Libro de la vida - Santa Teresa de Jesús - E-Book

Libro de la vida E-Book

Santa Teresa de Jesús

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Beschreibung

El Libro de la vida es el primero que escribe santa Teresa, y constituye un buen reflejo de su personalidad y de su experiencia humana y sobrenatural. De corte autobiográfico, relata también el itinerario personalísimo de su oración. El volumen I comprende los aspectos más biográficos, y el volumen II el tratado sobre la oración. El manuscrito fue publicado por primera vez varios años después de la muerte de su autora.

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LIBRO DE LA VIDA

II. Sobre la oración

Santa Teresa de Jesús

LIBRO DE LA VIDA

II. Sobre la oración

EDICIONES RIALP, S.A.

MADRID

© 2014 de la presente edición, by

EDICIONES RIALP, S. A., Alcalá, 290.

28027 Madrid

(www.rialp.com)

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopias, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ISBN: 978-84-321-4475-2

ePub producido por Anzos, S. L.

INTRODUCCIÓN

Santa Teresa, al contar la historia de su vida, escribió dos libros en uno, valga la expresión. Lo que puede llamarse su autobiografía va desde su nacimiento en 1515 hasta el año 1562, fecha en que funda el convento de San José con la reforma carmelitana. Este relato se ha publicado ya bajo el título Libro de la Vida,I. Relato autobiográfico. Asimismo, han aparecido Las Fundaciones, que son —en cierto modo— la continuación de su biografía hasta su muerte en 1582.

Aparece ahora el segundo volumen del Libro de la Vida, que viene a ser un verdadero tratado sobre la oración, en el que, utilizando la metáfora de los cuatro modos de regar un huerto, cuenta la Santa sus comienzos en la práctica de la oración mental y sus progresos. Al principio el esfuerzo es como sacar agua de un pozo a fuerza de brazos (primer grado); después se riega el huerto sacando agua por medio de un torno (segundo grado), y esta es la oración de quietud; en el grado tercero se riega mediante agua corriente, y el trabajo del hortelano es solamente encaminar el agua, lo cual significa el comienzo de la unión con Dios de las potencias del alma; por último, en el cuarto grado —el agua de lluvia— se alcanza la plenitud de la unión con Dios y a veces lo que santa Teresa llama arrobamiento o éxtasis.

Queda claro que el motivo de escribir la Vida fue orientar a sus confesores, preocupados ante la variedad de gracias y favores —regalos de Dios— recibidos por la Madre Teresa durante los años que preceden y siguen a la fundación del monasterio de San José de Ávila, situado extramuros de la ciudad, no lejos de la Puerta del Alcázar.

Al lector le interesarán de modo especial los capítulos en los que Teresa de Ahumada cuenta sus esfuerzos para hacer oración en los primeros años de su vida religiosa, dado el valor de ejemplo que tienen para todos. Los otros tres grados de oración son —como dice ella— oración «sobrenatural», dada por Dios gratuitamente a las almas, cuando Él quiere y del modo que quiere. Pero es innegable el provecho espiritual que cualquier persona puede sacar de la experiencia de la Santa en esos grados o modos elevados de oración, especialmente teniendo en cuenta las virtudes que dejan en el alma: conocimiento propio, humildad profunda y unión con Dios.

La oración de la joven Teresa

En el primer volumen de la Vida, ya publicado, cuenta sus comienzos en la oración mental. Su tío don Pedro regaló a la joven Teresa —tenía entonces poco más de veinte años— unos libros que le ayudaron mucho a cultivar el trato con Jesús y sobre todo le enseñaron el camino del recogimiento.

A pesar de sus buenos deseos, dentro ya del monasterio de la Encarnación, Teresa no se apartaba totalmente de las ocasiones de cometer pecados veniales. Durante dieciocho años sufre grandes sequedades en la oración: le costaba discurrir con el entendimiento y no tenía imaginación para contemplar la vida del Señor.

