La pérdida del deseo - Luigi Zoja - E-Book

La pérdida del deseo E-Book

Luigi Zoja

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En Occidente, existe una tendencia que podría extenderse a todo el mundo globalizado: la actividad sexual está en constante disminución, en especial entre los más jóvenes. ¿Cuál es el origen de esta renuncia? ¿Cómo es posible que un fenómeno de tal magnitud tenga lugar en una sociedad que, gracias a la revolución sexual, parecía haberse liberado de tabúes y prohibiciones? Estas son algunas de las preguntas que intenta responder Luigi Zoja en La pérdida del deseo. La sexualidad, que ha ocupado un lugar central en el siglo xx, es uno de los indicadores de una sociedad abierta; sin embargo, afirma Zoja, esta sociedad abierta no es todavía una sociedad libre. De hecho, los criterios válidos para definir la libertad son psicológicos, y la mente en el siglo XXI tiene más miedos que en épocas precedentes. Este estudio profundo e inédito de la sexualidad en nuestro tiempo, enmarcado en la indiferencia general hacia una decadencia difícil de detener, se ocupa de los caminos que recorre una cultura después de su apertura. Como sostiene el autor: "Hoy en día encontramos infinitas 'prefiguraciones' del deseo sexual. No provienen ya del interior de la personalidad, como lo que llamamos eros, sino que llegan fabricadas por el mercado o por la presión de determinados grupos. Se trata de una libertad total solo en las palabras, y que en realidad se vive a menudo como un cautiverio dentro del propio cuerpo y de sus funciones".

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LUIGI ZOJA

LA PÉRDIDA DEL DESEO

Por qué el mundo está renunciando al sexo

 

En Occidente, existe una tendencia que podría extenderse a todo el mundo globalizado: la actividad sexual está en constante disminución, en especial entre los más jóvenes. ¿Cuál es el origen de esta renuncia? ¿Cómo es posible que un fenómeno de tal magnitud tenga lugar en una sociedad que, gracias a la revolución sexual, parecía haberse liberado de tabúes y prohibiciones? Estas son algunas de las preguntas que intenta responder Luigi Zoja en La pérdida del deseo.

La sexualidad, que ha ocupado un lugar central en el siglo XX, es uno de los indicadores de una sociedad abierta; sin embargo, afirma Zoja, esta sociedad abierta no es todavía una sociedad libre. De hecho, los criterios válidos para definir la libertad son psicológicos, y la mente en el siglo xxi tiene más miedos que en épocas precedentes. Este estudio profundo e inédito de la sexualidad en nuestro tiempo, enmarcado en la indiferencia general hacia una decadencia difícil de detener, se ocupa de los caminos que recorre una cultura después de su apertura.

Como sostiene el autor: “Hoy en día encontramos infinitas ‘prefiguraciones’ del deseo sexual. No provienen ya del interior de la personalidad, como lo que llamamos eros, sino que llegan fabricadas por el mercado o por la presión de determinados grupos. Se trata de una libertad total solo en las palabras, y que en realidad se vive a menudo como un cautiverio dentro del propio cuerpo y de sus funciones”.

LUIGI ZOJA (Italia, 1943)

Es psicoanalista y escritor. Ha llevado a cabo su práctica clínica en Zúrich, Nueva York y Milán, donde la realiza actualmente. Se licenció en economía y luego estudió en el C. G. Jung Institut de Zúrich, donde además fue profesor. Entre 1984 y 1993 fue presidente de Centro Italiano di Psicologia Analitica y, desde 1998 hasta 2001, de la International Association for Analytical Psychology, que agrupa a los psicoanalistas junguianos de todo el mundo. En 2002 y 2008 recibió el Gradiva Award, un reconocimiento que se otorga en Estados Unidos a los ensayos más destacados sobre psicología.

Entre sus obras, traducidas a catorce lenguas, se cuentan: Nascere non basta. Iniziazione e tossicodipendenza (1985); Coltivare l’anima (1999); Il gesto di Ettore. Preistoria, storia, attualità e scomparsa del padre (2000); Storia dell’arroganza. Psicologia e limiti dello sviluppo (2003); Giustizia e Belleza (2007); Contro Ismene. Considerazione sulla violenza (2009), y Al di là delle intenzioni. Etica e analisi (2011).

