La proposición del italiano - Cathy Williams - E-Book

La proposición del italiano E-Book

Cathy Williams

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Beschreibung

Llevaba el anillo de compromiso solo para la galería, pero su relación comenzaba a parecerle peligrosamente real… El triunfador Matteo Moretti tenía un objetivo aquella Navidad: cerrar el acuerdo de su carrera. Pero, cuando rescatar a la encantadora y desconocida Rosie de un escándalo de naturaleza romántica puso su acuerdo en peligro, solo vio una solución. ¡Haría de aquella preciosa inglesa su novia ficticia! Para evitar el insoportable escrutinio de su familia, Rosie aceptó la proposición de Matteo, pero no contaba con la atracción que sentiría hacia él.

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Seitenzahl: 170

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Cathy Williams

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La proposición del italiano, n.º 2825 - diciembre 2020

Título original: The Italian’s Christmas Proposition

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-920-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ROSIE! ¿Quieres hacer el favor de centrarte en lo que te estoy diciendo?

Aquella voz cortante como el cristal era una mezcla de desesperación, impaciencia y amor, y Rosie pugnó por apartar la mirada de la gente que iba y venía, esquís al hombro, empujados por la excitación incomparable que producía estar de vacaciones poco antes de Navidad.

Aquel complejo de cinco estrellas, ubicado en el corazón de los Alpes italianos, era lo mejor que el dinero podía comprar, un lugar familiar al que llevaba viajando con su familia desde que tenía memoria. En aquel momento, sentada en el vestíbulo con un café latte, tenía ante sí el árbol de Navidad de seis metros que, emplazado junto a la recepción, era una explosión de buen gusto en rosa, marfil y delicadas velas eléctricas.

–Te estoy escuchando –contestó. Su hermana suspiró–. Me estabas preguntando qué tengo pensado hacer cuando termine la temporada de esquí. Pues no lo sé, Diss. Ahora mismo, estoy disfrutando de enseñar a mis alumnos a esquiar. Estoy conociendo gente encantadora y, además, cuido del chalé de papá y mamá, no vayan a… robarlo, o lo que sea.

–Porque aquí en Cortina hay ladrones a porrillo, ¿verdad?

–¿Quién sabe?

–No puedes seguir yendo de un sitio para otro y de un trabajo a otro, Rosie. Vas a cumplir veinticuatro y papá y mamá… bueno, todos, estamos preocupados porque ni siquiera intentes… ya sabes qué…

–¿Hacerme contable? ¿Pagar una hipoteca? ¿Encontrar a un tipo decente que cuide de mí?

Era aquello último lo que en realidad preocupaba a sus padres: que no fuese capaz de encontrar a Don Perfecto, algo que sus dos hermanas ya habían hecho. Que se pasara la vida yendo de Don Desacertado a Don Peor que Malo, pasando por Don Aprovechado. Pero estaba en un punto de su vida en el que no volver a tener una relación, no le quitaría el sueño.

Lo único que la salvaba en todas aquellas frustrantes relaciones era que no había cometido el error de meterse en la cama con todos ellos. De hecho, solo lo había hecho con uno: el tipo que, tantos años atrás, le había partido el corazón. Tenía diecinueve años, estaba buscando su camino después de haber dejado la universidad y él había estado ahí para detener su caída. Un ciclista con un refrescante desdén por las convenciones, el primer hombre que pertenecía a un universo completamente distinto de los pijos de buena familia con los que llevaba saliendo toda la vida. Lo había adorado todo en él, desde sus tatuajes hasta el arete que llevaba en la oreja, mientras que él adoraba el paquete financiero que la acompañaba a ella. Aún le daba escalofríos pensar en que había estado a punto de cometer el error más grande de su vida. Desde entonces, disfrutaba de su existencia sin meterse en demasiadas profundidades.

–¿Quién ha dicho que tengas que ser contable? –le recriminó Candice con una sonrisa, y las dos pensaron en el marido de Emily, un hombre maravilloso pero que podía ponerse un poco pesado en cuanto empezaba a hablar sobre cambio de moneda y oportunidades de inversión.

