Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
En nuestra vida agitada y en busca de sentido se nos ofrecen muchos métodos de meditación. ¿Por qué no conectarnos con la tradición espiritual centenaria de nuestra herencia cristiana? Más que una meditación con uno mismo o con la naturaleza, la oración es una relación con Otro. Sin embargo, para vivir ese silencio del corazón y perseverar en él, necesitamos puntos de referencia. Clara y accesible, esta obra comparte una experiencia enraizada en la tradición espiritual de la Iglesia. Este encuentro silencioso con el Dios vivo será entonces fuente de profundización espiritual, de transformación interior, de paz y de relación más libre con los demás. Un libro valioso para iniciarse en el arte de la oración.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 114
Veröffentlichungsjahr: 2023
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
JACQUES PHILIPPE – ANNE DE JÉSUS (ED.)
La oración
Oxígeno del creyente
EDICIONES RIALP
MADRID
Título orginal: L’oraison oxygène du croyant
© 2023 Éditions des Béatitudes, S.O.C.
© 2023 de la versión española realizada por
Miguel Martín
by EDICIONES RIALP, S. A.,
Manuel Uribe, 13-15, 28033 Madrid
www.rialp.com
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Preimpresión: produccioneditorial.com
ISBN (edición impresa): 978-84-321-6554-2
ISBN (edición digital): 978-84-321-6555-9
ISBN (edición bajo demanda): 978-84-321-6556-6
Introducción
1. ¿Por qué hacer oración?
2. Una gracia y un combate
3. La oración en la escuela del Carmelo
4. La oración, un acto de fe
5. La oración, un acto de esperanza
6. Oración y receptividad
7. Meditación y contemplación
8. La oración del corazón
9. ¿Ocupar el tiempo de la oración?
10. ¿Oración o adoración?
11. Oración y liturgia
12. Cruz y vida de oración
13. La sequedad y sus causas
14. Combate espiritual y oración
15. La oración en las pruebas
16. La acedia
17. Silencio y palabra
18. La interioridad
19. La oración cotidiana
Notas
Cubierta
Portada
Créditos
Índice
Comenzar a leer
Notas
Jacques Philippe
Uno de los mayores servicios que se puede prestar a las personas de hoy es despertar en ellos el deseo de la oración personal, esta “oración silenciosa” tan recomendada por todos los santos en la tradición cristiana. Todas las épocas de renovación espiritual han comenzado por una renovación de la oración. Es porque hombres y mujeres han buscado a Dios con todo su corazón, han tenido sed de conocerle y amarle, han querido entrar en su intimidad y vivir una relación personal con Él, por lo que la Iglesia, en ciertas épocas, se ha purificado de sus escorias, ha reencontrado su fervor, su belleza, su dinamismo evangelizador, su capacidad de hacerse presente en los sufrimientos de los hombres. Lo que podrá renovar la Iglesia y salvar al mundo es el contacto vivo con el misterio de Dios en la oración. Es ahí donde encontraremos las buenas respuestas a los desafíos de nuestro tiempo.
Por eso, es esencial comunicar la sed del encuentro con Dios en la oración y proporcionar los medios para perseverar fielmente en la práctica de la oración, a pesar de las dificultades y las luchas que se encuentran inevitablemente. Los muchos métodos de meditación que se proponen hoy manifiestan una gran sed de vida interior. Se necesitan, sin embargo, puntos de referencia, claros y accesibles para que eso se convierta en un verdadero encuentro con el Dios vivo, fuente de transformación interior, de paz, de relación más libre con los demás, de crecimiento en el amor. No puede uno contentarse con algunos ejercicios que, a fin de cuentas, no conducen más que a buscarnos a nosotros mismos, sin darnos acceso al misterio de Dios.
Este libro no es un tratado sistemático sobre la oración, está formado por una colección de capítulos breves, redactados por diferentes autores, todos miembros de la Comunidad de las Beatitudes. En principio, estos textos estaban destinados a animar y alimentar a los hermanos y hermanas de esta comunidad en la vida de oración mental, dimensión fundamental de su vocación. Hemos pensado que podía ser útil publicarlos, para guiar y animar a otras personas en su oración. Cada capítulo contiene una enseñanza sobre un aspecto particular de la vida de oración —que ayuda a percibir los elementos esenciales de la fidelidad a la oración—, muestra en qué consiste y permite superar los obstáculos en este camino, que es a veces difícil. Contiene también citas de la rica tradición de la Iglesia, consejos prácticos y referencias para profundizar en cada asunto.
