La mirada de los miopes - Carlos Alberto Riviére - E-Book

La mirada de los miopes E-Book

Carlos Alberto Riviére

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Beschreibung

El gran interrogante que aborda la novela: cómo será la vida humana en las sociedades del futuro. El autor imagina la existencia de adelantos tecnológicos sorprendentes en comparación con los actuales, aunque no tiene la intención de ahondar en detalles científicos que podrían aburrir al lector, sino más bien en profundizar en los conflictos derivados de las relaciones interpersonales en una sociedad que se presenta igualitaria desde el punto de vista económico, con indicadores de seguridad envidiables, pero con trastornos derivados de la superpoblación, la contaminación ambiental y la mayor disponibilidad de tiempo libre. En la novela abundan los diálogos en los que los personajes se embarcan, y no siempre salen airosos, en situaciones vinculadas con los deseos, el amor, la lealtad, los grandes misterios de la vida, el delito y las fobias, entre otros aspectos relevantes. Es un texto fundamentalmente optimista, puesto que más allá de las distintas peripecias angustiantes que podrían afrontarse en un futuro, las mismas muchas veces son tratadas con algo de humor, logrando que el paisaje construido sea alentador, más allá de que no todos los deseos puedan ser alcanzados como quisieran los protagonistas de la novela.

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones. María Belén Mondati.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones. María Belén Mondati.

Riviere, Carlos Alberto

La mirada de los miopes : una visión romántica sobre un futuro agobiante / Carlos Alberto Riviere. - 1a ed . - Córdoba : Tinta Libre, 2019.

192 p. ; 22 x 15 cm.

ISBN 978-987-708-488-7

1. Narrativa Argentina. 2. Novela. 3. Ciencia Ficción. I. Título.

CDD A863

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,

total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor. Está tam-

bién totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet

o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidad

de/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2019. Carlos Alberto Riviere

© 2019. Tinta Libre Ediciones

A Sandri

LA MIRADADE LOS MIOPES

Una visión románticasobre un futuro agobiante

· 1 ·

EL PROYECTO

Chung supuso que no le demandaría un gran trabajo persuadir a sus tres amistades más íntimas de que era una excelente idea establecerse un tiempo en una de las ciudades-satélites que flotaban a cientos de kilómetros de la Tierra. Estuvo en lo cierto: los sedujo con bastante facilidad, aunque luego, por la sucesión de varias circunstancias imprevistas, debió modificar su proyecto original. Cuando les propuso habitar una de las flamantes estaciones orbitales, acondicionada para albergar con comodidad hasta veinte mil habitantes, los tres pensaron que estaba desvariando a causa de alguno de los tantos químicos que solía tener al alcance de la mano. Pero la excitación de Chung por experimentar esa nueva posibilidad era tan potente, que hubiera podido convencer hasta al más intransigente de que su proyecto, lejos de ser considerado descabellado, debía ser tildado de atractivo y hasta de conveniente.