Aun así, ganaba una pequeña fortuna, de modo que estaba claro que era bueno en lo suyo, mientras que ella aún no conocía siquiera las reglas del juego.

–Como solo faltan tres semanas para Navidad…

Rosie miró a su hermana entrecerrando los ojos porque se olía lo que iba a llegar a continuación.

–No te preocupes, que me aseguraré de que el chalé esté impoluto para la invasión familiar. Ya sabes lo que me gusta poner los adornos de Navidad. Además, me aseguraré de que haya chocolates en abundancia colgando del árbol de Navidad.

–Ha habido un ligero cambio de planes. La nieve está tan estupenda que todo el mundo va a llegar un poco antes. Mañana, de hecho. Yo soy la avanzadilla, digamos. Sé que teníamos planeado disfrutar de unos días de chicas, pero ya sabes cómo son mamá y papá, y que no pueden resistirse a la atmósfera que se respira aquí en Navidad. Y hay otra cosa –añadió–. Están pensando invitar a los Ashley-Talbot a pasar unos días. Y a Bertie, también. Anda por allí últimamente y parece que le va bien, y han pensado que no estaría mal que los dos os conocierais…

–¡No!

–Es solo una idea, Rosie. No hay nada confirmado. Ya sabes que siempre ha estado enamorado de ti. ¡Estaría bien!

–¡De ninguna manera!

–Mamá y papá han pensado que no puede hacerte daño conocer a alguien un poco menos… alternativo.

–Cuando dices que eres la avanzadilla, ¿significa que te han enviado para que empieces a prepararme para los sermones sobre lo de poner mi casa en orden y empezar a salir con Robert Ashley-Talbot? ¡Pues ya te puedes ir olvidando, porque es el tipo más aburrido que conozco!

–¿Cómo puedes decir eso? ¡Dame una buena razón para que ni siquiera estés dispuesta a darle una oportunidad! Si luego descubres que Bertie no te gusta, bien, pero hace años que no lo ves.

–En un año y medio no puede haber cambiado mucho.

Rarito, con una nuez imponente, gafas de montura gruesa y una propensión a escoger los temas de conversación más aburridos.

Contempló a los huéspedes que iban y venían felices, el árbol de Navidad, los sillones de cuero del vestíbulo.

–Y no iba a decir nada, pero… pero no es este el mejor sitio para conocer a nadie, Diss. Ni siquiera a Bertie –con los dedos cruzados, se dijo que aquel iba a ser un modo perfecto de salir de una situación que haría de la Navidad una pesadilla. No quería tener que soportar la fuerza de la preocupación de su familia intentando empujarla a un destino al que ella no quería ir–. Aquí me han partido el corazón.

–¿De qué narices estás hablando, Rosie?

–Dices que nunca me intereso por un tipo en condiciones, ¿verdad? Pues te equivocas. Me enamoré de uno de los huéspedes del hotel. Un empresario, tan fiable y estable como el sol. Era todo lo que tú, Ems, papá y mamá siempre habéis querido para mí, lo cual demuestra que esos tipos no son para una chica como yo porque acabo aburriéndolos. Fue solo un amor de vacaciones, pero supongo que me enamoré más de lo que creía estarlo.

–No sé si creerte –replicó su hermana–. Es muy raro que acabes de contármelo cuando llevamos aquí… ¿cuánto? ¿Una hora? Qué coincidencia.

–No pensaba contártelo, pero he tenido que hacerlo cuando me has dicho que papá y mamá querían invitar a Robert y a sus padres. Sé que he salido con verdaderas calamidades, pero estaba convencida de que ese tipo podía ser el adecuado y acabé saliendo herida. Necesito un tiempo para lamerme las heridas.

–¿Y dónde está ahora el hombre misterioso?

Su voz seguía sonando incrédula.

–De hecho… ahí lo tienes –se le ocurrió.

Acababa de ver a una pareja a la que había dado clases de esquí. Bob y Margaret eran ya mayores, pero querían aprender a esquiar porque a su hija le encantaba. Se iban a jubilar y querían venderlo todo, y un joven llamado Matteo iba a ir a visitarlos allí para cerrar la venta. ¿Y quién si no podía ser aquel joven, candidato perfecto a empresario rompecorazones?

