperando que se levantara y lo precediera saliendo de la sala. Della sentía que las rodillas se le habían vuelto de gelatina, pero, tras una momentánea vacilación, logró levantarse. A pesar de todo, al girar perdió el equilibrio, Luke la sujetó rápidamente y con firmeza por el codo, salvándola de la ignominia de caer.