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Obra que inauguró la Modernidad en la literatura, Las flores del mal vio la luz en 1857, mutilada y envuelta en el escándalo, con una condena por ofensa a la moral que dictaminaba la supresión de seis poemas. Baudelaire encontró su inspiración en las pasiones, el dolor y la enfermedad que experimentó en carne propia, y dio voz en sus versos a las prostitutas, a los borrachos, a los delincuentes, a los obreros, a esa gran masa embrionaria que a mediados del siglo XIX estaba llamada a levantar con la revolución un mundo nuevo. Versión de Antonio Martínez Sarrión
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Seitenzahl: 172
Veröffentlichungsjahr: 2022
Charles Baudelaire
Las flores del mal
Versión española de Antonio Martínez Sarrión
Desde que en 1982, y en segunda edición, se incorporó este volumen al fondo de Alianza Editorial, no había vuelto sobre él. Ahora lo hago para correcciones muy puntuales, que abarcan desde supresiones, sustituciones y adiciones de palabras, y el enderezamiento de versos cojos o mal acentuados, hasta la incorporación de una nota a pie de página y la supresión y la leve modificación de otras dos. Me animó a esta relectura un libro impar sobre el poeta y su tiempo: La Folie Baudelaire, de Roberto Calasso, Adelphi Edizioni, Milano, 2008.
A. M. S.
AL POETA IMPECABLE
AL PERFECTO MAGO DE LAS LETRAS FRANCESAS
A MI MUY QUERIDO Y MUY VENERADO
MAESTRO Y AMIGO
THÉOPHILE GAUTIER
CON LOS SENTIMIENTOS
DE LA MÁS PROFUNDA HUMILDAD
DEDICO
ESTAS FLORES ENFERMIZAS
CH. B.
Afanan nuestras almas, nuestros cuerpos socavan
la mezquindad, la culpa, la estulticia, el error,
y, como los mendigos alimentan sus piojos,
nuestros remordimientos, complacientes nutrimos.
Tercos en los pecados, laxos en los propósitos,
con creces nos hacemos pagar lo confesado
y tornamos alegres al lodoso camino
creyendo, en viles lágrimas, enjugar nuestras faltas.
En la almohada del mal, es Satán Trimegisto1
quien con paciencia acuna nuestro arrobado espíritu
y el precioso metal de nuestra voluntad,
íntegro se evapora por obra de ese alquímico.
¡El diablo es quien maneja los hilos que nos mueven!
A los objetos sórdidos les hallamos encanto
e, impávidos, rodeados de tinieblas hediondas,
bajamos hacia el Orco un diario escalón.
Igual al disoluto que besa y mordisquea
el lacerado seno de una vieja ramera,
si una ocasión se ofrece de placer clandestino
la exprimimos a fondo como seca naranja.
Denso y hormigueante, como un millón de helmintos2,
un pueblo de demonios danza en nuestras cabezas
y, cuando respiramos, la Muerte, en los pulmones
desciende, río invisible, con apagado llanto.
Si el veneno, el puñal, el incendio, el estupro,
no adornaron aún con sus raros dibujos
el banal cañamazo de nuestra pobre suerte,
es porque nuestro espíritu no fue bastante osado.
Mas, entre los chacales, las panteras, los linces,
los simios, las serpientes, escorpiones y buitres,
los aulladores monstruos, silbantes y rampantes,
en la, de nuestros vicios, infernal mezcolanza
¡hay uno más malvado, más lóbrego e inmundo!
Sin que haga feas muecas ni lance toscos gritos
convertiría, con gusto, a la tierra en escombro
y, en medio de un bostezo, devoraría al Orbe.
¡Es el Tedio! – Anegado de un llanto involuntario,
imagina cadalsos, mientras fuma su yerba.
Lector, tú bien conoces al delicado monstruo,
– ¡hipócrita lector – mi prójimo – mi hermano!
1. Trimegisto: literalmente «el tres veces más grande», calificativo habitual del seudo-Hermes (siglos III-IV), a quien se atribuyeron numerosas obras filosóficas y religiosas de carácter esotérico.
