La sombra del triunfo - Liz Fielding - E-Book
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La sombra del triunfo E-Book

Liz Fielding

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Beschreibung

India Claibourne era inteligente, bella… y además dirigía unos importantes grandes almacenes londinenses. Jordan Farraday era un magnate increíblemente guapo cuya mayor ambición era absorber aquellos grandes almacenes. Quizá Jordan hiciera que se le acelerara el corazón con solo mirarla, pero de ningún modo se iba a rendir ante él. La guerra había comenzado y en ella se iban a descubrir secretos del pasado que pondrían sus vidas patas arriba. Aunque se suponía que solo podía haber un vencedor, quizá esta vez hubiera dos...

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Seitenzahl: 152

Veröffentlichungsjahr: 2015

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Liz Fielding

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

La sombra del triunfo, n.º 1735 - marzo 2015

Título original: The Tycoon’s Takeover

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2002

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6076-6

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

¿A QUIÉN HAN ATRAPADO?

CELEBRITY

 

BODA SECRETA EN SARAMINDA

 

Saraminda, el destino de moda para los que quieren aislarse del mundo, fue escenario de la boda de Flora Claibourne y Bram Farraday Gifford la semana pasada. Las fotografías muestran a la feliz pareja durante la ceremonia que se celebró en el Jardín Botánico.

Este es el segundo enlace Claibourne-Farraday en los dos últimos meses. Los antepasados de ambas familias fundaron los grandes almacenes más famosos de Londres, pero la relación entre ellas se ha visto perjudicada por la rivalidad para conseguir el control de la empresa.

La última generación, sin embargo, parece haber hecho suyo el lema «haz el amor y no la guerra». La hermana menor de Flora, Romana, y el primo de Bram, Niall Farraday Macaulay, se casaron recientemente en Las Vegas.

Confiamos en que se inicie una nueva era de cooperación en Claibourne & Farraday, y deseamos que ambas parejas sean felices.

 

 

LONDON EVENING POST

UNA NUEVA FUSIÓN EN CLAIBOURNE & FARRADAY

 

En Claibourne & Farraday ha surgido un nuevo espíritu de cooperación. La generación actual de las familias fundadoras, famosas por haber roto relaciones, ha retomado el diálogo para decidir el futuro de la empresa de una manera muy personal. Sin embargo, la discreción con la que se han producido los enlaces de los herederos más jóvenes de ambas familias sugiere que en las altas esferas todavía no se ha llegado a ningún acuerdo.

India Claibourne sigue siendo la Directora Ejecutiva y, según mis fuentes, Jordan Farraday está decidido ha ocupar su puesto en el futuro inmediato. Seguiremos los acontecimientos con el mayor interés.

Capítulo 1

 

Has visto esto, JD?

Jordan Farraday alzó la vista. Su secretaria le mostraba una revista, abierta en la sección titulada A quién han atrapado.

–¿Lees Celebrity, Christine? No sabía que te interesaran la vida y los amores de los famosos.

–Estoy deseando verte en ella. ¿Sabías lo de la boda? No has comentado nada.

–Sí –Jordan miró la fotografía en la que su primo le ponía el anillo a Flora Claibourne y sintió una punzada en el estómago que no supo identificar. Era imposible que fuera envidia, pero lo cierto era que había algo distinto en Bram. Tenía el aspecto de un hombre que hubiera encontrado un tesoro–. Lo he leído en el Evening Post.

–¿Bram no te ha llamado?

Jordan sonrió con amargura.

–¿Me habrías llamado tú?

–Esas Claibourne son increíbles. Deben utilizar pócimas o embrujos. Sin contarte a ti, tus dos primos son los hombres menos predispuestos a casarse que he conocido. Y sin embargo, los dos han caído a una velocidad que solo se explica como efecto de la magia.

–El tiempo pasa y la vida de playboy acaba perdiendo encanto. Cometí el error de ponerlos en contacto con dos de las mujeres más interesantes de Londres.

–Y tú estás a punto de pasar un mes en compañía de su hermana mayor, que probablemente ha enseñado a las otras dos todo lo que saben. ¿Estás loco?

–No, Christine –Jordan miró de nuevo la fotografía–. Mi única prioridad es hacerme con el control de la compañía. Dentro de un mes lo habré conseguido.

–Para eso no hace falta que pases un mes con ella.

–No, pero me comprometí a concederle ese tiempo.

–Tonterías. Seguro que tramas algo –al ver que Jordan no lo negaba, Christine continuó–: Alguien va a acabar llorando.

–Ese es el plan.

–Si crees que va a ser ella, puede que te equivoques –Christine señaló la revista a modo de advertencia–. Fíjate lo que les ha pasado a tus primos.

