La reinvención de la naturaleza en Patagonia-Aysén - Andrés Núñez González - E-Book

La reinvención de la naturaleza en Patagonia-Aysén E-Book

Andrés Núñez González

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Este libro aborda la representación actual de Patagonia como "reserva de vida" y su relación con la nueva racionalidad verde o conservacionista en el marco del capitalismo tardío.

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La elaboración y organización de este libro se desarrolla en el marco de los PROYECTOS FONDECYT (ANID) Nº1210944; N°1190855 y N°1191865.© LOM ediciones Primera edición en Chile, enero 2023 Impreso en 1.000 ejemplares ISBN Impreso: 9789560016713 ISBN Digital: 9789560017161 motivo de portada: Thomas Cole - The Garden of Eden <https://es.m.wikipedia.org/wiki/Archivo:Thomas_Cole_The_Garden_of_Eden_Amon_Carter_Museum.jpg>. Todas las publicaciones del área de Ciencias Sociales y Humanas de LOM ediciones han sido sometidas a referato externo. Edición, diseño y diagramación LOM ediciones. Concha y Toro 23, Santiago Teléfono: (56–2) 2860 6800 [email protected] | www.lom.cl Diseño de Colección Estudio Navaja Tipografía: Karmina Registro N°: 201.023 Impreso en los talleres de gráfica LOM Miguel de Atero 2888, Quinta Normal Santiago de Chile

No hay salida del territorio, es decir, desterritorialización,sin que al mismo tiempo se dé un esfuerzo para reterritorializarseen otro lugar, en otra cosa.

Gilles Deleuze

Índice

IntroducciónI Imágenes patagónicas: el deseo de amar lo verdeRedes sociales, deseo verde y mercancía-espectáculo: la producción del paisaje edénico y la reserva de vida en Patagonia-Aysén¿Observamos imágenes o ellas nos observan?El paisaje de Patagonia-Aysén en las redes y la configuración del deseo de amar lo «verde»Aysén, caminos, naturaleza: ensamblajes técnico-ambientales en la Patagonia chilena durantela construcción de la Carretera Austral¿Quiénes imaginan los imaginarios digitales de Patagonia? Una reflexión en torno a la construcción de imaginarios geográficos a través de medios espaciales digitalesII Discursos, representaciones, enunciaciones patagónicasNaturalezas en disputa: de naturalismo, conservacionismo y otros habitaresen Patagonia-AysénDiscursos contemporáneos sobre la Patagonia.Hidroaysén y sus enunciacionesLa colonización de Bajo Palena (1889-1900): imaginarios geográficos y producción socialde la naturalezaIIIEl habitar y significado(s) de estar en PatagoniaCuando la nación queda lejos: fronteras cotidianas en el paso Lago Verde (Aysén-Chile) - Aldea Las Pampas (Chubut-Argentina)Geografía del hogar: corporalidad, tradición y significado(s) de estar en PatagoniaReferencias bibliográficas

Introducción

I

Patagonia está de moda. En la actualidad en muchas partes del mundo hablan de Patagonia, esta suerte de «fin de mundo» que parece estar en el centro de las imágenes que, agrupadas en el porvenir, prometen la redención ante tanta calamidad humana. Se admira algo, algo que debe ser profundo y que se denomina «naturaleza», y desde allí se proyecta a Patagonia como una plataforma de salvación precisamente por esa suerte de declive «humano». De hecho, a Patagonia, en específico a Aysén, se le reconoce como una «reserva de vida», una metáfora que no es solo estética o ética, sino también política.

En este marco, Patagonia vendría a representar entonces la racionalidad ante la irracionalidad del desastre que han llevado a cabo los humanos en los últimos siglos, con todo un impacto ambiental ya muy evidente y visible. En efecto, porque ser racional en la actualidad sería conservar aquello llamado naturaleza, y desde allí, por cierto, no destruirla. ¿Cómo un ser humano medianamente racional podría pensar en acabar con la naturaleza, el bosque, los humedales o impactar en los cuerpos de agua que prístinos aún corren hacia el mar?

Hay en aquella perspectiva una lectura paradójica, porque durante todos los siglos XIX y XX fue precisamente lo contrario: ser racional era quemar el bosque, destruirlo, porque obstaculizaba el progreso y la modernidad. Naturaleza era algo distinto; de hecho, era sinónimo de obstáculo, de irrracionalidad y, por cierto, un objeto o materialidad al servicio humano. Entonces, la representación de la naturaleza, o lo que comprendemos como «naturaleza», se ha ensamblado tanto con lo irracional como con lo racional. Quemar o conservar han jugado roles distintos en relación a la «naturaleza», dependiendo de la matriz de conocimiento desde donde se interprete o lea. No faltarán quienes dirán: «Pero si a eso se le llama progreso» o «ahora sí que es racional, porque antes era irracional. ¿De qué manera podría llamarse a seres que queman los bosques?».

Nos parece que en general quienes se expresan de este modo poseen todavía un apego importante a una comprensión lineal del tiempo, aquella producción ilustrada de los siglos XVII/XVIII de encaminar todo hacia adelante, hacia un futuro de esperanza. Esta «esperanza» siempre ha sido lo mismo: un mecanismo identitario que obliga a suprimir las diferencias o mundos distintos (multiplicidad) por la necesidad de homogeneizar o universalizar el porvenir (Deleuze y Guattari, 2004). Entonces, a ese mecanismo identitario, útil a la representación, se le ha llamado de diversas formas: Progreso, Modernidad, Desarrollo o, para el caso nuestro, Naturaleza.