2. Helmintos: larvas parásitas.
Cuando, por el mandato de un supremo poder,
aparece el Poeta en este mundo hastiado,
aterrada y lanzando mil blasfemias, su madre
alza su puño a Dios, el cual de ella se apiada:
– «¡Ah! que no haya parido un nido de reptiles,
antes de alimentar esta cosa irrisoria!
¡Maldita sea la noche de placeres efímeros
en que mi propio vientre concibió este castigo!
»Puesto que me elegiste entre todas las hembras
para ser la desdicha de mi triste marido,
y no podría ahora arrojar a las llamas,
como carta de amor, a este pequeño monstruo,
»haré yo que recaiga el odio que me abruma
sobre el útil maldito de tu perversidad,
y tan bien torceré este árbol miserable
¡que ni brotarán de él sus apestadas yemas!».
Aplaca de este modo la espuma de su rabia
y, sin imaginar los eternos designios,
ella misma prepara al fondo de la Gehena3
las llamas consagradas a los maternos crímenes.
Entretanto, cuidado por un Ángel oculto,
el niño abandonado se emborracha de sol
y en todo lo que bebe y en todo lo que come
vuelve a encontrar el néctar bermejo y la ambrosía.
Y juega con el viento y con las nubes habla
y se embriaga cantando camino de la cruz;
y en su peregrinaje, el Espíritu amigo
llora al verle contento como un ave del bosque.
Los que él quisiera amar se muestran recelosos
o bien, exasperados con su tranquilidad,
buscan a alguien que quiera causarle algún dolor
y hacen en él ensayos de su temple feroz.
En el pan y en el vino que ha de probar su boca
mezclan, con la ceniza, impuros salivazos;
farisaicamente, rechazan cuanto él toca
y se acusan de haberse interpuesto en su vía.
Su mujer va gritando a través de las plazas:
«Pues tan bella me encuentra que me quiere adorar,
adoptaré el oficio de los antiguos ídolos
y de nuevo, como ellos, me haré cubrir de oro;
»y me emborracharé de nardo, incienso y mirra
y de viandas y vinos y de genuflexiones,
para ver si consigo de un corazón ferviente
usurpar, entre burlas, divinos homenajes.
»Cuando, al cabo, me aburran esas farsas impías,
sobre él extenderé mi mano firme y frágil
y mis uñas, parejas a las de las arpías,
hasta su corazón sabrán encontrar brecha.
»Como pájaro joven que tiembla y que palpita
arrancaré en su pecho el rojo corazón
y para que se nutra mi bestia favorita
al suelo, desdeñosa, yo se lo arrojaré».
Al Cielo, en que sus ojos ven un sitial espléndido,
sereno alza el Poeta sus brazos compasivos
y los vivos relámpagos de su lúcido espíritu
le ocultan el aspecto de los pueblos furiosos:
–«¡Bendito seáis, Señor, que dais el sufrimiento
como divino bálsamo de nuestras impurezas
y como la mejor y la más pura esencia
que dispone a los fuertes a las delicias sacras!
»Yo sé que reserváis un puesto a los Poetas
en las gozosas filas de las legiones santas
y que les invitáis a las eternas fiestas
de Tronos, de Virtudes y de Dominaciones.
»Sé bien que el sufrimiento es la única nobleza
donde no morderán la tierra y los infiernos,
y que para trenzar mi mística corona
los tiempos y los mundos contribuirán de grado.
»Mas las joyas perdidas de la antigua Palmira4,
los metales ignotos, las perlas de la mar
no serán suficientes, aun por Vos engarzadas,
a esa bella diadema clara y deslumbradora;
»pues no estará engastada sino de pura luz,
surgida del hogar de los rayos primeros,
de la que los mortales ojos en su esplendor
no son sino dolientes espejos empañados».
3. Gehena: valle del Hinnom que bordeaba a la antigua Jerusalén, y designaba el Infierno en el lenguaje figurado de la Biblia.
4. Palmira: ciudad de Siria que gozó de una gran prosperidad entre los siglos II y III, y que fue completamente destruida por Aureliano en el año 273.
Por distraerse, a veces, suelen los marineros
dar caza a los albatros, grandes aves del mar,
que siguen, indolentes compañeros de viaje,
al navío surcando los amargos abismos.
