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La pasión de Helena es el diario íntimo de Helena, una adolescente que a lo largo de un trascendental año en su vida descubre el amor, los celos, el dolor y el sacrificio que es preciso hacer para perseguir los deseos. La protagonista es una joven aspirante a bailarina que dejará su pueblo e irá a vivir a Montevideo bajo la tutoría de una gloria del ballet, encargada de convertirla en la futura gran estrella del Teatro Solís. La historia de Helena es el relato de todos aquellos jóvenes que han abandonado su casa para echarse a andar tras la aventura de buscar su propio camino y han descubierto entre lágrimas y risas la compleja metamorfosis que implica lograr la libertad y hacer realidad los sueños.
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Seitenzahl: 247
Veröffentlichungsjahr: 2024
DAN GITLIN
Gitlin, Dan La pasión de Helena / Dan Gitlin. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-5639-4
1. Narrativa. I. Título. CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Edición, corrección y coordinación general: Julián Chappa | www.julianchappaeditor.com.ar
La pasión de Helena
Entrevista a un candado
Un día, un café
Un héroe de verdad
La justicia del pueblo
Hechos y discursos de la «Guerra Robot» I
Katy: Estoy muy feliz, ¡voy a ir a estudiar a Montevideo! La Señorita Giselle convenció a mis padres y me van a dejar viajar. Les habló del Teatro Solís, de su prestigio internacional, de cómo son las clases, de lo importante que sería que adelante dos años trabajando con el cuerpo estable, porque eso me daría muchísimas chances de quedar cuando se hagan las pruebas de ingreso. ¡Además, no sabés las cosas hermosas que les dijo de mí! Ojalá la abu hubiera estado para escucharla.
Pero la verdad, te confieso que aunque las razones de la Señorita Giselle eran muy buenas y deberían haber sido más que suficientes para convencerlos, no creo que haya sido por eso que aceptaron. Más bien me parece que se los ganó con su elegancia de bailarina clásica, lo distinguida que es y su modo de ser, tan formal. Guillermo la primera vez que la vio se burló diciéndome que era una estirada total y que si me convertía en alguien como ella no me iba a hablar nunca más. Me enojé con él porque a mí me gusta mucho cómo es.
Desde luego el más difícil de convencer fue papá, que debido a su historia personal desconfía de todo lo que sea extraño a la familia, y no quiere saber nada de Montevideo. Aunque al final tuvo que aceptar porque se lo pidió mamá.
La Señorita Giselle le aseguró que voy a estar bajo su vigilancia y que viviré con ella, así que va a controlarme las veinticuatro horas del día. Me enoja un poco que no me tenga confianza, pero es mejor eso a que no aceptara de ninguna manera.
En cambio mamá está encantada con la Señorita Giselle y quiere que tenga su vida viajera. No me lo va a decir, pero sé que el exceso de precaución —que podríamos llamar miedo— de mi papá la ha frustrado un poco. Siempre quiso irse de San Javier y si no lo hemos hecho es porque él no quiere moverse de acá.
Katy: Todavía faltan un par de días para viajar pero ya tengo la valija lista. Estaba tan emocionada que anoche no pude dormir y me quedé despierta eligiendo qué llevarme y qué dejar. Al principio quise ser práctica y elegir solamente lo necesario, pero al final terminé agregando cosas que quizá no vaya a usar pero que me gustan mucho, como la pollera de cuero que me regaló la abu, que es muy corta y además tiene un tajo en el costado. Acá todavía no la he podido usar nunca.
La abu era una mujer muy seria, pero cuando quería era muy lanzada.
Katy: Hoy me despedí de mis amigos con una merienda. Amanda lloró como si en vez de irme a vivir a 350 kilómetros de San Javier me fuese a Marte. Mi mejor amiga siempre fue así: sentimental y exagerada.
La voy a extrañar mucho, ¿con quién voy a hablar todas las noches? Ella me conoce como nadie y con mirarme a los ojos sabe lo que estoy pensando. Nos conocimos el primer día de primer grado y desde ese momento siempre fuimos amigas. Sabe todos mis secretos.
