La personalidad y sus trastornos - José Luis Carrasco - E-Book

La personalidad y sus trastornos E-Book

José Luis Carrasco

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Una herramienta extraordinaria para comprender y gestionar los rasgos y los trastornos de la personalidad de cualquier individuo (incluido uno mismo). La personalidad es aquello que nos hace humanos. Los animales tienen brío, docilidad, fiereza, pero no poseen personalidad. Los humanos tenemos un todo que nos caracteriza y que se convierte en nuestro rostro ante los demás, con el que gustamos o con el que asustamos. Necesitamos conocer la personalidad de los que nos rodean, porque a veces no tenemos claro lo que vemos. Incluso a veces nos sentimos atraídos por alguna persona aunque no nos gusta lo que vemos. Y a menudo nos observamos a nosotros mismos y no nos reconocemos. La personalidad es la tendencia a ser de una manera, pero no es lo que somos. No podemos convertirla en una etiqueta para clasificar o para elegir a las personas. Todas las personalidades crecen y maduran, excepto los denominados trastornos de la personalidad, que son rígidos e inmutables y solo es posible cambiarlos con un buen tratamiento. Este libro puede ser de enorme utilidad para manejarnos con las personalidades de aquellos que nos rodean. Y con la nuestra también. El doctor José Luis Carrasco nos introduce en este mundo de la personalidad, sus modalidades y sus trastornos, con un lenguaje sencillo pero desde el rigor científico. Un entramado de rasgos y de conexiones psicológicas que merece la pena conocer para entender mejor a los otros, tanto para amarlos como para ser capaces de apartarnos de ellos. Y más importante aún, para entendernos mejor a nosotros mismos.

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José Luis Carrasco, natural de Cáceres, hizo la licenciatura y el doctorado de Medicina en la Universidad Autónoma de Madrid y la especialidad de Psiquiatría en el Hospital Ramón Cajal. Graduado en Investigación Psicobiológica en la Universidad de Columbia en Nueva York, en España ha sido profesor en las Universidades de Salamanca, Autónoma de Madrid y Complutense de Madrid, donde actualmente es catedrático de Psiquiatría.

Es el creador y director de la Unidad de Trastornos de la Personalidad del Hospital Clínico San Carlos, donde cuenta con un equipo especializado en la Personalidad y desde donde imparte el máster de Trastornos de la Personalidad de la Universidad Complutense. Además, lidera numerosos proyectos de investigación sobre la Personalidad y es un reconocido experto internacional en esta materia, sobre la que ha escrito numerosos artículos científicos e impartido conferencias en foros académicos y sociales.

 

 

Una herramienta extraordinaria para comprender y gestionar los rasgos y los trastornos de la personalidad de cualquier individuo (incluido uno mismo).

La personalidad es aquello que nos hace humanos. Los animales tienen brío, docilidad, fiereza, pero no poseen personalidad. Los humanos tenemos un todo que nos caracteriza y que se convierte en nuestro rostro ante los demás, con el que gustamos o con el que asustamos. Necesitamos conocer la personalidad de los que nos rodean, porque a veces no tenemos claro lo que vemos. Incluso a veces nos sentimos atraídos por alguna persona aunque no nos gusta lo que vemos. Y a menudo nos observamos a nosotros mismos y no nos reconocemos.

La personalidad es la tendencia a ser de una manera, pero no es lo que somos. No podemos convertirla en una etiqueta para clasificar o para elegir a las personas. Todas las personalidades crecen y maduran, excepto los denominados trastornos de la personalidad, que son rígidos e inmutables y solo es posible cambiarlos con un buen tratamiento. Este libro puede ser de enorme utilidad para manejarnos con las personalidades de aquellos que nos rodean. Y con la nuestra también.

El doctor José Luis Carrasco nos introduce en este mundo de la personalidad, sus modalidades y sus trastornos, con un lenguaje sencillo pero desde el rigor científico. Un entramado de rasgos y de conexiones psicológicas que merece la pena conocer para entender mejor a los otros, tanto para amarlos como para ser capaces de apartarnos de ellos. Y más importante aún, para entendernos mejor a nosotros mismos.

LA PERSONALIDAD Y SUS TRASTORNOS

 

 

© del texto: José Luis Carrasco, 2024

© de esta edición: Arpa & Alfil Editores, S. L.