El Fondo de Cultura Económica ha publicado Paranoia. La locura que hace la historia en 2013; La muerte del prójimo en 2015, y Los centauros. En los orígenes de la violencia masculina en 2018.

Índice

CubiertaPortadaSobre este libroSobre el autorDedicatoriaAgradecimientosIntroducciónI. La sexualidad, tierra prometidaII. La evaporación del erosIII. Dónde estamosIV. Una reflexión para continuarBibliografíaÍndice de nombresCréditos

Traducción de

MARÍA JULIA DE RUSCHI

A Elio, una presencia luminosa

Agradecimientos

POR SUS LECTURAS y sugerencias acerca del delicado tema de este libro agradezco a Jean-Louis Aillon, Mauro Bonaiuti —docente de economía solidaria y sustentabilidad en la Università di Torino y presidente de la Associazione per la Decrescita—, Alejandra Kustermann —durante mucho tiempo jefa de Ginecología del Policlinico di Milano—, Francesca Giulia La Rosa, Matteo Lancini —director del Istituto Minotauro, el mayor centro italiano para el estudio de los problemas de los jóvenes—, Martin Mumelter, Eva Pattis, Fabrizio Petri —presidente del Comitato Interministeriale per i Diritti Umani y enviado especial para los derechos humanos de las personas LGBTQI+ del Ministero degli Affari Esteri e della Cooperazione Internazionale—, Roberto Scarpa, Beatrice Vallorani y Elisabeth Zoja.

I. La sexualidad, tierra prometida

El progreso de la civilización tiene un precio, se paga con la pérdida de la felicidad.

SIGMUND FREUD, El malestar de la cultura1

LA REVOLUCIÓN DE FREUD

En el siglo XX se concentraron más revoluciones que en cualquier otro siglo. La revolución psicoanalítica no forma parte de las subversiones políticas. Pero fue también importantísima y, a diferencia de aquellas, llegó para quedarse.

De hecho, se distingue de los cambios culturales y políticos por dos características. En primer lugar, no ha costado casi nada. Ni el inmenso despilfarro de riquezas que implica armar ejércitos, ni su costo humano: los ríos de sangre que corren a causa de las guerras, los genocidios y otras formas de exterminio con las que están inextricablemente vinculados. Su precio es casi invisible, solo la energía puesta en escribir y en actividades culturales, primero por parte de Sigmund Freud y luego de Carl Gustav Jung y unos pocos más.

En segundo lugar, la psicología profunda (término que incluye a Freud y a los principales precursores) llega como una conquista irreversible del conocimiento, mientras la mayor parte de las revoluciones político-culturales resultan ser temporarias, para empezar la más clamorosa, la comunista.2

¿Qué queremos decir cuando hablamos de “revolución psicoanalítica”? Podemos resumirlo en dos procesos que se han instalado en el mundo occidental y gracias a la globalización se han difundido en todos los continentes.

LA SEXUALIDAD DESPUÉS DE FREUD

El primero se vincula a una autorización de la sexualidad que en el transcurso del siglo XX se vuelve central en Europa y en América. Por medio de su trabajo, que significativamente se inicia en 1900, el año de publicación de La interpretación de los sueños, Freud no “descubre” la pulsión o la vida psíquica sexual, sino que demuestra que está presente en todas las personas, a todas las edades: también en los niños y en las mujeres que han sido educadas para no reconocerla. Desde este punto de vista, incluso la emancipación femenina que crece durante el siglo tiene una deuda con Freud, si bien su pensamiento, anclado en su época, no fuera feminista. Naturalmente, el ser humano es un animal muy complejo y su sexualidad se encauza en formas culturalmente aceptables. Los descubrimientos freudianos lo tienen muy en cuenta. No obstante, demuestran que las convenciones exclusivamente negativas, basadas en no reconocer la relevancia de la sexualidad, conducen a desequilibrios psíquicos, ocasionan neurosis y de manera más específica la histeria en las mujeres que tienen vedada una vida erótica.

