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Alguien tenía que cuidar de ella… y él era la persona perfecta para hacerlo El pueblo de Holly Springs tenía una magnífica mecánica y todo el mundo estaba tan acostumbrado a ver a Hannah Reid con el mono de trabajo y la cara manchada de grasa que muchos la consideraban "uno de los chicos" del pueblo. Pero todo eso empezó a cambiar cuando Hannah se embarcó en una misión secreta que la obligaba a llevar seductoras minifaldas y que atrajo más atención de lo que ella habría imaginado. Para el periodista deportivo Dylan Hart, Hannah Reid era una más de sus amigos de Holly Springs… hasta que descubrió el lado femenino que ocultaba. De pronto no podía dejar de pensar en ella, y no precisamente como amiga.
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Seitenzahl: 213
Veröffentlichungsjahr: 2012
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2004 Cathy Gillen Thacker. Todos los derechos reservados.
LA VIDA SECRETA DE HANNAH, N.º 66 - abril 2012
Título original: Plain Jane’s Secret Life
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Publicada en español en 2012
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-0013-7
Editor responsable: Luis Pugni
ePub: Publidisa
–INCREÍBLE –dijo entre dientes Hannah Reid al ver salir del aeropuerto a Dylan Hart, acompañado de todo su séquito.
Faltaba menos de una hora para la boda de su hermana Janey y el guapo periodista deportivo acababa de detenerse a firmar autógrafos y a saludar. Lo cierto era que los autógrafos eran para unos cuantos niños entusiasmados y a quien estaba saludando era a los padres y a dos empleados de seguridad del aeropuerto. De todas maneras, Hannah resopló mientras Dylan miraba a su alrededor en busca del coche que debía trasladarlo hasta el pueblo, hasta que vio la camioneta en la que ella esperaba pacientemente.
–¿Dónde está el Bentley? –preguntó nada más subirse al asiento trasero.
Hannah puso en marcha el vehículo de inmediato, molesta por que la tratara como a un simple chófer y no como lo que era, una vieja amiga de la familia. Lo menos que podría haber hecho era saludarla de una manera más personal, o incluso ocupar el asiento delantero e ir a su lado.
–Es el que están utilizando para llevar a los novios a la ceremonia. Por cierto…
–Sí, sí, ya lo sé, llego tarde –la interrumpió alegremente–. Pero, por lo que veo, tú también. A menos que tengas pensado aparecer en la boda con la cara manchada de grasa.
Hannah se llevó la mano a la cara y luego se limpió en la tela vaquera del mono de trabajo que llevaba. Dios. No podía creer que hubiera vuelto a hacerlo.
–No te preocupes –Dylan la encontró mirándolo por el retrovisor y le guiñó un ojo–. No le diré a nadie dónde has estado.
–Ja, ja, ja –Hannah clavó la mirada en la carretera, aunque con esfuerzo.
No quería fijarse en que Dylan Hart parecía estar más guapo cada vez que lo veía. Sólo porque fuera aparentemente perfecto, incluso cuando iba vestido de traje como ese día, y a una se le hiciera la boca agua al verlo en televisión, no iba también a perder la cabeza por él.
¿Qué más daba que tuviera unos ojos tan seductores, una boca que hipnotizaba y unos hoyuelos capaces de hacerla suspirar? ¿O el cabello de un precioso calor castaño, del mismo color que sus ojos, la piel dorada y unas pequeñas líneas junto a la boca que demostraban que era un hombre que reía a menudo? También tenía esa mandíbula obstinada propia de los Hart y una personalidad igualmente testaruda. Y una manera de mantenerse alejado y limitarse a observar que a Hannah le resultaba extremadamente irritante.
–¿Dónde has estado? –le dijo Dylan a continuación, con tono distendido mientras se movía sin parar en el asiento trasero.
–He tenido una emergencia para arreglar un Jaguar de colección –farfulló Hannah al tiempo que se preguntaba qué estaría haciendo ahí atrás.
