La tía de Seaton - Walter De la Mare - E-Book

La tía de Seaton E-Book

Walter de la Mare

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Beschreibung

En los cuentos de Walter de la Mare encontramos a menudo confines imprecisos en los que los personajes pierden la dimensión precisa de su vida, atados a quimeras o recuerdos, en el escenario de esa vieja Inglaterra tan cara para el autor que abunda en melancolía. Es constante también un sentido de amenaza cerniéndose sobre vidas que se sostienen con un equilibrio fragilísimo. Hay en sus relatos pérdida, sueños perturbadores, amor truncado, pero una y otra vez los protagonistas son niños, y ese mundo en el que el abandono y la belleza conviven en inquietante conjunción se nos presenta a través de esa clarividencia infantil que tan bien describiera De la Mare.

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Seitenzahl: 78

Veröffentlichungsjahr: 2025

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LA TÍA DE SEATON

COLECCIÓNRELATO LICENCIADO VIDRIERA

COORDINACIÓN DE DIFUSIÓN CULTURALDirección General de Publicaciones y Fomento Editorial

Contenido
IntroducciónAdriana Díaz Enciso
La tía de Seaton

INTRODUCCIÓN

 

 

A Álvaro Uribe, i.m.

 

 

Mi primer encuentro con el universo de Walter Dde la Mare (1873-1956) fue la lectura, hace ya muchosaños, de su magnífica y extraña novela Memorias de una enana, que desde entonces se cuenta entre mis favoritas. Se trata de una obra sombría y fulgurante a la vez, pesarosa y divertida, atormentada y jubilosa, igual que el alma mudable de su protagonista, la diminuta señorita M. Fluctuando entre la extravagancia y la sutileza introspectiva, este libro puso en mi mapa a un autor entrañable de quien hasta entonces no tenía noticia.

Poco después tuve la fortuna de leer Conversación con los difuntos, antología de poesía en lengua inglesa compilada y traducida por Eliseo Diego en 1991. Uno de los poetas elegidos es Walter de la Mare, y la nota introductoria de Diego es un estudio sagaz de la obra de este autor que, al igual que la señorita M. de su creación, ha sido muy poco comprendido. Diego habla con acierto de “recintos extremos, fronterizos entre este mundo y otro donde al cre­púsculo puede que aparezca alguien o algo inquietante, o peor aún, que no aparezca nadie sino el desamparo a la intemperie del Universo”.1 Maestro de la reticencia, las alusiones y el claroscuro, De la Mare fue creador de un mundo de emociones turbulentas apenas contenidas por debajo de la superficie, donde el embeleso y el desasosiego se confunden. Escribió narrativa y poesía no sólo para adultos, sino también poemas para niños que han fascinado a varias generaciones, y buena parte de su obra narrativa para adultos se nos presenta desde la perspectiva de la infancia. Citando de nuevo a Eliseo Diego, el tema central que “obsesionaba a De la Mare” es “la vulnerabilidad de la inocencia”.2

En su exploración de este terreno precario, el autor inglés suele situar su obra, ya sea poética o narrativa, en la frontera entre lo que asumimos como “real” y lo que llamamos fantástico, y ha dado a luz algunos de los más perturbadores relatos de lo sobrenatural en lengua inglesa. La extrañeza es la atmósfera en la que florecen su intuición y su sensibilidad, el lugar desde el que indaga en los vaivenes del corazón humano, y un pesaroso punto que no es de partida ni de llegada desde el que se anhela o se revive el pasado. Su lenguaje mismo parece llegarnos de un tiempo otro, apenas dejado atrás pero ya ido.

Estas peculiaridades le ganaron la incomprensión y hasta el rechazo de buena parte de la crítica de sus contemporáneos, en un momento en que la lengua inglesa abrazaba el modernismo y su afán de ruptura (en los que, hay que decirlo, De la Mare también manifestaba escaso interés). Sin embargo, y contra todas las expectativas, su genio fue reconocido justamente por autores tan emblemáticos del modernismo como W. H. Auden, Virginia Woolf y T. S. Eliot. Este último le dedicó incluso un poema con motivo de su cumpleaños número 75, en el cual el autor de La tierra baldía celebra los sutiles matices que configuran el universo poético de este autor inaprensible: “el triste intangible que anhela y se acongoja/ cuando lo familiar se vuelve de pronto extraño/ o lo conocido es lo que estamos aún por aprender/ y dos mundos se encuentran, se cruzan, se transforman”. De la Mare encontró también admiradores en Ezra Pound (aunque tuviera sus reservas) y en Thomas Hardy, con quien tenía particular afinidad. Pese a contar con paladines tan ilustres, hoy día se suelen destacar casi exclusivamente sus poemas para niños y Come Hither, su antología de poesía en lengua inglesa “para jóvenes de todas las edades”, pasando por alto el resto de su obra, y habrá que decir que la posteridad no lo ha tratado con particular benevolencia, relegándolo a una injusta forma de olvido.

