La noche en que nos conocimos - Catherine George - E-Book
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La noche en que nos conocimos E-Book

CATHERINE GEORGE

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Beschreibung

No sabía si su corazón sería capaz de soportar vivir con un hombre que tal vez nunca le correspondería. La noche en que Rose Palmer conoció al enigmático magnate italiano Dante Fortinari se olvidó de toda precaución... ¡y dejó que la metiera en su cama! Pero a la mañana siguiente Dante se había ido y Rose se quedó sola, con el corazón roto... y embarazada. Dos años después, Rose se encontró cara a cara con el padre de su hija y fue incapaz de ocultar por más tiempo la verdad de lo sucedido aquella noche. Había supuesto que Dante se enfadaría... ¡pero lo último que había esperado era que le exigiera casarse con él!

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Catherine George

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

La noche en que nos conocimos, n.º 2367 - febrero 2015

Título original: Dante’s Unexpected Legacy

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-5771-1

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Publicidad

Capítulo 1

 

Rose permaneció rígidamente sentada mientras el avión despegaba. Ya no había vuelta atrás. Llevaba años rechazando las invitaciones a Florencia, pues se negaba a separarse de su hija pequeña o a llevarla consigo. Pero en aquella ocasión le había resultado imposible negarse.

—Ven, por favor, por favor —había rogado Charlotte—. Pasaremos dos días juntas en un hotel de lujo. Seguro que te viene bien un descanso, y yo me ocuparé de todos los gastos, incluyendo el billete de avión. Ya sabes que Bea estará perfectamente con tu madre, así que no digas que no esta vez. Te necesito, Rose. Así que ven. ¡Por favor! —había añadido en tono de ruego y, debido a que era su mejor amiga y la quería como a una hermana, Rose había accedido.

—Si tanto significa para ti, iré. Pero ¿por qué vamos a alojarnos en un hotel y no en tu casa?

—Porque quiero tenerte para mí sola.

—¿Y qué piensa Fabio de este plan? Las fechas que me propones coinciden con vuestro aniversario de boda, ¿no?

—Va a tener que irse por motivos de trabajo —dijo Charlotte con tristeza—. Además, aún no sabe nada de lo del hotel. Pero yo ya he hecho las reservas, de manera que ya no puede hacer nada al respecto… aunque tampoco lo haría si lo supiera.

Rose no estaba tan segura. A un marido tan posesivo como Fabio Vilari no le agradaría que su mujer se alojara en un hotel de Florencia sin él, aunque solo fuera para pasar un par de días con una amiga de toda la vida que además había sido la dama de honor en su boda. Pero, desde el momento en que Rose había aceptado, Charlotte la había llamado a diario para asegurarse de que no se echara atrás.

—Toma un taxi de la estación al hotel —le había dicho en su última llamada—. Yo me reuniré contigo a la hora del almuerzo.

El folleto del hotel ya dejaba claro que la falta de dinero no era precisamente uno de los problemas de Charlotte, pero, si lo que sucedía era que algo iba mal en su matrimonio, Rose no sabía qué consejos podía ofrecer una madre soltera como ella a su amiga. Tan solo podía ofrecerle su hombro para llorar.

Tras aterrizar en Pisa y recoger su equipaje, Rose tomó un tren a Florencia. Apenas se fijó en el paisaje de la Toscana mientras pensaba en su hijita. Bea estaba acostumbrada a pasar tiempo con su adorada abuela mientras ella iba a trabajar, pero nunca había pasado una noche sin ella. Imaginarse a Bea llorando de noche porque su madre no estaba le resultaba intolerable. Pero Charlotte había estado a su lado siempre, en los buenos y en los malos tiempos, y ella no tenía más opción que corresponderle.

Rose no pudo evitar sentirse impresionada cuando el taxi se detuvo ante un antiguo y elegante edificio al que se accedía subiendo una amplia escalinata con una alfombra roja. Mientras subía las escaleras del hotel lamentó no haberse puesto algo más elegante que sus vaqueros. Una vez en el vestíbulo avanzó directamente hasta la recepción arrastrando tras de sí su pequeña maleta de viaje y dijo su nombre.

