Las milagrosas herramientas con las que curan los chamanes - ALBERTO VILLOLDO - E-Book

Las milagrosas herramientas con las que curan los chamanes E-Book

Alberto Villoldo

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Beschreibung

En esta obra, ALBERTO VILLOLDO, uno de los grandes pioneros de la curación energética, secundado por Anne E. O'Neill, desmitifica la antigua y profunda sabiduría a través de doce historias de transformación y crecimiento personal. Se trata de historias basadas en la experiencia del propio autor como sanador, profesional de la salud mental tradicional y seguidor de la sabiduría chamánica, así como de las tradiciones indígenas de todo el mundo. A través de estos asombrosos e inspiradores relatos, aprenderás a curar enfermedades, eliminar el sufrimiento emocional, e incluso desarrollar un cuerpo nuevo que envejezca y se cure de una forma distinta. El tiempo y el espacio pierden sus dimensiones convencionales en el mundo del chamán, por lo que en esta obra te verás transportado a nuevas dimensiones, nuevas realidades y maneras de desencadenar potenciales que nunca pensaste que podrían existir.

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Alberto Villoldo

Anne O'Neill

Las milagrosas herramientas

con las que curan los chamanes

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Colección Espiritualidad y Vida interior

Las milagrosas herramientas con las que curan los chamanes

Alberto Villoldo

Anne O'Neill

1.ª edición en versión digital: junio de 2016

Título original: A Shaman's Miraculous Tools for Healing

Traducción: Juan Carlos Ruíz Franco

Maquetación: Marga Benavides

Corrección: M.ª Jesús Rodríguez

Diseño de cubierta: Enrique Iborra

© 2015, Alberto Villoldo, PhD

(Reservados todos los derechos)

© 2016, Ediciones Obelisco, S.L.

(Reservados los derechos para la presente edición)

Edita: Ediciones Obelisco S.L.

Pere IV, 78 (Edif. Pedro IV) 3.ª planta 5.ª puerta

08005 Barcelona-España

Tel. 93 309 85 25 - Fax 93 309 85 23

E-mail: [email protected]

ISBN EPUB: 978-84-9111-001-9

Maquetación ebook: Caurina.com

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada, trasmitida o utilizada en manera alguna por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o electrográfico, sin el previo consentimiento por escrito del editor.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Para Joseph,

el chamán que me mostró

el camino con amor.

Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

Prefacio

Introducción

Capítulo 1. Extrayendo las energías intrusas

Capítulo 2. Transformar el hado en la fuerza del destino

Capítulo 3. Curar nuestra respuesta de lucha o huida y la depresión transformadora

Capítulo 4. El viaje más allá de la muerte

Capítulo 5. Curar el corazón en el mundo del más allá

Capítulo 6. Iluminación. Limpiar las improntas que hay en el campo

Capítulo 7. El rescate del alma y las frecuencias de potencia

Capítulo 8. El rescate del alma. En busca del alma perdida

Capítulo 9. Vida después de la vida

Capítulo 10. Sanar la herida madre

Capítulo 11. Curar la muerte que hay en nuestro interior

Capítulo 12. Aliados del Mundo Espiritual

Capítulo 13. La historia del chamán

Capítulo 14. Saliéndonos del tiempo (Una historia de amor sobrenatural)

Epílogo

Reconocimientos

Glosario

Prefacio

Hace frío. Cuando es invierno en el alto desierto, tenemos ventiscas de nieve. Echo un vistazo al reloj de mi mesita de noche: las 2:00 de la madrugada. Es la hora. Las palabras siguen aflorando, exigiéndome que salga de la cálida cama. Trato de no molestar a mi marido, que está durmiendo, mientras me pongo mis calcetines de lana gruesa y mi pesada bata. Encendiendo la tenue luz del pasillo, me dirijo tranquilamente al pequeño despacho del otro extremo de la casa. Tengo trabajo que hacer.

Pero, antes de todo, la vela. El trabajo debe comenzar con el ritual, siempre. La parte superior de una pequeña estantería me sirve de altar. Allí se encuentra la vela, rodeada por objetos simbólicos de mi viaje espiritual. Enciendo una cerilla, pidiendo protección al fuego, y las sombras comienzan a bailar en las paredes. Luz y oscuridad; ésa es la naturaleza de este trabajo chamánico. Abriendo espacio sagrado, invito a los espíritus de los cuatro puntos cardinales, recordándoles que no puedo hacer esto sola. Son necesarios. Por supuesto, yo soy quien necesita el recordatorio.

El ordenador se abre a la vida, y me siento allí inmóvil, a la espera, asimilando la quietud, la tranquilidad tan propia de esas horas de la noche. El teléfono no sonará; el timbre no sonará. Las únicas distracciones serán las que yo genere. Debo concentrarme. «¿Quién es el cliente que va a estar conmigo esta noche? Dijo que su nombre es Jered».

Habíamos hablado largo y tendido, y su historia está en mi interior, totalmente memorizada. Le tiendo la mano, me transformo en su presencia. ¿Qué está pensando… sintiendo?… ¿Cuáles son las palabras? Es como abrir una puerta y entrar en otra realidad. Esto es lo que debo hacer si quiero hablar por él, contar su historia de curación. ¡Ah, la confianza! No me tomo esto a la ligera. De hecho, me asombra bastante. También lo entiendo.

Lo que voy a narrar son las historias de los clientes de Alberto. Son quienes han acudido a él pidiéndole ayuda, curación y luz, preparados para las sombras que tendrán que afrontar.

Coloqué mis fríos dedos sobre el teclado.