Que este libro pueda ayudar a los lectores a poner en práctica la invitación de Jesús en el Evangelio a «orar siempre y no desfallecer» (Lc 18, 1), a tener la experiencia de la proximidad de Dios, de su presencia en nuestros corazones, a mantener un contacto vivo con Quien es capaz de renovarlo todo, pues Él es «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14, 6).
Joumana Khalil
«Gloria a quien nunca necesita que le demos gracias, pero que necesita querernos, que tiene sed de amarnos y pide que le demos para darnos más aún»1.
San Efrén
Sí, ¿por qué hacer oración mental, cuando esta forma de rezar puede estar llena de tropiezos, de debilidades, de noches espirituales y pide tiempo y esfuerzo? Otras formas de oración pueden parecernos más sencillas, más accesibles, más metódicas y adaptadas a nuestro ritmo actual.
Mirándolo de cerca, este «tratar a solas con quien sabemos nos ama»2, es algo que Dios menciona a menudo en su Palabra, y que Jesús no cesa de invitar a hacerlo a sus amigos: «Tú, cuando te pongas a orar, entra en tu aposento y, con la puerta cerrada, ora a tu Padre, que está en lo oculto; y tu Padre, que ve en lo oculto, te recompensará» (Mt 6, 6). Jesús nos invita también a nosotros, nos lo pide de algún modo, él nos ha mostrado la importancia de orar por su propio testimonio.
Si Dios me lo pide, ¿cómo no confiar en él? ¿No es él mi Creador, quien me ha modelado y el único que sabe lo que necesito para que se cumpla plenamente en mí su obra creadora y santificadora?
Queriendo Dios llevar a los hombres a compartir la vida divina, pone en nosotros el deseo de verle cara a cara, a fin de que en esta visión nuestra alma sea consumida por Quien es un fuego devorador, y aspire cada vez más a la unión con el Esposo: «Encontré al que ama mi alma. Lo abracé y no lo soltaré»3.
Si él me lo pide, es porque sabe, como una madre, lo que responde mejor a mi necesidad más vital: «Es él quien nos hace desear y colma nuestros deseos»4, dirá Teresa. Sí… en el fondo es una cuestión de quemadura, de deseo, de amor de unión, de sed.
En una tierra que se seca y se quema por el sol con mucha frecuencia, en un desierto árido y silencioso, no hay nada más doloroso que la experiencia física de la sed. El pueblo de la primera alianza la vivió a menudo y comprendió que refleja la imagen de la necesidad más profunda del alma humana: la sed de Dios. «Mi alma está sedienta de Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo podré ir a ver el rostro de Dios?» (Sal 42, 3). Muchos salmos nos hablan de esto, reflejando esa profunda necesidad que hay en nuestra alma, en nosotros que hemos sido hechos a imagen de Dios, pero que llevamos ese don en vasos de barro mil veces quebrados… «Oh, Dios, Tú eres mi Dios, al alba te busco. mi alma tiene sed de ti, por ti mi carne desfallece, en tierra desierta y seca, sin agua» (Sal 63, 2). Pero Jesús lo sabe, conoce el corazón del hombre, ha visitado el abismo profundo de sus sequedades y ha venido para indicarnos la fuente: «Si alguno tiene sed, venga a mí y beba» (Jn 7, 37).
La sed impulsa a caminar, a buscar un pozo, una fuente, o a rezar por la lluvia. Y, en la Biblia, el pozo es ese lugar donde se tejen las historias de amor. Desde un punto de vista espiritual, esta marcha suscitada por la sed impulsa nuestra voluntad a entrar en el combate espiritual, a buscar como la esposa del Cantar de los Cantares «al que ama mi alma», y encontrar el pozo en lo más profundo de sí mismo, para encontrar allí al Amado, gozar de su belleza y descansar a su sombra. «Creemos que la vida de oración nos permite entrar en la beatitud que es la de ver a Dios, y poco a poco parecernos a él»5.
