La primera guerra carlista vista por los británicos, 1833-1840 - Carlos Santacara - E-Book

La primera guerra carlista vista por los británicos, 1833-1840 E-Book

Carlos Santacara

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Beschreibung

Carlos Santacara realiza un exhaustivo trabajo de documentación e investigación sumergiéndose en todos los documentos referidos a la Primera Guerra Carlista que se encuentran tanto en los archivos británicos como en otras bibliotecas. Fruto de este trabajo ha conseguido elaborar un texto que sirve tanto para explicar cómo era la España de la época así como los entresijos de la guerra y su influencia en el mapa europeo. En la Primera Guerra Carlista, 1833-1840, la participación británica no fue decisiva, como lo había sido en la Guerra de la Independencia veinte años antes. El número de tropas británicas nunca llegó a los 10.000 en un momento dado, y su participación no fue más allá del País Vasco, Cantabria y provincia de Burgos. Sin embargo, oficiales británicos actuaron por toda España colaborando con los ejércitos españoles, y ayudando a humanizar la guerra tanto en el frente del Norte, un hecho conocido en España, como en Levante, algo no tan conocido. En el plano diplomático, George Villiers llegó a Madrid como embajador británico el día anterior a la muerte de Fernando VII, y siguiendo las instrucciones del ministro británico de Exteriores, Palmerston, tuvo una participación muy activa en la vida política española, y llegó a tener gran influencia en algunas de sus decisiones. Todo esto está reflejado en el libro usando fuentes impresas y docenas de manuscritos inéditos de los archivos británicos.

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PAPELES DEL TIEMPO

www.machadolibros.com

LA PRIMERA GUERRA CARLISTA VISTA POR LOS BRITÁNICOS1833-1840

Carlos Santacara

PAPELES DEL TIEMPO

Número 30

© Carlos Santacara, 2015

© Machado Grupo de Distribución, S.L.

C/ Labradores, 5

Parque Empresarial Prado del Espino

28660 Boadilla del Monte (MADRID)

[email protected]

www.machadolibros.com

ISBN: 978-84-9114-134-1

Índice

Prólogo. De la guerra contra el invasor a la guerra civil

1833

CAPÍTULO I. Muerte de Fernando VII. Primeros levantamientos a favor de Carlos: Talavera de la Reina, Bilbao, Vitoria. Son sofocados. Zumalacárregui. Intentos de levantamientos en otras partes de España. Llega a Madrid el nuevo embajador británico, Villiers. Carlos en Portugal. Guerra civil en Portugal

1834

CAPÍTULO II. Participación española en la guerra civil portuguesa. Cuádruple alianza. Al acabar la guerra civil Carlos tiene que abandonar Portugal con la ayuda británica. Carlos llega a Gran Bretaña y se escapa a Francia

CAPÍTULO III. Carlos entra en España. Progresos de Zumalacárregui. Fueros. Milicias urbanas. Quema de conventos y matanza de frailes en Madrid. Persecución de Carlos por Navarra y País Vasco. La Marina Británica en el Cantábrico y en el Mediterráneo. Coronel Wylde con el Ejército español

1835

CAPÍTULO IV. Insurrección militar en Madrid. Wylde con Espoz y Mina en Navarra. La Marina Británica en Bilbao y en el Mediterráneo. Carlistas interceptados en el Cantábrico. Convenio Eliot. Deliberaciones sobre la conveniencia de pedir ayuda extranjera

CAPÍTULO V. Se crea la British Auxiliary Legion. Los carlistas en auge. Primer sitio de Bilbao. Participación británica. Muerte de Zumalacárregui. Los carlistas levantan el sitio de Bilbao. Decreto de Durango. Batalla de Mendigorria. Prisioneros carlistas en Gibraltar

CAPÍTULO VI. La Legión Británica llega a San Sebastián y Santander. Bautizo de fuego de la Legión. Incidentes en la ría de Bilbao entre carlistas y británicos. Bilbao bloqueado por los carlistas. La Legión llega a Bilbao. La Legión Extranjera Francesa llega a Tarragona

CAPÍTULO VII. Situación política en España. Disturbios por todo el país. El Estatuto Real. Furia anticlerical. La Marina británica en el Mediterráneo. Juntas de Gobierno por toda España. Los carlistas progresan en Aragón y Cataluña

CAPÍTULO VIII. La Legión británica sale de Bilbao con destino a Vitoria, pero dando un gran rodeo por Cantabria y Burgos. Los carlistas abandonan Estella temporalmente. La Legión británica llega a Vitoria. Una pequeña parte se queda en Santander. Ayuda británica a San Sebastián. Lord Ranelagh. Castigo militar. Distribución de la Marina británica por las costas españolas. Opiniones de Villiers sobre España. Espoz y Mina en Cataluña

1836

CAPÍTULO IX. Represalias contra prisioneros carlistas en Cataluña. Operaciones militares de la Legión británica cerca de Vitoria. Epidemia entre la Legión. Fusilamiento de la madre de Cabrera y sus consecuencias. Nuevas instrucciones para la actuación de la Marina británica y su puesta en práctica. Opiniones de un viajero británico

CAPÍTULO X. La Legión británica va de Vitoria a San Sebastián pasando por Santander. Se aumenta el número de barcos de guerra británicos en el Cantábrico. La Legión británica se enfrenta a los carlistas cerca de San Sebastián. Nuevo cambio de Gobierno en España. La Legión toma el puerto de Pasaia a los carlistas. Más enfrentamientos en Guipúzcoa. Fusilamiento de prisioneros

CAPÍTULO XI. Expedición de Gómez. Movimientos de la Legión británica. Expedición de Basilio García. Disturbios en Málaga, Cádiz y otras partes de Andalucía y España: se proclama la Constitución de 1812 en muchas ciudades. Motín de La Granja. Se proclama la Constitución en toda España

CAPÍTULO XII. Sigue la expedición de Gómez. Alarma al llegar a Andalucía. Llega hasta Algeciras y vuelve al País Vasco. Nombramiento de Espartero como jefe del Ejército del Norte. Nueva expedición de Pablo Sanz. Enfrentamientos de la Legión británica cerca de San Sebastián. Nuevo sitio de Bilbao en 2 tiempos. Levantamiento del sitio por Espartero. Lord Ranelagh en el sitio de Bilbao. Muerte de Espoz y Mina

1837

CAPÍTULO XIII. Falta de actividad en el frente del Norte. Proyecto de ataque conjunto contra los carlistas. Batalla de Oriamendi. Cambios en la Marina británica en el Cantábrico. Actividad carlista en Levante

CAPÍTULO XIV. Disturbios en Barcelona. La Legión británica y Espartero toman Hernani. Toma de Irún y Hondarribia. Evans deja la Legión británica. La Expedición Real sale de Navarra y se dirige a Cataluña. Batallas de Huesca, Barbastro y Gra. Cabrera se une a la Expedición. Expedición de Zaratiegui y toma de Segovia. Batalla de Villar de los Navarros

CAPÍTULO XV. Nueva Constitución. Organización de la nueva Legión británica. Indisciplina militar. La Marina británica en el Mediterráneo. Movimientos de Espartero. La Expedición Real delante de Madrid. Se retira y vuelve al País Vasco después de juntarse con Zaratiegui. Periodistas británicos en la guerra civil

CAPÍTULO XVI. Enfrentamientos en Guipúzcoa. Andoain. Un oficial británico prisionero de los carlistas. Desembarcos de las marinas británica y española en la costa vasca. Incidente en Ceuta. Espartero arregla cuentas pendientes. Observadores militares británicos con el Ejército del Centro. Se disuelve la nueva Legión británica. Intrigas políticas

1838

CAPÍTULO XVII. Asalto a la diligencia donde viajaba el secretario de la embajada británica. Expedición de Basilio García. Toma de Morella por los carlistas. La Marina británica en el Mediterráneo. Operaciones de Espartero. Se forma la Brigada Auxiliar Británica. Problemas con el embarque de los antiguos legionarios. Sorpresa en Zaragoza. Expedición del conde Negri. Sobre canje de prisioneros. Fracasa la expedición de Negri