—Buonasera —saludó cortésmente el recepcionista, que, para alivio de Rose, continuó hablando en inglés—. Bienvenida a Florencia, señorita Palmer. ¿Quiere firmar en el registro, por favor? La señora Vilari ha pedido que le informemos de que ha reservado una mesa en el restaurante del hotel para esta tarde.

—Gracias —contestó Rose con una sonrisa.

—Prego. Si necesita cualquier cosa, solo tiene que llamar.

Un botones se ocupó del equipaje y de conducir a Rose a su habitación en la segunda planta. Tras darle una propina y contemplar encantada la lujosa habitación, Rose se encaminó directamente al balcón que daba al río Arno. Al reconocer el famoso ponte Vecchio experimentó una mezcla de trepidación y excitación. Por increíble que pareciera, por fin estaba de vuelta en Italia. Envió un mensaje de texto a Charlotte para confirmar su llegada y luego llamó a su madre.

—Tranquila, cariño. Bea está encantada —le aseguró Grace Palmer—. Está jugando con Tom en el jardín. ¿Quieres hablar con ella?

—Me encantaría, pero mejor deja que siga jugando.

—Va a estar perfectamente con nosotros, así que no te agobies y disfruta de tu viaje.

Tras asegurar que lo intentaría, Rose sacó una tónica del minibar y fue a tomársela sentada en una de las tumbonas que había en el balcón. Por primera vez en mucho tiempo no tenía nada que hacer, pero echaba demasiado de menos a su hija como para disfrutar de su tiempo libre. «Basta», se dijo, irritada consigo misma. Ya que estaba allí, lo razonable era que disfrutara de su estancia en aquella preciosa y emblemática ciudad. Pero ¿qué estaría pasando con Charlotte y Fabio? ¿Estaría Fabio siendo infiel a su amiga? Frunció el ceño. En el improbable caso de que alguna vez llegara a casarse y su marido la engañara, sospechaba que su instinto sería producirle graves lesiones corporales.

Tras contemplar un rato las revueltas aguas del Arno, volvió al interior dispuesta a disfrutar de un largo baño. Después, y sin haber tenido aún noticias de Charlotte, utilizó más tiempo del habitual en arreglarse. Tras hacerse un complicado moño alto, asintió mientras se miraba en el espejo. No estaba mal. El vestido negro que solo solía utilizar en ocasiones especiales le sentaba especialmente bien después de haber perdido un par de kilos. La ropa de Charlotte era siempre maravillosa, cortesía de un marido rico y perdidamente enamorado.

Se mordió el labio inferior al pensar que pudieran tener algún problema. ¿Se habría enamorado Fabio de otra?

El inesperado sonido del teléfono la sobresaltó y fue a responder suponiendo que sería Charlotte.

—¡Hola! —saludó animadamente, pero se quedó paralizada al escuchar que había una carta para ella en recepción—. Gracias. Enseguida bajo a recogerla.

En recepción le entregaron un abultado sobre y le comunicaron que el caballero que lo había llevado deseaba hablar con ella.

—Buonasera, Rose —dijo una voz a sus espaldas—. Bienvenida a Florencia.

Rose sintió que el corazón se le subía a la garganta. Para ocultar su horrorizada reacción, se volvió lentamente hacia un hombre alto y delgado, de pelo negro rizado y un rostro que podría haber sido directamente extraído de un retrato de Rafael. Un rostro que Rose nunca había logrado olvidar a pesar de todos sus esfuerzos. Allí estaba en carne y hueso el motivo por el que había rechazado todas aquellas invitaciones a la Toscana: para evitar volver a encontrarse con el padre de su hija.

—¡Cielo santo! Dante Fortinari —dijo en el tono más desenfadado que pudo—. ¡Qué sorpresa!

—Espero que haya sido una sorpresa agradable —el hombre tomó su mano con un brillo en sus ojos azules que hizo que Rose quisiera darse la vuelta y salir corriendo—. Yo me alegro mucho de volver a verte, Rose. ¿Quieres que bebamos algo mientras lees tu carta?