Primera edición: marzo de 2024

ISBN: 978-84-1955-875-6

Diseño de colección: Enric Jardí

Diseño de cubierta: Anna Juvé

Maquetación: El Taller del Llibre, S. L.

Producción del ePub: booqlab

Arpa

Manila, 65

08034 Barcelona

arpaeditores.com

Reservados todos los derechos.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del editor.

José Luis Carrasco

LA PERSONALIDADY SUS TRASTORNOS

SUMARIO

INTRODUCCIÓN. LA PERSONALIDAD Y LA PERSONA

PRIMERA PARTE. LOS PILARES DE LA PERSONALIDAD

I.

La sensibilidad emocional. El temor a sufrir

II.

La extroversión y la introversión. Hacia fuera o hacia dentro

III.

La búsqueda de sensaciones y novedades: entre la estabilidad y la aventura

IV.

La evitación del riesgo: temerosos o temerarios

V.

La sensibilidad interpersonal: el temor al juicio de los otros

VI.

La impulsividad: frenados o acelerados

VII.

La capacidad autocrítica: entre el autodesprecio y la intransigencia

VIII.

La identidad: qué soy, qué creen que soy y cómo me gustaría ser

SEGUNDA PARTE. LOS TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD

I.

El trastorno de la personalidad: trastornados «pero no del todo»

II.

Las personalidades inestables, hipersensibles e impulsivas: el trastorno límite de la personalidad

III.

La Personalidad histriónica

IV.

La Personalidad narcisista

V.

La Personalidad dependiente

VI.

La Personalidad evitativa

VII.

La Personalidad esquizoide

VIII.

La Personalidad paranoide

IX.

La Personalidad psicopática antisocial

EPÍLOGO: LA PERSONALIDAD DE LAS GENTES

INTRODUCCIÓN

LA PERSONALIDAD Y LA PERSONA

Escribir un libro sobre la personalidad es un asunto complicado. Quizás por ello, aun llevando tres décadas trabajando en este campo, no me he decidido a hacerlo hasta ahora. La personalidad está en nuestro lenguaje cotidiano, pero utilizamos este término sin saber bien lo que significa. Las redes de información están repletas de definiciones sobre ella: «Mi hija tiene una personalidad muy difícil...», «mi jefe tiene una personalidad bastante equilibrada...» o «el conserje tiene una personalidad de mil demonios...». No sabemos con claridad lo que significa la palabra personalidad, pero, a pesar de ello, la usamos para calificar de forma rotunda a las personas.

Hay que conocer bien el tema para no acabar en la frivolidad o en la charlatanería. Los psiquiatras tenemos claros algunos conceptos como ánimo, impulsividad, delirio u obsesión. Y es menos complicado escribir libros sobre ellos. Pero la personalidad es un concepto muy amplio y escasamente clarificado, y es complicado para un científico.

La personalidad está en todas partes. La personalidad del artista, la de nuestro hijo, la de nuestra pareja o la del presidente del Gobierno. Y hablamos de ella con una naturalidad pasmosa, sin darnos cuenta de que, después del concepto de Dios, es el más formidable e inalcanzable que existe. La Personalidad (y por ello la mencionaré a partir de ahora en mayúscula) es lo que hace del mamífero una persona. Los perros y los caballos tienen raza, brío, agilidad o docilidad, pero no Personalidad. La Personalidad de los humanos es una idea compleja, objetiva y subjetiva a la vez: «Mi hermana tiene una Personalidad sociable pero muy protagonista, no soporta pasar desapercibida». «Mi peluquera tiene una Personalidad dulce, generosa y sensible, por eso la gente la adora...». Con el término Personalidad definimos en un instante la esencia de una persona, con todas las consecuencias positivas o negativas que esto tiene. Y no siempre acertamos, por supuesto, porque la Personalidad es demasiado compleja para manejarla con tanta ligereza. Muchas personas parecen dulces y generosas cuando solo son seductoras, y únicamente lo descubriremos cuando llevemos un tiempo con ellas. Otros individuos nos parecen muy morales, rectos y amantes de la justicia, y es muy probable que se trate de ególatras rígidos e insensibles.

También para los profesionales de la mente la cuestión es confusa. Algunos hablan de la Personalidad como lo que está dentro, lo esencial, lo que somos de verdad. «Sé tú mismo, sé auténtico, no te dejes influir por la sociedad...», dicen estos terapeutas. La Personalidad es nuestro ser interior y seremos infelices si no la dejamos expresarse valientemente.