Cuenta su experiencia con las siguientes palabras: «Procuraba lo más que podía traer a Jesucristo presente dentro de mí —dice en el cap. 4—, y esta era mi manera de oración, aunque me gustaba más leer buenos libros». «En todos estos años, si no era acabando de comulgar, jamás osaba comenzar a tener oración sin un libro... Porque la sequedad no era lo ordinario, pero era siempre cuando me faltaba libro, que era enseguida desbaratada el alma, y los pensamientos perdidos. Con el libro los comenzaba a recoger...; unas veces leía poco, otras mucho, conforme a la gracia que el Señor me hacía».

Uno de los párrafos más consoladores para los que comienzan a hacer oración, y sufren de sequedad, es aquel en que la Santa relata que muchas veces se le pasaba el tiempo mirando al reloj y deseando se acabase la hora de oración (texto original, cap. 8). En esta etapa de su vida la sequedad espiritual fue en ella tan frecuente como en cualquiera de nosotros. Incluso a veces le daba tristeza entrar en el oratorio.

Acerca de su manera de oración mental hay en sus palabras una aparente contradicción. Por una parte, dice que tenía una imaginación tan torpe que nunca conseguía representarse la humanidad del Señor. Por otra, dice que «procuraba representar a Cristo dentro de mí, y me hallaba mejor en los pasajes —del Evangelio— adonde le veía más solo... En especial me hallaba muy bien en la oración en el Huerto... Me estaba allí con Él lo más que me dejaban mis pensamientos, porque eran muchos los que me atormentaban» (TO, cap. 9).

La contradicción se aclara algo en la frase siguiente: «No me aprovechaba nada de mi imaginación como hacen otras personas que pueden representarse al Señor y recogerse. Yo solo podía pensar en Cristo como hombre; tanto es así que jamás le pude representar en mí, por más que leía sobre su hermosura y veía imágenes piadosas; parecía yo como quien está ciego o a oscuras, que aunque habla con una persona, y ve que está con ella, no la ve».

El relato de sus dificultades en la oración continúa con la metáfora de los cuatro grados de oración con la que comienza el capítulo 1 de esta edición (TO, cap. 11).

Solución de las sequedades

Entre las dificultades de los que comienzan a desarrollar su vida cristiana y a hacer oración mental quizá la más importante sea la sequedad: «Son como los que sacan agua de un pozo —dice la Santa—, que es con mucho trabajo... ¿Qué hará el que ve que en muchos días no hay sino sequedad y disgusto y sinsabor, y tan mala gana para venir a sacar el agua, que si no se acordase que hace placer y servicio al Señor... lo dejaría todo?» (TO 11,10).

El texto citado es tan expresivo que no necesita muchos comentarios. Pero ¿cuál es la solución de estas sequedades? Santa Teresa indica varios caminos: 1) Determinarse a no dejar la oración aunque esta sequedad le dure toda la vida, y procurar no afligirse ni preocuparse por esto. 2) Representarse delante del Señor y hablar con Él, pedirle por sus necesidades y darle gracias porque nos deja estar junto al Sagrario y porque tenemos deseos de contentarle, aunque no tengamos devoción. 3) Después de discurrir con el entendimiento un rato, es bueno hacer una oración más sencilla, acallando el entendimiento. Dice la Santa: «Mire que le mira, y acompáñele y hable y pida y se humille y alegre con Él, y acuérdese que no merecía estar allí» (TO 13).

Pero el gran propósito que hay que hacer para luchar contra las sequedades es no inquietarse. La Madre Teresa dice que le disgusta oír a hombres de letras que hacen tanto caso de que Dios no les da devoción: «Cuando no la tuvieren, que no se fatiguen y que entiendan que no es menester, pues Su Majestad no la da» (TO 11,14). ¿Qué hacer entonces? Decir unas jaculatorias, rezar algunas oraciones vocales, con pausa y atención, o simplemente hacer una lectura meditada: «Es bien ni siempre dejar la oración —cuando hay gran distracción en el entendimiento—, ni siempre atormentar el alma a lo que no puede» (TO 11,16).

Incluso cuando la vida interior y el trato con Dios han crecido ya a niveles contemplativos, puede suceder que el alma pase por un período de profunda sequedad. ¿Qué conducta seguir? Santa Teresa dice: «Creo que es lo mejor rendirse del todo a que no puede nada por sí sola, y entender en otras cosas meritorias; por ventura le quita el Señor la oración, para que entienda en ellas y conozca por experiencia lo poco que puede por sí» (TO 37,7).

