Las olas - Virginia Woolf - E-Book

Las olas E-Book

Virginia Woolf

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Beschreibung

"Las olas" fue publicada en 1931 y es la séptima novela de Virginia Woolf. Considerada como la novela más experimental de la autora, la historia, si puede llamarse así, se teje a través de seis monólogos a cargo de un grupo de seis amigos. Uno a uno, los seis personajes principales de esta historia, Bernard, Susan, Rhoda, Neville, Jinny y Louis exploran su propio mundo interior, creando una atmósfera que recuerda a Las olas de mar. Muchos críticos consideran esta obra un poema en prosa más que una novela convencional, donde no existe una trama en sí misma, y donde el flujo de conciencia de los seis personajes escritos en primera persona se compaginan con nueve interludios escritos en tercera persona describiendo una pintoresca escena costera desde el amanecer hasta la puesta del sol. "Soy muy tolerante. No soy un moralista. Tengo un sentido demasiado agudo de la brevedad de la vida y sus tentaciones para censurar a los demás. No obstante, no soy tan poco exigente como pensáis, al juzgarme, como me juzgáis, por mi locuacidad."En esta increíble obra de extrema belleza poética, Viriginia Woolf explora la complejidad del ser humano, cómo nada es blanco o negro y cómo nuestras acciones no nos definen como personas.-

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Virginia Woolf

Las olas

 

Saga

Las olas

 

Original title: The Waves

 

Original language: English

 

Cover image: Shutterstock

Copyright © 1913, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726672244

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

El sol aún no se había alzado. Sólo los leves pliegues, como los de un paño algo arraigado, permitían distinguir el mar del cielo. Poco a poco, a medida que el cielo clareaba, se iba formando una raya oscura en el horizonte, que dividía el cielo del mar, y en el paño gris aparecieron gruesas líneas que lo rayaban, avanzando una tras otra, bajo la superficie, cada cual siguiendo a la anterior, persiguiéndose una a otra, perpetuamente.

Al acercarse a la playa cada barra se alzaba, se amontonaba sobre sí misma, rompía, y se deslizaba un sutil velo de agua blanca sobre la arena. La ola se detenía, y después volvía a retirarse arrastrándose, con un suspiro como el del durmiente cuyo aliento va y viene en la inconsciencia. Poco a poco, la oscura raya en el horizonte se aclaraba, como si las partículas suspendidas en una vieja botella de vino hubieran descendido al fondo, dejando verde el vidrio. También más allá se aclaraba el cielo, como si el blanco poso hubiera descendido, o como si el brazo de una mujer recostada bajo el horizonte hubiera alzado una lámpara, y planas barras blancas, verdes y amarillas se proyectaban en el cielo, como las varillas de un abanico. Entonces, la mujer alzó más la lámpara, y el aire pareció devenir fibroso y apartarse de la verde superficie, chispeante y llameando, en rojas y amarillas hebras como el humeante fuego que ruge en una hoguera. -Poco a poco, las hebras de la hoguera se fundieron en un resplandor, en una incandescencia que alzó el peso del gris cielo lanudo, poniéndolo encima de él, y lo convirtió en millones de átomos de suave azul. La superficie del mar se hizo despacio transparente, y estuvo destellante y rizada hasta que las oscuras barras quedaron casi borradas. Lentamente, el brazo que sostenía la lámpara la alzó más, y después más, hasta que la ancha llama se hizo visible. Un arco de fuego ardía en el borde del horizonte, y a su alrededor el mar lanzaba llamas doradas.

La luz incidió en los árboles del jardín, y dio transparencia a una hoja. Y luego a otra. Un pájaro gorjeó alto. Hubo una pausa. Otro pájaro gorjeó más bajo. El sol dio relieve a los muros de la casa, y se posó como la punta de un abanico cerrado en una blanca persiana, dejando una azul huella digital de sombró bajo la hoja junto a la ventana del dormitorio. La persiana se movió lentamente, pero dentro todo era penumbra sin sustancia. Fuera, cantaban los pájaros su melodía vacía.

-Veo un aro que pende sobre mí , dijo Bernard. -El aro vibra y pende de un lazo de luz.

-Veo una tajada de pálido amarillo , dijo Susan, -que crece y se aleja al encuentro de la raya de púrpura.

-Oigo el sonido , dijo Rhoda, -de canto barato en gorjeo, canto barato, que se eleva y baja.

