Las llamas de la culpa - Capítulo 2 - Inger Gammelgaard Madsen - E-Book

Las llamas de la culpa - Capítulo 2 E-Book

Inger Gammelgaard Madsen

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Beschreibung

Liv Løkke trabaja como cajera en una sucursal de Netto, en Paderup. Odia la ciudad, a sí misma, su trabajo y su vida banal. Con apenas ver a los clientes, sabe quiénes son: conoce a la mayoría de las personas del barrio y sus hábitos de compra. Pero un día, un cliente que compra un artículo le recuerda su pasado y el día fatídico en que salvó a su hermano de una casa en llamas, luego de que una explosión de gas matara a su madre. Es él... el amante de su madre. Él afirma que tiene pruebas de que la muerte de su madre no fue un accidente.-

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Inger Gammelgaard Madsen

Las llamas de la culpa

Capítulo 2

SAGA

Las llamas de la culpa - Capítulo 2

Original title:

Brændende skyld: Afsnit 2 Copyright © 2017, 2019 Inger Gammelgaard Madsen and SAGA Egmont, Copenhagen All rights reserved ISBN: 9788726233339

1. E-book edition, 2019 Format: EPUB 2.0

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

Las llamas de la culpa

Capítulo 2

24 pañales Baby Soft, comida de bebé orgánica Hipp sabor banana y arroz con leche, 12 huevos orgánicos y un paquete de cigarrillos Green King confirmaron sus sospechas de que era Lise de la calle Venus. Acababa de dar a luz a un niño. Siempre compraba comida orgánica y llevaba una vida sana. Los cigarrillos probablemente eran para su marido que rara vez hacía la compra. Ni siquiera tuvo que levantar la mirada: el aroma a Orange Blossom la delató.

—Son 179,95 coronas.

—¡Por qué demonios no dices 180! —gruñó Lisa. Colocó la tarjeta en el lector y digitó el pin con rapidez al tiempo que lo ocultaba con la mano para que la persona que la seguía en la fila no lo pudiera ver. Liv Løkke pensó que el esmalte de uñas brillante color piel también sería orgánico.

Ya escaneaba los siguientes artículos. Cortes fríos de Pålækker, mantequilla Kaergården, pack de seis cervezas Carlsberg, paté de hígado Stryhns, un frasco de mermelada Den Gamle Fabrik y una lata de comida de gatos Whiskas... casi todas marcas danesas. Estiró la mano sin mirar mientras decía el costo total. El viejo Verner siempre pagaba en efectivo; no se adaptaba a las tarjetas de crédito ni a la idea moderna y tonta de que las personas mayores debían aprender a usar computadoras. «Ni siquiera el gobierno sabe cómo usarlas», decía.

Cada día confirmaba lo predecible que era la gente. Sus hábitos los dejaban al desnudo. Sus compras mostraban tanto de las personas como su basura. Tomaba nota mental de las marcas porque también significaban mucho. Algunas marcas fabricaban artículos baratos; a otras les importaba más la calidad. Las personas que compraban las marcas caras por lo general eran educadas y tenían mejores trabajos, ganaban más. O simplemente no les preocupaba su presupuesto. Le divertían las caras sonrojadas de los chicos jóvenes que compraban condones. Solían esconderlos debajo de un paquete de dulces o algo del estilo. Difícilmente volvían a venir. O bien dejaban de usar protección, o los compraban en línea para no tener que volver a encararla a ella, que siempre los molestaba: les guiñaba un ojo o les deseaba que se divirtieran. En esos momentos, parecían encogerse varios talles. No entendía: ¿por qué tenía que ser tan embarazoso tener sexo?; ¿o usar protección?; no le hacía sentido.

Tal vez era porque no tenía experiencia con nada de eso, sobre todo porque no tenía novio. Era demasiado gorda para tener un novio. Eso era lo que su hermosa y delgada madre le había dicho cuando Liv había llorado porque todas sus compañeras tenían novios y se burlaban de ella por no tenerlo.

—Adelgaza y con toda seguridad conseguirás uno —le decía siempre.

Y lo había intentado. Dieta tras dieta, pero nada funcionaba. Al final, se había acostumbrado a ser rellenita —que es como había decidido llamarlo— y soltera. Si lo único que importaba era su cuerpo, prefería estar sola.

La caja registradora emitía un bip por cada artículo que escaneaba; el sonido de su vida diaria. De pronto, se detuvo. El láser no podía leer el código de barras. Intentó escanearlo varias veces. Ocurría muchas veces al día. Habían colocado el código de barras de manera tal que el escáner no lo podía leer. Percibió el suspiro impaciente de su cliente. Estaba apurado. Como todos en la fila. No lo había visto antes por allí. Tal vez sólo había entrado porque quería un paquete de cigarrillos Prince y el periódico. El código de barras estaba enrollado, así que tenía que ingresarlo manualmente.

Mientras lo copiaba, vio el titular: Policía muerto tras brutal atropello y fuga.