En el fondo, aquella esperanza es un tipo de encuadre del discurso, un registro de lo que se representa, de modo que refleje orden, homogeneidad o, precisamente, «racionalidad». Así, la «racionalidad» siempre será la fuerza que articula la hegemonía de la representación, de modo que todo «lo racional» mediatizará y subordinará a su identidad una serie de geografías menores que pueden ser «expulsadas» precisamente por su condición de «irracionalidad». Así, por lo tanto, cuidar el bosque se encuadrará en lo racional y quemar el bosque en lo irracional, a pesar de que hasta no hace tantos años era precisamente a la inversa. De hecho, uno de los antiguos colonos, aquellos a los que se les llamaban patriotas o héroes, nos comentó alguna vez que en general ellos han terminado siendo muy mal vistos ahora, porque no encajan en la «racionalidad» de cuidar el bosque. Sus prácticas eran y son otras.

En Patagonia, por tanto, conservar será aquella identidad máxima, trascendente, es decir, «la» racionalidad, y, por lo mismo, aquella plataforma que expulsa a quienes miren al bosque con malos ojos. Interpretada así, la racionalidad siempre será un tipo de dictadura o, como diría Humberto Maturana, un «argumento para obligar». ¿Cómo uno le explica la nueva captura del bosque al colono, a ese héroe-colono, cuyo llamado patriota era quemar el bosque para «hacer patria»? No hace muchos años, uno de ellos, una persona mayor a quien encontramos en el fiordo Mitchell, nos dijo:

Tenía 1.250 hectáreas allá abajo en el río Pascua. Mis tierras no valían mucho, porque estaban llenas de bosque, lagunas, cascadas, hielo. Yo solo podía tener unas pocas vacas, así que lo vendí muy bien, porque no me servían de mucho

Estas palabras, como resulta obvio, nos impactaron mucho, porque por alguna razón su porvenir no encajaba con la nueva imagen identitaria (o «la» racionalidad). ¿De qué podía servir un campo cubierto de bosque, de lagunas y de hielo o glaciares?

Desde nuestro punto de vista, lo que aquí está en juego es lo que representa esta nueva racionalidad verde o conservacionista o, expresado de otro modo, lo que invisibiliza desde su omnipresencia. Estimamos que este paso de «tierra de pioneros» a «reserva de vida» esconde demasiadas diferencias (es decir, todo aquello que se aleja de la subordinación de la identidad dominante, para el caso del bosque como objeto sagrado) como para no hacernos algunas preguntas e intentar que otros u otras también se las hagan.

Patagonia esta de moda, porque en el fondo todos aman a Patagonia, todos aman lo verde y el bosque sirve para hacer encajar esos deseos desde la producción de esta nueva naturaleza. Y es nueva, porque siendo el bosque el mismo que antes quemaban, es el orden o el encuadre identitario el distinto. Esta naturaleza parece verdadera; la otra, una barbarie o una irracionalidad. Así, la reterritorialización de Patagonia como una reserva de vida y paisaje prístino implica una desterritorialización que le antecede; los valores que definían y veían en la naturaleza y el bosque un estorbo pierden sentido y otros comienzan a revalorizarse. Y en ello hay fuerzas que parecen pasar inadvertidas, como por ejemplo la articulación que hace el capital respecto de «lo verde»: «Una determinada subjetividad capitalista, en este caso de carácter ambiental/ecológica/sustentable, debe su existencia y depende directamente de agenciamientos colectivos de enunciación que la produzcan o no» (Guattari & Rolnik, 2006).

II

Desde nuestra perspectiva, lo que acá está en juego es una nueva colonización que es tan cultural como corporal. Además, es moral. A diferencia del mandato moral del colono pionero, cuya identidad se producía por disposición de la colonización estatal de civilizar las periferias para la nación, en la actualidad no solo irrumpe en escena un nuevo sujeto, sino «el fin del mundo» deviene centro de nuevos intereses. Aquel sujeto es sujeto ambiental, cuya identidad, por cierto, parece opuesta al sujeto fronterizo. Este, en general más pobre y nómade, seguía los patrones encomendados por el colonizador estatal: despejar los campos, quemar el bosque y dominar la naturaleza salvaje. Por cierto, sacar del «fin del mundo» al «fin del mundo» (como era comprendido Aysén). Algo parecido se hizo, discursivamente hablando, cuando se ocupó la Araucanía hacia la década de los ochenta en el siglo XIX: ocupar y civilizar a una naturaleza salvaje cuya identidad además era doble, porque esa naturaleza era también indígena. Así, por ejemplo, se organizó la identidad de una Suiza chilena, con el fin de blanquear y europeizar los paisajes sureños, antes y en paralelo definidos como oscuros y desordenados, para homologarlos con la «barbarie» indígena.

Como sea, aquel sujeto fronterizo se produjo desde una serie de ensamblajes o acoplamientos, materiales y simbólicos, que en la actualidad en Aysén, y con notoria visibilidad, van camino a los museos: pilcheros, hachas, vacas, sudor, corderos, fuego, patria o «ganarle al monte». Este tipo de humano encarnó muy bien el designio del colonizador estatal, tanto que, como ya expresamos, se le catalogó como «héroe» o «patriota».

Sin embargo, en el marco de una crisis ambiental de enormes proporciones, las identidades se movilizan adquiriendo nuevas capturas, nuevas «racionalidades», nuevos socius o renovados territorios, todas formas para reconocer nuevas colonizaciones culturales o actualizaciones en las producciones de nuevas subjetividades. Un nuevo humano surge de esta renovada matriz de conocimiento: el sujeto ambiental. Este nuevo tipo de humano articulará de mejor manera con las renovadas relaciones fronterizas que adquieren estas australes tierras, valoradas ahora desde una posición que antes era el elemento a reprimir: el «fin del mundo».