-Veo un globo , dijo Neville, -que cuelga en el aire, en vertical caída, contra las inmensas laderas de una colina que no sé.

-Veo una borla carmesí , dijo Jinny, -entreverada de hebras de oro.

-Oigo un patear , dijo Louis. -Hay un gran animal con una pata encadenada. Patea, patea, patea.

-Mira la telaraña, en el ángulo del balcón , dijo Bernard. -Tiene cuentas de agua, gotas blancas de luz.

-Las hojas se amontonan alrededor de la ventana, como orejas puntiagudas , dijo Susan.

-Una sombra se proyecta en el sendero , dijo Louis, -como un codo en flexión.

-Islas de luz flotan sobre el césped', dijo Rhoda.

-Caen a través de los árboles.

-Los ojos de los pájaros destellan en los túneles formados por las hojas , dijo Neville.

-Vello corto y duro cubre los tallos , dijo Jinny, -y en ellos se han pegado gotas de agua.

-Una oruga está enroscada formando un aro verde , dijo Susan, -y sus pies parecen unas muescas redondeadas.

-El caracol de cáscara gris cruza arrastrándose el sendero, y deja las briznas aplastadas detrás , dijo Rhoda.

-Y ardientes destellos nacidos en los cristales de las ventanas rebrillan y se apagan en el césped , dijo Louis.

-Las piedras son frías, bajo mis pies , dijo Neville. -Las siento una a una, redondas o puntiagudas.

-Me arde el dorso de las manos , dijo Jinny, -pero el rocío me ha puesto las palmas pegajosas y húmedas.

-Ahora el gallo canta como un chorro de agua dura y roja en la blanca marea , dijo Bernard.

-Los pájaros cantan alto y bajo, callan y cantan, a nuestro alrededor , dijo Susan.

-El animal patea; patea el elefante con la pata encadenada; el gran bruto en la playa patea , dijo Louis.

-Mira la casa , dijo Jinny, -con las persianas blancas en todas las ventanas.

-Agua fría comienza a manar del grifo del fregadero , dijo Rhoda, -sobre el cuenco con pescadilla.

-Rajas de oro rajan los muros , dijo Bernard, -y hay sombras de hojas, azules y en forma de dedos, bajo las ventanas.

-Y ahora la señora Constable se pone las gruesas medias negras , dijo Susan.

-Cuando el humo se alza, el sueño enroscándose se aleja del tejado, como una niebla , dijo Louis.

-Al principio, los pájaros cantaban a coro , dijo Rhoda. -Ahora la puerta de la cocina se abre. Se van volando. Se van volando como el puñado de semilla que lanza el sembrador. Pero hay uno, solo, que canta junto a la ventana del dormitorio.

-En el fondo del cuenco se forman burbujas , dijo Jinny. -Después suben, más y más aprisa, cómo una cadena de plata hasta la superficie.

-Ahora Biddy raspa las escamas de los pescados con un cuchillo mellado sobre una tabla , dijo Neville.

-La ventana del comedor es azul oscuro ahora , dijo Bemard, -y el aire retiembla sobre las chimeneas.

-Una golondrina se posa en el cable de la electricidad , dijo Susan. -Y Biddy ha dejado bruscamente el cubo en el suelo de losas de la cocina.

-Esta es la primera campanada de la campana de la iglesia , dijo Louis. -Será seguida por otras, uno dos, uno dos, uno dos.

-Mira cómo vuela el mantel sobre la mesa, blanco y a lo largo , dijo Rhoda. -Ahora hay discos de blanca porcelana, y rayas de plata junto a cada plato.

-De repente zumba una abeja en mi oreja , dijo Neville. -Está aquí, y ya ha pasado.

-Ardo, tiemblo , dijo Jinny, -al salir de este sol y entrar en esta sombra.

-Ahora se han ido todos , dijo Louis. -Estoy solo. Todos han entrado en la casa para desayunar, y he quedado en pie junto al muro entre las flores. Es muy temprano, antes de las clases. Flor tras flor puntean la profundidad verde. Los pétalos son arlequines. Los tallos surgen de los negros hoyos. Las flores nadan como peces de luz, en la superficie de las oscuras aguas verdes. Sostengo un tallo en la mano. Soy el tallo. Mis raíces descienden hasta las profundidades del mundo, a través de tierras secas, de roca, a través de húmedas tierras, de vetas de plomo y de plata. Soy todo fibra. Todos los temblores me estremecen, y el peso de la tierra oprime mis costillares. Aquí, mis ojos son hojas verdes que no ven. Soy un chico vestido de franela gris, con un cinturón de hebilla en forma de serpiente, aquí. Allá, abajo, mis ojos son los ojos sin párpados de una estatua de piedra en un desierto junto al Nilo. Veo mujeres que pasan, con cántaros rojos, camino del río. Veo camellos que se balancean y hombres con turbante. Oigo pateos, temblores y rebullir a mi alrededor.