Chung intuyó que la mejor estrategia consistía, primero que nada, en captar la voluntad de Kío. Si lograba tentarlo a él, luego sería cuestión de tiempo para que Mirra y Huno se acoplaran. Pero no todo dependía de su voluntad. Había leído que los postulantes debían completar un formulario específico y luego afrontar una entrevista cuyos resultados se daban a conocer una vez que personal entrenado en comportamiento humano efectuara una cuidadosa evaluación de la información recabada. Kío y Mirra no tendrían inconvenientes para sortear el escollo, en cambio con Huno no podía asegurarse nada. Era factible que obtuviera una calificación desfavorable, desenlace que fulminaría su proyecto. Si Huno no era autorizado, lo más probable era que Kío desistiera de hacer el viaje; y si Kío se excusaba, Mirra quizás tampoco quisiera viajar. La Estación estaba siendo publicitada como la más adelantada tecnológicamente de todas las que habían sido lanzadas al espacio. Había invertido una gran cantidad de horas recortando reportes con el propósito de predisponer a sus amigos. Luego de analizar los anuncios puntillosamente, era capaz de recitar de corrido los supuestos beneficios que podían alcanzarse por habitar esas urbes. Era consciente, de todos modos, que las publicidades hilvanadas con maestría convincente debían ser consideradas con recelo, sobre todo porque el plazo de permanencia obligada en esos sitios era de doce meses (dado que el transporte de personas hacia y desde la Estación tenía lugar una sola vez al año). La propaganda le auguraba al visitante una suerte de paraíso espacial. Era tan profuso el material de divulgación que las imágenes, textos y audios podían exhibirse en forma continua sin que en ni ningún momento se repitieran los mensajes. Los argumentos eran tan categóricos que la única conclusión posible era que solo un imbécil se resistiría a los encantos asociados al traslado. Se pregonaba que en esas urbes existía una regulación inmejorable, un orden impecable, una seguridad absoluta y, sobre todo, un tráfico humano mucho menos denso del que había que soportar en Tierra. Lugar en el que podía generarse en un santiamén una insufrible congestión de cuerpos humanos al circular por las vías exteriores. Trasladarse implicaba, además, dejar en el sopor del olvido (al menos por un tiempo) el fastidio de tener que tramitar permisos de circulación o de ingreso y permanencia en los espacios públicos. La sola idea de no padecer las derivaciones de la superpoblación era cautivante. ¿Quién no estaba harto de lidiar con una multitud a toda hora y lugar? Era inevitable que las mareas humanas, pletóricas de fragancias extrañas, tornaran cualquier ambiente compartido en poco menos que irrespirable. La circulación de gente, gracias a los esfuerzos organizativos, era por lo general, bastante fluida. Los enjambres humanos se movilizaban sin grandes atascos, aunque la marcha debía tener una velocidad reducida. Los desplazamientos podían entorpecerse una enormidad si llegaba a estallar algún incidente, por mínimo que este fuera. El desmayo de algún transeúnte, podía generar encontronazos molestos, empujones desconsiderados o caídas que agravaban aún más la congestión del tránsito. La paciencia y la resignación eran imprescindibles para circular. Paciencia para obtener el permiso de traslado, paciencia para adaptarse al ritmo del tráfico y resignación para conservar la calma.

Los folletos audiovisuales promocionaban a las estaciones en forma grandilocuente: “atrévase al disfrute que proporciona una menor población circundante”, “no se pierda los extraordinarios paisajes galácticos que pueden divisarse desde la Estación”, “experimente la sensación indescriptible que provoca una caminata espacial”, “aproveche las delicias de un ambiente que facilita la realización de sus proyectos en plena armonía con el universo entero”. Esa nueva vivencia se le antojaba a Chung que podía ser un hito fundamental en su existencia, más allá de que algún aspecto difundido estuviera un poco magnificado. Se excitaba con sólo pensar que en el nuevo hábitat podría zambullirse en un mar de savia inspiradora que pudiera revitalizar su profesión de diseñador de prendas de vestir. ¿Qué nuevas excelencias de formas y colores podría fraguar cuando estuviera flotando en ese mundo exclusivo? Su afán por concretar la nueva experiencia era tan intenso que estaba decidido a embarcarse aunque tuviera que marcharse solo. Después de todo, no era tanto el tiempo que había que permanecer allá. Un año transcurría rápido. Ese era el principal argumento que esgrimió para tentar a sus amigos. “¿Qué podemos perder?”, les preguntó. “Vamos a poder hacer las mismas cosas que hacemos acá, pero en un entorno más amigable. En el peor de los casos es solo un año el que hay que quedarse. Luego nos volvemos y listo”, simplificaba.

Para sensibilizar a Kío, Chung hizo hincapié en los créditos que se adicionaban en las cuentas individuales una vez que el viajero quisiera reanudar su vida planetaria. Sabía que él no estaba muy a gusto con el espacio que había tenido que escoger en su momento entre las opciones de vivienda unipersonal que se le desplegaron. Y esos créditos adicionales podrían ser aplicados, juntos con otros que tenía acumulados, para obtener un lugar más confortable una vez retornado del espacio. Hacía rato que Kío calificaba para habitar una vivienda más funcional que la suya, pero el Consejo Local no le había ofrecido una localidad que se ajustara a sus requerimientos. Le mostraban sitios muy alejados para su gusto, e incluso algunos que eran castigados en buena parte del año por un clima impiadoso. Los apartamentos ubicados en esos confines poseían todas las comodidades imprescindibles como para afrontar sin contratiempos las vicisitudes del clima exterior. Asimismo, disponían de óptimas conexiones comunicacionales. Pero Kío se resistía a no darse el gusto, aunque fuera de tanto en tanto, de tener un contacto físico con aquellas personas a las que estaba unido por el afecto desde hacía mucho tiempo atrás, como sucedía con Huno.

