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Sabemos que Charlotte Lennox fue en su día una escritora muy conocida en el Londres de la segunda mitad del siglo XVIII. Si nació en Gibraltar o en las colonias de América del Norte, hecho que confirmaría a Lennox como la primera novelista americana, sigue siendo un misterio. Muchos otros misterios rodean la vida de esta mujer que se codeó con los más ilustres intelectuales londinenses de su tiempo, que gozó de su apoyo y estima, y que murió en Inglaterra en una situación de precariedad absoluta en 1804. Sus imperiosas necesidades económicas llevaron a la autora a un nivel de enorme productividad: escribió novelas, obras de teatro, traducciones, y trabajó en una polémica edición crítica de las obras de Shakespeare que pretendía ser el primer estudio de fuentes del famoso dramaturgo. Su obra gira en torno al tema de la mujer, preocupada por el papel de esta en la sociedad y de su educación. "La mujer Quijote" remite en su título a la más famosa novela de Cervantes. Y Arabella, su protagonista, tiene desde luego mucho que ver con Don Quijote: la inmoderada lectura de romances heroicos franceses hace que su razón se vea capturada por las hazañas de príncipes y princesas, que ella espera hallar reflejadas en su propia vida. Sus aventuras, más imaginarias que reales, son el hilo conductor de la novela, y aportan el tono de humor de la obra. Pero la burla no es cruel ni despiadada, y la joven aparece siempre retratada bajo una luz favorecedora como defensora de valores eternos frente a una sociedad hipócrita, pretenciosa y artificial, en un mundo basado en las apariencias.
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Seitenzahl: 816
Veröffentlichungsjahr: 2012
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Charlotte Lennox
La mujer Quijote
Edición de Cristina Garrigós
Traducción de Manuel Broncano
Índice
Cubierta
Introducción
Cronología de la vida y obra de Charlotte Lennox
Esta edición
Bibliografía
LA MUJER QUIJOTE O LAS AVENTURAS DE ARABELLA
Introducción de Bernardo María de Calzada
Al muy honorable Conde de Middlesex
Volumen I
Libro primero
Libro segundo
Libro tercero
Libro cuarto
Volumen II
Libro quinto
Libro sexto
Libro séptimo
Libro octavo
Libro noveno
Notas
Créditos
Para Lucía y Manuel,
nuestros pequeños quijotes
LA novela que aquí se prologa es obra de una autora muy desconocida en España. Y, sin embargo, el título inevitablemente remitirá al lector a la más famosa novela del ilustre Cervantes. La alusión en femenino a aquel hidalgo manchego al que la lectura de las novelas de caballerías hizo perder la razón quizá predisponga ya de entrada a los lectores a buscar entre estas páginas aventuras que en algo se asemejen a las del caballero de la triste figura.
Y desde luego Arabella, la protagonista de esta historia, tiene mucho que ver con Don Quijote, pues como en seguida veremos, la inmoderada lectura de los romances heroicos franceses hace que la razón de la joven se vea capturada por las hazañas de príncipes y princesas, que ella espera hallar reflejadas en su propia vida. Nos encontramos aquí con un personaje cuya visión del mundo no encaja en la sociedad en que le ha tocado vivir. Este contraste, entre el mundo ideal de la mente de la protagonista, derivado de la lectura de los libros, y el mundo real, será el hilo conductor de la novela, en la cual se suceden aventuras, más imaginarias que reales, que aportan el tono de humor a la obra.
Es ésta, por tanto, una sátira burlesca, pero la risa que provocan las situaciones en las que se ve envuelta Arabella no es nunca una risa cruel ni despiadada. Al contrario, a pesar de que, a primera vista, parece que el objeto de la burla son los romances que han obnubilado a la joven, ésta aparece siempre retratada bajo una luz tan favorecedora, que le resulta difícil al lector, tanto como al resto de los personajes, tener una opinión negativa sobre ella. En su lugar, la burla se dirige más bien a la sociedad contemporánea de la escritora, que manifiesta la hipocresía, presunción y artificiosidad de un mundo basado en las apariencias. Frente a esa visión, el mundo ideal en el que vive Arabella, de valores eternos, como el amor y el honor, se nos presenta como el único válido y admirable.
Precursora de personajes románticos como el de Marianne, en Sense and Sensibility, de Jane Austen, nuestra protagonista anhela un mundo en el que las pasiones y un código estricto de conducta, basado en el respeto y la lealtad, sean los que gobiernen el mundo. En el siglo de la razón, sin embargo, parece no haber espacio para las pasiones. En una época en que prevalecían el decoro y la reverencia por las formas clásicas, esta novela reivindica, a pesar de todo, las formas barrocas del romance y, no obstante la aparente frivolidad del argumento, es una novela en la que se dirimen, entre otras, las siguientes cuestiones trascendentales: ¿en qué consiste la razón?, ¿cuál es la relación entre literatura e historia?, ¿cuál aleja o acerca más a la verdad?
Todas estas preguntas surgen con la lectura de La mujer Quijote, una obra que, a pesar de alcanzar una gran popularidad en su época, ha pasado desapercibida para la mayor parte de la crítica hasta hace bien poco. Esta situación ha cambiado en los últimos años gracias, en gran medida, al esfuerzo de críticos y críticas que han reivindicado el papel de la autora, Charlotte Lennox, en el panorama literario de su tiempo. Existen, no obstante, muchos datos que todavía se desconocen sobre esta escritora. Si pertenece por nacimiento a la literatura británica o a la norteamericana son cuestiones, en mi opinión, de relativa importancia. Más importa, sin embargo, reivindicar esta novela como uno de los casos más interesantes de adaptación del modelo quijotesco, con especial atención a los problemas de género. Es innegable que la autora, independientemente de dónde naciera, frecuentaba los círculos literarios más selectos del siglo XVIII en Inglaterra y que, por derecho, esta obra merece ser considerada entre las primeras novelas, junto a las obras de Fielding, Defoe, Richardson, y las de muchas escritoras cuyos nombres aún son desconocidos para el público español. La tradición cervantina y los textos sobre los peligros que una imaginación excesiva puede acarrear a las mujeres son dos de las corrientes literarias más ricas del siglo XVIII y ambas confluyen felizmente en esta novela.
REESCRITURAS DIECIOCHESCAS DEL «QUIJOTE»
Inglaterra fue, sin duda, uno de los países donde Don Quijote tuvo una mejor acogida desde su publicación. La lectura que se hizo de esta novela, acorde con los pensamientos de la época, se centra sobre todo en sus elementos paródicos y satíricos, destacando su elevado componente humorístico. En palabras de Ronald Paulson, «si El Paraíso perdido de Milton servía de modelo para lo sublime, Don Quijote de Cervantes servía para lo cómico» (1998, ix). Sin embargo, a pesar de que el interés principal del libro radicaba para los lectores ingleses en su sentido del humor, se consideraba el Quijote como algo más que un libro divertido: se le juzgaba un libro «profundo», cuya traducción era empresa importante. La primera referencia a Don Quijote en Inglaterra fue hecha por George Wilkins, quien en su obra The Miseries of Enforced Marriage (1607) alude a la batalla contra los molinos de viento. A partir de ahí son incontables las referencias y alusiones a la novela de Cervantes hasta bien entrado el siglo XIX. Tal fue la popularidad de esta novela que en 1700 ya se habían publicado tres traducciones del Quijote, y hasta 1774 se publicaron hasta cuatro traducciones más, entre ellas la de Tobias Smollet (de todas, fue la de Motteux la más difundida y, decididamente, la más polémica)1.