La oración contemplativa

Los otros tres grados de oración llevan consigo dones más o menos extraordinarios de Dios, aunque santa Teresa insiste en que lo que considera como segundo grado —quietud— es bastante frecuente y se caracteriza por un recogimiento de las potencias del alma, especialmente de la voluntad que está unida con el Señor. El efecto es un gozo muy grande y la oración no cansa aunque dure mucho rato.

El tercer grado es un «sueño» de las potencias que lleva consigo más gozo y deleite que antes; las potencias están casi del todo unidas con Dios, pero aquí el entendimiento puede obrar en los negocios propios de su estado, y leer, etc. En esta oración el alma es a la vez Marta y María, y «está obrando juntamente en vida activa y contemplativa» (TO 17,4).

El cuarto grado de oración es unión con Dios de todas las potencias del alma. Con frecuencia esta unión va acompañada de un «elevamiento» de espíritu, o arrobamiento, en el que el Señor parece que quita las fuerzas corporales para moverse o para hablar durante un breve tiempo. Los efectos son admirables: crecen las virtudes, la fe, la fortaleza, la humildad, el desasimiento...

En este cuarto grado son frecuentes las locuciones divinas que santa Teresa describe diciendo: «Son unas palabras muy formadas, mas con los oídos corporales no se oyen, pero entiéndense más claro que si se oyesen» (TO 25,1).

También fueron frecuentes en la Santa las visiones. Cuenta que sentía muy claramente que Jesús estaba a su lado derecho, y que era Él el que le hablaba, pero con los ojos no veía nada (TO 27,2). No era visión imaginaria, sino intelectual, aunque después tuvo también visiones imaginarias de las manos y del rostro del Señor. El explicar estas clases de visiones nos llevaría mucho espacio; léase sobre ello la explicación que da santa Teresa. Toda esta etapa de fenómenos místicos extraordinarios se cierra con la llamada transverberación o merced del dardo (TO 29,13).

¿Qué pensar de estas gracias extraordinarias concedidas a la Santa? Basta recordar las precisas palabras del teólogo P. Domingo Báñez, en su censura-informe de 1575 al autógrafo de la Vida. Decía que no había hallado en el libro nada que fuese mala doctrina, antes bien tenía muchas cosas de gran edificación espiritual. Añadía, sin embargo, que el libro relataba muchas visiones y hay personas que tienden a pensar que la santidad consiste en esto.

Por este motivo concluía el P. Báñez diciendo: «Ninguno ha sido más incrédulo que yo en lo que toca a sus visiones y revelaciones, aunque no en lo que toca a la virtud y buenos deseos suyos, porque de esto tengo grande experiencia de su verdad, de su obediencia, penitencia, paciencia y caridad con los que la persiguen, y otras virtudes que quienquiera que la tratare verá en ella. Y esto es lo que se puede preciar como más cierta señal del verdadero amor de Dios».

La realidad es que estas gracias extraordinarias nunca ofuscaron a la Santa. Años más tarde, en una carta a María de San José (1578), Teresa insiste en que se haga poco caso de estas cosas; porque, dice, «son caminos por donde lleva Dios, a unas de una manera, y a otras, de otra; y no es ese camino el de mayor santidad».

Cuándo y cómo se escribió este libro

Estando la Madre Teresa en Toledo, allá por el año 1562, el P. García de Toledo, dominico, le mandó escribir la historia de su vida y de su modo de oración. Con frecuencia la Santa se refiere a este dominico llamándole «vuestra merced» y dándole libertad para corregir lo que escribe; a veces le llama familiarmente «hijo mío» (TO 16,6). La intervención del P. García de Toledo en esta etapa fue decisiva.

Posteriormente, alrededor del año 1565, estando en Ávila la Fundadora, revisó la obra, la dividió en capítulos y añadió los sucesos transcurridos desde 1562, y modificó algo la redacción primitiva. Por ejemplo, el apelativo «hijo mío» fue tachado por la Santa; sin embargo, fray Luis de León —primer editor de las obras completas— no respetó esta corrección.