CAPÍTULO XVIII. Muñagorri y el movimiento Paz y Fueros. Negociaciones secretas con los carlistas. Insurrección carlista en Estella. Canje del oficial británico prisionero de los carlistas. Espartero toma Peñacerrada. Órdenes del Almirantazgo británico

CAPÍTULO XIX. Inicio de la campaña de Espartero. Sus desavenencias con los ministros. Cambio de gobierno. Suicidio de Flinter. Planes de Espartero sobre Estella. General Oraa fracasa en el sitio de Morella. Cambio de planes de Espartero. Batalla de El Perdón. Batalla de Maella. Como consecuencia de prisioneros mandados fusilar después de la batalla por Cabrera, represalias contra prisioneros carlistas en varias partes de España. Informe de Villiers sobre la situación en España. Problemas de Muñagorri para entrar en España con sus hombres

1839

CAPÍTULO XX. Mediación del coronel Lacy entre Cabrera y Van Halen para canjear prisioneros. Firma del convenio de Segura/Lécera. Viaje de Alexander Ball de Valencia a Madrid. Sublevación carlista en Melilla. Negociaciones y fin de la sublevación. Instrucciones de Palmerston para la Marina británica. Golpe de Estado de Maroto en Estella. Espartero se dirige a Cantabria. Batalla de Ramales. Inactividad de Maroto. Espartero entra en el País Vasco. Política de tierra quemada en Álava y Navarra

CAPÍTULO XXI. Tanteos para acabar la guerra. Lord Hay actúa de mediador entre las dos partes. Espartero se adentra en el País Vasco. Largas negociaciones. Se firma el Convenio de Oñati para acabar la guerra en Navarra y País Vasco. Carlos entra en Francia. El castillo de Guevara capitula

CAPÍTULO XXII. La guerra sigue en Aragón, Cataluña y Comunidad Valenciana. Queja del coronel Lacy por su tratamiento en el Ejército del Centro. Llega a Aragón el general O´Donnell. Agradecimiento de la Diputación de Castellón por el discurso pronunciado por Villiers (ahora conde de Clarendon) en el Parlamento británico. Llegan observadores militares británicos a Cataluña. Acciones militares. Espartero llega a Aragón. Pequeñas acciones militares. La Marina británica en el Mediterráneo y en el Cantábrico

1840

CAPÍTULO XXIII. Situación política y militar en Cataluña. Avituallamientos de Solsona. Espartero inicia su campaña militar. Sitio y toma de Morella. Cabrera cruza el Ebro y a continuación Espartero. Cristina con sus hijas y ministros llega a Lleida, estando allí Espartero. Motivos de su viaje. Ley de los Ayuntamientos. Cristina sigue a Barcelona y Espartero llega a Berga. Cabrera entra en Francia. Fin oficial de la guerra

Epílogo.Los carlistas pasan a Francia. Medidas de Espartero. Último reducto carlista se rinde. Informe sobre lo ocurrido. La fragata Carysfort en Barcelona; comentarios de su capitán. Cristina sanciona la ley de ayuntamientos y sus consecuencias. Entrevista de Wylde con Cristina y presentación a Espartero de la insignia de la Orden del Baño. Se forma en Madrid una Junta Provisional. Espartero encargado de formar gobierno. Cristina se va a Valencia. Aston llega a Valencia y se entrevista con Cristina. Espartero llega con sus ministros. Cristina renuncia a la Regencia y se va a Marsella. La Marina británica se retira del Cantábrico. Comentario final

Abreviaciones

PrólogoDe la guerra contra el invasor a la guerra civil

En el mes de agosto de 1814 salieron de España las últimas tropas británicas, de las que habían llegado por primera vez en 1808 para ayudar a expulsar a los franceses en la Guerra de la Independencia. Veintiún años después volverían tropas británicas a España, aunque en circunstancias muy distintas y en menor número. Los franceses también volvieron, y en gran número, nueve años después de haber sido expulsados, pero esta vez también en circunstancias muy distintas: si la primera vez fueron recibidos a palos esta vez fueron recibidos por muchos con los brazos abiertos.

En marzo de 1812 las Cortes de Cádiz proclamaron la primera constitución española. En mayo de 1814, poco después de regresar de su exilio en Francia, Fernando VII abolió la constitución y se dedicó a reinar como rey absoluto. Hubo varios intentos de restablecer la constitución por parte de algunos de los guerrilleros que habían luchado en la guerra: Espoz y Mina lo intentó en Pamplona en 1814, pero tuvo que refugiarse en Francia, Juan Díaz Porlier, alias el Marquesito, tuvo menos suerte, fue hecho preso y murió ahorcado en A Coruña en octubre de 1815. Francisco Milans del Bosch y Luis Lacy se sublevaron en Cataluña en 1817 sin éxito. El primero consiguió escapar, pero el segundo fue fusilado en Mallorca en julio del mismo año. Hubo otros intentos fallidos hasta llegar al 1 de enero de 1820, cuando en Cabezas de San Juan, Sevilla, el teniente coronel Rafael de Riego se declara en contra del gobierno absoluto y a favor de la constitución. Pocos meses después, Fernando VII se vio obligado a restaurar la constitución y convocar las Cortes. Comienza así el llamado trienio liberal.

El gobierno constitucional no fue una panacea para los males económicos que venía arrastrando España desde el final de la guerra. El oro y la plata ya no llegaban de América, cuyos países o se habían independizado o estaban a punto de hacerlo. Se intentó conseguir dinero a base de vender ciertas propiedades de la Iglesia, pero esto solo sirvió para enardecer más al clero, que ya de por sí era de tendencias absolutistas, y al cual tampoco agradó la abolición de la Inquisición. Para 1822 la situación en muchas partes de España era de guerra civil: la llamada guerra realista. Otra tanda de guerrilleros y militares, de distinta ideología, se lanzó al monte para luchar contra la Constitución, cuyas placas conmemorativas fueron destruidas en muchos sitios: Jerónimo Merino, más conocido como el cura Merino, Ignacio Alonso Cuevillas, Antonio Marañón, alias el Trapense, el barón de Eroles, Vicente Quesada, Santos Ladrón de Cegama y otros muchos más. En agosto de 1822 se creó en Seo de Urgell, Lleida, una regencia como gobierno alternativo al constitucional.

Las grandes potencias europeas: Austria, Francia, Prusia y Rusia, no veían con buenos ojos el nuevo sistema de gobierno en España, temiendo que las ideas revolucionarias pudieran ser exportadas a toda Europa. Gran Bretaña no parecía objetar oficialmente al cambio en España. A finales de 1822 se celebró un congreso en Verona, donde las grandes potencias decidieron tácitamente que la situación en España debía ser terminada con la intervención militar. En realidad, antes de iniciarse el congreso en el mes de octubre, Francia ya había concentrado un gran ejército al norte de los Pirineos llamadocorps d`observation.Su aparente justificación era observar los acontecimientos al sur de los Pirineos. El jefe de la representación británica en el congreso era el duque de Wellington, quien se opuso a la inter-vención militar en España.

Wellington dejó Verona el 30 de noviembre convencido de que su fama como vencedor de Napoleón y la influencia que había ejercido en París entre las potencias ocupantes hacía unos pocos años sería suficiente para que no se llegara a la guerra. Pero los tiempos habían cambiado, Francia ya no era un país ocupado, los Borbones habían vuelto al poder, y tenía su propia agenda. El 7 de abril de 1823 el ejército de «observación» pasó el río Bidasoa y se convirtió en el ejército de ocupación bajo el mando del duque de Angulema. Eran los llamados «Cien Mil Hijos de San Luis». Entre los «hijos» se encontraban algunos que habían invadido España en 1808: uno de los lugartenientes del duque de Angulema era el mariscal Moncey, quien había sitiado Valencia sin éxito en 1808 y había obligado la capitulación de Zaragoza en su segundo sitio en 1809. No eran cien mil, y algunos no eran hijos de san Luis, sino más bien de Santiago; les acompañaban algunas de las bandas realistas, que en algunos casos servían de vanguardia para tantear el terreno. Esta vez no hubo apenas oposición.