Muchos combatirán a Freud, en principio oponiéndose a sus descubrimientos, un hecho que lo llevará primero a él y luego a su hija Anna Freud a desarrollar conceptos como negación y mecanismos de defensa psíquicos. Pero, en el transcurso del siglo, todos deberán aceptar que la sexualidad está ubicada en el centro de la vida, si bien instituciones de un inmenso poder y autoridad como la Iglesia católica se manifiestan sobre todo de manera negativa, comprometidas en la tarea de ponerle límites.

La República de Weimar fue una matriz generadora de grandes novedades artísticas y culturales, cuyo florecimiento estuvo acompañado de una libertad sexual nunca vista antes, a la que no le era extraña la influencia del psicoanálisis, que se desarrollaba en el ámbito del idioma alemán. Indirectamente esto favoreció el surgimiento del fascismo y del nazismo, porque les brindaba a los grupos menos cultivados y más atemorizados pretextos para una propaganda en contra de las novedades. La nueva cultura fue descripta por sus detractores como “degenerada y responsable de la decadencia de las costumbres”. Se preparaba de este modo no solo la llegada de la dictadura, sino también la de una censura de los criterios estéticos y de un arte estéril bajo los dictados del poder.

LA MIRADA INTERIOR DESPUÉS DEL PSICOANÁLISIS

En segundo lugar, la perspectiva psicoanalítica favoreció el surgimiento de una dimensión expresiva radicalmente nueva. Un territorio infinito abierto a la creación artística o literaria, al debate cultural en general: la interioridad de cada persona.

Tradicionalmente los reyes y los grandes personajes aparecían como héroes que guiaban a su pueblo hacia la victoria en la guerra, es decir, en un espacio exterior. Solo de un modo ocasional se manifestaban también sus “peripecias interiores”; una conversión, por ejemplo, podía presentarse como la victoria de su protagonista en una batalla excepcional consigo mismo. Pero el hombre de la calle no tenía interioridad.

De pronto aparece el proceso psicoanalítico, que por cierto cura casos clínicos en particular. Pero lo hace porque parte de la constatación de que toda persona, mientras exteriormente se somete a las normas generales, tiene también una vida interior absolutamente única. La tarea del psicoanálisis es justamente armonizar estas dos dimensiones cuando su vínculo se deteriora. El trabajo de Freud no solo reconoce y autoriza una sexualidad universal, sino también una interioridad sin precedentes. Una base, un contenido, un espacio para la moderna aventura laica, el heroísmo anónimo del ser humano solo, aislado en el mundo si bien circundado por millones de conciudadanos. De improviso Meursault (el “extranjero” de Albert Camus), Ulrich (el “hombre sin atributos” de Robert Musil), Bloom (el Ulises de James Joyce) están en el centro de narraciones que en otros tiempos tenían como protagonistas a un rey o a un emperador.

En resumidas cuentas, no solo determinadas terapias para ciertos problemas psíquicos, sino todos los aspectos de la vida del siglo XX recibirán una impregnación psicoanalítica que diferenciará a este siglo del resto de los tiempos históricos.3 Los temas de la creación artística reproducen cada vez más directamente algo que no está en el exterior, sino en la mente del autor. La pintura y la escultura se vuelven no figurativas, las obras no representan ya paisajes o edificios, sino figuras abstractas que brotan de la interioridad del artista con escasas mediaciones. Antes que la perspectiva psicoanalítica entrase en escena, solo la música podía permitirse una inmediatez semejante.

Con el pasaje del siglo XX al siguiente, ambas autorizaciones, para la sexualidad y para la interioridad, parecen disiparse, dejándonos un problema inmenso. Estas dos orientaciones culturales no son sustituidas por otras, simplemente dejan un vacío. El pensamiento psicoanalítico se paraliza.