Sabía lo que estaría pensando, que ella también tenía que participar en la ceremonia.
–Tenía tiempo –le aseguró cuando él comenzó a afeitarse–. O eso creía hasta que descubrí que tu vuelo llegaba con retraso –añadió por encima del ruido de la afeitadora. Después de dicho retraso, llegarían los dos tarde y ella apenas dispondría de tiempo para arreglarse un poco antes de tener que caminar hacia el altar… ¡del brazo de Dylan Hart!
–Hacía muy mal tiempo –explicó él, encogiéndose de hombros–. Aunque parece que aquí empieza a mejorar.
–Por fin –respondió Hannah mientras se salía por el desvío de Holly Springs–. Lleva días lloviendo.
¿Eran imaginaciones suyas o Dylan estaba desvistiéndose?
–¿Llevas el cinturón de seguridad abrochado? –le preguntó frunciendo el ceño y diciéndose a sí misma que no era posible que estuviera haciéndolo.
Dylan se echó a reír y continuó moviéndose a su espalda, con más libertad de la que a ella le habría gustado.
–No, en estos momentos no.
Parecía distraído.
Ella también lo estaba.
Consciente de que se le estaba acelerando el corazón y su imaginación empezaba a descontrolarse, Hannah agarró con fuerza el volante y trató de no pensar.
–¡Estamos en plena autopista, Dylan! –le recordó con un tono algo remilgado.
Sin embargo a él no parecía preocuparle su seguridad ni lo más mínimo. Hannah vio de refilón como sacaba una camisa de la bolsa.
–Confío en ti y en tus dotes de conductora profesional –le dijo Dylan mientras se estiraba para despojarse de una camisa y ponerse otra.
Dios. ¿Estaba subiendo la temperatura o era cosa suya?
Hannah encendió el aire acondicionado al máximo mientras sentía que se le formaban gotas de sudor entre los pechos.
–Como comprenderás, no puedo quitarme los pantalones con el cinturón de seguridad puesto –explicó Dylan.
Debía de ser una broma. No se atrevería a desnudarse completamente, ¿verdad?
Miró hacia atrás con la seguridad de que se lo había imaginado todo, pero lo que se encontró de pronto fue un pecho desnudo, apenas tapado por la camisa que acababa de ponerse y aún no se había abrochado. Quizá con su más de metro ochenta de estatura, Dylan fuera el más bajo de todos los Hart, pero desde luego no tenía nada que envidiarles a ninguno.
Hannah apartó la mirada apresuradamente y trató de concentrarse en la carretera, pero le temblaban las manos y sus emociones se habían descontrolado.
–¿Qué estás haciendo? –le preguntó, tratando de olvidar lo que había visto. Unas piernas largas y fuertes, unos calzoncillos de seda negros que se ajustaban a…
¡Mejor no pensar dónde y cómo se ajustaba la tela!
Lo único que debía hacer en ese momento era asegurarse de que ambos llegaran a tiempo a la boda de Janey y Thad.
–Alguien tiene que sacar a bailar a Hannah Reid –dijo Mac Hart.
Dylan miró a su hermano mayor. No le sorprendía que lo hubiera dicho porque Mac siempre había sido el más mandón y responsable de la familia, incluso antes de convertirse en el sheriff de Holly Springs hacía cinco años.
–Es cierto –convino Fletcher. Desde que había descubierto el amor junto a la florista Lily Madsen, el veterinario de la familia era todo caballerosidad–. No queda mucho para que acabe la fiesta y Hannah aún no ha bailado con nadie.
–No me extraña –murmuró Dylan, buscando con la mirada a la mecánica del pueblo. Por suerte, no se la veía por ninguna parte.
Aunque solía mostrarse muy reservada, al menos con él, Hannah tenía una manera de mirarlo que le hacía pensar que siempre esperaba más de él.