–Ellos eran personajes secundarios. El espectáculo de verdad empieza ahora.

–Estás jugando con fuego.

–No sería la primera vez.

–Si se tratara de un asunto de dinero, apostaría por ti. Pero esto es distinto.

–¿Quieres decir que no sé lo que hago?

–No me atrevería a tanto. Pero si valoras tu libertad, te recomiendo que desaparezcas de aquí durante un mes. Deja que los abogados se ocupen de Claibourne & Farraday.

–¿Y que el Evening Post publique que tengo miedo a India Claibourne? Ni lo sueñes.

–Hay cosas peores, JD. El matrimonio, por ejemplo. Recuerda que yo cumplí una sentencia de diez años.

–Christine, llevamos trabajando juntos mucho tiempo y probablemente me conoces mejor que nadie. ¿De verdad crees que voy a caer rendido a los pies de India Claibourne en un mes?

–En el departamento de Contabilidad se hacen apuestas sobre cuánto tardarás.

Jordan se dio cuenta de que Christine no había respondido su pregunta. Pero ni siquiera ella sabía que hacerse con el control de los grandes almacenes era para él un asunto profundamente personal.

India había propuesto la idea de que los Farraday supervisaran el trabajo que hacían las Claibourne y vieran cómo dirigían la empresa. Pero Jordan sabía que sólo pretendía ganar tiempo para que sus abogados encontraran la manera de cambiar la cláusula que le impedía seguir al mando del negocio.

Una vez jubilado Peter Claibourne, la dirección de la empresa le correspondía a él.

India no sabía que con su actitud de enfrentamiento le estaba dando la oportunidad de poner las cosas en su sitio, de humillarla en nombre de su madre. Iba a ser una dulce victoria.

–¿Y a qué se apuesta?

–A ver cuánto tardas en pedirle que se case contigo.

–¡Por favor!

–Ya sé que es una idea absurda para un hombre con tu dinero, posición social y encanto. Pero tienes que admitir que ella tampoco está mal.

Efectivamente. India era tan atractiva como rica.

–¿Basta con que le proponga matrimonio para ganar la apuesta?

–La apuesta más alta incluye que te cases.

–¿En el plazo de un mes? Sería todo un récord.

Christine levantó el índice.

–Tu primo Niall se casó en veintinueve días, Bram en treinta. Tú puedes hacerlo aún mejor.

Jordan se encogió de hombros.

–Espero que no hayas apostado mucho dinero. Una sonrisa seductora no basta para llevarme al altar.

–Estoy segura de que esa mujer tiene muchos más atributos. ¿Por qué no te ahorras tiempo y dinero y le propones un matrimonio de conveniencia? Saldríais ganando los dos.

–Creía que estabas en contra del matrimonio.

–Los matrimonios acordados son otra cosa. Y en este caso, más que una boda se trataría de la fusión de dos empresas. No comprendo cómo no ha ocurrido antes. Hace tiempo las dos familias debían llevarse bien.

–Ya ha habido bastantes alianzas familiares en las últimas semanas. No necesito una esposa, por muy hermosa que sea. Mi único deseo es que las Claibourne me entreguen lo que me pertenece por derecho propio.

–Si eso fuera todo, habrías ordenado a los abogados que se encargaran del asunto hace meses. Tú tramas algo. Espero que te haga feliz –Christine sonrió–. Pero no bebas ni comas nada mientras estés en la tienda.

–Estoy seguro de que mientras esté en los grandes almacenes más visitados de Londres, tú tendrás muchas cosas que hacer, Christine –dijo Jordan para indicar que la conversación había llegado a su fin–. O tal vez prefieras pedir una jubilación anticipada para dedicarte de lleno a tus nietos. En tu lugar puedo contratar a una joven esbelta, de piernas largas.

Christine lo miró con sorna.

–Lo dudo mucho.

–¿Por qué?

–Precisamente porque lo que te gusta de mí es que sea una mujer madura, rellenita y maternal; y porque sabes que no voy a enamorarme de ti –se dirigió hacia su oficina–. Además de ser la mejor secretaria del mundo –se detuvo en la puerta y giró la cabeza–. Yo he apostado que caes en veintiún días.

–Será mejor que retires la apuesta o se la cedas a alguien muy ingenuo.

–Adiós, JD. No trabajes hasta muy tarde.

Jordan sonrió. Christine decía tonterías respecto a India Claibourne, pero estaba en lo cierto cuando afirmaba que era la mejor secretaria del mundo. Jamás la cambiaría por otra.

Dirigió su atención al correo electrónico de India Claibourne que aguardaba en la pantalla del ordenador y dejó de sonreír. No eran más que dos líneas:

Ya han caído dos. ¿No vas a darte por vencido, Jordan Farraday?

