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Comienza su segundo año en la Academia para Brujas de la señorita Cackle, y Mildred tiene la intención de perder la vergonzosa fama de ser la peor alumna en toda la historia de esa famosa escuela mágica. Pero, como siempre, sus planes se tuercen rápidamente...
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Seitenzahl: 43
Veröffentlichungsjahr: 2016
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CAPÍTULO UNO
CAPÍTULO DOS
CAPÍTULO TRES
CAPÍTULO CUATRO
CAPÍTULO CINCO
CAPÍTULO SEIS
CAPÍTULO SIETE
CAPÍTULO OCHO
CAPÍTULO NUEVE
CAPÍTULO DIEZ
CRÉDITOS
NICIAR SU SEGUNDO AÑO en la Academia para Brujas de la señorita Cackle era casi un milagro para Mildred Hubble, ya que el curso anterior había sido catastrófico.
Mildred era una de esas personas que llevaban consigo el desastre allá donde iban. A pesar de sus esfuerzos por evitarlo, tenía la habilidad de convertir cualquier situación normal y corriente en un completo caos.
Sin embargo, Mildred había madurado (al menos estaba más llena que nunca de buenas intenciones) y venía decidida a perder su fama de ser la peor bruja en toda la historia de aquella prestigiosa escuela de magia.
Al llegar en su escoba a las puertas de la academia, tan parecidas a las de una cárcel, Mildred miró el patio cubierto de niebla a través de los barrotes.
Por una vez llegaba pronto y solo había un puñado de alumnas, todas envueltas en sus capas para combatir el frío.
En la Academia para Brujas de la señorita Cackle siempre hacía frío porque el edificio era un castillo de piedra y estaba situado en lo alto de una montaña, rodeado por un tupido bosque que formaba una masa húmeda y oscura. Las chicas se resfriaban constantemente en aquel patio helado.
Mildred sobrevoló la puerta y aterrizó con gran habilidad al otro lado.
«¡Eh, no ha estado mal para empezar!», pensó mirando a su alrededor con la esperanza de que alguien hubiese apreciado su excelente maniobra, pero claro, no la vio nadie.
La gente solo la miraba cuando hacía algo terrible, nunca cuando hacía algo bien.
Mildred cogió su maleta de la parte de atrás de la escoba, que flotaba tranquilamente a la espera de nuevas órdenes. Luego miró el gato atigrado que aún clavaba sus uñas en la escoba, con los ojos fuertemente cerrados de puro miedo. El pobre Tigre no había superado el pánico a volar.
—¡Mildred! ¡Mil, soy yo! —gritó de pronto una voz conocida desde lo alto.
Mildred miró hacia arriba y vio a Maud, que sobrevolaba la puerta agitando su sombrero. Su aterrizaje fue bastante desastroso.
—¡Hola, Maud! —sonrió Mildred al ver a su mejor amiga—. ¡Guau! Estás mucho más delgada y tienes el pelo más largo.
—Es verdad —dijo Maud tocándose el pelo, que ahora llevaba en dos trenzas en vez de las habituales coletas—. Mamá me obligó a ponerme a dieta. No podía comer nada que no fuese lechuga, apio y cosas así. Pero ahora estoy de vuelta en la academia… ¡Tres hurras por el flan y las natillas! —y las dos amigas se echaron a reír.
Tres alumnas pasaron por encima de la puerta sobre sus escobas.
—¿Quién más ha llegado? —preguntó Maud—. ¿Alguien que conozcamos?
—Solo Ethel —respondió Mildred—. Pero ha hecho como que no me veía, aunque a mí me da igual, claro.
Ethel era la chivata y la pelota oficial de la clase, y a Mildred no le caía nada bien después de todos los trucos sucios que había usado en su contra el año pasado, incluyendo que casi la expulsasen en dos ocasiones.
—¡Mira, Maud! —dijo, señalando a dos chicas con sombreros nuevos y capas tan largas que casi les llegaban a sus brillantes botas recién estrenadas—. Tienen que ser alumnas de primero. ¿No te parecen muy pequeñitas?
—Y pensar que nosotras éramos así… —comentó Maud con tono maternal—. De pronto me siento supermayor.
Las dos chicas nuevas no se separaban. Parecían muy tímidas y perdidas. Una de ellas miraba nerviosa a su alrededor, y la otra intentaba dejar de llorar. Daban un poco de pena.
La que lloraba tenía la cara flaca y una melenita lisa, y la otra, dos mechones de rizado pelo naranja. Mildred pensó que la que lloraba le recordaba a alguien, pero no sabía a quién.
—Vamos a saludarlas, ¿vale? —le sugirió a Maud—. No pueden evitar ser nuevas, las pobrecitas. ¿Recuerdas lo agobiadas que estábamos nosotras?
Sintiéndose muy maduras y experimentadas, Maud y Mildred se acercaron como por casualidad a las dos chicas.
—Hola —dijo Mildred—, sois nuevas, ¿verdad?
—Sí —respondieron las dos a la vez.
Mildred le dio una palmadita en el hombro a la llorosa.
—Tranquila —le dijo—. No es tan malo como parece.
Por desgracia, el amable gesto de Mildred solo sirvió para empeorar las cosas, porque la chica volvió a llorar ruidosamente y se abrazó a su cintura.
Mildred se quedó horrorizada. Todas en el patio la estaban mirando, y en cualquier momento la señorita Hardbroom (su terrorífica tutora del curso pasado) aparecería y la acusaría de molestar a las nuevas.
Maud apartó a la chica con cierta brusquedad y la cogió por los hombros.
—Vas a meter a Mildred en un problema incluso antes de que suene la primera campanada —protestó.
Mildred se alisó la capa.
—¿Cómo te llamas? —preguntó.
—Sybil —lloriqueó la chica.
—Yo soy Clarice —dijo la otra nueva.
—¿Las profesoras son muy severas? —preguntó Sybil, secándose las lágrimas con una punta de su enorme capa.
—No mucho —respondió Maud.