Patagonia se consolida una vez más como frontera, pero ahora lo hace en clave global y eso implicará fabricar o construir nuevos cuerpos, cuerpos que se ensamblen con nuevas materialidades: pumas, bosque, fauna, flora, huemules, fiordos, reservas o parques. Estas nuevas materialidades, como antes lo fue el destronque o el roce para los sujetos fronterizos, serán nuevos agentes (geo)políticos que coproducirán a ese nuevo sujeto ambiental. Ahora bien, como la renovada frontera es a nivel planetario, el nuevo sujeto ambiental también se autoproyectará como «colono» o «pionero», pero desde esa dimensión mundial, y su cuerpo fijará las relaciones sociales de otro modo, con nuevas normalizaciones que se expresen desde experiencias y habitares exclusivos, pero cuyo trayecto sea consecuente con los designios de un también nuevo discurso: la reserva de vida para el mundo.

Nace así una nueva naturaleza: verde, intensa, irracional, madre, depuradora, viva.

Esta no es la primera naturaleza que se produce ni tampoco la última, pero nos recuerda en cierto modo a la fabricada en el siglo XVIII, cuando la mirada binaria alcanzó una madurez tal que cimentó el modo de comprensión de los siglos siguientes. Por aquella época, la naturaleza se construyó desde una identidad que dejase claros dos polos de valorización (origen por lo demás de la racionalidad idealista inaugurada por Platón, seguida por Descartes y Hegel, entre otros): Naturaleza por un lado y Cultura por otro. Cultura representó al hombre, y Naturaleza a la mujer. Por lo mismo, cultura fue lo racional, el orden, la identidad, la modernidad, algo vivo, y naturaleza fue su opuesto: irracionalidad, desorden, algo para ser, que podía ser, usado y explotado (de hecho, se reconoció como naturaleza muerta). Esto fue (¿es?) la modernidad: la explotación de una relación de fuerza sobre otra, un hombre que representando racionalidad podía –y cómo pudo ¿eh?– explotar la naturaleza. En otras palabras, una naturaleza, cuyo rostro femenino quedó al servicio del hombre.

Entonces, preguntamos nuevamente, tal vez haciéndonos eco de algunas voces, si eso fue así, ¿ahora sería distinto y por fin existiría conciencia del cuidado que requiere la naturaleza? Y, sin embargo, nuestra respuesta seguirá siendo tan crítica como compleja. No, en efecto, creemos que los cimientos de dominio binario de un tipo de humano que controla la naturaleza –o lo que define de ella– no se han esfumado ni en lo más mínimo, aun cuando su nuevo rostro nos diga «reserva de vida»1.

Claro, porque uno podría preguntarse si en Patagonia, desde la reserva de vida que representa, ¿estamos en presencia de un proyecto que permitiría superar el binarismo cultura-naturaleza? ¿Es tal panorama la proyección o materialización de una conexión interespecie donde lo humano es un elemento más entre diversas materialidades del mundo, como el bosque por ejemplo? A simple vista, muchos coincidirán que efectivamente estamos ante un programa que marca la pauta de una nueva relación del «hombre» con la naturaleza. Recuerden que conservar la llamada naturaleza representa la nueva racionalidad y el nuevo orden identitario, y ese deseo es el productor de la nueva fuerza dominante: amar lo verde.

Sin embargo, surgen numerosas y renovadas aristas que nos hacen avanzar en nuevas preguntas y conjeturas a partir de una de las tesis que cruzan este libro: toda la arquitectura geográfica desplegada en Patagonia desde prácticas y discursos conservacionistas hegemónicos en pos de «cuidar la naturaleza», no haría sino ratificar la clásica relación de una humanidad (cultura) que organiza lo no humano (naturaleza) como recurso y bien de consumo. Tal arquitectura geográfica acentuaría desigualdades territoriales y generaría numerosos impactos locales y globales. En el fondo, este en principio «nuevo» vínculo cultura-naturaleza en Patagonia no saldría del prisma antropocéntrico que ha venido dominando por siglos esa relación; es más, la agudizaría. Lo humano, por tanto, no se plantea como una ontología más entre otras, como serían los mismos bosques, los ríos, los caminos, las rocas, las ovejas, etc., sino nuevamente desde su posición de dominio, solo que ahora es un territorio que deviene exclusividad y solo para un tipo de humano (el sujeto ambiental, ya que el sujeto fronterizo es o llevado a los museos o es arrinconado por sus ya absurdas prácticas ganaderas). En este, como han planteado Haraway, Latour, Ingold o los propios Deleuze y Guattari, lo humano se sigue reconociendo como productor y no como resultado de una cadena de ensamblajes planos donde «lo humano» sería solo un elemento más entre tantos otros, es decir, no jerárquico.

III

Patagonia está de moda. Sí, ya lo hemos dicho, pero deseamos insistir en ello, básicamente porque es una imagen que no es fácil de cuestionar. Está tan arraigada que los colonizadores culturales muchas veces activan sus inquisidoras voces para moralizar la mirada de todo lo que no huela a «verde». Como sea es una imagen cara. Solo un ejemplo, no es el único, hay varios y son cada vez más abundantes: Melimoyu Lodge, ubicado en una de las terrazas del Río Palena, en la Región de Aysén, anuncia en su web que 1 habitación doble, bajo el sistema all inclusive, vale por 3 días CL 3.277.311 (desde el 15/07/2022 al 18/07/2022), es decir, alrededor de US$ 4.0002.

Este dato no es una información menor. Desde nuestro punto de vista, por un lado, porque precisamente esto confirma que el paso de Patagonia como frontera nacional a frontera global es un buen negocio. Por otro lado, porque denota algo antes invisibilizado: capitalismo y conservación no son dos polos opuestos, sino más bien una nueva alianza en una nueva forma de mercantilizar y comprender la naturaleza. Como ha expresado el geógrafo norteamericano Jason Moore (2020): la naturaleza deja de ser barata y se torna cara. Ya no solo hay una colonización del espacio por parte del capital, como lo fue desde el siglo XVI con «la apropiación de las capacidades biológicas y las distribuciones geológicas de la tierra», sino que hay en lo sustancial una colonización del tiempo y de las subjetividades. Esto parece ser lo sustancial en la actualidad.