Ésa era toda mi rutina, fluir con las estaciones a lo largo de los años. Historia a historia, Las milagrosas herramientas con las que curan los chamanes tomó vida. Al principio yo era quien entrevistaba a los clientes en profundidad, tras lo cual vinieron preguntas, correos electrónicos y tantos borradores como fueran necesarios para la aprobación final de todas las partes implicadas. Siempre, Alberto estaba allí; ninguna palabra escaparía a su atención. Después de todo, éste era su libro, su creación. Siempre tuve la sensación de ser una privilegiada por formar parte del proceso, como coautora, al lado de este talentoso chamán.

No tengo ni idea de cuándo este proyecto fue un simple destello en los ojos del chamán. Pero sí sé cuándo comenzó el viaje para mí. Fue en julio de 2001. Este día de verano, el día de mi primera reunión con el chamán, ha quedado profundamente grabado en mi mente. Le estaba llevando una enfermedad terminal envuelta en una crisis espiritual. El chamanismo no me resultaba conocido y me parecía algo ajeno, extraño y misterioso. Yo estaba intrigada. Una parte de mí creía, sin duda alguna, que este hombre tenía algo muy importante que darme; y que me convenía escuchar. Le estaba explicando las heridas de mi alma, heridas generadas a lo largo de toda una vida. Alberto estaba sentado frente a mí, con su libreta en la mano, tomando notas. De repente, se detuvo, alargó su brazo y me ofreció su bolígrafo, diciendo: «Toma, Anne, coge esto y describe tu vida». Ninguno de los dos –al menos que yo supiera– tenía idea de adónde me llevaría ese bolígrafo. Se convirtió en parte de mi mesa, del altar de mi chamán, y ahí sigue hasta hoy.

Siguieron numerosas sesiones con Alberto, ya que mis heridas eran numerosas y debían curarse si yo quería reclamar la plenitud de mi vida. Experimenté una amplia serie de prácticas curativas chamánicas, entre ellas iluminaciones, rescates del alma y extracciones; todas las prácticas que el lector leerá en este libro. También pasé por la Escuela de Medicina Energética Light Body, de la Sociedad Four Winds,1 fundada por Alberto, un programa de formación profesional que permite conseguir una titulación en medicina energética y emprender la curación personal. Fue una dura batalla en todo momento, debido a mis limitaciones físicas. (Bueno, he llegado a darme cuenta de que nada es puramente físico). Por la época en que me gradué, bailaba alrededor del fuego ceremonial.

Mis pies estaban firmemente plantados en el camino chamánico mucho antes de que cogiera ese bolígrafo y empezase a relatar los caminos de sanación de otras personas. De lo contrario, habría sido imposible. Más allá de mi experiencia en el trabajo del chamán, he sido guionista profesional en Hollywood, y he trabajado principalmente en documentales. Al saber esto, Alberto propuso la posibilidad de que nosotros dos trabajásemos juntos en este proyecto. Pasé por el procedimiento normal de crear la propuesta de un libro, incluidos algunos escritos como ejemplo. Sugerí que la historia de curación la contaran alternativamente las voces del cliente y del chamán.

Alberto se dio cuenta de las posibilidades de lo que yo había propuesto, y dijo: «El libro será muy útil para muchas personas». Aunque el fuego de mi interior me impulsaba a decir que sí, dichas posibilidades podían quedar extinguidas rápidamente por oleadas de insuficiencia. Y Alberto me apoyó y añadió: «Éste es un gran proyecto y requerirá mucho trabajo». (Tenía razón en eso). No obstante, yo creía firmemente que no estaría sola en esta empresa y que tendría todo lo que necesitara. Y de esa forma empezamos, en el año 2005. El proyecto adoptó para mí una absorbente intensidad, y hasta hoy nunca se ha apartado de mi mente.

Antes de implicarme en el proyecto, mi marido, Laban Strite, psicólogo y graduado en la Escuela de Medicina Energética Light Body, había puesto las bases, entrevistando a casi cien clientes, siguiendo las instrucciones de Alberto. Por aquella época, hubo más de una noche en que me senté sola leyendo un buen libro, sólo por placer, mientras él estaba al teléfono haciendo el trabajo preliminar necesario. No puedo decir que me sintiera demasiado positiva ante eso; después de todo, la noche era el tiempo especial que pasábamos juntos. Sin embargo, teniendo a mano la información que había reunido, pude comenzar mis entrevistas en profundidad, en cuanto me puse a la tarea.

Los doce individuos elegidos para participar en el proyecto procedían de distintos ámbitos de este mundo y de diversas partes del país. Todos ellos tenían en común la experiencia de haber tenido sesiones privadas, cara a cara, con Alberto. Su viaje hacia la sanación no significaba necesariamente que estuviesen curados, pero puede decirse que todos habían cambiado gracias a la experiencia de trabajar con el chamán para conseguir su sanación; igual que yo.

Escribir este libro fue algo parecido al flujo de un río de curso impredecible, acelerándome con alegría, sorteando rocas y piedras, y a veces amenazada por la sequía. ¿Desaparecería por completo? Otros compromisos y responsabilidades, además de cambios inesperados en la vida de Alberto y en la mía, hicieron que el libro se cociera a fuego lento en un fogón de reserva, durante largos períodos de tiempo. Dejar a algo esperar hasta más tarde es una conocida idea en el trabajo del chamán, e incluso algo positivo. «El libro encontrará su propio momento», aseguré a Alberto. Él, por su parte, me animaba a no rendirme, diciendo: «Son historias que merecen contarse». Continuamos el camino. Y el río volvió a fluir.