Era un mensaje retador. Christine estaba equivocada. No era él sino India Claibourne quien estaba jugando con fuego… y quien acabaría por quemarse.

 

 

India se detuvo ante el edificio de la empresa familiar que llevaba su nombre desde hacía casi dos siglos.

Claibourne & Farraday. Una firma sinónimo de clase y estilo, si bien los Farraday, al menos desde que ella tenía uso de razón, se habían limitado a cobrar beneficios y acumular capital. Que ese hubiera sido su comportamiento en el pasado le había sido indiferente. Después de todo, los Claibourne y los Farraday eran socios a partes iguales. El problema se había planteado cuando, tras la súbita jubilación de su padre a consecuencia de un ataque al corazón, habían decidido tomar parte activa en el destino de la empresa.

–Buenos días, señorita India –el portero se llevó la mano al sombrero de copa.

–Buenos días, Edwards –India se apartó a un lado para dejar pasar a los primeros clientes–. ¡Cuánta gente!

–El verano es una época ajetreada, señorita. Londres está lleno de turistas y todos quieren venir a Claibourne’s.

India sonrió. Le gustaba cómo sonaba el nombre acortado. Por eso había decidido adoptarlo en cuanto se librara de Jordan Farraday.

–Mi mujer me ha enseñado la fotografía de la señorita Flora en la revista Celebrity –añadió el portero mientras India contemplaba embelesada la fachada de la tienda, imaginando el cartel con el nuevo nombre sobre la puerta de entrada–. Es una gran noticia que las dos señoritas Claibourne se hayan casado con dos Farraday.

India volvió a la realidad. Los dos emisarios enviados por Jordan Farraday se habían convertido en sus cuñados. El plan que había diseñado para ganar tiempo se había vuelto en su contra.

–Ha sido una gran noticia para todos. Me hubiera encantado estar con ellas –respondió sin dejar de sonreír.

Pero sus hermanas, cautivadas por el encanto de los Farraday habían optado por casarse primero y anunciar su boda después. Flora, de hecho, había dejado que la noticia les llegara por la prensa.

India no podía culparlas. En su lugar, habría hecho lo mismo.

En el campo de batalla solo quedaban ella y Jordan Farraday: la mujer que ocupaba el puesto de dirección y el hombre que pretendía usurparlo. Los demás eran personajes secundarios.

Tenía un mes para demostrarle que la dirección de Claibourne & Farraday exigía dedicación plena, que ya no era un negocio familiar que se pudiera dirigir en horas libres.

Su padre había tardado demasiado en darse cuenta y había tenido que ser ella quien abriera las puertas de los grandes almacenes a la era moderna. Con la jubilación forzosa de su padre por motivos de salud, tenía la oportunidad de convertir en realidad sus ambiciosos proyectos de futuro. Pero solo si se liberaba de Jordan David Farraday.

No sería difícil. Jordan se dedicaba a las finanzas, no a la venta al por menor. Lo único que deseaba era tener el mando, decir la última palabra. Claibourne & Farraday era una empresa con tanto prestigio que cualquier cadena de grandes almacenes estaría dispuesta a pagar una fortuna por ella. Pero era inconcebible que Jordan pensara en venderla.

India sintió un escalofrío. No, eso era inconcebible.

 

 

Jordan Farraday mostró su pase en la entrada trasera del edificio y aparcó en el espacio que le había sido asignado. A continuación pidió al guarda de seguridad que llamara a India Claibourne para anunciar su llegada.

India no estaba en su despacho.

 

 

–¿Le dará mi enhorabuena?

La pregunta del portero sacó a India de su ensimismamiento y la liberó de la pesadilla que acababa de imaginar.

–Espero que la señorita Flora sea muy feliz –añadió el hombre a la vez que abría la puerta para dejarla pasar.

–Muchas gracias, Edwards. Se lo diré de su parte.

India solía entrar por la puerta de personal, pero de vez en cuando le gustaba utilizar la entrada principal, repasar los escaparates y entrar en la tienda como si fuera una clienta. Le recordaba su primera visita a los cuatro años, cuando su abuela la llevó a ver a Papá Noel y ella creyó entrar en la cueva de Aladino.

Al ver el grandioso vestíbulo central de caoba y mármol, salpicado por los destellos de colores de la gran cristalera que ocupaba el tejado del edificio, se sintió embargada por la emoción.

Nunca entregaría aquella maravilla. Jamás.

Tal vez esperar a Jordan Farraday sentada en su despacho no era la mejor estrategia. Romana se había llevado a Niall a practicar deportes de riesgo; a Bram no le había quedado más remedio que seguir a Flora a una isla tropical… Ninguno de ellos había tenido la oportunidad de adoptar el papel de macho dominante.

