Todo sucedió una noche - Rachael Thomas - E-Book

Todo sucedió una noche E-Book

Rachael Thomas

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Beschreibung

No tuvo más remedio que tomar una decisión: casarse con ella. Serena James no había olvidado al hombre que le había partido el corazón, y tampoco había olvidado la furia que había en sus ojos cuando se separaron. Pero su aventura veraniega tuvo consecuencias imprevistas y, tres meses después, se vio obligada a volver a la isla de Santorini. Nikos Petrakis estaba a punto de cerrar un acuerdo que aumentaría su fortuna y lo convertiría en un hombre aún más poderoso. No quería distracciones y, mucho menos, si se presentaban en forma de una pelirroja impresionante cuyas curvas pedían a gritos que las acariciaran. Pero esa pelirroja le iba a dar un heredero…

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Seitenzahl: 176

Veröffentlichungsjahr: 2017

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Rachael Thomas

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Todo sucedió una noche, n.º 2530 - marzo 2017

Título original: From One Night to Wife

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situacionesson producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientosde negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas porHarlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y susfiliales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® estánregistradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otrospaíses.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin EnterprisesLimited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9300-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Nikos Lazaro Petrakis se levantó y clavó la vista en las resplandecientes aguas del mar, sin prestarles atención. Las palabras que acababa de leer lo habían dejado confuso. Y el recuerdo de su autora, la única mujer que lo había hecho soñar con el amor, habían avivado un deseo que creía extinto.

 

Tenemos que hablar. Te espero en la playa esta noche. Serena.

 

Serena James había estado a punto de atravesar sus defensas emocionales, y eso le había afectado más de lo que estaba dispuesto a admitir. De hecho, se alegró cuando la casualidad le ofreció la excusa que necesitaba para quitársela de encima, y se sintió aliviado cuando ella se fue sin mirar atrás.

Habían pasado tres meses desde entonces, tiempo más que suficiente para olvidar. Él había vuelto a Atenas y se había dedicado en cuerpo y alma a su empresa, la Xanthippe Shipping. Trabajaba de un modo tan obsesivo y feroz que hasta su secretaria se quedó extrañada. Pero no olvidó a Serena. A pesar de todos sus esfuerzos, el deseo sobrevivió en lo más profundo de su ser, como si estuvieran unidos por un hilo invisible.

Sin embargo, eso no era tan inquietante como su súbito e inesperado regreso a la isla de Santorini, la tierra natal de Nikos. ¿Qué estaba haciendo allí? Solo se le ocurría una explicación: que sus noches de amor en la playa hubieran tenido una consecuencia tan imprevista como indeseada.

Nikos respiró hondo. Tenía que ser eso. Estaban tan ofuscados por el deseo que se habían acostado una y otra vez sin protección alguna. Pero, si efectivamente se había quedado embarazada, ¿por qué no se lo había dicho antes? Al pensarlo, se le ocurrió otra posibilidad: que hubiera echado mano de sus contactos profesionales y hubiera descubierto que no era un simple pescador, sino el dueño de un pequeño imperio económico.

Serena era periodista, y había ido a Santorini a recabar información para un artículo que iba a escribir. Él no lo sabía al principio, y no había mentido sobre su identidad porque desconfiara de ella, sino porque le pareció más fácil que dar explicaciones sobre su vida. Afortunadamente, Serena no trabajaba para la prensa amarilla, sino para revistas de viajes. Pero eso no significaba que fuera a desaprovechar una buena historia.

Nikos se maldijo para sus adentros. Creía que era distinta, que no se parecía a las mujeres con las que había salido hasta entonces. Y, por lo visto, era igual que las demás. Solo quería su dinero.

Volvió a la mesa del despacho y llamó a su secretaria por el intercomunicador. Tenía que hacer algo, y hacerlo pronto. Estaba a punto de cerrar un acuerdo que convertiría a la Xanthippe Shipping en una de las mayores compañías mundiales de cruceros de lujo: la compra de la naviera Adonia Cruise Liners. Un acuerdo que fracasaría con toda seguridad si Serena publicaba su historia.

–Encárgate de que preparen mi avión –le ordenó–. Tengo que volar a Santorini esta misma tarde.

A pesar de su enfado, Nikos se sorprendió a sí mismo con pensamientos que no guardaban relación alguna con el futuro de su empresa. La vivaz, alegre y lujuriosa Serena James le había dejado una huella indeleble. Había conseguido que deseara cosas que no podía tener, y le había dado algo único: su virginidad. Pero, paradójicamente, eso aceleró su decisión de despedirse de ella y poner tierra de por medio.