–Hannah es como… –habría dicho «una hermana», pero la idea se le había esfumado de la cabeza cuando la había visto aparecer enfundada en el sugerente vestido blanco y negro que su hermana había elegido para las damas de honor–. Uno de nosotros –añadió Dylan finalmente. Siempre la había considerado una mujer bastante corriente, pero ese día se había transformado en una diosa de cabello caoba. ¿Cómo era posible que nunca se hubiese fijado en su piel tersa y en sus intensos ojos verdes? Y no era porque no hubiese tenido siempre una figura de sinuosas curvas, lo que ocurría era que siempre las había ocultado bajo mugrientos monos de trabajo u otros atuendos masculinos y sin formas–. Ya sabes, siempre habla de deportes y le gusta pasar el rato tomando cerveza y viendo carreras de coches con los chicos.
–En realidad, ya no ve carreras de coches –lo interrumpió Mac.
–Es cierto –confirmó Joe Hart.
Dylan se volvió hacia ese último, sorprendido por el cambio que había experimentado su hermano pequeño. Tres meses antes lo único que le había importado a Joe era el deporte que practicaba, pero entonces había unido su vida a la de la hija de su jefe, Emma Donovan y ahora, para martirio de Dylan, el jugador profesional de hockey se había convertido en un férreo defensor del matrimonio. Pero en realidad, aunque ninguno de ellos lo supiera, era Dylan el que más sabía de eso.
–No desde que Wallace y ella rompieron –explicó Joe al tiempo que se servía otra porción de tarta nupcial.
Dylan recordó que eso había ocurrido hacía tres años. Miró a su alrededor, preguntándose dónde se habría metido su hermano Cal. Desde que su mujer, Ashley, había llamado para decir que no podría ir a la boda porque seguía atrapada en Honolulu, donde estaba trabajando como ginecóloga, Cal estaba callado y retraído.
–Además, por mucho que sea como uno de nosotros –intervino Fletcher–, es una dama de honor y debería al menos bailar una canción con alguien. Dado que ha ido de tu brazo hacia el altar, deberías sacarla a bailar tú.
Dylan intentó no pensar en lo que sería tomar entre sus brazos el cuerpo suave y sorprendentemente femenino de Hannah Reid. O ver esa mirada en sus ojos de nuevo. Estando tan cerca de ella, podría hacer alguna tontería, como por ejemplo besarla.
–Está bien –murmuró con rabia, pero rindiéndose mientras se aseguraba a sí mismo que podría controlar aquel deseo durante los pocos minutos que duraba un baile–. ¿Dónde está? –lo mejor sería acabar con ello cuanto antes.
–Hace un rato la he visto subir al piso de arriba –dijo Mac.
–Iría a ayudar a Janey a cambiarse de ropa –supuso Dylan, que había visto bajar al novio, Thad, ya cambiado para seguir disfrutando de la fiesta junto a los más de doscientos invitados que habían asistido.
Dylan sabía que sus hermanos no lo dejarían en paz hasta que sacara a bailar a la dama de honor con la que lo habían emparejado, así que se dirigió hacia la majestuosa escalera que conducía a la segunda planta.
Encontró cerrada la puerta de la habitación donde la novia debía cambiarse de ropa, pero dentro podían oírse risas femeninas. La habitación del novio estaba vacía, así que Dylan pensó que sería un buen lugar donde esperar a que salieran. Fue entonces cuando oyó las voces procedentes de otra de las habitaciones y se detuvo en el pasillo.
–¿Puedes darme algún consejo para enfrentarme a… cómo dices que se llamaba? –oyó decir a Hannah.
Dylan se acercó sigilosamente, preguntándose con quién estaría Hannah.
–R.G. Yarborough –Dylan se sorprendió al oír la voz de su hermano Cal–. Es importante que empieces con buen pie –le dijo con cierta impaciencia–. Así que ponte falda.