Madrid se tomó sin resistencia alguna el 20 de mayo, y al igual que en 1808, el gobierno constitucional se movió a Sevilla y de allí a Cádiz. Aquí sí se ofreció resistencia, al igual que había ocurrido en 1810, pero esta vez no había duque de Alburquerque que viniera en su defensa, ni barcos británicos que desembarcaran ayuda. Mejor dicho, sí hubo un británico dispuesto a defender Cádiz de los franceses, pero lo hacía por su cuenta, sin ayuda oficial del gobierno británico: su nombre era Robert Wilson.

Robert Wilson, o Roberto, como se le llamaba en España, era un general británico veterano de las guerras contra los franceses y en muy distintos frentes: había luchado contra ellos en Bélgica, Países Bajos, Egipto, Suráfrica, Alemania, Portugal, España y, como colofón, en la retirada de Napoleón de Rusia en 1812. En Portugal había organizado en 1808 la llamada Loyal Lusitanian Legion, al mando de la cual había hecho la guerra de guerrillas contra los franceses en las provincias de Salamanca y Zamora cuando el ejército expedicionario bajo el mando del general Moore se embarcó en A Coruña. En 1809 había participado indirectamente en la batalla de Talavera, cuando Wellington le ordenó que avanzara paralelo a su ejército, llegando hasta muy cera de Madrid. Después de la retirada de Wellington a Portugal, Wilson, quien gustaba actuar por su cuenta, viendo que la unidad bajo su mando iba a ser integrada con el resto del ejército, pidió permiso para volver a casa.

Nada más enterarse de que los franceses habían invadido España, Wilson se embarcó con un pequeño grupo de compatriotas y desembarcó en Vigo el 1 de mayo. Al día siguiente escribía la siguiente carta:

«Hemos llegado aquí después de una mala travesía… Nuestro recibimiento ha sido el más gratificante que los ingleses hayan recibido en cualquier país y nuestra presencia aquí está haciendo el bien que yo había anticipado… No solo no salvaremos Galicia y Asturias de la invasión sino que terminaremos la guerra española en seis meses al sur del Ebro. Puedo apostar mi vida por esto, y lo que es más importante para mí, mi reputación como un militar británico…»1.

Los medios con los que esperaba llevar a cabo sus planes estaban más bien en su imaginación. En Vigo había hablado de que pronto llegarían refuerzos de Gran Bretaña, y aunque era amigo personal de George Canning, el ministro de Asuntos Exteriores, este no le podía ayudar, aunque en algún momento le hubiera pasado por la cabeza que su país podría ir a la guerra contra Francia, y se hubiera alegrado si los franceses sufrieran un revés en España. Pero 1823 no era 1808. Por la parte española, Wilson entró en contacto con los dos generales al mando de fuerzas en Galicia, Antonio Quiroga y Pablo Morillo, y la contestación que recibió fue una lista de todo lo que necesitaban para poner a sus ejércitos en condiciones de batalla. También se puso en contacto con el Gobierno constitucional, y el 31 de mayo este le contestaba desde Sevilla:

«… Sir Roberto Wilson formará un cuerpo de ejército de tropas extranjeras que será admitido al servicio de España, cuya fuerza total no pasará de diez mil hombres… Sir R. Wilson será considerado desde ahora teniente general español y se le expedirá el título correspondiente a este empleo luego que haya desembarcado en la península la cuarta parte de las tropas»2.

Por estas fechas Wilson ya no estaba en España. Después de hacer un recorrido por Galicia para tantear el ambiente, salió de Ourense el 27 de mayo camino de Portugal. Quizá pensaba que podía encontrar voluntarios entre sus antiguos compañeros de la Legión Lusitana, ya que en Galicia no parecía haber encontrado muchos. Sin embargo, su entusiasmo no le dejaba decaer, «por todos los sitios entre Ourense y la frontera de Portugal se veía el mismo sentimiento patriótico»3. Su llegada a Portugal no pudo ser en peor momento. En el país vecino la Constitución se había establecido en el mismo año que en España, y Wilson llegó a tiempo a Oporto para oír los gritos de «monarquía absoluta y muera la constitución». Salió de la ciudad para evitarse problemas, pero en Braga fue reconocido y al negarse a aceptar al nuevo régimen absolutista fue arrestado y conducido a Oporto. Allí estuvo detenido una semana y después se le condujo bajo escolta a la frontera española. De vuelta en Vigo el 14 de junio pudo comprobar que los ánimos constitucionalistas no estaban muy elevados. Cuando los franceses llegaron a A Coruña a mitades de julio, Wilson participó en la defensa de la ciudad, donde fue herido en una pierna y tuvo que embarcarse rumbo a Vigo, a donde también llegaron enseguida los franceses. Tuvo suerte de que en Vigo recalara un barco británico con rumbo a Gibraltar. Aquí llegó el 16 de agosto y se encontró al embajador británico en España, WilliamÁCourt, quien había seguido al Gobierno constitucional hasta Sevilla, pero no consideró prudente encerrarse en Cádiz sin tener instrucciones de su gobierno, y desde Sevilla se había trasladado a Gibraltar. Wilson tuvo una larga conversación con él sobre la situación del momento, y pasó a Cádiz por barco. En Cádiz se presentó como si hubiera sido enviado oficialmente por el Gobierno británico, que, según él, estaría dispuesto a negociar entre el Gobierno constitucional y los franceses, malinterpretando las palabras de su embajador, y dando a entender que llegaría ayuda británica por mar.

Esta era la segunda vez que Wilson visitaba Cádiz y en ambas ocasiones la ciudad estaba sitiada por los franceses. La primera vez fue en abril de 1812, cuando el barco que le llevaba a su nuevo destino como agregado militar de la embajada en Constantinopla hizo escala en su puerto. Aparte de visitar la ciudad se dedicó a inspeccionar las defensas, y su opinión no fue muy buena:

«Considero que Cádiz está expuesta a gran peligro, ya que sus defensas consisten solo en fortificaciones y no tropas. Un ataque de treinta mil franceses aseguraría la Isla y el istmo, y probablemente aislaría a todas las tropas fuera de las puertas de la ciudad. Pocas de las fortificaciones resistirían un ataque y ninguna un bombardeo, incluso estando acabadas, pero la mayoría están incompletas y muchas en ruinas. El lugar, sin embargo, es muy favorable para la defensa, y al mismo tiempo para una aptitud ofensiva»4.

Los franceses se retiraron de Cádiz en el mes de agosto sin que intentaran asaltar la ciudad. En esta segunda visita Wilson tuvo oportunidad de mejorar las defensas de la ciudad ya que fue nombrado «Comandante al mando de la línea extramuros de esta Plaza»5por el ministerio de guerra del Gobierno constitucional. Sin embargo, la suerte estaba ya echada y lo único que quería la guarnición era rendirse. Esto ocurrió el 30 de setiembre. Wilson participó en las negociaciones entre Fernando VII y el Gobierno constitucional, en las que se le arrancó al rey la promesa de que declararía una amnistía para los liberales. Sin embargo, las negociaciones oficiales entre franceses y británicos las estaba llevando el embajador de este último país por medio de su secretario de embajada Edward Granville Eliot6, quien se entrevistó tres veces con el duque de Angulema en El Puerto de Santa María. La primera vez fue en el mes de agosto, y parecía que había algo que negociar. En las dos últimas entrevistas, en el mes de setiembre, el duque de Angulema fue muy tajante: no tenía instrucciones de Francia para negociar nada, y los constitucionales tenían que capitular y entregar al rey. En cuanto Fernando VII salió de Cádiz el 1 de octubre no solo se olvidó de sus promesas, sino que revocó todos los decretos del Gobierno constitucional y comenzó una represión sangrienta contra los liberales que no pudieron exiliarse. Una de las víctimas fue Rafael de Riego, quien fue ejecutado en Madrid en el mes de noviembre. Wilson volvió a Gibraltar y de allí a su país. Esta fue su última aventura militar. Los franceses no se fueron del todo de España hasta 1828.

