Las moradas - Santa Teresa De Jesús - E-Book

Las moradas E-Book

Santa Teresa de Jesús

0,0

Beschreibung

Las moradas abren a cualquier lector un camino muy sencillo y humilde, practicable y eficaz. Este camino pasa por leer despacio el prólogo y dejarse llevar sucesivamente por los títulos de los 27 capítulos que constituyen el libro. Teresa de Jesús posee una habilidad singular para sintetizar en esos epígrafes lo que quiere decir, y no son más que un simple incentivo o aliciente que motiva al lector a internarse personalmente en el castillo teresiano. A su vez, el lector hará acopio de sus enseñanzas y caminará hacia la unión con Dios, pero sin olvidar nunca que la puerta para entrar en el castillo, es decir, en sí mismo y por ese camino llegar a interiorizarse y a engolfarse en Dios, es la oración. Para Teresa de Jesús la oración es una relación interpersonal, un trato de amistad entre Cristo y el orante, sin excluir de esa relación al resto de la humanidad.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 378

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Biblioteca Clásicos Cristianos

Las Moradas

Introducción y notas al texto

José Vicente Rodríguez

Versión electrónica

SAN PABLO 2013

(Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid)

Tel. 917 425 113 - Fax 917 425 723

E-mail: [email protected]

[email protected]

ISBN: 9788428563659

Realizado por

Editorial San Pablo España

Departamento Multimedia-Web

Presentación

Al Libro de la vida de Santa Teresa, escrito por ella misma y que se ha publicado en esta colección, se añade esta otra autobiografía titulada Castillo interior o Las Moradas. Este libro tiene tanto de biográfico que bien lo podemos llamar, de hecho, su segunda autobiografía. Escrita en tercera persona o de modo aparentemente anónimo, pero cuanto más quiere disimularse la autora, tanto más claramente desvela que habla de sí misma. Esto se comprueba ya con la simple lectura de ambos libros y repasando algunos pasos de Las Moradas que resultan totalmente descodificados y evidentes. De esta manera «la autobiografiada y su perfil espiritual pasan al anonimato tras el camuflaje de “una persona”, “a cierta alma que conozco”, “éramos tan una cosa ella y yo”»[1].

1.  Datos históricos

1.1.Recluida en Toledo

La identificación apenas mencionada se corrobora con los datos históricos que poseemos acerca del origen del Castillo interior.

  En enero de 1577 escribe Teresa a su hermano Lorenzo de Cepeda: «Al Obispo envié a pedir el libro (=Vida) porque quizá se me antojará de acabarle con lo que después me ha dado el Señor, que se podría hacer otro y grande, y si el Señor quiere acertase a decir; y si no, poco se pierde»[2]. Ella habla de «antojo», ¿deseo anticipado? Dejémoslo así. Lo cierto es que se podrá escribir otro libro «y grande». Y así sucederá.

  Se encontraba la Santa en Toledo en el monasterio de las carmelitas descalzas fundado por ella misma en 1569. Allí estaba desde 1576 medio confinada, después de haber recibido, a raíz de la celebración del Capítulo General del Carmen en Piacenza (Italia) en 1575, orden de retirarse a alguno de sus conventos.

  Lo cuenta ella misma así, acusando el golpe: «De un Capítulo General que se hizo, adonde parece se había de tener en servicio lo que se había acrecentado la Orden, tráenme un mandamiento dado en Definitorio, no sólo para que no fundase más, sino para que por ninguna vía saliese de la casa que eligiese para estar, que es como manera de cárcel. Porque no hay monja que para cosas necesarias al bien de la Orden no la pueda mandar ir el Provincial de una parte a otra, digo, de un monasterio a otro» (Fundaciones 27, 19).

1.2.Orden de escribir Las Moradas

El P. Jerónimo Gracián en sus Anotaciones a la Vida de la Santa escrita por el P. Ribera y publicada en 1590, cuenta así lo sucedido: «Lo que pasa acerca del libro de Las Moradas es que siendo yo su prelado y tratando en Toledo una vez y muchas de cosas de su espíritu, ella me decía: “¡Oh, qué bien escrito está ese punto en el libro de mi Vida que está en la Inquisición!”. Yo le dije: pues no le podemos haber, haga memoria de lo que se le acordare y de otras cosas, y escriba otro libro y diga la doctrina en común, sin que nombre a quien le haya acaecido aquello que dijere. Y así le mandé que escribiese este libro de Las Moradas diciéndole para más la persuadir que tratase también con el Dr. Velázquez que la confesaba algunas veces, y se lo mandó»[3].

  Ana de Jesús (Lobera) certifica cómo sabía mandar el Dr. Velázquez: «con gran imperio la sujetaba y mandaba cuanto había de hacer, y así la hizo escribir este libro –Las Moradas– que he dicho»[4].

  Gracián da aún más detalles en otro de sus escritos. «Persuadíale yo –dice– con mucha importunación que escribiese el libro... que se llama de Las Moradas. Ella me respondía: “¿Para qué quieren que escriba? Escriban los letrados que han estudiado, que yo soy una tonta y no sabré lo que me digo; pondré un vocablo por otro, con que haré daño; hartos libros hay escritos de cosas de oración. Por amor de Dios, que me dejen hilar mi rueca y seguir mi coro y oficios de religión, como las demás hermanas, que no soy para escribir ni tengo salud ni cabeza para ello”»[5].

