La política como profesión - Max Weber - E-Book

La política como profesión E-Book

Max Weber

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Beschreibung

'La política como profesión', publicado por Max Weber en 1919, acompaña al lector en algunos de los conceptos sociológicos fundamentales del pensador alemán. Weber, una de las figuras más influyentes del pensamiento contemporáneo, analiza aquí los tipos de «dominación» en el Estado moderno, y la idea de democracia plebiscitaria, en un recorrido conceptual e histórico por la Edad Moderna hasta llegar al sistema de partidos políticos de la actual democracia de masas. Desde la constatación del ejercicio profesional de la política como una mera lucha hegemónica por el poder, Max Weber enumera las cualidades que se le suponen al político y las tensas relaciones entre política y ética, explicando por qué aquella debe guiarse por lo que él define como ética de responsabilidad.

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LA POLÍTICA COMO PROFESIÓN

Max Weber

LA POLÍTICACOMO PROFESIÓN

Edición de

Joaquín Abellán

BIBLIOTECA NUEVA

Cuarta reimpresión, segunda en esta colección – junio de 2021

Diseño de cubierta: Ezequiel Cafaro

© Editorial Biblioteca Nueva, S. L., Madrid, 2007, 2018, 2021

© Malpaso Holdings, S. L., 2021

C/ Diputació, 327, principal 1.ª

08009 Barcelona

www.malpasoycia.com

ISBN: 978-84-19154-04-0

Bajo las sanciones establecidas por las leyes, quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización por escrito de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento mecánico o electrónico, actual o futuro (incluyendo las fotocopias y la difusión a través de internet), y la distribución de ejemplares de esta edición mediante alquiler o préstamo, salvo en las excepciones que determine la ley.

ÍNDICE

ESTUDIO PRELIMINAR

  I. El contexto de la Política como profesión (1919)

 II. Estructura de La política como profesión

III. Concepto alemán de «profesión» (Beruf)

IV. La ética en la política: la inadecuación de la «ética de convicciones» para la política

BIBLIOGRAFÍA

SIGLAS

NOTA SOBRE LA PRESENTE EDICIÓN

LA POLÍTICA COMO PROFESIÓN

TABLA CRONOLÓGICA DE LA VIDA DE MAX WEBER

BIOGRAFÍAS DE PERSONAJES CITADOS

Estudio preliminar

El libro La política como profesión, publicado en el otoño de 1919, tiene su origen en una conferencia que Max Weber había pronunciado en Munich el 28 de enero de ese mismo año. Se trataba de la segunda conferencia de un ciclo organizado por la asociación de estudiantes Freistudentischer Bund. La primera le había sido encomendada asimismo a Max Weber y había sido pronunciada por éste el 7 de noviembre de 1917. Su tema había sido «La ciencia como profesión». Las páginas que siguen exponen, en primer lugar, el contexto intelectual e histórico de la conferencia La política como profesión (I). Después de un resumen de la estructura del libro (II), se hace una exposición sobre dos cuestiones planteadas en el mismo: la primera hace referencia al concepto alemán de «profesión» (Beruf) que figura en el título de la conferencia y del libro (III) y la segunda tiene que ver con el tipo de relación existente entre la actividad política y la ética (IV).

I. EL CONTEXTO DE «LA POLÍTICA COMO PROFESIÓN» (1919)

Los organizadores del ciclo de conferencias en el que intervino Max Weber pertenecían a una asociación de estudiantes universitarios de Baviera, que poseía un perfil muy definido dentro del movimiento estudiantil de la época (Freistudentischer Bund). Era una asociación que agrupaba a estudiantes no integrados en las organizaciones estudiantiles de corte tradicional —con criterios de selección muy excluyentes y con obligaciones muy específicas—, pero se distinguía a su vez de los estudiantes de la Jugendbewegung, muy preocupados por la cuestión de su emancipación respecto a la autoridad. Los Freistudenten defendían la idea clásica de la Universidad alemana como una institución para la formación académica, partiendo de la idea de que ésta contribuía al desarrollo de la autonomía personal. Desde un punto de vista ideológico estaban a favor de la tolerancia y de la neutralidad política, limitando su actividad a los asuntos académicos1.