Fernando VII volvió a gobernar como rey absoluto en lo que se llama la década ominosa. Hubo varios intentos de recuperar la Constitución. El primero fue en agosto de 1824, cuando un grupo de refugiados españoles en Gibraltar, bajo el mando del coronel Francisco Valdés, desembarcó en Tarifa y consiguió tomar la ciudad. Aguantaron varios días dentro de sus murallas hasta que el ejército la retomó. Valdés escapó por mar a Marruecos, pero los que se refugiaron en el castillo fueron hechos prisioneros y fusilados. Otro grupo bajo el mando del capitán Iglesias desembarcó en Marbella y acabó de la misma manera. En la costa de Alicante hubo un desembarco en febrero de 1826 encabezado por los hermanos Antonio y Juan Bazán; no fue secundado por la gente, y el grupo se refugió en el interior, donde fueron sorprendidos, muriendo Juan de sus heridas y Antonio fusilado en marzo. En 1830 hubo una invasión por varios puntos de los Pirineos en la que participaron Espoz y Mina, Valdés y otros, pero sin éxito. En diciembre de 1831 desembarcó el general Torrijos cerca de Fuengirola, y lo pagaron con su vida él y sus compañeros. Esto causó una protesta diplomática por parte del Gobierno británico, ya que entre los fusilados había dos británicos, Robert Boyd y Joseph Carter. Del primero tenían conocimiento los británicos de que pertenecía al grupo de Torrijos, pero se quejaban de que no había habido juicio, y el gobernador de Málaga, Vicente González Moreno, no había permitido que fuera visto por el cónsul británico en esa ciudad. El segundo era un carpintero que no tenía nada que ver con la expedición: había subido al barco en Gibraltar para hacer un trabajo y por circunstancias ajenas a su voluntad tuvo que desembarcar con los demás.

Sin embargo, el mayor ataque contra la autoridad de Fernando VII iba a provenir de personas para las cuales el absolutismo y la religión no admitían ningún tipo de compromiso. Aunque por el decreto del 1 de octubre anulaba todos los decretos del período constitucional, no volvió a instaurar la Inquisición. En 1824 declaró una amnistía, que, aunque estaba llena de excepciones, tampoco agradó a ciertos sectores, que también consideraban que el rey no había mostrado firmeza suficiente al jurar la Constitución en 1820. En este sentido tomó ahora precauciones y creó un cuerpo llamado Voluntarios Realistas, organizado en batallones, y cuya misión era el mantenimiento del orden público, y que iba a tener un papel significativo en los inicios de la primera guerra carlista. En 1824 todavía no había problema dinástico, ya que Fernando VII, aunque casado tres veces, no tenía sucesión, y la corona pasaría a su hermano Carlos. Su primera esposa fue María Antonia de Nápoles, quien murió en 1806 a los 21 años. Su segunda esposa, María Isabel de Braganza, también murió a los 21 años al dar a luz una niña sin vida. En esos momentos estaba casado con María Josefa Amalia de Sajonia. En mayo de ese año la policía descubrió una conspiración en Zaragoza que parecía indicar que para ciertas personas lo mejor para el país era poner en el trono a Carlos. Estas personas fueron llamadas con el tiempo los apostólicos, y eran totalmente reacias a cualquier cambio en el sistema. En 1825 fueron descubiertas conspiraciones en Granada, Tortosa y otras partes. Sin embargo, en 1827 la cosa fue más seria, especial-mente en Cataluña, donde los conspiradores recibieron el nombre demalcontents, y escribieron un manifiesto exponiendo sus quejas. El propio Fernando VII se presentó en el Principado, y la sublevación fue sofocada con rigor por el capitán general de Cataluña, el conde de España. Carlos permanecía totalmente al margen de las intrigas, sin darse por aludido ante las llamadas directas o indirectas para que usurpase el trono a su hermano.

El 18 de mayo de 1829 falleció la tercera esposa de Fernando VII, María Josefa Amalia de Sajonia, y seguía sin descendencia. No tardó en contraer matrimonio por cuarta vez: el 11 de diciembre de 1829 se casaba con María Cristina de Borbón-Dos Sicilias. El 10 de octubre de 1830 nacía su hija Isabel. Unos meses antes, en abril, Fernando VII había hecho publicar oficialmente la Pragmática Sanción, que había sido proclama por su padre Carlos IV y aprobada por las Cortes en 1789, pero que no se había hecho pública oficialmente, y la cual derogaba la Ley Sálica que denegaba a las mujeres el trono español. La Ley Sálica había sido introducida en España por Felipe V, el primer Borbón español, en 1713, siguiendo la costumbre de Francia. En septiembre de 1832 Fernando VII cayó gravemente enfermo y se temía por su vida. En estas circunstancias el presidente del Consejo de Ministros, Francisco Tadeo Calomarde, aconsejó a María Cristina que convenciera a su esposo para que firmara un decreto reintroduciendo la Ley Sálica, ya que tal y como estaban las cosas se podía producir a su muerte una guerra civil entre los seguidores de su hermano Carlos y los de su hija Isabel. El rey firmó el decreto el 18 de septiembre con la condición de que no se hiciera público hasta después de su muerte. Pero no murió, y mientras se iba recuperando poco a poco nombró regenta a su esposa Cristina. Una de las primeras medidas de la regenta, el dos de octubre, fue destituir a todos los ministros, empezando por Calomarde, y nombrar a Francisco Cea Bermúdez7como presidente del Consejo de Ministros. Este último era en esos momentos embajador en Londres, y hasta que regresó a España se encargó del puesto el ministro de Gracia y Justicia, José Cafranga. Durante el mes de octubre la regenta y los nuevos ministros iniciaron una serie de reformas que se acercaban a los liberales, aunque no satisfacían a todos, y se distanciaban de los apostólicos o carlistas: se abrieron las Universidades, cerradas por Calomarde en 1830; se abrieron las cárceles de Madrid para cierto tipo de presos, destituyendo al jefe de policía, y el 15 de ese mes se publicó el Real Decreto de Amnistía, con algunas excepciones, firmado por Cristina y Cafranga. Mientras tanto se iban depurando a los capitanes generales y altos mandos militares de tendencias carlistas. El 31 de diciembre Fernando VII declaró nulo su decreto del 18 de septiembre, con lo cual se abolía la Ley Sálica definitivamente.

En enero de 1833, encontrándose ya mejor de salud, asumió las riendas de gobierno, terminando así la primera Regencia de Cristina. Mientras tanto, los seguidores de Carlos seguían conspirando, pero él prestaba oídos sordos a cualquier insinuación. Su esposa, María Francisca de Portugal, y su cuñada, María Teresa de Braganza, más conocida como princesa de Beira, parecían prestar más atención a los conspiradores, especialmente la segunda, viuda desde hacía muchos años y que vivía con ellos. Una manera de quitársela de en medio, y de paso a toda la familia, fue organizar por medio del embajador español en Lisboa, Luis Fernández de Córdoba, una carta de su hermano el rey de Portugal, en la cual reclamaba su presencia en Portugal por asuntos familiares. El 16 de marzo partía la comitiva de Madrid.