¿Y los clientes que había que entrevistar? Esperaban pacientemente, en silencio y confiados, conscientes del privilegio que suponía participar. Estoy segura de que había habido muchos cambios en sus vidas, lo mismo que en el transcurso de estos años. Y el trabajo nunca termina. Antes de que la metafórica tinta se seque sobre el papel, la historia puede haberse convertido en algo distinto, algo que no debería contarse nunca. Un aspecto valioso, aunque a menudo doloroso para los clientes, era mirar atrás, recordar e incluso revivir los acontecimientos para poder contar sus historias. Con frecuencia, esto conllevaba nuevas ideas, profundizar y reforzar lo que habían aprendido. «¿Qué hizo Alberto?», preguntaba yo. Describir sus experiencias extraordinarias con palabras normales no fue fácil para los entrevistados. Y en cuanto a mí, las palabras solían parecerme mercurio que rodaba por la palma de mi mano, cuando intentaba plasmarlas sobre el papel.

No fue una tarea fácil. Para muchos de los entrevistados, fue como intentar contar a alguien un viaje hecho a una tierra extraña, donde el terreno, las costumbres, e incluso el lenguaje, podían ser poco familiares. Me resulta tentador decir: «¡Sólo necesitas viajar hasta allí tú mismo para entenderlo!».

Los viajes espirituales de estos pocos elegidos, en representación de tantos como hicieron este camino, comenzaron hace mucho tiempo y se prolongan hacia un futuro muy distante. Abramos nuestras alas y elevémonos junto con el águila para gozar de una mejor vista y poder contemplar con su aguzado y penetrante ojo. Con cada batir de sus poderosas alas, la escena que hay debajo se hace más inconmensurable, sus límites se amplían. Observamos los años de experiencia que conducen al cliente a reunirse y trabajar con el chamán. Alberto ha dicho: «Lo que importa es lo que pones de manifiesto en el trabajo». Nadie es un novato cuando sale del útero, por decirlo así. ¿Quién sabe lo que subyace al primer llanto del recién nacido? A veces, podemos incluso observar vidas anteriores, una fluyendo en otra.

Seguimos ascendiendo, y vemos que esa línea vital se extiende hacia el futuro, una vida tras otra. Un horizonte de potencial ilimitado… posibilidades… destino… y más allá. El águila está ahora planeando, su corazón late salvajemente con la magnitud de su visión. Enorme, más allá de lo que se puede contar.

Las sesiones con el chamán, para estos clientes, llegaron a un punto final en un momento adecuado. Pero ése no fue el fin de sus viajes. Por el contrario, fue un comienzo más para ellos. El trabajo del chamán es conocer íntimamente los caminos de la muerte y de la renovación. La historia que te contarían en la actualidad podría tener poco parecido con la historia de tiempos pasados, e incluso con la historia que se relata en estas páginas. Su curación les ha llevado a aguas más claras y profundas en las que crean historias aún más bellas. El propósito, por supuesto, es librarse de todo ello, como la serpiente se deshace de su antigua piel, que en cierto momento fue cómoda, y quedar libres.

Estas historias pueden dejar al lector con más preguntas que respuestas. Tal vez le pongan en su propio viaje y en cualquier camino que pueda apelar a su alma. Sólo allí residen las respuestas. Todos tenemos que superar el punto del presente y ascender para captar de verdad la visión de nuestro camino curativo, de nuestra misión y nuestro propósito sobre la Tierra. Ninguna de nuestras historias nos define; ninguna pone de manifiesto los hilos de nuestra existencia. Nosotros no somos nuestras historias. La perspectiva que ganamos al ascender nos indica que somos mucho más: seres espirituales que tienen experiencias físicas, seres infinitos que se convierten en dioses.

Si nos elevamos lo suficiente, veremos que la línea vital forma un círculo: completo, entero, autorrealizado. Demasiados puntos que ya no son puntos, sino camas de rezo, enlazadas por el viaje chamánico de transformación.

El águila debe aterrizar. Debe tocar la Tierra. Y de la misma forma nos encontramos nosotros mismos en la cueva del chamán con la primera historia de curación y transformación de este libro.

Excepto en unos pocos casos, no he conocido a estos clientes cara a cara, y no los reconocería si nos cruzásemos por la calle; pero nunca olvidaré lo que me han dado. En los momentos más inesperados, sus palabras me hablarán de una forma muy personal; precisamente cuando necesite oírlas. Así es cómo sé que las historias son eficaces y contienen gran poder. Cuando íbamos a completar el libro, la voz del chamán surgió de sus páginas: «¡No te sientas atado al resultado!». Qué apropiado. El trabajo chamánico tiene un procedimiento para bajarnos a la Tierra, incluso aunque queramos alcanzar las estrellas.

Anne O’Neill

1. Escuela de Medicina Energética Cuerpo Ligero, de la Sociedad Cuatro Puntos Cardinales. (N. del T.).

Introducción

El viaje del chamán

Tienes en tus manos una colección de historias que ilustran cómo un chamán emplea la medicina energética para ayudar a otros, y para ayudarles a descubrir su capacidad de autocuración. Las voces que aparecen aquí son las de mis clientes, representados en las páginas elaboradas por Anne O’Neill, con quien he trabajado para dar a luz un libro que puede ayudar a los lectores a entender mejor la práctica de la sanación chamánica. El resultado es un volumen que te introducirá en las vidas personales y viajes íntimos de mis clientes; todos de una procedencia distinta y con diferentes retos, y que se prestaron a ayudarme.