El ciclo de conferencias planeado por esta asociación de estudiantes desde mediados de 1917 estaba centrado en el «trabajo intelectual como profesión». Sus miembros se habían sentido especialmente provocados por el contenido de un artículo de Alexander Schwab, publicado en la revista Die weissen Blätter en el mes de mayo de 1917, en el que Schwab afirmaba que la profesión se había convertido en el centro de la vida moderna, siendo realmente un ídolo que había que derribar2. Los dirigentes de la asociación solicitaron entonces a Max Weber que les hablara sobre este tema porque lo consideraban un científico de prestigio que podría ofrecerles alguna luz al respecto. La primera conferencia del ciclo, La ciencia como profesión, la pronunció Weber en noviembre de 1917, en Munich3. Más adelante Weber aceptó igualmente gustoso pronunciar una segunda conferencia sobre La política como profesión. Esta segunda intervención tuvo lugar el 28 de enero de 1919 en el Kunstsaal Steinicke, asimismo en la ciudad de Munich. Para esta conferencia Max Weber se sirvió de unas notas manuscritas, las cuales permiten ver con claridad la estructura de la conferencia. En una primera parte Max Weber habló de los tipos de dominación, de los tipos históricos de políticos y de la evolución de los partidos, es decir, de las condiciones externas de la profesión política. En la segunda parte planteó la cuestión de la moralidad de la política. Fue una parte dirigida especialmente contra una idea de la política muy extendida en la opinión pública, y concretamente entre los estudiantes universitarios, consistente en ver la política como una actividad para la aplicación de principios absolutos, que en la época eran de índole revolucionaria y pacifista. Pero estaba dirigida igualmente contra el tipo de político pragmático y sin convicciones políticas profundas. Durante las semanas siguientes a la conferencia, Max Weber revisó el texto taquigrafiado y lo aumentó considerablemente para su publicación como libro. A mediados de marzo de 1919 el original del libro entraba en la imprenta y a comienzos de octubre estaba en la calle.

Tanto la conferencia como el libro posterior abordan, sobre todo en su segunda parte, algunos de los temas sobre los que Max Weber se había manifestado públicamente en numerosas ocasiones, y especialmente durante los meses transcurridos desde el final de la guerra. Los temas de la paz deseable para Alemania, el (sin)sentido del estallido revolucionario tras la guerra y la cuestión de la culpabilidad en el desencadenamiento de la guerra habían estado muy presentes en sus intervenciones públicas. Su intensa actividad pública durante la guerra y la inmediata posguerra se correspondía con su honda preocupación por la situación política de Alemania y su futuro. Su afiliación al partido demócrata (DDP, Deutsche Demokratische Partei), fundado en noviembre de 1918, y su candidatura para las elecciones constituyentes que habrían de celebrarse el 19 de enero de 1919, le ofreció la posibilidad de acrecentar su presencia pública. En las semanas inmediatamente posteriores a la guerra, tan decisivas en la historia de Alemania, había quienes pensaban que la revolución era el camino para la paz y la reconciliación, pero había también quienes culpaban a la revolución de ser la causante de la desgracia nacional, tachándola de «puñalada por la espalda»4.