De aceptar alguna de esas viviendas, sus deseos tendrían que supeditarse a las fechas u horas que le asignara el Sistema para concretar el transporte y, lo que era peor, recorrer a una velocidad infernal cientos de kilómetros en vehículos herméticamente cerrados, tan odiosos para la gente como él, aprensiva con el aire a respirar. Prefería evitar semejantes trastornos. Su profesión de docente podía desarrollarla, por fortuna, sin tener que movilizarse; sin embargo, a la docencia la había escogido por descarte. El Sistema le había vedado la posibilidad de capacitarse en las disciplinas que más lo seducían. La negativa no lo había afectado demasiado. En su intimidad reconocía que ninguna lo apasionaba tanto como para interponer una protesta formal ante el resultado que arrojó un algoritmo imparcial. Su primera postulación fue para recibir capacitación artística, aunque no creía poseer un talento que lo hiciera destacarse de entre el montón. Le notificaron que sus obligaciones laborales no podían ser cumplimentadas a través del desarrollo de una actividad artística. “No hay cupos para este año”, era el latiguillo con el que se rechazaba en los últimos años a los aspirantes a profesionalizarse en alguna rama del arte. “En la actualidad la oferta artística está cubierta por los profesionales actuantes”, se argumentaba para denegar las nuevas solicitudes. No comprendía cómo se realizaban los cálculos para definir los cupos, pero era raro que se restringiera el acceso a las ciencias duras, las que eran retribuidas con mayor generosidad que otras. Al menos la labor docente le resultaba más llevadera que las operaciones mecánicas vinculadas con la producción de bienes para el consumo humano o animal, las que, incluso en muchos casos, requerían que los trabajadores se trasladasen hasta los lugares donde se realizaban los procesos productivos. La tarea ejercida fuera del ámbito domiciliario era mejor recompensada que la ejecutada en la tranquilidad del propio domicilio, pero para Kío la diferencia remunerativa no compensaba el aburrimiento asociado a esas labores, y mucho menos los sinsabores derivados de constituirse en viajero frecuente.

Kio se preguntaba si habría diferencias entre flotar en un satélite a unos cuantos cientos de kilómetros de distancia del planeta a flotar en un monoambiente ubicado en el piso 314 de uno de los modernos edificios construidos a ritmo frenético para hacerle frente a la demanda poblacional. Pero más lo inquietaba la posibilidad, siempre latente, de sufrir recaídas en su crónica afección de claustrofobia. ¿Allá se le despertarían con mayor frecuencia los monstruos que provocaban asfixia? No lo tranquilizaba del todo saberse dominador de las técnicas respiratorias con las que solía superar los trances. Pero, cuando las dudas arreciaron, fueron las palabras de Chung las que retumbaron en su mente para disipar los interrogantes: “acá vivimos encerrados entre cuatro paredes, muchas veces sin siquiera poder asomarnos a la ventana para respirar el aire atmosférico. Salir de la cueva es cada vez más complicado, los permisos para circular no siempre los asignan cuando uno los solicita. Allá va a ser distinto, habrá menos gente rodeándonos”. Para arremeter agregó: “a mí no me interesan los créditos que nos van a adjudicar al regreso. Estoy dispuesto a cedértelos o a repartirlos entre los tres”. Cuando Kío planteó los obstáculos que podían presentarse para obtener el visado debido a sus problemas de salud o por su labor profesional, Chung minimizó las vacilaciones. “¿Cómo no te van a visar?, si allá es lo mismo que acá, ¿dónde crees que vas?, ¿al destierro?, ¿qué problema puede haber con tu respiración?, si podés respirar acá, también vas a poder hacerlo allá”, le dijo. “Y la actividad docente la vas a poder cumplir sin inconvenientes porque es óptimo el nivel de las comunicaciones entre las estaciones y el planeta”, concluyó.

