La muerte de Sócrates - Jun Matsuura - E-Book

La muerte de Sócrates E-Book

Jun Matsuura

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Beschreibung

Este manga nos presenta la figura de Sócrates: su vida, su pensamiento y, especialmente, el episodio de su muerte. Está basado en los tres diálogos platónicos que tocan más de cerca el tema del juicio y la condena de este gran filósofo de la Antigüedad: la Apología (que relata el juicio y los argumentos con los que Sócrates se defiende a sí mismo), el Critón (que trata sobre el espíritu de las leyes y la justicia y transcurre durante su encarcelamiento) y el Fedón (que trata sobre la muerte y la teoría platónica del alma y transcurre durante el último día de vida de Sócrates). Cuando mis hijos sean mayores, atenienses, importunadlos como yo he hecho con vosotros, y si veis que prefieren el dinero a la virtud, o creen ser algo sin serlo, reprochadles, como yo a vosotros, que no se preocupan de lo necesario y se creen algo sin ser dignos de nada. […] Ha llegado el momento de retirarme, yo a morir y vosotros a vivir. Nadie sabe con claridad qué cosa es mejor, excepto el dios.

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Diseño de la cubierta: la otra h

Maquetación electrónica:produccioneditorial.com

© 2017, Jun Matsuura

© 2017, la otra h, Barcelona

ISBN: 978-84-16540-55-6

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a cedro (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com)

Índice

Portada

Portada interior

Créditos

Introducción

Apología

Critón

Fedón

Apología de Sócrates

Jun Matsuura

Información adicional

Apología de Sócrates

Platón

SÓCRATES: No sé, atenienses, la impresión que os ha dejado el discurso de mis acusadores. Tan convincente ha sido que os confieso que me he visto como un desconocido. Puedo aseguraros que no han dicho ninguna palabra verdadera.

De sus mentiras me ha sorprendido, sobre todo, que os predispongan a desconfiar de mi elocuencia. No temen la vergüenza de que, hablando con poca elocuencia, los trate de embusteros, lo que no deja de ser vergonzoso. A no ser que llamen elocuente al que dice la verdad. Si esto pretenden, declaro que soy un gran orador, pero no de su calaña. Repito que no ha salido de mis acusadores una palabra verdadera, y ahora vais a oír la verdad de mi boca. Pero no oiréis, por Zeus, un bello discurso de preciosas frases y citas selectas, como son sus discursos, sino palabras espontáneas y sencillas, porque estoy convencido de lo que digo, y ninguna otra cosa se puede esperar de mí. No sería propio, a mi edad, presentarme ante vosotros como un jovenzuelo con el discurso preparado.

Por esta razón, la única gracia que os pido, atenienses, es que si en mi defensa escucháis las mismas expresiones de las que me he servido con vosotros en el ágora, en las casas de contratación y en cualquier sitio donde me habéis oído, no os sorprendáis, ni os irritéis por ello. A mis setenta años es la primera vez que comparezco ante un tribunal de justicia.

Por lo pronto, me resulta extraño el lenguaje que aquí se habla. Si fuera extranjero, me dejaríais expresarme con el acento y el lenguaje de mi país. Por eso os pido, y considero justa mi petición, que me permitáis hablar a mi manera, buena o mala, y que atendáis del mejor modo solamente si digo cosas justas o no, pues esta es la virtud del juez y del orador: decir la verdad.

Es justo, por lo tanto, que empiece defendiéndome de mis acusadores, refutando las primeras acusaciones, antes de llegar a las más recientes que me han formulado. Porque han surgido cerca de vosotros, desde antiguo, muchos acusadores que han propagado falsedades contra mí. A ellos los temo más que a Ánito y los suyos, aunque estos sean terribles; pero aquellos son aún más terribles por cuanto desde niños os han dado de mí malas noticias, y os han dicho que un tal Sócrates, hombre sabio que indaga las cosas celestes y las entrañas de la tierra, sabe cómo convertir en buena una mala causa.

Quienes han sembrado esos falsos rumores son los más terribles acusadores, pues prestándoles oídos os convencen de que quien indaga esas cosas no cree en los dioses. Estos acusadores, en efecto, son numerosos, y hace ya tiempo que me han condenado. Os han prevenido contra mí en la edad más crédula, cuando erais niños o muy jóvenes, sin que el acusado estuviera presente; y lo peor es que no conozco sus nombres, a excepción de cierto autor de comedias. Por envidia o malicia os han inoculado esas falsedades; y a esos que, convencidos ellos mismos, han convencido a otros, no puedo obligarlos a comparecer para refutarlos; por consiguiente, debo hacer mi defensa batiéndome, como se dice, con una sombra, y argumentar sin la presencia de mi adversario.

Considerad que tengo, como os he dicho, dos clases de acusadores: los que me acusan ahora ante el tribunal y los que vienen acusándome hace tiempo; y a estos es preciso que responda, pues de ellos guardáis más honda impresión.

Pues bien, hay que hacer la defensa, atenienses, y arrancar de vuestro espíritu, en poco tiempo, esa calumnia ya vieja que ha echado en vosotros profundas raíces. Desearía de corazón que fuese en beneficio vuestro y mío, y poder conseguirlo con mi defensa. Pero conozco su dificultad y no quiero hacerme ilusión. Que sea lo que quiera el dios; yo he de obedecer a la ley y defenderme.

Remontémonos, pues, al origen de la acusación, con la que he sido tan desacreditado que ha dado a Meleto entereza para arrastrarme ante el tribunal. ¿Qué decían mis acusadores? Es necesario oírla, como si tuviera la forma de una acusación jurada: «Sócrates comete delito al indagar las cosas celestes y las entrañas de la tierra, y al convertir en buena una mala causa y enseñar estas cosas».