La primera reacción de Rose fue negarse, pero se contuvo y acabó asintiendo con cautela.

—Gracias.

—Vamos —Dante la condujo hasta una mesa en el sofisticado bar del hotel—. ¿Quieres un vino?

—Con un poco de agua fresca me bastará. Si no te importa, mientras la traen voy a leer la carta.

Tras pedir las bebidas a un camarero, Dante Fortinari observó atentamente a Rose mientras leía la carta. Rose Palmer había cambiado en los cuatro años transcurridos desde la última vez que la había visto, en la boda de Charlotte Vilari. Entonces era una joven inocente que acababa de cumplir los veintiún años, pero aquella joven se había convertido en una mujer. Llevaba su pelo color caramelo sujeto en un moño que le habría gustado deshacer. Combinado con el severo vestido negro que llevaba, le daba un aire de sofisticación muy distinto al recuerdo que tenía de ella. Había estado tan irresistible aquel día, tan feliz por su amiga… Pero la desenfadada y joven dama de honor de aquella boda había madurado hasta convertirse en una reservada adulta que, evidentemente, no parecía precisamente feliz de volver a verlo. Pero aquello no había supuesto una sorpresa. De hecho, no le habría sorprendido que se hubiera negado a hablar con él.

Entretanto, Rose estaba leyendo la carta de su amiga con creciente decepción.

 

Cuando leas esto querrás pegarme, cariño, y no te culparé por ello. Fabio me despertó ayer por la mañana con flores, una preciosa pulsera de oro y dos billetes de avión para un viaje sorpresa a Nueva York para hoy mismo.

No te puedes imaginar el alivio que he experimentado. Había descubierto hacía unos días por casualidad los billetes y la reserva del hotel y llegué a la errónea conclusión de que Fabio me estaba engañando. Por eso te necesitaba tan desesperadamente.

Siento haber sido tan dramática y haberme comportado como una perfecta idiota. Estuve a punto de llamarte para que cancelaras el viaje, pero Fabio insistió en que no te vendrían mal unas pequeñas vacaciones. Yo estuve totalmente de acuerdo, así que tómatelo con calma, Rose, y disfruta un poco de la dolce vita antes de volver a Inglaterra. Te lo mereces.

En el pequeño sobre que te adjunto en la carta hay dinero para gastos, y Fabio se sentiría muy dolido si lo rechazaras. Si no se te ocurre otra cosa, compra regalos. Yo prometo ir a visitarte pronto.

Besos y abrazos, Charlotte.

 

—¿Malas noticias? —preguntó Dante.

Rose le dedicó una mirada aturdida.

—He venido para pasar unas pequeñas vacaciones con Charlotte, pero Fabio le tenía preparada una sorpresa y se la ha llevado a Nueva York —sonrió valientemente para encubrir su decepción—. Pero da igual. Siempre había querido visitar Florencia.

—Pero en compañía de tu amiga, no sola.

Rose captó un destello de compasión en los intensos ojos azules que habían invadido sus sueños y que tanto la habían afectado en el pasado. Se encogió de hombros filosóficamente.

—Preferiría estar con Charlotte, por supuesto, pero seguro que no me faltará qué hacer en una ciudad como Florencia, con su arquitectura y sus maravillosos museos.

—Pero supongo que eso tendrás que dejarlo para mañana —Dante alargó una mano y la apoyó sobre la de Rose—. Ahora es hora de cenar y, ya que Charlotte ha reservado una mesa para esta noche en el restaurante del hotel, me encantaría ocupar su lugar.

Rose retiró rápidamente la mano.

—¿Y no vas a traer a tu esposa contigo?

Dante se apoyó contra el respaldo del asiento y la miró con los ojos entrecerrados.

—Creo que olvidas que ya no tengo esposa.

—Oh. Yo… disculpa —agobiada, Rose se preguntó si la esposa de Dante habría muerto—. No lo sabía.