Mirra era la que menos entusiasmada estaba con el proyecto de Chung. Intuía que podía arrepentirse apenas se alojara en la nueva morada. ¿Para qué mudarse?. Estaba conforme con su formato de vida, con sus rutinas, sus divertimentos y con su desempeño laboral como instructora de gimnasia gerontológica. Su domicilio le resultaba acogedor, y con las prestaciones sociales básicas que remuneraban su labor, más los beneficios adicionales que obtenía sin grandes esfuerzos y que aplicaba en su totalidad en prendas de vestir, satisfacía por completo sus necesidades. No precisaba más. No era un aliciente para ella disponer de un plus de créditos cuando retornara del viaje. Reconocía tener algún que otro gusto postergado, pero eso no llegaba a constituir un incentivo concreto para verse impulsada a un cambio drástico e incierto. “Y vos Mirra, ¿qué pensás?”, le preguntó Kío. “La verdad es que tengo muchas dudas. Yo estoy bien acá”. Pero Mirra no estaba muy dispuesta a quedarse fuera del proyecto si ello suponía distanciarse de Chung, su compañero de ruta en los últimos años. Disfrutaba su cercanía, le agradaba su personalidad, sus criterios artísticos y sus ideas punzantes, así como sus comentarios irónicos. Aunque, llegado el caso, suponía que podría sobrellevar su ausencia. Tampoco deseaba perder el contacto que había reestablecido hacía poco con Kío, retomando una relación que se había desvanecido sin motivos ciertos, poco después de haber mantenido intimidad sexual.

Con Huno, tanto Mirra como Chung, mantenían un intercambio superficial. Aceptaban su presencia porque era amigo de Kío, pero ninguno estaba interesado en comprender sus silencios. Tampoco compartían sus puntos de vista, aunque Mirra, a diferencia de Chung, se cuidaba de no rebatirlos pese a que le resultaran patéticos muchos de los argumentos que sostenía con inflamado orgullo. Ambos no podían dar crédito a las palabras de Kío cuando les aseguraba que Huno era una especie de genio como desarrollador de sistemas. Además, repudiaban su excesivo encuadre masculino. En especial reprobaban su antediluviana barba, de color rojizo, espesa, indómita, que glorificaba como un estandarte. La exacerbación de esa estética para ellos constituía un signo evidente de endeblez intelectual. Huno no solo presumía del vello en su rostro, también dejaba ver en forma adrede en el pecho, y hasta en las piernas, una mata de pelos colorados que se contraponía con el blanco rosáceo de su piel acribillada de pecas de diversos tamaños. Huno afirmaba que su pelaje se reproducía gracias a su estirpe genética, sin necesidad de complementar ese atributo con la ingesta de hormonas. Su figura masculina, no obstante, se veía algo desdibujada por el leve sobrepeso que siempre estaba tratando de doblegar, y que fuera objeto alguna vez de seguimiento por parte del servicio sanitario. Huno, además, se vanagloriaba de mantenerse intacto, inmaculado desde su nacimiento, sin elementos externos implantados. Y estaba dispuesto a conservar su originalidad a menos que ineludibles razones de salud aconsejaran una intervención sanitaria. La única sombra en sus convicciones la habían generado unos implantes dentales que debió realizarse por cuestiones de decoro. A Mirra en particular le impresionaba sobremanera la mirada de Huno: era insondable, fulgurante, imposible de sostener más que unos breves segundos. Esos destellos que parecían provenir de la rabia, del resentimiento o de la ineptitud para ubicarse en un mundo hostil no armonizaban con unos ojos negros agraciados por sus grandes dimensiones. Huno fue quien hizo esperanzar a Mirra con un posible rechazo del alocado proyecto de Chung al sugerir que se leyeran los comentarios de las personas que estaban, o que habían estado, habitando las estaciones orbitales. Todos concedieron que era una magnífica idea revisar esos testimonios. Para Chung la revisión permitiría aventar todas las dudas que quedaran, en tanto que para los demás sería el mejor modo de comprobar que no existían motivos que desaconsejaran emprender el proyecto.