El siglo XVIII representa el auge de la popularidad de la obra de Cervantes en Inglaterra. En este siglo, como apunta Rita Gnutzmann, se superó el concepto de Don Quijote como loco y bufón, con autores como Fielding, Smollet y Sterne, o ensayistas como William Hazlitt que expresaron su «máximo amor y veneración» por la novela (79). Anthony Close también señala el cambio de actitud que se produjo en el siglo de las luces con relación a la lectura del Quijote y advierte que es posible constatar cómo el talante humanista que predomina en esta época provoca una creciente simpatía hacia la locura del protagonista, por la que prevalecen sus virtudes sobre sus defectos. Afirma Close: «otro paso en esta dirección es el reconocimiento general, y justo, de cualidades como humanismo, caridad y bondad en el carácter del héroe de Cervantes» (12-13). En el siglo del empirismo inglés, la lectura del Quijote representa para escritores y pensadores un retrato diferente de la condición humana. Si en el siglo XVII el Quijote se leía como epítome de lo cómico y lo ridículo, en el XVIII empiezan a considerarse valores espirituales y humanistas. Al contrario que los franceses y los alemanes (por influencia francesa), que no ven en él la locura de un individuo, sino un símbolo de la loca sociedad española, los británicos aplican la nueva y moderna epistemología de Francis Bacon y sus seguidores a la lectura del Quijote. El principal problema de Don Quijote radicaría, según esta lectura, en su excesiva imaginación, pues ésta, en palabras de Hobbes, no es más que un «sentido decadente»:
Cuando un hombre confunde la imagen de su propia persona con las acciones de otro hombre, o cuando un hombre se imagina a sí mismo un Hércules o un Alejandro (lo cual le ocurre a menudo a aquellos que son demasiado aficionados a la lectura de los romances), esto es una imaginación establecida y real, una ficción de la mente2.
También John Locke, en su Ensayo sobre el entendimiento humano, afirmaba que entre los libros de ficción ninguno alcanza al Quijote en utilidad, gracia y constante decoro. Una opinión corroborada por Samuel Johnson, quien cree que toda persona tiene algo de quijote en su interior. Dice Johnson que la mente del hombre no está nunca satisfecha con los objetos que se hallan justo delante de él, sino que siempre está intentando escaparse del momento presente, perdiéndose en planes de futura felicidad:
Muy pocos lectores, ya sea por diversión o compasión, pueden negar que han albergado visiones del mismo tipo [que las de Don Quijote]; aunque quizá no hayan anhelado situaciones tan extrañas, o al menos inadecuadas. Cuando nos apiadamos de él, reflejamos nuestras propias desilusiones; y cuando reímos, nuestros corazones nos dicen que no es él más ridículo que nosotros, excepto porque él dice lo que nosotros sólo pensamos3.
El Quijote es obra de referencia casi obligada para la mayoría de los escritores ingleses de los siglos XVII y XVIII y, de hecho, los nombres más importantes de aquella época tienen alguna obra relacionada con el Quijote en casi todos los géneros literarios. Así, la versión teatral más conocida de Don Quijote fue la obra de Thomas d’Urfey, Comical History of Don Quixote (1694-1695), con música de Purcell, que siguió representándose hasta bien entrado el siglo XVIII. Hudibras (1662, 1663, 1677), de Samuel Butler es, asimismo, una de las adaptaciones más conocidas al inglés de la obra de Cervantes, en la que el objetivo de la sátira es el fanatismo de los puritanos. De hecho, las ilustraciones que hizo Hogarth de esta obra la anuncian como «El Don Quijote de esta nación, que describe de manera agradable el humor y la hipocresía de aquellos tiempos»4, aunque el Quijote de Butler es más bien grotesco y Sancho Panza se convierte en pícaro hipócrita. Asimismo nos encontramos en esta época numerosas obras menores cuyo título lleva explícita la referencia al Quijote. Entre otras podemos destacar: The Spiritual Quixote, or the Summer’s Ramble of Mr. Geoffrey Wildgoose (1773) de Richard Graves; The Philosophical Quixote, or Memoirs of Mr. David Wilkins (1782), anónima; The Amicable Quixote; or the Enthusiasm of Friendship (1788), anónima; o The History of Sir George Warrington or the Political Quixote (1797) de Jane Purbeck. Existen numerosos estudios sobre la presencia de la novela cervantina en la literatura inglesa, pero además del más reciente de Paulson, antes citado, y el de Michael McKeon, Don Quixote and the Origins of the English Novel (1987), quisiera destacar en España la tesis doctoral del profesor Pedro Javier Pardo García que, en más de dos mil páginas, aborda el estudio de las obras de Fielding, Sterne y Richardson a la luz de la lectura del Quijote5.
Henry Fielding, «el Cervantes inglés»6, escribió en 1729 (representada en 1734) una obra titulada Don Quixote in England cuando sólo contaba veintidós años, en la que introduce a Sancho y Quijote como personajes7. En esta obra, Fielding dirige su crítica hacia la corrupción e hipocresía de una sociedad injusta que contrasta con la locura ingenua de Don Quijote. Pero donde realmente desarrolla su deuda con Cervantes es en la novela que publica en 1742, Joseph Andrews, cuyo subtítulo dice: «escrita imitando la manera de Cervantes». Esta novela es, probablemente, el ejemplo más conspicuo de adaptación cervantina en Inglaterra. Concebida en principio como parodia de Pamela, algo que ya había hecho en Shamela (1741), Fielding se burla de las pretensiones de castidad y moralidad que propone Richardson en esta obra (aunque reconoce su admiración por Clarissa), y rechaza su falta de decoro, por elegir como protagonista a una joven prácticamente analfabeta, pacata e hipócrita. Sin embargo, la parodia richardsoniana se limita prácticamente al primer libro, pues a partir de la salida del héroe, la novela toma el modo cervantino que se anuncia en el título. Esta obra, calificada por su autor de «poema cómico épico en prosa», o romance cómico, no es ni un romance ni una obra burlesca. Fielding considera los romances heroicos como distorsiones de la realidad, y por ello rechaza «esas obras voluminosas comúnmente llamadas romances, es decir, Clelia, Cleopatra, Astraea, Cassandra, El Gran Ciro, e incontables otras, que contienen, en mi opinión, muy pocas enseñanzas y entretenimiento»8. Para suplir esta carencia de los romances, la novela de Fielding presenta a un personaje quijotesco en la figura de Parson Adams, un hombre desinteresado que representa los valores del buen cristiano, cuya inocencia le hace chocar con el resto del mundo, «un personaje de una simplicidad perfecta», en palabras de su autor (30). Son, precisamente, la sencillez y la firmeza de carácter lo que convierte a Adams en un personaje quijotesco, pues frente a la artificiosidad del mundo, él representa la fe en los valores inmutables. Pero además, Fielding llega a aprehender como nadie la ironía de Cervantes y la utiliza en su propia obra de manera que, en palabras de Stephen Gilman, «fue la adaptación consciente de la ironía cervantina lo que abrió el paso para el futuro de la novela» (45).
En este sentido, Pardo considera que en Joseph Andrews, igual que en The Adventures of Sir Launcelot Greaves (1760-1761) de Smollet, hay una primera asimilación del modo cervantino, una «dialogización del roman»9 que se concreta en una figura quijotesca literal. Frente a estos casos, Pardo distingue los de novelas como Humphry Clinker (1771)10, también de Smollet, y Tristram Shandy (1760-1767) de Laurence Sterne, cuyos quijotes están desplazados y van más allá de la mera asimilación, para presentar una obra más desarrollada y original, en lo que él denomina una «dialogización de la realidad», que también encuentra en Tom Jones (1749), de Fielding. Pardo señala así Tom Jones y Tristram Shandy como punto culminante de la novela cervantina en Inglaterra y coincide casi totalmente con Edward C. Riley, quien no duda en afirmar que Marivaux, Fielding y Sterne son los sucesores inmediatos más importantes en la tradición cervantina en cuanto al manejo de una ficción narrativa elaborada y sofisticada (147). En este sentido, Tristram Shandy es especialmente paradigmática, pues si bien es cierto que las alusiones al Quijote en la obra de Sterne son numerosas, más relevante resulta quizá la incorporación al texto de un modo narrativo trasgresor. Así, la obra de Sterne se encuadra dentro de lo que podríamos denominar literatura pre-postmoderna, que anuncia la experimentación formal que llevarán a cabo los escritores de la segunda mitad del siglo XX.