-Aquí Bernard, Neville, Jinny y Susan (pero no Rhoda) rasan los parterres con sus redes. Espuman las mariposas de las móviles cabezas de las flores. Peinan la superficie del mundo. Sus redes están llenas de alas batientes. -¡Louis! ¡Louis! ¡Louis! , gritan. Pero no pueden verme. Estoy al otro lado del seto. En la masa de hojas sólo hay menudos orificios, como ojos para ver. Dios mío, déjalos que pasen. Dios mío, permite que dejen las mariposas envueltas en un pañuelo, sobre la grava. Déjales contar cuántas mariposas blancas, cuántas rojas y cuántas moteadas han atrapado. Pero permite que no me vean. A la sombra del seto, soy verde como el tejo. Mi cabello es de hojas. Estoy enraizado en el centro de la tierra. Mi cuerpo es un tallo. Oprimo el tallo. Una gota se forma en el orificio de la boca, y lenta y densa crece y crece. Ahora, algo de color de rosa pasa por el orificio como un ojo. Ahora, el rayo de una mirada pasa por el túnel. Y el rayo me toca. Soy un chico con un traje de franela gris. Es ella y me ha encontrado. Siento el golpe en el cogote. Me ha besado. Todo se ha hecho añicos.

-Me he puesto a correr , dijo Jinny, -después de desayunar. He visto que las hojas se agitaban en un orificio del seto. He pensado: "Es un pájaro en su nido." Las hojas han seguido moviéndose. He tenido miedo. Corriendo, he pasado ante Susan, ante Rhoda, Neville y Bernard, que hablaban junto a la caseta de las herramientas. Lloraba mientras corría más y más aprisa. ¿Qué ha movido las hojas? ¿Qué mueve mi corazón, mis piernas? Y he entrado bruscamente aquí, viéndote verde como un arbusto, como una rama, muy quieto, Louis, con la mirada fija. -¿Está muerto? , he pensado, y te he besado, saltándome el corazón, bajo el vestido de color de rosa, como las hojas, que siguen moviéndose aunque nada hay que las mueva. Ahora huelo a geranios, huelo al mantillo de la tierra. Bailo. Ondulo. Me encuentro arrojada sobre ti, como una red de luz. Yacente tiemblo, sobre ti arrojada.

-Por entre el claro en el seto , dijo Susan, -vi cómo Jinny le besaba. Alcé la cabeza inclinada sobre la maceta, y miré por el claro en el seto. Vi cómo Jinny le besaba. Los vi, a Jinny y a Louis, besándose. Ahora envolveré mi angustia en el pañuelo que siempre llevo en el bolsillo. Y la angustia quedará prietamente apretujada, en una pelota. Sola iré al bosque de hayas, antes de clase. No me sentaré a la mesa para hacer sumas. No me sentaré al lado de Jinny, no me sentaré al lado de Louis. Cogeré mi angustia, y la dejaré sobre las raíces, bajo las copas de las hayas. La examinaré y la cogeré con las puntas de los dedos. No me descubrirán. Comeré nueces y buscaré huevos entre las zarzas, se me amazacotará el cabello, dormiré bajo un arbusto, beberé agua de charca y allí moriré.

-Susan ha pasado junto a nosotros , dijo Bernard. -Ha pasado ante la puerta de la caseta de las herramientas, con el pañuelo prietamente apelotonado. No lloraba, pero sus ojos, tan hermosos, se habían achicado, como se achican los de los gatos antes de saltar. La seguiré, Neville. Iré despacio tras ella, para estar presto, con mi curiosidad, a fin de confortarla cuando estalle y en su rabia piense: -Estoy sola.

-Ahora cruza el campo, contoneándose indiferente, para engañarnos. Llega a la depresión; cree que nadie la ve; echa a correr con los puños crispados ante sí. Se le hunden las uñas en el pañuelo apelotonado. Se dirige hacia el bosque de hayas, fuera de la luz. Abre los brazos al llegar a las pavas y se zambulle en las sombras como una nadadora.