En esta segunda versión a veces la autora habla de «vuestras mercedes», en plural, refiriéndose a los destinatarios del libro. Concretamente, al final (TO 40,24), propone al P. García de Toledo que lean el manuscrito las tres personas «que vuestra merced sabe, pues son confesores míos». Probablemente son el P. Báñez; el P. Salazar, S. J., y la tercera persona se cree que era el maestro Gaspar Daza.

Advertencias sobre esta edición

Santa Teresa escribió el Libro de la Vida con prisas. Ella habla con frecuencia del poco tiempo que tenía para escribir: «Porque he de andar con la Comunidad —dice en TO 14,8— y con otras hartas ocupaciones (como estoy en casa que ahora se comienza), y así es sin tener tiempo para lo que escribo, sino a pocos a pocos».

Es evidente, aunque sería prolijo demostrarlo, que no corregía lo escrito, y aunque —como hemos dicho— hizo una segunda versión en Ávila en 1565, la mayor parte del texto quedó intacto. La prueba más simple es que la carta al P. García de Toledo, con la que acaba el libro, va fechada en el año 1562; es decir, santa Teresa no corrigió la fecha del primer manuscrito.

En ella decía la Madre Teresa: «No había acabado de leerlo después de escrito, cuando vuestra merced envía por él. Pueden ser vayan algunas cosas mal declaradas, y otras puestas dos veces; porque ha sido tan poco el tiempo que he tenido, que no podía tornar a ver lo que escribía».

Esta edición, como la de la primera parte del Libro de la Vida (ya publicada con el subtítulo de Relato autobiográfico), va destinada al gran público de lectores que suelen encontrar dificultades, a veces grandes, en la lectura del texto original de la Santa de Ávila. Para facilitar la lectura y difusión de su extenso y valioso escrito sobre su vida, me pareció conveniente dividirlo en dos volúmenes. Uno —que es este— con los capítulos en los que trata más específica y detalladamente sobre la oración (sobre su oración y la oración en general); y otro —que fue el primero— con los demás capítulos de su vida.

Además, mi objetivo, que quisiera acertado, ha sido suprimir algunas frases incidentales que pueden complicar la comprensión del texto, corregir el hipérbaton frecuente del estilo teresiano, añadir alguna palabra para hacer más claro el sentido de la frase en alguna ocasión, y presentar en letra pequeña algunos párrafos en que la Santa interrumpe el hilo del relato para dirigirse en oración al Señor.

Ha sido una labor lenta y a veces pesada, pero hecha siempre con amor y espero haber conseguido mi objetivo.

Se recogen en este volumen tres series de capítulos del texto original. La primera serie comprende los capítulos 11 al 23, que forman un pequeño tratado sobre los cuatro grados de oración. La segunda serie comprende los capítulos 25 al 30; en ellos santa Teresa narra las locuciones divinas y otros fenómenos místicos extraordinarios de su vida de oración. Por último, una tercera serie, de cuatro capítulos: 37 al final, completa el relato de algunas grandes mercedes que el Señor concedió a la Santa.

Para mayor sencillez se han numerado estos capítulos de modo correlativo, pero se hace referencia al texto original en el título de cada capítulo.

JOSÉ LÓPEZ NAVARRO

JHS

1. Quisiera yo que, como me han mandado y dado larga licencia para que escriba el modo de oración y las mercedes que el Señor me ha hecho, me la dieran para que por menudo y con claridad dijera mis grandes pecados y ruin vida. Me diera gran consuelo. Mas no han querido, antes me han atado mucho en este caso, y por esto pido que tenga delante de los ojos quien leyere este discurso de mi vida, que ha sido tan ruin, que no he hallado santo con quien consolarme. Porque considero que, después que el Señor los llamaba, no le volvían[1] a ofender. Yo no solo volvía a ser peor, sino que parece resistía las mercedes que Su Majestad me hacía.