Papá aprovecha cada oportunidad en que se cruza conmigo para darme algún consejo sobre la ciudad y advertirme de «los peligros de Montevideo». En cambio mamá está contenta con el viaje, me llevó a comprar ropa nueva porque quiere que dé una buena impresión en la ciudad y que no parezca una pueblerina cuando me presente en el Teatro Solís.
Guillermo está en sus cosas y no le voy a andar pidiendo que haga declaraciones de que me va a extrañar, pero el otro día me dijo que si algún avivado de ciudad me faltaba el respeto o se pasaba conmigo, él mismo iba a ir a buscarlo para fajarlo. Lo voy a tomar como una muestra de su cariño y preocupación por mí.
Hoy a la tarde Diego vino a la hora de la siesta a mi habitación, me abrazó muy fuerte, me dio un beso y me regaló un portarretratos de cerámica que hizo él mismo, decorado con su colección de piedras de colores sacadas del río. Significa muchísimo para él, porque esas piedras son su tesoro máximo, las juntaba con la abu desde que aprendió a caminar.
En el portarretratos está videograbado uno de mis recuerdos favoritos con la abu: la tarde que pescamos el pejerrey más grande que nunca habíamos visto. Esa noche, mientras lo preparábamos y lo comíamos, nos describió cómo se hacía un funeral jazzy1 y cómo le enseñó al abuelo el ritual para despedir al amigo de ellos.
Después sacó una libreta de cuero muy vieja, donde está escrito el poema fúnebre que se recitaba para la ocasión y se la dio a Guillermo, por ser el mayor de nosotros. Los tres le prometimos que un día, en muchííííísimos años, la honraríamos igual. La abu nos sonrió con esa sonrisa hermosa que tenía, y los tres la abrazamos.
Diego es un dulce y lo quiero un montonazo. Sé que no está bien decirlo, pero creo que es mi hermano preferido.
Katy: Hoy a la mañana estaba buscando una remera para ponerme y me acordé que estaba dentro de la valija, pero no quise abrirla para sacarla. Sé que es ridículo lo que te cuento, pero siento que si vuelvo a abrirla quizá después ya no pueda cerrarla, así que no la voy a tocar hasta que me la lleve.
Toda la felicidad que tenía hasta hace un par de días atrás ahora se ha esfumado, tengo un poco de miedo pero trato de no pensar demasiado en eso. Ya tomé una decisión, y les insistí tanto a papá y mamá para ir a Montevideo que no puedo arrepentirme.
La abu siempre decía que valiente «no es el que no tiene miedo, sino el que tiene miedo pero lo acepta y sigue para adelante». Voy a hacerle caso. No le conté esto a nadie porque espero que se me pase solo.
Hace un rato hablé con la Señorita Giselle y acordamos que ella vendría a San Javier para acompañarme, así no viajo sola. A lo mejor hace una semana me hubiera enojado porque hubiese creído que me tomaban por una nena chiquita, pero ahora te admito que agradezco que me acompañe. Igual me conozco y sé que por orgullosa no voy a decir nada.
Katy: Le pedí a la Señorita Giselle si podía ir del lado de la ventanilla, ya que cuando viajo en auto con mis hermanos siempre me toca ir en el medio porque ellos son más altos que yo y tapan la visión del conductor. Ella me dijo que sí y se quedó del lado del pasillo.
¡No sabés! Sacó un libro de los de antes, de papel —sin hipertexto, ni publicidad, ni tampoco función de audiolector— y se puso a leerlo, en silencio. Nunca había visto uno así en la realidad. Se me ocurrió preguntarle algo, pero la vi tan concentrada en la lectura que preferí ponerme a ver el paisaje. Además, para eso es que le pedí cambiar de asientos, no era cosa de andar molestándola por nada.
El viaje fue muy emocionante. Yo tenía miedo de que la butaca fuera incómoda o que se me durmieran las piernas, como cuando viajamos en auto con mis papás, pero por suerte no me pasó y fue muy agradable. Pero estaba tan a gusto que en algún momento —a lo mejor por haberme levantado muy temprano, o tal vez por el cansancio de todo el día— me quedé dormida.
No sabés la vergüenza que sentí al abrir los ojos y encontrarme con la Señorita Giselle inclinada sobre mí, mientras me sacudía despacito para despertarme, como hacía papá cuando era chiquita y me quedaba dormida en el asiento del auto al salir de paseo.