Así, desde la perspectiva de la configuración de una «naturaleza cara», el nuevo paisaje patagónico supondrá la captura y producción de numerosas exclusividades que son a la vez exclusiones sociales y desigualdades territoriales. Los ex colonos son puestos en los museos o quedan como empleados en lo que fueron sus propias tierras.

El capitalismo y la producción de un paisaje edénico para Patagonia son, en el fondo, engranajes de una misma historia. En efecto, y esta es la cuestión de fondo, ¿es capaz el capitalismo de seguir destruyendo «la naturaleza» sin al mismo tiempo producir una nueva naturaleza que le permita reproducir los procesos de acumulación que se ven cuestionados por la crisis ambiental y la explotación excesiva de la antigua naturaleza? Así es como nace la «naturaleza cara», y Patagonia, como otras periferias globales, se transforma, precisamente, en una gran posibilidad de capitalización:

Porque es imposible entender el capitalismo como un sistema cerrado; la acumulación sin fin del capital implica la internalización sin fin de la naturaleza. El capitalismo se define por el movimiento de frontera… ¿se enfrenta hoy el capitalismo al final de la naturaleza barata? (Moore, 2020: 346).

Esta reinvención de la naturaleza y sus vínculos de acumulación y despojo es, por lo mismo, lo que hemos llamado en otros escritos «ecoextractivismo», es decir, la reconfiguración de la comprensión de la naturaleza en Patagonia cuyo valor, siendo extractivo a nivel material (hay acumulación de propiedad y «expulsión» de la población originaria), también lo es a nivel simbólico en tanto es también la conquista de los procesos de subjetivación (Núñez et al., 2019a; 2019b; Aliste et al., 2018).

En efecto, el proceso de control territorial de Patagonia comienza, antes que todo, desde los trabajos de subjetivación que son indispensables para fijar nuevos imaginarios geográficos así como una nueva geografía cultural para esas australes tierras:

La producción de subjetividad se encuentra… en un trabajo de formación previa de las fuerzas productivas y de las fuerzas de consumo, sin un trabajo sobre todos los medios de semiotización económica, comercial, industrial, las realidades sociales locales no podrían ser controladas (Guattari, 2013: 31).

Así, conceptos que antes (todo el siglo XX) reflejaban el elemento a reprimir, hoy son el centro del deseo: «fin de mundo», «virginidad» o «tierras salvajes». Desde la lógica de nuestra formulación, tales «capturas» sociales o nuevas codificaciones reflejarían procesos de control territorial no evidenciados. De esta suerte, una tarea clave en el marco de una renovada colonización cultural será articular a Patagonia bajo los parámetros de un nuevo sujeto que se diferencie de los otros sujetos que, «menos conscientes», explotarían la naturaleza de manera indiscriminada. Es decir, un tipo de humano cuyas nuevas características lo harían sensible a los aspectos de la administración de la naturaleza. Esta nueva subjetivación es, desde nuestra perspectiva, esencial para comprender nuevas alianzas o asociaciones en la producción territorial de Patagonia. A modo de ejemplo, uno de los componentes y ensamblajes que las maquinarias socioterritoriales están desenvolviendo en pos de articular una «nueva» naturaleza en Patagonia es instalar a Patagonia en el fin del mundo como una de las claves para canalizar la racionalidad necesaria e indispensable en la puesta en escena de la identidad conservacionista. Como identidad que todo lo subordina, estamos entonces ante la producción de un nuevo territorio: el territorio del edén, el territorio de lo exclusivo y de lo escaso en la tierra, esto es, una naturaleza única por la que, finalmente, habrá que pagar bastante a fin de contemplarla, particularmente si la Tierra está en riesgo. La conservación se transforma en una suerte de seguro de vida al que pocos podrán acceder.

Los administradores de estas nuevas tierras que administran nuevas naturalezas comienzan a visibilizarse: el conglomerado económico Explora, cuyos hoteles 5 estrellas son característicos de lugares emblemáticos en el ámbito del mercado turístico, acaba de adjudicarse la concesión de una parte del Parque Patagonia. No tenemos duda de que su sello será parte de una nueva geografía patagónica cuyo centro es y será una nueva naturaleza, evidentemente nada barata.

Creemos que vale la pena reflexionar en torno a las palabras del antiguo colono con que nos tocó conversar un día de invierno hace ya algunos años: Mis tierras no valían mucho, porque estaban llenas de bosque, lagunas, cascadas, hielo. Este colono murió hace un par de años, y cuando conversamos con él ya había gastado parte importante de la venta de su campo en una parcela en las afueras de Cochrane de no más de 2 hectáreas y vivía de modo muy precario. Las tierras que él vendió y que «no valían mucho» eran 1.250 hectáreas y no solo estaban plagadas de bosque, lagunas, lagos y hielo, sino que durante toda su vida como colono solo pudo limpiar unas 100 hectáreas. Él estimó que «vendió muy bien las tierras al señor del fundo Las Margaritas», porque le pagaron 250 millones «por tierras que no valían nada».

En este contexto, nos preguntamos ¿qué lugar ocupan los espacios de las memorias locales cuando son proyectados desde una escala nacional o global? ¿Qué trayectorias espacio-temporales contiene el horizonte de comprensión de los habitantes de áreas llamadas marginales o fronterizas? En Patagonia-Aysén hoy está de moda «lo verde». Ser sustentable copa el sentido de ese austral territorio. Proteger y cuidar el bosque cubre el imaginario geográfico de lo que parece ser un nuevo mundo, una renovada «vocación», una reserva de vida que marca el horizonte de comprensión de los antiguos y nuevos habitantes. Así, se van desdibujando memorias geográficas que suponían otras experiencias, otros significados del espacio, otros arraigos. Las nuevas imágenes geográficas enverdecidas producen finalmente la subordinación valórica de otros lenguajes, de las diferencias que aquella identidad verde que, en su rol monopólico, despoja esas memorias al olvido... o al museo.