2. Sea bendito por siempre, que tanto me esperó. A quien con todo mi corazón suplico me dé gracia, para que con toda claridad y verdad haga esta relación que mis confesores[2] me mandan; y aun el Señor sé yo que lo quiere. Y que sea para gloria y alabanza suya, y para que de aquí adelante, conociéndome ellos mejor, ayuden a mi flaqueza, para que pueda servir algo de lo que debo al Señor. A quien siempre alaben todas las cosas. Amén.

Nota: Comenzamos el relato teresiano sobre la oración del Libro de la Vida con el capítulo 11 del texto original (TO), saltando los diez primeros capítulos que se refieren a la infancia y mocedad de santa Teresa (ya incluidos en el primer volumen).

1 La Santa escribe siempre tornar y en esta edición se ha sustituido por volver.

2 El P. García de Toledo fue el que le pidió, en primer lugar, que escribiera este relato.

CAPÍTULO I (TO[3] XI)

COMIENZA A DECLARAR, POR UNA COMPARACIÓN QUE PONE, CUATRO GRADOS DE ORACIÓN. TRATA AQUÍ DEL PRIMERO

1. Hablemos, pues, de los que comienzan a ser siervos del amor, que no me parece otra cosa el determinarnos a seguir, por este camino de oración, a Jesús que tanto nos amó. Porque el temor servil luego desaparece, si en este primer estado vamos como hemos de ir.

¡Oh Señor de mi alma y Bien mío! ¿Por qué no quisisteis que en determinándose un alma a amaros, con hacer lo que puede en dejarlo todo para mejor emplearse en este amor de Dios, luego gozase de subir a tener este amor perfecto?

Mal he dicho; había de decir por qué no queremos nosotros; pues toda la falta nuestra es en no gozar luego de tan gran dignidad; pues en llegando a tener con perfección este verdadero amor de Dios, trae consigo todos los bienes. Somos tan caros y tan tardíos de darnos del todo a Dios que, como Su Majestad no quiere gocemos de cosa tan preciosa sin gran precio, no acabamos de disponernos.

2. Bien veo que no hay precio con que se pueda comprar tan gran bien en la tierra; mas si hiciésemos lo que podemos en no asirnos a cosa de ella, sino que todo nuestro cuidado fuese en el Cielo, creo yo sin duda que muy en breve se nos daría este bien, si del todo nos dispusiésemos, como algunos santos lo hicieron. Pero nos parece que lo damos todo, y es que ofrecemos a Dios la renta o los frutos y nos quedamos con la posesión. Nos determinamos a ser pobres y es de gran merecimiento; mas muchas veces volvemos a tener cuidado y diligencia para que no nos falte, no solo lo necesario, sino lo superfluo.

Parece también que dejamos la honra en haber ya comenzado a tener vida espiritual y a seguir perfección, y no nos han tocado en un punto de honra, cuando no se nos acuerda que la hemos dado a Dios y queremos recuperarla, y tomársela de las manos, después de haberle hecho señor de ella. Así son todas las otras cosas.

3. ¡Graciosa manera de buscar amor de Dios! Y luego queremos tener muchas consolaciones espirituales; con esto no viene bien, ni me parece se compadece esto con lo otro. Así que, porque no se acaba de dar junto, no se nos da por junto este tesoro. Quiera el Señor que gota a gota nos lo dé Su Majestad, aunque sea costándonos todos los trabajos del mundo.

4. Gran misericordia hace Dios a quien da gracia y ánimo para determinarse a procurar con todas sus fuerzas este bien; porque si persevera, no se niega Dios a nadie; poco a poco va habilitando el ánimo para que salga con esta victoria. Digo ánimo; porque ¡son tantas las cosas que el demonio pone delante a los principios para que no comiencen este camino de hecho!; como quien sabe el daño que de aquí le viene, no solo en perder aquel alma, sino muchas.

Si el que comienza se esfuerza con el favor de Dios a llegar a la cumbre de la perfección, creo que jamás va solo al Cielo, siempre lleva mucha gente tras de sí.

Como a buen capitán, le da Dios quien vaya en su compañía; pone el demonio tantos peligros y dificultades delante, que no es menester poco ánimo para no volver atrás, sino muy mucho y mucho favor de Dios.