En el siglo XXI, la sexualidad se vuelve un objeto de consumo laico, aparentemente neutro, universal, anónimo. Al mismo tiempo, la atención a la interioridad invierte su dirección, se reduce. La mente de la mayoría es bombardeada por una masa tal de contenidos externos que las nuevas generaciones a duras penas pueden concebir un fenómeno exclusivamente interior. Daremos un ejemplo. Un sueño puede influir en nosotros poderosamente, pero no se materializa en un objeto. De modo que los jóvenes, acostumbrados al teléfono celular, distinguen con dificultad las imágenes de sus sueños de las imágenes que ven en la pantalla. Supuestamente ellos controlan las pantallas de sus celulares. Esto los desacostumbra a las figuras autónomas e incontrolables del inconsciente. El sueño nace dentro del sujeto, pero carece de botones para hacer que las imágenes aparezcan o desaparezcan. Por lo tanto, la mera existencia de los sueños puede generar ansiedad. Perturban la relación con la psique, ya que las imágenes oníricas representan una parte verdadera de nosotros mismos, mientras que las del celular no son más que un artificio.

LA EMIGRACIÓN DE FREUD A ESTADOS UNIDOS

Después de la Segunda Guerra Mundial, el centro de Occidente se trasladó a Estados Unidos llevando consigo la “revolución de Freud”. Este aparente ensanchamiento geográfico esconde en realidad un estrechamiento. Una reducción cultural de la perspectiva freudiana que la adapta a fines comerciales y en parte desvía el pesimismo laico de Freud en una dirección consumístico-consolatoria que representa lo opuesto. Se afirma la cultura de masas estadounidense, ofreciendo un modelo que todos querrían imitar y prometiendo triunfar sobre el comunismo. Por lo demás, esta victoria en la Guerra Fría podía predecirse a partir de la visión de Karl Marx en la que se basa el sistema comunista. Para el marxismo, la economía es el fundamento subyacente de toda la sociedad. Y la estadounidense ya dominaba el planeta: a fines de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos representaba por sí solo la mitad de la producción económica del planeta Tierra.

La más autorizada entre las historias del psicoanálisis resume de este modo el desplazamiento continental, que reabsorbe completamente incluso un pensamiento profundo como lo es el freudiano:

A un sistema fundado en un trabajo duro y en una intensa competencia, al cual el darwinismo social le había dado una ideología, le siguió un sistema basado en el consumo masivo con una filosofía hedonista y utilitarista. Esta es la sociedad que adoptó con entusiasmo el psicoanálisis de Freud, a menudo en su forma más distorsionada.4

No se puede responsabilizar a un precursor de todo lo que se hace en su nombre, como máximo de la incapacidad humana para preverlo todo. El nazismo usó el “darwinismo social” para justificar los campos de exterminio. La historia de Europa está saturada de conflictos de fronteras; el que enfrentó en 1939 a Alemania con Polonia al este (involucrando inmediatamente al país contiguo al oeste, Francia) podría haber sido tan solo un conflicto más. Lo que produjo el salto a lo indecible de la Segunda Guerra Mundial y al genocidio fue la transformación en ideología de un pensamiento nuevo, profundo, científico en sí mismo y no político, como el de Darwin.

El psicoanálisis fue sometido a una deformación muy parecida: “Le sucedió a Freud, como le había sucedido a Darwin y a otros antes que a ellos, que parecían haber iniciado una violenta revolución cultural, cuando en realidad era la revolución arraigada en los cambios socioeconómicos la que los involucraron a ellos”.5

Dadas las consecuencias extraordinarias del darwinismo social, es decir, de la falsificación de Darwin, no debemos desestimar el riesgo de que también Freud haya sido distorsionado de una manera similar.