Max Weber, sin dejar de criticar a estos últimos, critica duramente la revolución y las expectativas que se asociaban a su triunfo. Le afectan de manera muy especial los acontecimientos revolucionarios de Munich, a los que califica de «carnaval sangriento que no merece el honorable noble de revolución». En Munich concretamente el líder del partido socialista independiente (USPD) en Baviera, Kurt Eisner, había criticado duramente al gobierno alemán —ya el propio 3 de noviembre de 1918— por albergar dudas sobre la necesidad de una paz inmediata y había declarado que la izquierda estaba dispuesta a buscar una paz por separado con los vencedores. El día 4 de noviembre, Weber pronuncia una conferencia sobre El nuevo orden político de Alemania dentro de una reunión organizada por el partido popular progresista (Forschrittliche Volkspartei) en el Hotel Wagner de Munich. Entre los asistentes hay intelectuales burgueses, miembros de la Freijugend y radicales de la izquierda comunista y anarquista. En su exposición Max Weber aborda la cuestión de la paz en los términos que luego reproducirá en su conferencia La política como profesión. Para la paz, dice, hay dos caminos: el camino del político y el predicado por Jesús en el Sermón de la Montaña. El camino del político consiste en llegar a una paz de modo que todos los implicados puedan avenirse a ella sinceramente. El otro camino significa la paz a cualquier precio. Y respecto a esta segunda opción apunta Weber que se puede sentir el mayor respecto por quienes reivindican esta vía, si estuvieran dispuestos a llevar a la práctica todos los aspectos de la ética contenida en el Sermón de la Montaña. Weber no acepta que la revolución pueda conducir a la paz y señala que los soldados del frente tendrían que decidir si, en el caso de que las condiciones fueran insoportables, habría que retomar la lucha para la defensa nacional. Weber rechaza igualmente que la revolución sea el camino adecuado para conducir la sociedad burguesa a un Estado socialista futuro, pues considera que el bolchevismo es una dictadura militar como las demás, que se vendrá abajo como todas. Las consecuencias de la revolución serían, según el, una invasión de Alemania por sus enemigos y luego el triunfo de la reacción5.

Las críticas de Max Weber a la revolución son continuas durante las semanas siguientes. El 1 de Diciembre de 1918 afirma públicamente en Frankfurt am Main que «la revolución nos ha dejado indefensos y nos ha entregado a una dominación extranjera»6. Poco después dice que la revolución es para él la culpable de la pérdida de dignidad y del honor con la que los alemanes se desprecian ante el extranjero7. El 4 de enero de 1919, en un discurso electoral a favor de su partido, en Karlsruhe, señala que la revolución ya ha producido unos costes económicos tan elevados que el pueblo alemán no los podrá pagar ni en veinte años; y pronostica de nuevo que, de seguir así, llegará triunfante una reacción desconocida con anterioridad:

además de la disolución de nuestra economía, la revolución tiene también en su conciencia la disolución de nuestro ejército. A la revolución le debemos el que hoy no podamos enviar contra Polonia ni una sola división. No se ve más que suciedad, basura, estiércol, desorden y nada más. Liebknecht tiene que estar en un manicomio y Rosa Luxemburg en el zoológico8.

Unos días después profetiza el despertar del «patriotismo» alemán si la paz a la que se llegue en los tratados de Versalles es consecuencia de la revolución:

si, como es de temer, la paz resulta con unas características de las que haya sido responsable el inoportuno estallido de la revolución, surgirá en Alemania unos años después de la guerra un patriotismo (Chauvinismus) como nunca se ha dado antes. La revolución ha incapacitado a Wilson para hacerles razonar a los franceses, pues su poder de árbitro mundial sólo ha existido mientras nosotros teníamos un ejército. Pero si ahora llega nos llega una dominación extranjera, conoceremos un terrible despertar del sentimiento nacional9.

También sus cartas de estos días atestiguan su honda preocupación por la situación de Alemania, el miedo a que los comunistas den un golpe de Estado y a que los enemigos invadan Alemania. Le preocupa enormemente la falta de dignidad de muchos alemanes, pero, a pesar de este diagnóstico, el es optimista con la nación alemana10.

Hay otro tema de actualidad que Max Weber aborda en sus intervenciones públicas y que resuena asimismo en la conferencia La política como profesión. Se trata de la culpa en el desencadenamiento de la guerra. Max Weber fue muy crítico con la actuación del presidente bávaro Kurt Eisner, cuando éste publicó el 23 de noviembre de 1918, sin contar con la aprobación del gobierno del Reich, extractos de los informes de la legación bávara en Berlín en julio de 1914 sobre la actuación del gobierno alemán en los prolegómenos de la guerra. Lo publicado parecía reforzar la tesis de que Alemania había sido la única potencia culpable del inicio de la guerra, dando apoyo así a la posición de los aliados en este tema. El gobierno alemán, directamente afectado porque consideraba que esta publicación podía debilitar la posición alemana en las negociaciones de paz, exigió, el 29 de noviembre, la creación de una comisión de investigación neutral para estudiar la cuestión de la culpabilidad. Weber estuvo de acuerdo con esta iniciativa, sin estar seguro de lo que podría salir de los archivos. El 17 de enero de 1919, es decir, el día anterior al inicio de las negociaciones de paz en Versalles, publicó un artículo en el periódico Frankfurter Zeitung sobre la cuestión de la culpa, en el que critica frontalmente a los pacifistas alemanes. Max Weber considera que éstos se estaban comportando de una manera absolutamente indigna, propia de gentes que no soportan ver la realidad y que se inventan un orden mundial concebido sobre la base de que una derrota es consecuencia de la culpa. El entiende, por el contrario, que el resultado de la guerra no es un juicio divino ni dice absolutamente nada a favor o en contra de la justicia, tal como muestran innumerables campos de cadáveres a lo largo de la historia. En su artículo Weber reconoce con toda claridad que los políticos alemanes han cometido errores, siendo el peor de ellos la política naval seguida por el almirante Tirpitz, que brindó a Inglaterra una justificación para sentirse amenazada por la magnitud de la construcción naval alemana. Pero la responsabilidad decisiva en el inicio de la guerra corresponde, según él, al imperialismo ruso que quería la guerra a cualquier precio:

para esta guerra sólo había una única potencia que la quería por sí misma y que tenía que quererla desde sus propios objetivos políticos: Rusia, es decir, el zarismo como sistema y los círculos sobradamente conocidos que le eran próximos o que presionaban al zar para la guerra11.

El tema de la culpa le siguió preocupando a lo largo de 1919. Siguiendo una idea del príncipe Max von Baden, se funda a principios de febrero, en la casa de Weber en Heidelberg, una «asociación para una política de justicia». El propio Weber exhorta al Ministerio de Asuntos Exteriores alemán a abrir los archivos alemanes y a organizar un interrogatorio personal de todos los implicados ante una Comisión imparcial12. Nombrado poco después miembro de la delegación alemana en las negociaciones de Versalles, Max Weber colaboró en la redacción de un documento, junto con otros profesores, que Alemania debía presentar a los aliados. En el documento final de estos expertos se puede apreciar la influencia de Weber en la escritura y el hilo argumental del mismo. El final del documento recoge prácticamente la tesis expuesta con anterioridad por Weber: «el zarismo, con el que era imposible un entendimiento real, constituía el sistema más terrible de esclavitud de los hombres y los pueblos que se recuerde, hasta este momento de la presentación del tratado de paz. El pueblo alemán declaró en 1914 contra el zarismo sólo una guerra preventiva, como reconoció con razón toda la socialdemocracia, y luchó con unidad y decisión. Aun hoy, cuando el poder militar alemán está amputado para siempre, consideramos inevitable esta guerra defensiva. En el momento en que se consiguió el objetivo de derrotar al poder zarista, la guerra dejó de tener sentido. Nosotros calificaríamos su continuación como un desafuero del gobierno anterior, en la medida en que se nos ha demostrado que los enemigos habrían estado dispuestos a firmar con nosotros una paz sin vencedores ni vencidos, con un respeto muto del honor. Las condiciones de paz que se le han puesto al pueblo de la nueva Alemania, democráticamente renovado, en contra de las promesas demasiado solemnes, hablan lamentablemente un lenguaje tan malo a favor de lo contrario que, si se mantienen firmes en ellas, no habría nunca ninguna posibilidad de aportar esta prueba de manera creíble. Versalles, 27 de mayo de 191913. Después de esta experiencia en las negociaciones de Versalles, nada satisfactoria para Max Weber, volvió a Alemania y se incorporó a su cátedra en la Universidad de Munich.

II. ESTRUCTURA DE «LA POLÍTICA COMO PROFESIÓN» (1919)

El libro, siguiendo la estructura de la conferencia pronunciada por Max Weber, consta realmente de dos partes. La primera parte se ocupa de las condiciones externas bajo las que se desarrolla la actividad política y culmina con una exposición de las cualidades necesarias para el político contemporáneo. Para ello Weber arranca de la definición de política y del Estado y, tras un breve resumen de su tipología de la dominación, precisa el concepto de Estado moderno, es decir, el marco en el que quiere analizar las características de la actividad política y de los tipos de políticos profesionales.

Sus definiciones de la política y del Estado muestran cómo ambos conceptos están mutuamente referidos entre si. Política es para Weber la actividad de dirección de un Estado o el ejercicio de una influencia sobre el mismo, es decir, «la aspiración a participar en el poder o a influir en la distribución del poder entre distintos Estados o, dentro de un Estado, entre los distintos grupos humanos que éste comprende» (57). Y el Estado es una forma de dominación, una relación de mando-obediencia de unas personas sobre otras: aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio, reclama para sí (con éxito) el monopolio de la violencia física legítima. Con la categoría de la legitimidad de la dominación —es decir, con la creencia en que el poder es legítimo— tipifica Weber tres formas de dominación —racional, carismática y tradicional—, interesándose especialmente por la carismática por lo que tiene de «entrega al carisma personal del líder, «pues aquí tiene sus raíces la idea de Beruf en su máxima expresión» (59), siendo sus representantes occidentales el «demagogo» en el ámbito histórico mediterráneo y el «líder» de los partidos parlamentarios. Pero cualquier forma de dominación requiere un aparato administrativo con el que ejercer el poder, correspondiéndole a cada forma de dominación un tipo de aparato administrativo. En relación con el aparato administrativo fija Weber su atención en un fenómeno decisivo para la conceptualización del Estado moderno. Se trata de la separación que se produce entre el aparato administrativo y los medios de administración que éste utiliza, que es central en su definición del Estado moderno. Weber lo define precisamente como el tipo de dominación en el que el monopolio de la violencia física legítima ha sido lograda con el establecimiento de una administración de carácter burocrático, cuyos funcionarios no son ya propietarios de los medios y recursos que utilizan (63-64).

Y es a lo largo de este proceso de formación del Estado moderno donde surgieron los «políticos profesionales»: los dirigentes políticos como tales y aquellos que no querían ser ellos mismos dirigentes, sino que trabajaban al servicio de los dirigentes políticos. Los «políticos profesionales» en este último sentido pueden ser «políticos ocasionales», o políticos que tienen en la política su ocupación principal o políticos que tienen en la política una ocupación secundaria. Quienes tienen en la política su profesión principal, pueden vivir de la política o vivir para la política, distinción que sólo tiene que ver con la situación económica de la persona, es decir, si por no tener otros ingresos tiene en la política su fuente de ingresos o si, por tener otros ingresos, vive para la política, no teniendo nada que ver esta distinción con la «entrega» a la política. El vivir de la política como profesión principal se ha generalizado con la democracia, al poder participar de la política gentes sin patrimonio propio que se dedican a la política como profesión principal. La remuneración es la participación en el reparto de los cargos. (67-73). Frente a los políticos profesionales señala Weber la formación paralela de un funcionariado moderno, basado en sus conocimientos especializados, que es diferenciado claramente del político (88), de la misma manera que también se distingue dentro del funcionariado los funcionarios de carrera y los funcionarios políticos —nombrados y cesados por el Ejecutivo (73-75).