Espero que, cuando leas estas historias, seas capaz de sentir la sabiduría, el poder y la belleza de la medicina energética chamánica. También espero que te sientas inspirado para experimentar prácticas chamánicas tú mismo, necesites curación o no, e independientemente de qué tipo de curación puedas necesitar. El chamanismo se basa en la idea de que, si actualizas la calidad y vibración del campo energético luminoso, el CEL, el cuerpo le seguirá; que si generas las condiciones energéticas adecuadas para la salud, la enfermedad desaparecerá; y que podemos desarrollar nuevos cuerpos que envejezcan, curen y mueran de forma distinta. Es una promesa que cualquiera consideraría seductora, pero es más que eso. Puede ser la realidad que experimentas cuando despiertas al chamán que hay en tu interior: el poder que habita dentro de todos nosotros.

Cuando este libro iba camino de la imprenta, me di cuenta de que faltaba una historia: la historia de mi propia curación y cómo la medicina chamánica salvó mi vida. Como todos nosotros, yo co-generé mi vida junto con el Espíritu, progresando con la intención de tener sólo un acontecimiento inesperado que me pusiera en otro camino distinto. Cada error que me hizo aterrizar en los arbustos, a lo largo del camino, me ofreció la promesa de aprender una lección. Con el transcurso de los años, me hice más experto en aprovechar las oportunidades para crecer, en lugar de quejarme por tener que ir a parar a la basura y salir herido a lo largo del camino.

Aunque yo siempre sentí la llamada de ser un sanador, no crecí con el deseo de ser un chamán. Igual que muchos, descubrí mi camino como resultado de la serendipia y la sincronicidad. Sin embargo, la necesidad de dedicar mi vida a algún tipo de servicio comenzó en mi niñez; un hilo común en muchas de las historias que estás a punto de leer. Tuvieron que pasar muchos años antes de que sintiera el deseo de convertirme en sanador y en poner el nombre de chamán al camino que me llamaba.

Cuando tenía veintitantos años, me formé como psicólogo, lo cual me preparó para explorar los aspectos internos de las psiques de mis pacientes. Mi internado en un hospital psiquiátrico me mostró cuántas formas distintas podía mostrar la gente en su locura y qué pocos caminos tenemos en Occidente para conducirlos a la cordura. En particular, recuerdo un paciente, llamado Harold, que me impresionó bastante. La primera vez que le vi, me sostuvo la mirada, impávido, hasta el punto de que me asustó. Parecía estar viendo a través de mis ojos, en el pasado de mi mente y en mi ser más íntimo. Sin pensarlo, las primeras palabras que salieron de mi boca fueron: «¿A quién asustaste para acabar internado en un hospital mental?».

Manteniendo aún la mirada, Harold contestó: «A todos».

A lo largo de las semanas siguientes, descubrí que Harold no estaba loco, sino que la fina membrana que separa nuestro mundo interior de nuestro mundo exterior simplemente no existía en él. Tenía un don extraordinario: podía mirar en tu corazón y extraer secretos que te habías ocultado incluso a ti mismo. Era el primer individuo del todo intuitivo que había conocido.

Un día, Harold me dijo: «Sé que eres simplemente un niño pequeño, asustado, fingiendo ser un hombre y escondiéndote detrás de tu título, doctor. Estás aún moviéndote debajo de esa cama, cuando la gente disparaba fuera de tu casa. Temes lo que puede ocurrirte si sales de debajo de la cama». Y se rio en mi cara y se alejó caminando.

Pensé: «Este chico se ha echado a perder de verdad». Pero, cuando entré en mi despacho tuve que sentarme en mi silla porque había empezado a agitarme incontroladamente. Cerré los ojos y varias imágenes comenzaron a inundar mi mente: un aterrorizado niño de nueve años, fuego de armas y explosiones a distancia, destellos de luz iluminando la noche perfectamente clara, fuera de la ventana de mi dormitorio, mientras yo lloraba y temblaba bajo mi cama. Harold no podía saber de ningún modo que yo había sobrevivido a la Revolución Cubana cuando era un niño. Ahora estaba reviviendo el terror. Yo estaba convencido de que iba a perder a mi madre, mi padre, mi hermana, y en última instancia mi propia vida. ¿Cómo lo sabía? ¿Cómo había podido mirar con tanta profundidad en mi corazón y extraído recuerdos que yo mismo había trabajado muy duramente para ol­vidar?

No, Harold no estaba loco, simplemente tenía un don que nadie podía comprender y que él no podía controlar. La única forma que conocía con la que podía manejar ese extraordinario talento era asustar a la gente para que se apartase de él. Eso es lo que le había hecho llegar al manicomio. Yo era sólo un estudiante graduado que trabajaba para conseguir su doctorado; los verdaderos doctores del hospital estaban aún más asustados de Harold que yo. ¿Qué ocultas y perturbadoras verdades les había revelado? Me di cuenta de que había sacado los trapos sucios de las profundidades de su psique y de que los había puesto a secar en los pasillos del hospital. Y no tuvieron más alternativa que medicarle para eliminar ese don.

La siguiente ocasión en que vi a Harold tenía tantos fármacos en su sistema nervioso que se limitó a mirarme sin hablar. Su don estaba bien oculto bajo un montón de medicamentos antipsicóticos, pero nunca olvidaré cómo lo vislumbré. Él me había despertado ante el hecho de que yo debía curar la batalla que aún tenía lugar en mi interior, si quería convertirme yo mismo en un sanador. De lo contrario, ese asustado niño de nueve años mandaría sobre mi sistema nervioso y tomaría secretamente las decisiones por mí.