  En otra parte he escrito algo que me parece sigue siendo válido y que quiero recrear aquí: «Planteada la lucha entre la rueca y la pluma, del hilar y el escribir, de la péñola y el huso, vencieron, por fortuna, las letras y así contamos con esta obra cumbre de Teresa de Jesús. De todo este forcejeo queda constancia en el prólogo del libro y con lo que dice en él (n. 4) se completan las razones que pasaron entre ella y Gracián acerca de la necesidad de escribir para las monjas descalzas, y en un lenguaje que ellas entendiesen y asimilasen en base a la condición de mujer que les habla y al amor que la tienen como a Fundadora y Madre. Más adelante en 3M 1, 3 se anubla un tanto, llora y se siente confusa al tener que escribir “yo cosas para las que me pueden enseñar a mí”. Y en este punto califica de “recia” la obediencia de escribir que le han dado. Todo lo resuelve, en definitiva, con un levantar los ojos al cielo y decir: “Plega al Señor que, pues se hace por él, sea para que os aprovechéis de algo porque le pidáis perdone a esta miserable atrevida”. De vez en cuando, como curándose en salud, nos sale con frases como esta: “Yo no lo sé; pregúntese a quien me lo manda escribir, que yo no soy obligada a disputar con los superiores, sino a obeceder, ni sería bien hecho”(3M 2, 11)»[6].

  Aparte Gracián y el Dr. Velázquez aparece un tercero que ordena también a Teresa que escriba el libro. La mencionada Ana de Jesús declara: «Me escribió muchas veces (desde Toledo) las grandes mercedes que Dios allí la hacía, y que la había mandado su Divina Majestad nos escribiese para nosotras el libro de Las Moradas, y que andaba con tanta oración y noticia de lo que el Señor quería en él escribiese, que hasta el nombre que había de poner al libro le había dicho en particular»[7]. Por desgracia, no se conserva ninguna de estas muchas cartas toledanas de que habla Ana de Jesús. A través de ellas podríamos saber de primera mano detalles preciosos de la vida interior de la Madre Teresa, del libro en ciernes, de la ayuda especial recibida de lo alto, etc.

1.3.Manos a la obra

«Teniendo que cumplir un “mandato” que procedente de tres puntos: “el vidriero” (Cristo Jesús), Gracián y el Dr. Velázquez, pesa sobre ella, lo propio suyo era no evadirse por más dificultades personales que tuviese, sino afrontarlo a base de la obediencia en la que cree y de cuya fuerza superadora tiene experiencia no sólo en general o en otros campos sino en este terreno particular del escribir»[8].

  Con este espíritu comienza a cumplir la obediencia recibida, iniciando la redacción de su libro el 2 de junio «hoy día de la Santísima Trinidad año de 1577 en este monasterio de san José del Carmen en Toledo, adonde al presente estoy» (Prólogo, n. 3).

  Ya adelantado el trabajo se muestra contenta con lo que lleva redactado y expresa su convicción de que fue bien hecho el «haber ordenado nuestro Señor que me lo mandasen escribir para que, puestos los ojos en el premio y viendo cuán sin tasa es su misericordia, pues con unos gusanos quiere comunicarse y mostrarse, olvidemos nuestros contentillos de tierra y, puestos los ojos en su grandeza, corramos encendidas en su amor» (5M 4, 10).

1.4.Razones de su repugnancia inicial

Esta alegría posterior contrasta vivamente con la repugnancia inicial para escribir que manifiesta en el prólogo. Y no creo que se trate de artificio literario para complacer a sus lectoras o destinatarias natas, que eran sus monjas. El prólogo es maravilloso y pieza fundamental en este sentido «y recoge: a) autoconfesión de la dificultad; b) motivos de tal dificultad; c) voluntad racional que decide, determina obedecer aun contra el peso o el lastre del propio “natural”. Ese “natural” ofrece, pone por delante o se ampara en esta ocasión con ruidos “de cabeza y flaqueza general”»[9].

  Retirada, y todo, en el convento «a manera de cárcel», sigue ocupándose de los mil negocios de la Orden, como podemos comprobar a través de su amplia correspondencia. De las cartas escritas durante su confinamiento en Toledo (23 de junio 1576 mediados de julio de 1577) han llegado a nosotros más de noventa, habiendo escrito bastantes más que se han perdido. «Repasar sencillamente la correspondencia de este año 1577 y practicarle a la Madre una especie de encefalograma, recogiendo tales ruidos, es muy aleccionador en sí mismo, y ayuda a comprender mejor el mérito y el valor de su libro cumbre»[10] y el temple anímico y mental de su autora.

  Ya en febrero de 1577 se siente mal. Uno de los días tiene un ataque de bilis, toma sus remedios caseros, pero «aquel día fueron tantas las cartas y negocios, que estuve escribiendo hasta las dos, e hízome harto daño a la cabeza, que creo ha de ser para provecho; porque me ha mandado el doctor que no escriba jamás sino hasta las doce, y algunas veces no de mi letra»[11]. Ya vemos cómo comienzan, o más bien se agravan, sus daños a la cabeza. Pero todavía en la misma carta, larguísima y de su letra, dice: «Sepa que tengo harto mejor la cabeza que cuando comencé la carta; no sé si lo hace lo que me huelgo de hablar con vuestra merced»[12].

  Unos quince días más tarde se confía con su mismo hermano acerca de sus males de cabeza y de corazón. Aunque está mucho mejor de la cabeza, «mi miedo ha sido si me había de quedar inhabilitada para todo»[13]. Está más animada «que poco a poco iré tomando fuerza en la cabeza...; tengo gran deseo de estar buena»[14].