Pero para otros, la Personalidad es más bien una maquinaria de emociones, pensamientos, deseos e inhibiciones. Si la máquina psíquica funciona bien, alcanzaremos el bienestar y la adaptación: «Conoce tu psique y toma las riendas de ti mismo», diría el terapeuta de visión mecanicista. La Personalidad es para ellos autoconocimiento y autorregulación. Suena un poco robótico, lo sé. Podría incluso crearse una Personalidad artificial, como la inteligencia artificial. Para esta visión mecanicista, la Personalidad es el chasis mental: «Mi personalidad es como es y no la podría cambiar (igual que los huesos, que tampoco se pueden cambiar) aunque quisiera». Las personas sienten que su Personalidad es un guion del que no se pueden apartar.

Pero no está tan claro que la Personalidad sea una maquinaria psíquica. Muchos entienden la Personalidad como todo lo contrario, como un sentimiento de uno-mismo. «Siento que soy distinto a lo que los demás ven en mí. Y me siento aprisionado en el guion que me toca vivir». Las personas se sienten bien si pueden construir su propio guion vital. Más adelante veremos que en los trastornos de la Personalidad el sentimiento de uno-mismo puede estar muy distorsionado.

LA PERSONALIDAD SANA

Para colmo de complejidad, nos tocará definir lo que es una «Personalidad sana». A las personas metódicas y reflexivas no les parece sana la Personalidad de los sujetos impulsivos e improvisadores, y lo mismo ocurre al contrario. Algunos creen que la Personalidad sana debe ser comprensiva y solidaria, mientras que otros entienden que lo sano es una Personalidad individualista y resistente.

Si preguntan a los médicos verán que tampoco lo tenemos muy claro. Atendiendo al espíritu de la Medicina, una Personalidad sana es aquella que permite una adaptación funcional al medio, respetando a los demás y sin padecer un excesivo sufrimiento. Los médicos pensamos que existen los trastornos de la Personalidad, que son algo distinto a lo que llamaríamos personalidades divergentes o peculiares. Hoy en día está de moda el término «no normativo» para el físico o para el vestir, así es que podríamos hablar también de personalidades «no normativas».

Pero los trastornos de la Personalidad son otra cosa, no son simples diferencias individuales o culturales. Son anomalías de la Personalidad tan graves que cuesta entenderlas como una simple variación de la Personalidad normal. A diferencia de las personalidades problemáticas, que pueden mejorar y equilibrarse con la vida, el trastorno de la Personalidad es además rígido, inmodificable y no madura a no ser que se le ayude terapéuticamente. Imposibilita la adaptación y la convivencia, no permite crecer y desarrollarse, y necesita recibir un tratamiento clínico.

MODELOS HISTÓRICOS DE LA PERSONALIDAD

Veamos un poquito de historia para entender por qué y cómo hablamos de la Personalidad. El estudio de la Personalidad es tan antiguo como la propia escritura, porque tenemos la necesidad de entender a los otros, especialmente a los que son importantes para nosotros. El término Personalidad procede del término griego persona, que significa máscara, y hacía referencia a las máscaras que usaban los actores del teatro griego. Es decir, para los griegos antiguos, la Personalidad era lo que el sujeto mostraba, no su ser profundo y oculto. La medicina griega consideraba la forma de ser del individuo como un fenómeno físico más, como la fuerza, la musculatura o la estatura. Para los griegos, lo que hoy llamamos Personalidad era tan constitucional como la forma corporal, aunque al igual que esta se podía perfeccionar con el ejercicio. Así, Alejandro Magno era impulsivo y enérgico, pero bajo la supervisión de Aristóteles aprendió a mejorar su escasa paciencia para compensar esos rasgos y no caer continuamente en la precipitación.

En esta misma línea, veinticinco siglos más tarde, un psiquiatra alemán llamado Ernst Krestchmer se atrevió (algo precipitadamente, hay que decir) a postular que las personalidades principales se asociaban a distintas morfologías corporales. Los sujetos de formas redondeadas y extremidades cortas, que definía como pícnicos, tenían un temperamento sociable, emocional y abierto (si bien eran bastante dados al hedonismo y al exceso). Por el contrario, los individuos delgados, alargados y huesudos, denominados leptosómicos, eran callados, susceptibles y pensativos (pero también tendían al nerviosismo y a comerse la cabeza obsesivamente). Y finalmente, los individuos de constitución atlética, con extremidades fuertes y rostro rudo, tenían un temperamento estable y pragmático (aunque tendían a ser repetitivos y con poca imaginación). En definitiva, dijo que nadie era perfecto y además que a «cada constitución corporal le corresponde una Personalidad». Hoy sabemos que el planteamiento se ha quedado un poco simplista, pero no olvidemos que Krestchmer vivía en una época en la que los estudios raciales estaban de moda.