El amor era un lujo que no se podía permitir. Había sufrido mucho por su culpa, y no quería sentirse vulnerable.

Se pasó una mano por el pelo y miró otra vez el mar. Un crucero estaba atracando en el puerto y, al fondo, se veían varios mercantes que esperaban turno para desembarcar sus mercancías. Pero, a diferencia de otras veces, Nikos no se sintió mejor al contemplar el resultado de sus sueños y su trabajo; por mucho que se resistiera, su mente regresaba constantemente a la esbelta pelirroja que lo había vuelto loco de deseo durante dos semanas.

Aún podía ver su piel pálida, sus ojos verdes, su pelo tan encendido como las hojas de otoño. Aún podía ver su sonrisa, que siempre invitaba al beso.

Nikos sabía que había cometido un error al dejarse llevar por la lujuria hasta el extremo de perder el control. Sin embargo, Serena le gustaba demasiado. El simple hecho de tenerla entre sus brazos despertaba en él la necesidad de poseerla. Era superior a sus fuerzas. Y, cuando llegó el momento de despedirse de ella, se sentía tan frustrado que se mostró particularmente frío y brutal.

Era de noche y acababan de hacer el amor en la playa. Serena ya se había vestido, aunque su rostro mantenía aún el rubor del sexo. Pero su rubor se convirtió en palidez cuando él la miró y dijo, de forma seca: «Avísame si lo nuestro tiene consecuencias».

Tras unos momentos de desconcierto, Serena dio media vuelta y se fue, dejándolo plantado. Nikos no se lo reprochó. Lo comprendía perfectamente. En cambio, no comprendía que un hombre como él, un hombre con su pasado, se hubiera dejado arrastrar a una pasión desenfrenada y hubiera roto su norma más importante: mantener el control en cualquier circunstancia.

Durante los tres meses siguientes, no hizo otra cosa que cruzar los dedos para que aquella pasión no hubiera tenido las consecuencias que temía. Pero Serena había vuelto, y quería hablar con él.

Nikos se maldijo para sus adentros. ¿A quién intentaba engañar? La conocía lo suficiente como para saber que ninguna primicia periodística la habría empujado a volver a Santorini. Si estaba allí, no era porque hubiera descubierto la verdad. Estaba allí porque se había quedado embarazada de él.

 

 

Serena se empezó a poner nerviosa. El día avanzaba tan deprisa como la marea, cada vez más alta. Y Nikos no aparecía.

¿Dónde se habría metido?

En otras circunstancias, el rítmico sonido de las olas la habría tranquilizado; pero estaba tan tensa que nada la habría podido calmar. ¿Quién le habría dicho que Nikos no era un simple pescador, sino un multimillonario?

Lo había descubierto esa misma tarde, en Londres, mientras esperaba su vuelo. De repente, el rostro del hombre que había sido su amante durante dos maravillosas semanas apareció en una pantalla de televisión. Por lo visto, estaba a punto de cerrar un acuerdo que convertiría a su empresa en una de las mayores navieras del país. Y ella se sintió tan estafada como profundamente idiota.

Había tomado la decisión de viajar a Santorini porque creía que Nikos no tenía dinero para ir a verla a ella. Era lo mínimo que debía hacer. No le podía dar una noticia tan importante por teléfono. Y ahora resultaba que la había engañado.

Estaba tan furiosa que, en ese momento, solo quería trastornar el rentable mundo de Nikos y crearle tantos problemas como él le había creado a ella. Pero la espera fue apagando su furor, que se transformó en inseguridad. ¿Qué haría si no se presentaba? ¿Llamarlo y decirle que se había quedado embarazada? ¿Quería que formara parte de su vida y de la vida de su hijo? ¿De verdad lo quería?

Serena no soportaba a los mentirosos, había crecido entre mentiras, y estaba harta de ellas. Además, su descubrimiento lo había cambiado todo. Durante unos días, había albergado la esperanza de fundar una familia con él, pero era obvio que un hombre tan rico no querría saber nada de una mujer normal y corriente.

¿Cómo era posible que la hubiera engañado?

Se llevó una mano al estómago y pensó en su última noche, cuando el cálido y maravilloso pescador del que se había enamorado cambió de actitud y se dirigió a ella con frialdad, preocupado ante las posibles consecuencias de su imprudencia sexual.

