LAS CARTAS DE PLINIO EL JOVEN - Plinio el Joven - E-Book

LAS CARTAS DE PLINIO EL JOVEN E-Book

Plinio el Joven

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Beschreibung

Las Cartas de Plinio el Joven, también llamadas las Epístolas de Plinio el Joven, han sido objeto de estudio durante siglos, ya que las mismas ofrecen una mirada única e intima a la vida cotidiana de los romanos del siglo I d. C. A través de sus cartas el escritor y abogado romano Plinio el Joven (cuyo nombre completo era Cayo Plinio Cecilio Segundo) debate sobre cuestiones filosóficas y morales; pero a su vez también discute sobre asuntos cotidianos y temas relacionados con sus tareas administrativas. Una de estas cartas, la carta 16 del libro VI, dirigida a Tácito, posee un valor histórico sin igual. En esta Plinio describe la erupción del Monte Vesubio en el año 79 d. C. que destruyó a la ciudad de Pompeya. Muchos estudiosos afirman que con sus cartas Plinio inventó un nuevo género literario: el de la carta escrita no sólo para entablar una comunicación amena con los pares sino para además publicarla posteriormente. Plinio recopiló copias de cada carta que escribió a lo largo de su vida y publicó las que consideraba las mejores en doce libros. En esta edición se presentan cartas seleccionadas por sus distintas características y que abarcan varios libros, centrándose principalmente en los Libros I, II y III. A obra faz parte da famosa coletânea: 501 Livros que Merecem ser Lidos.

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Plinio El Joven

LAS CARTAS DE PLINIO

EL JOVEN

Título original:

“PLINIO EL IOVEN EPIST”

Primera edición

Prefacio

Estimado lector,

Cayo Plinio Cecilio Segundo, también conocido como Plinio el Joven, fue un hábil orador, jurista, político y gobernador imperial en Bitinia, una provincia del Imperio Romano. Sobrino nieto de Plinio el Viejo, quien lo adoptó, estuvo con él el día de la gran erupción del Vesubio, pero no lo acompañó en el viaje en barco hacia el volcán en erupción que resultaría mortal. Sus escritos sobre ese día, en el cual Pompeya se sumergió en cenizas, son el principal documento escrito sobre la tragedia.

Plinio el Joven fue un gobernante hábil y leal a su emperador, además de culto y buen escritor. Las cartas entre Plinio y el emperador Trajano se consideran uno de los documentos más valiosos para entender la eficiente organización y la vida cotidiana en el imperio romano. En ellas, Plinio menciona por primera vez en un documento romano el surgimiento del cristianismo y sus consecuencias.

Se trata de un texto de enorme valor histórico y de una lectura provechosa.

LeBooks Editora

Sumario

PRESENTACIÓN

LAS CARTAS DE PLINIO EL JOVEN..

CARTAS SELECTAS

LIBRO I

LIBRO II

LIBRO IIIᨍ

PRESENTACIÓN

Sobre el autor

Plinio, el Joven (61 - 113 d.C.)

Gayo Plinio Cecilio Segundo nació alrededor del año 61 d.C. en Como, una ciudad al norte de Italia. Plinio recibió el epíteto de "el Joven" por ser sobrino por parte de madre e hijo adoptivo de Plinio, el Viejo (23 - 79 d.C.). Realizó sus estudios básicos en el campo de la retórica y las leyes, con Quintiliano y Nicetas de Esmirna como sus principales maestros. Su familia no pertenecía a la antigua nobilitas romana, pero varios miembros ocuparon puestos destacados en la orden senatorial. Con los sólidos lazos de clientelismo construidos principalmente por su tío, Plinio no tardó en iniciar su carrera como abogado a los 18 años. Participante en la vida pública romana desde temprana edad, logró un rápido ascenso en el cursus honorum propio de alguien proveniente de la orden ecuestre: en el 91 d.C. fue Cuestor; en el 92 d.C. se integró como Tribuno de la Plebe y en el 95 d.C. se convirtió en Pretor.