Yo me desperecé haciéndome la grande, tratando de no mostrar que estaba avergonzada por haberme quedado dormida, y me prometí que no me volvería a pasar nunca más frente a ella.
La estación de micros de Montevideo es mucho más grande que la de San Javier, está llena de gente y es muy ruidosa, incluso de noche. La verdad es que me dio un poco de miedo, pero no dije nada. Igual la Señorita Giselle se debe haber dado cuenta, porque mientras esperábamos que se abriera el compartimento de las valijas me tomó la mano bien fuerte, entrelazando sus dedos con los míos y me acercó junto a ella. No sabés lo bien que me sentí al contacto de su mano, me subió por el cuerpo un calorcito muy lindo y de golpe me volvió toda la valentía junta.
Sacamos mi valija y yo quise llevarla, pero ella me dijo que solo me preocupara de mi mochila y mi bolso. Aunque la Señorita Giselle es delgada, también es muy fibrosa y tiene una espalda muy fuerte.
Al salir de la estación tomamos un taxi hasta su departamento, pero te sigo contando mañana porque ahora estoy muy cansada y me voy a ir a dormir.
Katy: La Señorita Giselle me dejó dormir hasta el mediodía, pero me aclaró que fue solo por esta vez, porque estaba cansada del viaje. A partir de mañana debo levantarme temprano para aprovechar el día.
Me quejé, pero me respondió que levantarse temprano es parte de un hábito sano que se adquiere con la práctica. Según ella, una verdadera bailarina profesional tiene hábitos y rutinas sanas, como despertarse temprano o ser puntual. Así que a partir de mañana —aunque aún esté de vacaciones— debo levantarme no más tarde de las siete de la mañana y los fines de semana, máximo, a las ocho y media.
Espero que la Señorita Giselle no se tome eso tan en serio, o voy a sufrir mucho. Soy muy remolona, me encanta dormir y además soy bastante nocturna. Si papá se entera de esto le va a encantar. Él es muy madrugador y siempre me dice que «la noche se hizo para dormir».
Mi tutora también me dio una pequeña lista de alimentos, a modo de dieta básica. Nunca tuve problemas con la balanza, pero para este nivel de exigencia al parecer hay cosas que ya no se permiten. De todas maneras, la Señorita Giselle me explicó que hay ciertas medidas que otros tutores toman con sus pupilos pero que ella no va a aplicar conmigo, porque dice que soy demasiado joven para estar presionada por el peso.
Me contó que tuvo compañeras que sufrieron muchísimo por la alimentación —e incluso se enfermaron— y no me quiere exponer a eso. Me dijo que conoce todos los trucos habidos y por haber para bajar de peso y me advirtió que si mis compañeros en el Teatro hacen cosas que ella no admite y descubre que yo también las hago, me manda de vuelta a casa.
Además me aclaró que en cuestiones de salud, después del médico, ella es quien tiene la última palabra y que siempre pondrá mi salud por encima de la carrera sin importar lo que diga el Teatro.
Creo que realmente se preocupa por mí, así que me prometí que no le iba a dar problemas haciendo chiquilinadas. Trataré de hacerle caso sin discutirle, porque la Señorita Giselle es buena conmigo, se preocupa por mí y las cosas que me dice las dice porque piensa que me convienen. Sería estúpido haber llegado hasta acá para no escuchar sus consejos.
Katy: No te escribí antes porque estuve muy ocupada lavando toda mi ropa y acomodándola en mi habitación. Aunque ya estaba limpia de casa, la Señorita Giselle me hizo lavarla de nuevo pero además le puse perfume. No me quejé porque la verdad es que siempre quise usar ropa perfumada, pero en casa no puedo porque mamá es muy alérgica.
Su casa huele a vainilla y almendra, igual que su ropa. ¡Si vieras la colección de frascos que tiene! Después le voy a mandar fotos a mamá, le encantará porque son de todas partes del mundo.
La Señorita Giselle también me dio ropa suya. Más que nada para estar cómoda en el departamento y para entrenar. Descubrí que tenemos casi el mismo talle, aunque ella es media cabeza más alta que yo y tiene un poco más de busto.
La Señorita Giselle no es tan alta, pero usa botas con taco aguja, que le realzan la presencia. Tiene muy lindas piernas.
Katy: Como el día estuvo feo y hubo chaparrones no salimos, así que aproveché para hablar a casa. Me preguntaron si estaba bien, si me gustaba la ciudad y si estaba cómoda con la Señorita Giselle. Mamá y papá pidieron hablar con ella, lo que me dio un poco de vergüenza, pero a mi tutora le pareció totalmente adecuado.
No hablé con mis hermanos, porque con ellos estoy conectada todo el tiempo, entonces ya saben cada cosa que hice hasta ahora. Guillermo sigue burlándose de la Señorita Giselle, pero se puso contento sobre lo que me dijo del peso. En agradecimiento me prometió que cuando vaya a San Javier le va a hacer un cordero (mi hermano es un asador experto y sus asados son riquísimos). Diego, en cambio, está preocupado de que no me pierda tomando un bus o que me roben.
Los dos se rieron cuando les conté que me obliga a levantarme temprano, porque saben que odio madrugar y que siempre los hacía llegar tarde al colegio. Guillermo dice que me lo merezco en castigo por las veces que en el colegio lo retaron por mi culpa. Mi hermano tiene algo con el reloj, a diferencia de mí, jamás llega tarde a ningún lado y si te dice que está a tal hora ponele la firma que así va a ser. En eso es igual a la Señorita Giselle.
Con Amanda hablo casi todas las noches. Me dice que mi tutora más que bailarina es un sargento. Pero está contenta de que me cuide y que yo esté feliz en Montevideo.
Katy: Todavía no salí a pasear por la ciudad y solo conozco las cuadras que rodean el edificio donde vivo. Estamos frente a la Plaza Independencia, en la «Ciudad vieja», a una cuadra del Teatro Solís, al lado del despacho del presidente de la República y a pocas cuadras de la Rambla Gran Bretaña.
Me alegra estar cerca del río, porque una de mis mayores preocupaciones al venir a la ciudad era saber si iba a poder ver el agua. En San Javier me pasaba toda la tarde en el muelle viejo, creo que jamás podría estar alejada del río. Sin embargo, hay algo que sí es diferente: el cielo. En San Javier la noche tiene mil estrellas, acá apenas si se ven unas pocas… y muy pálidas.
Montevideo no es una ciudad para poetas ni enamorados.
Katy: Para entrar en ritmo comencé a correr con la Señorita Giselle, a mi pedido trotamos a lo largo de la rambla. Salimos a primera hora de la mañana para evitar el sol fuerte (para mi desgracia cumplió eso de levantarme temprano). Aunque sé que puedo correr al menos tres kilómetros, la Señorita Giselle por ahora no quiere que corra más de uno o uno y medio. Al volver a su departamento tomamos un superdesayuno y no me deja saltearme ninguno de sus componentes.
Te cuento, además, que ya tengo la tarjeta de acceso para la puerta de entrada al edificio, el ascensor y la puerta de nuestro departamento. Oficialmente esta chica que te escribe vive en Juncal 1319, piso 30, segundo cuerpo.
Katy: Mi habitación es grande y entra mucho sol por la ventana, especialmente a la mañana. Así que cada día me levanto con mucha luz solar, algo que definitivamente me pone de buen humor y me hace empezar el día con buena energía. También ayuda a sacarme de la cama, porque el sol me pega en los ojos despertándome aunque no quiera.
Los muebles de mi habitación son nuevos, la Señorita Giselle los compró especialmente para mí. Se toma muy en serio esto de ser tutora. Me dijo que puedo decorar la habitación como me guste, aunque si quiero puedo pedirle ayuda. Creo que a ella le gustaría que le pida consejos, pero lo voy a pensar.
Por ahora los únicos signos de que alguien vive ahí son que la cama está deshecha, el placard está ocupado con ropa y el portarretratos que me hizo Diego sobre la mesita de luz.
28 de febrero
Katy: Una curiosidad es que la Señorita Giselle no tiene nadie que limpie su departamento. Le pregunté por qué siendo tan grande el lugar no contrataba a alguien para eso y me respondió que nadie tiene por qué rebajarse a limpiar la suciedad de otro, por más que reciba un sueldo por eso.
La abu no estaría de acuerdo y diría que ningún trabajo es indigno, que indigno es mendigar, pero bueno… ella tiene sus puntos de vista particulares, así que limpia sola su departamento cada sábado y lo mantiene ordenado el resto de la semana. Siendo tan pulcra, la limpieza del fin de semana es sencilla porque no se acumula tanta suciedad.
Como ahora vivo con ella, a mí me corresponde una parte en las tareas de limpieza: durante la semana mantener ordenada mi habitación, barrer el balcón y ordenar el living. El fin de semana paso la aspiradora por toda la casa, pongo la ropa a lavar y cambio las sábanas. La Señorita Giselle se reserva para ella las tareas más pesadas y no quiere que la ayude. Limpia la cocina, el baño, lustra los muebles, repasa las paredes, los adornos y saca la suciedad que se acumula en las lámparas.
Yo creo que en el fondo no tiene a nadie que limpie porque no le gusta que haya gente extraña metiéndose en sus cosas. No es egoísta —lejos está de eso—, pero es una persona muy reservada y su sentido de la privacidad es más fuerte que el que tenemos casi todos los demás, en eso se parece a papá.
No usa redes sociales ni le gusta sacarse fotos.En mi familia nunca nos han dejado subir nada y por eso siempre me he sentido un poco fuera de mi grupo de amigos. Así que si la Señorita Giselle tampoco tiene fotos en la Nube, ahora ya no soy una excluida porque hay otra como yo y somos dos.
Katy: La Señorita Giselle sabe cocinar muy bien (¡yo soy un desastre!) y está empeñada en hacerme mis comidas favoritas. No sé si es porque quiere agradarme o convencerme de que puede cuidarme, pero a lo mejor son ideas mías y solo es que está contenta de tener compañía.
Sé que no tiene nada que ver con lo que te estoy contando, pero no tiene novio ni nada. Me parece una pena que no tenga con quien compartir todas las cosas lindas que la rodean y debo considerarme muy afortunada de que quiera hacerlo conmigo.
Su departamento es demasiado grande para una única persona y viviendo sola debe ser algo solitario, más para alguien tan sensible como ella. Lo que me recuerda que te debo la descripción del lugar, pero prometo que la próxima te cuento cómo es, porque ahora vamos a salir a pasear. Los días son lindos, por suerte no hace tanto calor.
Katy: Creo que ya te conté que estamos en un piso 30, nunca había estado en un lugar tan alto y los primeros días no salía al balcón porque me mareaba, pero ahora se convirtió en mi lugar favorito, todo el tiempo estoy ahí. Eso sí, siempre con un abrigo, porque al estar tan alto el viento frío corre como si fuera pleno invierno.
La Señorita Giselle me dijo que hace bastante que viene pensando en cerrarlo con paneles de vidrio para convertirlo en un jardín de invierno. Me prometió que si yo me quedaba a vivir con ella lo iba a hacer. La idea me parece súper.
El balcón está del lado contrario a mi habitación. La razón por la que me gusta tanto es porque desde ahí el río, que cuando era chiquita era el fin del mundo, ahora es apenas un gran lago de color café con leche entre dos ciudades: de este lado está Montevideo y del otro la ciudad donde nació la abu, Nueva Buenos Aires. Eso me hace pensar que no existen límites, sino perspectivas.
A la tarde, cuando el sol cae sobre el río, el marrón se convierte en dorado y se ve precioso. Les he mandado fotos a mis hermanos, ellos aman el río tanto como yo. Sé que es tonto, porque hablamos casi todos los días, pero los extraño mucho. Por más mundo virtual que exista, no es lo mismo que estar sentada con ellos en el muelle viejo. Me dieron ganas de llamarlos.
Katy: Montevideo es grande y un poco gris. Se me ha cruzado la idea de que una persona que veo en la calle ahora puede que no vuelva a verla jamás. Cuando se lo conté a la Señorita Giselle me dijo que nunca lo había pensado así. Su respuesta me sorprendió, y un poco me alegró, porque ella sabe de todo y debe haber pocas cosas que no se le ocurra pensar.
Estos días la Señorita Giselle me ha llevado a recorrer la ciudad. Un poco para que conozca y otro poco para que me vaya orientando cuando tenga que moverme sola durante el año. Se lo voy a contar a Diego, que estaba muy preocupado de que no me perdiera.