–Se llama Matteo –dijo–. Es aquel que está con esa pareja mayor que ya se va. No sabe que yo estoy aquí. Se imaginará que estoy dando clases. Seguramente ya se ha olvidado por completo de mi existencia.

Miró a su hermana, que a su vez miraba al trío arrugando el entrecejo.

–¿Ese gusano es el tipo que te ha hecho daño?

Rosie murmuró algo que pretendía ser una respuesta afirmativa sin comprometer demasiado. No era mentirosa por naturaleza y se sentía mal por hacerlo, y fue esa distracción lo que no le permitió ver lo que iba a ocurrir. Era tan extraño en su hermana siempre tan elegante, fría y serena ver que se levantaba, que estrellaba las manos en la mesa, que salía zumbando entre las mesas mientras ella se quedaba boquiabierta contemplando algo que no iba a acabar bien…

Tenía que frenar a su hermana antes de que llegara más lejos. De un salto se levantó y salió tras ella.

 

 

Por primera vez Matteo Moretti no estaba mirando el reloj. El final de un acuerdo solía despertarle inquietud, una impaciencia por pasar a lo siguiente. Aún no se había firmado el documento pero se habían dado la mano y, en cuanto pasara el horror de la Navidad, los abogados darían el toque final a una adquisición que significaba mucho para él.

Bob y Margaret Taylor, los clientes más atípicos que había tenido, sonreían complacidos.

–La parcela tiene su valor –dijo Bob en su marcado acento de Yorkshire, palmeándole la espalda–. No te imaginas la de gente que quería echarle el guante, pero tú has sido el primero con el que esta señora y yo hemos sentido que podíamos confiar en que haría lo correcto.

–Me siento muy honrado –respondió con sinceridad.

Llevaba tres días en aquel complejo de ensueño cortejando a Bob y a su esposa, un enfoque diferente para un acuerdo diferente.

A su alrededor, la alegría de la Navidad le ponía de los nervios, recordándole que ya era hora de que hiciera lo que siempre hacía por aquellas fechas: escapar a su villa a las afueras de Venecia, tan solo a un par de horas de allí.

Trabajaba en Londres y tenía un ático allí, pero su villa de piedra amarilla en Italia era su refugio, el único lugar en el que se sentía completamente en paz. Cada año huía de los villancicos, de los Papá Noel ridículos con sus campanas a la puerta de los supermercados y las aglomeraciones frenéticas en busca de regalos, papel de envolver, adornos de Navidad y toda la parafernalia que cada vez llegaba antes.

Pasarse desde dos semanas antes de todo aquello aislado en su maravillosa casa con dos empleados de confianza para limpiar y cocinar le sentaba bien. Dios bendijera la banda ancha e Internet. Le permitía evitar el caos de las fiestas y seguir con detalle cuanto ocurría en sus oficinas repartidas por el globo.

–Un par de firmas y será tuya, muchacho. No podemos estar más felices.

Él, siempre introvertido y distante, sintió algo emocional crecer en su interior porque aquel era el único trato que había hecho con significado personal para él. En su pasado, en particular en su infancia, todo residía en aquel pedazo de tierra que estaba a punto de comprar y de la casa que había en ella. Era un lugar de retiro para niños de acogida, un pequeño refugio lo más parecido a estar en el campo, rodeado de naturaleza, con caballos, lugares tranquilos y secretos a los que ir y en los que simplemente, estar, gallinas a las que alimentar y huevos que recoger. Idílico.

Muchos años atrás, cuando estaba a punto de descarrilar, pasar allí un par de días tuvo un efecto inesperado en él. Le dio algo a lo que poder agarrarse, un ancla en una existencia sin rumbo. Bob y Margaret no estaban a cargo de la residencia entonces, pero de pronto la casa se había puesto a su alcance y… sí, se sentía emocionado.

Mientras estrechaba la mano de Bob, Matteo no estaba preparado para lo que iba a ocurrir a continuación.

Una mujer rubia salió de quién sabe dónde, con un tono de voz tan agudo como si arañase una pizarra con las uñas. Todo el mundo se volvió a mirarlos.