Dylan frunció el ceño. ¿Tendría Hannah alguna falda que no perteneciera a ninguno de los trajes de dama de honor que había llevado en distintas bodas?
Oyó el suspiro atribulado de Hannah.
–¿Qué más? –le preguntó a Cal, aunque con evidente reticencia.
Dylan escuchó atentamente, intentando no pensar qué hacía su hermano dando consejos a la mecánica más guapa del pueblo. Parecía que el matrimonio de Cal estaba pasando por una mala racha y no comprendía qué motivos podía tener para decirle a Hannah con quién salir y cómo vestirse.
–Seguramente te lo ponga difícil –siguió diciendo Cal como si fuera un entrenador dando instrucciones a un jugador antes del partido–. Pero si utilizas tus encantos… podrás demostrarle que sabes perfectamente lo que estás haciendo.
Dylan abrió los ojos de par en par. Aquellas palabras podrían interpretarse de muchas maneras, algunas de las cuales eran claramente sexuales.
–¿Qué edad me has dicho que tiene? –lo interrumpió Hannah, que parecía estar teniendo algunos problemas para seguir la conversación adecuadamente.
No era de extrañar, teniendo en cuenta lo que le estaba pidiendo Cal. Él también se habría sentido desconcertado.
–Cuarenta y tantos o cincuenta. Y está casado –añadió en tono de advertencia–. Así que…
–Lo tendré en cuenta –prometió Hannah.
–Muy bien –Cal parecía aliviado.
Dylan pensó que su hermano debería sentirse culpable, en lugar de aliviado, por organizar algo entre Hannah y un hombre casado, demasiado viejo para ella. ¡Por el amor de Dios! ¿Acaso Cal no sabía que Hannah no tenía demasiada experiencia con los hombres? Dylan ni siquiera recordaba que hubiera salido con nadie excepto con ese piloto de coches, Rupert Wallace, si eso se podía considerar salir con alguien, porque Dylan sólo recordaba haberlos visto con la cabeza metida en el motor de algún coche.
–¿Y dónde va a estar él? –preguntó Hannah.
–Tienes que reunirte con él dentro de una hora en la sala de billar de Sharkey, en Raleigh.
No era el mejor barrio precisamente, ni un local adecuado para una mujer.
–Si todo va bien, quizá te lleve a su casa.
Dylan resopló. Nunca se había sentido tan escandalizado en sus veintiocho años de vida.
–¿Y a su esposa no le importará? –oyó preguntar a Hannah, con voz preocupada y escéptica.
–Está fuera. Se ha llevado a los niños a California a visitar a la familia y estarán allí dos semanas.
Sin sospechar lo que ocurría en su ausencia, pensó Dylan, acordándose de lo que había sentido él cuando lo habían traicionado de un modo parecido.
–Entonces básicamente dispongo de ese tiempo… –dijo Hannah en tono pensativo.
Hubo una pausa.
Dylan se moría de curiosidad porque nada de aquello encajaba con el hermano mayor compasivo y la afable mecánica que conocía.
Se atrevió a asomarse un poco a la puerta de la habitación, abierta de par en par. No había ninguna luz encendida pero entre las sombras pudo ver a Hannah mirando fijamente a Cal, con la misma expresión que adoptaba cuando intentaba resolver algún problema mecánico particularmente complicado.
–¿Dices que está forrado de dinero? –le preguntó.
Cal meneó la cabeza con repugnancia.
–Yarborough tiene tanto dinero que no sabe qué hacer con él. Ahí radica el problema en gran parte, claro porque si tuviera menos…
Hannah asintió de inmediato.
–Podrías solucionar las cosas de una manera más eficaz –añadió ella.
–Eso es.
Dylan volvió a apartarse para que no lo descubrieran, pero siguió escuchando.
–No te preocupes, yo me encargo de él –dijo Hannah, sonriendo, algo que espantó a Dylan.
Sin embargo, la expresión de su hermano se volvió aún más sombría.