Tras este período, la Medicina se centró en lo que denominó «rasgos de la Personalidad». Ya no se trataba de definir toda la Personalidad del sujeto, sino los componentes parciales de ella. La idea del rasgo ha marcado nuestro lenguaje, tanto el médico como el popular. Ya no decimos que un tipo es agresivo u obsesivo, sino que tiene rasgos agresivos u obsesivos. Y esto ha sido bueno para la mejor comprensión de las personas, porque nos permite mirarlas desde más perspectivas, y no solo desde una. Se describe y se comprende mejor a una persona diciendo que tiene rasgos evitativos, rasgos ansiosos, rasgos sensibles, rasgos autodevaluadores y rasgos orgullosos que diciendo simplemente que es un individuo tímido.

Al dividir la Personalidad en rasgos podemos además intervenir sobre aquellos que son perjudiciales sin pretender cambiar toda la Personalidad. Porque ninguna Personalidad, por mucho que lo parezca a veces, es totalmente insana. Solo algunos elementos lo son, aunque pueden contaminar a la Personalidad entera.

Los rasgos de la Personalidad son los mismos para todos, pero de diferentes tamaños. Y ningún rasgo de la Personalidad es malo ni bueno en sí mismo. La sensibilidad, la extroversión, la impulsividad, la búsqueda de novedades, el temor, el detallismo, etc., forman parte del ser humano. Tiene que haber personas más sensibles y personas más templadas, más cautelosas y audaces, más buscadoras de aventuras y más conservadoras. El mundo sería imposible si todos fuéramos igual. Unos tienen que ser contables y otros pilotos de moto GP. Pero eso sí, si tenemos algún rasgo muy acentuado, tanto por exceso como por defecto, vamos a tener algunos problemas de adaptación.

PERSONALIDAD Y PERSONA

Pero a pesar de todos los estudios y teorías desarrollados a lo largo de la Historia, el comportamiento humano no hay quien lo entienda, es contradictorio y a veces parece claramente caprichoso o estúpido. Y el caso es que nos desquicia no entenderlo, especialmente el de las personas que nos importan, nuestros familiares, amigos o compañeros de trabajo. Nos desquicia que no recojan el plato de la mesa, que no atiendan a lo que les decimos, que siempre se fijen en nuestros errores y no en las cosas buenas que tenemos, que lo critiquen todo pero no se critiquen a sí mismos o que parezcan más felices con cualquiera que con nosotros, y así muchas otras cosas. Al final solo nos queda aquello de que «cada uno es como es y tiene su propia Personalidad». Vamos, una especie de aceptación en el mejor de los casos, o de resignación en el peor de ellos.

Usamos el término Personalidad con una visión errónea, pensando que la Personalidad es la forma de ser, prácticamente heredada e inmodificable. Creemos que nuestro familiar o amigo se comportará igual siempre, nos guste o no. Y eso no es cierto: la Personalidad humana no es una forma de ser, sino una tendencia a ser de una forma. Pero las tendencias se pueden corregir. Algunos coches tienden a irse hacia la derecha, pero los vamos corrigiendo continuamente con una leve presión en el volante hacia la izquierda. Quizás sea cierto eso de que «la cabra siempre tira al monte». Pero la cabra es un animal, no es una persona, no tiene Personalidad y no puede elegir.

La Personalidad tampoco es lo mismo que la persona. Las personalidades son de varios tipos y se pueden clasificar. Pero cada persona es un mundo, diferente a cualquier otra. La Personalidad no es la persona al completo; es como nuestro esqueleto psíquico. Y así como los huesos son distintos y de diferentes tamaños en cada individuo, los rasgos de la Personalidad también. Y sobre los rasgos de la Personalidad se va formando la persona, al igual que se forman los músculos sobre los huesos. La persona es la Personalidad en acción sobre el mundo. De dos personalidades parecidas pueden florecer dos personas muy distintas. El símil del florecer me lo ha puesto muy fácil: la persona es el fruto de la Personalidad (que solo será fértil si se la cuida, se riega y le da el sol).