  En otra carta al P. Ambrosio Mariano sigue con su historial clínico, diciendo: «Sepa, mi padre, que han parado las muchas cartas y ocupaciones mías tan a solas en darme un ruido y flaqueza de cabeza, y mándanme que si no fuere necesario, no escriba de mi letra, y así no me alargo»[15].

  Al día siguiente escribe a su predilecta María de San José, priora de Sevilla: «El trabajo de este invierno de cartas ha venido a enflaquecer la cabeza, de suerte que he estado bien mala»[16].

  En abril vuelve a comunicarse con Ambrosio Mariano, dándole parte de que la han mandado dar dos sangrías y «hame dado la vida la sangría a la cabeza. Buena estaré presto, placiendo a Dios»[17].

  Y de nuevo a su María de San José: «Aunque estoy algunos días harto mejor de la cabeza, ninguno sin harto ruido, y háceme mucho mal escribir»[18]. A Ambrosio Mariano toma como intermediario ante Antonio Muñoz: «Déle mis encomiendas y que por tener mala la cabeza no le escribo, que todavía me la tengo harto ruin»[19]. Y a la Priora de Sevilla le pide: «Encomiéndeme a Dios esta cabeza, que todavía la tengo ruin»[20]. Y de nuevo a la misma: «Yo me estoy ruin de mi cabeza»; «el (mal) de mi cabeza, lo que tengo de mejoría es no tener tanta flaqueza, que puedo escribir y trabajar con ella más que suelo; mas el ruido está en un ser y harto penoso»[21]. Escribiendo a la priora de Caravaca, Ana de San Alberto, le dice que no tenga escrúpulos en dar la profesión a las hijas de Martín Robles y Catalina Cuello, «aunque tengan algún achaque, que no se halla mujer sin él. El de mi cabeza está un poco mejor, aunque no para escribir mucho de mi mano»[22].

  Desde Ávila, adonde ha llegado en julio para poner su primer monasterio bajo la jurisdicción de la Orden, escribe a don Álvaro de Mendoza, Obispo de la Diócesis, acerca de sus males: «Ya estoy buena del mal que tenía, aunque no de la cabeza, que siempre me atormenta este ruido. Mas con saber que tiene vuestra señoría salud pasaré yo muy bien mayores males»[23].

  Todavía en octubre a María de San José, en Sevilla, vuelve a decirle: «Yo me ando ruin de mi cabeza»[24].

1.5.Más declaraciones personales

Lo que ha ido diciendo a una y otra persona en su correspondencia acerca de su mal de cabeza lo condensa en el prólogo del libro, declarando que hace ya tres meses que tiene la cabeza «con ruido y flaqueza tan grande, que aun los negocios forzosos escribo con pena» (n. 1) y añade: «Con cansarme y acrecentar el mal de cabeza por obediencia quedaré con ganancia, aunque de lo que dijere no se saque ningún provecho» (n. 2).

  Tan preocupada anda con su encefalopatía que «se pone como a la escucha de ese gran ruido para decirnos en qué consistía, al menos en ese momento de autoauscultación: “escribiendo esto, estoy considerando lo que pasa en mi cabeza del gran ruido de ella que dije al principio, por donde se me hizo casi imposible poder hacer lo que me mandaban escribir. No parece sino que están en ella muchos ríos caudalosos y, por otra parte, que estas aguas se despeñan; muchos pajarillos y silbos, y no en los oídos, sino en lo superior de la cabeza, adonde dicen que está lo superior del alma” (4M 1, 10)»[25]. Al oírle decir que se despeñan las aguas con tumulto dentro de su cabeza piensa uno espontáneamente en alguna gran catarata, aunque no sean las famosas del Niágara.

  Este factor de falta de salud, y muy en concreto afectando a la cabeza, era más que suficiente para provocar en ella esa repugnancia a tomar la pluma y ponerse a extender un libro como el que se le pedía. Pero además invoca en el prólogo la razón de que entonces «no me parece me da el Señor espíritu para hacerlo ni deseo» (n. 1). La desgana de la autora creo que es válida en el caso y es uno de los males de que adolecen con frecuencia los místicos, cuando tienen que hablar de lo divino que se les va tornando inefable.

1.6.Negocios y complicaciones

Otro elemento presente que aumenta la repugnancia son los negocios forzosos, ya que aun estos «escribo con pena» (n. 1). ¿A qué negocios se refiere la Madre? Es claro que a todos los relacionados con su obra fundacional y los «que traía ya entre manos» al comenzar a escribir el libro que se fueron agravando a lo largo del año 1577 que ha sido calificado de «crucial», «del más aciago» en la vida y obra teresiana.