Cuando Carlos llegó a Lisboa con su familia, Portugal se encontraba en plena guerra civil. En noviembre de 1807 la familia real portuguesa se refugió en Brasil ante el avance de las tropas francesas. Aunque los franceses fueron expulsados de Lisboa por los británicos en septiembre de 1808, la familia real siguió en Brasil incluso hasta después de acabada la guerra en 1814. No fue hasta el año 1821 que el rey Juan VI volvió a Portugal. Su hijo y heredero, Pedro IV, decidió quedarse en Brasil, y en 1822 se proclamó emperador de ese país. Juan VI murió en 1826 y le sucedió su hijo Pedro IV, quien ya era Pedro I de Brasil. Como la constitución brasileña le prohibía mantener las dos coronas al mismo tiempo se decidió por la brasileña, dejando el trono de Portugal a su hija María II. Al ser esta menor de edad encargó la regencia a su hermano Miguel. En 1828 Miguel se hizo proclamar rey de Portugal, arrebatando la corona a su sobrina. En 1831 Pedro I abdicó el trono de Brasil en su hijo Pedro II, y en julio de 1832 desembarcó con un ejército en Oporto para destronar a su hermano y devolver el trono a su hija María II. En un principio las cosas no le fueron muy bien y no pudo ir más allá de Oporto, donde quedó sitiado por las tropas de su hermano.

Las circunstancias de la guerra civil en Portugal eran las mismas que las que ocasionaron la de España a finales de 1833. Por una parte estaba la cuestión de la ley Sálica: tanto Carlos como Miguel reclamaban el trono basándose en esa ley que negaba el derecho a las mujeres. Por otra parte estaba la cuestión ideológica: los dos creían en el derecho al gobierno absoluto de los monarcas. La guerra civil portuguesa creó mucha fricción diplomática entre España y Gran Bretaña. Fernando VII apoyaba a Miguel. El partido británico en el poder, Whig –equivalente al partido Liberal de hoy en día–, con su primer ministro Charles Grey y el ministro de Asuntos Exteriores Palmerston8, apoyaba a Pedro, aunque el partido en la oposición, elTory o Conservador –que con los dos nombres se llama hoy en día–, apoyaba a Miguel. El embajador británico en Madrid, Henry Unwin Addington, aunque tenía que seguir la línea que le imponía su jefe, parecía apoyar a Miguel. Quizá por eso Palmerston envió a Madrid en enero de 1833 a un diplomático, Stratford Canning, con poderes e instrucciones concretas para negociar con España sobre la situación en Portugal. Una de las bazas en estas negociaciones era poner de manifiesto a Fernando VII la contradicción de su postura: al apoyar la ley Sálica en Portugal pero no en España. Por otra parte, se quería hacer chantaje anteponiendo el apoyo de España a María II como condición para el reconocimiento de Gran Bretaña a Isabel II. Palmerston también exigía que España se mantuviera neutral en el conflicto. Esta era una postura que él mantenía oficialmente, pero que en la práctica dejaba mucho que desear. Pedro había conseguido barcos y hombres británicos, con los cuales organizó en las islas Azores el pequeño ejército con el que desembarcó en Oporto en julio de 1832. El almirante al mando de su pequeña escuadra era George Sartorious, oficial de la marina británica. En 1819 se había proclamado una ley,The Foreign Enlistment Act, que prohibía a los británicos luchar en un ejército extranjero sin el permiso del rey. Curiosamente esta ley se había proclamado a raíz de los numerosos británicos que fueron a luchar contra España en las guerras de independencia en América, y que después de las guerras napoleónicas se habían quedado sin trabajo. No era una ley fácil de hacer cumplir, pero en este caso concreto el Gobierno británico había hecho la vista gorda a los movimientos que ocurrían en los puertos británicos a favor de Pedro. El partido Tory, aparte de apoyar a Miguel, acusaba al Gobierno de no cumplir con la neutralidad. El duque de Wellington9había sido primer ministro en el último gobierno Tory, y si su partido no hubiera perdido el poder en 1830, daba a entender que hubiera reconocido a Miguel. Stratford Canning10se marchó de Madrid en mayo sin haber podido convencer ni a Fernando VII ni a Cea Bermúdez.

Antes de que Pedro desembarcara en Oporto Palmerston había mandado a Lisboa una pequeña delegación compuesta por un diplomático y dos militares. El diplomático se llamaba lord William Russell. Entre las instrucciones que recibió, fechadas el 23 de mayo de 1832, se decía lo siguiente:

«… El primer objetivo de la misión de su Señoría es vigilar los movimientos de las tropas españolas que se están reuniendo cerca de la frontera de Portugal, y en el caso de que esas tropas entraran en el territorio portugués, tiene que avisar inmediatamente de este hecho al almirante al mando del escuadrón de S.M. en la boca del Tajo. Su Majestad ha declarado ser su intención el mantener una estricta neutralidad en el conflicto que se espera entre don Miguel de una parte, y don Pedro en representación de su hija doña María de la otra, siempre que otros poderes sigan el mismo curso… En consecuencia, el almirante al mando del escuadrón de S.M. en la boca del Tajo ha recibido órdenes de cooperar con la expedición de don Pedro con todos los medios a su disposición tan pronto como sea informado por su Señoría que las tropas españolas han entrado en Portugal…»11.

Uno de los militares era el teniente coronel Benjamin Lovell-Badcock, y fue el encargado de comprobar sobre el terreno la supuesta intervención militar española. Su misión había sido comunicada al Gobierno español, pero no fue nada fácil, levantando cantidad de sospechas y suspicacias. Entró en España en junio por Badajoz, pero al presentarse al gobernador de la plaza, este le mandó de vuelta para Portugal. Volvió a la carga el 7 de julio, justo dos días antes de que Pedro desembarcara en Oporto, con pasaporte nuevo y cartas de recomendación. Lovell-Badcock conocía bien Badajoz y gran parte de España ya que había participado en todas las campañas de la guerra contra los franceses; solo que entonces se llamaba Badcock-Lovell, antes de intercambiar sus apellidos. Las experiencias de esta última misión están recogidas en un libro suyo, así como las de la francesada están en cartas a su familia. En carta escrita desde Extremadura en 1809 decía: «… Me gusta España más que Portugal…»12. Ahora era todo lo contrario, y en el libro salen a relucir comparaciones entre los dos países, siempre a favor de Portugal. Algo tendría que ver la mala entrada que tuvo la primera vez y el ser mal visto por mucha gente, que le trataba como un vulgar espía. Al volver a Badajoz pidió permiso para ver las defensas de la ciudad, que le fue denegado, y lo único que se le permitió, y con escolta, fue ver la brecha por donde habían entrado los británicos durante el sitio de 1812.

En Badajoz obtuvo de las autoridades un pasaporte militar y tomó la diligencia a Madrid, recordando los sitios por donde había pasado durante la guerra. Al llegar al Tajo tuvo que cruzarlo en barca, ya que el puente de Almaraz seguía roto desde la guerra. En Navalmoral de la Mata dejó la diligencia y tomó la dirección de Plasencia, yendo desde allí a Salamanca, a donde llegó el 19 de julio. Aquí se presentó al general Pedro Sarsfield, al mando del ejército de observación, que le recibió muy bien e incluso le invitó a comer al día siguiente. Esto no obsta para que a los pocos días de estar en Salamanca y tomar nota del estado de los regimientos allí acuartelados, se le dijera que no podía seguir haciéndolo. Mandaba informes a su embajador en Madrid, y este le pidió que se acercara a la frontera con Portugal. Al llegar a Ciudad Rodrigo, el gobernador de la plaza fuerte, general Juan Romagosa, le recibió con muy mala cara. Un día, paseando por las murallas, fue arrestado y llevado donde Romagosa, quien le advirtió que no podía hacer dibujos de las fortificaciones, a lo que contestó que no hacía falta porque los británicos tenían todos los que hicieran falta de cuando estuvieron allí durante la guerra, y no había cambiado apenas. Visitó la zona fronteriza, donde el Ejército británico había estado acampado por mucho tiempo y se encontró con gente conocida de aquella época. Después de dar un gran rodeo volvió a Salamanca.

Hacia mitades de agosto parecía que el ejército se iba a poner en marcha hacia la frontera. Lovell-Badcock llegó a ofrecerse como prisionero si la situación era crítica, pero Sarsfield le tranquilizó ofreciendo hacerse cargo de su seguridad. Palmerston había dicho a Lord William Russell en sus instrucciones que en cuanto los españoles entraran en Portugal deberían embarcarse en el escuadrón británico en la boca del Tajo, lo cual era fácil para sus compañeros en Lisboa, pero no para él. No hubo movimiento hacia la frontera, sino en dirección de Madrid, cuando llegaron noticias en septiembre de que el rey estaba muy grave, y parte del ejército de Sarsfield se puso en marcha hacia la capital. Lovell-Badcock siguió con su tarea haciendo un largo reconocimiento por toda la orilla del Duero llegando hasta Tordesillas, en la provincia de Valladolid. Cuando volvió a Salamanca se encontró con una carta de su embajador reclamándole en Madrid. Salió de Salamanca el 23 de octubre, y nos cuenta su despedida en su libro:

«… Les agradecí a todos el respeto que me habían mostrado bajo unas circunstancias tan desagradables y dudosas. La verdad es, que no sé si en cualquier otro ejército hubiera podido permanecer tanto tiempo sin que se me hubiera ofrecido algún insulto personal. Los españoles nunca indicaron la menor manifestación de este tipo, y cuando me topaba con ellos accidentalmente siempre fueron amables, aunque evitaban la conversación…»13.

Todo lo que había visto Lovell-Badcock de España en este viaje ya lo conocía de su estancia anterior, y le llamó la atención encontrar casi todo igual después de 20 años. Uno de los pocos sitios de donde habla bien es Madrid, donde tuvo oportunidad de conocer a la familia real:

«Encontré la bonita ciudad de Madrid muy mejorada desde la última vez que la vi. La verdad es que era la única ciudad donde se veían edificios nuevos. Un magnífico arco triunfal se había construido a la entrada de Toledo en la ciudad, en honor a la Guerra de la Independencia, como los españoles llaman a la Guerra Peninsular, y se habían plantado nuevas avenidas de árboles alrededor de los muros y las salidas que partían de allí. No conozco una situación más bonita que la de Madrid… Vi a la reina de España en un carruaje que la llevó al Prado, donde se bajó para pasear. Después vinieron las hijas atendidas por sus niñeras, también para pasear. El siguiente en llegar fue don Carlos y su señora, seguido de don Francisco y su señora, y también don Sebastián. Casi todos los días las diferentes ramas de la familia real van en el mismo orden de sucesión… Vi al rey dos veces; parecía más muerto que vivo…»14.

Lovell-Badcock se marchó de Madrid para Lisboa el 15 de diciembre, después que el embajador Addington le dijera que su presencia en España ya no era necesaria. Sin embargo, en las instrucciones que escribió Palmerston para Stratford Canning el 13 de diciembre, volvía a insistir en lo de si los españoles entraban en Portugal para apoyar a Miguel el escuadrón británico ayudaría a Pedro.

A los pocos días de llegar Carlos a Lisboa, el 4 de abril de 1833, se publicó un decreto en Madrid convocando a las Cortes para el 20 de junio a fin de reconocer y jurar a Isabel II como Princesa de Asturias, heredera al trono. Este decreto se le hizo llegar a través del embajador español en Lisboa. La contestación de Carlos fue que «su conciencia y su honor» no le permitían jurar tal cosa. Mien-tras tanto seguía la guerra civil, o más bien el bloqueo de Oporto, pero la situación iba a dar un giro radical. El almirante Sartorious fue cesado por Pedro, y en su lugar nombró a otro oficial de la marina británica, Charles Napier, quien llegó el 2 de junio. Junto con él también venía Mendizábal15, el futuro ministro español que se tuvo que exiliar en 1823. Había conocido a Pedro en Londres y se encargó de conseguirle préstamos para su empresa. Napier, quizá más consciente que otros de la Foreign Enlistment Act o en plan de pitorreo, pasó a llamarse en Portugal Carlos de Ponza. A finales de junio desembarcó un pequeño ejército en el sur de Portugal que pilló totalmente desprevenido a Miguel. Este ejército avanzó hacia el norte por la costa mientras Napier lo hacía por el mar, y en julio entró en Lisboa sin ninguna oposición. La ciudad fue evacuada, y tanto Miguel como Carlos se retiraron al interior del país. La guerra civil portuguesa tomaba así un nuevo giro.

Notas al pie

1 British Library Manuscripts, ADD30110, pp. 163-168.

2Ibid., pp. 196-200.

3 B.L.M., ADD30137, p. 5.

4 Herbert, Randolph, «Private Diary… of General Sir Robert Wilson», Londres, John Murray, 1862, p. 14.

5 B.L.M., ADD30111, p. 100.

6 Eliot, Edward Granville, «Papers relating to Lord Eliot’s mission to Spain in the Spring of 1835», Londres, 1871, pp. 143-148.

7 En la grafía de la época siempre figura como Zea.

8 Henry John Temple, vizconde Palmerston.

9 «Wellington: Political Correspondence, 1833-1834», Her Majestýs Stationary Office, Londres 1975, editado por John Brooke y Julia Gandy, pp. 318-321.

10National Archives, Kew, FO-72-403 y 404.

11B.L.M., ADD48476, pp. 2-5.

12Santacara, Carlos, «La Guerra de la Independencia vista por los Británicos», Madrid, Antonio Machado Libros, 2005, p. 177.

13Lovell-Badcock, Benjamin, «Rough Leaves from a Journal kept in Spain and Portugal during the years 1832, 1833 and 1834», Londres, Richard Bentley, 1835, p. 87.

14Ibid., pp. 97-102.

15Su nombre original era Juan de Dios Álvarez Méndez, pero cambió el apellido Méndez por Mendizábal.

1833

Capítulo IMuerte de Fernando VII. Primeros levantamientos a favor de Carlos: Talavera de la Reina, Bilbao, Vitoria. Son sofocados. Zumalacárregui. Intentos de levantamientos en otras partes de España. Llega a Madrid el nuevo embajador británico, Villiers. Carlos en Portugal. Guerra civil en Portugal

Fernando VII falleció el 29 de septiembre de 1833, y como ya había sido establecido previamente, su viuda María Cristina asumió la Regencia del país hasta que Isabel II fuera mayor de edad. El 1 de octubre, desde Abrantes en Portugal, el infante Carlos emitía un manifiesto por el que se declaraba rey de España con el nombre de Carlos V. El primer pronunciamiento a su favor ocurrió en Talavera de la Reina, en la provincia de Toledo. Al atardecer del 2 de octubre de 1833, Manuel María González, administrador de correos de esa ciudad, reunió a un grupo de simpatizantes y destituyó a las autoridades locales. Al día siguiente por la mañana, viendo que la insurrección no cundía, los sublevados se dirigieron a Calera y Chozas, donde tampoco recibieron apoyo. El día 4 tuvieron que rendirse en El Puente del Arzobispo sin haber aumentado mayormente sus seguidores. González y alguno de sus compañeros fueron fusilados pocos días después.

En el norte tuvieron más éxito los carlistas. El cónsul británico en Bilbao, John Clark, había estado de permiso en su casa varios meses, y cuando llegó a Bayona el 11 de octubre camino de su puesto no pudo seguir, ya que la frontera estaba cerrada. El vicecónsul, William Hoyles, fue el encargado de comunicar a su país los acontecimientos. La primera carta la escribió a su embajador en Madrid el 4 de octubre:

«Me permito informar a su Excelencia que la noticia de la muerte del Rey fue recibida aquí por Express el miércoles 2 del presente a las 2 de la madrugada. Durante ese día, aunque hubo una manifestación parcial de opinión a favor del infante don Carlos, se mantuvo el orden público, pero ayer por la tarde, esa opinión fue abiertamente promovida por el cuerpo de Voluntarios Realistas con aclamaciones de ‘viva Carlos V’, y tengo entendido que la noche pasada o temprano esta mañana, el corregidor (sic) y los diputados (sic) han desaparecido. Ayer una persona resultó muerta y otra herida, pero no ha habido combates. La ciudad está tranquila en este momento y la mayoría de las tiendas y casas están cerradas.