Lo que al principio iba a ser un simple beso de despedida, un recuerdo romántico antes de volver a Inglaterra, se transformó en algo enormemente más intenso. Y estaban tan cegados por la pasión que se dejaron llevar sin tomar precauciones de ninguna clase. Él la deseaba con locura, y ella quería experimentar el amor con aquel hombre que le daba todo sin pedir nada a cambio.

Serena se estremeció. No se lo había contado a nadie, ni siquiera a su familia. Su hermana estaba al tanto de su breve relación con Nikos, pero desconocía lo más importante porque ella no había tenido el valor de decírselo. Además, Sally tenía sus propios problemas, y no la quería preocupar.

–¿Serena?

Serena se quedó sin aliento al oír su voz. No había estado tan nerviosa en toda su vida. Pero se armó de valor y, tras girarse hacia él, dijo:

–Pensaba que no vendrías.

Nikos se acercó y clavó en ella sus ojos azules, que ya no le parecían cálidos como un cielo de verano, sino fríos como un iceberg. Había cambiado. No era el hombre que había conquistado su corazón. Y, aunque eso era lo de menos, ni siquiera vestía del mismo modo: los trajes de diseño habían sustituido a sus antiguas camisetas y vaqueros desgastados.

Serena volvió a dudar. ¿Estaba haciendo lo correcto? ¿Había hecho bien al viajar a la isla de Santorini?

A excepción de su ropa y su frialdad, Nikos seguía siendo el mismo: alto, moreno, de facciones angulosas y labios inmensamente deseables. Pero sus rasgos habían adquirido una apariencia dura, y sus labios tenían la rigidez típica de quien quería marcar las distancias y advertir que no estaba para bromas.

–Lo siento. Tenía negocios que atender.

–Tienes un aspecto muy…

Serena se detuvo, intentando encontrar la palabra adecuada. Era un momento crucial para los dos, porque estaba a punto de darle una noticia que iba a cambiar sus vidas. Pero las mentiras de Nikos y su propia inseguridad complicaban las cosas.

–¿Sí? –dijo él.

–Un aspecto muy profesional –continuó ella–. De hombre de negocios.

Los ojos de Nikos brillaron con un fondo de ira. Definitivamente, aquel no era el hombre que la seducía y le hacía reír, el hombre al que había entregado su cuerpo. Era diferente. Era el verdadero Nikos.

–Puede que me conocieras con ropa de pescador, pero eso no significa que siempre vista del mismo modo.

Serena dio un paso atrás y echó un vistazo a la desierta playa para no tener que mirarlo a los ojos. No se lo estaba poniendo fácil. Por su actitud, era evidente que conocía el motivo de su visita y que jugaba con ella para arrancarle la verdad.

–¿Sabes por qué estoy aquí?

Él no apartó la vista de sus ojos, y ella tuvo que resistirse al deseo de bajar la cabeza. No podía dejarse intimidar. Pasara lo pasara, tenía que ser fuerte.

–Sí, lo sé. Pero deberías haber venido hace dos meses.

La fría naturalidad de Nikos le partió el corazón y destruyó un poco más los sentimientos que aún albergaba. Se había intentado convencer de que podían tener una vida juntos, pero su relación solo había sido una aventura, un juego de dulces palabras y apasionados besos, un divertimento de verano.

–No he venido antes porque llevo dos meses y medio de náuseas y mareos –replicó Serena, enfadada.

–¿Y por qué no me llamaste por teléfono? Si no recuerdo mal, te pedí que te pusieras en contacto conmigo si pasaba algo.

Ella lo miró con incredulidad.

–¿Que me lo pediste? No me lo pediste. Me lo ordenaste –puntualizó.

Nikos se mantuvo impasible.

–Eso no es cierto. Me limité a pedirte que me llamaras si te quedabas embarazada –se defendió–. Y, francamente, no creo que llamar por teléfono sea tan complicado… ¿Por qué has esperado tanto? ¿Y por qué vienes ahora?

–Tenía que pensar.

–¿Pensar?

–Sí. Tomar una decisión sobre lo que debía hacer.

A decir verdad, había sido la decisión más difícil de su vida. Si quería tener el niño, tendría que criarlo sola, porque estaba segura de que Nikos no quería ser padre. Pero ese no era el único problema.

Su madre se llevaría un disgusto cuando supiera que se había quedado embarazada en su primera relación amorosa, y se pondría en su contra porque le parecería socialmente inaceptable. Nunca había sido una mujer fácil. Estaba demasiado preocupada por la opinión de los demás; tan preocupada, que había escondido el dolor y la vergüenza de su desastroso matrimonio tras una fachada de supuesta felicidad.