Fue durante el gobierno del emperador Trajano, entre los años 98 y 117 d.C., que Plinio alcanzó los cargos de mayor relevancia e influencia, como Cónsul, Gobernador de la Provincia de Bitinia, Prefecto del Pretorio y Augur. Al ocupar cargos de esta naturaleza, Plinio tuvo la oportunidad de expresarse en varios momentos del principado de Trajano. Así, discursos laudatorios y solicitudes de carácter personal formaron parte de las producciones literarias de Plinio, destacándose el Panegírico a Trajano y el Libro X con las epístolas intercambiadas entre Plinio y el emperador Trajano. El primero se escribió como agradecimiento a Trajano por el cargo de Cónsul obtenido por Plinio en el año 100 d.C. En cuanto a las epístolas, fueron escritas desde el año 98 d.C., momento de la ascensión de Trajano al cargo máximo del Imperio Romano, hasta el año 113 d.C., fecha aproximada de la muerte de Plinio. En ellas se abordan temas que van desde las reformas públicas provinciales romanas, solicitudes de privilegios personales y agradecimientos emotivos hasta uno de los primeros relatos sobre el naciente cristianismo.

Plinio formó parte de una red de amistades que influyó en los ámbitos políticos y literarios del mundo romano del siglo I d.C. Esta red de amigos se formó a partir de ciudadanos de diversos lugares, pero con ideas compartidas y guiadas por preceptos filosóficos, políticos y literarios comunes. Nombres como los de Tácito, Suetonio y Marcial circulaban con gran naturalidad en esta red de amigos regida por Plinio. Una red heredada en gran medida de su tío Plinio, el Viejo, pero ampliada gracias a los servicios prestados al Imperio y al dominio perfecto de la fuerza de las palabras en discursos y cartas que elevaban y rebajaban a hombres de todos los tiempos.

Sobre la obra: Cartas de Plinio el Joven

Las cartas de Plinio ofrecen la formación de un corpus de información sobre la vida política, económica, cultural y social del principado romano. También es a través de este conjunto de cartas que se puede conocer la vida de Plinio, Trajano y muchos otros ciudadanos, presentados a veces como estudiosos tenaces, complacientes con sus esclavos y libertos, y otras como genios de la oratoria, autores modestos, súbditos leales e incluso buenos esposos.

Con tantos temas tratados en estas epístolas, se observa que una de las habilidades de Plinio era desarrollar temas complejos en el breve espacio de una carta. En este sentido, al leer sus testimonios, se tiene la sensación de que cada carta encierra en sí misma toda la temática propuesta, con mucho estilo, refinamiento, riqueza de lenguaje, varias figuras retóricas y la plasticidad de sus descripciones. Toda la riqueza literaria se hace más evidente cuando se perciben las constantes referencias y la profunda admiración de Plinio por Cicerón, Homero, Catulo y Calvo, Demóstenes y Platón, teniendo en esas influencias de los modelos clásicos el estímulo para la formación de su propio estilo de escritura.

Las acciones y los temas tratados en las cartas cobran relevancia en el momento en que el centro del principado, Roma, necesitaba información de sus diversas provincias. Saber qué políticas debían implementarse; si era necesario enviar refuerzos militares; si una nueva superstición debía ser vista con preocupación y muchas otras cuestiones, señalan la fuerte contribución que las cartas de Plinio el Joven aportaron al entendimiento de este tipo de diálogo. Es importante comprender que gran parte de las cartas escritas por Plinio fueron enviadas desde el territorio provincial de Bitinia (la actual Turquía) a los lugares más diversos del Imperio Romano, ya que el emperador Trajano fue caracterizado por ser un gobernante itinerante que pasó poco tiempo en la ciudad de Roma. Por lo tanto, tanto la forma como el contenido de las cartas deben entenderse dentro de la dinámica de movimiento en la Antigüedad.