–Una cosa más, Hannah. Nadie, absolutamente nadie, puede enterarse de lo que estamos haciendo –parecía que le estuviera fallando la voz–. Si Ashley lo supiera…
Pensaría lo mismo que estaba pensando Dylan en ese momento.
–Lo entiendo, no tienes por qué preocuparte –aseguró Hannah con dulzura–. No se lo diré absolutamente a nadie.
El problema de escuchar algo a escondidas, pensó Dylan, era que uno podía interpretar mal el significado de lo que oía. Por ejemplo, no podía ser que Cal estuviera supervisando y organizando la cita secreta de Hannah Reid con un millonario al que ni siquiera conocía y, por lo que había oído, seguramente tampoco habría querido conocer en circunstancias normales.
Así que allí estaba él, una hora más tarde, bajándose de un taxi frente a la sala de billar de Sharkey, sin haber llegado a sacar a bailar a Hannah como le habían pedido que hiciera.
Entró al local sin saber muy bien qué esperaba encontrar allí. Hannah estaba de pie junto a la mesa de billar, con una botella de cerveza en la mano. Llevaba una minifalda negra, medias y zapatos de tacón. De cintura para arriba, un suéter negro de escote alto y espalda abierta que le marcaba los generosos pechos y le dejaba al descubierto los hombros y los brazos, lo que le daba un aspecto increíblemente femenino. A su lado había un hombre que Dylan supuso sería R.G. Yarborough. Tendría al menos cincuenta años, pero no le faltaba atractivo, ese atractivo que daba el dinero; eso sí, para aquéllas a las que les gustaran los cuerpos esculpidos en el gimnasio, probablemente con la ayuda de esteroides e incluso quizá de la cirugía plástica. Su indumentaria, camiseta con el logo de una universidad, pantalones anchos y un pendiente en la oreja, hacía pensar que estaba atravesando la crisis de los cincuenta. En resumen, no parecía el tipo adecuado para una mujer tan ajena a las maldades del mundo como Hannah.
Con la chaqueta del esmoquin en la mano y la pajarita desatada, Dylan se dirigió a la barra, alejándose de las mesas de billar. Ocupó un lugar apartado y casi oculto tras una columna y, ya con una refrescante cerveza en la mano, se dispuso a observar. Pronto se dio cuenta de que muchos de los hombres presentes tenían la mirada clavada en Hannah. Entre ellos, el camarero.
–¿La conoce? –le preguntó a Dylan.
Dylan asintió, pero no pudo evitar preguntarse si realmente era así. Esa mujer increíblemente sexy que tenía delante no se parecía en nada a la mecánica algo masculina con la que había crecido.
–Es la primera vez que viene por aquí. Le aseguro que si ese bombón hubiese entrado aquí antes, me acordaría.
Dylan no lo dudaba porque Hannah tenía el rostro iluminado mientras bromeaba y coqueteaba con los hombres que había alrededor de la mesa de billar. Su cabello rojizo flotaba en ondas sobre sus hombros desnudos y, cada vez que se movía, le acariciaba la piel. Al agacharse para colocar las bolas de billar dentro del triángulo, se le subió el suéter y mostró aún más piel, lo que provocó que Dylan sintiese una intensa tensión en la entrepierna. Seguramente también lo sintieron todos los hombres del local.
R.G. Yarborough le rozó la cadera con la mano. Dylan vio tensarse a Hannah, pero no protestó ni opuso ningún tipo de resistencia. Le dijo algo que Dylan no pudo oír, a lo cual respondió el millonario sacando varios billetes de su cartera.
Hannah parecía estar burlándose de lo que él le ofrecía, pero aceptó la propuesta.
En cualquier otro momento, Dylan se habría mantenido al margen sin preocuparse por lo que estuviera ocurriendo, pero aquello era demasiado. No sabía en qué había metido Cal a la ingenua Hannah Reid, pero no podía quedarse allí mientras veía cómo hacían daño a una mujer a la que conocía desde la infancia.
