La Peste - Leiser Madanes - E-Book

La Peste E-Book

Leiser Madanes

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Beschreibung

Desde Homero y Tucídides, y desde Antiguo Testamento hasta nuestros días, la imagen de la plaga -junto con la de la guerra- es una de las más habituales en la filosofía y la literatura para ilustrar el desorden político. "La ciencia supone en la naturaleza un orden que es posible conocer; la filosofía política, un desorden que es necesario apaciguar", escribe Leiser Madanes al comienzo de esta aguda reflexión que echa luz sobre el comportamiento de los individuos y las comunidades frente a las pestes. Castigo o desastre natural, La Peste, que amenaza al conjunto de la sociedad, exige una respuesta colectiva, a la vez que impide concretarla, mostrando así el fundamento trágico de lo político.

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Seitenzahl: 68

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Madanes, Leiser La peste / Leiser Madanes - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Miño y Dávila/Centro de Investigaciones Filosóficas, 2020.64 p. ; 22 x 14 cm. - (Excursus)

Archivo Digital: descarga y onlineISBN 978-84-18095-63-4

Ilustración de portada: Alberto Durero, El pecado original, 1504.

Edición: Primera en castellano. Diciembre de 2020 (publicado originalmente en: Deus Mortalis, Cuaderno de Filosofía Política, núm. 5, Buenos Aires, 2006, ISSN 1666-5007).

ISBN: 978-84-18095-62-7

Depósito Legal: M-30545-2020

Lugar de impresión: Barcelona, España / Buenos Aires, Argentina

Diseño: Gerardo Miño

Composición: Eduardo Rosende

© Leiser Madanes, 2020.

© Centro de Investigaciones Filosóficas, 2020.

© Miño y Dávila srl / Miño y Dávila editores sl, 2020.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Excursus

Centro de Investigaciones Filosóficas

Comité Académico:

José Emilio Burucúa (UNSAM)

Ricardo Ibarlucía (INEO-CONICET, UNSAM)

Nicolás Kwiatkowski (UNSAM-CONICET)

Leiser Madanes (CIF)

Pablo E. Pavesi (INEO, UBA)

Coordinación editorial:

Juan M. Melone (INEO-CONICET, UBA)

CENTRO DE INVESTIGACIONES FILOSÓFICAS

Dirección postal: Miñones 2073, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, CP1428, Argentina

Esta publicación se realiza en el marco de actividades del Instituto de Filosofía “Ezequiel de Olaso” (Centro de Investigaciones Filosóficas-Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas).

Dirección postal: Tacuarí 540 (C1071AAL), Ciudad de Buenos Aires, Argentina

c/López de Hoyos 15 (28006), Madrid, España

Teléfono de contacto: (54 11) 4331-1565

Correo electrónico: [email protected]

Página web: www.minoydavila.com

Redes sociales: @MyDeditores, www.facebook.com/MinoyDavila, instagram.com/minoydavila

Índice
LA NATURALEZA CAÍDA
«REINA EL ESPANTO»
“UNA INFECCIÓN NACIONAL”
DESDE EL JARDÍN

A Jorge Dotti, in memoriam*

* Agradezco a Ricardo Ibarlucía haber desempolvado este viejo trabajo.

La pestilencia fue tan grande que la ley no se administraba en los Estados [...]y la hostilidad de Dios era más fuerteque la hostilidad de los hombres.

Bartolus de Sassoferrato,Comentario al Digesto1

La ciencia supone en la naturaleza un orden que es posible conocer; la filosofía política, un desorden que es necesario apaciguar. Platón vio un cielo ordenado de ideas, pero reconoció que los deseos más íntimos de los hombres incluyen el parricidio y el incesto.2 A partir de este diagnóstico, encomendó a la razón la función terapéutica de dominar las pasiones y recordó a los filósofos reyes el deber de gobernar a los hombres pasionales. Años más tarde, supuso que el desorden no se limitaba a las almas de los seres humanos, sino que el universo en su totalidad había retrocedido al caos. Cronos, originario pastor divino de animales y pueblos, había abandonado el mundo a su suerte, y el arte de la política consistía en paliar el desorden de un mundo descuidado por los dioses.3 Similar posición bifronte mantuvo Thomas Hobbes, quien en tanto cultor de la nueva ciencia dio por sentado y buscó conocer la legalidad detrás de los cambiantes fenómenos naturales, pero expuso su filosofía política a partir del supuesto contrario: bajo el orden estatal subyacía la potencial aniquilación de los hombres entre sí que el Estado debía evitar. La guerra, en especial la guerra civil, es seguramente la imagen que con mayor frecuencia se utilizó para ilustrar el desorden político. Sin embargo, la historia y la literatura ofrecen otras expresiones de caos natural y social. La peste es una de ellas.