Trabajar en el hospital mental me permitió entender las graves limitaciones de la psiquiatría occidental. Dejamos fuera de juego a las personas que no encajan en el sistema, que asustan a otros con sus dones, y para quienes no tenemos lugar en nuestra cultura y sociedad. Es cierto que hay personas que dañan a otras y que deben ser tratadas; no obstante, muchos de los individuos que conocí en el hospital eran agradables y simpáticos, algunos incluso genios. Cuando sus talentos poco comunes no eran reconocidos por el mundo, empezaban a hacerse daño a ellos mismos y a otros. Su magia, su genio, se escapaban de la botella, y nosotros intentábamos medicarles, lo cual les obligaba a guardar silencio, en lugar de admirar sus poderes y ayudar a personas como Harold a dominarlos.

En cuanto a mis propios dones, no tuve ninguna pista acerca de ellos cuando era un niño que crecía en Cuba, donde nací. Cuando Castro entro en La Habana, yo sólo tenía nueve años y no sabía cómo dar sentido a las luchas que había en las calles. ¿Quién era el enemigo? Los chicos buenos y los malos hablaban el mismo idioma, tenían el mismo color de piel y solían ser miembros de la misma familia. Fue una época muy caótica y confusa. Cuando mi familia y yo por fin emigramos a Miami, tenía diez años y sabía sólo cuatro o cinco palabras de inglés.

En cuanto ingresé en la escuela pública, me hicieron pruebas para determinar el nivel de mis logros y aptitudes académicos. Aún recuerdo la intimidante entrevista con el psicólogo del colegio. Insistía en que le mirase a los ojos. Al haber crecido en una cultura latina, había aprendido que no había que mirar a los ojos de los adultos porque era una falta de respeto. Cuando un adulto te hablaba, mostrabas deferencia y respeto mirando hacia abajo, así que nerviosamente resistí las exigencias del examinador de mirarle. Continuó cogiéndome de la barbilla y obligándome a mirarle a los ojos, hasta que salieron lágrimas de mis ojos. El resultado de la evaluación fue que yo estaba retrasado en mi desarrollo, lo que en aquellos días se llamaba «retrasado mental educable», y me pusieron en una clase con niños con discapacidades cognitivas.

Ante mi sorpresa, casi ninguno hablaba ni una palabra de inglés; ni tampoco, por lo que nos concierne, ningún otro idioma. Toda nuestra comunicación era táctil –tacto, gestos– y me sentí maravillado. No sabían ni les importaba que yo sólo hablara español. Durante el mes siguiente, exploré el mundo de bloques y colores, escalando por gimnasios y practicando juegos de pelota en compañía de niños que se comunicaban sin palabras.

Un par de meses después volvieron a hacerme las pruebas, en esta ocasión fue un psicólogo que hablaba español, ante la insistencia de mis padres. Se habían quedado de piedra ante el diagnóstico, y habían solicitado una nueva evaluación. La examinadora era una señorita muy amable que se dio cuenta de que enfrente tenía a un niño a quien la guerra había traumatizado. Después de entrevistarme con tacto –y no obligándome a mantener contacto visual–, informó al colegio y a mis padres de que yo era un chico muy brillante y que debería ir a la clase de los que tenían talento.

La semana siguiente me pusieron en la clase de los adelantados y descubrí que nadie hablaba español. Lo único que sabía en inglés era el año y la fecha. La profesora preguntaba a los otros niños cuántos miembros había en el Congreso o qué había descubierto Galileo, y después se dirigía a mí y me pedía que dijera la fecha y el año. En mi mal inglés, le daba la respuesta. ¡Triunfo! Desde ese momento, mi educación progresó normalmente, pero nunca olvidé aquella extraña y traumatizante experiencia cuando fui por primera vez al colegio en Estados Unidos.

Los pacientes con lo que trabajé en el hospital mental me recordaban de alguna extraña forma a los niños de esa clase en la que el psicólogo del colegio me había colocado cuando tenía diez años. ¿Puede ser que nosotros, los doctores y los estudiantes, simplemente no entendamos el idioma que esas personas hablan? ¿Es posible que hayan sufrido heridas, como en mi caso, y que sean incapaces de expresarse de un modo que otros puedan entender? ¿Había alguna extraña guerra que estaba viva en su interior, a la cual nosotros permaneceríamos ciegos? Lamentablemente, no había clases para talentos entre los pacientes psiquiátricos; sólo medicamentos que calmaban las tormentas y que les hacían ser sumisos y obedientes. Me di cuenta de que tuve suerte de haber sido diagnosticado como retrasado en el desarrollo e hiperactivo, antes de que esos problemas comenzaran a tratarse con Ritalin.2

Después de mi experiencia con Harold, y al darme cuenta de las limitaciones de la psicología occidental, cada vez me sentí más frustrado con la carrera que había elegido. Durante mi formación me habían enseñado que todo problema mental se debía a un mal influjo paterno o a un trauma infantil. ¿Qué sucedía con el mundo espiritual? ¿Qué ocurría con las extraordinarias habilidades psíquicas de algunos de mis pacientes? Me interesé bastante por una rama del conocimiento que no se había inventado todavía: la antropología médica. Quería explorar la mitología y los métodos de curación de los pueblos indígenas. Estaba deseoso de aprender las definiciones de lo normal y lo extraordinario, especialmente tal como lo concebían los descendientes de las antiguas culturas de América, que habían heredado un rico legado lleno de simbolismo e historias.