Dante alzó una ceja con expresión irónica.

—No me digas que Charlotte no te había contado que Elsa me dejó.

—No me lo había contado.

—La verdad es que me sorprende. Mi separación fue el tópico principal de conversación en la zona durante bastante tiempo —Dante se terminó su bebida de un trago antes de añadir—: Ahora que ya sabes que estoy solo y que llevo así varios años, ¿me concedes el honor de disfrutar de tu compañía esta noche?

Rose lo observó en silencio. Su primer instinto fue rechazar la oferta, pero lo cierto era que le intimidaba la idea de cenar sola en un entorno tan opulento y formal. Sin embargo, después de haber pasado años negándose a volver a Italia por si se topaba con Dante Fortinari, lo más prudente sería pedir que le sirvieran la cena a solas en su habitación. Su cerebro, que aún seguía furioso con él, le ordenó que lo rechazara sin contemplaciones, pero su corazón, el indisciplinado órgano vital que la metió inicialmente en aquel lío, la impulsaba a dejar a un lado su habitual prudencia. Y, como tonta que era, aquello era lo que iba a hacer. Ya que no pensaba volver nunca más allí, ¿qué mal había en utilizar un poco a Dante?

—Te está costando mucho decidirte —comentó Dante—. ¿Quieres contar con mi compañía o no?

—Sí, gracias —Rose lo miró con curiosidad—. ¿Cómo es que has acabado haciendo de chico de los recados para Charlotte?

Dante se encogió de hombros.

—Fabio se ofreció a entregar un paquete a un viejo amigo mío de Nueva York y Charlotte me pidió este favor a cambio. Para mí ha sido un placer complacerla porque así he podido verte de nuevo, Rose —dijo antes de hacer una seña a un camarero para pedirle la carta.

—¿Tienes un lugar en el que alojarte en Florencia estos días? Recuerdo vagamente que vivías en una casa familiar en los viñedos Fortinari.

—Ya no. Ahora tengo una casa a unos kilómetros de nuestros viñedos en Fortino. Mi padre se ha retirado y mi hermano, Leo, y yo dirigimos ahora el negocio. A él se le da bien la producción y a mí la venta.

Rose asintió.

—Has hecho un largo viaje para entregar una carta.

—Viajar a Florencia siempre es un placer, sobre todo si es para volver a verte.

—Me sorprende que me recuerdes después de tantos años —replicó Rose con aspereza.

—Nunca te he olvidado —Dante dedicó a Rose la deslumbrante sonrisa que en su momento supuso el inicio de todo aquello—. Y ahora, ¿qué te apetece comer?

—¡Cualquier cosa que no tenga que cocinar yo! —bromeó Rose.

Dante la miró por encima de la carta.

—¿Vives sola?

—No. Comparto una casa cercana a la de mi madre.

—Recuerdo bien a tu madre, una mujer encantadora demasiado joven para ser tu madre.

—Eso es cierto —contestó Rose antes de volver a centrar la atención en su carta—. ¿Qué me recomiendas?

—Si te apetece pescado, el salmón está muy bueno, pero también hay carne.

—Creo que tomaré el salmón.

Mientras Dante hacía el pedido al camarero, Rose lamentó no poder hablar italiano. Cuando Dante le preguntó si quería vino, decidió que más le valía ceñirse al agua.

—Recuerdo que bebiste champán cuando nos conocimos —le recordó Dante—. Estabas encantadora con el vestido que llevabas.

—Eso fue hace mucho tiempo —dijo Rose con frialdad.

—¿No recuerdas la ocasión con placer?

—Claro que sí. A fin de cuentas, fue el día de la boda de Charlotte. Recuerdo muy bien lo eufóricas que estábamos.

Cuando terminaron de cenar, Dante sugirió que fueran al bar a tomar el café.

—¿Te apetece un coñac con el café?

—Ya que no he bebido con la comida, creo que tomaré un poco —dijo Rose, pensando que no le iría mal.