Un autor que no se encuadra fácilmente en lo que podríamos denominar tradición cervantina de la novela, es decir, la complejidad de niveles narrativos, la artificiosidad, el dialogismo, etc., es Samuel Richardson y, sin embargo, tanto Pamela como Clarissa tienen unos personajes femeninos que, como le ocurrirá a la protagonista de La mujer Quijote, están, por su condición de mujer, en una posición de desplazamiento. En el caso de Pamela, y con gran disgusto por parte de Fielding, la heroína termina alcanzando un lugar privilegiado, pues al resistirse a los avances de su señor, se gana su respeto y consigue casarse con él. En el caso de Clarissa, sin embargo, la protagonista se verá sumida en una serie de desgraciados incidentes que la conducirán al desastre. En ambos casos, lo que se dirime en estas novelas es el papel que una mujer tiene asignado en la sociedad y cómo salirse de las reglas establecidas puede resultar perjudicial. El énfasis en la moralidad de Richardson se convierte así, a nivel narrativo, en énfasis en el decoro. Por ello, Clarissa, como Don Quijote, son personajes fuera de contexto que no cumplen los requisitos del decoro para lograr su inserción en la sociedad y por ello su final ha de ser necesariamente dramático y aleccionador.
En la novela de Charlotte Lennox, veremos cómo la protagonista tampoco cumple las reglas del decoro que la sociedad impone, pues la lectura de los romances le enseña otros referentes textuales. Y, a pesar de que no es La mujer Quijote la única, sí es la primera adaptación femenina explícita del modelo quijotesco, según el cual se avisa a las mujeres de que corren el peligro de ver su juicio trastornado a causa de la obsesión por la lectura.
LOS PELIGROS DE LA LECTURA Y LAS MUJERES QUIJOTES
Una de las interpretaciones más populares del Quijote en el siglo XVIII fue la de sátira sobre los posibles perjuicios de una lectura indiscriminada. En este sentido, las mujeres se convierten en objeto de debate sobre lo que deben o no deben leer para que sean sensatas y cumplan el papel que la sociedad les ha asignado. Esta tradición didáctica sobre la lectura femenina y sus peligros aparece como tema en ciertos textos contemporáneos de La mujer Quijote, de Charlotte Lennox. En estas obras, las protagonistas son mujeres que viven completamente obsesionadas por las novelas sentimentales, lo que les impide relacionarse con sus semejantes con normalidad, puesto que lo hacen en función de unos códigos novelescos determinados y esperan que los demás respondan a esos códigos. Ello las conducirá a numerosos equívocos y peripecias que se suceden en el plano de la imaginación. Sin embargo, si bien dichas obras tienen un propósito moralizante, vemos que se desarrolla en ellas una sutil fantasía de poder femenino, pues a través de sus sueños románticos las mujeres adquieren protagonismo y una capacidad de decisión y de actuación inusitada para el papel que la sociedad les tiene reservado11.
La crítica a los romances es general en la época y se escriben numerosos textos que avisan a los lectores, sobre todo a las mujeres, de los peligros de su lectura12. Teniendo en cuenta que las mujeres, especialmente las de clase social alta, eran las que disponían de mayor tiempo libre, no es de extrañar que sean éstas las que constituyan el mayor grupo de lectores en el siglo XVIII. Y una de las lecturas más populares eran los romances, un término vago que se emplea para referirse a un tipo de narrativa en prosa diferente a la novela, y que, como nos recuerda Laurie Langbauer, ya en el siglo XVIII representa «todo lo que no comprendemos y no queremos imitar» (63)13. Los romances cuentan, sin embargo, con numerosos detractores que les objetan, sobre todo, su excesiva fantasía y la trasmisión de valores trasnochados. En este sentido, uno de los críticos más acerbos de estas obras fue Bernard Mandeville en su Fábula de las abejas (1714-1728), donde pretende demostrar que el impulso generoso que mueve a los caballeros de los romances a actuar en pro de otros y rendir servicios a su amada es una falacia que esconde el deseo egoísta de salvarse a sí mismo y de adquirir fama. Esta visión del ser humano nos presenta un retrato completamente diferente del de los romances: un ser movido por intereses personales, más que universales, que determinará en buena parte el individualismo de la novela del siglo XVIII14. También, aunque bastante más tardío, Erasmus Darwin en su Plan para el comportamiento de la educación femenina (1797) divide las novelas en serias, humorísticas y amorosas; desaconseja totalmente estas últimas y aconseja la lectura de La mujer Quijote, entre otras obras que cita, como ejemplo para las mujeres que deben evitar alimentar excesivas ilusiones románticas15.
Podemos encontrar varios casos de mujeres quijotes en la literatura, además de la novela de Lennox. Existe, por ejemplo, una obra de teatro titulada Angélica; o el Quijote con faldas que se ha atribuido a Lennox16. Esta comedia en dos actos comienza con un aviso a los lectores en el que se les informa de que los personajes protagonistas, Angélica y Careless, no sólo están basados, sino totalmente tomados de La mujer Quijote de la ingeniosa Sra. Lennox. En esta obra, Angélica, cuyo juicio se ha trastornado a raíz de leer tantos romances, considera a todos los hombres como raptores en potencia. Su padre, Sir William Lovemore, decide recurrir a un médico para que la cure y pueda casarse con Mr. Gripe, un viejo adinerado; pero mientras tanto, su joven enamorado, Careless, que dice haber leído tales romances, trama un plan para devolverle la razón y ganar su amor: con su criado, finge un duelo en el que Careless resulta vencedor y por tanto, merecedor de la mano de Angélica. Finalmente, la obra termina con los protagonistas y sus criados casados, el impetuoso Careless rendido ante una mujer, y Angélica curada de sus locuras. El conjunto de la obra, personajes, argumento, etc., parece pues tener poco que ver con la obra de Lennox y más con la de Aphra Behn, The Rover (1677). Es dudoso, en mi opinión, que Lennox sea la autora de esta obra, y más probable que se deba a alguien que quiso continuar la vena de mujeres quijotes iniciada oficialmente por la publicación de la novela de la autora.
Katherine Sobba Green afirma que durante las décadas siguientes a su publicación, la novela de Lennox inspiró la creación de otras mujeres quijotes similares a Arabella, que aparecen en novelas como Camilla de Fanny Burney, Mary de Mary Wollstonecraft, Belinda de Maria Edgeworth, The Heroine de Eaton Stannard Barrett o Northanger Abbey de Jane Austen (7). Ejemplo de esta tradición debe considerarse también una obra cuya protagonista, como Arabella, ve su mente nublada por la lectura de los romances, es «Angelina o la amiga desconocida», de Maria Edgeworth17. Al final de esta novela corta, de hecho, se cita explícitamente la obra de Lennox como ejemplo, y se «castiga» a la protagonista a leerla, para aprender de ella. La protagonista en este caso es la Srta. Warrick, que adopta Angelina como pseudónimo, una joven huérfana que vive con su protectora, Lady Diana Chillingworth. Sus problemas comienzan con la excesiva lectura de novelas románticas, que le sorben el seso. La narradora lo atribuye a sus padres, que le inculcaron el amor a la literatura sin el juicio necesario para distinguir lo provechoso de lo peligroso. Como consecuencia, Angelina se escapa de casa para conocer a la heroína de las novelas que tanto admira, Amarinta, con la que ha establecido correspondencia y que vive en Gales. Allí, y en un posterior viaje a Bristol, siempre en busca de la escurridiza heroína, Angelina se verá envuelta en toda serie de episodios burlescos, en los que el espíritu refinado y las nobles ilusiones de la joven chocarán con la rudeza y la cruda realidad de los aldeanos galeses o irlandeses. Ejemplo de ello es la criada, Bettsy Smith, una galesa glotona y analfabeta que la propia Angelina compara con el escudero del hidalgo español: «“Esta mujer es una Sancho Panza femenina”, pensó Angelina, aunque su propio parecido, más evidente aún, con la mujer Quijote nunca se le ocurrió a nuestra heroína [...] Tan ciegos estamos ante nuestros propios defectos»18.