El hombre que despertó mi interés por el campo, y con quien después escribí dos libros, fue el doctor Stanley Krippner, un prestigioso parapsicólogo que había pasado años estudiando el lado positivo de los fenómenos psíquicos. Me mostró que lo que era investigación innovadora para nosotros, en Occidente, en realidad había formado parte de la estructura y las prácticas curativas de las culturas antiguas. ¿Qué les había sucedido a aquellas civilizaciones que construyeron ciudades en las nubes, como Machu Picchu, que habían construido los templos reales mayas y las pirámides, que habían diseñado la ciudad antigua de Teotihuacán, en el centro de México? En la época de la conquista, Teotihuacán tenía un nivel de vida superior al de Londres, y sus habitantes tenían vidas más largas y saludables que los de París, Roma o Madrid.

Inspirado por el doctor Krippner, y con una triste beca de investigación para financiar mis estudios a mis veintipocos años, emprendí camino a las tierras altas de Perú, para explorar las ciudades perdidas de los Andes y conocer a los descendientes de los incas, los «hijos del sol». La civilización inca duró poco tiempo, sólo desde el año 1200 hasta la llegada de los españoles en 1500. No obstante, en ese breve período habían consolidado un imperio mayor que Estados Unidos. Construyeron más de 20.000 kilómetros de carreteras, además de canales de irrigación y ciudades gloriosas en la cima de montañas. Aun siendo fascinante su arquitectura, lo que más me intrigaba eran las leyendas sobre hombres y mujeres que podían ver en los corazones y almas de las personas; tal como Harold había hecho conmigo. Eran los Guardianes de la Tierra, que conservaban la sabiduría de sus antepasados y sabían que todas las enfermedades físicas estaban causadas por males del espíritu. No sólo eran capaces de penetrar en los lugares más recónditos de tu psique, sino ayudarte a curar esas heridas que estaban ocultas incluso para ti mismo. Eran los p’aqos, los chamanes, y su progenie en nuestros tiempos tenía una rica herencia que yo esperaba que compartieran conmigo.

Llegué a la ciudad de Cuzco, la capital del Imperio Inca, como un joven antropólogo en busca de aventuras, con la mochila llena de sueños y la cabeza repleta de nociones occidentales sobre ciencia y psicología. Perú era entonces un lugar peligroso, con bandas de terroristas que ocupaban pueblos de montaña, en un país dominado por el caos y la desigualdad social. Una vez en Cuzco, tuve la fortuna de conocer a un viejo indio que se convirtió en mi primer mentor.

Orgulloso de llevar mi brillante nueva insignia de doctor, seguro de que mis creencias sobre la naturaleza de la realidad y la mente humana eran las únicas que podía ostentar cualquier persona inteligente, estaba a punto de tener mi primer sorprendente encuentro con la visión del mundo del chamán.

La primera cosa que me señaló mi mentor fue que no era lo mismo información que sabiduría. Si yo quería aprender la sabiduría atemporal de los antiguos americanos, antes tenía que vaciar mi cabeza, repleta de todos los hechos y la información que había confundido con el conocimiento. Me explicó que saber que el agua es H2O era información, mientras que sabiduría era entender cómo hacer llover. Es información conocer un diagnóstico, mientras que la sabiduría es capaz de curar. Me describió cómo la enfermedad se manifiesta en tejidos y órganos, pero que siempre estaba causada por alguna enfermedad del alma. Esto contradecía mi enfoque académico. Yo había creído hasta entonces que el cuerpo, los órganos y los tejidos eran la única realidad, y que el alma era esa pasajera e inaprensible idea descrita sólo por la religión, en los términos más vagos posibles.

—Lo primero que tienes que curar –me dijo mi mentor–, es tu ignorancia. Estás lleno de hechos y cifras, pero tienes muy poca sabiduría». Y así comenzó mi viaje hacia el mundo del chamán.

Me llevó muchos años, y muchos más humildes encuentros con chamanes mucho más sabios que yo –y muchas más experiencias tropezando con mi ego y cayéndome de cara sobre la maleza, en el camino hacia el verdadero conocimiento– poder desarrollar cierto grado de maestría en las prácticas curativas fundamentales del chamán. He descrito estas prácticas en detalle en mis libros anteriores, especialmente en Chamán, sanador, sabio.3 En el presente libro, el lector verá estas prácticas en acción, en el contexto de sesiones de sanación reales.

Las historias de este libro las cuentan hombres y mujeres con quienes he tenido el privilegio de trabajar. Cada una ilustra una práctica curativa central de la medicina chamánica. Cada uno de los individuos se embarcó en un heroico viaje, habiendo agotado las posibilidades de curación ofrecidas por la medicina y la psicología occidentales. Cada uno de estos clientes sintió que su vida y su salud, tal como las conocía, se le habían arrebatado en cierto modo. Su viaje curativo les llevó desde la profunda desesperación hasta la esperanza, desde el dolor a la compasión, y les ayudó a reparar sus cuerpos y a curar sus almas.

Los hombres y las mujeres que estás a punto de conocer acudieron a mí en busca de sanación. A menudo, sus problemas parecían ser sólo físicos. Sin embargo, el chamán sabe que todos los males físicos son el resultado de alteraciones en el alma, que él llama el campo de energía luminosa, que rodea a una persona y le influye a nivel celular y bioquímico, igual que un imán atrae a un montón de limaduras de hierro. Los chamanes curan entrando en una realidad no ordinaria para transformar las energías y la información codificados en el campo de energía luminosa: la huella del estado de salud y del bie­nestar del cuerpo.

Aunque desempeñé cierto papel en la búsqueda de la salud por parte de mis clientes, no les «arreglé» ni «curé». El trabajo chamánico siempre implica una danza entre el chamán, la persona que busca ayuda y la Fuente de toda curación. Ofrecí a mis clientes las energías y las ideas que necesitaban para comenzar sus viajes curativos. Y a lo largo del camino, todos estos hombres y mujeres me enseñaron valiosas lecciones sobre la naturaleza de la curación, y aumentaron mi asombro ante la elegante danza entre nosotros y el Espíritu.