IV

Esta propuesta está constituida por nueve capítulos agrupados en tres ejes. El primer eje denominado «Imágenes patagónicas: el deseo de amar lo verde», busca posicionar a las imágenes que han representado y representan el paisaje de la Patagonia en Chile. A través de diversas materialidades estas instauran el deseo de amar lo verde de dicho territorio, articulando el engranaje social para que el flujo social se detenga en esa visión. Estas instalan «formas de ver» que se vuelven, en cierto modo, dictatoriales, indiscutibles, universales.

El primer capítulo corresponde a una versión de un artículo publicado en la revista de historia, geografía y cultura andina Diálogo Andino, realizado por los editores de este libro, Andrés Núñez, Enrique Aliste y Ayleen Martínez-Wong. Titulado «Redes sociales, deseo verde y mercancía-espectáculo: La producción del paisaje edénico y la reserva de vida en Patagonia-Aysén», este capítulo busca posicionar a las redes sociales como agencias claves que permiten y colaboran a establecer el espectáculo de la imagen-red que representa al territorio de Patagonia-Aysén. El discurso turístico y conservacionista, mediante la articulación palabra-imagen, proyecta y consolida un territorio considerado como uno de los últimos refugios naturales frente al colapso planetario, ya que sería poseedor de una naturaleza única, virgen, sublime, deliciosa, prístina, inexplorada, entre otras metaforizaciones o codificaciones del paisaje que hacen referencia a la idea edénica.

En una línea similar se instala el trabajo de Ayleen Martínez-Wong, Andrés Núñez y Enrique Aliste, «¿Observamos imágenes o ellas nos observan? El paisaje de Patagonia-Aysén en las redes y la configuración del deseo de amar "lo verde"». Los autores y editores de este capítulo plantean que la actual imagen-texto que representa al paisaje de Patagonia-Aysén en las redes sociales digitales es el resultado de una articulación histórica del juego de poder que materializa el deseo a través de diversas representaciones. La Patagonia ha sido, desde sus primeros registros en relatos y diarios de viaje de exploración científica, representada como un territorio moldeable a través del imaginario europeo. Imágenes e ideas relacionadas con fin del mundo, paisaje prístino, sublime, tierra virgen, entre otras metaforizaciones del paisaje, han ido instalando y configurando históricamente el deseo por estas lejanas tierras.

Por su lado, el texto de Santiago Urrutia «Aysén, caminos, naturaleza: ensamblajes técnico-ambientales en la Patagonia chilena durante la construcción de la Carretera Austral», busca reflexionar en torno a la producción de la naturaleza de Patagonia Aysén desde el punto de vista de los ensamblajes técnico-ambientales que la conforman. En particular, se estudia la relación tejida entre la Carretera Austral y su entorno durante la construcción del camino. De este modo, el autor pretende aportar herramientas empíricas que permitan pensar tanto el proceso de invención de la naturaleza como la construcción del camino austral desde un punto de vista relacional.

Finalmente, en «¿Quiénes imaginan los imaginarios digitales de Patagonia? Una reflexión en torno a la construcción de imaginarios geográficos a través de medios espaciales digitales», Juan Pablo Astaburuaga busca abordar las conceptualizaciones surgidas desde la ciencia de la Información Geográfica Crítica, acerca de la construcción social de imaginarios geográficos a través de medios espaciales para explorar las narrativas digitales de Patagonia. A partir de la noción de espacio híbrido o ciberespacio como un lugar que integra y moviliza experiencias en el espacio material y digital, el escrito se enfoca en el rol del sujeto en red como un agente que define reglas para la valoración y circulación de imaginarios.

El segundo eje, titulado «Discursos, representaciones, enunciaciones patagónicas» se compone de tres capítulos. En el primer texto de este apartado, titulado «Naturalezas en disputa: de naturalismo, conservacionismo y otros habitares en Patagonia-Aysén», Catalina Amigo y Andrés Núñez abordan la problemática de las diversas nociones de naturalezas que coexisten en el territorio de Patagonia-Aysén. Estas naturalezas entran en negociación y conflicto en la medida que implican formas distintas de comprender la relación con el medio ambiente, y entre seres humanos y no-humanos. Las principales nociones de naturalezas que se abordan son el naturalismo, como base para entender las lógicas del capitalismo extractivista; el conservacionismo, que si bien se origina de la lógica naturalista tiene sus características propias y nos permite observar cómo opera el ‘capitalismo verde’ en la región; y los habitares, que corresponden a formas particulares de concebir la relación ser humano-medioambiente de los habitantes de tres localidades de Aysén: Cerro Castillo, Puyuhuapi y Puerto Río Tranquilo.

En «Discursos contemporáneos sobre la Patagonia. Hidroaysén y sus enunciaciones», Juan Carlos Rodríguez y Claudio Broitman presentan a la Patagonia como un territorio imaginado desde múltiples discursos que han servido para enhebrar argumentos que establecen posiciones, oposiciones y construyen imaginarios geográficos. Los autores plantean a Hidroaysén como el proyecto energético más emblemático del modelo neoliberal chileno, que presentó una fuerte campaña caracterizada por eslóganes que iban en contra de su construcción, tales como «La Patagonia no», «Patagonia sin represas» y «Patagonia reserva de vida».