Pero se ha quedado ciega tras la luz y tropieza y se arroja sobre las raíces, bajo las copas de los árboles, donde la luz parece jadear, naciendo y extinguiéndose, naciendo y extinguiéndose. Las ramas respiran fuerte, arriba y abajo. Hay angustia ahí. Las raíces forman un esqueleto en la tierra, con hojas muertas amontonadas en los rincones. Susan ha derramado su angustia. El pañuelo yace en las raíces de las hayas, y Susan solloza, ovillada donde ha caído.

-He visto cómo Jinny le besaba , dijo Susan. -He mirado por entre las hojas y la he visto. Entró bailando, moteada de diamantes, leves como el polvo. Y yo soy chaparra, Bernard, chaparra y baja. Tengo ojos que miran muy de cerca el suelo y ven insectos en la hierba. La amarilla calidez de mi costado se tornó piedra, cuando vi que Jinny besaba a Louis. Comeré hierba y moriré en cualquier charca de agua parda, con podridas hojas muertas.

-Te he visto ir hacia allá , dijo Bernard. -Al pasar junto a la puerta de la caseta, te he oído gritar: "Soy desdichada." He dejado el cuchillo. Con Neville tallaba barquitos en un leño. Y voy despeinado porque, cuando la señora Constable me ha dicho que me peinara, había una mosca en una telaraña, y he preguntado: -¿Devuelvo la libertad a la mosca? ¿Dejo que la araña la devore? Por esto siempre llego tarde. Voy despeinado, con astillas de madera en el pelo. Al oír que llorabas te he seguido, y he visto cómo dejabas en el suelo el pañuelo apelotonado, con tu rabia y tu odio en él. Pero esto pronto cesará. Nuestros cuerpos están cerca el uno del otro ahora. Oyes mi respiración. También veo el escarabajo que lleva una hoja sobre el dorso. Avanza en una dirección y luego en otra, de manera que incluso tu deseo, mientras contemplas el escarabajo, de poseer algo único (ahora es Louis) se ve obligado a vacilar, como la luz que va y viene por entre las hojas del haya. Y entonces las palabras que se mueven tenebrosas en las profundidades de tu mente romperán este nudo de dureza, contenido en tu pañuelo.

-Amo , dijo Susan, -y odio. Sólo una cosa deseo. Mi mirada es dura. La mirada de Jinny se quiebra en cien mil luces. Los ojos de Rhoda son como esas pálidas flores a las que acuden las polillas al atardecer. Los tuyos crecen y rebosan, pero nunca se quiebran. Sin embargo estoy ya empeñada en mi búsqueda y mi propósito. Veo insectos en la hierba. Pese a que mi madre todavía me hace blancos calcetines de punto y me cose dobladillos en los delantales, y pese a que aún soy una niña, amo y odio.

-Pero cuando estamos sentados cerca , dijo Bernard, -tú y yo nos fundimos el uno en el otro gracias a las frases. Quedamos ribeteados de niebla. Formamos un territorio sin sustancia.

-Veo el escarabajo , dijo Susan. -Veo que es negro, veo que es verde. Estoy limitada a palabras sueltas. Pero tú puedes alejarte, te escapas, te elevas más alto, con las palabras y palabras en frases.

-Ahora , dijo Bernard, -exploremos. Hay una casa blanca que yace entre los árboles. La casa yace ahí, mucho más bajo que nosotros. Nos hundiremos como nadadores, tocando el suelo con sólo las puntas de los dedos de los pies. Nos hundiremos a través del aire verde de las hojas, Susan. Nos hundimos mientras corremos. Las olas nos cubren, las hojas de las hayas se reúnen sobre nuestras cabezas. Ahí está el reloj del establo con sus brillantes saeta doradas. Ahí están las llanuras y los picos de los tejados de la gran casa. Ahí está el mozo de cuadra produciendo metálicos sonidos en el patio con botas de caucho. Esto es Elvedon.