5. Pues hablando de los principios de los que ya van determinados a seguir este bien y a salir con esta empresa, en estos principios está todo el mayor trabajo; porque son ellos los que trabajan, dando el Señor la gracia; que en los otros grados de oración lo más es gozar, pero primeros y medianos y postreros, todos llevan sus cruces, aunque diferentes; que por este camino que fue Cristo han de ir los que le siguen, si no se quieren perder; y bienaventurados trabajos que, aun en la vida, tan sobradamente se pagan.

6. Habré de aprovecharme de alguna comparación, aunque yo las quisiera evitar por ser mujer y escribir simplemente lo que me mandan. Pero este lenguaje de espíritu es tan malo de explicar a los que no saben letras —como yo— que habré de buscar algún modo; y podrá ser que pocas veces acierte a que venga bien la comparación; pero servirá de dar recreación a vuestra merced al ver tanta torpeza[4].

Me parece que he leído u oído esta comparación, que como tengo mala memoria ni sé a dónde ni a qué propósito; mas para el mío ahora va bien. Ha de hacer cuenta el que comienza, que comienza a hacer un huerto en tierra que lleva muy malas hierbas, para que se deleite el Señor; su Majestad arranca las malas hierbas, y ha de plantar las buenas.

Pues hagamos cuenta que está ya hecho esto cuando se determina a tener oración un alma; y con ayuda de Dios hemos de procurar, como buenos hortelanos, que crezcan estas plantas y tener cuidado de regarlas, para que no se pierdan, sino que vengan a echar flores que den de sí buen olor, para dar recreación a este Señor nuestro, y así se venga a deleitar muchas veces a esta huerta y a gozarse entre estas virtudes.

7. Pues veamos ahora de la manera que se puede regar, para que entendamos lo que hemos de hacer y el trabajo que nos ha de costar.

Me parece a mí que se puede regar de cuatro maneras: o con sacar el agua de un pozo, que es a nuestro gran trabajo; o con noria y arcaduces, que se saca con un torno, es a menos trabajo que esto otro, y sácase más agua; o de un río o arroyo, así se riega mejor, que queda más harta la tierra de agua y no es menester regar tan a menudo y es con menos trabajo del hortelano; o con llover mucho, que lo riega el Señor sin trabajo ninguno nuestro, y es sin comparación mejor que todo lo que queda dicho.

8. Ahora, pues, estas cuatro maneras de agua es lo que a mí me hace al caso, y se podrá declarar algo de cuatro grados de oración, en que el Señor por su bondad ha puesto algunas veces mi alma. Quiera su bondad que atine a decirlo de manera que aproveche a una de las personas que esto me mandaron escribir, que la ha traído el Señor en cuatro meses harto más adelante que yo estaba en diecisiete años. Se ha dispuesto mejor, y así, sin trabajo suyo, riega este vergel con todas; estas cuatro aguas, aunque la última aún no se le da sino a gotas; mas va de suerte que pronto se gozará en ella, con ayuda del Señor; y gustaré que se ría, si le pareciere desatino la manera de declarar esto.

9. De los que comienzan a tener oración, podemos decir son los que sacan el agua del pozo, que es con trabajo, como tengo dicho, que han de cansarse en recoger los sentidos; que como están acostumbrados a andar disipados, es harto trabajo. Deben irse acostumbrando a no dárseles nada de ver ni oír, y aun ponerlo por obra en las horas de la oración, sino estar en soledad, y, apartados, pensar su vida pasada; aunque esto, todos lo han de hacer muchas veces. Hay más y menos de pensar en esto, como después diré.

Al principio aún da pena, que no acaban de entender que se arrepienten de los pecados; y sí se arrepienten, pues se determinan a servir a Dios tan de veras. Han de procurar tratar de la vida de Cristo, y se cansa el entendimiento en esto. Hasta aquí podemos adquirirlo nosotros; entiéndese con el favor de Dios, que sin este ya se sabe no podemos tener un buen pensamiento. Esto es comenzar a sacar agua del pozo; y aún quiera Dios la tenga, mas al menos no queda por nosotros, que ya vamos a sacarla y hacemos lo que podemos para regar estas flores. Y es Dios tan bueno, que —cuando, para gran provecho nuestro, quiere que esté seco el pozo—, sin agua sustenta las flores y hace crecer las virtudes. Llamo agua aquí a las lágrimas, y aunque no las haya, a la ternura y sentimiento interior de devoción.