Cuando tras una serie de situaciones cómico-burlescas en las que la autora hace un retrato satírico de Gran Bretaña en la época, con especial hincapié en los usos del lenguaje para marcar el estatus social y el origen, Angelina finalmente encuentra a Amarinta. La decepción del encuentro devolverá a Angelina a la realidad, pues ésta resulta ser una mujer zafia y aficionada al brandy, cuya excentricidad la lleva a poner en escena el personaje de Amarinta, más debido a los efluvios del alcohol que a creérselo de verdad. Esta revelación hará que la joven Angelina se dé de bruces con la realidad y decida, sumisamente, volver al lado de su protectora y su hermana, que le avisan del peligro de creer en los relatos fantásticos de los libros y le aconsejan la lectura de La mujer Quijote de Lennox para aprender bien la lección.
Otra novela que lleva explícito en el título su relación con la obra de Cervantes es Female Quixotism (1801) de Tabitha Tenney, autora norteamericana19. En esta novela, las aventuras de la protagonista, Dorcasina Sheldon, no son tan extravagantes como las de Arabella, pero el argumento es tan parecido, que se diría que Tenney lo ha copiado de La mujer Quijote. También aquí nos encontramos con una protagonista femenina huérfana de madre,
cuyo consejo la habría conducido por la senda racional de la vida y habría evitado que su imaginación se llenase de esperanzas inútiles y sueños visionarios de amor arrebatado, dardos, fuegos y llamaradas, con los que los indiscretos escritores de esta clase fascinante de libros, llamadas novelas, llenan la cabeza de muchachas sin juicio, para gran desgracia suya y, algunas veces, su total perdición (4-5).
Además, Dorcasina, como Arabella y Angelina, tiene una criada que actúa de confidente, en este caso Betty. Dorcasina está obsesionada por las novelas sentimentales inglesas del tipo de Roderick Random (Smollet) o Sir Charles Grandison (Richardson), no por las francesas que lee Arabella. Sin embargo, la heroína de Tenney no es la típica heroína como lo es Arabella (joven noble, hermosa, elegante). Al contrario, Dorcasina es poco agraciada y de características bastante mediocres. Su falta de discernimiento hace de Dorcasina una consumidora pasiva, que no discute ni cuestiona lo que lee y que interpreta la vida como una novela. Así, igual que en el episodio del jardinero en La mujer Quijote, Dorcasina cree que tras la apariencia de un sirviente se esconde un caballero disfrazado, porque acaba de leer Roderick Random. Esta ofuscación le impide ver la realidad de que hay hombres que se acercan a ella sólo por dinero, como Mr. Seymore, que se quiere casar con ella e internarla en un manicomio.
El énfasis en la educación de las mujeres empieza desde el aviso a «jóvenes colombinas [americanas] que leen novelas y romances»20. El epígrafe ya señala el carácter moralizante que va a tener el libro, donde se pone a Dorcasina Sheldon como ejemplo de las «desgracias y desastres» a los que puede conducir la lectura de estas obras, pues la protagonista termina sus días convertida en una solterona avejentada, que acaba la novela con una carta dirigida a la Sra. Barry, en la que le avisa para que evite que sus hijas lean este tipo de novelas que no hacen sino apartarlas de la realidad y llenar su cabeza de sueños imposibles de amor y felicidad. El libro está, por tanto, dirigido a un público femenino, pues se le considera especialmente susceptible de caer bajo los efectos perniciosos de una lectura indiscriminada.
La tradición de las «mujeres quijotes» en la literatura merece un estudio más detallado que el que estas páginas permiten. Entre los casos más conocidos, podemos citar el de Madame Bovary o de La Regenta, cuyas protagonistas, Emma Bovary y Ana Ozores respectivamente, viven, como Arabella, en un mundo encorsetado y aburrido, del que ellas huyen a través de los libros, aunque ello pueda acarrearles graves consecuencias. En otro orden de cosas debemos recordar la novela Don Quijote que fue un sueño (1986), de Kathy Acker, en la que la protagonista también es una mujer desplazada en una sociedad que ha perdido los valores morales. Sin embargo, de todas ellas, fue la novela de Charlotte Lennox la primera que transfundió el idealismo trasnochado del hidalgo español a una joven.
CHARLOTTE RAMSAY LENNOX
Es famosa la anécdota que relata Boswell, según la cual Johnson le comentó un día que había cenado en casa de la Sra. Garrick con la Sra. Carter, la Srta. Hannah More y la Srta. Fanny Burney: «Tres mujeres como éstas son difíciles de encontrar. No sé dónde podría hallar una cuarta, excepto la Sra. (Charlotte) Lennox, que es superior a todas ellas»21. Pero ¿quién es la Sra. Lennox, a la que tenía Johnson en tan alta estima? Sabemos que en su día fue una escritora muy conocida en el Londres de la segunda mitad del siglo XVIII. Sin embargo, muchos datos referentes a su persona son oscuros y contradictorios.
Resulta difícil aún en la actualidad confirmar si Charlotte Lennox nació en Gibraltar o en las colonias de América del Norte. Si fuera este último el caso, ello confirmaría a Lennox como la primera novelista americana, una postura defendida por algunos críticos (Maynadier, Sejourné). La mayoría de las fuentes señalan que la escritora nació entre 1727 y 1730 en uno de estos dos lugares y murió en 1804 en Inglaterra, donde está enterrada en el cementerio de Westminster, en Londres. El misterio de su nacimiento no es sino uno de los muchos que rodean la vida de esta mujer que, al parecer, se codeó con los más ilustres intelectuales de la sociedad londinense de su tiempo, gozó de su apoyo, tanto económico como literario, y murió en una situación de precariedad absoluta. No se explica que siendo Charlotte Lennox una de las veinte escritoras que más libros vendieron entre 1750 y 1770, sus penalidades económicas fueran constantes en su vida22. Sin embargo, sus extremas necesidades financieras la llevaron a solicitar una pensión al Royal Literary Fund en 1792, ante cuyo comité ella declaró haber nacido en Nueva York en 1720. Sin embargo, como bien argumenta Duncan Isles, si eso fuera verdad, la autora habría tenido su primera hija, Harriot Holles, nacida en 1765, a los 45 años, y su hijo, George Louis, nacido en 1771, a los 51. Parece, por lo tanto, más probable que la escritora mintiera con el fin de despertar compasión al hacerse pasar por mayor de lo que era y conseguir así la ayuda económica solicitada. Duncan Isles sugiere que la escritora nació más bien alrededor de 1729-1730 y seguramente en Gibraltar y no en Nueva York, aunque existen otros estudiosos que optan por la provincia de Nueva York, en concreto, la capital, Albany23.