-Ahora, a través de las copas de los árboles, hemos caído en tierra. El aire ya no alza sus largas y desgraciadas olas purpúreas sobre nuestras cabezas. Tocamos el suelo. Pisamos el suelo. Ahí está el recortado seto del jardín de las señoras. Por ahí andan al mediodía, con tijeras, cortando rosas. Ahora estamos en el bosque limitado, con el muro alrededor. Esto es Elvedon. He visto carteles en la encrucijada, con un brazo que apunta "A Elvedon". Nadie ha estado aquí. Los helechos despiden un olor muy fuerte y debajo de ellos hay setas rojas. Ahora despertamos las dormidas cornejas que nunca habían visto una forma humana. Ahora pisamos las podridas manzanas silvestres enrojecidas por el tiempo y resbaladizas. Hay un muro circular alrededor de este bosque. Nadie entra aquí. ¡Escucha! Un sapo gigantesco ha saltado por entre la maleza. Y esto es el murmullo de una primitiva piña que cae para pudrirse entre los helechos.

-Pon el pie en esta piedra y álzate. Mira por encima del muro. Esto es Elvedon. La señora está sentada entre dos alargadas ventanas, escribiendo. Con gigantescas escobas, los jardineros barren el césped. Somos los primeros que llegamos aquí. Somos los descubridores de una tierra ignorada. No te muevas. Si los jardineros nos vieran, dispararían contra nosotros. Debemos permanecer clavados como los armiños en la puerta del establo: ¡Mira! No te muevas. Agárrate con fuerza a los hierbajos del muro.

-Veo a una señora escribiendo. Veo a los jardineros que barren , dijo Susan. -Si muriésemos aquí, nadie nos enterraría.

-¡Corre! , dijo Bernard. -¡Corre! ¡El jardinero de la barba negra nos ha visto! ¡Nos pegará un tiro! ¡Disparará contra nosotros como si fuéramos grajos y quedaremos clavados en el muro! Estamos en tierra hostil. Debemos huir hacia el bosque de hayas. Debemos escondernos bajo las copas de los árboles.

Mientras veníamos he movido una ramita caída. Hay un sendero secreto. Agáchate cuanto puedas. Pensarán que somos zorros. ¡Corre!

-Ahora estamos a salvo. Podemos erguirnos de nuevo. Podemos estirar los, brazos bajo este alto dosel, en este vasto bosque. Nada oigo. Es sólo el murmullo de las olas en el aire. Esto es una paloma torcaz que busca cobijo en las copas más altas de las hayas. La paloma bate el aire. La paloma bate el aire con alas de madera.

-Ahora te alejas , dijo Susan, -hilando frases. Ahora asciendes como el hilo de un globo, más y más arriba, a través de capas de hojas, fuera de mi alcance. Ahora remoloneas. Me tiras de la falda, mirando hacia atrás, haciendo frases. Te has escapado de mí. Ahí está el jardín. Aquí el seto. Aquí está Rhoda en el sendero. Aquí está Rhoda en jet sendero, meciendo pétalos en el cuenco castaña.

-Todos mis buques son blancos , dijo Rhoda. -No quiero los pétalos rojos de los geranios y de las malvas del huerto. Quiero pétalos blancos que floten cuando inclino el cuenco. Tengo ahora una flota que nada de orilla a orilla. Echaré una ramita que sea balsa para un marinero náufrago. Echaré una piedra, y veré las burbujas surgiendo del fondo del mar. Neville se ha ido, y Susan se ha ido. Jinny está en el huerto, cogiendo grosellas, quizá en compañía de Louis. Podré estar sola unos instantes, mientras la señorita Hudson coloca las libretas en la mesa de la clase. Dispongo de una breve porción de libertad. He recogido todos los pétalos caídos y los he echado a nadar. He rociado algunos. Aquí pondré un faro. Y ahora voy a balancear mi cuenco castaño de un lado a otro para que mis barcos naveguen con oleaje. Algunos se hundirán. Algunos se estrellarán contra los arrecifes. Uno navega solo. Este es mi barco. Penetra en heladas cavernas en las que la foca ladra, y verdes cadenas pendientes de las estalactitas se balancean. Se alzan las olas, sus crestas se retuercen, fíjate en las luces de los mástiles. Se han desperdigado, han naufragado, todos salvo mi buque, que remonta la ola y se desliza en la galerna y llega a las islas en las que los papagayos parlotean y las lianas… -

-¿Dónde está Bernard? , dijo Neville. -Tiene mi cuchillo. Estábamos en la caseta de las herramientas, construyendo barcos, y Susan pasó ante la puerta. Y Bernard tiró al suelo su barco y se fue tras ella con mi cuchillo, el cuchillo afilado que talla la quilla. Bernard es como un alambre colgante, como el cordón roto de una campanilla, siempre oscilando. Es como las algas colgadas en el alféizar de la ventana, ahora húmedas, ahora secas. Me deja en la estacada, y sigue a Susan, y si Susan llora, Bernard se lleva mi cuchillo y le cuenta historias. La hoja grande de mi cuchillo es un emperador, la hoja rota es un negro. Odio las cosas colgantes, odio las cosas húmedas. Odio vagar sin propósito y mezclar las cosas. Ahora suena la campana y llegaremos tarde. Debemos dejar nuestros juguetes. Debemos entrar juntos. Las libretas están dispuestas, una al lado de la otra, en la mesa con tapete verde.

