Las avíspas - Aristófanes - E-Book

Las avíspas E-Book

Aristófanes

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Beschreibung

Las avispas es una comedia escrita por el comediógrafo griego Aristófanes. Es la cuarta en orden cronológico de las once comedias aristofánicas que han sobrevivido. Fue presentada durante el concurso de las fiestas Leneas en el 422 a. C., donde obtuvo el primer premio, por delante de Proagón, de Filónides y Embajadores, de Leucón. Debe su nombre a la identificación del coro, formado por miembros de los tribunales atenienses, con avispas armadas de aguijón. La obra es un ataque contra Cleón y el funcionamiento de los tribunales populares de la Heliea.

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Las avíspas

Aristófanes

Booklassic 2015 ISBN 978-963-526-871-9

Personajes

   PRIMER SERVIDOR (llamado Sosías)

Dos PERROS.

SEGUNDO SERVIDOR (llamado Jantias).

UN CONVIDADO

BDELICLEÓN

UNA PANADERA

FILOCLEÓN

UN DEMANDANTE

NIÑOS PORTADORES DE LINTERNAS

PERSONAJES MUDOS

Los JUECES, disfrazados de avispas, que componen el coro.

(La escena transcurre en Atenas y empieza poco antes del amanecer frente a la casa de Filocleón.)

 

SOSIAS: ¡Oye! ¿Qué estás enfermo, mi pobre Jantias?

JANTIAS: (Dormitando.)

Procuro descansar después de esta noche de guardia.

SOSIAS: ¿Tus costillas reclaman, pues, una llamada de buenos latigazos? ¿O no sabes la clase de fiera que guarda­mos ahí dentro?

JANTIAS: Lo sé; pero quiero dormir un poco.

SOSIAS: Peligroso es, aunque puedes hacerlo; también yo siento que sobre mis párpados pesa un dulce sueño.

JANTIAS: ¿Estás loco o es que juegas al Coribante?

SOSIAS: No; este sopor que se apodera de mí proviene de Sabacio.

JANTIAS: ¡Sabacio! Los dos adoramos, pues, al mismo dueño. Ahora poco, también a mí me ha asestado el sueño un mazazo, atacándome como un medo y acabo de tener un sueño extraordinario.

SOSIAS: Y yo he tenido otro, como nunca. Pero cuenta primero el tuyo.

JANTIAS: He creído ver un águila muy grande bajar vo­lando sobre el Agora, y arrebatando en sus garras un escu­do de bronce elevarse con él hasta el cielo; después ví a Cleónimo que arrojaba aquel mismo escudo.

SOSIAS: De modo que Cleónimo es un verdadero enigma. En la mesa esto puede servir de distracción a los con­vidados: adivina adivinanza ¿cuál es el animal que arroja su escudo por tierra, por el aire y en el mar?

JANTIAS: ¿Qué desgracia me anunciará semejante sue­ño?

SOSIAS: No te preocupes; ningún mal te sucederá; te lo aseguro.

JANTIAS: Sin embargo, es muy mal agüero el de un hombre arrojando su escudo. Pero cuenta tu sueño.

SOSIAS: El mío es grandioso; se refiere a toda la nave del Estado.

JANTIAS: Me conformo, de momento, con la quilla del asunto.

SOSIAS: Creí ver en mi primer sueño, sentados en el Pnix y reunidos en asamblea, una multitud de carneros, con báculos y mantos burdos; después me pareció que entre ellos hablaba un omnívoro paquidermo, cuya voz pa­recía la de un cerdo a quien están chamuscando.

JANTIAS: ¡Puf!

SOSIAS: ¿Qué te sucede?

JANTIAS: Basta, basta; no cuentes más: tu sueño apesta a cuero podrido.

SOSIAS: Aquel maldito paquidermo tenía una balanza en la cual pesaba grasa de buey.

JANTIAS: ! Maldición! Es la Hélade; quiere despedazar a nuestro pueblo.

SOSIAS: A su lado creí distinguir a Teoro, sentado en el suelo con cabeza de cuervo, y además a Alcibíades, que me dijo tartajeando: «Mira, Teolo tiene cabeza de cuervo».

JANTIAS: Nunca ha balbucido más oportunamente Al­cibíades.

SOSIAS : ¿Y no encuentras extraño el que Teoro se haya convertido en cuervo?

SOSIAS: ¿Cómo?

JANTIAS: Al contrario; es excelente.

JANTIAS: Pues verás. Si de hombre se ha convertido de repente en cuervo puede conjeturarse sin dificultad, que nos abandonará para irse con los cuervos.

SOSIAS: Habría de darte dos óbolos por tu habilidad para interpretar los sueños.

JANTIAS: Pero quiero explicar el asunto a los especta­dores y hacerles antes algunas breves advertencias. No es­peréis de nosotros poesía trascendente ni tampoco choca­rrerías de inspiración megarense. No poseemos ninguna pareja de esclavos que bombardee a los espectadores con una cesta llena de nueces ni un Heracles furioso por su cena frustrada, ni un Eurípides que censurar; e incluso tam­poco tenemos la intención de presentar a Cleón hecho pi­cadillo, pese al esplendor de su buena suerte; pero tenemos un asunto bastante ingenioso aunque no arriesga romperos la cabeza y más inteligente, de fijo, que una farsa vulgar.