Pero, de hecho, no es solo mi alma la que tiene sed de Dios. Él también tiene sed de mí…
Sí, Dios tiene sed del amor de todo hombre y en Jesús nos lo confiesa, mostrándose en esta debilidad desarmante donde nuestra razón humana pierde la brújula: cansado, ¿no había pedido agua a la Samaritana, significando así una sed más profunda? Y en la cruz, en el colmo de su obra de amor, murmura, como una última palabra para la humanidad: «Tengo sed» (Jn 19, 28).
Por eso, la oración deviene espera mutua, silencio compartido, diálogo de amor: «Es así como la oración, puro diálogo de amor, toma un lugar esencial en nuestra vida, pues es la vía real que nos conduce al conocimiento de Quien es todo Amor»6.
Si Dios es amor, y el amor es don, él no puede más que darse, y para darse, necesita ser recibido, acogido: «Hazte capacidad y yo me haré torrente», dijo Jesús a santa Catalina de Siena. Tal es su sed: una sed del corazón del hombre, lugar de su morada, de la aceptación libre de su voluntad, de la tierra pobre y humilde de su humanidad para que él venga a habitarla, purificarla, transformarla y regarla con su gracia. La oración deviene entonces ese lugar donde los dos deseos, del hombre y de Dios, se juntan para un don recíproco.
Pero ese lazo creado en el Espíritu Santo no se cierra sobre sí mismo. El agua derramada en el corazón del que hace oración, a través de noches y auroras, montes y valles (cf. san Juan de la Cruz), aunque refresca el alma y calma su sed, está también llamada a devenir a su vez fuente, desbordamiento: «El que beba del agua que yo le daré no tendrá sed nunca más, sino que el agua que yo le daré se hará en él fuente de agua que salta hasta la vida eterna» (Jn 4, 14).
Así comprendemos con Teresa de Jesús que la oración es también un acto misionero. No se detiene en la experiencia personal de una intimidad divina, sino que hace de nosotros apóstoles que damos lo que recibimos, como una copa que se desborda. Estamos llamados sin cesar a ampliar el espacio de nuestras tiendas, para abrazar el mundo que muere de sed a la vera de un pozo. Si el Salmo (34, 6) dice «miradle y brillaréis de gozo», entonces lo que se vive en el secreto de nuestra «cámara interior» no puede menos que radiar misteriosamente a nuestro alrededor. El fuego, la luz, el agua viva y el amor que reparte el Espíritu Santo en el centro de un alma que ora no pueden dejar de quemar, radiar, regar y calentar.
A través de la simplicidad desconcertante de este diálogo de amistad, el resto del mundo se eleva hacia Dios.
Sor Anne de Jesús Idiartegaray
«La oración es a nuestra alma
lo que la lluvia a la tierra».
Santo Cura de Ars
La oración mental es una gracia… y un combate, a la medida de esa gracia. Por eso tratamos de esos dos asuntos en un mismo capítulo.
Quien dice gracia dice don gratuito de Dios. Una gracia que acoger cada día, sin ningún mérito de nuestra parte. Este don no depende de nosotros y no se nos puede quitar (cf. Rm 11, 29). Pero para que esta gracia dé su fruto, hemos de acogerla sin cesar con fe, humildad, agradecimiento, determinación. En una palabra, con amor…
No se trata, sin embargo, de una gracia entre otras, sino de una gracia de la que deriva todo el resto, a la que necesitamos volver sin cesar, para poner en ella todo lo que somos, todo lo que vivimos, todo lo que emprendemos, y hasta nuestros deseos apostólicos más fervientes.
Teresa de Jesús afirma: «Para estas mercedes tan grandes que me ha hecho a mí, es la puerta la oración; cerrada esta, no sé cómo las hará, porque, aunque quiera entrar a regalarse con un alma y a regalarla, no hay por dónde, que la quiere sola y limpia y con ganas de recibirlas»7.
Sacar de la fuente, y dejar a esta fuente regar toda nuestra existencia, tal es el regalo que Dios no deja de proponernos, y el que podemos ofrecerle: «Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6, 5).
Los combates que tenemos que luchar para perseverar en la oración no son pequeños. Son a la medida del don ofrecido y de sus riesgos. Señalemos aquí dos tentaciones frecuentes.
El combate del tiempo dedicado a la oración: