La pasión más fuerte - Emilie Rose - E-Book
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La pasión más fuerte E-Book

Emilie Rose

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Beschreibung

Sus secretos los obligaron a separarse El aristocrático multimillonario Xavier Alexandre lo tenía casi todo: dinero, fama y el amor de la preciosa amazona Megan Sutherland. También tenía un secreto, un error que debía enmendar. Megan tenía su propio secreto, pero sus planes de futuro chocaban con los de Xavier. Y cuando su atractivo amante le reveló lo que debía hacer para limpiar el apellido familiar, ella supo que su destino era decirse adiós. A menos que Xavier pudiera recuperar su amor, y para hacer eso debía sacrificar todo lo que había jurado conseguir en la vida.

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Seitenzahl: 165

Veröffentlichungsjahr: 2012

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Emilie Rose Cunningham. Todos los derechos reservados.

LA PASIÓN MÁS FUERTE, N.º 1836 - febrero 2012

Título original: The Price of Honor

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-478-1

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo Uno

–Las revistas del corazón ya están hablando de ti otra vez –Megan Sutherland tiró la revista sobre la mesa de la cocina, delante de Xavier, y se inclinó para darle un beso en el cuello.

Como siempre, su proximidad la hizo sentir un escalofrío de emoción. Cualquier día, las palabras que intentaba contener iban a escapar de sus labios sin que pudiese evitarlo pero en aquel momento se mordió la lengua porque sabía que él no estaba preparado para escucharlas. Ni para saber la noticia.

Megan se apartó para servirse un café.

–Las revistas se vuelven muy creativas cuando hablan de un millonario, ¿verdad? –bromeó, esperando que Xavier sonriera.

Pero no lo hizo.

–¿Has oído lo que he dicho?

–Sí, lo he oído –su seria expresión mientras ojeaba la revista asustó a Megan. Y cuando en sus ojos verdes vio un brillo de determinación se le encogió el estómago.

–Están mintiendo, ¿verdad? –le preguntó, con voz ronca.

–No –respondió Xavier.

Megan tuvo que soltar la taza de café para agarrarse a la encimera de la cocina. En realidad no debería tomar café, pero hasta que los médicos le confirmasen la noticia…

No, ella sabía sin la menor duda que esperaba un hijo de Xavier.

–Pero el artículo dice que esa rubia es tu prometida, que vais a casaros dentro de un año.

–Y es correcto.

Megan lo miró, paralizada.

–¿Y nosotros?

–Esto no tiene nada que ver con nuestra relación, Megan. Mi matrimonio fue acordado hace años.

–¿Hace años? –repitió ella–. ¿Llevas años comprometido con otra mujer y no me lo habías dicho?

–Era irrelevante –dijo Xavier–. Nuestra aventura debería haber sido eso, una aventura sin importancia. Y tú lo sabías.

Una aventura sin importancia. Que la hubiera pisoteado un caballo le habría dolido menos.

–Sé que al principio acordamos que sería una relación sin ataduras, pero…

En algún momento, durante los últimos seis meses, se había enamorado de Xavier Alexandre, con sus anticuadas maneras, su sofisticación y su habilidad en la cama. Y ahora quería algo más que una aventura, quería algo para siempre. Como no se habían separado en todo ese tiempo, pensaba que él sentía lo mismo.

–No hay ningún pero –la interrumpió él–. Es mi obligación casarme con Cecille.

Cecille. El nombre sonaba como el chasquido de un látigo.

–¿Estás enamorado de ella?

–Mis sentimientos no importan.

–A mí sí.

–Es una transacción comercial, nada más.

Una transacción comercial. ¿Cómo podía el hombre más apasionado que había conocido nunca mostrarse tan frío sobre algo tan importante como el matrimonio?

–¿Te acuestas con ella?

–Eso no tiene por qué preocuparte.

–¿Que no tiene por qué preocuparme? –exclamó ella–. Nos hemos acostado juntos cada noche durante estos últimos seis meses, creo que tengo derecho a saber si te acuestas con otra mujer.

–No ha habido otra mujer en mi vida desde que te conocí. ¿Eso te complace, ma petite?

Debería sentirse reconfortada por esa admisión, pero no era suficiente.

–¿Entonces te vas a casar?

–Es una cuestión de honor.

–¿Honor? ¿Dónde estaba tu honor cuando me hacías creer que había un futuro para nosotros?

–¿Te he hecho alguna promesa que no haya cumplido? –le preguntó él.

–No, pero pensé… –Megan sacudió la cabeza–. Yo esperaba que nos casáramos algún día, que formásemos una familia.

–¿No te dije desde el principio que nunca podría ofrecerte matrimonio? Y tampoco voy a tener un hijo ilegítimo, por eso siempre hemos usado preservativo.

Megan no podía tolerar la píldora anticonceptiva y los preservativos no eran seguros al cien por cien, como ella misma acababa de descubrir.

Estaba esperando un hijo, pero Xavier no lo sabía. Se había hecho la prueba esa misma mañana y pensaba contárselo por la noche, durante una cena íntima. Cuando encontrase las palabras adecuadas.

Pero todo había cambiado de repente y si Xavier iba a casarse con otra mujer, no había palabras para solucionar la situación.

–Perdóname por haber tenido la impresión de que lo habías reconsiderado cuando compraste esta casa al lado de tu finca y me instalaste en ella. Y cuando me seguiste por todos los circuitos del Grand Prix para acostarte conmigo.

–Y para verte montar mis caballos –le recordó él–. Tres inversiones muy caras, por cierto. Lo hemos pasado bien juntos y tengo intención de seguir disfrutando de tu compañía hasta el último momento.

–Hasta que me dejes por ella –dijo Megan, indignada–. Pero imagino que tu prometida tendrá algo que decir.

–Cecille no tiene nada que decir sobre mi vida privada ni yo sobre la de ella. Como te he dicho, nuestro matrimonio es un acuerdo. Ni ella ni yo nos hacemos ilusiones sobre algo tan frágil como el amor.

El amor de Megan no era frágil; era como un enorme agujero en su corazón que se llevaría hasta la tumba.

Xavier dobló su servilleta antes de levantarse, pero Megan no podía mirar sus aristocráticas facciones. Más específicamente, no quería ver la falta de ternura que solía iluminar sus ojos verdes cuando la miraba.

En ese momento parecía el implacable empresario que era. Nada que ver con el hombre al que creía conocer, equivocadamente por lo visto, y del que se había enamorado; el hombre que la trataba como si fuera algo precioso y que no esperaba que cambiase absolutamente nada de ella misma.

El inmaculado traje italiano se ajustaba a sus poderosos músculos, que entrenaba todos los días en el gimnasio que había instalado en el dormitorio de invitados…

Iba vestido para subir al helicóptero que lo llevaría a las oficinas de Perfumes Alexandre, en Niza. Para él no había atascos de tráfico, sencillamente volaba sobre ellos y aterrizaba en el tejado de su oficina.

Pero esta vez, cuando se marchase, Megan no esperaría ansiosamente su regreso. No, porque habría estado con ella, la mujer con la que iba a casarse, la mujer que no era una aventura sin importancia.

Xavier dejó escapar un largo suspiro.

–No hay por qué ponerse melodramática. Nuestra relación seguirá como hasta ahora, tenemos casi doce meses por delante.

–¿Esperas que me acueste contigo mientras estás prometido con otra mujer? –exclamó Megan–. ¿Y luego qué, ver cómo te casas con ella y te olvidas de mí? ¿De todo lo que hemos compartido, como si estuvieras descartando un traje viejo?

–Nunca te olvidaré, Megan –Xavier levantó una mano para acariciarle la cara.

–¿Y si te pido que elijas entre ella o yo?

–No.

El inflexible monosílabo destrozó sus sueños y esperanzas. Pero ella no sería «la otra mujer», no suplicaría su atención ni aceptaría las migajas que le tirase.

¿Y el hijo que estaba esperando?

¿Y su carrera como amazona?

¿Su casa?

De repente, había perdido todo aquello con lo que contaba en su vida. Necesitaba pensar, hacer planes, encontrar una salida, y no podía hacer eso con Xavier mirándola.

–Tengo que ir a los establos.

–Megan…

–No puedo hablar de esto ahora mismo. Tengo caballos y clientes a los que atender.

–Esta noche entonces.

Megan apenas pudo contener un bufido de incredulidad. ¿De verdad creía que iban a cenar juntos? ¿Para luego irse a la cama y dormir en sus brazos mientras pensaba en Cecille?

No, imposible.

Estaba terminando de ponerse la ropa de montar cuando recibió un mensaje en el móvil. Pero, incapaz de hablar con nadie en aquel momento, lo guardó en el bolsillo de la chaqueta sin mirar la pantalla y salió corriendo de lo que hasta aquella mañana había sido su paraíso; una casita de ensueño, parte de la vida de ensueño que Xavier había creado para los dos.

En la distancia oyó las aspas del helicóptero. Xavier ya se había ido, como si aquel día en el que había destrozado su vida, fuera una rutina, algo normal para él.

Megan corrió hacia el establo pero tuvo que detenerse bajo un árbol para buscar aliento. Se apoyó en el tronco con los ojos cerrados y al pasarse una mano por la cara sintió algo húmedo en los dedos…

No eran lágrimas, era sudor. Ella nunca lloraba. Nunca. Las lágrimas eran inútiles y no arreglaban nada. Pero maldito fuera Xavier, la había hecho llorar por primera vez desde que supo del accidente de avión en el que había muerto su familia.

Estaba embarazada y el único hombre al que había amado en toda su vida, el padre de su hijo, iba a casarse con otra mujer.

Y había dejado bien claro que no quería un hijo.

¿Lo quería ella?

Dadas las circunstancias, no estaba segura.

Una parte de ella quería tener la prueba de su amor por Xavier en los brazos pero el sentido común le decía que un niño no casaba bien con el circuito del Grand Prix. Sólo un puñado de amazonas podía combinar la maternidad y la competición y lo hacían con la ayuda de niñeras y esposos. ¿Podría hacerlo ella sin la ayuda de Xavier? Trabajaba muchas horas, a menudo siete días a la semana, y los viajes eran constantes.

¿Qué clase de madre podría ser con ese horario de trabajo?, se preguntó.

Sí, seguir adelante con el embarazo sería increíblemente complicado. ¿Y cómo iba a esconder su estado? El embarazo no tardaría muchos meses en notarse.

¿Intentaría convencerla Xavier para que abortase o lucharía por la custodia del niño? ¿Se mostraría posesivo con un hijo que no habían planeado?

Daba igual. No iba a arriesgarse a dejar que Cecille criase a su hijo. No lo dejaría en manos de alguien que podría no quererlo. Alguien que podría estar resentido por la existencia de un hijo que no era suyo.

Ella había pasado por eso. Tras la muerte de su familia, su infancia había sido un desastre. Aunque su tío la había acogido en su granja, siempre había dejado claro que era una carga, una extraña, la hija de esa mujer.

¿Y su casa, la casa que Xavier había comprado para ella? Aunque la dejase vivir allí, no podría quedarse cuando se hubiera casado. Especialmente porque desde su ventana se veía la casa de Xavier. Tendría que ver a su mujer yendo y viniendo…

¿Qué iba a hacer?

Lidiar con el día a día, sencillamente.

Pero el fallo del preservativo no podía haber ocurrido en peor momento. Estaba a punto de hacer realidad su sueño de llegar a lo más alto como entrenadora del circuito europeo. Sus caballos estaban muy bien considerados y cada temporada tenía más clientes. Era la persona a la que acudir cuando un jockey se lesionaba y necesitaba un reemplazo temporal.

Tomarse unos meses libres por un embarazo significaría perder clientes, puestos en el ranking y dinero de los caballos que entrenaba…

¿Y entonces qué?

Terminar con el embarazo sería lo más sencillo, tuvo que reconocer, con el corazón encogido. ¿Pero podría hacerlo?

En cuanto a Xavier, hasta que decidiera qué iba a hacer, no pensaba a arriesgarse a que descubriera su condición. Tenía que alejarse de él ¿pero dónde podía ir? ¿Dónde podía esconderse?

Tenía que encontrar un sitio para sus caballos y para aquellos otros a los que entrenaba. Porque terminase aquello como terminase, ella era una profesional y quería tener un trabajo al que volver cuando… cuando ocurriera lo que tuviese que ocurrir.

Megan sacó el móvil del bolsillo, decidida a solucionar los asuntos diarios antes de concentrarse en la multitud de cambios que la esperaban.

Había una llamada perdida de Hannah y no era ninguna sorpresa. Su prima siempre sabía de alguna forma cuándo tenía un problema y la apoyaría tomase la decisión que tomase.

Sí, era hora de ir a Carolina del Norte, decidió, el estado del que se había marchado diez años antes, tan lejos de Xavier Alexandre como fuera posible.

Tres semanas de silencio pesaban mucho. No había sabido nada de Xavier en ese tiempo.

Le avergonzaba admitir que había esperado que la echase de menos, que fuese a buscarla, que le pidiese perdón.

Era duro aceptar que el momento más excitante de su vida, la historia de amor con el hombre al que creía perfecto, había terminado para siempre.

Pero la vida seguía adelante y esa mañana, Hannah, no Xavier, la había acompañado a su cita con el ginecólogo para hacer la primera ecografía; un momento agridulce, lleno de alegría y de pena.

Nunca había planeado tener hijos, pero esos planes habían cambiado cuando recordó el proverbio favorito de la madre de Hannah: «El final de algo es siempre el principio de otra cosa».

Esas palabras no podían ser más oportunas en aquel momento. Su hijo era el principio de una nueva vida y, si no podía tener a Xavier, al menos podría tener una familia propia.

Y gracias al cielo tenía a su prima. Hannah no sólo la había recibido con los brazos abiertos sino que la había ayudado a encontrar jinetes con cierta experiencia para que sus caballos no perdiesen práctica. Y le había hecho un sitio en la granja Sutherland como entrenadora. No era tan satisfactorio o tan emocionante como competir pero, por el momento, pagaba las facturas.

Sólo por la noche, cuando entraba en la casita que Hannah había puesto a su disposición, sentía cierta nostalgia, pero ella y su hijo sobrevivirían sin Xavier Alexandre.

El sonido de unos cascos llamó la atención de Megan hacia su alumna, que estaba galopando por el corral de prácticas.

–¿Sabes por qué has tirado ese último obstáculo, Terri? –le preguntó, acariciando el cuello del animal cuando se acercó a la cerca. La yegua hanoveriana tenía corazón y habilidad. Ésa era la mitad de la batalla. Si su amazona tuviese el mismo talento…

La chica hizo una mueca.

–Me he acercado al obstáculo demasiado aprisa.

–Y eso ha confundido al caballo –asintió Megan–. Debes inclinarte un poco más hacia delante cuando vayas a saltar, pero puedes intentarlo en la próxima clase.

–Muy bien, nos vemos la semana que viene.

Terri se alejó trotando sobre la yegua y Megan suspiró. Tenía que preparar el circuito para los alumnos más avanzados del día siguiente pero no encontraba entusiasmo. Lo haría por la mañana, pensó. Por el momento, lo único que quería era darse un baño caliente.

Echaba de menos montar. Y no poder competir, lanzarse al galope sobre los obstáculos en un concurso, la hacía sentir rara, sin rumbo. Había montado a caballo desde que su padre le compró su primer poni cuando tenía cuatro años. El circuito del Grand Prix había sido su hogar, el único en el que se sentía realmente cómoda y su último lazo con su padre, que había sido un gran jinete. Pero no quería arriesgarse a hacerle daño a su hijo, ni siquiera para dar una corta galopada.

–Éste es tu momento favorito del día. ¿Por qué no estás montando?

Xavier.

Megan se volvió al escuchar esa voz profunda con suave acento francés. Había vuelto. Por fin. Deseaba echarse en sus brazos pero no podía hacerlo hasta que supiera por qué estaba allí.

La brisa movía su pelo oscuro, la camisa blanca y los vaqueros negros le daban aspecto de pirata moderno. Un pirata que le había roto el corazón.

–¿Qué haces aquí?

–He venido para llevarte a casa –respondió él. Su tono autoritario le resultaba tan familiar, tan enternecedor. Le encantaba su seguridad, su confianza. Y ésas eran las palabras que había esperado escuchar, pero…

–¿Has cancelado tu boda?

–No –respondió él.

–¿No vas a hacerlo?

–No puedo.

–Entonces no tenemos nada más que hablar. Sube a tu jet y que tengas un buen viaje. Llamaré a alguien para que vaya a sacar mis cosas de la casa.

–Si quieres tus cosas, tendrás que ir tú personalmente a buscarlas.

–No puedo, tengo trabajo aquí.

–Dando clases de equitación, ya lo sé –dijo él, con tono desdeñoso.

–Me gusta dar clases –se defendió Megan.

–No, te gusta competir. Tus cosas te estarán esperando cuando vuelvas, pero no dejaré que nadie más entre en tu casa.

–Tu casa –le recordó ella–. Tu nombre está en la escritura.

–Eso se puede cambiar.

–¿Y qué pasará cuando te cases, Xavier? ¿Crees que a tu mujer le gustará tener a tu amante por vecina? ¿De verdad esperabas que siguiéramos siendo amantes después de casarte?

–Al contrario que mi madre, yo siempre cumplo mi palabra. Puedes quedarte en la casa, Megan. Somos adultos y Cecille no tiene por qué saber nada de nuestro pasado.

–Todo el mundo lo sabe. Hemos sido inseparables durante meses… –ella sacudió la cabeza, incrédula y dolida–. Envíame mis cosas o regálaselas a alguien, me da igual. No voy a ir a buscarlas.

Afortunadamente, se había llevado lo más importante cuando hizo el equipaje a toda prisa para irse de allí antes de que Xavier volviera de la oficina. No le harían falta los vestidos de diseño que él le había comprado porque no pensaba ir a ninguna fiesta. Además, en poco tiempo no le valdrían.

Xavier dio un paso adelante y, aunque ella quiso dar un paso atrás, la cerca se lo impidió.

–¿Cómo puedes olvidar lo que hemos compartido, Megan? –le preguntó, levantando una mano para acariciarle la cara.

–Yo podría preguntarte lo mismo.

–Pero yo no te he dado la espalda.

–¿Cómo que no? Estás comprometido con otra mujer y vas a casarte con ella. ¿Eso no es darme la espalda? Tú sabes que yo no me conformo con un segundo puesto, ni en el circuito ni en la vida. Una vez dijiste que mi celo profesional era una de las cosas que más te gustaban de mí.

–Admiro muchas cosas de ti, incluyendo tu ambición y tu independencia. Pero no hay necesidad de enfadarse porque no puedes salirte con la tuya esta vez.

Megan lo miró, atónita.

–¿Crees que no tengo derecho a enfadarme?

–Te he hecho montones de regalos, te he dado una casa. Me he asegurado de que no te faltase nada y seguiré haciéndolo si vuelves a Grasse.

–Nunca me han importado tu dinero, tu finca, tus aviones o tus deportivos y tú lo sabes. No me ofreces lo único que deseo, Xavier: a ti, exclusivamente.

–Me tienes exclusivamente ahora.

–Pero sólo hasta que te cases. Uno de estos días yo querré un marido y una familia… querré alguien con quien hacerme mayor, un amigo y un amante. Tú quieres eso mismo con otra persona, pues haznos un favor a los dos y márchate.

Se dio la vuelta para ir a su casa, pero no tuvo que escuchar las pisadas de Xavier sobre la gravilla del camino para saber que la había seguido. Su cuerpo lo sintió y, aunque deseaba volver a mirarlo, se negó a sí misma ese placer y ese dolor.

–Megan…

–No tengo nada más que decirte. Adiós.

–Si vamos a repetir conversaciones pasadas, imagino que recordarás que la determinación es una de las cosas que tú decías admirar de mí. No esperes que me rinda tan fácilmente, Megan. Yo lucho por lo que deseo y te deseo a ti.

–Lo nuestro ya es pasado –dijo ella.

Debería haberle hecho caso al instinto y negarse a montar sus caballos cuando se lo pidió. Pero no lo había hecho. Se había dejado llevar por un hombre que compraba manzanas para sus caballos en lugar de regalos para ella y con el que había firmado un contrato como entrenadora…

Tenía que librarse de él, ¿pero cómo?

–Deja de seguirme. No me gusta jugar al gato y al ratón y no pienso ser un entretenimiento hasta que te cases. Busca otra amante, Xavier. Yo pienso hacerlo.

Una mentira, pero él no tenía por qué saberlo.

De inmediato, vio un brillo de celos en sus ojos verdes pero sólo tuvo un momento para disfrutar de esa pequeña victoria antes de que la tomase por la cintura para buscar sus labios.

La sorpresa hizo que se le detuviera el corazón durante una décima de segundo, antes de que la pasión lo lanzase al galope.