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Hernán Fuentes es un músico bajista y contrabajista que toca en una banda de música militar. Tiene trastorno esquizotípico de la personalidad y esquizofrenia. A los 20 años, al tomar un regenerador biológico, tuvo varios brotes místicos. Creyó ser un Buda que podía comprobar la existencia de un Dios personificado encontrándolo a través de los sueños lúcidos, y de esta forma cuestionar el fundamento de que todo es Dios, como dicen muchas corrientes espirituales. Este libro es una autobiografía verídica donde cuenta sus experiencias musicales, místicas y su relación con los sueños lúcidos. ¿Qué son los sueños lúcidos? ¿Cómo lograrlos? ¿Qué resultados místicos logra? ¿Se puede encontrar a Dios en los sueños lúcidos? ¿Cómo invocar su presencia? El fenómeno de los sueños lúcidos es estudiado durante décadas en muchas Universidades del mundo. En varios años de práctica, Hernán comprueba con su experiencia que existe un plano astral diferente a este plano terrenal.
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Seitenzahl: 57
Veröffentlichungsjahr: 2023
HERNÁN FUENTES
Fuentes, Hernán Las aventuras místicas y sueños lúcidos de Hernán Fuentes / Hernán Fuentes. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-3708-9
1. Ensayo. I. Título.CDD A864
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Primera parte
Infancia y adolescencia
Segunda parte
Comienzo de manifestaciones místicas
Tercera parte
Comienzo de experiencias fuera del cuerpo y sueños lúcidos
Este libro está compuesto por tres partes. La primera parte es mi autobiografía, desde mi infancia hasta los veinte años de edad. Puede resultar un poco sencilla pero era necesario describirla para contar cómo fue el desenlace de mis brotes místicos posteriores, ya que asociaba todo lo que describo. La segunda parte del libro abarca del año 2009 al 2014, donde cuento mis experiencias con los brotes místicos y describo una serie de alucinaciones que tuve. Después nunca más volví a tener brotes místicos gracias a la medicación psiquiátrica. Y la tercera parte abarca desde el año 2018 hasta el año 2022, donde cuento mis experiencias reveladoras con los sueños lúcidos y experiencias fuera del cuerpo que empecé a tener.
Hola, soy Hernán Fuentes. Nací el primero de julio del año 1988. Un día antes de que naciera, falleció mi abuelo Vicente Volpe.
Toda mi familia cumple en julio. Mi hermana Mara el catorce, mi padre Eduardo el quince, mi madre Graciela el veinticinco y mi hermano Flavio el veintiséis.
Un día, cuando tenía cinco años, fuimos de vacaciones a la casa de mi abuelo paterno, Luis Fuentes, que vivía en Mar del Plata. Mi abuelo me vio muy tranquilo y pensativo y dijo: —Este chico va a ser filósofo.
En preescolar y primaria fui al Colegio Cristo Rey de Caseros.
A los seis años me mudé con mi familia al barrio de Sáenz Peña, en el partido de Tres de Febrero, Buenos Aires. En navidad de ese año mis padres me regalaron una guitarra, y a mi hermano Flavio una batería. Mi padre Eduardo era baterista y sabía tocar la guitarra. Me enseñó los primeros acordes y a tocar unas zambas.
Dos años después quise tocar la flauta. Fui a una tienda de instrumentos musicales en el barrio de Santos Lugares, sobre la Avenida de La Plata. El dueño me mostró una flauta traversa muy hermosa, de origen estadounidense, y quedé encantado. Me dijo que la flauta costaba seiscientos treinta pesos. Fui rápido a pedirle plata a mi madre. Como no había entendido bien, pensé que la flauta costaba 6 pesos con 30 centavos. Volví a la tienda y saqué los tres billetes de dos pesos que me dio mi madre y los puse sobre el mostrador. El señor con cara de lástima por mí me dijo:
—No joven, la flauta cuesta seiscientos treinta pesos.
