Elogio de la pereza / El instante presente - Jacques Philippe - E-Book
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Elogio de la pereza / El instante presente E-Book

Jacques Philippe

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Beschreibung

Selección Doce Uvas ofrece doce pequeños grandes libros cada año. Nace de las numerosas sugerencias de decenas de intelectuales que han propuesto títulos de lectura indispensable. Elogio de la pereza es el discurso de ingreso de Leclercq en la Academia Libre de Bélgica, en 1936, donde establece varias pautas para alcanzar la felicidad y la sabiduría. En El instante presente (parte de La libertad interior) Philippe defiende la libertad del hoy, donde el hombre puede siempre volver a empezar de cero, sin que el pasado lo impida o el futuro atormente.

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ELOGIO DE LA PEREZA

JACQUES LECLERCQ

EL INSTANTE PRESENTE

JACQUES PHILIPPE

EDICIONES RIALP, S. A.

MADRID

Elogio de la pereza

© 2014 by JACQUES LECLERCQ

El instante presente (capítulo extraído del libro La libertad interior, editado por Rialp)

© 2014 by ÉDITIONS DES BÉATITUDES S. O. C.

©2014 de la presente edición, by EDICIONES RIALP, S. A.,

Alcalá, 290 - 28027 Madrid

(www.rialp.com)

Fotografía de cubierta: © idea - Fotolia.com

Realización ePub: produccioneditorial.com

ISBN: 978-84-321-4434-9

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright. El editor se encuentra a disposición de los titulares de derechos de autor con los que no haya podido ponerse en contacto.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

ELOGIO DE LA PEREZA

PRESENTACIÓN

ELOGIO DE LA PEREZA

APÉNDICE AL «ELOGIO DE LA PEREZA», REDACTADO EN NOVIEMBRE DE 1948

EL INSTANTE PRESENTE

EL INSTANTE PRESENTE

1. LIBERTAD E INSTANTE PRESENTE

2. EL VERBO AMAR SOLO SE CONJUGA EN PRESENTE

3. SOLO SE PUEDE SUFRIR UN INSTANTE

4. A CADA DÍA LE BASTA SU CONTRARIEDAD

5. EL MAÑANA SE PREOCUPARÁ DE SÍ MISMO

6. VIVIR, Y NO ESPERAR A VIVIR

7. LA DISPONIBILIDAD HACIA EL OTRO

8. EL TIEMPO PSICOLÓGICO Y EL TIEMPO INTERIOR

JACQUES LECLERCQ

ELOGIO DE LA PEREZA

PRESENTACIÓN

Lo peligroso de las balas no es el trozo de plomo de que constan, sino su velocidad. Lo malo de nuestra civilización no es la técnica, ni siquiera la masificación, sino su prisa, su trepidación, o,con otras palabras, la pérdida del sentido de contemplación, de aquella actividad del espíritu que, al decir de la Teología, constituye el fin mismo del ser espiritual.

Para introducir el sentido de contemplación hay que empezar inoculando«serenidad» a nuestras vidas, esa paz noble y superior que tan bien sabe expresar el bello vocablo castellano. De ello, de la vida serena, nos hablará el canónigoLeclercq con la finura e ironía que le son propias, parodiando los célebres «elogios» posmedievales.

Es este un libro de fruto espiritual discreto y profundo. Discreto, porque a primera vista no aparece; profundo, porque en lugar de animarnos a bien vivir nos enseña simplemente a vivir. ¿Os habéis fijado que no hay ni un detalle del Evangelio del que se pueda colegir que Jesús haya tenido nunca prisa?

ELOGIO DE LA PEREZA

El «Elogio de la pereza» se pronunció a modo de discurso de ingreso en la sesión pública de la «Libre Académie de Belgique», celebrada el 17 de noviembre de 1936.

Era una respuesta al saludo dirigido al nuevo académico en nombre de sus colegas.

Dicen que los grandes artistas son los que sacan de una materia pobre una obra bella. Acabáis de oír cómo se hace. He gozado al oírlo, como vosotros e incluso más que vosotros, por conocer mejor a la persona. Y mi agradecimiento, después de tantos discursos inteligentes y profundos, y mi obsequio al ingresar en esta comunidad, que no acepta el nombre de Academia sino para repudiar in­mediatamente todo aquello que se llama académico, ha de ser haceros el elogio de la pereza.

¿Por qué este título? En verdad que no lo sé. Sin duda se lo habré puesto a impulso de mi perversidad natural. ¿Acaso se razonan estas cosas? La «gana», como diría Keyserling; la «libido», añadiría Freud. Pero prefiero, dejando a un lado todos esos términos cultos que exceden mi entendimiento, decir, con más sencillez, con mi Salvador, que de la abundancia del corazón habla la boca.