Se quedó sin palabras. Bob y Margaret parecían congelados.

–¿Quién te has creído que eres… Matteo no-sé-qué-más? ¿Cómo te atreves a hacerle eso a mi Rosie? ¡La gente como tú tendría que estar colgada! Y ahora te largarás dejándola destrozada y sin tan siquiera mirar atrás. ¡No tienes moral ninguna! ¡Ya le han hecho daño demasiadas veces!

–¿Me hablas a mí?

–¿A quién si no? ¿Te llamas Matteo?

–Sí, pero me temo que debe haber algún malentendido, porque…

Detrás de la rubia venía otra chica más bajita y regordeta que lo miraba aterrada y avergonzada.

Hubo unos segundos en los que no fue capaz de reaccionar. Ella lo miraba directamente, y tenía los ojos más azules que había visto, una melena de rizos castaños tirando a rubio que enmarcaba un rostro con forma de corazón sofocado de color en las mejillas, una boca de dibujo perfecto y la piel clara, satinada y suave.

Tardó en darse cuenta de que lo llamaba por su nombre y que al mismo tiempo le tiraba de un brazo para que se apartase de los demás.

–Por favor… –le rogó en voz baja, y tiró un poco más para poder decirle al oído–: ¿Podrías seguirme el rollo un momento? Luego te lo explico. Lo siento muchísimo, pero todo lo que tienes que hacer es…

–¿Pero quién demonios eres? –preguntó en voz baja, desconcertado por la suavidad de su cuerpo y el perfume floral de su pelo. Era mucho más bajita que él, y como se empinaba para poder hablarle al oído, notó que tenía unos pechos llenos que casi le rozaban el brazo.

–Rosie. ¡Perdona! ¡Lo siento! Lo siento muchísimo. No tenía ni idea de que mi hermana se iba a ir a por ti como un tornado.

–Esto no es lo que esperaba de ti, hijo. Ya sabes lo tradicional que soy en cuanto a tratar a los demás como quieres que te traten a ti.

Era Bob quien había hablado, con la desilusión clara en la voz.

¿Cómo narices sabía aquella mujer su nombre? Y encima, sin que él tuviera la menor idea de quién era ella. Solo una cosa era segura: que las ramificaciones de lo que estaba ocurriendo empezaban a asomar. Se iba a quedar sin acuerdo.

Bob emitía pequeños ruidos de disconformidad mientras su mujer intentaba ser la voz de la razón. El acuerdo se iba desintegrando por segundos, y él seguía sin tener ni idea de quién era la mujer que imploraba su ayuda. Lo único que se le ocurría era pensar que se trataba de un montaje para sacarle dinero. ¿Una acusación pública de algún tipo? ¿Chantaje? ¿La prensa esperando a la vuelta de la esquina con las cámaras en ristre?

Su ira alcanzó nivel de volcán, pero lo más importante era apartar aquella escena de Bob y su mujer. Ya lidiaría más tarde con las consecuencias. Limitar los daños era esencial, de modo que siguió a la chica de mejillas encendidas.

–Rosie –murmuró con una sonrisa, y ella se sonrojó todavía más. A continuación la hizo volver al grupo, que se había quedado mudo durante su intercambio. Incluso su hermana había enmudecido–. Sabes que ya hemos hablado de esto… –y mirando a Bob y a Margaret con una sonrisa contrita, apretó a la rubia contra su costado–. Se ha pensado que voy a ser uno de esos hombres de una sola noche –movió la cabeza y la besó en la mejilla–. ¿Cómo puedo convencerte, cariño, de que esto no es solo una aventura para mí?

Rosie lo miró. La piel le ardía donde la había rozado con los labios y el contacto de su brazo en la cintura le estaba provocando toda clase de sensaciones.

En el calor del momento, no se había dado cuenta de lo increíblemente guapo que era aquel hombre. Pelo negro como el carbón, piel bronceada y ojos tan oscuros como la noche. Consciente de que tenía la respiración alterada, no podía pensar con claridad.