El Sistema estaba atiborrado con comentarios que explicaban cómo era la vida en las Estaciones. Muchos eran de tono crítico, con párrafos que transpiraban quejas amargas sobre las características del lugar, las restricciones que existían o la ansiedad que debía manejarse hasta que llegara la hora de partir, en el caso que no se lograra una buena adaptación al entorno. Mirra trataba de enfocarse en aquellos que despotricaban: “no veo la hora de salir de acá y olvidarme de este lugar de mierda”, “maldigo la hora en la que se me ocurrió venir, ¿quién me mandó?”, “no puedo entender qué le ven de bueno a estos ambientes”, “¡por favor!, acá vivís en un encierro permanente, es la anti naturaleza”, “te quieren hacer creer que acá se puede vivir mejor que en cualquier otro lugar de la Tierra, pero no es así”, “¡prefiero mil veces empaparme del sudor de la muchedumbre que circula allá abajo!”, “estoy contando los días que me faltan para volver al lugar del que nunca debí haber salido”, “a los que estén pensando en venir les aconsejo no idealizar estos sitios, puede resultarles un gran fraude, esto no es para cualquiera”. Pero también existían comentarios que contradecían esos mensajes de desánimo: “¡este lugar es fabuloso!”, “al principio me costó adaptarme, no es tan fácil, pero tampoco fue tan complicado, y ahora estoy pensando seriamente en quedarme otro año más, ¡y quizás hasta me quede a vivir acá para siempre!”, “he conocido pocas personas que esperan ansiosas para retornar al enjambre de allá abajo; son gustos, para mí es porque no tienen paciencia o capacidad para internalizar lo positivo de este lugar”, “es fantástico tener todo al alcance de la mano, disfruto de poder interactuar con mucha gente de modo personal y no, como tenía que hacerlo casi siempre allá abajo, a través de una pantalla”, “los servicios son de primera calidad: la alimentación, la seguridad, la medicina, el esparcimiento, el confort de las habitaciones, todo funciona de maravillas”, “¡los paisajes son alucinantes!, si usás un telescopio no sabés a dónde apuntar: si arriba, si abajo, si a los costados. Las vistas son de ensueño”. Algunos textos eran aún más contundentes: “estimados, les escribo para comentarles que mi vida en la Estación no la cambio por nada. Hace siete años que me instalé aquí y no pienso moverme por nada del mundo. Debo confesar que de entrada las cosas no fueron como las esperaba, pero cuando noté que esas expectativas eran irreales todo se modificó para bien. En los primeros tiempos extrañaba del planeta casi todo, estaba negado, no quería abrir los ojos, no conectaba el alma. Y por eso debí recurrir al servicio sanitario para estabilizarme. Los sanitaristas intentaron equilibrarme, pero como no había caso me postularon para formar parte del lote que debía retornar en la próxima nave. Estaba persuadido de estar en medio de una catástrofe. El día del regreso llegó y me embarqué con suma felicidad; pero una vez reinstalado allá abajo, advertí que lo vivido en la Estación había sido mal procesado, la vida en el planeta pronto empezó a tornarse más insoportable de lo que había sido antes de viajar al espacio por primera vez. Desconsolado llegué a creer que no había un lugar apropiado para mí, hasta que percibí los alcances de mi error. Llegué a la conclusión de que tenía que volver, que lo mío me esperaba en la Estación. Por supuesto que obtener un nuevo visado no fue tan fácil como la primera vez, pero luego de varias explicaciones y compromisos asumidos, fui autorizado. ¡Gracias a Dios! Ahora sí puedo decir que soy feliz viviendo aquí”. Leyendo unos pocos mensajes más, los cuatro se convencieron de que la decisión de viajar no podía basarse en la mera lectura de comentarios subjetivos escritos por viajeros ignotos.