Y luego estaba su hermana. ¿Cómo reaccionaría al saber que estaba esperando un hijo? La pobre Sally, que ardía en deseos de ser madre y no lo conseguía.

–¿Sobre lo que debías hacer? ¿Es que no estaba claro?

Ella sacudió la cabeza.

–No, no lo estaba.

–¿Y ahora lo está?

Nikos parecía decidido a sacarla de quicio. Sus preguntas eran conscientemente lacónicas, como si la quisiera obligar a llevar el peso de la conversación. Y ni siquiera había tenido la decencia de admitir que había mentido sobre su identidad.

¿Sería una especie de castigo?

Fuera por el motivo que fuera, a Serena le pareció increíble que la hubiera engañado con tanta facilidad. Durante las dos semanas de su relación, habían estado juntos casi todo el tiempo; pero, a pesar de ello, no se había dado cuenta de que irradiaba un poder muy particular: el de un hombre acostumbrado a dar órdenes y salirse con la suya.

–Sí, así es. He pensado mucho, Nikos. He pensado en tus mentiras y en las palabras que me dijiste la última vez que nos vimos. De hecho, no he pensado en otra cosa.

Él apretó los labios, pero ella siguió adelante. El sol se estaba ocultando con una exhibición espectacular de rojos, naranjas y morados que, en otras circunstancias, habría captado toda su atención.

–Parece que me quieres castigar por no habértelo dicho cuando lo supe, pero guardé silencio porque quería decírtelo en persona. Qué tonta he sido, ¿verdad? Pensé que no te podía informar por teléfono, que merecías algo mejor… ¿Sabes por qué he esperado tanto? Porque no me sentía bien para viajar.

Nikos dio un paso adelante.

–Aún no me lo has dicho, Serena. Sigo esperando a que lo digas.

Ella suspiró, irritada.

–Estoy embarazada, Nikos. Voy a tener un hijo tuyo.

–¿Y qué esperas de mí? ¿Por qué has venido? Sinceramente, no puedo creer que hayas hecho este viaje sin más intención que la de hablar conmigo cara a cara.

–No espero nada de ti –replicó, alzando la barbilla con orgullo–. ¿Qué podría esperar de Nikos el pescador, si no existe?

Él entrecerró los ojos.

–¿Cuánto, Serena?

Ella frunció el ceño.

–No te entiendo…

–¿Cuánto dinero quieres?

Serena retrocedió, asombrada por la pregunta y por su tono de voz, descaradamente acusatorio. Estaba tan cerca de la enorme roca donde se había sentado a esperarlo que se dio con ella, pero ni siquiera lo notó. ¿Creía que había viajado a Santorini para pedirle dinero? La idea era tan absurda y ofensiva que, una vez más, se arrepintió de haber querido hablar con él.

–No estoy aquí por tu dinero –replicó, enfadada–. Solo quería decírtelo en persona y volver después a Inglaterra.

Ella lo miró a los ojos y deseó que las cosas hubieran sido distintas, que no le hubiera mentido ni hubiera provocado el fin de su relación con unas palabras tan desapasionadas que aún resonaban en su cabeza. Para Nikos, sus dos semanas de amor habían sido un simple divertimento, una aventura de verano; pero, para ella, había sido algo más, algo que había cambiado su existencia.

Respiró hondo y se acordó de Sally, que se había sometido a varios procesos de fecundación in vitro y seguía sin quedarse embarazada; en cambio, ella lo había conseguido en su primera relación amorosa, y sin intención alguna. ¿Cómo era posible que la vida fuera tan cruel? Era una situación tan desgraciadamente irónica que no se había atrevido a confesárselo a su hermana. De hecho, Nikos era el único que lo sabía.

–¿Pensabas que podías venir aquí, decirme que voy a ser padre y marcharte después como si no pasara nada?

Serena sacudió la cabeza.

–¿Y qué pretendes? ¿Que lo criemos juntos? –preguntó.

Nikos no dijo nada. Se apartó de ella y se quedó mirando el mar con expresión pensativa, mientras las olas rompían una y otra vez en la playa.

Serena admiró su perfil y se preguntó quién era realmente. Nikos le había dado los momentos más felices de su vida y, a pesar de lo sucedido, no se arrepentía de haberle entregado su cuerpo. Sin embargo, no iba a permanecer ni un minuto más con un hombre que no quería saber nada de ella. La felicidad de su hijo era lo más importante, y no lo podía condenar a estar con unos padres que no se querían.