El tercer texto titulado «La colonización de Bajo Palena (1889–1900): imaginarios geográficos y producción social de la naturaleza», escrito por Alejandro Marín, busca dar cuenta de cómo los procesos de colonización estatal en el litoral de la Región de Aysén no solo se han caracterizado por ser infructuosos, también han sido sumamente importantes a la hora de estudiar los factores o elementos que han incidido en los orígenes de estas iniciativas y sus abatimientos. En base a estas ideas, el autor busca analizar la colonización de Bajo Palena (1889-1900) a partir de los imaginarios geográficos que se fueron forjando tanto por el Estado como por los colonos.

En el tercer eje, al que hemos llamado «El habitar y significado(s) de estar en Patagonia», presentamos dos capítulos. En el texto de Andrés Núñez, Brígida Baeza y Matthew Benwell, «Cuando la nación queda lejos: fronteras cotidianas en el paso Lago Verde (Aysén-Chile) - Aldea Las Pampas (Chubut–Argentina)», se busca reflexionar en torno a los procesos de colonialidad con que la nación va fijando el sentido de los espacios fronterizos y cómo, en forma paralela y en diálogo a esa narración de escala nacional se desenvuelve un mundo cotidiano que muchas veces queda lejos de lo que es proyectado por la nación para esas particulares zonas. A través del caso de la zona fronteriza de Lago Verde-Las Pampas (Chile-Argentina) y de la presencia de una familia que ocupa desde «antes de la nación» toda el área fronteriza, los autores ponen en consideración «el despliegue de la experiencia del habitar». Este texto es una versión de un artículo publicado en la Revista de Geografía Norte Grande.

Finalmente Felipe Elgueta, en «Geografía del Hogar: corporalidad, tradición y significado(s) de estar en Patagonia», plantea que, en el contexto de colonización, la Patagonia está sujeta a un proceso de producción de imagen nacional que la revalorizó bajo el paradigma de ‘nacionalismo paisajístico’. En tal marco, el habitar de quienes moran en la Patagonia ha sido desplazado fuera del discurso estatal, generando una contradicción en el planteamiento de la Patagonia como un medio tecnócrata y político que se superpone sobre el despliegue cotidiano de sus habitantes.

1 Para el caso, estamos conscientes de que el concepto «reserva de vida» surge de las comunidades locales; sin embargo, a nosotros nos interesan las capturas simbólicas que se hacen de dicho concepto; en otras palabras, lo que termina por proyectar y que, desde nuestro punto de vista, es tan útil como necesario para los intereses de un tipo de capitalismo verde que lucra con y desde esa metáfora.

2 Consultado el 7/12/2021.

IImágenes patagónicas: el deseo de amar lo verde

Las imágenes no nos dicen nada, nos mienten o son oscuras como jeroglíficos mientras uno no se tome la molestia de leerlas; es decir, de analizarlas, descomponerlas, remontarlas, interpretarlas.

Didi Huberman

Redes sociales, deseo verde y mercancía-espectáculo: la producción del paisaje edénico y la reserva de vida en Patagonia-Aysén3

Andrés Núñez4, Enrique Aliste5 y Ayleen Martínez-Wong6

En la actualidad, el territorio de Patagonia-Aysén en Chile es definido a través de las redes sociales, en el marco de un discurso turístico y conservacionista, como uno de los últimos paraísos terrenales para la humanidad. Ideas relacionadas al fin del mundo, paisaje prístino, tierra virgen, reserva de vida, edén y naturaleza indómita, caracterizan algunas de las metaforizaciones del paisaje que hacen alusión a la idea edénica. Desde nuestro punto de vista, la actual imagen relacionada al territorio de Patagonia-Aysén no es un asunto que esté contenido únicamente en su materialidad, ya que surge desde una red de relaciones que se torna más compleja. Por lo pronto, como veremos, su configuración no es un panorama que se articule ajeno a las fuerzas de lo político y el poder. En otras palabras, la reserva de vida de Patagonia-Aysén no posee una conexión predeterminada o «natural», sino que se va conjugando desde flujos que son capturados socialmente para significar un territorio que calce con la necesidad de observar y comprender el «fin de mundo» o «edén».

Proponemos observar el problema desde el rol que juegan las redes sociales en la producción de la imagen actual de Patagonia-Aysén. Pensamos que este discurso se estructura como un espectáculo mediático a través de la circulación y difusión de las imágenes geográficas en las redes digitales. Estas, como antes la cartografía, la literatura o la fotografía, no son un cuerpo objetivo y neutro. En el mundo de hoy, las redes sociales son claves para comprender cómo se producen nuevas imágenes geográficas; desde cierto punto de vista, ellas articulan la estabilidad necesaria para que ese territorio austral presente una metamorfosis hacia lo prístino, lo puro o el retorno a lo salvaje. Patagonia en general, y Patagonia-Aysén en particular, es codificada y reterritorializada como «el fin del mundo», «paraíso terrenal» o «reserva de vida» desde donde es buscada y requerida, es decir necesitada, por nuevos usuarios.

El año 1967 Guy Debord señalaba que «el espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada por imágenes» (Debord, 1999: 38). El presente trabajo instala como elementos centrales a la imagen, la red, el deseo y el espectáculo. El tema nos parece de fondo: las imágenes y el espectáculo, a diferencia de lo que comúnmente se estima y cree, no son un asunto etéreo, fugaz o liviano. Tampoco lo son las necesidades que surgen desde esas nuevas imágenes, ya que, en el fondo, como analizaremos, fabrican nuevos deseos. Por el contrario, nada más sólido que las imágenes, el deseo y el espectáculo. Ellas son una puesta en escena, una escenografía fina y articulada que colabora de modo sustancial a organizar el lenguaje, las palabras, el tiempo y el espacio; es decir, lo visible. Las imágenes nos definen, nos dan sentidos, nos encauzan, nos permiten seguir un camino. El deseo nos lleva a buscar destinos, objetos y anhelos, ya que es lo que sustenta lo social y desde allí fabrica horizontes. El espectáculo, siguiendo a Debord, es el guión a través del cual la «vida social se vuelve mercancía». En consecuencia, será necesario preguntarse ¿no son esas imágenes y el deseo, modos de conquista o dominio de paisajes culturales que más que sueños son realidades de una época, alquimias de poderes que juzgan lo que debemos ser y cómo debemos comportarnos?