En consecuencia, el intercambio epistolar entre Plinio el Joven y Trajano se refiere al período de máximo esplendor del Imperio Romano. Plinio, un ciudadano perteneciente a la orden ecuestre, al intercambiar cartas con el emperador Trajano, se colocaba al lado del hombre más poderoso de su tiempo. Trajano, un emperador proveniente de las provincias y no de Roma, fue presentado por los escritos de Plinio como un soberano excelente, el legítimo optimus princeps. El encanto particular de la relación entre ambos y de las cartas intercambiadas revela mucho más que una conversación burocrática entre funcionarios imperiales. Revela la vi0alidad de un mundo marcado por el deseo de la memoria, el registro y los logros dignos de atención.謍

LAS CARTAS DE PLINIO EL JOVEN..

CARTAS SELECTAS

 La siguiente es una selección de cartas enviadas por Plinio el Joven, escritor y abogado romano del siglo I, a sus amistadas y colegas y autoridades romanas.

Las dos primeras cartas presentadas están dirigidas a Tácito y tienen un valor histórico incalculable, ya que son un testimonio de alguien que estaba relativamente cerca de la tragedia de la erupción del monte Vesubio en el año 79 d.C. Considerada una de las mayores catástrofes de la historia, la erupción fue responsable de diezmar toda la población local de la ciudad italiana de Pompeya y no tomó más de un tercio de una hora para hacerlo.

Plinio, el Joven, proporcionó un relato de primera mano de la erupción del Vesubio desde su posición en Miseno, al otro lado del golfo de Nápoles, en una versión escrita 25 años después del evento. La experiencia probablemente quedó grabada en su memoria debido al trauma de la ocasión y también por la pérdida de su tío, Plinio, el Viejo, con quien tenía una relación cercana. Su tío murió mientras intentaba rescatar a víctimas aisladas; como almirante de la armada, había ordenado que los barcos de la Marina Imperial atracados en Miseno cruzaran el golfo para ayudar en los intentos de evacuación. Más tarde, los vulcanólogos reconocerían la importancia de los relatos de Plinio, el Joven, al definir situaciones similares a la erupción del Vesubio como "plinianas".

Carta 1

A Tácito sobre el Vesubio

El 24 de agosto, alrededor de la una de la tarde, mi madre le llamó la atención a Plinio el Viejo 1 sobre una nube que tenía un tamaño y una forma muy inusuales. Acababa de tomar el sol y, tras haberse bañado en agua fría y haber tomado una comida ligera, se había retirado a su estudio a leer. Ante la noticia, se levantó inmediatamente y salió fuera; al ver la nube, se dirigió a un montículo desde donde podría tener una mejor visión de este fenómeno tan poco común. Una nube, procedente de qué montaña no estaba claro desde aquél lugar (aunque luego se dijo que venía del monte Vesubio), estaba ascendiendo; de su aspecto no puedo darte una descripción más exacta que se parecía a un pino, pues se iba acortando con la altura en la forma de un tronco muy alto, extendiéndose a su través en la copa a modo de ramas; estaría ocasionada, me imagino, bien por alguna corriente repentina de viento que la impulsaba hacia arriba pero cuya fuerza decreciera con la altura, o bien porque la propia nube se presionaba a sí misma debido a su propio peso, expandiéndola del modo que te he descrito arriba. Parecía ora clara y brillante, ora oscura y moteada, según estuviera más o menos impregnada de tierra y ceniza. Este fenómeno le pareció extraordinario a un hombre de la educación y cultura de mi tío, por lo que decidió acercarse más para poder examinarlo mejor.