Bajo la presión del positivismo tardío a la cual fue sometido el pensamiento freudiano se sobreentendía un desarrollo en la sexualidad y de la sexualidad como parte de una vanguardia lineal de la historia y del progreso que le era propia. En realidad, esta perspectiva optimista le correspondía más bien a la historia occidental, convencida de ser un don universal y definitivo al mundo. Pero ¿implica verdaderamente la historia una mejoría infinita? ¿O es más bien circular, y sus fases incluyen decadencia, enfermedad, extinción, como lo creen otras civilizaciones? Este es un problema de la filosofía de la historia, de la economía, de la política, de la sociología, y también inevitablemente de la psicología cultural, a la cual intento contribuir con mi aporte. De hecho, no es el cuerpo el que necesita muchos vestidos para cubrirse, sino la mente que busca reafirmarse aumentando su cantidad.6 El crecimiento infinito de las actividades humanas (también de la sexualidad) tiene lugar en un mundo finito, que encuentra sus límites y se traduce en decadencia. Desde el siglo XIX, por ejemplo, la cantidad de objetos fabricados no cesa de aumentar. Pero al mismo tiempo la calidad del aire, de las aguas y del suelo no han hecho más que empeorar.

Es una simplificación demasiado grande responder que la historia está hecha de retornos circulares, como también lo es el otro extremo, afirmar que implica un progreso continuo. Para no salirnos de nuestro tema, debemos preguntarnos si la historia de la liberación sexual y de la sexualidad en general pueda manifestarse en ciclos. En el segundo capítulo de este trabajo, veremos que muchos datos confirman que no sigue un desarrollo lineal, lo cual por otra parte sucede casi siempre con los hechos humanos.

UN INMENSO PAÍS, UN INMENSO MERCADO

Completemos ahora el viaje histórico de la “liberación sexual”.

Las dimensiones del mercado estadounidense, unidas a su innato interés por las novedades, inmediatamente después de la muerte de Freud garantizaron la expansión de un freudismo de masas, antes inconcebible. Pero mientras esto tenía lugar, el inmenso espacio económico preparaba también su ocaso. Una ley implacable de las grandes tendencias consumistas es la continua sustitución de los productos, tanto de las mercancías como de la cultura que se ofrece, aunque la renovación de las ideas es más lenta que la de los objetos. Esta decepción final ya estaba implícita en la convicción inicial que tuvo Freud en su encuentro con Estados Unidos. “América es un error, gigantesco, es verdad, pero no por eso menos grave.”7

LA AVENTURA EMPÍRICA DEL SEXO

Por sus dimensiones, su laicismo, su pragmatismo y también por cierta ingenuidad que permitieron que no se interrumpiera su vuelo por los aires, primero el informe Kinsey (1948 y 1953), después la Human Sexual Response de William H. Masters y Virginia E. Johnson (1966) y, por último, el informe Hite (1976) fueron estudios que podían ser realizados solo en Estados Unidos, y muy probablemente solo por la generación posbélica. Fueron “las Biblias de un nuevo culto”, la liberación sexual.

Los tres textos analizaban, por primera vez sin exclusiones, las múltiples formas de sexualidad que se practicaban en Estados Unidos, como si el concepto de melting pot [crisol], en relación con su población, se aplicara ahora conscientemente también a la sexualidad. En otras palabras, un elemento fundante, la Primera Enmienda que garantiza la libertad y la pluralidad, incorporado a la Constitución ya en 1791, está siempre presente en el inconsciente cultural de la sociedad estadounidense. Y la impulsa a ampliarlo no solo a los comportamientos públicos, sino también a la vida íntima. La costumbre evoluciona hacia un pluralismo que atañe no solo a los grupos que componen la sociedad, sino también a los diversos planos en los cuales actúa, privados o públicos, imaginarios o pragmáticamente políticos.

Estos estudios fueron patrocinados por instituciones médicas o científicas, y respondían también a motivaciones personalísimas de sus promotores. Las investigaciones responden a una curiosidad pública y circularmente, al ocupar su centro, la promueven. Al estudiar las categorías de satisfacción sexual antes no nombradas, si bien ampliamente difundidas, las autorizan. Como al inicio de la Biblia, “nombrar” quiere decir hacer existir lo que antes no existía.

VOYERISMO Y VIDA PRIVADA

Una vez puestas en marcha, las “tres Biblias” terminaron resultando menos neutrales de lo que habían proclamado. Por otra parte, ninguna mirada que se dirija a la sexualidad puede conservarse externa, fría y asexuada como lo desearía. Representa justamente lo que la masa del público espera, sin saberlo o al menos sin decirlo. El voyerismo (la necesidad de conocer el sexo dejándose contagiar por su excitación) es un componente no excepcional y patológico, sino primario, antiquísimo y universal de la sexualidad misma.

Los trabajos de Alfred C. Kinsey y de Shere Hite se basaron en la compilación de los cuestionarios de quienes habían adherido a la iniciativa. Se exponían a ser criticados por su discutible objetividad. Si bien tenían buenas intenciones a nivel consciente, ¿quién puede ser juez imparcial cuando está informando acerca de sí mismo, particularmente en el terreno del sexo? James H. Jones, el biógrafo de Kinsey, mostró cómo la compleja (y reprimida) vida sexual del científico lo llevó a transformar en una misión personal el combate contra el puritanismo de Estados Unidos.8

William H. Masters y Virginia E. Johnson se propusieron en cambio estudiar la práctica de la sexualidad directamente en su laboratorio. Los horarios y los detalles íntimos (como la cama o las sábanas) de esta actividad, por lo común privados, eran institucionales. Esto contrastaba con una característica fundamental y difícil de eliminar del eros, la esencial unicidad de sus manifestaciones.

Incluso en su vida los investigadores no lograron sustraerse del todo a esta mezcla de los elementos personales y subjetivos con los científicos y objetivos. Luego de haberse conocido con el fin de estudiar la sexualidad, Masters y Johnson iniciaron una relación entre ellos, luego se casaron y más adelante se divorciaron, pero continuaron colaborando para sus investigaciones.

A pesar de sus imperfecciones, le corresponde a Estados Unidos el mérito de haber sido el primer país en el mundo que puso a disposición de sus investigadores financiamiento, instituciones y sobre todo un vasto espacio cultural en el cual se podía llevar a cabo el primer gran debate “abierto” y público sobre este tema privado.

¿LA SEXUALIDAD HUMANA ES MENSURABLE?

En el siglo XXI el mundo todavía está en deuda con aquellos pioneros. Probablemente han contribuido a la historia de la cultura más que a la de la medicina. Hoy en día resulta más claro lo que en su época ya debía haber preocupado a quienes querían estudiar a fondo la vida sexual. Desde un principio su núcleo se sustrae a la mensurabilidad. Los estímulos biológicos del sexo humano nunca se pueden separar del todo de los afectivos. O, al menos, incluso cuando estos últimos están negados o resultan inexistentes, no pueden separarse de una curiosidad y una intencionalidad más allá de lo zoológico que siguen presentes en la conducta humana una vez satisfecho el impulso animal.

Todo orgasmo, cualquiera sea el género de la persona que lo experimenta, no será nunca idéntico a otro: no solo al de otra persona, sino tampoco a otro orgasmo del mismo individuo. Está compuesto por dos elementos: el biológico, que al ser medido podría hacer que se considerase que se repite básicamente del mismo modo, y el psicológico, que una y otra vez se personaliza en el mundo de las imágenes interiores, los sentimientos y las emociones a los que se lo asocia. Los estados de ánimo, los sueños de cada sujeto, no reproducen nunca de manera exacta los que se han experimentado con anterioridad, ni siquiera aunque estén próximos en el tiempo. La psique es compleja y estructuralmente contradictoria.

¿EL INCONSCIENTE ES MONOGÁMICO?