Serena conocía las consecuencias de ese tipo de arreglos. Las había sufrido en carne propia. Sus padres estaban a punto de divorciarse cuando su madre se quedó embarazada de ella; y, en lugar de poner fin a una relación completamente agotada, se obligaron a seguir juntos porque pensaron que era lo mejor para el bebé.

Pero ella no iba a cometer ese error. No iba a ser tan irresponsable.

Se acercó a él y lo miró con intensidad, esperando una respuesta que no llegó. Entonces, instintivamente, le puso una mano en el brazo. Nikos se giró hacia ella y le lanzó una mirada tan cargada de dolor que Serena sintió el súbito deseo tomarlo entre sus brazos y decirle que todo iba a salir bien.

Desgraciadamente, el hombre del que se había enamorado era una simple invención. No existía. Así que sacó fuerzas de flaqueza y dijo, con tanta seguridad como pudo:

–Eso no es posible, Nikos. No podemos estar juntos.

 

 

–¿Qué estás diciendo, Serena?

Nikos lo preguntó con dificultades, casi sin poder hablar. El embarazo de Serena había avivado recuerdos muy dolorosos para él: la madre que lo había abandonado cuando solo era un niño, y el padre que la había repudiado tras decir que su matrimonio había sido un error.

Si su padre no hubiera muerto, le habría preguntado por ella, habría querido saber algo más sobre la mujer que lo había traído al mundo. Pero su padre falleció y, cuando su madre le escribió repentinamente el día de su decimosexto cumpleaños y le dijo que siempre lo había querido y que no tenía intención de hacerle daño, Nikos se limitó a cerrar la puerta de sus emociones.

Una puerta que había permanecido cerrada.

Aquella carta lo había empujado a tomar la decisión de no tener descendencia. Le aterraba la posibilidad de ser como sus padres y de condenar a un niño al infierno por el que él había pasado. Pero Serena se había quedado embarazada. Serena le iba a dar un hijo. Y no tenía más remedio que asumir la situación y ser el mejor padre que pudiera ser.

–Nikos, es mejor que nos vayamos cada uno por nuestro lado –respondió ella con suavidad–. No estamos en condiciones de dar al niño lo que necesita.

–¿Por qué no? Admito que no quería tener hijos, pero eso no significa que lo vaya a dejar en la estacada.

–No lo dejarás en la estacada. No estará solo.

Nikos entrecerró los ojos.

–¿Pretendes criarlo por tu cuenta? ¿Sin contar conmigo? –preguntó–. ¿O es que se lo vas a dar a tu hermana?

–¿A mi hermana?

–Sí, hablabas todo el tiempo de Sally. Decías que estaba loca por quedarse embarazada, y que no lo conseguía –le recordó–. Incluso llegaste a afirmar que, si pudieras tener un hijo por ella, lo tendrías.

–¿Cómo puedes ser tan retorcido? Yo no he insinuado en ningún momento que…

–Lo dijiste, Serena –la interrumpió–. Literalmente.

–¿Y qué? Solo son cosas que se dicen.

–Eso espero, porque no voy a permitir que entregues mi hijo a tu hermana.

Ella frunció el ceño.

–¿Tu hijo? Disculpa, pero es mío.

–Es de los dos –puntualizó él–. Y voy a asumir la responsabilidad que me corresponde.

Serena lo miró con ira, más desafiante que nunca.

–¿Y qué significa eso, si se puede saber?

Nikos sonrió sin humor.

–No te hagas la inocente. Sabes quién soy. Eres periodista, y supongo que no tardaste mucho en descubrir la verdad.

–Te equivocas. Lo he sabido hoy mismo, en el aeropuerto de Londres. Estaba esperando mi vuelo cuando te he visto en televisión, y no puedes imaginar la sorpresa que me he llevado. Qué tonta he sido, ¿verdad? Creía que eras un hombre sencillo, un pescador… Pero me mentiste. Me mentiste y me usaste.

–Como tú a mí.

–¿Yo?

–Confiésalo, Serena. Me sedujiste precisamente porque pensaste que era un don nadie. Calculaste que, si te quedabas embarazada de un hombre sin importancia, él no podría impedir que te quedaras con el niño y se lo dieras a tu hermana.

Ella lo miró con indignación.

–¡Eso no es verdad!