Se apartó de la barra y fue hasta la mesa de billar donde Hannah seguía coqueteando con el millonario.
–¿Dinero? –la oyó decir Dylan al tiempo que le devolvía los billetes a Yarborough–. Seguro que podemos apostar algo más interesante que eso.
Yarborough la miró fijamente a los ojos con una expresión lasciva en el rostro.
–Puede que tengas razón –dijo el millonario en el mismo tono provocador justo en el momento en que Dylan se detenía junto a ellos.
Tenía que intervenir antes de que aquello se descontrolara.
–Hannah…
Ella levantó la mirada y se quedó helada, con el rostro completamente pálido. Sin embargo, recuperó la compostura con una rapidez admirable.
–Voy allá donde tú vayas –dijo, como si entre Hannah y ella hubiera algo.
Yarborough lo miró de arriba abajo y luego se dirigió a Hannah.
–¿Es tu marido?
Hannah esbozó una tensa sonrisa.
–No. De eso nada.
–¿Tu novio, entonces? –insistió Yarborough.
–A Hannah no le gusta la palabra «novio» –dijo, poniéndole la mano en el hombro a Hannah–. Le parece que suena muy adolescente. Pero, respondiendo a su pregunta, sí, estamos juntos.
Hannah le lanzó una mirada heladora con la que pretendía decirle que se largara de ahí. Luego se volvió hacia R.G..
–Pero no como novios. Dylan es como un hermano para mí.
–Un hermano que no quiere ver cómo te hacen daño –replicó Dylan mirándola fijamente.
Hannah puso los brazos en jarras. Prácticamente echaba humo. Varios hombres se habían acercado.
–¿Desde cuándo eres mi guardaespaldas? –le preguntó ella.
–Oye, ¿tú no eres ése que presentaba los deportes en W-MOL? –le preguntó uno de los hombres.
–Sí, Dylan Hart, ¿verdad? –dijo otro.
–¿Vas a volver a trabajar en algún canal de la zona? –preguntó otro, entusiasmado.
Hannah parecía aliviada de haber dejado de ser el centro de atención.
–Creo que deberías hacer caso a tus admiradores y dejar que yo siga con lo mío.
Dylan la miró. Seguía sin saber lo que pretendía apostar, pero tenía la absoluta certeza de que estaba haciendo algo de lo que no quería que se enterara ni él, ni ninguna otra persona de Holly Springs.
–Me parece que no.
Ella apretó los labios un instante.
–Si nos disculpas un momento… –le dijo a Yarborough antes de llevarse a Dylan del brazo a un lugar done no pudieran oírlos–. ¿Qué haces aquí?
–Cuidar de ti.
Hannah tomó aire y lo soltó de golpe, visiblemente furiosa de que pretendiera apartarla de un tipo tan poco recomendable.
–¿Cómo sabías que estaba aquí?
Dylan respondió como si fuera lo más normal del mundo mientras se preguntaba si algún día comprendería por qué las mujeres siempre se sentían atraídas por los ricos por malos que fueran y no por los tipos decentes y trabajadores como él.
–Te he seguido desde Holly Springs.
–¿Por qué? –le preguntó con más cautela después de una pausa.
Dylan se encogió de hombros, satisfecho y sin apartar los ojos de ella.
–Mis cosas están en tu camioneta. Toda mi ropa.
En ese momento se acercó Yarborough y habló a Hannah con tal lascivia que Dylan sintió deseos de pegarle un puñetazo.
–Bueno, guapa, ¿vas a jugar o no?
Hannah parecía dividida, como si quisiera irse con Yarborough, pero no delante de Dylan o de cualquier otro conocido.
Dylan tomó una decisión. Le hizo un guiño que sabía que a ella no iba a hacerle ninguna gracia y le dijo:
–No me importa, te espero.
Hannah metió una mano en el bolsillo de la estrecha falda y sacó unas llaves.