Carta perteneciente al libro VI

Carta 2

A Tácito acerca de la erupción del Vesubio e la muerte de su tio. (Epistulae 6, 16):

Me pides que te describa la muerte de mi tío para poder dejar a la posteridad un relato más verídico de la misma. Te doy las gracias, pues me doy cuenta de que su muerte alcanzará, si es celebrada por ti, una gloria inmortal. Aunque haya perecido en una catástrofe, al mismo tiempo que pueblos y ciudades, como si fuese a vivir siempre gracias a un suceso tan memorable, aunque él mismo haya dejado numerosas obras literarias dignas de ser recordadas, sin embargo, la inmortalidad que merecen tus escritos contribuirá en gran medida a perpetuar su memoria. En verdad que considero afortunados a los hombres a los que los dioses han concedido o bien realizar hazañas que merezcan ser escritas, o bien escribir obras que merecen ser leídas, y muy afortunados a los que les conceden ambas cosas. Entre estos últimos se encontrará mi tío gracias a sus libros y también a los tuyos. Por todo esto, no solo acepto con agrado la tarea que me encomiendas, sino que incluso la reclamo.

Se encontraba en Miseno al mando de la flota. El 24 de agosto, como a la séptima hora, mi madre le hace notar que ha aparecido en el cielo una nube extraña por su aspecto y tamaño. Él había tomado su acostumbrado baño de sol, había tomado luego un baño de agua fría, había comido algo tumbado y en aquellos momentos estaba estudiando; pide el calzado, sube a un lugar desde el que podía contemplarse mejor aquel prodigio. La nube surgía sin que los que miraban desde lejos no pudieran averiguar con seguridad de qué monte (luego se supo que había sido el Vesubio), mostrando un aspecto y una forma que recordaba más a un pino que a ningún otro árbol. Pues tras alzarse a gran altura como si fuese el tronco de un árbol larguísimo, se abría como en ramas; yo imagino que esto era porque había sido lanzada hacia arriba por la primera erupción; luego, cuando la fuerza de esta había decaído, debilitada o incluso vencida por su propio peso se disipaba a lo ancho, a veces de un color blanco, otras sucio y manchado a causa de la tierra o cenizas que transportaba. A mi tío, como hombre sabio que era, le pareció que se trataba de un fenómeno importante y que merecía ser contemplado desde más cerca. Ordena que se le prepare un navío veloz, y me ofrece la oportunidad de ir con él, si yo lo deseaba; le respondí que prefería continuar estudiando, y precisamente él me había dado algún material para que yo lo escribiese. Cuando salía de su casa, recibe un mensaje de Rectina, esposa de Tascio, aterrorizada por el peligro que la amenazaba (pues su villa estaba al pie de la montaña y no tenía ninguna escapatoria, excepto por mar); le rogaba que le salvase de esa situación tan desesperada. Él cambió de planes y lo que había iniciado con el ánimo de un estudioso lo terminó con el de un héroe. Manda sacar las cuadrirremes, él mismo sube a bordo con la intención de auxiliar no solo a Rectina sino a otros muchos (pues los encantos de la costa atraían a un gran número de visitantes). Se dirige rápidamente al lugar del que todos los demás huyen despavoridos, mantiene el rumbo en línea recta, el timón directo hacia el peligro, hasta tal punto libre de temor que dictaba o él mismo anotaba todos los cambios, todas las formas de aquel desastre, tal como las había captado con los ojos. Ya las cenizas caían sobre los navíos, más compactas y ardientes, a medida que se acercaban; incluso ya caían piedra pómez y rocas ennegrecidas, quemadas y rotas por el fuego; ya un bajo fondo se había formado repentinamente y los desprendimientos de los montes dificultaban grandemente el acceso a la playa. Mi tío dudó algún tiempo si sería conveniente regresar; luego al piloto, que le aconsejaba que así lo hiciese, le dijo: “la Fortuna ayuda a los héroes: pon rumbo a casa de Pomponiano”. Esta se encontraba en Estabias, al otro lado de la bahía (pues el mar, al curvarse ligeramente la costa cerrándose sobre sí misma, penetra en tierra). Allí, aunque el peligro aún no estaba cerca, era evidente que se aproximaba conforma iba creciendo, y Pomponiano había cargado sus pertenencias en unos barcos, decidido a huir, tan pronto como el viento, que se oponía a ello, se hubiese calmado.