Como tipos históricos de «políticos profesionales» al servicio de los príncipes señala Weber los clérigos, los humanistas, la nobleza cortesana, la gentry inglesa, los juristas de formación universitaria y, desde la aparición del Estado constitucional y sobre todo desde el establecimiento de la democracia, el «demagogo». La figura del «demagogo» la encuentra Weber representada por el periodista (cuyas características para la política analiza (89-94). Y al mencionar que en las últimas décadas había surgido un nuevo tipo de político profesional —el «funcionario de partido»—, Weber se adentra en la historia de los partidos políticos para exponer las consecuencias políticas del proceso de transformación que los partidos políticos han experimentado desde el siglo XIX hasta convertirse en organizaciones centralizadas y burocratizadas bajo un líder para lograr el poder en un Estado (94-103). Weber expone cómo se realizó este proceso de transformación en Inglaterra (104-109), en Estados Unidos (109-116) y en Alemania (116-121). Tanto en el caso inglés como norteamericano se destaca el incremento del papel del partido político para la dirección de la vida política en detrimento del grupo parlamentario: en ambos sistemas políticos —de Inglaterra y de Estados Unidos— se destaca el ascenso del principio plebiscitario, de modo que ahora se convierte en líder dirigente aquel a quien siga el partido por encima del grupo parlamentario. En su exposición sobre la situación de los partidos en Alemania destaca Weber, por el contrario, la ausencia y el descrédito del liderazgo en los partidos y realmente la falta de partidos modernos, con la sola excepción del partido socialdemócrata, que sí contaba ya con una organización centralizada. La revolución de 1918/19 tampoco avala, desde la perspectiva del liderazgo y de los partidos políticos, un futuro en la misma dirección que se había observado en Inglaterra y Estados Unidos, pues sólo han surgido algunos líderes, un par de dictadores de la calle, que han desaparecido rápidamente (121). Y, sin embargo, según Weber no hay ninguna otra alternativa a los partidos políticos con auténticos líderes: sólo hay esta disyuntiva: o democracia de líderes con «partido» o democracia sin líderes, lo cual quiere decir la dominación de «políticos profesionales» sin Beruf, sin las cualidades carismáticas que convierten a uno precisamente en líder» (122). Esta afirmación la acompaña de una observación sobre las consecuencias de los partidos políticos dirigidos por líderes plebiscitarios: el vaciamiento espiritual, la proletarización intelectual de quienes integran esos aparatos que siguen a un líder (121).

Partiendo de esta realidad alemana en los meses inmediatamente siguientes al final de la guerra mundial —sin partidos modernos y sin líderes— y afirmando la necesidad de que haya líderes, pero sin poder saber todavía cómo van a poder surgir los líderes ni qué características va a presentar la actividad política en el futuro, Weber dice que, al menos, se puede hablar de tres cosas, con las que se entra ya en el terreno del tipo de hombre que se debe ser para ser político. Apunta, en primer lugar, lo que la política puede ofrecer a quien a ella se dedique (el sentimiento de poder), preguntándose inmediatamente cómo se puede estar a altura de ese poder y de esa responsabilidad (124). En segundo lugar habla de tres cualidades necesarias para el político —pasión, responsabilidad por las consecuencias de sus acciones, sentido de la distancia respecto a sí mismo y a las cosas («realismo»)—, explicando por qué la vanidad es el peor vicio del político y por qué crítica al «político del poder» (124-128). En tercer lugar, Weber insiste en la característica fundamental de la política, que es la que exige esas cualidades y la que estará a la base del problema de la relación entre política y moral. La acción política la caracteriza como una acción en la que, por regla general, según demuestra la historia, no hay una correspondencia entre la intención y los resultados, siendo por tanto la relación entre intenciones y resultados de índole paradójica. En esa situación, lo único que puede darle consistencia interna a la acción política es su sentido de servicio a una causa (128). Pero, por otro lado, son muchos y distintos los objetivos posibles de la actividad política. Con todos estos elementos plantea ya expresamente la cuestión de la moralidad de la política (129).