También es necesario desterrar otra idea equivocada: no somos esclavos de nuestra Personalidad. Los rasgos son predisposiciones, pero no conductas. La conducta pertenece a la persona: podemos dejarnos llevar por las tendencias o podemos intentar controlarlas. Controlaré mi excesiva impulsividad en el trabajo si es necesario, pero no tendré por qué hacerlo con mis amigos (salvo que se cansen de mí por ello). Intentaré vencer mi introversión para estar mejor con mi pareja, pero seguiré siendo más introvertido en otras relaciones sociales que no me interesan. Y no solo eso, en Japón ser muy tímido no es ningún problema, ya que está culturalmente bien visto. Pero si vivo en España tendré que luchar contra esa tendencia. El rasgo, por tanto, no es una forma de actuar. Es una tendencia que puede expresarse más o menos en diferentes momentos y situaciones. Por ello debemos huir del concepto de Personalidad como etiqueta. Ningún test de Personalidad puede predecir el futuro de una persona. Con el mismo esqueleto de Personalidad podemos encontrar personas distintas y vidas diferentes. La Personalidad marca las posibilidades, pero serán las relaciones con los otros y la propia responsabilidad las que irán definiendo el ser de la persona.

En los últimos años, la neurociencia nos está mostrando las raíces biológicas de los rasgos de la Personalidad y las anomalías cerebrales que condicionan sus trastornos. Pero no debemos olvidar nunca que no hablamos de robots, sino de la Personalidad humana. La Personalidad en la Medicina no es tampoco como la Personalidad en la Veterinaria; no somos animales de esquemas instintivos e inevitables. Los humanos tenemos ideales, traumas, anhelos, prejuicios y valores que actúan modificando la misma Personalidad. No será lo mismo una Personalidad impulsiva en un individuo con ideales solidarios y comunitarios que en otro con ideales de enriquecimiento y poder. Por ello no debemos olvidar la dimensión humanística del individuo: a diferencia de los animales, la Personalidad no determina por completo nuestra conducta, pues al final siempre podemos elegir, aunque sea difícil. El hombre es un ser libre y responsable en un mundo cultural que influye en él. La Personalidad orienta nuestra existencia, pero la propia existencia va también forjando la Personalidad.

JUSTIFICACIÓN

Con todo lo anterior se entiende que escribir un libro riguroso sobre los trastornos de la Personalidad es una apuesta arriesgada, ya que en todo momento me voy a ver obligado a sortear los tópicos, las etiquetas y la palabrería moralista. Por ello no aspiro a elaborar una guía de la buena Personalidad, sino un relato sobre la importancia que la Personalidad tiene en nuestro comportamiento. Y de paso también aportar información para que los lectores sepan manejarse mejor con sus propias personalidades y con las de los seres cercanos.

Este no es un libro pensado para profesionales. Me dirijo a las personas del mundo real que están interesadas en entender la Personalidad humana desde la mirada de la Medicina. No es un manual de tratamiento de los trastornos de la Personalidad, pero sí una guía para comprender mejor a nuestras parejas, hijos, padres, amigos o a nosotros mismos. Conocer nos ayuda a comprender y a sobrellevar a los demás. Y comprender ayuda a convivir, a amar y también a cambiar de rumbo y tomar otro camino. Es cierto que no podemos cambiar nuestra Personalidad por completo, pero sin duda podemos mejorarla continuamente.

PRIMERA PARTE

LOS PILARES DE LA PERSONALIDAD

A las columnas que sostienen la Personalidad también las llamamos rasgos en el mundo profesional. Los rasgos de la Personalidad son tendencias permanentes de la forma de sentir, de pensar, de actuar, de relacionarnos con los demás y de regular nuestro malestar. Los rasgos son los pilares principales del templo de la Personalidad. Todas las personas tenemos esos mismos pilares, solo que cada individuo los tiene de distinto grosor. Los pilares no son buenos ni malos, tan solo imprimen un aspecto característico a cada Personalidad.

En algunos casos, los rasgos combinan muy bien entre sí y la Personalidad es muy equilibrada. Trasladándolo al templo, si hay columnas gruesas tanto en las alas este, oeste, sur y norte del mismo, la firmeza del monumento está más que asegurada. Pero si todas las de un extremo son delgadas y las del otro son gruesas, hay riesgo de que el peso de la bóveda acabe deformando o derrumbando el edificio.