Mi tío, impulsado por ese mismo viento muy favorable para él, arriba a puerto, abraza a su atemorizado amigo, le consuela y anima y, para calmar sus temores con el ejemplo de su propia tranquilidad, ordena que sus esclavos le lleven al baño; después del aseo, se sienta a la mesa y come algo con buen humor o (lo que no es menos hermoso) finge que está de buen humor. Entretanto, en numerosos puntos en las laderas del Vesubio podían verse enormes incendios y altísimas columnas de fuego, cuyo brillo y resplandor aumentaba la oscuridad de la noche. Mi tío, intentando calmar el miedo de sus acompañantes, repetía que se trataba de hogueras dejadas por los campesinos en su huida y casas abandonadas al fuego que ardían en la soledad. Luego se retiró a descansar y ciertamente durmió sin la menor sombra de duda, pues su respiración, que a causa de su corpulencia era más bien sonora y grave, podía ser escuchada por las personas que iban y venían delante de su puerta.

Pero el patio desde el que se accedía a su habitación, repleto de cenizas y piedra pómez de tal manera había subido de nivel que, si hubiese permanecido más tiempo ene l dormitorio, ya no habría podido salir. Luego que fue despertado, salió fuera y se reúne con Pomponiano y los demás que habían pasado toda la noche en vela. Deliberan en común si deben permanecer bajo techo o salir al exterior, pues los frecuentes y fuertes temblores de tierra hacían temblar los edificios y, como si fuesen removidos de sus cimientos, parecía que se inclinaban ya hacia un lado, ya hacia el otro. Al aire libre, por el contrario, el temor de la caída de fragmentos de piedra pómez, aunque estos fuesen ligeros y porosos, pero la comparación de los peligros les llevó a elegir esta segunda posibilidad. En el caso de mi tío venció el mejor punto de vista, en el de los demás venció el temor mayor.

Para protegerse contra los objetos que caen, colocan sobre sus cabezas almohadas sujetas con cintas. En cualquier otro lugar era ya de día, pero allí era de noche, una noche más densa y negra que todas las noches que haya habido nunca, cuya oscuridad, sin embargo, atenuaban el fuego de numerosas antorchas y diversos tipos de lámparas. Mi tío decidió bajar hasta la playa y ver sobre el lugar si era posible una salida por mar, pero éste permanecía todavía violento y peligroso. Allí, recostándose sobre un lienzo extendido sobre el terreno, mi tío pidió repetidamente agua fría para beber. Luego, las llamas y el olor del azufre, anuncio de que el fuego se aproximaba, ponen en fuga a sus compañeros, a él en cambio le animan a seguir. Apoyándose en dos jóvenes esclavos pudo ponerse en pie, pero al punto se desplomó, porque, como yo supongo, la densa humareda le impidió respirar y le cerró la laringe, que tenía de nacimiento delicada y estrecha y que con frecuencia se inflamaba. Cuando volvió el día (que era el tercero por contar desde el último que él había visto), su cuerpo fue encontrado intacto, en perfecto estado y cubierto con la vestimenta que llevaba: el aspecto de su cuerpo más parecía el de una persona descansando que el de un difunto.

Entretanto, mi madre y yo en Miseno; pero esto no tiene importancia para la historia, y tú solo quieres tener noticias sobre la muerte de mi tío. No me voy, pues, a extender más. Tan solo añadiré que yo te he expuesto con detalle todos los acontecimientos de los que o bien fui testigo o bien tuve noticias inmediatamente después de que ocurriesen, cuando se recuerdan más fielmente. Tú seleccionarás lo más importante, pues una cosa es escribir una carta y otra un relato histórico; una cosa escribir a un amigo y otra escribir para todos. Adiós.

Carta 3

Plinio saluda al emperador Trajano

Es costumbre para mí, mi señor, consultarte acerca de todas las cosas sobre las que dudo. ¿Quién, en efecto, puede guiar mejor mi irresolución o instruirme en lo que no sé?