En esta segunda parte, Weber se pregunta qué moralidad tiene la política, si hay una moral que le marque a la política lo que es correcto o no, y si esta moral sería una moral general humana o una moral específica para la actividad política. ¿En qué nivel ético está situado la política? ¿Cuál es la relación verdadera entre ambas? ¿No tienen nada que ver? ¿O vale para la política la moral general que vale para cualquier otro ámbito de la vida?

Todo el problema viene del medio que utiliza la política, que es el poder y la violencia en manos de las comunidades humanas (144), pues la violencia genera enormes tensiones entre este medio y los fines que se quieren conseguir, como muestran los ejemplos de los socialistas, de los espartaquistas, de los bolcheviques (137-138). Esta característica básica de la política la repite en varias ocasiones:»quien se mete en política, es decir, quien se mete con el poder y la violencia como medios, firma un pacto con los poderes diabólicos y para sus acciones no es verdad que del bien sólo salga el bien y del mal sólo el mal» (140); «quien pacte con este medio (la violencia) para los fines que sea, se entrega a las consecuencias de ésta» (144).

Su planteamiento deja totalmente fuera de su consideración la idea de que la relación entre la moral y la política pudiera consistir en utilizar la moral como fuente de legitimación de una actuación política. En el contexto de la posguerra, esta manera de entender la relación se expresa, por parte de los vencedores, en la frase de «hemos ganado, por lo tanto teníamos razón, nuestra causa es superior a la de los vencidos». O, por parte de los vencidos: «estoy harto de la guerra porque la causa por la que luchaba era moralmente mala». Weber critica estas posiciones, pues la victoria no da una superioridad moral sobre el vencido, y hace algunas observaciones sobre la cuestión de la culpabilidad en el desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial.

Por otra parte, añade que las intenciones de una acción no justifican nada, pues cualquiera acción política podría así justificarse por intenciones distintas y aun contrapuestas. Como la política es poder, o uno no acude a él o se cuenta con él, y entonces hay que cargar con las consecuencias. Justificar el poder /violencia con buenas intenciones lo considera inmoral. Por eso no le parece solución adecuada para la acción política acudir a la ética del Sermón de la Montaña, en el que el condensaba la doctrina cristiana: esta ética del Sermón de la Montaña es una moral absoluta y radical, que prescribe cosas que el político realmente no puede hacer, pues el Sermón condena la violencia, mientras que el político tiene que utilizar la violencia para ir contra el mal (133). A las diferencias entre el comportamiento propio del político y el que se deriva de la ética cristiana hace referencia Weber en relación con el principio de decir la verdad, con la consecución de la paz a cualquier precio, o con la práctica de las huelgas revolucionarias.

Teniendo en cuenta los caracteres de la acción política no es compatible con ella un comportamiento guiado por una ética de carácter absoluto, pues ésta última no se pregunta por las consecuencias de las acciones. Es en esta pregunta por las consecuencias, de tomarlas en consideración para la acción política, donde se muestra la gran diferencia entre la lógica de la política y la de la ética de convicciones. Diferente al comportamiento guiado por una ética absoluta o de convicciones es el comportamiento guiado por una ética de la responsabilidad, es decir, por la ética de que hay que responder de las consecuencias (previsibles) de la apropia acción (135-136). Al aceptar que hay que ser responsables por las consecuencias de las acciones propias, Weber afirma que ninguna ética puede evitar que la consecución de fines considerados buenos vaya unida a tener que contar con medios dudosos y con consecuencias colaterales malas: ninguna ética puede demostrar cuándo un fin bueno justifica medios dudoso ni en qué medida los justifica (137). Desde aquí va exponiendo algunos argumentos en contra de que los políticos actúen en política según una ética de convicciones (138-144): critica el comportamiento político guiado por la ética de convicciones porque no toma