10. Pues, ¿qué hará aquí el que ve que en muchos días no hay sino sequedad y disgusto y tan mala gana para venir a sacar el agua, que, si no se acordase lo que espera ganar del gran trabajo que es echar muchas veces el caldero en el pozo y sacarle sin agua, lo dejaría todo? Y muchas veces ni podrá tener un buen pensamiento; que este obrar con el entendimiento, entendido va que es el sacar agua del pozo.

Pues, como digo, ¿qué hará aquí el hortelano? Alegrarse y consolarse y tener por grandísima merced de trabajar en huerto de tan gran Emperador; y pues sabe le contenta en aquello y su intento no ha de ser contentarse a sí, sino a Él, le alaba mucho, que hace de él confianza. Y así se determine, aunque para toda la vida le dure esta sequedad, a no dejar a Cristo. Tiempo vendrá que se lo pague por junto; no haya miedo que se pierda el trabajo; a buen amo sirve; mirándole está. No haga caso de malos pensamientos; mire que también los representaba el demonio a san Jerónimo en el desierto.

11. Su precio se tienen estos trabajos, que yo, como los pasé muchos años, sé que son grandísimos, y me parece ese menester más ánimo que para otros muchos trabajos del mundo. Mas he visto claro que no deja Dios sin gran premio, aun en esta vida, porque es así cierto, que con una hora de las que el Señor me ha dado de gusto de Sí, me parece quedan pagadas todas las congojas que en la oración pasé.

Tengo para mí que quiere el Señor dar muchas veces al principio estos tormentos y otras muchas tentaciones, para probar a sus amadores, y saber si podrán beber el cáliz y ayudarle a llevar la cruz, antes que ponga en ellos grandes tesoros. Y para bien nuestro quiere Su Majestad llevarnos por aquí, para que entendamos lo poco que somos; porque son de tan gran dignidad las mercedes de después, que quiere que veamos antes nuestra miseria.

12. ¿Qué hacéis Vos, Señor mío, que no sea para mayor bien del alma que entendéis que es ya vuestra, y que se pone en vuestro poder para seguiros por donde fuereis hasta muerte de cruz, y que está determinada a ayudaros y a no dejaros solo con ella? Quien viere en sí esta determinación, no, no hay que temer, no hay por qué afligirse; puesto ya en tan alto grado como es querer tratar a solas con Dios, y dejar los pasatiempos del mundo, lo más está hecho. Alabad por ello a Su Majestad, y fiad de su bondad, que nunca faltó a sus amigos. Dejemos de pensar por qué da a aquel de tan pocos días devoción, y a mí no en tantos años, creamos que es todo para más bien nuestro; guíe Su Majestad por donde quisiere; ya no somos nuestros, sino suyos; harta merced nos hace en querer que queramos cavar en su huerto.

Si Él quiere que crezcan estas plantas y flores, a unos con dar agua que saquen de este pozo, a otros sin ella, ¿qué se me da a mí?

Haced vos, Señor, lo que quisiereis; no os ofenda yo; no se pierdan las virtudes, si alguna me habéis ya dado por sola vuestra bondad; padecer quiero, Señor, pues Vos padecisteis; cúmplase en mí de todas maneras vuestra voluntad; y no quiera Vuestra Majestad que cosa de tanto precio como vuestro amor, se dé a gente que os sirve solo por gustos.

13. Se ha de notar mucho, y lo digo porque lo sé por experiencia, que el alma que en este camino de oración mental comienza a caminar con determinación, tiene andado gran parte del camino. Y no haya miedo de volver atrás, aunque más tropiece, porque va comenzado el edificio en firme fundamento. Sí, que no está el amor de Dios en tener lágrimas, ni en estos gustos y ternura, sino en servir con justicia y fortaleza de alma y humildad.

14. Para mujercitas como yo, flacas y con poca fortaleza, me parece a mí que conviene llevarme con regalos, porque pueda sufrir algunos trabajos que ha querido Su Majestad que tenga; mas para siervos de Dios, hombres de letras, de entendimiento, que veo hacer tanto caso de que Dios no les da devoción, que me hace disgusto oírlo; no digo yo que no la tomen si Dios se la da y la tengan en mucho; mas cuando no la tuvieren, que no se fatiguen y que entiendan que no es menester, pues Su Majestad no la da, y anden señores de sí mismos. Crean que es falta; yo lo he probado y visto; crean que es imperfección, y no andar con libertad de espíritu.

15. Esto no lo digo tanto por los que comienzan, aunque pongo tanto en ello, porque les importa mucho comenzar con esta libertad y determinación, sino por otros; que habrá muchos que hace años que comenzaron y nunca acaban de acabar; y creo es gran parte este no abrazar la cruz desde el principio, que andarán afligidos, pareciéndoles no hacen nada. En dejando de obrar el entendimiento, no lo pueden sufrir; y por ventura entonces engorda la voluntad y toma fuerza y no lo entienden ellos.

Hemos de pensar que el Señor no mira estas cosas, que aunque a nosotros nos parecen faltas no lo son. Ya sabe Su Majestad nuestra miseria y bajo natural mejor que nosotros mismos; y sabe que ya estas almas desean siempre pensar en Él y amarle. Esta determinación es la que quiere; este afligimiento que nos damos no sirve de más de inquietar el alma, y si había de estar inhábil para aprovechar una hora, que lo esté cuatro.

Porque hay muchas veces —yo tengo grandísima experiencia de ello— que viene de indisposición corporal; que somos tan miserables, que participa esta pobre alma de las miserias del cuerpo; y las mudanzas de los tiempos y las vueltas de los humores muchas veces hacen que, sin culpa suya, no pueda hacer lo que quiere, sino que padezca de todas maneras; y mientras más la quieren forzar en estos tiempos, es peor, y dura más el mal. ¡Que haya discreción para ver cuándo es de esto, y no la ahoguen a la pobre! Entiendan son enfermos; múdese la hora de la oración y pasen como pudieren este destierro, que harta mala ventura es de un alma que ama a Dios ver que vive en esta miseria y que no puede lo que quiere, por tener tan mal huésped como este cuerpo.

16. Dije con discreción, porque alguna vez el demonio lo hará; y así es bien, ni siempre dejar la oración —cuando hay gran distracción en el entendimiento—, ni siempre atormentar el alma a lo que no puede. Otras cosas hay exteriores de obras de caridad y de lectura, aunque a veces aún no estará para esto; sirva entonces al cuerpo, por amor de Dios, porque otras veces sirva él al alma; y tome algunos pasatiempos santos de conversaciones, o irse al campo, como aconsejare el confesor. Y en todo es gran cosa la experiencia, que da a entender lo que nos conviene y en todo se sirve Dios. Suave es su yugo, y es gran negocio no traer el alma arrastrada —como dicen—, sino llevarla con suavidad para su mayor aprovechamiento.

17. Así que vuelvo a avisar, y aunque lo diga muchas veces no va nada, que importa mucho que de sequedades, ni de inquietud y distracción en los pensamientos, nadie se turbe ni aflija. Si quiere ganar libertad de espíritu y no andar siempre atribulado, comience a no espantarse de la cruz, y verá cómo el Señor le ayuda también a llevarla y con el contento que anda y el provecho que saca de todo; porque ya se ve que, si el pozo no mana, que nosotros no podemos poner el agua. Verdad es que no hemos de estar descuidados, para sacarla cuando la haya; porque entonces ya quiere Dios por este medio multiplicar las virtudes.

3 En el texto original (TO), escrito por santa Teresa, este es el capítulo XI.

4Vuestra merced: Se refiere al P. García de Toledo.

CAPÍTULO II (TO XII)

PROSIGUE EN ESTE PRIMER ESTADO. DICE HASTA DÓNDE PODEMOS LLEGAR, CON EL FAVOR DE DIOS, POR NOSOTROS MISMOS