En la Personalidad hay combinaciones de rasgos muy buenas que favorecen la adaptación, y otras muy malas. Una baja autocrítica combinada con mucha necesidad de atención es una combinación muy mala. Sin embargo, una persona con necesidad de atención pero una autocrítica adecuada tendrá mucho mejor pronóstico.

Para explicarlo mejor he escogido para este libro aquellos pilares o rasgos que reflejan mejor los comportamientos de hoy en día. No coinciden exactamente con lo que se lee en otros libros e incluso en algunos casos he unido varios rasgos parecidos en uno solo, porque así se entiende mejor. Y también he puesto el énfasis en los rasgos más importantes en la clínica y en los pilares psicológicos más frecuentes de nuestra sociedad actual.

I

LA SENSIBILIDAD EMOCIONAL:EL TEMOR A SUFRIR

Cuando decimos que una persona es muy sensible, sugerimos que se emociona mucho ante los estímulos del ambiente. Nos emocionamos cuando recibimos muestras de cariño y también cuando nos lanzan reproches, aunque de distinta manera en ambos casos. El cariño evoca alegría y ternura, mientras que el reproche produce ira o miedo. También sentimos miedo y tristeza viendo catástrofes y guerras en la televisión. Y muchos se emocionan (y hasta lagrimean) con una puesta de sol, una canción o una película. En definitiva, el ser humano es sensible a los estímulos, unos más y otros menos, y reacciona a ellos con sentimientos y emociones.

El marido y los hijos de María la convencieron de que pidiera ayuda profesional. No querían incomodarla ni que pensara que la tomaban por desequilibrada. Pero entendían que su nivel de sufrimiento era excesivo para el tipo de vida que tenían.

A sus cincuenta años, María estaba a menudo en tensión. Se angustiaba mucho cuando los hijos se retrasaban por la noche durante las salidas de fin de semana, o si se iban de viaje en coche con los amigos. También lo pasaba muy mal con las discusiones en casa, aunque fueran intrascendentes. Era difícil hacer un comentario negativo sobre la comida o cualquier cosa que ella hubiera hecho por temor a su reacción emocional. Todo parecía afectarle mucho. Llevaba muy mal cualquier comentario negativo sobre la casa o cualquier gesto que pudiera interpretar como una muestra de desagrado hacia ella o hacia sus actos. A menudo se mostraba triste y dolida por comentarios insignificantes o por actitudes de su familia política que a los demás no les parecían molestas. Las escenas de violencia o de maltrato de las películas le producían un malestar que la obligaba a dejar de verlas. Decía muchas veces que parecía que nadie la comprendía y que a todos les daba igual todo. Con frecuencia se encontraba con pocas ganas de hacer cosas, porque estaba dolida o apagada a consecuencia de alguna noticia o de algún acontecimiento sensible.

A todo esto, funcionaba bien en el desempeño de la casa, hablaba con amigas y tenía un ánimo alegre con frecuencia, aunque cambiante. Cumplía todas sus funciones, cuidaba de sus hijos y salía sola de casa para realizar las compras. No se podía decir que tuviera ningún trastorno de ansiedad ni una depresión.

No todos somos igual de sensibles o emocionables. Y tampoco somos sensibles a las mismas cosas y a los mismos estímulos. Algunos se emocionan con las películas de amor y otros con el himno de su país. Y aún más, no todos sentimos la misma cosa ante el mismo estímulo. A algunos les produce agrado ver a dos personas besándose y otros sienten rechazo.

La sensibilidad emocional es más bien una reactividad, porque indica cómo reaccionamos ante los acontecimientos. En este sentido, se parece mucho a las alergias. Hay personas que tienen un sistema inmunitario hipersensible en general y reaccionan con alergias a muchas sustancias. Mientras que otras solo reaccionan con alergias a alguna sustancia en particular. En cuanto a la Personalidad, algunas personas tienen una alta reactividad emocional en general, mientras que otras solo son hipersensibles a algunas situaciones. Al igual que ocurre con las alergias, algunas personas se emocionan con muchos estímulos, pero sin pasarse de intensidad. Y otras solo se emocionan con un estímulo pero pierden el control con ello.