  La presencia y actividad del P. Jerónimo Tostado que ha llegado a España el año 1576 con facultades de Visitador General de la Orden era motivo de inquietud constante. Confidencias epistolares como estas hablan bien claro: «Si no estuviera de por medio saber que el Tostado nos venía a destruir»[26]; «nos ha librado Dios del Tostado»[27]; «Todavía traemos miedo de este Tostado»[28]. Los miedos de la Santa tenían su fundamento pues «que se sabía cierto que el nuncio (Sega) procuraba visitase el Tostado... y esto sabíamos cierto que venía determinado a deshacer todas las casas»[29]. El Nuncio a que aquí se alude, como favorecedor del Tostado, etc., era Felipe Sega, llegado a Madrid a finales de agosto de 1577. Había muerto en junio el anterior, Nicolás Ormaneto, de quien la Santa dice maravillas. Sega, que venía prevenido contra la descalcez, tachó a la Madre de «fémina inquieta, andariega, desobediente y contumaz, que a título de devoción inventaba malas doctrinas, andando fuera de clausura contra el orden del Concilio Tridentino, enseñando como maestra contra lo que san Pablo enseñó, mandando que las mujeres no enseñasen»[30]. La Santa se enteró al detalle de toda esta letanía del Nuncio y alude a ello en una de sus cartas: «Y por nuestros pecados hanle informado (al Nuncio) los del paño y él dádoles tanto crédito, que no sé en qué se ha de parar. De mí le dicen que soy una vagamunda e inquieta, y que los monasterios que he hecho ha sido sin licencia del Papa ni del general. Mire vuestra merced qué mayor perdición ni mala cristiandad podía ser. Otras muchas cosas que no son para decir tratan de mí esos benditos»[31]. La Santa, que no era manca, dio también su juicio sobre el Nuncio: «Murió un nuncio santo, que favorecía mucho la virtud, y, así, estimaba los Descalzos. Vino otro, que parecía le había enviado Dios para ejercitarnos en padecer. Era algo deudo del Papa, y debe ser siervo de Dios»[32].

  En Tiempo y Vida de santa Teresa[33] y en otras obras históricas se puede ver el volumen y entidad de tales preocupaciones y negocios en la existencia teresiana. Afortunadamente una de las cosas que más la hizo sufrir en su vida le llegó a los pocos días de haber terminado el libro en Ávila. Me refiero al penoso encarcelamiento de san Juan de la Cruz a primeros de diciembre. La correspondencia teresiana que gravita sobre este hecho depone cómo lo padeció la Madre, cuánto se esforzó porque fuese librado de la cárcel su padre fray Juan y cómo este «sufrimiento y este negocio» la llenaron de amargura al no poder conseguir su liberación[34]. Menos mal que fray Juan se fugó limpiamente de la cárcel a poco de la fiesta de la Asunción de nuestra Señora.

  Nos hemos detenido largamente en documentar la montaña de dificultades encontradas por la Madre para poder llevar adelante el mandato que se le había dado. Ella, «con una especie de mirada en fe, este era su fuerte, trata de sublimar los trabajos anejos a todos estos tan graves negocios y cree que por ese camino las cosas llegarán a buen puerto o término»[35].

  Y así fue. Pudo culminar tantos negocios, en medio de una mar embravecida y en tumulto.

1.7.Tiempo de escritura

Pudo también ir escribiendo su libro y culminarlo superando la carga de esos mismos negocios, el peso de sus enfermedades, los reveses de tantas contradicciones, las molestias de sus misteriosos ruidos de cabeza y otros contratiempos. Con todo este mundo a cuestas escribió Las Moradas, construyó su Castillo interior. Desde el 2 de junio de 1577 en que lo comenzó hasta que en el epílogo o conclusión pudo estampar: «Acabóse esto de escribir en el monasterio de San José de Ávila, año de 1577, víspera de san Andrés para gloria de Dios, que vive y reina por siempre jamás, amén» (n. 5), habían pasado seis meses menos tres días.

  Pero, ¿cuál fue en realidad el tiempo útil para escribirlo? La autora misma señala las interrupciones habidas en la escritura, tales como estas: «¡Válgame Dios en lo que me he metido! Ya tenía olvidado lo que trataba, porque los negocios y salud me hacen dejarlo al mejor tiempo» (4M 2, 1); «plega a Dios se me acuerde o tenga lugar de escribirlo; porque han pasado casi cinco meses desde que lo comencé hasta ahora, y, como la cabeza no está para tornarlo a leer, todo debe ir desbaratado» (5M 4, 1). Total que el tiempo dedicado a escribir se viene a reducir a unos dos meses[36]. La ayuda de lo alto, de que ella misma deja constancia (6M 4, 9; 4M 1, 1), las continuas elevaciones de su mente implorando el auxilio divino (Prólogo 2 y 4; 1M 1, 1, 9; 5M 1, 1; 5M 4, 11; 6M 1, 1; 7M 1, 1-2) no la relevaban del trabajo, aunque diga que «ha sido harto poco» (Conclusión, 1). También certifica acerca de su aridez mental y falta de inspiración, a ratos: «que, cierto, algunas veces tomo el papel como una cosa boba que ni sé qué decir ni cómo comenzar» (1M 2, 7).

1.8.Juicio de la autora sobre su libro

A los pocos días de terminar el libro en carta al P. Gaspar de Salazar le habla de Vida como de una joya; pero ahora cuenta con otra que «a lo que se puede entender le hace muchas ventajas; porque no trata de cosa, sino de lo que es Él, y con más delicados esmaltes y labores; porque dice que no sabía tanto el platero que la hizo entonces, y es el oro de más subidos quilates, aunque no tan al descubierto van las piedras como acullá. Hízose por mandado del “vidriero”, y parécese bien, a lo que dicen»[37]. El «vidriero» era el Señor, Cristo Jesús.

  De este modo en términos de joyería y orfebrería, y así de eufórica, enjuiciaba su autora y lo enjuiciaban otros, ya a los ocho días de concluido, el libro de El Castillo interior o Las Moradas. Más aún; el mismo día que lo concluía, el parecer escrito de la autora era: «Después de acabado me ha dado mucho contento y doy por bien empleado el trabajo, aunque confieso que ha sido harto poco» (Conclusión, 1).