En este artículo analizamos la relación entre las redes sociales y los engranajes que desde ellas se producen para fijar nuevas territorializaciones en Patagonia-Aysén, nuevas imágenes geográficas que, para el caso, se vinculan al edén o un nuevo paraíso en la tierra. La reserva de vida, como es llamada la región de Patagonia-Aysén, funciona como una metaforización del paisaje cultural creado por y en el ámbito de un cuerpo social no ajeno a lógicas e intereses tanto políticos como capitalistas.

Las imágenes, el deseo y «las nuevas tierras»

La imagen de reserva de vida de Patagonia-Aysén es sostenida desde múltiples factores y agencias, pero sin duda las redes sociales son vitales. Desde ellas se co-fabrica el paraíso en la tierra y el fin del mundo, una alianza que involucra a las redes sociales, a los usuarios y a la propia materialidad del paisaje, todos actuando como productores de una imagen patagónica singular. A través de tal engranaje se ratifica la visión social y la imagen de «pureza patagónica». Tal nuevo escenario es, por lo mismo, el resultado de una nueva necesidad que es convertida rápidamente en deseo: estar en Patagonia es satisfacer expresiones nuevas, tal vez nunca vistas. A su vez, ante un mundo dañado, agobiado por el calentamiento global, donde la muerte aparece como protagonista de un miedo de alcance mundial, la reserva de vida es una oportunidad para regresar a «la vida».

Lo anterior es visualizado e interpretado por los usuarios como un «descubrimiento». Cada paisaje, cada «nuevo» territorio, desde este punto de vista, vendría a ser una línea de fuga que se reenfoca desde nuevos prismas, con nuevas categorías y renovados horizontes de comprensión (Núñez et al., 2017a). Así pues, las plataformas de los medios sociales pueden entenderse como nuevos escenarios para la co-construcción de valores, donde se negocian y definen imaginarios colectivos sobre la idea de la naturaleza (Calcagni et al., 2019; Alvarado 2016; Ruz et al., 2016; Ruz et al., 2018).

Como ha expresado Deleuze, un paisaje se moviliza en una nueva codificación social siempre que sea primero desterritorializado y desde esa suerte de vacío «deviene creador de una nueva tierra» (Deleuze, 2005a: 81). De allí que el «des-cubrimiento» siempre sea real y tangible, porque efectivamente es una nueva forma de ver y una nueva valorización de la materialidad. Sin embargo, no hay que perder de vista un aspecto crucial: otras valorizaciones territoriales quedan en desuso y son menospreciadas por estos renovados descubridores. Así, por ejemplo, la práctica de cortar árboles para abrir campos para la ganadería o leña por parte de antiguos «descubridores», se transforma en una acción que debe ser reprimida. En una comprensión lineal del tiempo, propia de la modernidad (aunque de raíces cristianas), serán prácticas que quedarán «atrás», siendo las nuevas consideradas «verdaderas». De este modo, la promesa de la «nueva tierra» es que la trayectoria de la imagen, reterritorializada, queda silenciada en su propia condición de imagen: incuestionable, intransable, irrebatible. Antes, durante todo el siglo XX, el bosque era un estorbo, una «mala hierba» y hoy es un «bosque mágico», una promesa de salvación (Núñez et al., 2017b). El propio Deleuze establece que el deseo es antes que todo un acontecimiento, un devenir (Deleuze, 2007: 126). Tal singularidad actúa como una «represa» que corta las fugas o la permanente fluidez y engendra «experiencias de esclavitud» y «colonizaciones culturales» que, por lo mismo, resultan ser «nuevas tierras», y desde este punto de vista poseen un carácter de sumisión a una sola identidad posible (Deleuze, 2006). Aunque la sociedad piense la reserva de vida como definitiva, hay que considerar por tanto que el paisaje nunca estaría acabado, siempre sería un proceso (Ingold, 2011; 2000). Es importante resaltar que las nuevas imágenes edénicas de la Patagonia se movilizan también desde la objetividad que implican esos «bosques mágicos». Es decir, esos árboles, esos ríos, sus montañas, activan la promesa del deseo como constatación y experiencia. Para tal caso, la materialidad funciona como agencia que articula también los modos de comprensión (Latour, 2008), pero esa materialidad por sí sola no nos dice nada si no está circunscrita o en diálogo con una matriz hermenéutica que le da sentido.

Las imágenes, el capital y sus ensamblajes

Esos «descubrimientos» no son ajenos a intereses políticos y de escala económica que actúan como impulsores del cambio y a la vez como receptores de las ganancias, «porque la organización del poder es la manera en la que el deseo está ya de entrada en lo económico y fomenta las formas políticas» (Deleuze, 2005b: 334). Desde un punto de vista, la relación cultura-naturaleza es en el fondo un vínculo capital-naturaleza, donde la naturaleza, por efectos de la crisis ambiental, también es reinterpretada y valorizada como el excedente de un instrumento económico, la cual ya no podría ser explotada de manera indiscriminada (Moore, 2016a; 2016b; Harvey, 2004; 2014; Núñez et al., 2019a; 2019b). En otras palabras, el capital es capaz de invertir los códigos con los cuales se manejaba, y ante un nuevo flujo de intereses verdes o medioambientales, explota las nuevas miradas canalizándolas como negocio. En paralelo, claro está, mantiene otros flujos de neoextractivismo (Svampa, 2019), pero incorpora uno nuevo: el eco-extractivismo, es decir, la conservación de la naturaleza (Núñez et al., 2019a; 2019b). El punto es interesante, porque la naturaleza ya no es «tan barata» para extraerla «a cualquier precio», ahora hay barreras que no dejan que su explotación fluya con total libertad. Por lo mismo, en Patagonia-Aysén, como en otros lugares periféricos del mundo, la naturaleza se vuelve exclusividad y por lo mismo su acceso adquiere valores insospechados. En el Lodge Hacienda Chacabuco, ubicado en el sur de Patagonia-Aysén, según Booking, una plataforma turística de internet, una noche puede llegar a costar 500 dólares, más que el sueldo mínimo de un país como Chile.