2. Principio activo: metilfenidato. Las dos presentaciones más conocidas en España son Rubifen y Concerta (metilfenidato de liberación sostenida). Se trata de estimulantes que se dan de forma más bien indiscriminada a los niños a los que se diagnostica como hiperactivos. Una de las propiedades de los estimulantes es aumentar el poder de concentración y, ciertamente, el niño que los toma siente que puede enfocar mejor su atención gracias a la acción del fármaco. (N. del T.).

3. Título original: Shaman, Healer & Sage. Título completo en castellano: Chamán, sanador, sabio: cómo sanarse a uno mismo y a los demás con la medicina energética de las Américas. Ediciones Obelisco, Barcelona, 2007. (N. del T.).

Capítulo 1

Extrayendo las energías intrusas

Llevamos encima energías tóxicas desde los eventos traumáticos de nuestra juventud, e incluso desde vidas anteriores. Estas energías son correosas, oscuras, contaminan el campo energético luminoso, se asientan en los chakras en cúmulos de color oscuro, y afectan a la mente y al cuerpo. Contienen recuerdos de eventos dolorosos y de gente dañina que no hemos podido curar. En último término, estas energías tóxicas pueden manifestarse en forma de enfermedad. En el caso de Sharon, se habían establecido en las articulaciones de su cadera, que se veían oscuras y sin vida en las radiografías, lo mismo que cuando le hice un rastreo con mi visión de chamán. Debía tener cuidado de no romper su cadera, estaba paralizada y apenas podía ca­minar.

A menudo, puede parecer que el penoso dolor dirige el transcurso de nuestras vidas, cuando en todo momento no hay nada más que el impulso del destino.

Alberto

Según la psicología, hay pensamientos y creencias que no son nuestros real y totalmente. Muchos de ellos los heredamos de nuestros padres y de nuestra cultura. Aun así, la psicología se basa en el supuesto de que todas las energías que tenemos dentro de nosotros son nuestras; pero los chamanes piensan de forma distinta.

El proceso de extracción permite al chamán eliminar energías tóxicas del campo de energía luminosa de un individuo, para que pueda tener lugar la curación física. Una vez que los gruesos y oscuros cúmulos de energía estancada se deshacen, el cuerpo sabe cómo repararse a sí mismo. De hecho, uno de los principios de la medicina chamánica es que, mediante la eliminación de energías que no pertenecen al cuerpo, la enfermedad desaparece.

Es muy difícil descubrir estas energías oscuras y ocultas, a menos que hayas desarrollado el procedimiento de visión del chamán. Aprendí a mirar en el interior del mundo del Espíritu durante mi formación con los chamanes del Amazonas. A lo largo de años de práctica, mi visión interior se abrió, y ahora puedo ver con más claridad en este mundo numinoso que lo que hago en el mundo de hormigón y acero. Al principio me molestaba ver los espíritus de las personas que habían fallecido, o los trozos de cristal que sobresalen de los costados de Sharon, que hacían que su cuerpo pareciera como si la hubiesen tirado por una ventana de hoja de vidrio. Pero he aprendido a controlar esta habilidad, igual que si sólo estuviese quitándome o poniéndome unas gafas, lo cual es importante. Después de todo, una persona puede cansarse de ver fantasmas, aunque a veces sean más interesantes y tengan más vida que los seres vivos.

Sharon

El espejo refleja a alguien del pasado. Me siento allí, estudiando la cara que me devuelve la mirada. Ella es bastante guapa; más bien majestuosa, con ese cabello castaño, largo y ondulado. Paso mis dedos por él, disfrutando de su tacto sedoso, sus brillantes rizos.

Ahora llevo trabajando con el doctor Villoldo aproximadamente un año. En el momento de nuestra primera sesión, mi cabello era corto, de un color más claro y nada rizado. «Tieso como un palo», diría mi madre. ¿Qué significa esto? La imagen del espejo se ha convertido en una inquietante presencia de un pasado desconocido. Ahora… ¿me estoy convirtiendo en el pasado? ¿O está el pasado irrumpiendo en mi presente? La mente de un psicólogo nunca se detiene. Lo debería tener más en cuenta. En mi práctica como psicoterapeuta, trato con ese tipo de cosas, la disección impotente del alma. Alberto está de acuerdo conmigo en que esta imagen recurrente puede tener un significado más profundo, basarse en algo que esté más allá de mi imaginación. Pero ¿qué puedo hacer ante el hecho de que me estoy convirtiendo en esa imagen? Se trata de un nuevo desarrollo. Bueno, voy a ver al chamán mañana.

Me han ocurrido muchas cosas. Y no soy tan vieja como para estar tan incapacitada. ¿Quedamos en cuarenta y tantos? Tenía sueños de ese tipo cuando era más joven.

Me asomo más profundamente al interior del espejo, paso por la adorable mujer con el cabello ondulado y llego a la niña pequeña y vulnerable. También ella tenía rizos, ahora que lo pienso; al menos en las actuaciones. Mi madre se encargaba de eso.

Estamos en 1984, en una clase de danza. Mis zapatillas de ballet me quedan muy justas. Pero así es como deben quedar, me dicen. A veces mis pies me duelen tanto que me cuesta caminar. Duelen cuando hago esos rápidos giros sobre las puntas de los dedos de los pies, por el escenario. Todo el mundo me dice lo adorable que soy, lo guapa que estoy con mi tutú; igual que una princesa, por lo maravillosa. Mi madre dice que tengo «buena presencia» sobre el escenario, sea lo que sea lo que signifique eso. Debe de ser bueno porque sonríe cuando me lo dice. Soy sólo una niña, pero mis sueños son grandes, mucho más que bailar. ¡Quiero volar! Quiero atrapar el viento y flotar sobre las nubes.