Creo que en otras partes de esta provincia el sentimiento entre los cuerpos realistas es generalmente el mismo que en Bilbao.

He recomendado a todos los súbditos británicos que residen en este lugar que usen nuestra escarapela nacional para su protección personal, pidiéndoles que permanezcan totalmente neutrales y no interfieran directa o indirectamente con ninguno de los partidos. Me he dirigido también al alcalde (que permanece en su puesto) para pedirle que proteja a nuestras personas y propiedades, y tengo el placer de comunicar que he recibido una respuesta muy amable y satisfactoria…»1.

John Francis Bacon era un comerciante británico en Bilbao, y como testigo presencial nos da su opinión personal:

«Temprano en la mañana del 3 de octubre hubo un tumulto considerable en las calles de Bilbao: gente corriendo,aldamas(sic) resonando en cada puerta. Se oían disparos a menudo y hacia el amanecer aumentó el ruido y la confusión. Al salir para averiguar la causa de la conmoción, me encontré con grupos de hombres armados por todos los sitios que me interrogaron bruscamente. Sin embargo me dejaron pasar, y en laPlaza Vieja(sic) encontré un gran número de realistas armados coreando ruidosamente aCarlos Quinto(sic). Era suficiente: el velo se rasgó, la suerte estaba echada. Contemplé la primera escena de este importante drama. La trama se fue desarrollando durante el día. Muchos de los aldeanos de los alrededores se congregaron por toda la ciudad. Las tiendas estaban cerradas. Bandas de realistas se paseaban por la ciudad gritando¡mueran los liberales, mueran los christinos!(sic)… Al día siguiente Carlos V fue proclamado solemnemente. En el Arenal se izó una bandera blanca llevando su insignia. La Corporación y la Diputación juraron lealtad, y se emitió una proclamación anunciando a las provincias que su nuevo soberano había sido instaurado… Nunca se ha pronunciado una calumnia con menos fundamento: que los vascos tomaron las armas por sus fueros. He demostrado que esto es imposible. Cualquiera se puede referir a la proclamación de Bilbao firmada por Valdespina, Batiz y Zabala: no hay una palabra sobre los ‘fueros’ (sic). Llaman a los españoles a juntarse alrededor del altar y del trono, por la religión y Carlos V. Eraso, en su proclamación fechada en Burguete –Navarra– el 17 de octubre de 1833, también habla de ‘religion’ (sic) y el ‘derecho sagrado del rey’, pero ni una palabra sobre los ‘fueros’ (sic). Sus motivos se ven fácilmente: si los cabecillas de la insurrección hubieran declarado que apoyaban los fueros, los carlistas españoles habrían desconfiado de ellos y la nación en general habría dicho ‘¿quién ha atacado vuestros fueros?’»2.

Bacon debió de seguir los consejos del vicecónsul en público, aunque en privado es muy obvio por qué partido se inclinaba. Las nuevas autoridades en Bilbao establecieron un impuesto especial para recaudar fondos para su causa, y trataron de imponerlo también a los extranjeros que allí residían; a Bacon se le exigió una cantidad equivalente a 150 libras esterlinas. El vicecónsul protestó ante las autoridades, y cuando por fin llegó el cónsul a Bilbao el día 26, después de un ajetreado viaje por mar y tierra, reiteró las protestas y consiguió que se eximiera a los extranjeros de pagar tal impuesto: también se encontró con que el vicecónsul había muerto unos días antes, aunque fue de muerte natural, sin tener que ver con los acontecimientos.

Mucho se ha debatido sobre si los fueros que disfrutaban Navarra y el País Vasco tuvieron algo que ver en el apoyo mayoritario a la causa carlista. Bacon escribía lo anterior en 1838, cuando todavía continuaba la guerra civil. Más adelante veremos el testimonio de otro británico que luchó con los carlistas y compartía la misma opinión. En ambos casos era una especie de contestación a los numerosos artículos y panfletos de compatriotas suyos que mencionaban a los fueros como una de las principales causas para abrazar la causa carlista. A los pocos días de lo ocurrido en Bilbao, Vitoria también se pronunció a favor de Carlos, pero no ocurrió lo mismo en San Sebastián o Pamplona. El coronel Santos Ladrón de Cegama había sido gobernador militar de Cartagena, pero por sus ideas estaba desterrado sin mando en Valladolid. De allí se fugó hacia Navarra, su tierra natal, y por el camino fue reuniendo adeptos. El día 6 de octubre proclamó a Carlos V en Tricio, La Rioja, y de allí se dirigió a Logroño, de donde salió con unos 500 hombres camino de Pamplona. En Los Arcos, Navarra, se encontró con el general Manuel Lorenzo el día 11 y fue derrotado y hecho prisio-nero. Esta fue la primera batalla campal de la guerra. Santos Ladrón fue fusilado junto con varios de sus compañeros el 14 de octubre en la ciudadela de Pamplona.

El cura Merino se encontraba ya viejo a sus 64 años para nuevas aventuras militares, y así se lo había dicho a Santos Ladrón cuando vio a este en su camino hacia Logroño. Fue animado a ponerse al mando de los numerosos partidarios de Carlos, y junto con otro famoso guerrillero, Ignacio Alonso Cuevillas, se puso en marcha hacia Madrid. En poco tiempo había reunido unos 10.000 hombres y el 29 de octubre llegaba al Escorial. Pero su marcha hacia Madrid no pasó de Galapagar. Merino estaba al mando de una fuerza muy superior de la que había estado acostumbrado a mandar durante la francesada, pero totalmente falta de organización. Era consciente de que tropas del Ejército cristino se estaban aproximando y decidió volver sobre sus pasos. Eso sí, causó un buen susto en Madrid, según cuenta el embajador británico en un despacho a Palmerston del día 21:

«Mr. Reece, un viajero inglés, llegó aquí esta mañana desde Bayona trayendo cartas de introducción para mí. Ha pertenecido al Ejército y parece una persona inteligente. Mr. Reece ha visto por lo menos cinco mil insurgentes en el camino bien armados. El general al mando en Burgos le suplicó que pusiera al corriente al Gobierno de lo alarmante de su situación; toda la ciudad contra él y solo mil quinientas tropas, y los rebeldes están mandados por el conocido Merino, y era probable que tomaran la ciudad antes de que llegara ayuda»3.

Cea Bermúdez se puso nervioso y ya hablaba de que tropas francesas cruzaran la frontera como en 1823. En Madrid se desarmó a los Voluntarios Realistas el día 27, pero algunos de ellos se hicieron fuertes en su cuartel en el centro de la ciudad. Fueron rodeados por el ejército y al final se rindieron con un saldo de dos o tres muertos en el tiroteo. También parece que ese mismo día murió algún soldado en otros incidentes.

Hubo levantamientos a favor de Carlos en otras partes de España, especialmente en Cataluña, Aragón y Valencia, pero fueron muy aislados y las fuerzas leales a Cristina los sofocaron pronto. El ejército no respondió a pesar de que algunos de sus jefes simpatizaban con Carlos. El general Pedro Sarsfield estaba en Salamanca al mando del ejército de observación en la frontera de Portugal. Cuevillas le escribió una carta animándole a que se uniera a su causa, pero no contestó. Tampoco se mostró muy activo cuando recibió órdenes del Gobierno para sofocar la rebelión, y parecía como si estuviera decidiendo por qué bando inclinarse. Por fin se puso en marcha desde Salamanca y fue limpiando de seguidores de Merino todo el norte de Castilla-León. El 21 de noviembre entró en Vitoria sin ninguna oposición y el 25 lo hacía en Bilbao. Después de dispersar a los carlistas en el País Vasco se retiró a Pamplona. De Pamplona había salido el 1 de noviembre el coronel Tomás Zumalacárregui. Estaba destinado allí sin mando y vigilado por sus ideas. Salió de la ciudad en secreto y se puso en contacto con los carlistas en Piedramillera, pequeña aldea cerca de Estella, en el oeste de la provincia. Después del fusilamiento de Santos Ladrón el jefe carlista en Navarra era Francisco Iturralde, pero al llegar Zumalacárregui se le ofreció el cargo como oficial de mayor graduación. Lo primero que tenía que hacer era organizar aquellos cientos de voluntarios en algo que se pareciera a un ejército, y conseguir armas y municiones. Sarsfield salió de Pamplona en su busca, pero se aburrió de ir de un lado para otro sin alcanzarle, y al final se retiró a Pamplona, de donde no volvió a salir, y el mando del Ejército del Norte pasó al general Jerónimo Valdés. La persecución de Zumalacárregui fue encargada a los generales Lorenzo y Marcelino Oraa. Zumalacárregui se decidió por fin a presentar batalla el 29 de diciembre eligiendo muy bien el terreno, entre los pueblos de Nazar y Asarta, no muy lejos de Piedramillera. Después de aguantar el asalto a sus posiciones, y con escasa munición, los carlistas se retiraron y pasaron a Álava.

En la provincia de Castellón se encuentra la plaza fuerte de Morella. El gobernador, Carlos Victoria, era carlista, pero sospechaba que la guarnición no lo era. El 13 de noviembre hizo salir a la guarnición en busca de partidas carlistas que merodeaban por la zona, como la de Manuel Carnicer. Poco después de salir la guarnición cerró las puertas y se declaró por Carlos V, cediendo el mando a Rafael Ram de Viu, barón de Herbés, como persona de más prestigio en la zona. Este último se dedicó a mandar bandos por toda la comarca para que los carlistas se juntaran en Morella. Entre los que acudieron se encontraba el joven Ramón Cabrera, quien con el tiempo sería uno de los más importantes jefes carlistas. A principios de diciembre se presentó delante de Morella el gobernador militar de Tortosa, Manuel Bretón, y sitió la plaza. Los carlistas de Morella eran superiores en número a Bretón, pero el barón de Herbés consideró prudente abandonar Morella, y así lo hicieron la noche del 9 al 10 de diciembre. Salieron unos 1.200 hombres en dirección a la provincia de Teruel. Las divisiones entre ellos hicieron que cada uno fuera por un lado perseguido más o menos de cerca. Tanto el barón de Herbés como Carlos Victoria fueron hechos presos con el tiempo y fusilados.

El 28 de setiembre llegaba a Madrid George Villiers, como nuevo embajador de Gran Bretaña en sustitución de Addington. Por medio del secretario de la embajada había pedido cita con Cea Bermúdez para el día 29. Al llegar al palacio a la hora determinada le dijeron que estaba muy ocupado y no sabían si podría verle. Decidió esperar, y al cabo del tiempo apareció el propio Cea Bermúdez para comunicarle que Fernando VII acababa de fallecer. Al poco de llegar empezó a recibir mensajes de los cónsules y vicecónsules británicos, que estaban situados todos en ciudades costeras, comunicándole que no había novedad después de la muerte de Fernando VII y todo estaba tranquilo en sus respectivas ciudades, aparte de Bilbao. Más adelante los mensajes de algunos cónsules cambiaron. El cónsul en Cartagena escribía el 5 de noviembre notificando que había habido pronunciamientos a favor de Carlos V en Murcia y Orihuela, pero que tropas de la guarnición de Cartagena habían salido para apagar estas insurrecciones. El cónsul en Alicante escribía dando más detalles el 30 de noviembre:

«… Un magistrado del pueblo de Callosa, a una legua de distancia de la ciudad de Orihuela (siendo amigo mío), me escribió una carta privada con fecha de 26 del presente, diciendo que el 24 por la tarde hubo un levantamiento de la gente en Orihuela encabezado por el clero de ese lugar, que iba por las calles cantando ‘Viva Carlos 5’ (sic), y atacaron a los pocos soldados que había allí, matando a algunos y obligando al resto a encerrarse en el cuartel, salvando así sus vidas. Sin embargo, al día siguiente llegaron refuerzos de caballería e infantería desde Murcia y todos los insurgentes escaparon al campo…»4.

El cónsul en Barcelona escribía el 28 de diciembre:

«… Durante la noche del 26 del presente fueron arrestados por orden del Capitán General un grupo de oficiales de la clase llamada ‘ilimitados’ (sic)… Su número asciende a más de treinta y se supone que serán enviados a Ibiza ‘en cuartel’ (sic). Se rumorea que han aparecido en algunas aldeas del interior de la provincia de vez en cuando pequeñas bandas de insurgentes, pero no estoy en posición de juzgar la veracidad de estas afirmaciones, ya que no se ha hecho alusión a ello en los impresos públicos o por las autoridades locales de esta ciudad…»5.

El cónsul británico en Bayona, Francia, aunque no pertenecía a su jurisdicción, era uno de los que más mensajes le mandaba, debido a que esa ciudad, por su proximidad a la frontera española, era un hervidero de refugiados carlistas y espías cristinos.

Carlos seguía en Portugal, aunque esa no había sido la intención de su hermano. La nota oficial que apareció en laGaceta de Madriddel 14 de marzo mencionaba un viaje de dos meses. Sin embargo, su hermano y sus ministros se dieron cuenta de que Portugal estaba demasiado cerca de España, y le resultaba muy fácil comunicarse con sus simpatizantes. Ya el 6 de mayo Fernando VII pidió, o más bien ordenó, a su hermano que se trasladara a los Estados Pontificios, e incluso, al ver que su hermano no se movía, le envió una fragata española a Lisboa. La fragata llegó a finales de julio, justo cuando los seguidores de Pedro habían tomado la ciudad, lo cual fue una buena excusa para que Carlos no considerara prudente embarcarse. Palmerston, a petición de Cea Bermúdez, ofreció una fragata británica en el mes de agosto para trasladarle a Italia, pero tampoco hizo uso de ella. Carlos se encontraba cómodo en Portugal, donde estaba protegido por Miguel, quien, aparte de compartir sus ideas absolutistas, era su sobrino y cuñado al mismo tiempo, y quien, a pesar de haber perdido Oporto y Lisboa, todavía controlaba la mayor parte del territorio portugués, incluida Coimbra, la tercera ciudad del país, y lo que era más importante para Carlos, prácticamente toda la frontera luso-española, que le podía servir de trampolín en sus planes para volver a España. Esto es lo que hizo al enterarse de la muerte de su hermano. El 5 de octubre se presentó en Marvao, una ciudad portuguesa enfrente de Valencia de Alcántara, en la provincia de Cáceres. Desde allí envió al capitán Arroyo con una carta para el general José Ramón Rodil, capitán general de Extremadura. En la carta le pedía que se pusiera a sus órdenes como nuevo rey de España. Rodil no solo no le reconoció como tal sino que mandó a Arroyo de vuelta diciéndole que si volvía a entrar en España sería fusilado. Carlos permaneció once días en Marvao, pero no se presentó ningún ejército con el que pudiera entrar triunfante en Madrid.

Entre las instrucciones que Villiers había recibido de Palmerston, escritas el 9 de septiembre, antes de salir hacia España se decía:

«… Es obvio que mientras don Miguel tenga un ejército y un cuartel general, ese cuartel general será la residencia de don Carlos. Los intereses de España requieren la inmediata retirada de don Carlos de la Península…»

El 4 de octubre Palmerston volvía sobre el tema:

«… Sus instrucciones son de darle a entender a ese minis-tro –Cea Bermúdez– que el Gobierno español tiene en sus manos un poderoso medio de coerción moral para obligar a don Miguel a despachar a don Carlos, sin verse obligado a enviar tropas o hacer la guerra contra él por ese motivo, ya que puede retirar su embajador de Portugal y retirar a don Miguel cualquier apoyo o ayuda. Además deberá sugerir al señor Cea que el Gobierno español tiene probablemente algunos medios de acción directa sobre el mismo don Carlos, parando, hasta que don Carlos no se haya embarcado, esos suministros de di-nero que tenemos entendido le han sido remitidos hasta ahora a través del señor Córdoba…»6.