Chung tenía bien claro que el viaje sería menos atractivo si Kío no se sumaba. No hacía mucho que estaban en contacto, pero apenas se conocieron comprobaron que compartían una mirada parecida sobre muchos temas. Además, los hermanaba la constante apelación al humor para aliviar el impacto de las adversidades. Era indispensable que lo acompañara Mirra, ella era un gran estímulo para su creatividad. Le admiraba su frescura para exponer el cuerpo de innumerables maneras. “Sos la mujer de las mil facetas”, le decía Chung por la infinidad de apariencias que era capaz de construir dejando boquiabierto a cualquiera. Exhibía en toda ocasión una inusual belleza, la que se agigantaba cuando acentuaba su natural femineidad. Aunque también podía deslumbrar cuando se transformaba en otro género, si la ocasión era propicia para el divertimento. Cuando Chung se enfrascaba en las tareas de diseño de las prendas, las formas de Mirra aparecían en su mente siempre en primer plano. Era su principal modelo inspirador. No le faltaba nada, no le sobraba nada. En cambio, no lamentaría demasiado si Huno decidía quedarse. Lo único que le reconocía a Huno era una sinceridad ingenua para manifestar ideas disparatadas, tan a contrapelo de sus propias pasiones. Por eso mismo le resultaban provocativas, hasta inspiradoras en cierto sentido. Lo tenía encasillado como una persona demasiado estructurada, anclada en un pasado remoto. Un verdadero analfabeto cultural que deambulaba en la época actual como un trasplantado, y con el que solo era posible disentir. “¿En qué milenio te atascaste?”, le preguntó con sorna varias veces. Al principio, Huno mostraba poca paciencia con la mordacidad de Chung, pero con el tiempo aprendió a tolerarla con hidalguía. Le agradecía a Chung que no lo dejara de lado en sus proyectos pese a la evidente falta de comunión que existía entre ambos. Pero cuando la humillación de las burlas lo indigestaba demasiado debía sofocar con gran esfuerzo el deseo visceral de agredirlo. A Huno no le agradaba la idea de alejarse de Kío, tampoco de Mirra. Con Kío mantenía una simbiosis única que venía alimentándose desde que eran pequeños. Solo con él era capaz de mostrarse como con ningún otro, de compartir sus secretos más recónditos sin nada que temer. Lo que más inquietaba a Huno era no disponer allá arriba de las mismas oportunidades para canalizar esos brotes que emergían de su propio volcán interno y que solo lograba disipar, sin que nadie se enterara, a través del ejercicio de una violencia virtual. Por Mirra sentía una fascinación que había germinado en forma inexplicable. Era algo de una intensidad que nunca hubiera imaginado que llegaría a experimentar. Esa energía, aunque confusa, constituía una razón poderosa para querer permanecer próximo a ella. Notaba que no estaban en la misma frecuencia, pero eso no lo amedrentaba. Por el momento se conformaba con compartir fragmentos dispersos de su vida asumiendo con dignidad el rol de mero acompañante. ¿Cuántas veces había deseado intimar más con ella? ¿Y en cuántas extremó el cuidado para que no lo delataran sus emociones? Jamás le había hecho la más mínima insinuación. Le causaba vértigo pensar que pudiera quedar al descubierto lo que ella le suscitaba. Se cuidaba en especial de Chung: lo creía capaz de sospechar cuánto lo movilizaba Mirra con solo percibir nimiedades en su actitud.

Luego de varios días de cabildeos Kío anunció que estaba dispuesto a encarar el proyecto. Y tal como lo había supuesto Chung, Huno y Mirra decidieron acoplarse a esa resolución.

· 2 ·

LAS ANDANZAS

No pasó mucho tiempo para que Huno se reprochara haber consentido su participación en el viaje a la Estación. Se cuestionó su apresuramiento, el no haber hecho un análisis más concienzudo del proyecto presentado por Chung. Le fastidiaba pensar que había sido manipulado, igual que los demás, para suscribir un capricho individual. Entendía que era difícil lograr que el grupo volviera a discutir la idea; no obstante, le manifestó a Kío sus prevenciones.

—En estos días me estoy preguntando si no nos estaremos equivocando al trasladarnos un año allá arriba —le dijo a Kío.

—¿A qué viene eso ahora Huno?, ¿qué está flotando por esa cabecita?

—Qué querés que te diga, tengo dudas de que ese viaje sea una buena idea.

—¿No te parece un poquito tarde para replanteos?, ya lo debatimos mucho y te recuerdo que todos llenamos los formularios solicitando el traslado.

—¿Qué tiene que ver?, ¿no podemos arrepentirnos? Si nos echamos atrás, no creo que pase nada. No nos pueden obligar a viajar, y tampoco nos pueden sancionar si desistimos. A lo sumo podríamos recibir una advertencia.

—¿Qué es lo que te preocupa Huno?, no des más vueltas, decímelo de una vez.

—Contestame primero una cosa: ¿vos querés trasladarte más que nada por los créditos que se te acreditarían a la vuelta, no?

—Los créditos me interesan, pero no es solo eso.

—¿Es para acceder a una vivienda más amplia, entonces? ¿Sabés lo que pienso? Que es un contrasentido. Es muy probable que vayamos a enclaustrarnos más de lo que estamos acá. Habrá que acomodarse a un nuevo domicilio con muchas dudas respecto de cómo resultará, y todo para que cuando volvamos podamos tener un poquito más de confort o de capacidad de consumo.

—Tampoco hay que exagerar. No lo pongas como si fuéramos a tener una pesadilla. Hay que tomarlo como una experiencia más. Un año transcurre volando, no creo que resulte tremendo pasar ese tiempo en la Estación.