La mayoría de las fuentes, basadas en la información que dio ella misma ante la Royal Literary Fund, apuntan que su padre fue James Ramsay, gobernador o vicegobernador de Nueva York en 1720. Una vez más, sin embargo, parece que la autora quería otorgar más importancia de la que tenía al cargo que ocupaba su padre, pues no existe mención alguna de ningún James Ramsay que desempeñara dicho puesto en aquella época, aunque sí hubo, como apunta Miriam Small en la primera y más completa biografía de la autora hasta la fecha, un oficial con tal nombre que fue nombrado capitán de una compañía de soldados en Nueva York en 1738 (Small, 230-231). De la juventud de la autora y su vida en las colonias americanas, se poseen datos confusos y lo que podemos conocer es casi exclusivamente por su obra: los primeros poemas que publicó la autora son claramente autobiográficos, como indica su título, Poems on Several Occassions (1747). Están dedicados a Lady Isabella Finch, su protectora en sus primeros años en Inglaterra, adonde llegó probablemente en algún momento cuando contaba entre 15 y 20 años. De nuevo los motivos que condujeron a la autora a Inglaterra son poco claros, y así lo recoge Small: parece que la propia Lennox declaró que la mandaron con una tía rica y que al llegar, encontró a ésta trastornada, con lo cual se vio abandonada en un país extraño. Unas fuentes señalan que fue enviada a Inglaterra tras la muerte de sus padres, mientras otras que fueron éstos los que la mandaron allí para completar su educación24. Otra versión opina que su madre decidió que se trasladara a Inglaterra con su tía, para que la inclinación por los libros de su hija no le fuera perjudicial25. Lo que parece cierto es que una vez en Inglaterra, y careciendo de recursos, lo cual será una constante en su vida, fue tomada bajo la protección de Lady Rockingham primero, de la Duquesa de Newcastle después y finalmente de Lady Isabella Finch.
Los detalles de la vida en las colonias americanas los conocemos sobre todo por su primera novela, The Life of Harriot Stuart (1750) y por la última, Euphemia (1790). Harriot Stuart, que se reconoce como la primera novela norteamericana, parece ser autobiográfica y narra de manera más o menos historiada los amores de la protagonista, siendo su padre vicegobernador de la provincia de Nueva York, adonde llega con su familia procedente de Irlanda. La llegada a América, cuando la protagonista tiene trece años, le descubrirá un mundo nuevo lleno de aventuras, que incluyen un intento de rapto por parte de los indios en Albany. También hay alusiones a la vida en la ciudad de Nueva York, donde llega la familia de la protagonista tras los incidentes de Albany y las pretensiones de dos jóvenes enamorados de Harriot, el Capitán Belmein y Dumont. Una de las referencias autobiográficas en la novela es el hecho de que la familia, tras la muerte de su padre, reciba una oferta por parte de una tía de Inglaterra para que Harriot vaya a vivir con ella, debido al precario estado económico en que quedan la madre y los hijos. En el viaje a Inglaterra, la protagonista vivirá nuevas aventuras, como por ejemplo, un rapto a raíz del ataque de un buque español, que termina felizmente con la liberación de la heroína y su llegada a Inglaterra, donde encuentra a su tía con serios desequilibrios psicológicos que le impiden hacerse cargo de ella, con lo cual tiene que buscar otro medio de sustento. Así comienza su vida en Europa.
Como vemos, existen numerosas coincidencias entre los datos que se poseen sobre la biografía de Charlotte Lennox y la vida de la protagonista de su primera novela, Harriot, que por cierto, será el nombre que le dé la autora a su primera hija. La siguiente novela de tema americano, Euphemia, será la última que escriba y no aparecerá hasta 1790, cuando la autora cuenta ya unos sesenta años. La protagonista de esta novela no es ya, de hecho, la joven romántica y enamoradiza que era Harriot, sino una mujer madura, desencantada con su matrimonio, que sigue a su marido, militar, en su viaje al Nuevo Mundo. En esta obra, la autora ofrecerá descripciones de la vida y el paisaje americano mucho más detalladas que en la anterior. Lennox ofrece a los lectores un retrato de la vida en la colonia y en la ciudad de Nueva York, así como las costumbres de los indios y de los holandeses en aquella época. Toda la información que recibimos será a partir de la correspondencia de la protagonista, Euphemia, considerada como el alter ego de una madura Charlotte Lennox. Sin embargo, tal como apunta Sejourné, si comparamos a las protagonistas de estas dos novela con la autora, podemos observar un claro cambio de enfoque y de opinión, desde la inocencia de la juventud, hasta el desencanto de la madurez tras una vida de avatares y decepciones (44).
En definitiva, a partir de los datos que se pueden extrapolar de su obra y de la poca fiabilidad de la información aportada por la propia autora, me inclino a creer, con Duncan Isles y otros críticos26, que Charlotte Ramsay nació en Gibraltar cerca de 1729, que llegó a América en 1738 al ser su padre nombrado capitán de una compañía de soldados en Albany, que vivió allí (probablemente alguna de las aventuras que narra en sus poemas y sus dos novelas americanas) hasta 1743, año en que murió su padre y que fue enviada a Inglaterra con una tía; pero, al encontrar que ésta no se hallaba en condiciones de hacerse cargo de ella, buscó la protección de varias damas de la aristocracia, hasta que en 1747 se casó con Alexander Lennox, un escocés que trabajaba para William Strahan, un impresor londinense a través del cual la ahora Sra. Charlotte Lennox posiblemente conociera a Samuel Johnson, pues tanto Strahan como su socio, Andrew Millar, eran amigos de éste27.
La figura del marido de Charlotte Lennox no goza de mucha simpatía entre los críticos, pues la mayoría parece confirmar que no era una persona muy dispuesta a trabajar y que fue suya la culpa de las múltiples penurias que sufrió la autora durante toda su vida28. Existen pruebas de que Alexander Lennox fue una fuente constante de problemas para su esposa, que tuvo que mantenerle a él y a sus dos hijos hasta que finalmente la pareja se separó en algún momento entre 1792 y 1803, es decir, poco antes de la muerte de Charlotte29. Otra fuente que apunta a la infelicidad en la pareja es la visión pesimista y desencantada del matrimonio que se ofrece en Euphemia. Como dice Sejourné, de acuerdo con Small y Maynadier, Euphemia es un autorretrato de Lennox, pues «nos narra la historia de la propia relación de Charlotte con su marido. La intimidad del tono permite trasmitir una expresión de autenticidad: ningún lector puede en ningún momento dudar que realmente expresa los sentimientos más profundos de una esposa desilusionada» (150).
La relación de Charlotte con su esposo parece haber conducido a la autora a una notable producción de trabajos literarios que le permitieran sobrevivir, así como a buscar el favor de unos protectores que la ayudaran a conseguir la fama y el dinero necesario. Para ello, Charlotte Lennox contó con patronos tan ilustres como Samuel Johnson y Samuel Richardson. La repercusión de estas importantes figuras literarias en la obra de la autora ha sido objeto de numerosos estudios y es evidente que su presencia fue decisiva en su vida, sobre todo la de Johnson30. Sin duda, la amistad y la intimidad entre ellos eran tales, que incluso se cuenta que cuando le presentaron a la joven autora al ilustre hombre de letras, éste la sentó en sus rodillas nada más conocerla, «como si fuera una niña», y la llevó en brazos hasta su biblioteca, encontrándose ella bastante avergonzada ante tal situación, aunque el respeto por la personalidad de Johnson desterró cualquier idea de enojo31. De hecho, también Sir John Hawkins corrobora la intimidad entre ellos dos y cuenta la anécdota de una fiesta que ofreció Johnson para celebrar la inminente publicación de The Life of Harriot Stuart. Dicha fiesta consistió en toda una noche en vela en la Taberna del Diablo. Se cuenta que en durante la celebración, el propio Johnson rodeó la cabeza de Lennox con una corona de laureles, tras invocar a las musas y efectuar una ceremonia de coronación de su invención, como homenaje hacia el primer «hijo literario» de la autora32. La admiración de Johnson por Lennox, que fue constante hasta su muerte en 1784, es bien conocida, y admitida por el propio autor en numerosas ocasiones, como se puede ver en la anécdota que contaba Boswell al principio de este epígrafe.