Tras tomar un trago de la fuerte bebida se sintió un poco más relajada para observar a Dante sin que le entraran ganas de golpearlo. Parecía bastante más mayor y endurecido que el joven encantador y efervescente que hizo que la boda de Charlotte fuera tan memorable para la dama de honor.

—Estás muy callada —comentó Dante.

—Ha sido un día lleno de acontecimientos.

—Háblame de tu vida, Rose.

—Trabajo como contable desde mi casa.

—¿Acabaste la carrera?

—No, aunque habría resultado muy útil hacerlo —dijo Rose rápidamente antes de cambiar de tema—. Sé que es un poco tarde para decirte esto, pero lamenté enterarme de la muerte de tu abuela.

—Gracias. La echo mucho de menos.

—¿Y echas de menos también a tu esposa?

—No. En absoluto —la mirada de Dante se endureció de forma evidente—. Mi matrimonio fue un error. Cuando Elsa me dejó por otro hombre mi hermano me dijo que debería dar las gracias al cielo por haberme librado de ella. Leo tenía mucha razón.

—Resultó curioso que olvidaras mencionar a Elsa cuando nos conocimos —dijo Rose, mirándolo a los ojos.

Dante hizo una mueca de desagrado.

—No olvidé hacerlo. Me negué a permitir que su recuerdo estropeara el rato que pasé contigo. Estaba muy enfadado porque Elsa se había negado a cancelar una sesión de fotos para acompañarme a la boda de Fabio.

—Y decidiste desahogarte conmigo.

—¡Eso no es cierto, Rose! Disfruté enormemente con tu compañía. ¿Es demasiado tarde para disculparme por el modo tan repentino en que te dejé?

—Lo comprendí perfectamente cuando supe que tu abuela había muerto —dijo Rose sin apartar la mirada—. Pero no me sentí tan comprensiva cuando me enteré de la existencia de Elsa.

La mandíbula de Dante se tensó visiblemente mientras hacía un gesto al camarero.

—Necesito otro coñac. ¿Y tú?

—No, gracias —dijo Rose a la vez que se ponía en pie—. Estoy un poco cansada, así que…

—¡No! —Dante se levantó rápidamente de su taburete—. Aún es pronto. Quédate un rato más conmigo, Rose, por favor.

Rose lo miró un momento y asintió a la vez que volvía a sentarse.

—No creo que te convenga beber más si vas a conducir. Te espera un largo viaje.

—No voy a conducir. He reservado una habitación aquí para esta noche, así mañana podré ser tu guía en la ciudad.

—¿Te ha pedido Charlotte que te ocupes de mí?

—No. Ha sido idea mía. Pero no importa. Si no te apetece estar conmigo, me iré por la mañana.

Rose pensó que aquello sería lo más conveniente. Pero era una extranjera en una ciudad que no conocía y además no hablaba italiano, de manera que resultaría muy práctico aprovechar la oferta de un nativo. Después de todos los problemas que le había causado, no estaría mal que también le resultara de alguna utilidad.

—Creo que aceptaré tus servicios como guía, Dante. Gracias.

—¡Será un placer, Rose! —Dante apoyó una mano sobre la de Rose y la miró con calidez—. Me esforzaré para que tu estancia en Florencia resulte memorable.

No tendría que esforzarse demasiado. A pesar de su enfado inicial al verlo, Rose solo había necesitado unos minutos en su compañía para recordar lo poco que le costó enamorarse de él todos aquellos años atrás. Fue un compañero encantador y atento que mostró indicios inconfundibles de compartir sus sentimientos el día de la boda de Charlotte, lo que hizo que resultara aún más devastador enterarse después de que estaba prometido. Como reacción, Rose lo apartó de inmediato de su mente y fingió no haberlo conocido nunca. Al ver que se negaba a escuchar cada vez que Charlotte mencionaba su nombre, esta había optado por dejar de hacerlo. Sin embargo, Charlotte había enviado a Dante al hotel para que le entregara su carta. Iba a tener que hablar seriamente con su amiga la próxima vez que se vieran.

—¿No resultará aburrido para ti enseñarme una ciudad que ya conoces? —preguntó a la vez que retiraba la mano.