Nuestro dueño, hombre poderoso, que duerme en la habi­tación que está bajo el tejado, nos ha mandado que guarde­mos a su padre, ? quien tiene encerrado para que no salga. Este se halla atacado de una enfermedad tan extraña, que difícilmente la podríais conocer vosotros, ni aún figurárosla, si no os dijéramos cuál era. ¿No lo creéis? Pues tratad de adivinarlo. Aminias, el hijo de Pronapo, dice que es la afi­ción al juego; pero se equivoca.

SOSIAS: Ciertamente. Se le figura que los demás tie­nen sus vicios.

JANTIAS. No; el mal tiene su raíz en otra afición… Ahí está Sosias, que le dice a Dercilo que es la afición a la be­bida.

SOSIAS: ¡Pero esa es una afición de personas decentes!

JANTIAS: Nicóstrato, el de Escambónides, asegura que es la afición a los sacrificios y a la buena mesa.

SOSIAS: !Nada, Nicóstrato! Imposible eso de la buena mesa; basta que el nombre impúdico de Filóxeno suene a eso mismo para que él lo deteste.

JANTIAS: En vano os cansáis; no daréis en ello. Mas si queréis saberlo, callad y yo os diré el mal que aqueja a mi dueño: es un filoheliasta desenfrenado; su pasión por juz­gar le vuelve loco; se desespera si no se sienta el primero en el banco de los jueces. Durante la noche no disfruta ni un instante de sueño: si por casualidad se le cierran un mo­mento los ojos, su pensamiento revolotea en el tribunal al­rededor de la clepsidra, y acostumbrado a tener la pie­drecilla de los votos se despierta con los tres dedos apre­tados, como quien ofrece incienso a los dioses en el novilu­nio.

Si ve escrito en alguna parte: «Hermoso Demo, hijo de Pirilampo», en seguida pone al lado: «Hermosa urna de las votaciones.» Habiendo cantado su gallo al anochecer, dijo que sin duda le habían sobornado los criminales para que le despertase tarde. En cuanto cena, pide a gritos los zapatos; corre al tribunal antes de amanecer, y duerme allí recostado y pegado como una lapa a una de las columnas. Su severidad le hace trazar siempre sobre las tablillas la lí­nea condenatoria, de suerte que siempre, como las abe­jas o los zánganos, vuelve a su casa con las uñas llenas de cera.

Temeroso de que le falten piedrecitas para las vota­ciones mantiene ahí dentro un banco de grava. Tal es su manía; cuanto más se trata de corregirle, más se empeña en juzgar. Ahora le tenemos encerrado con cerrojos para que no salga, pues su hijo siente en el alma tal enfermedad. Pri­mero trató de persuadirle con afables palabras a que no llevase el manto burdo ni saliese de casa, mas no cambió por eso. Luego le bañó y purgó, y siempre lo mismo. Después trató de curarle con los ejercicios de los Coribantes, y el buen viejo se escapó con el tambor y se presentó a juzgar en el tribunal.

Viendo la ineficacia de estos medios, lo llevó a Egina y le hizo acostarse una noche en el templo de Ascle­pios. Pero en el momento de amanecer apareció ante la cancela del tribunal. Desde entonces no le dejábamos salir, pero como se nos escapaba por las canales y buhardillas, tuvimos que tapar y cerrar con paños todos los agujeros. Mas él, clavando palitos en la pared, saltaba de uno a otro como un grajo. Por último, hemos tenido que rodear con una red todo el patio, y así le guardamos.

El viejo se llama Filocleón; ningún nombre, por Zeus, le está más propio su hijo, aquí presente, se llama Bdelicleón y es un joven que tiene una idea bastante importante dé sí mismo.

BDELICLEÓN: (Asomándose a la ventana.)

¡Eh! Jantias, Sosias, ¿estáis durmiendo?

JANTIAS: ¡Ya está ahí ese!

SOSIAS: ¿Qué hay?

JANTIAS: Que Bdelicleón se ha levantado.

BDELICLEÓN: A ver, pronto aquí uno de vosotros. Mi padre ha entrado en la cocina y está royendo no sé qué, como un ratón dentro del agujero. Tú, mira no se escape por el tubo de los baños; y tú, recuéstate contra la puerta.

SOSIAS: Entendido, señor.

JANTIAS: ¡Oh, poderoso Poseidón! ¿Quién hace tanto ruido en la chimenea? !Eh, tú! ¿quién eres?

FILOCLEÓN: (Tratando de salir por la chimenea.)

Soy el humo que salgo.

BDELICLEÓN: ¿Humo? ¿Y de qué leña?

FILOCLEÓN: Del árbol de los sicofantes.

BDELICLEÓN: Ya se conoce, por Zeus, pues es la que despide el humo más acre. Ea, adentro pronto. ¿Dónde está la tapa de la chimenea? Adentro he dicho. Encima, para mayor seguridad, pondré esta vigueta. Busca ahora otra salida; soy el más desdichado de los hombres: mañana po­drán llamarme !el hijo del ahumado!

SOSIAS: Empuja la puerta. Aprieta ahora mucho y fuer­te. Allá voy yo también. Ten mucho cuidado con la cerra­dura y el cerrojo, no vaya a roer el pestillo.

FILOCLEÓN: (Detrás de la puerta.)

¿Qué hacéis? ¿No me dejáis ir al tribunal, grandísimos bribones, y Dracóntides será absuelto.

BDELICLEÓN: ¿Y te causará mucha pena, no es eso?