  Metiéndose a comparar Vida y Moradas muestra su preferencia una vez más por el segundo: «A mi parecer le hace ventaja el que después he escrito; aunque fray Domingo Báñez dice no está bueno; al menos había más experiencia que cuando le escribí»[38].

2.  Otros temas

2.1.El autógrafo de Las Moradas

Hace bien poco he vuelto a ver juntos en las carmelitas descalzas de Sevilla los dos retratos de la Madre Teresa: el cuadro de fray Juan de la Miseria y el autorretrato interior de Las Moradas. Lo llamo siempre autorretrato porque lo es, habiendo sido la Santa incapaz de integrar en la obediencia que se le dio disimular la persona a quien se refería en el nuevo libro. Ya dejamos dicho que es su nueva autobiografía. Ella misma confiesa: «Una de las grandes faltas que tengo es juzgar por mí en estas cosas de oración, y así no tiene vuestra merced que hacer caso de lo que dijere; porque le dará Dios otro talento que a una mujercilla como yo»[39].

  Sobre la materialidad de este autógrafo o autorretrato quiero añadir aquí lo que ya he escrito en otras partes: «El autógrafo comprende 113 folios: 310 x 210 mm. De estos 113 folios están escritos totalmente por ambas caras sólo 110, con un promedio de 26 líneas por página. El fol. CX, último de las séptimas Moradas, tiene sólo 20 líneas de mano de la Santa; el fol. 1v sólo cuatro líneas y el último de la conclusión cinco líneas únicamente.

  La numeración romana un tanto accidentada que llevan los folios es autógrafa. La paginación arábiga en 224 caras es del P. Gracián. La serie de letras desde la A hasta la G para distinguir, según creo, los cuadernillos es de mano de la Santa: pp. 37 (A); 38 (B); 70 (C); 102 (D); 134 (E); 166 (F); 218 (G). Además de la numeración romana autógrafa que llevan los folios en lo alto y las letras cuadernilladoras indicadas, es también de la Santa el encabezamiento que corre a lo largo del autógrafo: morada o moradas, la mayoría de las veces abreviado: m.das, en el folio vuelto y la cifra correspondiente en romanos en el fol. recto. Materialmente no introdujo divisiones en el papel desde el primer momento. Cuando luego pasa a hacerlo, aprovecha los huecos más o menos previstos para señalar dónde comienzan las respectivas moradas y los capítulos. Los títulos o epígrafes de los capítulos irían, autógrafos, aparte; no se conservan o al menos su paradero es desconocido»[40].

2.2.Destino final del autógrafo y otros datos

En junio de 1580 se infligieron al autógrafo, en Segovia, lo que en otra parte he llamado «castigos». Uno de los intervinientes en este desacato, Gracián, lo cuenta así: «Después leímos este libro en su presencia el padre fray Diego de Yanguas y yo, arguyéndole yo muchas cosas de él, diciendo ser malsonantes, y el padre fray Diego respondiéndome a ellas, y ella diciendo que las quitásemos; y así quitamos algunas, no porque fuese mala doctrina, sino alta y dificultosa de entender para muchos, porque con el celo que yo la quería procuraba que no hubiese cosa en sus escritos en que nadie tropezase»[41]. A estas tachaduras o anotaciones, que no merecían la pena, se refiere el P. Ribera en la primera nota que ponemos al texto teresiano. Después de varias andanzas del autógrafo, este pasó definitivamente a ser propiedad del convento de las carmelitas descalzas de Sevilla en octubre de 1618, cuando hizo allí su profesión doña Constancia de Ayala, hija de Pedro Cerezo, caballero sevillano, a quien había regalado el autógrafo el P. Gracián en agradecimiento por sus grandes servicios al Carmen descalzo[42].

  El paso del tiempo, la fuerza de la tinta corrosiva y otros imponderables fueron deteriorando el manuscrito y así, llevado a Roma en 1961, «fue debidamente restaurado por dos instituciones romanas: el Istituto Ristauro Scientifico del Libro del Vaticano y el Istituto di Patologia del Libro de Italia»[43]. «Rejuvenecido volvió a Sevilla en 1962 y allí se conserva en su convento de santa Teresa, en un inapreciable estuche relicario: las murallas de Ávila, que se han tornado castillo para encerrar y custodiar el autógrafo del Castillo interior. Acerca de este último extremo puedo certificar personalmente por haberme tocado traer desde Roma a Sevilla el riquísimo relicario-estuche (mármol, cristal de roca, plata, lapislázuli, etc.), obra de artistas florentinos»[44], siendo el gran mecenas y alma de todo esto el inolvidable cardenal Anastasio Ballestrero (Anastasio del Stmo. Rosario), entonces Prepósito General de la Orden.

2.3.  Copias

Existen varias copias antiguas del autógrafo teresiano. Voy a citar sólo la que considero más importante: ms. 6374, Biblioteca Nacional de Madrid. Copia comenzada en Toledo, mientras se iba escribiendo el libro. Lleva correcciones autógrafas de la autora[45]. De este manuscrito (fols. 110-112) tomamos los títulos de los capítulos que introducimos en el texto y en el índice.

2.4.Ediciones especiales

Como ediciones especiales a recordar señalo tres:

  a) La primera en Los Libros de la Madre Teresa de Jesús... (ed. preparada por fray Luis de León), Salamanca 1588: lleva el siguiente título: «Libro llamado Castillo interior, o Las Moradas que escribió la madre Teresa de Jesús, fundadora de las descalzas Carmelitas para ellas, por mandato de su superior y confesor». Llena, en el tercer cuerpo de la edición total, 268 pp.

  b) El Castillo interior o tratado de las Moradas, ed. autografiada e impresa según el texto original, Sevilla, Litografía de Juan Moyano, 1882, XX 224 pp.

  c) Santa Teresa de Jesús, Castillo interior (reproducción en facsímil), ed. preparada por Tomás Álvarez y Antonio Mas, Monte Carmelo, Burgos 1990. Además del facsímil, contiene la transcripción paleográfica del texto y versión modernizada del mismo, Nota histórica (pp. 237-266), Léxico del Castillo (pp. 267-309).

2.5.Destinatarias de Las Moradas

Que las destinatarias inmediatas del libro sean, por voluntad de la autora, «sus hermanas e hijas las monjas carmelitas descalzas» nos lo hace saber en las primeras líneas: «Este tratado, llamado Castillo interior, escribió Teresa de Jesús...», etc. La madre no acierta a escribir sino hablando, dialogando con sus monjas (Prólogo, n. 4). «La estadística más inocente arroja estos datos: A lo largo de Las Moradas interpela a sus monjas 108 veces, sirviéndose de estos vocativos: a) hermanas: 54 veces; b) mis hermanas: 3 veces; c) hermanas mías: 6 veces; d) ¡oh hermanas!: 2 veces; e) ¡oh hermanas mías!: 2 veces; f) hijas: 25 veces; g) hijas mías: 10 veces; h) mis hijas: una vez; i) ¡oh hijas!: 3 veces; j) ¡oh hijas mías!: una vez; k) hermanas e hijas mías: una vez (7M 4, 16)»[46].

  No se excluye de ninguna manera a otro tipo de lectores, pero las destinatarias netas y natas eran ellas. De manos del Carmen Descalzo ha pasado este libro a ser patrimonio literario y espiritual de toda la humanidad, siendo además su autora desde 1970 la primera doctora de la Iglesia que ya había entregado a ella antes todos sus tesoros pero que desde esa fecha lo hace del modo más solemne y oficial, siendo la gran maestra de la oración y perfección del pueblo de Dios.

2.6.Génesis del libro

He dedicado más arriba buen espacio al tema de las dificultades iniciales y concomitantes en la persona de la santa (negocios, «ruidos de cabeza» flaqueza, otras enfermedades, etc.) por considerarlo de suma importancia para valorar el Castillo interior, escrito en condiciones tan anormales y de excepción.

  Hay otros presentadores que disfrutan indagando a ver de dónde pudo sacar la Santa su idea, su comparación del castillo. Y van desde el mundo árabe, tal como lo sugería Asín Palacios[47], hasta los libros de caballerías con castillos encantados, escritores espirituales del tiempo como Bernardino de Laredo y Francisco de Osuna, y la ciudad de Ávila con sus murallas como la imagen más cercana a la autora, como sugería, sin ánimo de ser dogmático, don Miguel de Unamuno, cuando escribió: «Viendo a Ávila se comprende cómo y de dónde se le ocurrió a santa Teresa su imagen del castillo interior y de las moradas y del diamante. Porque Ávila es un diamante de piedra berroqueña dorada por soles de siglos y por siglos de soles»[48].

  Dejo a un lado este tema y creo con buenos teresianistas en lo que podemos llamar origen mixto[49]. Me parece más constructivo hacer caso a la propia autora que embarcarnos en otras sutilezas menos tangibles e indemostrables. En 1M 1, 1 se presenta así la autora: «Estando hoy suplicando a nuestro Señor hablase por mí» se me ofreció para comenzar a escribir con algún fundamento: «considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal adonde hay muchos aposentos así como en el cielo hay muchas moradas».

  Este símil o comparación no es nuevo ni en la mente ni en la pluma de la Madre: en CV (c. 28, 9-12) y CE (c. 48, 1-4) se encuentra ya bien condensado y las abundantes aplicaciones morales y espirituales que nacen de ese planteamiento y convencimiento ya están allí pululando. En Camino no usa la palabra «castillo» sino «palacio», pero la sustancia es la misma ya que es evidente la existencia de castillo-palacio, castillo-mansión, castillo-morada, castillo-aposento. En 6M 10, 3 nos sorprende con la identidad y al propio tiempo con la diversidad del tema: «Hagamos ahora cuenta que es Dios como una morada o palacio muy grande y hermoso y que este palacio, como digo, es el mismo Dios». Texto paralelo a este se encuentra en Vida 40, 10[50].

  Diego de Yepes, confesor y biógrafo de la Santa, declaró ampliamente en los Procesos de la Santa cómo encontrándose con ella en 1579 o 1580 en la misma posada en Arévalo un día de gran nieve, le había contado la Madre cómo la víspera de la Santísima Trinidad le había hecho el Señor una gran merced de manifestársele «mostrándole un globo hermosísimo de cristal a manera de castillo con siete moradas, y en la séptima que era en el centro, estaba el Rey de la gloria con gran resplandor, que hermoseaba e ilustraba todas aquellas moradas de la cerca»[51].

  En otro lugar, contada la misma visión, añade Yepes que «aunque en el libro de su Vida y el de Las Moradas la significa, en ninguno está tan especificada como a mí me la comunicó»[52].

  Tuviese o no tuviese la autora esa alta merced sobrenatural, la víspera o el día de comenzar el libro, el fundamento sólido que pone para empezar es la consideración del alma como un castillo hermosísimo (1M 1, 1), cuya belleza y capacidad es incomparable y supera todo entendimiento (ib)[53].

2.7.Guía del castillo

En otra parte he escrito muy largo y he ido desmenuzando los textos teresianos, tratando de acercar al lector las enseñanzas teresianas vertidas en el Castillo interior[54]. Hace unos años se ha publicado un gran trabajo en el que se analizan con lupa los núcleos básicos de la simbolización teresiana, los ejes temáticos de cada una de las moradas, el itinerario léxico de la interiorización, el camino hacia la construcción simbólica de la interiorización misma, etc[55]. Aquí y ahora no hace falta andar ni con aquellas mis abundancias ni con las ajenas.

  A cualquier lector que se acerque a Las Moradas teresianas se le abre un camino muy sencillo y humilde, practicable y eficaz: leído despacio el prólogo, se deje llevar sucesivamente por los títulos de los 27 capítulos que tiene el libro. Teresa tiene una habilidad singular para sintetizar en esos epígrafes lo que quiere decir. Aún más, como creo que están escritos los títulos después de redactado el texto, es doble la grande habilidad sintetizadora y clarificadora de la autora. Una vez terminada la lectura de los 27 capítulos, no olvide el lector poner gran atención en la Conclusión, especialmente en los nn. 2 y 3, donde la autora deposita una vez más criterios de vida y de lectura que ha ido diseminando ya a lo largo del libro. Otro método bastante sencillo también para ir fijando en la mente la doctrina del Castillo interior es atender particularmente a la sustancia bíblica que santa Teresa maneja o mueve en cada una de las moradas. Sustancia bíblica integrada de textos, de tipos, de motivos bíblicos. Como ejemplo podemos fijarnos en las Segundas Moradas: Textos: «Quien anda en el peligro en él perece» (Si 3,26); «no sabemos lo que pedimos» (Mt 20,22); «sin su ayuda no se puede hacer nada» (Jn 15,5); «paz a vosotros» (Jn 20,19.21). Como tipos bíblicos presenta al hijo pródigo, perdido, y comiendo manjar de puercos (Lc 15,16), y a los soldados de Gedeón cuando iban a la batalla (Jue 7,5-7.16-22). Y como textos y motivos al mismo tiempo: «Ninguno subirá al Padre sino por mí» (Jn 14,6) y «quien me ve a mí ve a mi Padre» (Jn 14,9). Con este hilo conductor es fácil, en las siete moradas, ir agavillando la doctrina y contemplarla como condensada en los referentes bíblicos indicados por la autora.

  Pero hay un caso en el que la Santa se supera a sí misma, cuando en las séptimas moradas haciendo una recreación ardorosa de imágenes bíblicas quiere velar y desvelar al mismo tiempo las riquezas acumuladas en el alma fiel favorecida con la gracia del matrimonio espiritual: «Aquí se dan las aguas a esta cierva, que va herida, en abundancia (Sal 41,2-3). Aquí se deleita en el tabernáculo de Dios (Ap 7,15-17; 21,3; Ez 37,27-28). Aquí halla la paloma, que envió Noé a ver si era acabada la tempestad, la oliva, por señal que ha hallado tierra firme dentro en las aguas y tempestades de este mundo (Gén 8,8-9). ¡Oh Jesús! y ¡quién supiera las muchas cosas de la Escritura que debe haber para dar a entender esta paz del alma!» (7M 3, 13). Este suspiro final de persona tan experimentada en el trato con Dios vale por muchos volúmenes de teología mística.

  En la que se llama Positio (Documentación o Ponencia) en orden a conseguir el Doctorado de la Santa[56], además de la bibliografía teresiana, Cartas postulatorias, Votos de los teólogos censores, etc., figura como pieza principalísima el Informe del abogado de la causa. Al ilustrar y defender el capítulo de la eminente doctrina de la Santa, va haciendo un recorrido por todos los escritos teresianos. Interesa transcribir aquí, resumido, lo que dice de Las Moradas:

  «Es la principal obra teresiana, y aun –según algunos– de toda la mística cristiana... El libro se divide en siete partes, o por Moradas de las que cada una tiene varios capítulos, excepto las segundas Moradas, que tiene un solo capítulo.

Las primeras Moradas (2 capítulos) son las almas que tienen deseos de perfección pero están aún metidas en las preocupaciones del mundo, de las que deben huir y buscar la soledad.

Las segundas Moradas (1 capítulo) son para las almas con gran determinación de vivir en gracia, y que se dan por tanto a la oración y alguna mortificación, aunque con muchas tentaciones por no dejar del todo el mundo.

Las terceras Moradas (2 capítulos) son para las almas que ejercitan la virtud y la oración, pero poniendo en ello un disimulado amor de sí mismos. Necesitan humildad y obediencia.

Las cuartas Moradas (3 capítulos) son ya el comienzo de las cosas “sobrenaturales”: la oración de quietud y un inicio de la unión. Los frutos no son aún estables; las almas deben por ello huir del mundo y de las ocasiones.

Las quintas Moradas (4 capítulos) son ya de plena vida mística, con la oración de unión que es sobrenatural y la da Dios cuando quiere y como quiere, aunque el alma se puede preparar. Las señales verdaderas de esta unión son que sea total, que no falte la certeza de la presencia de Dios y que sucedan tribulaciones y dolores en que probar el amor a Dios. Se necesita gran fidelidad.

Las sextas Moradas (11 capítulos). Se logra una gran purificación interior del alma, y entre las gracias que en ella se dan, totalmente sobrenaturales, están las locuciones, éxtasis, etc. Gran celo por la salvación de las almas, que le lleva a dejar su soledad. Es necesaria la contemplación de la humanidad de Cristo para llegar a los últimos grados de la vida mística.