Sin embargo, no todo el mundo tenía la misma fe en el talento de Charlotte Lennox. Por ejemplo, en una carta de 1748, Horace Walpole relata cómo acababa de regresar de Richmond de ver una obra de teatro de la que formaba parte «una tal señorita Charlotte Ramsay, poeta y actriz deplorable»33. El efecto negativo que la autora producía en algunas personas es también patente en una carta que la Sra. Elizabeth Carter le escribe a su amiga la Srta. Talbot y que reproduce Small:
¿Conoces a la Sra. Charlotte Lennox, que publica por suscripción? En el último número de la revista aparecieron uno o dos de sus poemas. Para ilustración de algunos jóvenes amigos míos, leímos uno sobre el arte de la coquetería, que les escandalizó sobremanera. La poesía es poco común en su corrección, pero la doctrina no puede ser admirada de ninguna manera. Es una provocación intolerable ver a gente que de veras parece poseer genio aplicarlo a tales propósitos baldíos34.
Richard Samuel, Las nueve musas vivas de Gran Bretaña (1778).
Charlotte Lennox, de pie, es la primera figura por la izquierda.
La Sra. Carter no fue la única en criticar a Charlotte Lennox, pues, al parecer, la autora no contó con la simpatía de muchas de las mujeres más relevantes de su época. Lady Mary Wortley Montagu criticó, por ejemplo, su ingratitud hacia su protectora, Lady Isabella Finch, a la que satiriza duramente con el personaje de Lady Cecilia en Harriot Stuart (Small, 6). Laetitia-Matilda Hawkins también critica a Lennox por su comportamiento con Baretti, el famoso escritor que la ayudó a aprender italiano para rastrear las fuentes de Shakespeare. A pesar de ello, la autora fue una de las mujeres retratadas en el cuadro de Richard Samuel, Las nueve musas vivas de Gran Bretaña, que apareció reproducido en el Ladies’ Pocket-Book en 1778. Las musas de las artes eran, además de Lennox, Carter, Montagu, Sheridan, Kauffman, Griffith, Macaulay, More, y Barbauld35. Es posible que, como indica Small, la diferencia entre la situación económica de Lennox y las demás fuera un impedimento para su inclusión en el grupo de las blues o bluestocking, un grupo de damas que en el siglo XVIII en Inglaterra organizaban reuniones a las que invitaban a escritores y personas de la aristocracia con intereses literarios. Estas reuniones se convirtieron así en entretenimiento favorito de la clase alta inglesa36. Parece evidente que, a pesar de las diferencias económicas, Lennox se movía entre este círculo selecto de personas afines a las artes entre las que destacaba, sin duda, la presencia de Johnson, que fue el que más la ayudó y quien le presentó a Richardson, según parece por petición de la joven y ambiciosa autora37. En aquella época, Richardson había publicado ya Pamela (1740) y Clarissa (1748), y estaba a punto de publicar Sir Charles Grandison (1753). Richardson se refiere a Lennox en los siguientes términos:
La mujer Quijote la ha escrito una mujer, una favorita del autor del Rambler: su nombre, Lennox. Ella y su marido me han visitado juntos a menudo. ¿No cree, de todos modos, que la protagonista sobreactúa en su papel, que Arabella es afable e inocente? La escritora tiene genio. Tan sólo tiene veinticuatro años y ya ha sido desgraciada. Escribió una pieza titulada Harriot Stuart38.
La referencia a la edad de la autora parece confirmar que nació alrededor de 1728-1729, y no en 1720, como creía Small (15). La alusión a la infelicidad de la autora, podemos imaginar, se refiere a las dificultades con las que se encontró recién llegada a Inglaterra y a sus penurias económicas, que fueron constantes en su vida. Desde luego, Richardson conocía bien La mujer Quijote, pues Lennox le había mandado los capítulos y había discutido el final con él39. La influencia de Richardson fue decisiva, tanto en lo que al argumento de la novela se refiere, como a la estructura de la obra y la publicación de la misma, además de afianzar la reputación de la autora entre los círculos literarios. Fue precisamente en casa de Richardson donde conoció a Sarah Fielding, hermana de Henry Fielding y autora de Familiar Letters y The Governess. Las cartas de Richardson y su actitud hacia otras autoras como Sarah Fielding demuestran que, al contrario que muchos otros escritores y editores de la época, Richardson consideraba a las mujeres como colegas y las trataba con respeto. En el caso de Lennox, desde luego, su dependencia de protectores, tanto económica como en las áreas de influencia literaria, no significó que adoptara una actitud de sumisión. De hecho, a menudo se le recrimina su talante orgulloso, que algún crítico ha calificado de «agresión profesional poco femenina» (Catto, 141). Esta actitud de seguridad e incluso exigencia, pues se quejaba de sus patrones cuando éstos le fallaban, ha sido criticada por algunas personas que la consideran ingrata, como, por ejemplo Lady Montagu, que, como hemos indicado, le reprocha su actitud hacia Lady Isabella Finch. Tampoco estuvo Lennox contenta con la gestión de Richardson, al que acusa ante Johnson de haber sido el causante del retraso en la publicación de La mujer Quijote40.
La mujer Quijote, el libro más famoso de Lennox, fue publicado por primera vez en marzo de 1752 sin el nombre de la autora, que no aparece hasta la edición de 1783. La dedicatoria para el Conde de Middlesex parece haber sido escrita por Johnson, y hubo quien pensó que la novela, publicada de forma anónima, era de Johnson, así como quien dijo que algún capítulo también salió de la pluma del famoso autor41. Sea verdad o no, es indudable que parte de la fama de la novela se debe al respaldo que tuvo por parte de Johnson y Richardson, así como por la reseña favorable que escribió Henry Fielding42. Fielding comenzaba explicando por qué era la novela de Cervantes superior a la de Lennox: porque era original, porque la escribió con el propósito de enseñar y entretener; porque Don Quijote y Sancho Panza son personajes superiores a los de Arabella y Lucy y porque los incidentes son más exquisitamente ridículos. Fielding encontraba que la novela de Lennox estaba escrita con el deseo de conseguir fama y fortuna, pero no de educar, al contrario que la de Cervantes. Sin embargo, le parecía que la novela de Lennox era superior en otros aspectos:
1. Porque era más verosímil que la mente de una chica joven se enajenara por la lectura de los libros que la de un caballero maduro.
2. Porque Arabella es un personaje más entrañable que Don Quijote
3. La situación de Arabella es más interesante que la de Don Quijote (ya que los lectores desean que Glanville consiga el amor de su prima).
4. El plan de la historia es más completo y regular que el de Don Quijote, que es una sucesión de aventuras inconexas.
5. Los incidentes o aventuras del hidalgo español son más extravagantes e increíbles.
Fileding considera la novela de Lennox, en definitiva, «una obra de verdadero humor, que no deja de proporcionar una moral y distracción agradable para cualquier lector, que se verá al mismo tiempo educado y divertido».