–Eh…

–Me parece que esto es el comienzo de algo, Bob –dijo Matteo con suavidad–, y lo habría mencionado, pero tenía miedo de gafarlo.

–Qué romántico –exclamó Margaret.

Matteo apretó la cintura de Rosie y la acercó aún más.

Su mano estaba tan cerca de su pecho que Rosie sintió que los pezones se le endurecían. No tenía intención de mirar a su hermana, pero sentía que Candice los miraba fijamente, y solo Dios podía saber lo que se le estaba pasando por la cabeza. Era muy astuta, pero había que reconocer que aquel desconocido que se había visto arrastrado a una charada improvisada estaba haciendo un buen trabajo.

–Deberían irse ya a descansar –dijo Matteo. Su objetivo primordial era interponer distancia entre Bob, Margaret y aquella situación inflamable que se estaba desarrollando delante de ellos–. Mañana nos espera un día largo.

–Se lleva un buen hombre, señorita –sonrió Bob, estrechando la mano de Rosie–. Me alegro de que todo haya quedado aclarado, muchacho. ¡Un malentendido puede salirse fuera de control con suma facilidad! Me alegro de comprobar que eres un hombre de familia. Una buena mujer es siempre el pilar de todo buen hombre.

Y abrazó a su mujer con una sonrisa.

–Eso dicen –contestó Matteo, al mismo tiempo que mentalmente se despedía de su villa veneciana, que le estaba esperando para la noche siguiente. Al parecer no iba a ocurrir.

–Espero que tengamos la posibilidad de pasar algún tiempo con los dos antes de que nos volvamos a Yorkshire. La familia lo es todo, y no me importaría alzar la copa unas cuantas veces para brindar por vuestro joven amor.

Matteo asintió y con una media sonrisa besó el pelo de Rosie antes de acompañarlos hasta la puerta de cristal con la rubia aún pegada a su costado. Se acercaba el momento de las preguntas.

 

 

Rosie presenció la facilidad con la que Matteo se deshacía de su hermana. Era la quintaesencia del encanto, aunque la mano que sentía en la cintura parecía hacerle una amenaza que se traducía en estremecimientos que subían y bajaban por su espina dorsal. Y no podía culparle de ello. En silencio vio cómo se deshacía una a una de las dudas de Candice y cómo lograba que su hermana expresara el alivio que sentía al comprobar que todo volvía a la normalidad, que se disculpara por el numerito que había montado y que acabase culpándola a ella entre risas de haberle dado una impresión equivocada. ¿Quién se iba a imaginar que su hermana, la reina de hielo, iba a dejarse llevar por una vena dramática como aquella?

Cuando hubo despachado a Candice, Matteo bajó el brazo, dio un paso atrás y la miró con suma frialdad.

–Bien –dijo–, busquemos un sitio privado y tranquilo donde tener tú y yo una charla.

Rosie se acobardó. Aquel hombre era sexy, peligroso… y, a juzgar por su expresión, había encontrado su presa.

–Lo siento muchísimo. Sé… me imagino lo que te ha debido parecer todo esto… –balbució, vagamente consciente de que, mientras hablaba, él la conducía lejos del abarrotado vestíbulo.

–Sí, ya. Ahora.

–¿Dónde vamos? –preguntó, mirando hacia atrás.

–A un sitio privado –contestó con una voz tan suave como la seda y tan cortante como una cuchilla–. Donde podamos charlar tranquilamente.

–Si ya me he disculpado –adujo, pero se encontró obedeciendo su orden. Aquel hombre emanaba un poder irresistible que la hacía temblar con una mezcla de aprensión, temor y una especie de excitación que emanaba de un lugar que no terminaba de identificar.

No había dicho una palabra y parecía no darse cuenta de que la gente que había a su alrededor se hacía a un lado para dejarlo pasar como si se hallaran en presencia de la realeza.

Era extraordinario.

Llegaron a una puerta que él abrió y se hizo a un lado para dejarla pasar.

Nunca había estado en aquella especie de santuario, a pesar de que llevaba yendo a aquel hotel desde que tenía uso de memoria, antes de que se compraran el chalé que quedaba un poco más arriba, en la falda de la montaña.