En principio todos los lugares a los que tengo que ir están en un radio de no más de unas pocas cuadras alrededor de la Plaza Independencia. Lo único que está lejos es la estación de micros, pero no necesito ir allí más de una o dos veces al año.
Recorremos la ciudad caminando, en bici y a veces en micro. La Señorita Giselle me contó que no tiene auto ni maneja. Nunca le interesó sacar el registro de conducir porque prefiere ir caminando a todos lados. Dice que eso la ayuda a ejercitarse, la deja pensar y la mantiene en equilibrio.
Según me dijo, si manejara el tránsito sacaría lo peor de ella, y además se volvería una cómoda. Una cosa que he notado: es muy estricta consigo misma, se da pocos permisos. Cuando se lo conté a Amanda me dijo que yo soy la única persona que puede disfrutar con tanto orden… piensa que estoy loca.
Katy: Las noches con la Señorita Giselle son divertidas. Escuchamos mucho jazz (discos de Coltrane, de Miles Davis y de Parker), pero también Pink Floyd o los Rolling Stones. Además le gusta mucho Bach, Chopin y Beethoven. Tanto le gusta Bach que nunca pierde la oportunidad de decirme que su contrapunto es la base de la improvisación en el jazz, y para demostrármelo me hace escuchar fugas y luego las compara con el bebop. No sé si la abu sabía esto. Creo que ya le di la razón un millón y medio de veces, pero no hay caso, siempre vuelve a decírmelo.
Además, su sonoteca es enorme y abarca toda la música posible a partir del siglo xvii hasta la actualidad. A la abu le encantaría saber que vivo con alguien tan musical.
Katy: Cada tarde meriendo con la Señorita Giselle, pero ella no le dice de esa manera. Lo que todos los demás llamamos «merendar» o «tomar la leche» para ella es «la hora del té», y es toda una ceremonia. Te cuento: nos sentamos en la gran mesa del comedor —o, si el día está lindo, en el balcón—, ponemos un mantel de puntillas, blanco, una tetera muy elegante de porcelana azul con dos tazas que hacen juego y una panera con escones o tostadas, además lo acompaña con mermeladas que hace ella misma. A veces hay masitas. También puede hornear un budín.
Además no me permite usar azúcar, así que me dio a elegir entre tomarlo amargo o endulzarlo con miel, como hace ella. Me he ido acostumbrando a la miel y ahora lo tomo como ella.
Nos sentamos a conversar y la Señorita Giselle me hace preguntas sobre mi vida o a veces sobre cómo me fue en el día. Están totalmente prohibidos cualquier tipo de dispositivos electrónicos en la mesa, o incluso los libros de papel, porque dice que la comida es un momento para compartir. Es raro escucharle decir eso siendo que siempre vivió sola.
Aunque me encanta la hora del té con la Señorita Giselle porque me hace sentir como una adulta, a veces extraño el barullo que se armaba en casa al entrar Diego corriendo a sentarse a la mesa; mamá retándolo para que se lave las manos y Guillermo aprovechando para acaparar las masitas de chocolate; algo que siempre pero siempre terminaba en discusión sobre si había comido más que Diego y yo.
Cuando la abu se cansaba de vernos pelear aplicaba algo que ella denominaba «la justicia de la abuela», que era una venerable institución de dudosa calidad jurídica pero muy alta efectividad: confiscaba aquello por lo que nos peleábamos y los hermanos terminábamos discutiendo con ella en vez de hacerlo entre nosotros. Armábamos mucho lío y era muy divertido.
Katy: El otro día Guillermo volvió a burlarse de la Señorita Giselle y me preguntó si ya la habían nombrado emperatriz de Uruguay (¡tarado!), en cambio Diego está preocupado por saber si ya hice amigos en Montevideo.
A la noche hablé con Amanda, me preguntó si conocí chicos lindos acá. No me animé a decirle que todavía no conozco a nadie, pero que me paso las noches escuchando música clásica con la Señorita Giselle, sé lo que diría de mí y no voy a decirte la palabra que usaría, pero te lo podés imaginar.
Katy: Hoy la Señorita Giselle me llevó a conocer el Teatro Solís y me presentó al director: ClaudioWeiss, un hombre delgado, de lentes de marco de carey, que tiene la piel tan blanca que se diría que nunca en la vida tomó sol. Se me ocurrió apodarlo «Director Carapálida», pero no se lo voy a decir a ella porque pensará que soy una maleducada.