Brian Hanley, sin embargo, sospecha que la entusiasta reseña de Henry Fielding no fue tan sincera como parece y que se debió a un «complot» por parte de Johnson y Millar para darle popularidad a la novela. Basándose en las opiniones de J. L. Clifford y Duncan Isles, y en el reciente descubrimiento de una carta de Samuel Johnson a Richardson de diciembre de 1751, Hanley concluye que existieron velados intereses detrás del sorprendente apoyo que recibió la novela de la hasta entonces prácticamente desconocida Charlotte Lennox. Detrás de la reseña se encuentra, según Hanley, el indudable aprecio que Samuel Johnson parecía sentir por la escritora, que hizo que convenciera a Richardson para que la aconsejara en la composición de la novela y en los detalles de la edición, y a Andrew Millar, que también imprimiría su Diccionario (1755), para que publicara la novela. La «trama» tras la publicación de La mujer Quijote es un magnífico ejemplo, según Hanley, de los cambios en el mercado literario que se llevaron a cabo a partir del XVIII, como, por ejemplo, la sustitución del patrocinio tradicional de aristócratas y políticos por el de escritores reputados, así como prueba de la creciente importancia de las reseñas literarias para garantizar el éxito y la distribución de una obra, de que dependía el pujante negocio de las editoriales. Parece también probable que fuera Andrew Millar, bajo la presión de Johnson, el que como amigo de Fielding y accionista del Covent Garden Journal presionara al famoso escritor para que escribiera una reseña que asegurara la venta de una obra que había publicado él mismo. Sorprende, desde luego, que Fielding compare la obra de Lennox con la de Cervantes en términos tan favorables para la novela inglesa, siendo él como era uno de los mayores admiradores de las aventuras del hidalgo manchego. Las asombrosas afirmaciones de Fielding son, sin embargo, aprovechadas por Johnson para, aparentando imparcialidad, demostrar en su propia reseña, publicada en una revista de mayor difusión, el Gentleman’s Magazine, en su número de marzo del mismo año43, la excelencia de la novela de Lennox, que debía de ser magnífica, puesto que así lo había declarado el más célebre novelista inglés, autor de Joseph Andrews. Más objetiva parece ser la reseña publicada por John Ward en abril del mismo año en el Monthly Review, en la que el autor, que le dedica doce páginas, se limita a resumir el argumento y deja a los lectores la tarea de juzgarla. El propio editor de esta revista, sin embargo, considera que el hecho de que Fielding prefiera en muchos aspectos la novela de Lennox a la de Cervantes no demuestra tanto la excelencia de la novela como una falta de escrúpulos por parte del autor inglés.
Si la campaña de promoción de la novela fue una trama urdida por Johnson y Millar o no está por demostrar, pero los hechos señalan que La mujer Quijote de Lennox tuvo, desde luego, una gran popularidad en su época, como indican las diferentes ediciones de la novela en vida de la autora: dos en el mismo año, 1752, una tercera en 1758, las siguientes en 1763, 1783, 1799 (con ilustraciones), otras dos en 1810, una reedición de la de la Sra. Barbauld de 1810 en 1820, que es la última hasta la publicación de la novela en la colección de Oxford Classics de 1970, reeditada en 1989. Asimismo, la novela fue traducida en 1754 al alemán, en 1773 y 1801 al francés, y en 1808 al español44.
Tras la publicación de La mujer Quijote, Lennox se volcó en la edición de la que sería una de sus obras más polémicas, Shakespeare Illustrated, que acometió posiblemente animada por Johnson. Con la ayuda de Giuseppe Baretti, Lennox aprendió el italiano que necesitaba para rastrear los antecedentes de las obras de Shakespeare, ofreciendo así a los lectores ingleses el primer estudio de fuentes del famoso dramaturgo. Shakespeare Illustrated apareció en dos partes: dos primeros volúmenes en 1753 y el tercero en 1754. La celeridad con la que Lennox finalizó su proyecto, posiblemente por premuras económicas, así como el atrevimiento que suponía rebatir la originalidad de Shakespeare, hicieron que esta obra contara con un número importante de detractores. Prueba de ello es la famosa anécdota de la conversación que Goldsmith y Johnson mantuvieron sobre la obra de Lennox, The Sister, que fue boicoteada en su estreno en Covent Garden (febrero de 1769) por los defensores de Shakespeare, furiosos por el tratamiento que Lennox había hecho de las obras del autor en su Shakespeare Illustrated. Goldsmith le dijo al Dr. Johnson que alguien (probablemente Cumberland, según sospecha Lennox en su correspondencia) le había dicho que fuera a ver la obra y que la abucheara, a lo cual Johnson, demostrando su amistad con Lennox, le contestó:
JOHNSON. ¿Y no le dijo Ud. que era un sinvergüenza?
GOLDSMITH. No, señor. No lo hice. Quizás no quería decir lo que dijo.
JOHNSON. No, señor. Si mintió, eso es algo distinto.
Lennox fue considerada así por algunos estudiosos de Shakespeare como una formidable Talestris, una amazona, que pretende afirmar que el autor inglés degradó las obras originales en las que se basó45. De todas formas, esta discusión en torno a Shakespeare Illustrated, hay que entenderla en el contexto de la discusión entre Johnson y Voltaire: Johnson había tildado a Voltaire de superficial y el famoso escritor francés replicó criticando a Shakespeare, lo cual se consideró como una terrible afrenta e inició otra «guerra literaria» entre Francia e Inglaterra, en la que se defendían los autores nacionales. Small considera que el principal problema que tuvo Lennox con su obra es que se publicó en el momento equivocado, pues los ánimos estaban bastante caldeados (205). Small, cuya biografía, a pesar de ser un estudio imprescindible y bien documentado, es quizá demasiado benevolente con Lennox al querer rescatar la figura de la autora, reconoce que es posible que sus estudios críticos de la obra de Shakespeare sean reprochables, pero sostiene que el hecho de que localizara las fuentes y las tradujera merecía al menos el reconocimiento de su trabajo.
Los años siguientes fueron de una gran productividad por parte de la autora: tradujo cuatro obras, tres de ellas, memorias; escribió dos obras de teatro (The Sister, Old City Manners), dos novelas (Henrietta, Sophia) y quizá una más que se le atribuye: Eliza. No es de extrañar, pues, que como indica Duncan Isles en su cronología, la autora cayera enferma como consecuencia del exceso de trabajo. Todos los críticos reconocen unánimemente que fueron las imperiosas necesidades económicas las que llevaron a la autora a tal nivel de productividad, con un resultado irregular en cuanto a la calidad de sus obras. Sin embargo, también es preciso reconocerle a Lennox su enorme tenacidad y capacidad de trabajo. Toda su obra de ficción gira, además, en torno al tema de la mujer, como demuestran los títulos de sus obras, pues fue el papel de la mujer en la sociedad una de sus principales preocupaciones. Prueba del interés que tenía por todo lo concerniente al sexo femenino es la publicación de una revista, The Lady’s Museum, «consistente en un curso de educación femenina y una variedad de otros particulares para la información y distracción de las damas», de la cual aparecieron once ejemplares desde marzo de 1760 hasta 1761. La mayoría de los textos de la revista eran suyos, desde fragmentos de lo que luego sería su novela Sophia, hasta textos misceláneos: un relato titulado «El juicio de la doncella de Orleans» sobre la vida de Juana de Arco; cuentos orientales (como la «Historia de la princesa Padmani»); un artículo sobre las vestales romanas, o un tratado dedicado a la educación de las hijas. Curioso resulta, cuando menos, que en uno de estos textos dedicados a la educación de las jóvenes se prevenga contra la lectura de obras poco apropiadas que puedan resultar perniciosas, especialmente los romances. Se aconseja, en su lugar, la lectura de la Biblia:
Y en lo tocante a los relatos paganos, será mejor que la joven permanezca completamente ajena a ellos durante toda su vida, porque son impuros y abundan en ellos las impurezas absurdas. Pero si no se puede evitar que tenga conocimiento de alguno, procure que los aborrezca46.
La aversión a las novelas sentimentales parece ser una constante en la obra de Lennox, desde que la madre de Harriot Stuart atribuyera a éstos las fantasías de su hija y declarara: «esos horribles romances han trastornado el juicio de la chica», hasta el ejemplo más claro que tenemos en la novela de esta edición. Si la cita anterior es seria, si se debe leer como un comentario irónico, o si formaba parte de un plan comercial, por el que Lennox pretendía abrirse mercado entre las buenas y religiosas familias, se deja a los lectores para que lo decidan.
En los últimos años de su vida, Lennox intentó conseguir el éxito en varias empresas. Volvió a probar suerte en el teatro, tras el fracaso de The Sister, que fue retirada al día siguiente de su estreno debido al boicot al que fue sometida. Se relacionó con personas del mundo del teatro, sobre todo con el famoso actor y productor David Garrick, con el que mantuvo una gran amistad y cuyo apoyo buscó, como demuestra la correspondencia privada de la autora, donde encontramos cartas en las que se dirige a él en los siguientes términos:
No soy indiferente a las recompensas del teatro; si pudiera obtenerlas, me ayudarían a criar a mi hijito y a mi hija, pero habiendo fallado una vez, cuando hasta cierto punto me había satisfecho a mí misma, así como a otros, en cuyo juicio confío más que en el mío propio, me he vuelto insegura, tan insegura, que si algún genio tengo, no confío en él47.
Que Garrick la ayudó en su siguiente empresa, lo demuestra el éxito de Old City Manners, que se estrenó el 9 de noviembre de 1775. Esta adaptación de Eastward Hoe, de Chapman, Johnson y Marston, tuvo una buena acogida, aunque no llegó nunca a darle a la autora ni la fama ni la fortuna que deseaba. Ello hizo que, sobre todo en la última parte de su vida, tuviera que buscarse algún otro empleo. Lennox trabajó durante un tiempo como dama de compañía de las hijas de Saunders Welch, un magistrado. La información que poseemos de este período, como nos dice Small, proviene de las Memorias de L. M. Hawkins, que no tenía una gran opinión de Charlotte Lennox ni como mujer ni como institutriz, pues la considera excéntrica y desordenada, aunque debemos recordar que Lennox no gozaba de muchas simpatías entre las mujeres de la época.
Desde el estreno de The Sister hasta el final de sus días, Charlotte Lennox sólo publicó otra novela que se reconozca como suya, Euphemia. Se le atribuye The History of Sir George Warrington: or, the Political Quixote, cuya autoría Small considera factible aunque la crítica más reciente se inclina por reconocer a Jane Purbeck como su autora. La biógrafa rechaza, sin embargo, que las Memoirs of Henry Lennox, también atribuidas a ella, sean de la autora de La mujer Quijote. Los últimos años de la vida de Lennox fueron años de miseria, en los que recibió ayuda del Royal Literary Fund, desde 1792 hasta su muerte. En 1793 hizo una petición especial para poder mandar a su hijo George a Estados Unidos con su familia, pues el joven, que había publicado algunas obras de bastante calidad, se encontraba en una situación penosa, como consecuencia de la conducta y posterior abandono de su padre. Con su hijo en América, su hija fallecida y ella separada de su marido, Charlotte Lennox pasó los últimos años de su vida, en los que ya no podía ganarse el sustento con su trabajo, dependiendo de la ayuda de aquella sociedad literaria. Al parecer, falleció sola, en condiciones miserables, el 4 de enero de 1804, y, de hecho, se encuentra enterrada en una fosa común en Broad Chapel, Westminster.
«LA MUJER QUIJOTE», ¿LOCURA O INSUMISIÓN?
Como ocurre con Don Quijote, una aproximación superficial a la novela de Charlotte Lennox comenzaría diciendo que es una sátira de los romances heroicos franceses del siglo XVII. Su argumento se podría resumir como la historia de Arabella, una joven que, a fuerza de leer novelas sentimentales y de una reclusión impuesta por su padre, tiene una imagen distorsionada del mundo en la que todos los hombres están enamorados de ella. Se trataría, por tanto, de una sátira de aquellos libros que son los culpables de que la protagonista albergue tales ilusiones y de que, a falta de toda experiencia personal, tenga una noción del amor figurada. El espejo donde la protagonista se mira, y que se convertiría en objeto de sátira, son los libros de Madeleine de Scudéry y de Gauthier de Coste, señor de la Calprenède (conocido como La Calprenède). Estas novelas heroicas o pseudohistóricas fueron muy populares en Francia en la segunda mitad del siglo XVII y principios del XVIII, a pesar de su extensión (Cléopâtre y Le grand Cyrus tenían 12 volúmenes y Clélie 10 volúmenes de ochocientas páginas cada uno)48. En estas obras, la mayoría de las heroínas son princesas, hermosas, inteligentes y cultivadas, que tienen una cohorte de admiradores dispuestos a superar las pruebas más arduas por conseguir ser merecedores de su amor. Los héroes, todos ellos príncipes o nobles de alto rango, tienen por ellas una devoción sin igual y son inasequibles al desaliento. Éste será el ideal que perseguirá Arabella.
Existe en La mujer Quijote una sátira de este tipo de obras, por su contenido poco adecuado a la realidad, el lenguaje ampuloso que emplea y los desvaríos sentimentales de los personajes; pero realmente, la crítica más mordaz no va dirigida a los romances, ni siquiera a la ingenuidad de Arabella y por extensión, al género femenino, sino a las reglas que la sociedad impone. Desde el principio, sabemos que el padre de la protagonista abandona la corte debido a las intrigas e hipocresías. Decide confinarse en un castillo de su propiedad, lejos de la vida social, y allí crecerá su hija, huérfana tras el fallecimiento de su madre. Es una constante, como vimos antes, que las «mujeres quijotes» que siguen la tradición de Arabella (Angelina, Angélica, Dorcasina) sean huérfanas de madre, lo cual implica la ausencia de un referente femenino modélico. En el caso de La mujer Quijote, sin embargo, uno se teme que la madre, cuya afición por este tipo de narrativa la hizo atesorar tantas novelas, leídas para entretener su enclaustramiento, bien podía haber seguido el mismo camino de Arabella. Los romances, o novelas heroicas francesas, sirven así a las lectoras de vía de escape en una situación, cuya única libertad radica en la imaginación49. Por esta razón, las interpretaciones feministas de la novela de Lennox han señalado cómo la obsesión por la aventura romántica en los libros disfraza una fantasía de poder femenino, por la que estas mujeres, de vida anodina y rutinaria, sueñan con salirse de las pautas establecidas. El propio Johnson nos proporciona un ejemplo tomado de la vida real, que bien pudo servir de modelo para Arabella, cuando nos relata lo que le ocurrió a una tal Imperia:
Acababa de heredar una gran fortuna y, como dedicó la primera parte de su vida al estudio de los romances, trajo con ella al alegre mundo todo el orgullo de Cleopatra, y no esperaba otra cosa que no fueran votos, altares y sacrificios, y consideraba cualquier mínima oposición a sus sentimientos, o cualquier pequeña trasgresión de sus deseos, como una deshonra hacia sus encantos y una infracción de su poder50.
Las lecturas feministas de la novela y el consiguiente rescate del olvido al que parecía condenada Charlotte Lennox por parte de la crítica y del público en general han mostrado la novela bajo otro prisma diferente, pues desde su publicación, si exceptuamos la crítica entusiasta de Fielding y el apoyo incondicional de Johnson, la novela se consideró como una lectura amena, pero una obra menor de una autora secundaria con algunas imperfecciones. Sin embargo, las numerosas ediciones de la novela certifican que contó en su día con una gran popularidad, aunque no exenta de crítica. La Srta. Talbot lo consideraba «un libro que prometía diversión asegurada... bastante ingenioso y nada indigno». Fanny Burney, citando a la Sra. Thrale, dijo que aunque sus libros eran bien recibidos, a nadie parecía gustarle la autora (Small, 49). Lady Mary Wortley Montagu, en una carta a Lady Bute (23 de julio de 1754), afirma que El arte de atormentar, La mujer Quijote y Sir C. Goodville son tres malas novelas y que la apena que la escritora hubiera tenido que ganarse el pan con un método que desprecia51. Es posible que el método al que se refiere sea la sátira de los romances, libros a los que sabemos Lady Montagu era muy aficionada. En otra carta, la misma aristócrata dice de La mujer Quijote que tiene un buen diseño, pero está mal ejecutado