—Florencia me parecerá un lugar nuevo visto a través de tus ojos. ¿Por qué no habías venido nunca aquí? Esperaba que hubieras vuelto alguna vez, pero nunca lo hiciste.

—Resulta demasiado complicado viajar con el trabajo. Además, veo a menudo a Charlotte cuando viaja para visitar a su padre.

—Charlotte me contó que su padre comparte su vida con tu madre. ¿Te gusta que sea así?

—Desde luego. Son felices juntos.

—En la boda noté que tu madre y tú estabais muy unidas. Yo tengo la suerte de conservar a mis dos padres, pero no a mi abuela. La adoraba y la echo mucho de menos —la mirada se Dante se iluminó con una repentina emoción—. Fue la noticia de que se estaba muriendo lo que hizo que tuviera que marcharme de forma tan inesperada aquella noche, ¿lo comprendes? Afortunadamente llegué a tiempo de tomarla de la mano y despedirme de ella antes de que… nos dejara.

—Me alegro por ti —dijo Rose con suavidad, aunque en su momento no se creyó una palabra de aquella historia, incredulidad que quedó justificada al día siguiente cuando se enteró de la existencia de Elsa.

—Nonna me dejó en herencia su casa —la mirada de Dante se ensombreció visiblemente—. Al principio no quise utilizarla, pues estaba llena de demasiados recuerdos, pero mis padres insistieron hasta que me animé a vivir en ella.

—¿Solo? ¿Aún no has encontrado sustituta para Elsa?

Dante arqueó una de sus morenas cejas.

—¿Crees que eso es fácil para mí?

—No creo nada porque nunca pienso en ti —Rose se encogió de hombros—. A fin de cuentas, solo nos vimos una vez.

—Y tú nunca has recordado con placer esa ocasión, ¿no?

—Oh, sí, claro que sí. Pasé un gran día contigo. Pero dejé de pensar en ti en cuanto me enteré de que estabas comprometido —Rose sonrió con dulzura y se puso en pie—. Y ahora necesito irme a la cama.

Dante la acompañó hasta el ascensor.

—Será un placer pasear mañana contigo por Florencia. ¿Cuándo regresas?

—El martes por la mañana.

—¡Tan pronto! —Dante frunció el ceño—. Eso nos da un solo día para hacer turismo. Tendremos que quedar temprano para desayunar.

—Pensaba pedir que me lo subieran a….

—No, no —Dante negó enfáticamente—. Te llevaré a desayunar a la Piazza della Signora. ¿Quedamos aquí a las nueve?

Rose asintió.

—Será un placer poder dormir un poco más de lo habitual.

—¿Madrugas mucho para trabajar?

—Demasiado —Rose sonrió educadamente mientras pulsaba el botón de su planta en el ascensor—. ¿Y tú?

—Lo mismo —Dante le mostró la llave con el número de su habitación—. Si no puedes dormir bien puedes llamarme y vendré enseguida.

Rose le dedicó una mirada gélida.

—Eso no va a pasar, Dante.

—¡Qué lástima! —cuando se detuvieron ante la puerta de la habitación de Rose, Dante abrió la puerta y se apartó para dejarla pasar con una reverencia—. Y ahora cierra tu habitación para que me asegure de que estás a salvo.

Rose asintió obedientemente.

—Gracias por tu compañía, Dante.

Dante frunció los labios.

—¿Porque ha sido mejor que ninguna?

Rose dejó que su silencio hablara por ella mientras cerraba la puerta del dormitorio.

Una vez en su habitación, Dante se encaminó directamente al balcón a contemplar el Arno. Rose Palmer era muy distinta a la chica de la que se enamoró más y más según fueron pasando las horas de aquel memorable día. A pesar de la triste noticia de la muerte de su abuela, y de lo repentinamente que tuvo que irse, le resultó imposible dejar de pensar en ella. Se prometió disculparse con Rose en persona en cuanto fuera a visitar a los Vilari, pero Rose no había regresado a Italia desde entonces.