También ella debía asegurarse de tomar las riendas, de impedir que Jordan creyera tener el control.

No le iba a impresionar que fuera capaz de descifrar las hojas de cálculo con las últimas ventas o la balanza de pagos. Debía pensar en actividades que él desconociera y que lo dejaran en desventaja.

India leyó el tablón en el que se anunciaban los actos programados para el día. Había una exposición de casa de muñecas, una lección de cocina impartida por un chef de renombre y la visita de una famosa autora estadounidense para firmar ejemplares de su nuevo libro.

Eran situaciones ideales para dejarse fotografiar, y eso era exactamente lo que necesitaba: aparecer en la prensa y recordar al mundo quién dirigía el negocio.

Tomó el ascensor para subir al piso superior. La puerta se abrió a un pasillo cubierto de plásticos en el que retumbaban los martillos. India se encaminó hacia su despacho con una sonrisa burlona en los labios. Jordan tendría que compartir con ella un espacio muy incómodo.

–Indie… –su secretaria personal salió a recibirla–. Tenemos un pequeño problema en el departamento de Niños.

–¿Cómo de pequeño?

–Del tamaño de un bebé. Una de nuestras clientas ha roto aguas. Ya ha llegado una ambulancia y la van a llevar al hospital, pero suponía que querrías saberlo.

–Será mejor que vaya por si necesitan algo.

–No hace falta.

India se detuvo.

–¿Que no hace falta?

–Está todo en orden. Como no estabas, JD se ha encargado de…

–¿JD? –India frunció el ceño.

–Jordan Farraday. Ha dicho que sus colaboradores lo llama JD.

–¿Jordan Farraday está aquí?

Claro que estaba allí. Ella se había dedicado a imaginar la nueva entrada, a charlar con el portero y a recorrer la tienda mientras Jordan David Farraday iba directamente al piso superior y ocupaba su puesto.

–Ha llegado a las diez en punto. Como dijiste que vendría en cualquier momento, le he dicho al guarda de seguridad que lo dejara subir.

–Esperaba que llamara antes de venir, no que se presentara sin previo aviso.

–¿Debería haberle dicho que se marchara? –la secretaria sacudió la cabeza para disculparse–. Le he dado una taza de café y lo he hecho pasar a tu despacho. No se puede estar en ningún otro sitio.

Eso era cierto. Romana había sugerido hacer obras en el piso de las oficinas e instalar allí el departamento de Atención al Cliente. India había llamado de inmediato a los obreros pensando que si creaba una atmósfera ruidosa e irrespirable, Jordan Farraday pasaría el menor tiempo posible allí.

–Lo siento, Sally, claro que has hecho lo que debías. Pero ¿era necesario que lo informaras de lo que ocurría en el departamento Infantil?

–No he sido yo. Vino alguien con la noticia y… él se puso al mando.

–Está bien –India suspiró–. Será mejor que vaya a ver qué pasa –antes de marcharse, añadió–: ¿No hay días en los que preferirías que el despertador no hubiera sonado?

–Hoy no, te lo prometo. No me habría perdido a JD Farraday por nada del mundo.

–¡Lo que me faltaba! Una empleada enamorada del hombre que quiere quitarme el puesto.

–No estoy enamorada de él… –Sally sonrió–, pero no estoy ciega.

–Espero que eso te anime cuando se siente en mi despacho y tú tengas que salir en busca de otro trabajo.

–Eso no va a pasar.

–Hace dos meses hubiera estado de acuerdo contigo.

Pero ya no estaba tan segura. Su argumentación jurídica se basaba en la igualdad de oportunidades. Jordan podía apoyarse en un acuerdo de casi dos siglos por el que el negocio pasaba al varón primogénito. Ella aducía que esa cláusula del acuerdo debía poder aplicarse a la primogénita. Sin embargo, era probable que un grupo de hombres conservadores, con sus pelucas y sus togas, se pusieran del lado de otro hombre, famoso por su capacidad para hacer dinero. Lo único que ella podía ofrecer a cambio era su conocimiento del negocio y la pasión por convertir Claibourne’s en una marca de prestigio mundial.

–Si todo lo demás falla, siempre puedes intentarlo con un «claibourne».

–¿Un «claibourne»? –India frunció el ceño.

–Seduciéndolo. Una vez que se enamore de ti, ya no querrá quitarte el puesto.

–¡Genial! Yo intento demostrar que soy capaz de dirigir esta empresa y tú quieres que seduzca a mi rival –al girarse bruscamente, India se enganchó las medias en una caja de cartón–. Sally, ¿qué es esto?

Sally abrió el cajón en que guardaba unas medias para casos de emergencia y le pasó un par.