–Toma las llaves de la camioneta y saca tus cosas –dijo al tiempo que se las ponía en la mano a él.
Dylan no se movió, a pesar de que ella estaba prácticamente empujándolo para que se fuera.
–Es que también necesito que me lleves a Holly Springs –añadió con firmeza.
–¿Pero no has dicho que me has seguido hasta aquí?
–En taxi.
Hannah lo miraba con los ojos llenos de exasperación. Dylan se encogió de hombros.
–Me he quedado sin dinero. No te preocupes, ya he dicho que puedo esperarte.
Hannah no tuvo más remedio que darse por vencida.
–Espérame aquí –le ordenó, airada, antes de dirigirse a Yarborough, al que le dijo algo que no le gustó nada.
Hablaron algo más antes de que Hannah volviera junto a Dylan.
–Hoy has conseguido convertirte en una verdadera molestia –le dijo al tiempo que iban hacia la puerta.
–Te compensaré por ello –respondió él mientras se preguntaba cómo era posible que conociera a Hannah Reid desde hacía tanto tiempo y nunca hubiese intentado seducirla.
–¿Cómo? –replicó ella con gesto ofendido.
Dylan le abrió la puerta y sonrió galantemente. Tenía que averiguar qué estaba pasando en la vida de su vieja compañera de juegos.
–Invitándote a cenar.
HANNAH miró fijamente a Dylan. Parecía decirlo en serio. Claro que ella jamás interpretaría dicha invitación como una cita. Los hombres de Holly Springs no la invitaban a salir.
–¿Cuándo? –le preguntó, sin saber muy bien qué se había propuesto Dylan aquella noche.
Él volvió a observarla con apreciación masculina.
–¿Qué te parece ahora?
Hannah optó por no pensar siquiera en el escalofrío que le había provocado el estar tan cerca de él y dio un paso atrás.
–Pero ya hemos cenado en la fiesta.
–Eso era la comida, aunque un poco tarde. A menos que te guste cenar temprano como los abuelos.
–Muy gracioso –le dijo, negándose a dejarse conquistar por sus bromas.
–Vamos –trató de animarla–. Yo pago.
Sólo tenía que mirarlo a la cara para que se le acelerara el corazón. No quería ni pensar en lo que sería tener una cita con él y mucho menos fantasear con lo que podría ocurrir al final de dicha cita. Respondió con aparente calma, controlando su mente para no imaginarse cómo se abrazaría contra su cuerpo fuerte y besaría aquellos labios suaves y sensuales.
–Pensé que no tenías dinero.
–Pero tengo la tarjeta de crédito –murmuró él fácilmente.
Hannah echó a andar sin hacer caso a esa mirada que parecía estar sondeándola.
–Algunos taxis aceptan el pago con tarjeta de crédito.
Dylan esperó hasta que ella se volvió a mirarlo de nuevo.
–Entonces me perdería nuestra… cita. Era una cita.
–Son las diez y media y es domingo, sólo encontraremos abiertos los restaurantes de comida rápida.
–A mí me parece bien –dijo él, encogiéndose de hombros–. Vamos.
Le hizo un gesto para que ella pasara primero, pero Hannah no se movió.
–Aún no he aceptado la invitación.
–Es lo menos que puedo hacer después de interrumpir tus apuestas.
Hannah se puso las manos en la cintura, desconcertada por el tono de burla que había percibido en sus palabras.
–¿Se puede saber qué tienes en contra de que eche una partida de billar? –le preguntó, negándose a dejarse despistar por el seductor aroma de su loción de afeitado. Después de todas las veces que había jugado con él y sus hermanos, Dylan debía de saber que habría ganado a cualquiera.
Dylan enarcó una ceja.
–¿Es eso lo que estabas haciendo? –dijo con audacia.
Para él, sí, eso era lo que había estado haciendo. Pero no podía pasar por alto sus insinuaciones.