No pasó mucho tiempo antes de que la imagen de la princesa saltara por la ventana, junto con las zapatillas de ballet. ¡No más dolor! El ballet clásico se había convertido en una esclavitud, algo que no desearía a ninguna niña. Aun así, en mi interior rondaba el deseo por la expresión artística de alguna manera fluida. No llegó a ser claro para mí hasta los diecisiete años, cuando descubrí el baile moderno, el baile que hacía honor a los pies desnudos, y a las almas desnudas. Ofrecía libertad para moverse partiendo del interior. Ofrecía verdadera creatividad, libre de las ideas y las instrucciones de cualquier otra persona.

Vuelvo a enfocar mi mirada, de nuevo me concentro en lo que refleja el espejo. Aparto a la niña y me esfuerzo por ver a la chica de diecisiete años que tenía libertad para ser una artista. Los ojos se han vuelto más intensos; la boca, más decidida.

Diecisiete. Fue entonces cuando los comentarios cambiaron y utilizaban palabras como hipnótica y poderosa para describirme. Había dejado de ser adorable y dulce.

¡Vaya! ¿Y cómo me puedo describir ahora? Aparto la mirada del espejo, sin querer ver. Sólo unos pocos años después de los diecisiete, el dolor se convirtió en mi vida. Mis juveniles y prometedoras fantasías pronto se extinguieron bajo los nefastos dictámenes de la medicina. La escoliosis era sólo parte del problema. El diagnóstico fue necrosis avascu­lar de las dos caderas. Mi flujo sanguíneo arterial fracasaba en la tarea de dar vida. «Muerte en la cabeza femoral de ambas caderas», decía mi historial médico. Sí, muerte. Ya no tenía ese cuerpo fluido y flexible, ni tampoco el corazón de alguien que pudiera agarrarse a las nubes. Esa parte especial de mi ser quedó almacenada en un armario oscuro, junto con los livianos vestidos de danza; un lugar al que no podía llegar la luz. Había perdido para siempre el instrumento de mi expresión artística como bailarina. Pero los anhelos estaban aún allí para moverse por el espacio, libres de las ataduras de este mundo.

Esa sensación de quedar atada a la tierra fue creciendo con el tiempo, dejándome anclada a un terreno frío y duro: el dolor. Hubo numerosas operaciones, injertos de hueso incluidos y las consiguientes complicaciones. Otras articulaciones empezaron también a darme problemas. Y aún hubo más…

Me sujeto mi abdomen por el dolor, recordando. Esa mujer de brillante cabello que me persigue había recibido una puñalada en el abdomen. No puedo explicar cómo sé esto… simplemente lo sé. ¿Siento su dolor? A su estilo de chamán, Alberto ahora ha visto lo que le ocurrió a ella. No es mi imaginación. Es un alivio saber eso, en cualquier caso.

Te diré lo que siento cuando no puedo caminar, no puedo ponerme erguida: cualquier cosa, excepto una persona llena de gracia. Me siento una torpe marioneta, movida mediante cuerdas, con movimientos erráticos, a tirones. Ahí voy de nuevo… a tirones. Dado que ha habido tanto dolor en mi vida, tengo que preguntar: ¿Es esto dolor psicológico, Alberto? Me asegura que no lo es, que he hecho mi trabajo psicológico. Debo oír eso o no creo que pueda soportar todo esto. Parece como si láminas de cristal atravesaran mi torso. Eso es lo que realmente le quiero contar a Alberto mañana. Es duro para mí decir esto a alguien, ya que me doy cuenta de lo extraño que parece. He aprendido a compensar esta disección, pero el resultado es que mi cuerpo está limitado y retorcido. En lo que se ha convertido este cuerpo…

Tener conciencia de esto trasciende mi carne y perfora mi espíritu.

Alberto

Hasta ahora he visto a Sharon en tres sesiones. Cuando llegó por primera vez a mi despacho, apenas podía caminar, pero ha habido progresos. Creo que su trabajo de psicoterapeuta exacerba su problema porque es muy sensible y propensa a captar las energías tóxicas de sus clientes. Estas energías se asientan en su campo energético luminoso como piezas de un rompecabezas. Ella debe aprender, como yo hice años atrás, a protegerse de su nociva influencia. Médico, cúrate a ti mismo.

He estado utilizando el proceso de extracción para limpiar el campo de Sharon de esas energías intrusas, y el proceso de iluminación para bañar de luz pura sus chakras, los vórtices de energía con forma de embudo situados a lo largo de su espina dorsal. El sistema de energía de Sharon y sus chakras han quedado obstruidos con energía pesada que es igual que lodo nocivo. Ella habla de un largo proceso de «pérdida de su salud», lo cual concuerda con lo que veo. Un acupuntor diría que sus meridianos están bloqueados y no son capaces de eliminar el chi estancado, la fuerza vital.

Recuerdo cómo quedé fascinado cuando me di cuenta por primera vez de que los antiguos sistemas de medicina de China eran muy parecidos a los sistemas de medicina energética de las Américas. Percibo los meridianos de acupuntura como ríos de luz dorada que fluyen a unos dos centímetros del cuerpo, al lado de la piel. Sin embargo, los de Sharon eran de color negro grisáceo y apenas se movían. Todo su sistema energético estaba débil y bloqueado, incapaz de eliminar toxinas ni de hacer circular el chi vital.