Las séptimas Moradas (4 capítulos) son la cima de la vida espiritual, en la que se recibe la gracia del matrimonio espiritual y una íntima comunicación con la Trinidad, de la que brota espontáneamente una gran paz en la que vive el alma, siendo activa y contemplativa a la vez. Una contemplación que no es subjetiva y egocéntrica, sino que trasciende al hombre haciéndole olvidarse de sí y entregarse a Cristo y a la Iglesia»[57].

  Aunque este resumen esté bastante bien logrado no podrá ser sino un simple incentivo o aliciente al lector para que se interne personalmente en el castillo teresiano y vaya, de la mano de la autora, haciendo acopio de sus enseñanzas y caminando hacia la unión con Dios, no olvidando nunca que la puerta para entrar en el castillo, es decir, en sí mismo y por ese camino llegar a interiorizarse y engolfarse en Dios es la oración (1M 1, 7; 2M 1, 11) así a secas, oración auténtica: «No digo más mental que vocal; que, como sea oración, ha de ser con consideración; porque la que no advierte con quién habla y lo que pide y quién es quien pide y a quién, no la llamo yo oración aunque mucho menee los labios» (1M 1, 7: conviene leer todo el número hasta el fin). Hay que entrar por esa puerta señalada, no se puede ni entrar ni salir por las ventanas, pues en el castillo no encontrará ninguna.

  El famoso Catecismo holandés presenta así a los creyentes de hoy esta obra teresiana: «Santa Teresa escribió un libro en que el alma está representada por un Castillo con siete moradas. Morada tras morada, se llega a la séptima en la que habita Dios, es decir, Cristo. Su presencia se percibe en todo el Castillo, pero al llegar el alma al centro, inmersa en la propia realidad, se siente toda invadida por el sereno sentimiento de que Dios está en ella. El alma viva dentro de la realidad terrena, que se presenta magnífica ante sus ojos, pues comprende que Dios es el corazón inefable de toda realidad»[58]. Las alabanzas que se han hecho de esta obra bajo el punto de vista literario y doctrinal son múltiples. No nos vamos a detener en ellas. Me basta recordar, a modo de apretada síntesis, aquella sentencia de don Miguel de Unamuno: «La lengua española pensó y sintió a Dios en santa Teresa»[59].

2.8.Advertencias finales

Todo el mundo que toma este libro en sus manos llega de algún modo encandilado con el símbolo teresiano del castillo. Su vigencia a lo largo del libro es extraordinaria. Pero (no sé si estarán de acuerdo conmigo los teresianistas más insignes) llega un momento en que va perdiendo fuerza o eficacia. Esto sucede cuando en 5M 2, 2 aparece el símil del gusano de seda. Por la amplitud que da la autora a esta nueva comparación «llevándola desde el principio de la vida espiritual hasta el fin, este símil del gusano de seda igualará y hasta superará el del Castillo interior, por la sencilla razón de que se trata de algo vivo que con su evolución y desarrollo de dentro afuera es mucho más decidor que el del castillo por más claridad y diamantes, etc., que le queramos echar»[60]. Para decirlo en un lenguaje coloquial: el gusano ha devorado y engullido al castillo.

  Las ayudas en la guía del castillo teresiano que he ido ofreciendo son eso: puras ayudas, que un lector solícito tiene que ir dejando atrás, como se olvidan las andaderas, para ir entablando el diálogo más positivo y personal que pueda con la autora y descubriendo nuevos tesoros en esas páginas siempre viejas y siempre nuevas, como lo verdaderamente clásico.

2.9.Conclusión

Santa Teresa dejó dicho en un texto precioso y bien rodado: «Sabe Su Majestad que, después de obedecer, es mi intención engolosinar las almas de un bien tan alto» (Vida 18, 8). Hemos visto cómo le mandaron escribir el Castillo interior y cuánto le costó esa obediencia en medio de tantas dificultades de todo género. Su intención de engolosinar al lector es diáfana y no decae nunca. Lo importante es que cada lector recorra estas páginas teresianas engolosinado por esta gran biógrafa de la vida de Dios en el alma y de la vida del alma en Dios: que ese es el bien más alto a que apunta siempre la brújula de santa Teresa, muy en particular en este libro de Las Moradas.

José Vicente Rodríguez

CASTILLO INTERIOR

J H S

Este tratado, llamado Castillo interior, escribió Teresa de Jesús, monja de nuestra Señora del Carmen, a sus hermanas e hijas las monjas Carmelitas Descalzas[61].

Prólogo

J H S

[1]  Pocas cosas que me ha mandado la obediencia[62] se me han hecho tan dificultosas como escribir ahora cosas de oración; lo uno, porque no me parece me da el Señor espíritu para hacerlo ni deseo; lo otro, por tener la cabeza tres meses ha con un ruido y flaqueza tan grande, que aun los negocios forzosos escribo con pena. Mas, entendiendo que la fuerza de la obediencia suele allanar cosas que parecen imposibles, la voluntad se determina a hacerlo muy de buena gana, aunque el natural parece que se aflige mucho; porque no me ha dado el Señor tanta virtud que el pelear con la enfermedad continua y con ocupaciones de muchas maneras se pueda hacer sin gran contradicción suya. Hágalo el que ha hecho otras cosas más dificultosas por hacerme merced, en cuya misericordia confío.

[2]  Bien creo he de saber decir poco más que lo que he dicho en otras cosas que me han mandado escribir[63]