Muchas personas son conscientes de su excesiva sensibilidad. A veces sentimos que somos muy sensibles y que sufrimos demasiado por ello, y pensamos: «Esto no puede afectarme tanto...». Pero otras no consideran que sean muy sensibles y culpan a los demás de sus emociones. En estos casos son los otros los que se quejan de que es difícil tratar con estas personas, porque todo les afecta mucho.

Ser muy sensible no es sinónimo de ser muy bueno, aunque a veces lo utilicemos como un cumplido. A veces una persona es muy sensible al dolor de los demás, pero otras personas son solo muy sensibles a los peligros o a las pérdidas. Por la misma razón, ser un tipo duro y poco sensible puede ser bueno en situaciones de tensión, pero también puede ser muy malo para comprender el malestar de los demás.

Una joven de dieciséis años fue traída a mi consulta por sus padres porque no podía concentrarse y empezaba a dormir muy mal por las noches. Todo en su vida iba normalmente bien y no habían ocurrido acontecimientos extraordinarios. Pero al preguntarle por sus sentimientos se descubría que la vida le resultaba demasiado pesada y trabajosa. Sacaba buenas notas, pero se angustiaba mucho cuando se acercaban los exámenes. Tenía su grupito de amigas, con las que estaba bien, pero solía estar en tensión por si molestaba a alguna con sus comentarios. Era muy sensible a los sentimientos de sus amigas y también a los comentarios de los profesores. También sufría por las compañeras que veía desplazadas o marginadas, pero no se atrevía a invitarlas a su grupo por si molestaba con ello a sus amigas. Cuando estuvimos hablando de todo esto, se dio cuenta de que era emocionalmente muy sensible y de que por lo común solía ocultar sus sentimientos.

El caso mencionado describe bien todos los ingredientes del rasgo de sensibilidad emocional que el psiquiatra Hans Eysenck llamó «neuroticismo» allá por 1970. Las personas con alto neuroticismo, como es el caso de esta chica, viven permanentemente entre el temor y el disgusto. Sienten una excesiva preocupación por que las cosas puedan ir mal, anticipando siempre la posibilidad del fallo o el peligro. Y además les afecta mucho cualquier gesto de disgusto por parte de otros, sintiéndose fácilmente tristes o desolados. Las personas con alto neuroticismo tienen mucha ansiedad ante la incertidumbre y se entristecen mucho por las pequeñas frustraciones. Y pueden también ser sensibles al sufrimiento de los demás, sobre todo porque se identifican con ellos.

Por el contrario, también existen las personas con un neuroticismo excesivamente bajo. Estas tienden a ser insensibles a los sentimientos o dificultades de los demás y a las posibles consecuencias de sus acciones, no teniendo temor a ser reprendidos o cuestionados. Suelen actuar de manera fría y a menudo desconsiderada. Eysenck consideraba que la ausencia de neuroticismo es una de las características de los psicópatas.

El grado saludable de neuroticismo o de sensibilidad emocional es aquel que nos permite ser emocionalmente sensibles sin llegar a ser permanentes sufridores. A menudo oímos aquello de «no debe importarte lo que digan los demás, tienes que ser tú mismo» y cosas parecidas. Pero eso no está bien, porque la sensibilidad no se cambia de un día para otro; en todo caso se educa o se regula.

Además, la sensibilidad nos hace ser mejores personas, de la misma manera que tener cierto temor a los peligros nos hace ser cuidadosos y constantes en el esfuerzo. En el caso de la chica que relaté anteriormente, el exceso de sufrimiento emocional acabó llevándola a un estado anormal de ansiedad. De hecho, está demostrado que los trastornos de ansiedad y la depresión son más frecuentes en las personas con alto neuroticismo o sensibilidad emocional.

¿Cómo se llega a tener un rasgo de sensibilidad emocional excesiva? ¿Puede evitarse de alguna manera? Hay que admitir que una buena parte del rasgo que hemos llamado neuroticismo tiene un origen hereditario que, por lo que conocemos hasta hoy, se asocia con genes relacionados con el neurotransmisor serotonina, aunque probablemente también estén implicados otros genes que aún desconocemos.

Pero la otra mitad del rasgo se va a formar por lo que ocurra en los primeros años de la crianza. Si a un niño nacido con predisposición temerosa-sensible le educamos en un ambiente estricto con los errores es muy probable que desarrolle un alto neuroticismo, con mucha sensibilidad al fallo y a la frustración. Por el contrario, una educación más comprensiva con los errores puede dar lugar a un neuroticismo bajo, a pesar de la predisposición hereditaria.