Apenas los arrojan sobre las tablas húmedas,
estos reyes celestes, torpes y avergonzados,
dejan penosamente arrastrando las alas,
sus grandes alas blancas semejantes a remos.
Este alado viajero, ¡qué inútil y qué débil!
Él, otrora tan bello, ¡qué feo y qué grotesco!
¡Éste quema su pico, sádico, con la pipa,
aquél mima, cojeando, al planeador inválido!
El Poeta es igual que este señor del nublo,
que habita la tormenta y ríe del ballestero.
Exiliado en la tierra, sufriendo el griterío,
sus alas de gigante le impiden caminar.
Por encima de estanques, por encima de valles,
de montañas y bosques, de mares y de nubes,
más allá de los soles, más allá de los éteres,
más allá del confín de estrelladas esferas,
te desplazas, mi espíritu, con toda agilidad
y, como un nadador que se extasía en las olas,
alegremente surcas la inmensidad profunda
con voluptuosidad indecible y viril.
Escápate muy lejos de estos mórbidos miasmas,
sube a purificarte al aire superior
y apura, como un noble y divino licor,
la luz clara que inunda los límpidos espacios.
Detrás de los hastíos y los hondos pesares
que abruman con su peso la neblinosa vida,
¡feliz aquel que puede con brioso aleteo
lanzarse hacia los campos luminosos y calmos!
Aquel cuyas ideas, cual si fueran alondras,
levantan hacia el cielo matutino su vuelo,
– ¡que planea sobre todo, y sabe sin esfuerzo,
la lengua de las flores y de las cosas mudas!
Es la Naturaleza templo, de cuyas basas
suben, de tiempo en tiempo, unas confusas voces;
pasa, a través de bosques de símbolos, el hombre,
al cual éstos observan con familiar mirada.
Como difusos ecos que, lejanos, se funden
en una tenebrosa y profunda unidad,
como la claridad, como la noche vasta,
se responden perfumes, sonidos y colores.
Hay perfumes tan frescos como un cuerpo de niño,
dulces como el oboe, verdes como praderas,
– y hay otros corrompidos, triunfantes, saturados,
con perfiles inciertos de cosas inasibles,
como el almizcle, el ámbar, el incienso, el benjuí,
que cantan los transportes del alma y los sentidos.
Se encontraba mi cuna junto a la biblioteca,
Babel sombría, donde novela, ciencia, fábula,
todo, ya polvo griego, ya ceniza latina,
se confundía. Yo era alto como un infolio.
Y dos voces me hablaban. Una, insidiosa y firme:
«La Tierra es un pastel colmado de dulzura;
yo puedo (¡y tu placer jamás tendrá ya término!)
forjarte un apetito de una grandeza igual».
Y la otra: «¡Ven! ¡Oh ven! a viajar por los sueños,
lejos de lo posible y de lo conocido».
Y ésta cantaba como el viento en las arenas,
fantasma no se sabe de qué parte surgido
que acaricia el oído a la vez que lo espanta.
Yo te respondí: «¡Sí! ¡Dulce voz!». Desde entonces
data lo que se puede denominar mi llaga
y mi fatalidad. Detrás de los paneles
de la existencia inmensa, en el más negro abismo,
veo, distintamente, los más extraños mundos
y, víctima extasiada de mi clarividencia,
arrastro en pos serpientes que mis talones muerden.
Y tras ese momento, igual que los profetas,
con inmensa ternura amo el mar y el desierto;
y sonrío en los duelos y en las fiestas sollozo,
y encuentro un gusto grato al más ácido vino;
y los hechos, a veces, se me antojan patrañas
y por mirar al cielo caigo en pozos profundos.
Mas la voz me consuela, diciendo: «Son más bellos
los sueños de los locos que los del hombre sabio».
Me gusta recordar esas desnudas épocas
en que placía a Febo las estatuas dorar,
en tanto hombre y mujer, en su esplendor más alto,
sin angustia gozaban y sin mentira alguna,
y, el amoroso cielo envolviendo sus cuerpos,
la salud de su noble máquina ejercitaban.
Mostrábase Cibeles fértil y generosa,
no hallando que sus hijos fuesen gravosa carga;
antes bien, loba henchida de ternezas comunes,
nutría al universo con sus oscuras ubres.