Sí; eso creo que es, y, además, se me ha confirmado, porque uno de mis antiguos alumnos, uno de los que más quiero, que me ha entendido y a quien yo he creído comprender desde el primer día que le vi, me escribía estos días que se había enterado por la Prensa de que yo pronunciaría esta tarde «ese Elogio de la pereza que todos sus amigos y discípulos esperan de usted».

Y tan pronto como empiezo me avergüenzo, y me excuso de mi falta de lógica.

Pues el mejor elogio de la pereza hubiera sido el del ejemplo, excusándome con un telegrama que me hubiera dispensado de todo trabajo. Escribir este discurso, trabajar para pulir las frases que tan penosamente se van alineando para cantar la dulzura y la virtud de la indolencia, me parece una contradicción; por más que examino todos los aspectos del problema no acabo de salir de él. ¿Quién ha dicho que hay en todo hombre una mujer ignorada y que la mujer no tiene más lógica que la del sentimiento? Claro, eso es lo que me pasaba; ¡qué más querría yo que comparecer esta tarde ante tan docta asamblea y haber encontrado un buen título!

¡Qué agradable es un buen título!

Las palabras seducen, cantan, bailan en el espíritu; las miradas se encienden al posarse en el cartel; se propaga por la ciudad..., pero lo malo es lo que hay que ponerle después debajo.

Sin duda alguna, nuestro siglo es el primero, desde los lejanos tiempos en que Adán, tumbado al lado de Eva, saboreaba el gozo del mundo bajo el árbol de la Vida, en que puede decirse que viene a punto el elogio de la pereza.

¿Por qué? Porque nuestro siglo se ufana de ser el de la vida intensa y esa vida intensa no es sino una vida agitada, porque el signo de nuestro siglo es la carrera, y los más bellos descubrimientos de que se enorgullece no son descubrimientos de sabiduría, sino de velocidad.

Y nuestra vida no es propiamente humana más que si en ella hay lentitud, sin que esto quiera decir que haya de ser del todo ociosa; también puede hacerse un elogio del trabajo, pero el trabajo, el esfuerzo, ha de partir de un reposo y desembocar en un reposo. Las grandes obras y los grandes gozos no se sa­borean corriendo.

Acumular carrera sobre carrera no es acumular montañas, sino vientos.

¿Cuál es el fin de la vida y dónde está la felicidad? «¡Bah!, hagamos algo por lo pronto», dice el hombre de hoy; «ya veremos después lo que pasa». Ya sabéis que el hombre bien nacido de antaño se hubiera avergonzado de trabajar; hacía mal; el trabajo ennoblece, cuando es firme y equilibrado, y cuando tiene por fin producir un valor humano. El hombre bien nacido de hoy se avergüenza de no hacer nada,y también hace mal cuando se trata de esa forma de ociosidad que se sustrae a lo inútil y que permite volver a las regiones profundas del alma.

Y, naturalmente, al hablar yo así, inmediatamente una sombra invade nuestros espíritus: la de los sin trabajo que expían en lugar nuestro la fiebre de actividad sin objeto que marca nuestra época con su lepra.

...Ese hombre tiene una fábrica y gana tanto dinero que no sabe qué hacer con él. Está abrumado por el trabajo; las preocupaciones le surcan de arrugas la frente y en sus ojos brilla la dureza de los que ya no descansan nunca. Puesto que gana más de lo que necesita, ¿va a reducir su actividad, a tomarse algunos ratos de ocio para reflexionar, para mirar a su alrededor? No; ya sabéis lo que hace: crea otra fábrica con los beneficios de la primera; intensifica su trabajo inútil y sus preocupaciones. Y la consecuencia también la conocéis: fábricas que se cierran y el paro.

Pero desechemos este pensamiento que amenaza conducirnos a las ciencias económicas, la horrible ciencia de la producción y de los intercambios, cuyos secretos ha querido violar el hombre, y que lo atrapa, como la correa de la máquina tritura al desgraciado que por descuido mete el dedo.

En nuestros días no hay nadie más ocupado que un ocioso. ¿Conocéis a uno solo de estos que no se declare agotado y que no aspire a un reposo que nadie le prohíbe? Además, por supuesto, tiene la vida llena de preocupa­ciones inútiles... ¿En qué pasa ese tiempo que no le basta? Me es difícil decíroslo, pero el lenguaje contemporáneo posee algunas palabras impresionantes que sirven de noble etiqueta para muchas cosas huecas.