No obstante, si lo leemos con atención, nos daremos cuenta de que esa mirada suya prendida del pasado (y en particular de una Inglaterra que ya no es y casi ya no era desde que él escribía), o su gusto por las casas abandonadas, entornos casi en ruinas, no constituyen en modo alguno una nostalgia ociosa y sentimental, sino el ámbito desde el que De la Mare investiga las muchas dimensiones de la pérdida en el alma humana, la oscuridad que ahí alienta —esa orfandad, “el desamparo a la intemperie en el universo” que tan bien señala Eliseo Diego— y las formas en que, desde esos pasajes en penumbra, somos tan capaces de contemplar y recobrar la belleza como de destruirla; tan prontos a entregarnos al amor como a corromperlo, tan bendecidos por nuestra inocencia como condenados, por ella, a la inmolación.

El proceso de composición que De la Mare creía compartir con el también poeta Edward Thomas, con quien construyó una amistad intensa sustentada por sensibilidad y convicciones poéticas afines, sería descrito por él mismo en un tributo conmemorativo como un “ensueño pasivo semiconsciente”, y en buena parte de su obra poética y en prosa podemos encontrar los frutos de este ejercicio de escritura en deliberada duermevela. Esos espacios y atmósferas fronterizos son no solamente el terreno fértil para los encuentros que podríamos llamar sobrenaturales, sino para la expresión de la visión del mundo de la infancia —la clarividencia del niño que aún puede caminar indemne por el sendero en sombras entre la vida y la muerte. Para De la Mare, esa riqueza imaginativa e intuitiva de la infancia hace de los niños visionarios, capaces de acceder a una realidad trascendente. Esa facultad se pierde lamentablemente en los ojos del adulto, opacados por una imaginación que se ha vuelto puramente intelectual.

En los cuentos de Walter de la Mare encontramos a menudo confines imprecisos en los que los personajes pierden la dimensión precisa de su vida, atados a quimeras o recuerdos, en el escenario de esa vieja Inglaterra tan cara para el autor que abunda en melancolía. Es constante también un sentido de amenaza cerniéndose sobre vidas que se sostienen con un equilibrio fragilísimo. (Pienso, por ejemplo, en “El embarcadero”, donde una joven madre que se ha recuperado de un colapso nervioso tiene un sueño tan terrorífico como majestuoso en que unos ángeles se deshacen a paletadas de las almas amontonadas, como si fueran tierra, junto al agua.) Hay en sus relatos pérdida, sueños perturbadores, amor truncado, pero una y otra vez los protagonistas son niños, y ese mundo en el que el abandono y la belleza conviven en inquietante conjunción se nos presenta a través de esa clarividencia infantil que tan bien describiera el autor. Uno de mis favoritos es “El almendro”, una tragedia amorosa enmarcada por escenas de enorme belleza, observada por un niño solitario que no alcanza a comprender lo que sucede, y que sin embargo experimenta sus efectos con acusada intensidad.

 

* * *

 

Los protagonistas de “La tía de Seaton” son también niños, al borde de la adolescencia, pero aquí la atmósfera es despiadadamente sombría, y aunque la sugerencia nunca explícita de una maligna influencia sobrenatural está entretejida a lo largo del relato, la señalada crueldad de los vivos es igualmente espeluznante. Tenemos, por supuesto, la crueldad de la tía que da título al cuento, cultivada con saña implacable en contra de Arthur, su sobrino huérfano, destinatario de un odio a todas luces inmerecido y tan encarnizado que permea la realidad entera.

Sin embargo, desde el primer párrafo el narrador —a quien sólo conocemos por su apellido, Withers, y quien cuenta la historia ya de adulto— nos deja claro que Arthur Seaton, el alumno raro y solitario en una escuela privada, también es víctima de la brutalidad de que son capaces los niños. No sabemos cuáles son las raíces de Arthur, pero sí que la diferencia racial se suma a los motivos de su hostigamiento.

Si bien los protagonistas del cuento son Arthur —la víctima— y su horripilante tía, el personaje de Withers, testigo desapegado que parece experimentar la vida siempre desde un segundo plano, y de quien sabemos apenas nada, ofrece un telón de fondo escueto y objetivo para la tragedia esbozada, nunca explícita, y su cosecha de desolación.

Por algún motivo Arthur decide que Withers es su único amigo. ¿Quizá porque éste no se toma la molestia de ser un participante activo en el acoso de que es víctima? Pero tampoco se toma la molestia de ser un amigo de verdad. Es displicente, altanero, y cuando accede a pasar unos días de asueto con Arthur y su tía, lo hace desde la misma distancia; casi, parecería, sólo por no enfrentar el incordio de negarse. Por momentos deja entrever una sensibilidad adormecida pero no muerta; es buen observador, quizá también capaz de la contemplación, a su manera, y es posible que esta aptitud, y su propia insinuada soledad, sean el lazo inconsciente entre él y Seaton. Hay una carencia esencial en la personalidad de Withers (que en su narración admite ser un tipo sin mucha imaginación), y dicha carencia, aunada a la inmensa soledad de Arthur, es uno de los extremos de una tensión dramática que De la Mare muestra con hondura y sutileza magistrales, atravesada discretamente por la piedad.

Es magnífica también la evocación del pueblo y la casa de Seaton, un reino de sombras en el que lo lúgubre gana la partida, pero no exento de remansos de encanto melancólico. El contraste entre lo lóbrego y lo hermoso, elemento fundamental en la obra de nuestro autor, se aprecia en imágenes de extraordinaria ambivalencia como la siguiente: “Era un comedor viejo y mal ventilado, con ventanas abiertas cuan amplias eran al verde jardín y a una maravillosa cascada de rosas marchitándose”.