Elegante y robusto, el hombre se preciaba
entre bellezas múltiples que por rey le acataban;
¡frutos aún no ultrajados y carentes de grietas,
cuya bruñida pulpa incitaba al mordisco!
Hoy el Poeta, cuando pretende imaginar
tal nativa grandeza y acude a los lugares
en que hombres y mujeres sin velos aparecen,
siente envuelto su espíritu en tenebroso frío
ante ese negro cuadro que rebosa de espanto.
¡Oh monstruosidades llorando sin vestidos!
¡Oh ridículos torsos que son propios de máscaras!
Pobres cuerpos torcidos, fláccidos o ventrudos,
que el Señor de lo útil, sereno e implacable,
envolvió desde niños en pañales de bronce.
Y vosotras, mujeres, pálidas como cirios,
en quienes la lujuria se ceba, y esas vírgenes
arrastrando la herencia de los maternos vicios
¡y todos los horrores de la fecundidad!
Tenemos, ello es cierto, naciones corrompidas,
a los antiguos pueblos de ignorado esplendor:
los rostros devorados por las llagas cordiales
y algo que llamaríamos desmayadas bellezas;
mas esas invenciones de las musas tardías,
jamás impedirán a las razas decrépitas
rendir a las más jóvenes un profundo homenaje,
– a la juventud santa de simple y dulce frente,
de mirar claro y limpio como agua saltarina,
y que marcha, inconsciente, por doquier esparciendo,
como el azul del cielo, las flores y los pájaros,
sus perfumes, sus cánticos y su suave calor.
Rubens, río de olvido, jardín de la molicie,
cojín de carne fresca en que nunca amaremos
mas donde fluye vida y sin cesar se agita
como el aire en los cielos y la mar en la mar.
Leonardo da Vinci, profundísimo espejo
donde hechiceros ángeles, con ligera sonrisa
cargada de misterio, se insinúan en la sombra
de pinos y glaciares que enmarcan su país;
Rembrandt, triste hospital poblado de murmullos
tan sólo decorado de un crucifijo inmenso,
donde el lloroso rezo sube de la basura
y al que un rayo invernal de súbito atraviesa.
Miguel Ángel, espacio donde se ve a los Hércules
con los Cristos mezclados, y rígidos alzarse
poderosos fantasmas, que durante el crepúsculo
desgarran los sudarios engarfiando sus dedos.
Impudicia de faunos, rabia de boxeadores,
tú que supiste hallar la gracia de los pillos,
corazón orgulloso, débil hombre pajizo,
Puget, emperador triste de los forzados.
Watteau, ese carnaval donde tantos ilustres
como las mariposas vagan resplandecientes,
ligeros decorados que alumbran las bujías
volcando la locura de una gigante danza.
Goya, atroz pesadilla de cosas irreales,
de fetos que se cuecen durante el aquelarre,
de viejas al espejo y chiquillas desnudas
ajustando sus medias para tentar al diablo.
Delacroix, rojo lago lleno de ángeles pérfidos,
al que da sombra un bosque de pinos siempre verdes;
insólitas fanfarrias bajo un cielo pesado
pasan, como un suspiro sofocado de Weber.
Esas blasfemias, llantos, esas imprecaciones,
esos éxtasis, gritos, Te Deums, maldiciones,
son un eco devuelto por laberintos mil;
¡para los corazones, un opio de otros mundos!
Una voz que repiten miles de centinelas,
una orden que transmiten miles de voceadores,
un faro iluminado sobre mil ciudadelas,
¡un grito de monteros perdidos en el bosque!
Porque en verdad, Señor, el mejor testimonio
que podemos mostrar de nuestra dignidad
es este ardiente grito rodando en las edades
¡que va a morir al borde de vuestra eternidad!
Mi pobre musa, ¡ay!, ¿qué tienes este día?
Pueblan tus vacuos ojos las visiones nocturnas
y alternándose veo reflejarse en tu tez
la locura y el pánico, fríos y taciturnos.
¿El súcubo verdoso y el rosado diablillo
el miedo te han vertido, y el amor, de sus urnas?
¿Con su puño te hundieron las foscas pesadillas
en el fondo de algún fabuloso Minturno5?