Y me fui desilusionado, ya que no pude conseguir el dinero.
Al año siguiente empecé a estudiar saxofón en el Conservatorio de música de General San Martín. Mi padre me había conseguido un saxo tenor prestado para que pueda estudiar. Era del saxofonista de su banda de los años setenta, llamado Kaoba. Paralelamente había empezado a tocar la guitarra en el coro de la parroquia Santa Teresita, que quedaba a tres cuadras de mi casa. Ensayábamos los jueves, y los domingos tocaba en las misas.
En la cuadra del conservatorio había una tienda de venta de libros, y el dueño se llamaba Marcelo Balmaceda. Era una persona muy alegre y mística, que transmitía muy buena energía. Nos hicimos amigos y a mí me gustaba una cítara de doce cuerdas que tenía de decoración. Marcelo me la regala. De vez en cuando, por las noches, solían sonar una o dos cuerdas de la nada. Yo siempre la limpiaba bien, pensando que algún insecto podía hacer que suene. Sin embargo, seguía sonando.
Un día, ya con diez años, mientras volvía del conservatorio e iba caminando por la plaza de San Martín, se me vino a la mente un pensamiento que todos en algún momento nos hacemos. Tomé conciencia de la palabra muerte y lo que significaba. Me di cuenta de que algún día iba a dejar de existir y me asusté de una forma que no podía respirar. Dije:
—No puede ser. Eso les sucede a todos y me va a suceder a mí.
La obsesión me duró bastantes semanas, al punto de llegar a tener dolores de estómago y no poder encontrar respuesta alguna. Me despertaba con ese pensamiento y de vez en cuando en el día lo recordaba. Incluso mientras jugaba al fútbol en el Club Ateneo Santa Teresita. En medio de los entrenamientos me quedaba colgado con ese pensamiento y ese vacío existencial, y necesitaba pellizcarme el brazo para sentir que estaba vivo.
Yo solía leer la biblia, rezar el padre nuestro todas las noches, e incluso mirar al cielo con los ojos llorosos diciendo:
— ¿Dios dónde estás?
Escuchaba casos de gente que enfermaba o se moría y no lo podía creer. No entendía qué razón tenía vivir, y el vacío cada vez era más intenso a medida que pasaban los días y las semanas.
Un día, luego de varias semanas, encontré en la biblioteca de mi casa un libro que se llamaba “Volver a nacer”. Lo había comprado mi madre en el tren pero ella nunca lo leyó. Lo empecé a leer y descubrí que explicaba sobre una palabra llamada reencarnación. Al leer algunas páginas, la esperanza y una sonrisa se manifestaron en mí, de tal manera que pude aliviar mi malestar existencial. Ni siquiera leí quién era el autor del libro.
El jueves siguiente fui a ensayar con el coro de la parroquia, me crucé con el cura y le dije con entusiasmo:
— ¡Padre Facundo, yo creo en la reencarnación!
El cura, en tono de risa y dándome unas palmadas en la espalda me dijo:
—Hernancito, no creas en esas tonterías. Son puros cuentos.
Pasaron los meses del año noventa y ocho y mi interés por el saxofón se fue perdiendo, pero no mi pasión por la música. Armé mi primera banda con mi hermano y dos amigos más del barrio, y como nos faltaba bajista, decidí tocar yo. Habíamos armado una sala de ensayo en el galpón del fondo de mi casa. Durante el año noventa y nueve vi en una tienda de compra y venta de instrumentos musicales, enfrente de la plaza de San Martín, un bajo de marca Kaiola que costaba cien pesos. Al igual que cuando quise comprarme la flauta, fui a pedirle a mi madre el dinero, pero esta vez era tanto el entusiasmo que la pude convencer. Mi madre me preguntó si estaba seguro, y le dije sí, tenía muchas ganas de tocar el bajo, ya armamos la banda con Flavio.