Para que tal valor de exclusividad sea visible y se profundice, requiere de mecanismos que tornen el flujo sólido y la recodificación adquiera sentido no solo de un buen negocio, sino que sea indiscutible y cierto para la comunidad que lo observa. En tal contexto, las redes sociales cumplen un rol sustancial. En la práctica, son innumerables las imágenes «patagónicas» que hoy circulan a través de las redes ¿qué busca este exceso de información? Según Rancière, por un lado, las imágenes parecen ahogarnos con su poder sensible, y por el otro, nos anestesian en su desfile indiferente (2008: 69). La información y «las imágenes son formas de inscribir la realidad» (Hollman y Lois, 2015: 31), ya que lejos de ser objetivas o transparentes, implican una intencionalidad política. La forma en la que vemos las cosas a través de las imágenes se encuentra condicionada por las visiones, lo que Didi-Huberman llama los «juegos del deseo y los objetivos políticos de todos los que producen lo visible o hacen uso de las imágenes» (2014: 67).

Las imágenes requieren, por tanto, acoplamientos, ensamblajes. En otras palabras, la actual imagen de reserva de vida relacionada al territorio de Patagonia-Aysén, vendría a ser el resultado de interrelaciones y una captura de flujos de configuraciones pensantes, como designó Foucault al campo de enunciados que modelan los discursos o las épocas(Badiou, 2018), o que se muestran como racionalidad pura, y que poco tiene que ver con una exclusividad del sujeto humano, al menos al modo del antropocentrismo clásico de la modernidad y que sigue perdurando en el cuerpo social actual. De este modo, la certeza de una naturaleza pura ubicada casi con exclusividad en Patagonia-Aysén (o en otras periferias), sería solo la referencia a una «plusvalía del código verde» que se ha anclado o reterritorializado allí: «El acto fundamental de la sociedad es: codificar los flujos y tratar como enemigo lo que, con relación a ella, se presente como un flujo no codificable, porque, una vez más, esto pone en cuestión toda la tierra, todo el cuerpo de esta sociedad» (Deleuze y Guattari, 2004a). Así, las imágenes instaladas en las redes sociales buscarán instaurar el deseo de amar lo verde, de buscarlo, de necesitarlo, y el engranaje social se articulará para que el flujo social se estanque o se detenga en esa visión. Lo paradójico, tal vez allí su virtud, es que las relaciones de fuerza vinculadas al poder, y el propio capitalismo, capturarán tal producción para mostrarlas como creación propia, por lo que frases de importantes conglomerados económicos como «Nos comprometemos con el medio ambiente» o «Estamos en una cruzada para salvar el planeta y estas tierras prístinas de Patagonia» se volverán cada vez más recurrentes, tanto que llegarán a ser lideradas por ellos. Bajo este argumento, la reserva de vida que ensambla la nueva territorialización está lejos de ser una estabilidad universal, es decir, la relación del ser humano con la «nueva naturaleza verde» no sería un fundamento final, algo así como un puerto definitivo, sino más bien un flujo de imágenes que se singulariza al interior de múltiples posibilidades. En otras palabras, la nueva imagen de la naturaleza en Patagonia-Aysén, lo que se sociabiliza de ella, no es más que una intercepción de flujos, «un punto de partida para una producción de flujos y un punto de llegada para una recepción de flujos» que pueden o pudieron ser de distinta naturaleza (Deleuze, 2005b: 19). Una nueva red de relaciones modifica al objeto y al humano, es decir, los nuevos vínculos llevan a que los horizontes sociales giren en un ser-siendo, con lo que el mismo fenómeno puede ser leído de otra forma (Law, 2002: 96-97), tal como pasó en Patagonia-Aysén con el tránsito de una naturaleza inservible e inútil (durante todo el siglo XX) al paraíso edénico actual.

Nos interesa que el lector pueda visualizar que la estética del edén patagónico es una plataforma perfecta para dar solidez a la imagen de reserva de vida y valor al fin del mundo. A su vez, porque el sentido se establece desde la red de relaciones y los ensamblajes humanos y no humanos. Los árboles, los ríos, las montañas, los glaciares de Patagonia-Aysén devienen en pureza, delicia y paraíso (Latour, 2008). En tal contexto, las redes sociales, productoras y receptoras de información, aparecen como cruciales al momento de detener los flujos y fijar la mirada en determinados horizontes. Ellas instalan «formas de ver», significantes que se vuelven, en cierto modo, dictatoriales, indiscutibles, universales. Dicho de otro modo, las redes sociales son agencias claves que permiten y colaboran a establecer las imágenes de la naturaleza.

Dimensiones ideológicas: el paisaje verde como paisaje político

Uno de los aspectos relevantes de este proceso, desde nuestro punto de vista, es que a partir de este acoplamiento de posibilidades se forma una nueva espacialidad que, aunque transitoria, crea un sentido sólido y puede perdurar sin duda un largo periodo. La reserva de vida, para reterritorializarse «verde», requiere mecanismos de producción de esta nueva subjetividad, lo que lleva a que toda la fabricación de sentido no pueda ser un proceso apolítico. Por lo mismo, la nueva imagen requiere la transformación o metamorfosis hacia una mercancía-espectáculo