Jamás he participado en los procesos contra los cristianos: por ello, desconozco qué suele castigarse o perseguirse y hasta qué punto. 2. Y no he dudado poco si acaso se hace alguna distinción de edad o, por tiernos que sean, en nada difieren de los más robustos; si hay perdón para el arrepentimiento, o si el que fue completamente cristiano no obtiene alguna ventaja al haber dejado de serlo. Si se castiga el mero hecho de llamarse cristiano, en caso de que no se hayan cometido delitos, o si se castigan los delitos asociados a tal nombre.

Entretanto, esta es la norma que he seguido para con aquellos que hasta mí han sido traídos como cristianos. 3. A ellos mismos les pregunté si eran o no cristianos. A quienes confesaron que sí les pregunté una segunda y una tercera vez, con la amenaza de suplicio; ordené que se ejecutara a los que perseveraban. Yo no dudaba, en efecto, de que, al margen de lo que confesaran, debía castigarse la pertinacia y la obstinación cerrada. 4. Hubo otros de similar desvarío a los que apunté para que fueran enviados a Roma, ya que eran ciudadanos romanos. Poco después, como suele ocurrir, al extenderse la acusación por causa del mismo proceso, se dieron situaciones variadas.

Se hizo público un libro anónimo que contenía los nombres de muchas personas. Quienes negaban que eran cristianos o que lo hubieran sido, una vez que por medio de una fórmula mía imploraron a los dioses y suplicaron con incienso y vino a una imagen tuya que había ordenado colocar para este cometido, junto a unas figuras de los dioses, y una vez que, además, blasfemaron contra Cristo, cosas que dicen que no pueden ser obligados a hacer quienes en verdad son cristianos, consideré que podía dejarlos libres.

Otros, nombrados por un delator, declararon que eran cristianos y poco después lo negaron; dijeron que lo habían sido ciertamente, pero que habían dejado de serlo, algunos hacía ya tres años, otros ya muchos años antes, alguno incluso veinte. Asimismo, todos ellos adoraron una imagen tuya y las figuras de los dioses y, además, blasfemaron contra Cristo.

Aseguraban, asimismo, que toda su culpa o su error no había sido más, según ellos, que haber tenido por costumbre reunirse un día señalado antes del amanecer, cantar entre ellos, de manera alterna, en alabanza a Cristo como si fuera un dios, y comprometerse mediante juramento no a delinquir, sino a no robar, ni cometer pillajes ni adulterios, a no faltar a su palabra ni negarse a devolver un depósito cuando se les reclamara. También decían que, una vez realizados estos ritos, tenían por costumbre separarse y reunirse de nuevo para tomar el alimento, totalmente corriente e inocuo, pero que dejaron de hacerlo tras mi edicto, por el cual, según tus mandatos, había prohibido que hubiera asociaciones. 8. Así pues, creí aún más necesario inquirir también, mediante el tormento de dos esclavas que eran llamadas “ministras”, qué había de verdad. No encontré ninguna otra cosa más que una superstición depravada y desmesurada.

Por ello, aplazada la indagación, me he apresurado a consultarte. A mí me parece que se trata de una cuestión digna de consulta, sobre todo a causa del número de personas que corren peligro (de ser juzgadas). Hay mucha gente, en efecto, de todas las edades, de todas las condiciones y de ambos sexos incluso que son llamados a juicio y seguirán siendo llamados. Y el contagio de esta superstición no se ha extendido tan sólo por las ciudades, sino también por las aldeas y los campos; aún así, parece que puede detenerse y corregirse. 10. Sin embargo, hay suficiente constancia de que los templos, casi ya abandonados, han comenzado a frecuentarse, y que se vuelven a celebrar los sacrificios rituales, hace tiempo interrumpidos, y que se vende por todas partes la carne de las víctimas, para la que hasta ahora no se encontraban sino escasísimos compradores. De esto es fácil deducir qué cantidad de personas podría enmendarse si hubiera lugar para el arrepentimiento. Adiós.

Respuesta de Trajano