—No quiero exagerar, pero por momentos me convenzo de que nos espera un lugar negativo en el que vamos a sentirnos limitados, muy controlados. ¿Tuviste en cuenta que allá va a ser difícil que podamos bromear como lo hacemos acá?

—¿A qué viene eso? Ya desistimos de hacer esa clase de bromas. ¿No lo habíamos dado por terminado? Y, por supuesto, allá menos que menos conviene arriesgarse. Por más pequeña que sea la infracción que cometas, seguro que te identifican al instante. El otro día leí que si te mandás una trastada más o menos importante, ni siquiera te advierten, te recluyen directamente en tu cuarto hasta que puedan deportarte. Y si el hecho es grave, lo tenés que seguir pagando acá. No es joda.

—¿Y cuál sería el castigo al que tanto hay que temer? ¿El bloqueo domiciliario?, ¿y qué? Acá vivimos casi siempre encapsulados. ¿A una internación? Ya la viví una vez y no la pasé tan mal, aunque claro, se pasaría mejor si las sanguijuelas de los sanitaristas no estuvieran observándote en todo momento, no descansan. ¿Qué otra cosa podría pasar? ¿Una quita de créditos? Tengo muchos excedentes, hace tiempo que vengo utilizando menos de los que me acreditan. No sé en qué gastar lo que tengo acumulado. Te cedo una parte si querés, no me interesa atesorarlos para canjearlos por un domicilio un poco más confortable, estoy conforme con el que me asignaron. Tampoco me interesa acceder a comida o ropa supuestamente de mayor calidad, que vaya a saber si es cierto que tienen más calidad. ¿Me restringirían los permisos para viajar? Me da igual, no me afectaría en absoluto. ¿Me limitarían los cupos para presenciar eventos? Tampoco me afligiría, siempre preferí seguirlos por pantalla. Nunca entendí a los que se movilizan y se estrujan en medio de una multitud para presenciar un espectáculo que se puede disfrutar mucho mejor en la comodidad del propio apartamento.

—Estás diciendo disparates. ¿Cómo no te va a importar si te bloquean o te internan? A mí sí me molestaría, no me gustaría nada, cuantas menos restricciones padezca mejor. Mucho menos quiero tener atrás de mí a los sanitaristas diciéndome que hay que pensar en esto, que hay que pensar en lo otro, que hay que actuar así o asá. Pretendo vivir lo más cómodo que pueda, y los mayores créditos te viabilizan un mejor pasar. No quiero conformarme con las prestaciones básicas.

—Yo con eso puedo arreglarme lo más bien.

—Yo también puedo arreglarme bien, pero ¿por qué resignarse si existe la chance de vivir mejor? Prefiero probar, arriesgar, por supuesto siempre y cuando que eso no signifique un gran sacrificio. Y trasladarse a la Estación no creo que sea algo terrible. Es un año nada más. Cuando te quieras acordar ya vas a estar de vuelta. Capaz que después hasta te gusta y pedís quedarte un año más. ¿Cómo saberlo? No quisiera oír luego que te querés quedar, eh. Lo que sí tengo claro es que allá no voy arriesgarme haciendo algo que me perjudique.

—¡Pero cuánto susto hermanito!

—Pensá como quieras. Es más, no me extrañaría que ahora, que estamos postulados para viajar, estemos siendo investigados más de cerca.

—Claro, y por eso ahora mismo están escuchando lo que estamos hablando.

—No digo tanto, pero puede que hagan un mayor seguimiento de nuestros pasos en los espacios públicos. Si la seguridad allá es un asunto serio, es posible que quieran asegurarse que las personas autorizadas a viajar no vayan a hacer desmanes, y eso podría justificar, ¿quién sabe?, hasta las escuchas de conversaciones privadas.

—Esas interferencias constituyen un delito grave, además no son tan sencillas de hacer. Existen salvaguardas que impiden las intercepciones.

—Pero, los que diseñan los sistemas, que según vos son tan inteligentes, tan preparados y tan responsables, ¿acaso no saben cómo hacer estas cosas sin levantar sospechas? ¿Vos mismo no estás en condiciones de hacerlas?

—No se trata de inteligencia, se trata de que las escuchas están vedadas salvo para casos muy excepcionales, y nuestro viaje no lo es. Y yo trabajo denunciando fugas de control, no es lo mismo.

—Es algo parecido.

—Es distinto, estamos hablando de acciones ilegales.