-No conjugaré el verbo , dijo Louis, -hasta que Bernard lo haya recitado. Mi padre es banquero en Brisbane y hablo con acento australiano. Esperaré e imitaré a Bernard. Bernard es inglés. Todos son ingleses. El padre de Susan es clérigo. Rhoda no tiene padre. Bernard y Neville son hijos de nobles caballeros. Jinny vive con su abuela en Londres. Ahora humedecen con la lengua las puntas de los lápices. Ahora retuercen las libretas y, mirando de soslayo a la señorita Hudson, cuentan los purpúreos botones de su corpiño. Bernard lleva una astilla en el pelo. Susan tiene enrojecidos los ojos. Los dos están colorados. Pero yo soy pálido; soy pulido, y me sujeto los pantalones de golf con un cinturón de hebilla de bronce en forma de serpiente. Me sé la lección de memoria. Sé más de lo que todos juntos sabrán en su vida. Me sé los casos y los géneros. Si quisiera, podría aprender toda la ciencia del mundo. Pero no quiero demostrarlo y recitar la lección. Mis raíces se entrelazan y forman un tejido, como las hebras de una planta en el tiesto, alrededor del mundo. No quiero levantarme y alcanzar la cumbre, y vivir a la luz de este gran reloj de rostro amarillo, que late y late en su constante tic-tac. Jinny y Susan, Bernard y Neville, se unen entre sí formando una zurriaga con la que azotarme. Se ríen de que sea pulido y tenga acento australiano. Ahora procuraré imitar el suave acento con que Bernard bisbisea el latín.

-Son palabras blancas , dijo Susan, -como los cantos rodados que se encuentran en la playa.

-Mueven la cola a derecha e izquierda cuando les habla , dijo Bernard. -Menean la cola, agitan la cola, se mueven por el aire en rebaño, ahora hacia aquí, ahora hacia allá, avanzan juntas, ahora se separan, ahora se reúnen.

-Son palabras amarillas, son palabras flamígeras , dijo Jinny. -Me gustaría tener un vestido llameante, un vestido amarillo, un vestido leonado, para ponérmelo por la noche.

-Cada tiempo verbal , dijo Neville, -tiene un significado diferente. En este mundo hay un orden; hay distinciones, hay diferencias, en este mundo en cuyo umbral me encuentro. Sí, porque esto es sólo el principio.

-Ahora la señorita Hudson , dijo Rhoda, -ha cerrado el libro. Ahora comienza el terror. Ahora coge la corta porción de tiza y traza números en la pizarra, seis, siete, ocho, después una cruz, y luego una raya. ¿Cuál es la respuesta? Los otros miran, miran con comprensión. Louis escribe. Susan escribe. Neville escribe. Jinny escribe. Incluso Bernard ha comenzado ahora a escribir. Yo no puedo escribir.

Sólo veo números. Los otros entregan las respuestas, uno tras otro. Me toca el turno. Pero no tengo respuesta. Los otros ya pueden irse. Se van dando un portazo. La señorita Hudson se va. Me quede sola para encontrar la respuesta. Los números no significan nada ahora. El significado ha desaparecido. El reloj hace tic-tac. Las saetas son convoyes que cruzan un desierto. Las negras rayas en la cara del reloj son verdes oasis. La saeta larga se ha adelantado en busca de agua. La otra avanza penosamente a tropezones sobre las ardientes piedras del desierto. La puerta de la cocina bate una sola vez. A lo lejos ladran perros salvajes. Mira, el lazo en el trazó del número comienza a llenarse de tiempo, contiene el -mundo en su interior. Comienzo a trazar un número, y el mundo queda enlazado en él, y yo estoy fuera del lazo, que ahora cierro -así-, sello y completo. El mundo forma un todo completo, y yo estoy fuera de él, llorando, gritando: "¡Salvadme de ser expulsada para siempre del lazo del tiempo!

-Ahí está Rhoda sentada con la vista fija en la pizarra , dijo Louis, -en clase, mientras nosotros vagamos libremente, cogiendo aquí un poco de tomillo, allá una hoja de boj, mientras Bernard nos cuenta una historieta. Las paletillas de Rhoda casi se tocan, en el centro de la espalda, como las alas de una pequeña mariposa. Mientras contempla los números de yeso, su pensamiento se aloja en los blancos círculos. Pasa a través de los blancos lazos y, sola, penetra en el vacío. Carecen de significado para Rhoda. No tiene respuesta ante ellos. Rhoda no tiene cuerpo y los otros sí. Y yo, que hablo con acento australiano, y que mi padre es banquero en Brisbane, no temo a Rhoda como temo a los otros.

-Arrastrémonos bajo el dosel de las hojas del grosellero , dijo Bernard, -y contemos historias. Vivamos en el submundo. Tomemos posesión de nuestro territorio secreto, iluminado por grosellas pendientes, como candelabros, que brillan en rojo, por un lado, y en negro por el otro. Aquí, Jinny, si encogemos el cuerpo, podremos permanecer sentados bajo el dosel de las hojas del grosellero y contemplar el balanceo de los incensarios. Este es nuestro universo. Los otros se alejan por el sendero de los carruajes. Las faldas de la señorita Hudson y de la señorita Curry pasan como campanitas para apagar cirios. Ahí van los blancos calcetines de Susan. Ahí van las limpias sandalias de Louis, dejando claras huellas en la grava. Ahí nos llegan cálidas oleadas de olor a hojas en descomposición, mantillo en podredumbre. Estamos en tierras pantanosas ahora, estamos en una jungla de malaria. Hay un elefante con blancos colmillos, muerto por una flecha clavada, quieta, en un ojo. Los brillantes ojos de los pájaros cojitrancos -águilas y buitres- se perciben claramente. Nos toman por árboles caídos. Picotean un gusano -esto es una cobra encapuchada-, y lo dejan con una parda cicatriz emponzoñada, para que sea atacado por los leones. Este es nuestro mundo, iluminado por lunas crecientes y estrellas de luz. Grandes pétalos casi transparentes cierran las salidas como purpúreas ventanas. Todo es extraño. Las cosas son inmensas y muy pequeñas. Los tallos de las flores son gruesos como troncos de roble. Las hojas están altas como cúpulas de vastas catedrales. Aquí yacentes, somos gigantes capaces de hacer retemblar el bosque.

-Esto es aquí , dijo Jinny, -esto es ahora. Pero pronto nos iremos. Pronto la señorita Curry tocará el silbato. Echaremos a andar. Nos separaremos. Tú irás a la escuela. Tendrás profesores con cruces con blancos lazos. Yo tendré una profesora en una escuela de la costa oriental, sentada bajo un retrato de la reina Alejandra. Allá iré, como Susan y Rhoda. Esto es solamente aquí, esto es solamente ahora. Ahora yacemos bajo los groselleros, y cuando la brisa sopla quedamos con todo el cuerpo moteado. Mi mano es como una piel de serpiente. Mis rodillas son rosadas islas flotantes. Tu rostro es como un manzano bajo una red.

-El calor se va , dijo Bernard, -de la jungla. Negras alas baten las hojas sobre nosotros. La señorita Curry ha tocado el silbato en la terraza. Arrastrándonos debemos salir del cobijo de las hojas del grosellero y andar erguidos. Llevas ramitas en el pelo, Jinny. Y veo una oruga verde en tu cuello. Formaremos en dos de a fondo. La señorita Curry nos llevará a dar un brioso paseo, mientras la señorita Hudson se queda sentada ante su mesa haciendo cuentas.

-Es aburrido , dijo Jinny, -caminar por la carretera, sin ventanas por las que mirar, sin legañosos ojos de azules cristales por los que ver la calle.

-Debemos formar por parejas , dijo Susan, -y andar en buen orden, sin arrastrar los pies, sin rezagarnos, con Louis al frente abriendo marcha, porque Louis es despierto y no es maula.

-Como sea que, según afirman , dijo Neville, -soy tan delicado que no puedo ir con ellos, porque me canso muy fácilmente y luego caigo enfermo, emplearé esta hora de soledad, este alto en el conversar, para merodear por la casa y revivir, si puedo, por el medio de situarme en el mismo punto de la escalera, a mitad del descansillo, la sensación que tuve al oír hablar del muerto, a través de la puerta batiente, anoche, mientras la cocinera metía y sacaba pasteles del horno. Lo encontraron degollado. Las hojas del manzano quedaron clavadas fijas en el cielo. La luna miraba y miraba. Me sentía incapaz de levantar el pie para subir un peldaño. Lo encontraron en el arroyo. La sangre corría por el arroyo. Tenía la quijada blanca como el bacalao muerto. A esa rigidez, a esa inmovilidad estricta, la llamaré para siempre jamás "muerte entre los manzanos". Allí estaban las flotantes nubes de pálido gris. Y el inexorable árbol. La leve ondulación de mi vida no servía de nada. No podía pasar. Había un obstáculo. Dije: "No puedo superar este obstáculo ininteligible." Y los otros pasaron. Pero estamos condenados, todos nosotros, por los manzanos, por el inexorable árbol que no podemos pasar.

-Ahora la rigidez, la estricta inmovilidad, está superada. Proseguiré mi inspección de los lugares de la casa a última hora de la tarde, al ocaso, cuando el sol pone oleaginosas manchas en el linóleo, y una grieta de luz se arrodilla en la pared, y da a las patas de la silla la apariencia de estar quebradas.

-He visto a Florrie en el huerto , dijo Susan, -al regresar del paseo, y estaba con la colada hinchada a su alrededor, los pijamas, los calzoncillos, los camisones, muy hinchados. Y Ernest la ha besado. Ernest iba con el delantal verde y estaba limpiando plata. Tenía los labios fruncidos, con arrugas como la boca de unas bolas de cordel, y la cogió en sus brazos con el pijama hinchado entre ellos. Ernest estaba ciego como un toro, y Florrie se pasmó de temor, únicamente las rojas venas minúsculas daban color a sus blancas mejillas. Ahora, a pesar de que nos pasan bandejas de pan con mantequilla y vasos de leche, a la hora del té, veo una hendidura en la tierra, de ella sale silbando ardiente vapor. Y la tetera ruge, como rugía Ernest, y estoy hinchada y tersa como el pijama, incluso mientras mis dientes se hunden en el blando pan con mantequilla y sorbo la leche dulce. No temo al calor, ni temo al helado invierno. Rhoda sueña, mientras chupa la corteza de pan mojada en leche. Louis contempla la pared frente a él, con ojos del verde color de los caracoles. Bernard forma bolitas con miga de pan y las llama "gente". Neville, con sus ademanes limpios y concluyentes, ya ha terminado. Ha enrollado la servilleta y ha deslizado en ella la argolla de plata. Jinny efectúa movimientos circulares con los dedos sobre el mantel, como si bailaran al sol, en una sucesión de piruetas. Pero no temo al calor, ni al helado invierno.

-Ahora , dijo Louis, -nos levantaremos todos, nos pondremos en pie. La señorita Curry abre el ancho libro negro y lo deja sobre el armonio. Es difícil reprimir el llanto mientras cantamos, mientras rogamos a Dios que nos proteja en el sueño y nos llame hijos. Cuando estamos tristes y temblorosos de miedo, es bueno cantar a coro, inclinándonos levemente el uno contra el otro, yo hacia

Susan, Susan hacia Bernard, con las manos cogidas, muy temerosos, yo de mi acento, Rhoda de los números, pero dispuestos a vencer.

-Juntos subimos las escaleras, en tropel, como caballos enanos , dijo Bernard, -pateando, empujándonos, para esperar el turno de entrar en el lavabo. Resoplamos, nos empujamos, saltamos sobre las blancas y duras camas. Me toca el turno. Voy.

-La señorita Constable, protegida por una toalla de baño, coge la esponja de color de limón y la hunde en el agua. La esponja toma el castaño color del chocolate, chorrea, la señorita Constable la eleva sobre mi cabeza, tiemblo bajo la esponja y la señorita Constable la estruja. El agua me recorre la espina dorsal. Destellantes flechas de sensaciones se disparan hacia uno y otro lado. Estoy cubierto de cálida carne. Las secas coyunturas se me humedecen; mi cuerpo frío se calienta, chorrea y brilla. El agua desciende y me convierte en una anguila destelleante. Ahora cálidas toallas me envuelven, y su aspereza, al frotarme la espalda, hace ronronear la sangre. En la techumbre de mi mente se forman gruesas y densas sensaciones. Como el agua cae el día: el bosque, