La Odisea - Homero - E-Book

La Odisea E-Book

Homero

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Beschreibung

Veinte años tardará Ulises, el rey de Ítaca, en volver a su patria. Luego de luchar en la guerra de Troya por diez años, siendo uno de los héroes, Ulises emprende el regreso a su tierra natal. Pero una ofensa al dios Poseidón lo alejará de su camino por otros diez años, siendo condenado a navegar sin rumbo y a vivir las más extrañas aventuras y vicisitudes en el camino. Así, en su retorno a Ítaca, Ulises desafiará monstruos y tempestades, se enfrentará a encantamientos y a las seductoras sirenas, sobreponiéndose al designio de los dioses, en su intento por volver a su hogar. Mientras su fiel esposa, Penélope, y su hijo, Telémaco, intentan resistir ante la codicia de los pretendientes que aspiran al trono. La Odisea es un poema épico de la Grecia clásica y representa una de las grandes epopeyas de la historia de la humanidad. Se cree que fue una de las primeras obras escritas en la antigüedad, luego de ser recitada durante siglos. Convertida en una pieza clave de la cultura universal, ha inspirado a grandes autores de la literatura, desde Virgilio hasta Joyce. Hoy puede escuchar y disfrutar esta obra, creada para ser narrada en voz alta. Dividida en tres partes, conocerá la situación de Ítaca sin Ulises, las peripecias de su regreso y su venganza para recuperar su trono y vengar su honor.-

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Homero

La Odisea

Traductor: Luis Segalá y Estalella

Saga

La OdiseaOriginal titleOdysseiaCopyright © 701 BC., 2019 Homero and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726290516

1 . e-book edition, 2019

Format: EPUB 2.0

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

Canto I

Concilio de los dioses. Exhortación de Atenea a Telémaco

1 Háblame, Musa, de aquel varón de multiforme ingenio que, después de destruir la sacra ciudad de Troya, anduvo peregrinando larguísimo tiempo, vio las poblaciones y conoció las costumbres de muchos hombres y padeció en su ánimo gran número de trabajos en su navegación por el Ponto, en cuanto procuraba salvar su vida y la vuelta de sus compañeros a la patria. Mas ni aun así pudo librarlos, como deseaba, y todos perecieron por sus propias locuras. ¡Insensatos! Comiéronse las vacas de Helios, hijo de Hiperión; el cual no permitió que les llegara el día del regreso. ¡Oh diosa, hija de Zeus!, cuéntanos aunque no sea más que una parte de tales cosas.

11 Ya en aquel tiempo los que habían podido escapar de una muerte horrorosa estaban en sus hogares, salvos de los peligros de la guerra y del mar; y solamente Odiseo, que tan gran necesidad sentía de restituirse a su patria y ver a su consorte, hallábase detenido en hueca gruta por Calipso, la ninfa veneranda, la divina entre las deidades, que anhelaba tomarlo por esposo.

16 Con el transcurso de los años llegó por fin la época en que los dioses habían decretado que volviese a su patria, a Ítaca, aunque no por eso debía poner fin a sus trabajos, ni siquiera después de juntarse con los suyos. Y todos los dioses le compadecían, a excepción de Poseidón, que permaneció constantemente irritado contra el divinal Odiseo hasta que el héroe no arribó a su tierra.

22 Mas entonces habíase ido aquél al lejano pueblo de los etíopes —los cuales son los postreros de los hombres y forman dos grupos, que habitan respectivamente hacia el ocaso y hacia el orto de Hiperión— para asistir a una hecatombe de toros y de cordero. Mientras aquel se deleitaba presenciando el festín, congregáronse las otras deidades en el palacio de Zeus Olímpico.

28 Y fue el primero en hablar el padre de los hombres y de los dioses, porque en su ánimo tenía presente al ilustre Egisto, a quien dio muerte el preclaro Orestes Agamenonida. Acordándose de él, dijo a los inmortales estas palabras:

32 —¡Oh Dioses! ¡De qué modo culpan los mortales a los númenes! Dicen que las cosas malas les vienen de nosotros, y son ellos quienes se atraen con sus locuras infortunios no decretados por el destino. Así ocurrió a Egisto que, oponiéndose a la voluntad del hado casó con la mujer legítima del Atrida, y mató a éste cuando tornaba a su patria, no obstante que supo la terrible muerte que padecería luego. Nosotros mismos le habíamos enviado a Hermes, el vigilante Argifontes, con el fin de advertirle que no matase a aquél ni pretendiera a su esposa; pues Orestes Atrida tenía que tomar venganza no bien llegara a la juventud y sintiese el deseo de volver a su tierra. Así se lo declaró Hermes; mas no logró persuadirlo, con ser tan excelente el consejo, y ahora Egisto lo ha pagado todo junto.

44 Respondióle Atenea, la deidad de ojos de lechuza: —¡Padre nuestro, cronida, el más excelso de los que imperan! Aquél yace en la tumba por haber padecido una muerte muy justificada. ¡Así perezca quien obre de semejante modo! Pero se me parte el corazón a causa del prudente y desgraciado Odiseo, que, mucho tiempo ha, padece penas lejos de los suyos, en una isla azotada por las olas, en el centro del mar; isla poblada de árboles, en la cual tiene su mansión una diosa, la hija del terrible Atlante de aquel que conoce todas las profundidades del ponto y sostiene las grandes columnas que separan la tierra y el cielo. La hija de este dios retiene al infortunado y afligido Odiseo, no cejando en su propósito de embelesarlo con tiernas y seductoras palabras para que olvide a Ítaca; mas Odiseo, que está deseoso de ver el humo de su país natal, ya de morir siente anhelos. ¿Y a ti, Zeus Olímpico? ¿No se te conmueve el corazón? ¿No te era grato Odiseo cuando sacrificaba junto a las naves de los argivos? ¿Por que así te has airado contra él, Zeus?

63 Contestóle Zeus, que amontona las nubes: —¡Hija mía! ¿Qué palabras se te escaparon del cerco de los dientes? ¿Cómo quieres que ponga en olvido al divinal Odiseo, que por su inteligencia se señala sobre los demás mortales y siempre ofreció muchos sacrificios a los inmortales dioses que poseen el anchuroso cielo? Pero Poseidón, que ciñe la tierra, le guarda vivo y constante rencor porque cegó al ciclope, al deiforme Polifemo; que es el más fuerte de todos los ciclopes y nació de la ninfa Toosa, hija de Forcis, que impera en el mar estéril, después que esta se unió con Poseidón en honda cueva. Desde entonces Poseidón, que sacude la tierra, si bien no intenta matar a Odiseo, hace que vaya errante lejos de su patria. Mas ¡ea! tratemos todos nosotros de la vuelta del mismo y del modo como haya de llegar a su patria; y Poseidón depondrá la cólera, que no le fuera posible contender, solo y contra la voluntad de los dioses, con los inmortales todos.

80 Respondióle en seguida Atenea, la deidad de ojos de lechuza: —¡Padre nuestro, cronida, el más excelso de los que imperan! Si les place a los bienaventurados dioses que el prudente Odiseo vuelva a su casa, mandemos en seguida a Hermes, el mensajero Argifontes, a la isla; y manifieste cuanto antes a la ninfa de hermosas trenzas la verdadera resolución que hemos tomado sobre la vuelta del paciente Odiseo, para que el héroe se ponga en camino. Yo, en tanto, yéndome a Ítaca, instigaré vivamente a su hijo y le infundiré valor en el pecho para que llame al ágora a los melenudos aqueos, y prohiba la entrada en su casa a todos los pretendientes, que de continuo le degüellan muchísimas ovejas y flexípedes bueyes de retorcidos cuernos. Y le llevaré después a la arenosa Pilos para que, preguntando y viendo si puede adquirir noticias de su padre, consiga ganar honrosa fama entre los hombres.

96 Dicho esto, calzóse los áureos divinos talares que la llevaban sobre el mar y sobre la tierra inmensa con la rapidez del viento; y asió la lanza fornida, de aguda punta de bronce, pesada, larga, robusta, con que la hija del prepotente padre destruye filas enteras de héroes siempre que contra ellos monta en cólera.

102 Descendió presurosa de la cumbre del Olimpo y, encaminándose al pueblo de Ítaca, detúvose en el vestíbulo de la morada de Odiseo, en el umbral que precedía al patio: empuñaba la broncínea lanza y había tomado la figura de un extranjero, de Mentes, rey de los tafios.

106 Halló a los soberbios pretendientes, que para recrear el animo jugaban a los dados ante la puerta de la casa, sentados sobre cueros de bueyes que ellos mismos habían degollado. Varios heraldos y diligentes servidores escanciábanles vino y agua en las crateras; y otros limpiaban las mesas con esponjas de muchos ojos, colocábanlas en su sitio, y trinchaban carne en abundancia.

113 Fue el primero en advertir la presencia de la diosa el deiforme Telémaco, pues se hallaba en medio de los pretendientes con el corazón apesadumbrado, y tenía el pensamiento fijo en su valeroso padre por si, volviendo, dispersaba a aquellos por la casa y recuperaba la dignidad real y el dominio de sus riquezas.

118 Tales cosas meditaba, sentado con los pretendientes, cuando vio a Atenea. A la hora fuese derecho al vestíbulo, muy indignado en su corazón de que un huésped tuviese que esperar tanto tiempo a la puerta, asió por la mano a la diosa, tomóle la broncínea lanza y, hablándole, le dijo estas aladas palabras:

123 —¡Salve, huésped! Entre nosotros has de recibir amistoso acogimiento. Y después que hayas comido, nos dirás de que estás necesitado.

125 Hablando así, empezó a caminar y Palas Atenea le fue siguiendo. Ya entrados en el interior del excelso palacio, Telémaco arrimó la lanza a una alta columna, metiéndola en la pulimentada lancera, donde había muchas lanzas del paciente Odiseo; hizo sentar a la diosa en un sillón, después de tender en el suelo linda alfombra bordada y de colocar el escabel para los pies, y acercó para sí una labrada silla; poniéndolo todo aparte de los pretendientes para que al huésped no le desplaciera la comida, molestado por el tumulto de aquellos varones soberbios, y él, a su vez, pudiera interrogarle sobre su padre ausente.

136 Una esclava les dio aguamanos, que traía en magnífico jarro de oro y vertió en fuente de plata, y les puso delante una pulimentada mesa. La veneranda despensera trájoles pan y dejó en la mesa buen número de manjares, obsequiándoles con los que tenía guardados. El trinchante sirvióles platos de carne de todas suertes y colocó a su lado áureas copas. Y un heraldo se acercaba a menudo para escanciarles vino.

144 Ya en esto entraron los orgullosos pretendientes. Apenas se hubieron sentado por orden en sillas y sillones, los heraldos diéronles aguamanos, las esclavas amontonaron el pan en los canastillos, los mancebos coronaron de bebidas las crateras, y todos las viandas que les habían servido.

149 Satisfechas las ganas de comer y de beber, ocupáronles el pensamiento otras cosas; el canto y el baile, que son los ornamentos del convite. Un heraldo puso la bellísima cítara en las manos, de Femio, a quien obligaban a cantar ante los pretendientes. Y mientras Femio comenzaba al son de la cítara un hermoso canto, Telémaco dijo estas razones a Atenea la de los ojos de lechuza, después de aproximar su cabeza a la deidad para que los demás no se enteraran:

158 —¡Caro huésped! ¿Te enojarás conmigo por lo que voy a decirte? Estos sólo se ocupan de cosas tales como la cítara y el canto; y nada les cuesta, pues devoran impunemente la hacienda de otro, la de un varón cuyos blancos huesos se pudren en el continente por la acción de la lluvia o los revuelven las olas en el seno del mar. Si le vieran regresar a Ítaca, todos preferirían tener los pies ligeros a ser ricos de oro y de vestidos. Mas aquél ya murió, a causa de su aciago destino, y ninguna esperanza nos resta, aunque alguno de los hombres terrestres afirme que aun ha de volver: el día de su regreso no amanecerá jamás.

169 Pero ¡ea! habla y responde sinceramente: ¿Quién eres y de qué país procedes? ¿Dónde se hallan tu ciudad y tus padres? ¿En qué linaje de embarcación llegaste? ¿Cómo los marineros te trajeron a Ítaca? ¿Quiénes se precian de ser? Pues no me figuro que hayas venido andando. Dime también la verdad de esto para que me entere: ¿Vienes ahora por vez primera o has sido huésped de mi padre? Que son muchos los que conocen nuestra casa, porque Odiseo acostumbraba visitar a los demás hombres.

178 Respondió Atenea, la deidad de los ojos de lechuza: —De todo esto voy a informarte circunstanciadamente. Me jacto de ser Mentes, hijo del belicoso Anquíalo, y de reinar sobre los tafios amantes de manejar los remos. He llegado en mi bajel, con mi gente, pues navego por el vinoso ponto hacia unos hombres que hablan otro lenguaje: voy a Témesa para traer bronce, llevándoles luciente hierro. Anclé la embarcación cerca del campo, antes de llegar a la ciudad, en el puerto Retro que está al pie del selvoso Neyo. Nos cabe la honra de que ya nuestros progenitores se daban mutua hospitalidad desde muy antiguo, como se lo puedes preguntar al héroe Laertes; el cual, según me han dicho, ya no viene a la población, sino que mora en el campo, atorméntanle los pesares, y tiene una anciana esclava que le apareja la comida y le da de beber cuando se le cansan los miembros de arrastrarse por la fértil viña. Vine porque me aseguraron que tu padre estaba de vuelta en la población, mas sin duda lo impiden las deidades, poniendo obstáculos a su retorno; que el divinal Odiseo no desapareció aún de la tierra, pues vive y está detenido en el vasto ponto, en una isla que surge entre las olas, desde que cayó en poder de hombres crueles y salvajes que lo retienen a su despecho. Voy ahora a predecir lo que ha de suceder, según los dioses me lo inspiran en el ánimo y yo creo que ha de verificarse porque no soy adivino ni hábil intérprete de sueños: aquel no estará largo tiempo fuera de su patria, aunque lo sujeten férreos vínculos; antes hallará algún medio para volver, ya que es ingenioso en sumo grado.

206 Mas, ¡ea! habla y dime con sinceridad si eres el hijo del propio Odiseo. Eres pintiparado a él así en la cabeza como en los bellos ojos; y bien lo recuerdo, pues nos reuníamos a menudo antes de que se embarcara para Troya, adonde fueron los príncipes argivos en las cóncavas naves. Desde entonces ni yo he visto a Odiseo ni él a mi.

213 Contestóle el prudente Telémaco: —Voy a hablarte oh huésped, con gran sinceridad. Mi madre afirma que soy hijo de aquél, y no sé más; que nadie consiguió conocer por sí su propio linaje. ¡Ojalá que fuera vástago de un hombre dichoso que envejeciese en su casa, rodeado de sus riquezas!; mas ahora dicen que desciendo, ya que me lo preguntas, del más infeliz de los mortales hombres.

221 Replicóle Atenea, la deidad de ojos de lechuza: —Los dioses no deben de haber dispuesto que tu linaje sea oscuro, cuando Penelopea te ha parido cual eres. Mas, ea, habla y dime con franqueza: ¿Qué comida, qué reunión es esta y qué necesidad tienes de darla? ¿Se celebra convite o casamiento? que no nos hallamos evidentemente en un festín a escote. Paréceme que los que comen en el palacio con tal arrogancia ultrajan a alguien; pues cualquier hombre sensato se indignaría al presenciar sus muchas torpezas.

230 Contestóle el prudente Telémaco: —¡Huésped! Ya que tales cosas preguntas e inquieres, sabe que esta casa hubo de ser opulenta y respetada en cuanto aquel varón permaneció en el pueblo. Mudóse después la voluntad de los dioses, quienes, maquinando males, han hecho de Odiseo el más ignorado de todos los hombres; que yo no me afligiera de tal suerte si acabara la vida entre sus compañeros en el país de Troya o en brazos de sus amigos luego que terminó la guerra, pues entonces todos los aqueos le habrían erigido un túmulo y hubiese dejado a su hijo una gloria inmensa. Ahora desapareció sin fama, arrebatado por las Harpías; su muerte fue oculta e ignota; y tan sólo me dejó pesares y llanto. Y no me lamento y gimo únicamente por él, pues los dioses me han enviado otras funestas calamidades. Cuantos próceres mandan en las islas, en Duliquio, en Same y en la selvosa Zacinto, y cuantos imperan en la áspera Ítaca, todos pretenden a mi madre y arruinan nuestra casa. Mi madre ni rechaza las odiosas nupcias ni sabe poner fin a tales cosas, y aquellos comen y agotan mi hacienda, y pronto acabarán conmigo mismo.

252 Contestóle Atenea muy indignada: —¡Oh dioses! ¡Qué falta no te hace el ausente Odiseo, para que ponga las manos en los desvergonzados pretendientes! Si volviera y se mostrara ante el portal de esta casa, con su yelmo, su escudo y sus dos lanzas, como la primera vez que le vi en la mía, bebiendo y recreándose, cuando volvió de Efira, del palacio de Ilo Mermérida —allá fue Odiseo en su velera nave por un veneno mortal con que pudiese teñir las broncíneas flechas; pero Ilo, temeroso de los sempiternos dioses, no se lo procuró y entregóselo mi padre, que le quería muchísimo—; si, pues, mostrándose tal, se encontrara Odiseo con los pretendientes, fuera corta la vida de éstos y bien amargas sus nupcias. Mas está puesto en manos de los dioses si ha de volver y tomar venganza en su palacio, y te exhorto a que desde luego medites como arrojarás de aquí a los pretendientes. Ea, óyeme, si te place, y presta atención a mis palabras. Mañana convoca en el ágora a los héroes aqueos, háblales a todos y sean testigos las propias deidades. Intima a los pretendientes que se separen, yéndose a sus casas; y si a tu madre el ánimo le mueve a casarse, vuelve al palacio de su muy poderoso padre y allí dispondrán las nupcias y le aparejarán una dote tan cuantiosa como debe llevar una hija amada. También a ti te daré un prudente consejo, por si te decidieras a seguirlo: Apresta la mejor embarcación que hallares, con veinte remeros; ve a preguntar por tu padre, cuya ausencia se hace ya tan larga, y quizá algún mortal te hablará del mismo o llegará a tus oídos la fama que procede de Zeus y es la que más difunde la gloria de los hombres. Trasládate primeramente a Pilos e interroga al divinal Néstor; y desde allí ve a Esparta, al rubio Menelao, que ha llegado el potrero de los argivos de broncíneas corazas. Si oyeres decir que tu padre vive y ha de volver, súfrelo todo un año más, aunque estés afligido; pero si te participaren que ha muerto y ya no existe, retorna sin dilación a la patria, erígele un túmulo, hazle las muchas exequias que se le deben, y búscale a tu madre un esposo. Y así que hayas ejecutado y llevado a cumplimiento todas estas cosas, medita en tu mente y en tu corazón cómo matarás a los pretendientes en tu palacio: si con dolo o a la descubierta; porque es preciso que no andes en niñerías, que ya no tienes edad para ello. ¿Por ventura no sabes cuánta gloria ha ganado ante los hombres el divinal Orestes desde que hizo perecer al matador de su padre, al doloso Egisto, que le había muerto a su ilustre progenitor? También tú, amigo, ya que veo que eres gallardo y de elevada estatura, sé fuerte para que los venideros te elogien. Y yo me voy hacia la velera nave y los amigos, que ya deben de estar cansados de esperarme. Cuida de hacer cuanto te dije y acuérdate de mis consejos.

306 Respondióle el prudente Telémaco: —¡Oh, forastero! Me dices estas cosas de una manera tan benévola, como un padre a su hijo, que nunca jamás podré olvidarlas. Pero ¡ea! aguarda un poco, aunque tengas prisa por irte, y después que te bañes y deleites tu corazón, volverás alegremente a tu nave, llevándote un regalo precioso, muy beIlo, para guardarlo como presente mío, que tal es la costumbre a seguir con los huéspedes amados.

314 Contestóle Atenea, la deidad de ojos de lechuza: —No me detengas, oponiéndote a mi deseo de irme en seguida. El regalo con que tu corazón quiere obsequiarme, me lo entregarás a la vuelta para que me lo lleve a mi casa: escógelo muy hermoso y será justo que te lo recompense con otro semejante.

319 Diciendo así, partió Atenea, la de ojos de lechuza: fuese la diosa volando como un pájaro, después de infundir en el espíritu de Telémaco valor y audacia, y de avivarle aún más la memoria de su padre. Telémaco, considerando en su mente lo ocurrido, quedóse atónito, porque ya sospechó que había hablado con una deidad. Y aquel varón, que parecía un dios, se fue en seguida hacia los pretendientes.

325 Ante éstos, que le oían sentados y silenciosos, cantaba el ilustre aedo la vuelta deplorable que Palas Atenea había deparado a los aqueos cuando partieron de Troya.

328 La discreta Penelopea, hija de Icario oyó de lo alto de la casa la divinal canción, que le llegaba al alma; y bajó por la larga escalera, pero no sola, pues la acompañaban dos esclavas. Cuando la divina entre las mujeres llegó a donde estaban los pretendientes, detúvose junto a la columna que sostenía el techo sólidamente construido, con las mejillas cubiertas por espléndido velo y una honrada doncella a cada lado. Y arrasándosele los ojos de lágrimas, hablóle así al divinal aedo:

337 —¡Femio! Pues que sabes otras muchas hazañas de hombres y de dioses, que recrean a los mortales y son celebradas por los aedos, cántales alguna de las mismas sentado ahí, en el centro, y óiganla todos silenciosamente y bebiendo vino, pero deja ese canto triste que constantemente me angustia el corazón en el pecho, ya que se apodera de mí un pesar grandísimo que no puedo olvidar. ¡Tal es la persona de quien padezco soledad por acordarme siempre de aquel varón cuya fama es grande en la Hélade y en el centro de Argos!

345 Replicóle el prudente Telémaco: —¡Madre mía! ¿Por qué quieres prohibir al amable aedo que nos divierta como su mente se lo sugiera? No son los aedos los culpables, sino Zeus, que distribuye sus presentes a los varones de ingenio del modo que le place. No ha de increparse a Femio porque canta la suerte aciaga de los dánaos, pues los hombres alaban con preferencia el canto más nuevo que llega a sus oídos. Resígnate en tu corazón y en tu ánimo a oir ese canto, ya que no fue Odiseo el único que perdió en Troya la esperanza de volver; hubo otros muchos que también perecieron. Mas, vuelve ya a tu habitación, ocúpate en las labores que te son propias, el telar y la rueca, y ordena a las esclavas que se apliquen al trabajo, y de hablar nos cuidaremos los hombres y principalmente yo, cuyo es el mando en esta casa.

360 Volvióse Penelopea, muy asombrada, a su habitación, revolviendo en el ánimo las discretas palabras de su hijo. Y así que hubo subido con las esclavas a lo alto de la casa, lloró a Odiseo, su caro consorte, hasta que Atenea, la de ojos de lechuza, le infundió en los párpados el dulce sueño.

365 Los pretendientes movían alboroto en la obscura sala y todos deseaban acostarse con Penelopea en su mismo lecho. Mas el prudente Telémaco comenzó a decirles:

368 —¡Pretendientes de mi madre que os portáis con orgullosa insolencia! Gocemos ahora del festín y cesen vuestros gritos; pues es muy hermoso escuchar a un aedo como este tan parecido por su voz a las propias deidades. Al romper el alba, nos reuniremos en el ágora para que yo os diga sin rebozo que salgáis del palacio: disponed otros festines y comeos vuestros bienes, convidándoos sucesiva y recíprocamente en vuestras casas. Mas si os pareciese mejor y más acertado destruir impunemente los bienes de un solo hombre, seguid consumiéndolos; que yo invocaré a los sempiternos dioses, por si algún día nos concede Zeus que vuestras obras sean castigadas, y quizás muráis en este palacio sin que nadie os vengue.

381 Así dijo: y todos se mordieron los labios, admirándose de que Telémaco les hablase con tanta audacia.

383 Pero Antínoo, hijo de Eupites, le repuso diciendo: —¡Telémaco! Son ciertamente los mismos dioses quienes te enseñan a ser grandílocuo y a arengar con audacia, mas no quiera el Cronión que llegues a ser rey de Ítaca, rodeada por el mar, como te corresponde por el linaje de tu padre.

388 Contestóle el prudente Telémaco: —¡Antínoo! ¿Te enojarás acaso por lo que voy a decir? Es verdad que me gustaría serlo, si Zeus me lo concediera. ¿Crees por ventura que el reinar sea la peor desgracia para los hombres? No es malo ser rey, porque su casa se enriquece pronto y su persona se ve más honrada. Pero muchos príncipes aqueos, entre jóvenes y ancianos viven en Ítaca, rodeada por el mar: reine cualquiera de ellos, ya que murió el divinal Odiseo, y yo seré señor de mi casa y de los esclavos que éste adquirió para mí, como botín de guerra.

399 Respondióle Eurímaco, hijo de Polibo: —¡Telémaco! Está puesto en mano de los dioses cuál de los aqueos ha de ser el rey de Ítaca, rodeada por el mar; pero tú sigue disfrutando de tus bienes, manda en tu palacio y jamás, mientras Ítaca sea habitada, venga hombre alguno a despojarte de tus riquezas contra tu querer. Y ahora, óptimo Telémaco, deseo preguntarte por el huésped. ¿De dónde vino tal sujeto? ¿De qué tierra se gloria de ser? ¿En qué país se hallan su familia y su patria? ¿Te ha traído noticias de la vuelta de tu padre o ha llegado con el único propósito de cobrar alguna deuda? ¿Cómo se levantó y se fue tan rápidamente sin aguardar a que le conociéramos? De su aspecto colijo que no debe de ser un miserable.

412 Contestóle el prudente Telémaco: —¡Eurímaco! Ya se acabó la esperanza del regreso de mi padre: y no doy fe a las noticias, vengan de donde vinieren, ni me curo de las predicciones que haga un adivino a quien mi madre llame e interrogue en el palacio. Este huésped mío lo era ya de mi padre y viene de Tafos: se precia de ser Mentes, hijo del belicoso Anquíalo, y reina sobre los tafios, amantes de manejar los remos.

420 Así habló Telémaco, aunque en su mente había reconocido a la diosa inmortal. Volvieron los pretendientes a solazarse con la danza y el deleitoso canto, y así esperaban que llegase la oscura noche. Sobrevino ésta cuando aun se divertían, y entonces partieron para acostarse en sus respectivas casas. Telémaco subió al elevado aposento que para él se había construido dentro del hermoso patio, en un lugar visible por todas partes; y se fue derecho a la cama, meditando en su ánimo muchas cosas. Acompañábale, con teas encendidas en la mano, Euriclea, hija de Ops Pisenórida, la de castos pensamientos, a la cual había comprado Laertes con sus bienes en otro tiempo, apenas llegada a la pubertad, por el precio de veinte bueyes; y en el palacio la honró como a una casta esposa, pero jamás se acostó con ella, a fin de que su mujer no se irritase. Aquélla, pues, alumbraba a Telémaco con teas encendidas, por ser la esclava que más le amaba y la que le había criado desde niño; y, en llegando abrió la puerta de la habitación sólidamente construida. Telémaco se sentó en la cama, desnudóse la delicada túnica y diósela en las manos a la prudente anciana; la cual, después de componer los pliegues, la colgó de un clavo que había junto al torneado lecho, y al punto salió de la estancia, entornó la puerta, tirando del anillo de plata, y echó el cerrojo por medio de una correa. Y Telémaco, bien cubierto de un vellón de oveja pasó toda la noche revolviendo en su mente el viaje que Atenea le había aconsejado.

Canto II

Telémaco reúne en asamblea al pueblo de Ítaca

1 Cuando apareció la hija de la mañana, la Aurora de rosáceos dedos, el caro hijo de Odiseo se levantó de la cama, vistióse, colgó del hombro la aguda espada, ató a sus nítidos pies hermosas sandalias y, semejante por su aspecto a una deidad, salió del cuarto. En seguida mandó que los heraldos, de voz sonora, llamaran al ágora a los melenudos aqueos. Hízose el pregón y empezaron a reunirse muy prestamente. Y así que hubieron acudido y estuvieron congregados, Telémaco se fue al ágora con la broncínea lanza en la mano y dos perros de ágiles pies que le seguían, adornándolo Atenea con tal gracia divinal que, al verle llegar, todo el pueblo le contemplaba con asombro, y se sentó en la silla de su padre, pues le hicieron lugar los ancianos.

15 Fue el primero en arengarles el héroe Egiptio, que ya estaba encorvado de vejez y sabía muchísimas cosas. Un hijo suyo muy amado, el belicoso Antifo, había ido a Ilión, la de hermosos corceles, en las cóncavas naves con el divinal Odiseo; y el feroz Ciclope lo mató en la excavada gruta e hizo del mismo la última de aquellas cenas. Otros tres tenía el anciano —uno, Eurínomo, hallábase con los pretendientes, y los demás cuidaban los campos de su padre—, mas no por eso se había olvidado de Antifo, y por él lloraba y se afligía.

24 Egiptio, pues, les arengó, derramando lágrimas, y les dijo de esta suerte: —Oíd itacenses, lo que os voy a decir. Ni una sola vez fue convocada nuestra ágora, ni en ella tuvimos sesión, desde que el divinal Odiseo partió en las cóncavas naves. ¿Quién al presente nos reúne? ¿Es joven o anciano aquél a quien le apremia necesidad tan grande? ¿Recibió alguna noticia de que el ejército vuelve y desea manifestarnos públicamente lo que supo antes que otros? ¿O quiere exponer y decir algo que interesa al pueblo? Paréceme que debe de ser un varón honrado y proficuo. Cúmplale Zeus, llevándolo a feliz término, lo que en su ánimo revuelve.

35 Así les habló. Holgóse del presagio el hijo amado de Odiseo, que ya no permaneció mucho tiempo sentado: deseoso de arengarles, se levantó en medio del ágora, y el heraldo Pisenor, que sabía dar prudentes consejos, le puso el cetro en la mano. Telémaco, dirigiéndose primeramente al viejo, se expresó de esta guisa:

40 —¡Oh, anciano! No está lejos ese hombre y ahora sabrás que quien ha reunido al pueblo soy yo, que me hallo sumamente afligido. Ninguna noticia recibí de la vuelta del ejército, para que pueda manifestaros públicamente lo que haya sabido antes que otros, y tampoco quiero exponer ni decir cosa alguna que interese al pueblo: trátase de un asunto particular mío de la doble cuita que se entró por mi casa. La una es que perdí a mi excelente progenitor, el cual reinaba sobre vosotros con blandura de padre; la otra, la actual, la de más importancia todavía, pronto destruirá mi casa y acabará con toda mi hacienda. Los pretendientes de mi madre, hijos queridos de los varones más señalados de este país, la asedian a pesar suyo y no se atreven a encaminarse a la casa de Icario, su padre, para que la dote y la entregue al que él quiera y a ella le plazca, sino que, viniendo todos los días a nuestra morada, nos degüellan los bueyes, las ovejas y las pingües cabras, celebran banquetes, beben locamente el vino tinto y así se consumen muchas cosas, porque no tenemos un hombre como Odiseo, que sea capaz de librar a nuestra casa de tal ruina. No me hallo yo en disposición de llevarlo a efecto (sin duda debo de ser en adelante débil y ha de faltarme el valor marcial), que ya arrojaría esta calamidad si tuviera bríos suficientes, porque se han cometido acciones intolerables y mi casa se pierde de la peor manera. Participad vosotros de mi indignación, sentid vergüenza ante los vecinos circundantes y temed que os persiga la cólera de los dioses, irritados por las malas obras. Os lo ruego por Zeus Olímpico y por Temis, la cual disuelve y reúne las ágoras de los hombres: no prosigáis, amigos; dejad que padezca a solas la triste pena; a no ser que mi padre, el excelente Odiseo, haya querido mal y causado daño a los aqueos de hermosas grebas y vosotros ahora, para vengaros en mí, me queráis mal y me causéis daño, incitando a éstos. Mejor fuera que todos juntos devorarais mis inmuebles y mis rebaños, que si tal hicierais quizás algún día se pagaran pues iría por la ciudad reconviniéndoos con palabras y reclamándoos los bienes hasta que todos me fuesen devueltos. Mas ahora las penas que a mi corazón inferís son incurables.

80 Así dijo encolerizado y, rezumándole las lágrimas, arrojó el cetro en tierra. Movióse a piedad el pueblo entero, y todos callaron; sin que nadie se atreviese a contestar a Telémaco con ásperas palabras salvo Antínoo, que respondió diciendo:

85 —¡Telémaco altilocuo, incapaz de moderar tus ímpetus! ¿Qué has dicho para ultrajarnos? Tu deseas cubrirnos de baldón. Mas la culpa no la tienen los aqueos que pretenden a tu madre, sino ella que sabe proceder con gran astucia. Tres años van con éste, y pronto llegará el cuarto, que contrista el ánimo que los argivos tienen en su pecho. A todos les da esperanzas, y a cada uno en particular le hace promesas y le envía mensajes: pero son muy diferentes los pensamientos que en su inteligencia revuelve. Y aun discurrió su espíritu este otro engaño: se puso a tejer en palacio una gran tela sutil e interminable y a la hora nos habló de esta guisa. «¡Jóvenes, pretendientes míos! Ya que ha muerto el divinal Odiseo, aguardad, para instar mis bodas, que acabe este lienzo (no sea que se me pierdan inútilmente los hilos), a fin de que tenga sudario el héroe de Laertes cuando le sorprenda la Parca de la aterradora muerte. ¡No se me vaya a indignar alguna de las aqueas del pueblo, si ve enterrar sin mortaja a un hombre que ha poseído tantos bienes!».

103 Así dijo, y nuestro ánimo generoso se dejó persuadir. Desde aquel instante pasaba el día labrando la gran tela, y por la noche, tan luego como se alumbraba con las antorchas, deshacía lo tejido. De esta suerte logró ocultar el engaño y que sus palabras fueran creídas por los aqueos durante un trienio; mas, así que vino el cuarto año y volvieron a sucederse las estaciones, nos lo reveló una de las mujeres, que conocía muy bien lo que pasaba, y sorprendímosla cuando destejía la espléndida tela. Así fue como, mal de su grado, se vio en la necesidad de acabarla.

111 Oye, pues, lo que te responden los pretendientes, para que lo alcance tu ingenio y lo sepan también los aqueos todos. Haz que tu madre vuelva a su casa, y ordénale que tome por esposo a quien su padre le aconseje y a ella le plazca. Y si atormentare largo tiempo a los aqueos, confiando en las dotes que Atenea le otorgó en tal abundancia (ser diestra en labores primorosas, gozar de buen juicio y valerse de astucias que jamás hemos oído decir que conocieran las anteriores aqueas Tiro, Alcmena y Micene, la de hermosa diadema, pues ninguna concibió pensamientos semejantes a los de Penelopea), no se habrá decidido por lo más conveniente, ya que tus bienes y riquezas serán devorados mientras siga con las trazas que los dioses le infundieron en el pecho. Ella ganará ciertamente mucha fama, pero a ti te quedará tan sólo la añoranza de los copiosos bienes que hayas poseído: y nosotros ni volveremos a nuestros negocios, ni nos llevaremos a otra parte, hasta que Penelopea no se haya casado con alguno de los aqueos.

129 Contestóle el prudente Telémaco: —¡Antínoo! No es razón de que eche de mi casa, contra su voluntad, a la que me dio el ser y me ha criado. Mi padre quizás esté vivo en otra tierra, quizás haya muerto; pero me será gravoso haber de restituir a Icario muchísimas cosas si voluntariamente le envío mi madre. Y entonces no sólo padeceré infortunios a causa de la ausencia de mi padre, sino que los dioses me causarán otros; pues mi madre, al salir de la casa, imprecará las odiosas Erinies y caerá sobre mi la indignación de los hombres. Jamás, por consiguiente, daré yo semejante orden. Si os indigna el ánimo de lo que ocurre, salid del palacio, disponed otros festines y comeos vuestros bienes, convidándoos sucesiva y recíprocamente en vuestras casas. Pero si os parece mejor y más acertado destruir impunemente los bienes de un solo hombre, seguid consumiéndolos; que yo invocaré a los sempiternos dioses por si algún día nos concede Zeus que vuestras obras sean castigadas, y quizás muráis en este palacio sin que nadie os vengue.

146 Así habló Telémaco; y el largovidente Zeus envióle dos águilas que echaron a volar desde la cumbre de un monte. Ambas volaban muy juntas, con las alas extendidas, y tan rápidas como el viento; y al hallarse en medio de la ruidosa ágora anduvieron volteando ligeras, batiendo las tupidas alas; miráronles a todos a la cabeza como presagio de muerte, desgarráronse con las uñas la cabeza y el cuello, y se lanzaron hacia la derecha por cima de las casas y a través de la ciudad. Quedáronse todos los presentes muy admirados de ver con sus propios ojos las susodichas aves y pensaban en sus adentros que fuera lo que tenía que suceder; cuando el anciano héroe Haliterses Mastórida, el único que se señalaba entre los de su edad en conocer los augurios y explicar las cosas fatales, les arengó con benevolencia, diciendo:

161 —Oíd, itacenses lo que os voy a decir, aunque he de referirme de un modo especial a los pretendientes. Grande es el infortunio que a estos les amenaza, porque Odiseo no estará mucho tiempo alejado de los suyos, sino que ya quizás se halla cerca y les apareja a todos la muerte y el destino; y también les ha de venir daño a muchos de los que moran en Ítaca que se ve de lejos. Antes de que así ocurra, pensemos cómo les haríamos cesar de sus demasías, o cesen espontáneamente, que fuera lo más provechoso para ellos mismos. Pues no lo vaticino sin saberlo, sino muy enterado; y os aseguro que al héroe se le ha cumplido todo lo que yo le declaré, cuando los argivos se embarcaron para Ilión y fuese con ellos el ingenioso Odiseo. «Díjele entonces que, después de pasar muchos males y de perder sus compañeros tornaría a su patria en el vigésimo año sin que nadie le conociera»; y ahora todo se va cumpliendo.

177 Respondióle Eurímaco, hijo de Polibo: —¡Oh, anciano! Vuelve a tu casa y adivínales a tus hijos lo que quieras, a fin de que en lo sucesivo no padezcan ningún daño, mas en estas cosas sé yo vaticinar harto mejor que tu. Muchas aves se mueven debajo de los rayos del sol, pero no todas son agoreras; Odiseo murió lejos de nosotros, y tu debieras haber perecido con él y así no dirías tantos vaticinios ni incitarías al irritado Telémaco, esperando que mande algún presente a tu casa. Lo que ahora voy a decir se cumplirá: si tú, que conoces muchas cosas antiquísimas, engañares con tus palabras a ese hombre más mozo y le incitaras a que permanezca airado, primeramente será mayor su aflicción, pues no por las predicciones le será dable proceder de otra suerte; y a ti, oh anciano, te impondremos una multa para que te duela el pagarla y te cause grave pesar. Yo mismo, delante de todos vosotros, daré a Telémaco un consejo: ordene a su madre que vuelva a la casa paterna y allí le dispondrán las nupcias y le aparejarán una dote tan cuantiosa como debe llevar una hija amada. No creo que hasta entonces desistamos los jóvenes aqueos de nuestra laboriosa pretensión, porque no tememos absolutamente a nadie, ni siquiera a Telémaco a pesar de su facundia; ni nos curamos de la vana profecía que nos haces y por la cual has de sernos aún más odioso. Sus bienes serán devorados de la peor manera, como hasta aquí sin que jamás se le resarza el daño, en cuanto ella entretenga a los aqueos con diferir la boda. Y nosotros, esperando día tras día, competiremos unos con otros por sus eximias prendas y no nos dirigiremos a otras mujeres que nos pudieran convenir para casarnos.

208 Contestóle el prudente Telémaco: —¡Eurímaco y cuantos sois ilustres pretendientes! No os he de suplicar ni arengar más acerca de esto, porque ahora ya están enterados los dioses y los aqueos todos. Mas, ea, aprestadme una embarcación muy velera y veinte compañeros que me abran camino acá y acullá del ponto. Iré a Esparta y a la arenosa Pilos a preguntar por el regreso de mi padre, cuya ausencia se hace ya tan larga; y quizás algún mortal me hablará de él o llegará a mis oídos la fama que procede de Zeus y es la que más difunde la gloria de los hombres. Si oyere decir que mi padre vive y ha de volver, lo sufriré todo un año más, aunque estoy afligido; pero si me participaren que ha muerto y ya no existe, regresaré sin dilación a la patria, le erigiré un túmulo, le haré las muchas exequias que se le deben, y a mi madre, le buscaré un esposo.

224 Cuando así hubo hablado, tomó asiento. Entonces levantóse Méntor, el amigo del preclaro Odiseo (éste, al embarcarse, le había encomendado su casa entera para que los suyos obedeciesen al anciano y él se lo guardara todo y lo mantuviese en Pie) y benévolo les arengó del siguiente modo:

229 —Oíd, itacenses, lo que os voy a decir. Ningún rey que empuñe cetro sea benigno, ni blando, ni suave, ni ocupe la mente en cosas justas; antes, al contrario, obre siempre con crueldad y lleve a cabo acciones nefandas; ya que nadie se acuerda del divinal Odiseo entre los ciudadanos sobre los cuales reinaba con blandura de padre. Y no aborrezco tanto a los orgullosos pretendientes por la violencia con que proceden, llevados de sus malos intentos (pues si devoran la casa de Odiseo, ponen en aventura sus cabezas y creen que el héroe ya no ha de volver), como me indigno contra la restante población al contemplar que permanecéis sentados y en silencio, sin que intentéis, sin embargo de ser tantos, refrenar con vuestras palabras a los pretendientes, que son pocos.

242 Respondióle Leócrito Evenórida: —¡Méntor perverso e insensato! ¡Qué dijiste! ¡Incitarles a que nos hagan desistir! Dificultoso les sería, y hasta a un número mayor de hombres, luchar con nosotros para privarnos de los banquetes. Pues si el mismo Odiseo de Ítaca, viniendo en persona, encontrase a los ilustres pretendientes comiendo en el palacio y resolviera en su corazón echarlos de su casa, no se alegraría su esposa de que hubiese vuelto, aunque mucho lo desea, porque allí mismo recibiría el héroe indigna muerte si osaba combatir con tantos varones. En verdad que no has hablado como debías. Mas, ea, separaos y volved a vuestras ocupaciones. Méntor y Haliterses, que siempre han sido amigos de Telémaco por su padre, le animarán para que emprenda el viaje; pero se me figura que, permaneciendo quieto durante mucho tiempo, oirá en Ítaca las noticias que vengan y jamás hará semejante viaje.

257 Así dijo, y al punto disolvió el ágora. Dispersáronse todos para volver a sus respectivas casas y los pretendientes enderezaron su camino a la morada del divinal Odiseo.

260 Telémaco se alejó hacia la playa y, después de lavarse las manos en el espumoso mar, oró a Atenea, diciendo:

262 —¡Oyeme, oh numen que ayer viniste a mi casa y me ordenaste que fuese en una nave por el obscuro ponto en busca de noticias del regreso de mi padre, cuya ausencia se hace ya tan larga! A todo se oponen los aqueos y en especial los en mal hora ensoberbecidos pretendientes.

267 Así dijo rogando. Acercósele Atenea, que había tomado el aspecto y la voz de Méntor, y le dijo estas aladas palabras:

270 —¡Telémaco! No serás en lo sucesivo ni cobarde ni imprudente, si has heredado el buen ánimo que tu padre tenía para llevar a su término acciones y palabras; si así fuere, el viaje no lo harás en vano, ni quedará por hacer. Mas, si no eres hijo de aquél y de Penelopea, no creo que llegues a efectuar lo que anhelas. Contados son los hijos que se asemejan a sus padres, los más salen peores, y tan solamente algunos los aventajan. Pero tú, como no serás en lo futuro ni cobarde ni imprudente, ni te falta del todo la inteligencia de Odiseo, puedes concebir la esperanza de dar fin a tales obras. No te dé cuidado, pues, lo que resuelvan o mediten los insensatos pretendientes; que éstos ni tienen cordura ni practican la justicia, y no saben que se les acerca la muerte y la negra Parca para que todo, acaben en un mismo día.

285 Ese viaje que anhelas no se diferirá largo tiempo: soy tan amigo tuyo por tu padre, que aparejaré una velera nave y me iré contigo. Vuelve a tu casa, mézclate con los pretendientes y ordena que se dispongan provisiones en las oportunas vasijas, echando el vino en ánforas y la harina, que es la sustentación de los hombres, en fuertes pellejos; y mientras tanto juntaré, recorriendo la población, a los que voluntariamente quieran acompañarte. Muchas naves hay, entre nuevas y viejas, en Ítaca rodeada por el mar: después de registrarlas, elegiré para ti la que sea mejor y luego que esté equipada la entregaremos al anchuroso ponto.

296 Así habló Atenea, hija de Zeus: y Telémaco no demoró mucho tiempo después que hubo escuchado la voz de la deidad. Fuese a su casa con el corazón afligido, y halló a los soberbios pretendientes que desollaban cabras y asaban puercos cebones en el recinto del patio. Entonces Antínoo, riéndose, salió al encuentro de Telémaco, le tomó la mano y le dijo estas palabras:

303 —¡Telémaco, altilocuo, incapaz de moderar tus ímpetus! No revuelvas en tu pecho malas acciones o palabras, y come y bebe conmigo como hasta aquí lo hiciste. Y los aqueos te prepararán todas aquellas cosas, una nave y remeros escogidos, para que muy pronto vayas a la divina Pilos en busca de nuevas de tu ilustre padre.

309 Replicóle el prudente Telémaco: —¡Antínoo! No es posible que yo permanezca callado entre vosotros, tan soberbios, y coma y me regocije tranquilamente. ¿Acaso no basta que los pretendientes me hayáis destruido muchas y excelentes cosas, mientras fui muchacho? Ahora que soy mayor y sé lo que ocurre, escuchando lo que los demás dicen, y crece en mi pecho el ánimo, intentaré enviaros las funestas Parcas, sea acudiendo a Pilos, sea aquí en esta población. Pasajero me iré (y no será infructuoso el viaje de que hablo), pues no tengo nave ni remadores; que sin duda os pareció más conveniente que así fuera.

321 Dijo, y desasió fácilmente su mano de la de Antínoo. Los pretendientes, que andaban preparando el banquete dentro de la casa, se mofaban de Telémaco y le zaherían con palabras. Y uno de aquellos jóvenes soberbios habló de esta manera:

325 —Sin duda piensa Telémaco cómo darnos muerte: traerá valedores de la arenosa Pilos o de Esparta, ¡tan vehemente es su deseo!, o quizá intente ir a la fértil tierra de Efira para llevarse drogas mortíferas y echarlas luego en la cratera, a fin de acabar con todos nosotros.

331 Y otro de los jóvenes soberbios repuso acto continuo: —¿Quién sabe si, después de partir en la cóncava nave morirá lejos de los suyos vagando como Odiseo? Mayor fuera entonces nuestro trabajo, pues repartiríamos todos sus bienes y daríamos esta casa a su madre y a quien la desposara para que en común la poseyesen.

337 Así decían. Telémaco bajó a la anchurosa y elevada cámara de su padre, donde había montones de oro y de bronce, vestiduras guardadas en arcas y gran copia de oloroso aceite. Allí estaban las tinajas del dulce vino añejo, repletas de bebida pura y divinal, y arrimadas ordenadamente a la pared; por si algún día volviere Odiseo a su casa, después de haber padecido multitud de pesares. La puerta tenía dos hojas sólidamente adaptadas y sujetas por la cerradura, y junto a ella hallábase de día y de noche, custodiándolo todo con precavida mente, una despensera: Euriclea, hija de Ops Pisenórida. Entonces Telémaco la llamó a la estancia y le dijo:

349 —¡Ama! Ea, ponme en ánforas dulce vino, el que sea más suave después del que guardas para aquel infeliz; esperando siempre que vuelva Odiseo, del linaje de Zeus por haberse librado de la muerte y de las Parcas. Llena doce ánforas y ciérralas con sus tapaderas. Aparta también veinte medidas de harina de trigo, y échalas en pellejos bien cosidos. Tú sola lo sepas. Esté todo aparejado y junto, pues vendré por ello al anochecer, así que mi madre se vaya arriba a recogerse. Que quiero hacer un viaje a Esparta y a la arenosa Pilos, por si logro averiguar u oír algo del regreso de mi padre.

361 Así habló. Echóse a llorar su ama Euriclea y, suspirando, díjole estas aladas palabras:

363 —¡Hijo amado! ¿Cómo te ha venido a las mentes tal propósito? ¿Adónde quieres ir por apartadas tierras, siendo unigénito y tan querido? Odiseo, del linaje de Zeus, murió lejos de la patria, en un pueblo ignoto. Así que partas, estos maquinarán cosas inicuas para matarte con algún engaño y repartirse después todo lo tuyo. Quédate aquí, cerca de tus bienes; que nada te obliga a padecer infortunios yendo por el estéril ponto, ni a vagar de una parte a otra.

371 Contestóle el prudente Telémaco: —Tranquilízate, ama; que esta resolución no se ha tomado sin que un dios lo quiera. Pero júrame que nada dirás a mi madre hasta que transcurran once o doce días, o hasta que la aqueje el deseo de verme u oiga decir que he partido; para evitar que llore y dañe así su hermoso cuerpo.

377 Así dijo; y la anciana prestó el solemne juramento de los dioses. En acabando de jurar, ella, sin perder un instante, envasó el vino en ánforas y echó la harina en pellejos bien cosidos; y Telémaco volvió a subir y se juntó con los pretendientes.

382 Entonces Atenea la deidad de ojos de lechuza, ordenó otra cosa. Tomó la figura de Telémaco, recorrió la ciudad, habló con distintos varones y les encargó que al anochecer se reunieran junto al barco. Pidió también una velera nave al hijo preclaro de Fronio, a Noemón, y éste se la cedió gustoso.

388 Púsose el sol y las tinieblas ocuparon todos los caminos. En aquel instante la diosa echó al mar la ligera embarcación y colocó en la misma cuantos aparejos llevan las naves de muchos bancos. Condújola después a una extremidad del puerto, juntáronse muchos y excelentes compañeros, y Atenea los alentó a todos.

393 Entonces Atenea, la diosa de ojos de lechuza, ordenó otra cosa. Fuése al palacio del divinal Odiseo infundióles a los pretendientes dulce sueño, les entorpeció la mente en tanto que bebían, e hizo que las copas les cayeran de las manos. Todos se apresuraron a irse por la ciudad y acostarse, pues no estuvieron mucho tiempo sentados desde que el sueño les cayó sobre los párpados.

399 Y Atenea, la de ojos de lechuza, que había tomado la figura y la voz de Méntor, dijo a Telémaco después de llamarle afuera del cómodo palacio:

402 —¡Telémaco! Tus compañeros, de hermosas grebas, ya se han sentado en los bancos para remar, y sólo esperan tus órdenes. Vámonos y no tardemos en comenzar el viaje.

405 Cuando así hubo hablado, Palas Atenea echó a andar aceleradamente, y Telémaco fue siguiendo las pisadas de la diosa. Llegaron a la nave y al mar, y hallaron en la orilla a los melenudos compañeros. Y el esforzado y divinal Telémaco les habló diciendo:

410 —¡Venid, amigos, y traigamos los víveres; que ya están dispuestos y apartados en el palacio! Mi madre nada sabe, ni las criadas tampoco; a excepción de una, que es la única persona a quien se lo he dicho.

413 Cuando así hubo hablado, se puso en camino y los demás le siguieron. En seguida se lo llevaron todo y lo cargaron en la nave de muchos bancos, como el amado hijo de Odiseo lo tenía ordenado. Al punto embarcóse Telémaco, precedido por Atenea, que tomó asiento en la popa y él a su lado, mientras los compañeros soltaban las amarras y se acomodaban en los bancos. Atenea, la de ojos de lechuza, envió ese próspero viento: el fuerte Céfiro, que resonaba por el vinoso ponto. Telémaco exhortó a sus compañeros mandándoles que aparejasen las jarcias, y su amonestación fue atendida. Izaron el mástil de abeto, lo metieron en el travesaño, lo ataron con sogas, y al instante descogieron la blanca vela con correas bien torcidas. Hinchó el viento, la vela, y las purpúreas olas resonaban grandemente en torno de la quilla mientras la nave corría siguiendo su rumbo. Así que hubieron atado los aparejos a la veloz nave negra, levantaron crateras rebosantes de vino e hicieron libaciones a los sempiternos inmortales dioses y especialmente a la hija de Zeus, la de ojos de lechuza. Y la nave continuó su rumbo toda la noche y la siguiente aurora.

Canto III

Telémaco viaja a Pilos para informarse sobre su padre

1 Ya el sol desamparaba el hermosísimo lago, subiendo al broncíneo cielo para alumbrar a los inmortales dioses y a los mortales hombres sobre la fértil tierra; cuando Telémaco y los suyos llegaron a Pilos, la bien construida ciudad de Neleo, y hallaron en la orilla del mar a los habitantes, que inmolaban toros de negro pelaje al que sacude la tierra, al dios de cerúlea cabellera. Nueve asientos había, y en cada uno estaban sentados quinientos hombres y se sacrificaban nueve toros. Mientras los pilios quemaban los muslos para el dios, después de probar las entrañas, los de Ítaca tomaron puerto, amainaron las velas de la bien proporcionada nave, ancláronla y saltaron en tierra. Telémaco desembarcó precedido por Atenea. Y la deidad de ojos de lechuza rompió el silencio con estas palabras:

14 —¡Telémaco! Ya no te cumple mostrar vergüenza en cosa alguna, habiendo atravesado el ponto con el fin de saber noticias de tu padre: qué tierra lo tiene oculto y qué suerte le ha cabido. Ea, ve directamente a Néstor, domador de caballos, y sepamos qué guarda allá en su pecho. Ruégale tú mismo que sea veraz, y no mentirá, porque es muy sensato.

21 Repuso el prudente Telémaco: —¡Méntor! ¿Cómo quieres que yo me acerque a él, cómo puedo ir a saludarle? Aun no soy práctico en hablar con discreción y da vergüenza que un joven interrogue a un anciano.

25 Díjole Atenea, la deidad de ojos de lechuza: —¡Telémaco! Discurrirás en tu mente algunas cosas y un numen te sugerirá las restantes pues no creo que tu nacimiento y tu crianza se haya efectuado contra la voluntad de los dioses.

29 Cuando así hubo hablado, Palas Atenea caminó a buen paso y Telémaco fue siguiendo las pisadas de la deidad. Llegaron adonde estaba la junta de los varones pilios en los asientos: allí se había sentado Néstor con sus hijos y a su alrededor los compañeros preparaban el banquete, ya asando carne, ya espetándola en los asadores. Y apenas vieron a los huéspedes, adelantáronse todos juntos, los saludaron con las manos y les invitaron a sentarse. Pisístrato Nestórida fue el primero que se les acercó, y asiéndolos de la mano, los hizo sentar para el convite en unas blancas pieles, sobre la arena del mar, cerca de su hermano Trasimedes y de su propio padre. En seguida dioles parte de las entrañas echó vino en una copa de oro y ofreciéndosela a Palas Atenea, hija de Zeus que lleva la égida, así le dijo:

43 —¡Forastero! Eleva tus preces al soberano Poseidón, ya que al venir acá os habéis encontrado con el festín que en su honor celebramos. Mas tan pronto como hicieres la libación y hubieres rogado, como es justo, dale a ése la copa de dulce vino para que lo libe también, pues supongo que ruega asimismo a los inmortales; ya que todos los hombres están necesitados de los dioses. Pero por ser el más joven —debe de tener mis años— te daré primero a ti la áurea copa.

51 En diciendo esto, púsole en la mano la copa de dulce vino. Atenea holgóse de ver la prudencia y la equidad del varón que le daba la copa de oro a ella antes que a Telémaco. Y al punto hizo muchas súplicas al soberano Poseidón.

55 —¡Oyeme, Poseidón, que circundas la tierra! No te niegues a llevar a cabo lo que ahora te pedimos. Ante todas cosas llena de gloria a Néstor y a sus vástagos; dales a los pilios grata recompensa por tan ínclita hecatombe y concede también que Telémaco y yo no nos vayamos sin lograr el intento que nos trajo en la veloz nave negra.

62 Tal fue su ruego, y ella misma cumplió lo que acababa de pedir. Entregó en seguida la hermosa copa doble a Telémaco, y el caro hijo de Odiseo oró de semejante manera. Asados ya los cuartos delanteros, retirándolos, dividiéronlos en partes y celebraron un gran banquete. Y cuando hubieron satisfecho el deseo de comer y de beber, Néstor, el caballero gerenio, comenzó a decirles:

69 —Esta es la ocasión más oportuna para interrogar a los huéspedes e inquirir quiénes son, ahora que se han saciado de comida. «¡Forasteros! ¿Quiénes sois? ¿De dónde llegasteis, navegando por húmedos caminos? ¿Venís por algún negocio o andáis por el mar, a la ventura, como los piratas que divagan, exponiendo su vida y produciendo daño a los hombres de extrañas tierras?».

75 Respondióle el prudente Telémaco, muy alentado, pues la misma Atenea le infundió audacia en el pecho para que preguntara por el ausente padre y adquiriera gloriosa fama entre los hombres:

79 —Néstor Nelida, ¡gloria insigne de los aqueos! Preguntas de dónde somos. Pues yo te lo diré. Venimos de Ítaca, situada al pie del Neyo, y el negocio que nos trae no es público, sino particular. Ando en pos de la gran fama de mi padre, por si oyere hablar del divino y paciente Odiseo, el cual según afirman, destruyo la ciudad troyana combatiendo contigo. De todos los que guerrearon contra los teucros sabemos dónde padecieron deplorable muerte; pero el Cronión ha querido que la de aquél sea ignorada: nadie puede indicarnos claramente dónde pereció, ni si ha sucumbido en el continente, por mano de enemigos, o en el piélago, entre las ondas de Anfitrite. Por esto he venido a abrazar tus rodillas, por si quisieras contarme la triste muerte de aquél, ora la hayas visto con tus ojos, ora te la haya relatado algún peregrino, que muy sin ventura le parió su madre. Y nada atenúes por respeto o compasión que me tengas; al contrario, entérame bien de lo que hayas visto. Yo te lo ruego: si mi padre, el noble Odiseo, te cumplió algún día la palabra que te hubiese dado, o llevó a su término una acción que te hubiera prometido, allá en el pueblo de los troyanos donde tantos males padecisteis los aqueos; acuérdate de ello y dime la verdad de lo que te pregunto.

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