Como ella es siempre tanold fashioned, me lo presentó como si en el año 2116 no existiera la posibilidad de conocer a alguien sin haberlo visto antes en la Nube. Yo no le dije nada para no arruinarle la emoción.
El «Director Carapálida» fue profesor de mi tutora cuando tenía mi edad. No hay palabras para describir el orgullo del director al hablarme de la Señorita Giselle. La elogió tanto que por primera vez desde que la conozco la vi bajar la mirada. Ella, que siempre es tan segura de sí misma, estaba un poco avergonzada ante tantas alabanzas juntas y se puso algo incómoda. La abu la hubiera retado por el exceso de modestia.
Katy: Aprovechando que la Señorita Giselle tenía muchas cosas que hacer me fui al Teatro a recorrerlo sola, para «conocernos». Entré sin problemas porque ya estoy acreditada como alumna.
Estando ahí fui al archivo del Teatro y me puse a buscar a ver qué encontraba sobre mi tutora. Resulta que hay muchísimo material: entrevistas, fragmentos de entrenamientos, actuaciones suyas, viajes, giras y muchísimas cosas de cuando trabajó en Inglaterra y Japón. ¡Tiene una sección propia a su nombre!
Para empezar, te cuento que en realidad se llama Giselle Beatriz Gómez Belart, entró al Teatro un año más joven de lo que yo soy ahora. A los 19 se convirtió en figura principal del ballet del Solís y a los 23 se fue a vivir y trabajar a Inglaterra.
La Señorita Giselle se retiró muy joven, a los 35 años. Después se fue a trabajar a Japón, y regresó el año pasado. Su información está muy actualizada y lo último es casi casi de principios de este año. No sé quién se encarga de compilar los archivos, pero se ve que la sigue de cerca porque ya está subido lo de las tutorías, aunque no aparece mi nombre.
Se sabe que los uruguayos somos muy «pachorra» para estas cosas, así que si su registro está tan actualizado es una de dos: o lo hace ella misma —cosa absolutamente improbable, porque jamás se dedicaría a celebrarse— o el «Director Carapálida» ha dado la orden de que tengan toda su carrera al día.
A la noche, cuando le conté que existía una sección solo a su nombre, me sonrió y confirmó lo que yo pensaba sobre el «Director Carapálida». Se me hace que en ese archivo debe haber cosas que ni ella sabe que existen.
Me gustaría saber por qué dejó de bailar.
Katy: Para celebrar mi entrada en el Teatro Solís, la Señorita Giselle hizo reservaciones en un restaurante del centro viejo, a pocas cuadras de donde vivimos.
Me explicó que es un lugar elegante y lleno de gente influyente, que está dentro de un hotel llamado «Conrad», que es algo así como el hotel más importante de Montevideo y que además del restaurante tiene casino y un gran spa. Así que me maquillé y fui a la peluquería para la ocasión.
Como el evento era importante, decidí estrenar uno de los vestidos que me compró mamá (¡gracias!, ¡gracias!, ¡gracias mami por los vestidos!). Me puse el más lindo de los tres y mis mejores zapatos. ¡Me veía como si tuviera veinte años! Y no sabés lo hermosa que lucía la Señorita Giselle, creo que todos los hombres del restaurante habrían querido estar en nuestra mesa.
Para cenar pedimos langosta y tomamos vino blanco. Nunca había bebido vino, la Señorita Giselle me sirvió una copa y me aclaró que tenía que durarme toda la noche.
Algo divertido que me pasó en la cena: cuando vi la cantidad de tenedores y cuchillos que había alrededor del plato me quedé paralizada. Como la Señorita Giselle es una persona muy discreta, esperó a que el mozo se retirara después de servir la entrada y en voz baja me explicó para qué sirve cada par de cubiertos. Después tomó los suyos para mostrarme. Así que ahora esta chica sabe comer con muchos pares de cubiertos. ¿Qué tal?
Para el postre decidimos ir al bar de la terraza del hotel, que tiene mesitas con tumbonas. Cuando nos trajeron la carta de postres —que era larguísima— la Señorita Giselle me dijo que podía elegir lo que yo quisiera.