"Bajé la vista hasta la pintura de color verde. Emil acababa de pintarme la piel, y para comprobar que no era imaginación mía, hurgué con el dedo en una de las marcas, de manera que la pintura que cubría la piel del escote se trasladó al dedo. Emil se introdujo el pincel en la boca y se inclinó sobre mí, desabrochándome con las manos los tres botones de la blusa y quitándomela con un ágil movimiento..."Este relato corto se publica en colaboración con la productora fílmica sueca, Erika Lust. Su intención es representar la naturaleza y diversidad humana a través de historias de pasión, intimidad, seducción y amor, en una fusión de historias poderosas con erótica.-
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Seitenzahl: 28
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Olrik
LUST
La musa del pintor
Original title:
Kunstnerens muse
Translated by Begoña Romero
Copyright © 2019 Olrik, 2020 LUST, Copenhagen.
All rights reserved ISBN 9788726273359
1st ebook edition, 2020. Format: Epub 2.0
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—Charlotte, mi niña, lo siento, pero me va a resultar absolutamente imposible asistir a la exposición esa de Emil Martens; se inaugura dentro de media hora. ¿Podrías ir tú para asegurarnos de que la galería no queda sin representación?
—¿Yo? —pregunté con incredulidad, mirando fijamente a mi nuevo jefe, Anton Lothar, propietario de la elegantísima galería de arte en la que había entrado a trabajar aquella misma semana.
—Sí —se encogió de hombros, esbozando una media sonrisa. —Tranquila, no vas a tener que hacer tasaciones, mi niña, solo acto de presencia. Tú firmas el libro de visitas en nombre de nuestra galería y del resto ya me encargo yo.
—Esto…quiero decir…naturalmente, lo haré encantada —repliqué, y entonces me asaltó el fugaz recuerdo de los zapatos recién estrenados y de tacón imposible. Ese día me había levantado con el suficiente optimismo como para ponérmelos para ir a trabajar, y mis pies habían pasado las dos últimas horas sometidos a la más espeluznante de las torturas, en particular el dedo meñique del pie izquierdo, que parecía hallarse incrustado bajo el pie, completamente destrozado, encarcelado en un zapato a todas leguas demasiado pequeño. Pero es que representar a la galería de Lothar realmente era un gran honor, en comparación con el pequeño sacrificio de tener que someterme a un trasplante de meñique en algún momento. Me dirigió una mirada inquisidora.
—Y me imagino que no hace falta que te recalque la importancia de firmar con propiedad el libro de visitas, ¿verdad?
—Ya sé lo importante que es, señor Lothar. ¡Acepto el reto!
Le devolví una sonrisa amplia y rebosante de confianza, o al menos esa era mi intención. Asintió con sequedad y se marchó apresuradamente a dondequiera que se encaminase y que era más importante que cualquier exposición de arte. La experiencia de trabajar en la galería tenía sus más y sus menos. Por una parte, se cumplía el sueño que arrastraba desde hace años de poder vivir de la carrera de Historia del Arte. Anthon Lothar era un nombre de prestigio en el mundo del comercio del arte gracias a su extraordinario talento para identificar a los artistas en los que invertir y a quienes apoyar. Por la otra, se trataba de un hombre de ideas retrógradas que, en materia de igualdad de género, seguía anclado en el siglo XVIII, lo cual hacía que trabajar con él no siempre fuese tarea sencilla.
No era lo suficientemente ingenua como para no ser consciente de que, si me había ofrecido el trabajo, no se debía tanto a mis estudios universitarios como a mi cuerpo atlético y atractivo. No es que Lothar me hiciese insinuaciones sexuales, en absoluto. Era un hombre chapado a la antigua, serio y correcto, pero resultaba evidente que mi rol se limitaba a exhibir mi belleza por la galería, convertida en un objeto de arte más destinado a provocar la admiración de los visitantes.