El psicoanalista conoce esta complejidad. Escucha de sus pacientes frases contradictorias como: “Mientras hacía el amor con Carla, pensaba en Carla”, pero también: “Mientras hacía el amor con Carla, imaginaba que lo hacía con Francisca”. La misma cosa, o incluso cosas todavía más complejas, tienen lugar en la mente de las mujeres, o en las relaciones homosexuales. En Gran Bretaña, el 80% de las mujeres y nada menos que el 98% de los hombres han tenido fantasías con personas que no son la propia pareja.9

¿Qué expresa este “exceso de deseo”? Decir que una pareja no nos satisface es una tautología. ¿Por qué no nos satisface si fuimos nosotros mismos quienes la preferimos a otras? Los órganos sexuales tienden por naturaleza a la fecundación. Para garantizarla, en el momento del acto sexual, basta esa pareja: más aún, ocuparse de una tercera persona pone en riesgo la función natural. Pero el eros está compuesto de funciones psíquicas, además de las biológicas. Su objetivo psicológico es el conocimiento, la inclusión, a menudo también un parcial sometimiento del otro. En la heterosexualidad (que por cierto no agota la cuestión) se trata de adquirir e incorporar aquello que el otro sexo posee en mayor medida que el propio, una mayor complejidad en los sentimientos y una mayor capacidad para vincularse que el hombre ve en la mujer y una mayor energía y tendencia a hacer proyectos que la mujer supone en el hombre.

Tales “conquistas psíquicas” nunca son suficientes porque la mente, a diferencia del cuerpo, continúa creciendo: esto es lo que vuelve tan interesante la vida humana. Después del orgasmo el físico se aplaca, pero la mente se vuelve a poner en marcha de inmediato. La psique, como es compleja y se maneja con símbolos, producirá un eros excedente, a menudo en forma de fantasías sexuales aparentemente superfluas. En sí mismo esto no es algo patológico, es un signo de vitalidad, de necesidad de conocimiento y de integración, compatibles con una vida común y corriente, incluso monogámica.

EMPIRISMO Y SEXUALIDAD

La sexualidad ocupa un lugar central en el mundo moderno gracias a Freud, fundamental representante del genio creativo hebreo austrohúngaro. Pero, al avanzar en nuestro tema, advertiremos que la casi totalidad de las investigaciones a las que podemos referirnos provienen del ámbito anglosajón; más precisamente de Estados Unidos o Gran Bretaña. Por cierto, el empirismo, que es la piedra angular de su tradición cultural, permitió encarar con la máxima neutralidad científica esa vida íntima que por definición no puede dejarnos ni indiferentes ni neutrales.

Este esfuerzo de “objetividad científica” es enorme y necesario. Pero tiene una contrapartida, un costo que no es pequeño y es difícil de calcular, que es su trasfondo epistemológico. Este modelo de conocimiento presupone un “desarraigo humanístico de la sexualidad”. Su comprensión y sus terapias no contemplan al hombre en su totalidad, sino solo en los aspectos mensurables en los que se manifiesta. Para limitarnos al psicoanálisis, los sueños y las pesadillas pueden asociarse a un gran sufrimiento, incluso expresar vivencias íntimas que anticipan un suicidio, pero, en sí mismas, al no ser manifestaciones cuantitativamente mensurables, son ignorados. Básicamente, las “tres Biblias” se ocupan de estadísticas de un modo antihumanístico, mientras que para ayudar a una persona que sufre a salir de padecimientos no mensurables como las pesadillas es preciso comprenderla y acompañarla individualmente.

UN NUEVOMELTING POT: LA INTEGRACIÓN DE LAS MINORÍAS SEXUALES

Por eros entendemos un impulso primario e inconsciente que se expresa de maneras no racionales, difíciles de controlar y de programar, absolutamente individuales. Por su naturaleza, escapa a las intenciones conscientes y a las clasificaciones.

Por lo tanto, es muy difícil aplicar a conductas sexuales minoritarias categorías clínicas reductivas y limitantes como la de perversión. Solo se puede intentar prevenir o castigar las expresiones del instinto que causan daño a otros, por ejemplo, a menores en su etapa de crecimiento. Queda el voyerismo, que básicamente es propio de todos. A nivel consciente y ordinario, el público quiere estar informado para tener una confirmación de su propia “normalidad” en relación con los perversos. De un modo menos consciente toda la población busca al mismo tiempo un estímulo sexual y, en consecuencia, activa su propio componente voyerista. Obtiene de este modo lo contrario, una confirmación de que el voyerismo es universal, por lo tanto, no es perverso.