Tucídides, uno de los pocos afortunados que padecieron y sobrevivieron la mortífera peste que asoló a Atenas durante la guerra contra Esparta (430-429 a. de C.), quizás ironizaba, cuando junto con la transcripción de la así llamada “oración fúnebre” de Pericles (en la que el estratega de Atenas enumera prolijamente las virtudes de la polis democrática y se congratula por el respeto de sus ciudadanos a las leyes), presenta un aterrador relato de la plaga y de la corrupción del orden ancestral de la ciudad, que se hunde en la anomia y el caos. La naturaleza –puede concluir el lector– le ha asestado un durísimo golpe al autocomplaciente nomos de la democracia.4 “Fue un tipo de plaga que superó ampliamente la posibilidad de describirla en palabras, y excedió por su crueldad lo que la naturaleza humana puede soportar.”5 Pese a –o, quizás, precisamente por– haber advertido que la crueldad de la peste sobrepasó cualquier descripción de la misma, la descripción de Tucídides de la descomposición social y política de Atenas se convirtió en un topos ineludible, directamente copiado y otras veces reelaborado, por quienes, a falta de poder llevar a cabo experimentos sociales para verificar hipótesis de teoría política, encuentran que una ciudad bajo una plaga presenta una inmejorable oportunidad para estudiar la naturaleza humana, su sociabilidad, sus instituciones.6

Son numerosísimos los testimonios pretendidamente fidedignos o declaradamente ficticios acerca de la peste, y gloriosa la nómina de textos y autores que se ocuparon de ella. Al comienzo de la Ilíada, Homero nos sitúa en medio de un ejército castigado por una plaga; Sófocles advierte que solo cuando se descubra la verdad del rey Edipo cesará la peste sobre Tebas; por haberse atrevido a realizar un censo de bienes y hombres, Dios castiga al rey David enviando una peste sobre su reino; Boccaccio, antes de dar rienda suelta a su imaginación picaresca, no ahorra detalles en la descripción de los sufrimientos de los florentinos bajo la epidemia bubónica, yuxtaponiendo, quizás por primera vez, horror y arte; el desencuentro final y trágico de Romeo y Julieta se desencadena debido a un malentendido que Shakespeare ubica en una ciudad confundida por la peste, confusión que, por el contrario, le permite a Alessandro Manzoni el tantas veces postergado reencuentro de los promessi sposi; Rabelais, Samuel Pepys, Daniel Defoe, Dostoyevski, Poe, Artaud, Camus, han visto –o recreado– en la ciudad bajo la plaga un laboratorio que permite examinar la naturaleza humana y la sociedad en una situación en extremo excepcional.

Algunas narraciones se centran en el castigo divino como causa, o, mejor dicho, atribuyen esta virulenta alteración de la naturaleza a una culpa humana (Ilíada, Edipo Rey, las numerosas menciones en el Antiguo Testamento). Otras, aceptando que la peste es un fenómeno meramente natural, observan la descomposición social y sus consecuencias morales y políticas (Tucídides, Pepys, Defoe). Las primeras pueden ser leídas como reflexiones en torno a la obstinada desobediencia de los hombres; las segundas nos recuerdan la permanente amenaza para la fragilidad humana de una naturaleza, o de un Dios, hostil. Castigo o desastre natural, la peste, que amenaza al conjunto de la sociedad, exige una respuesta colectiva, a la vez que impide concretarla, mostrando así el fundamento trágico de lo político.

LA NATURALEZA CAÍDA

A pesar de los siglos transcurridos, la lectura de los testimonios de la peste, por la descripción del suplicio que sufrieron los enfermos en su rápido camino a la muerte, resulta aún hoy conmovedora. Debemos a Tucídides la primera y más completa historia clínica con los síntomas de una infección: un repentino y fuertísimo dolor y hasta ardor de cabeza, ojos enrojecidos e inflamados; luego, lengua y garganta ensangrentadas, respiración ruidosa y aliento fétido, seguido de tos, vómitos y convulsiones; por último, una terrible sensación de quemazón y sed que lleva a los enfermos a querer arrojarse al agua.7 A las miserias del cuerpo algunos relatos añaden la mutilación moral: “Un síntoma extraño de la enfermedad fue el placer perverso o insano que manifestaron los infectados respirándoles en la cara a los sanos”, observó en Londres el médico Richard Mead durante la gran plaga de 1665.8

Esta conducta también llamó la atención de Daniel Defoe en su Diario del año de la peste (1722):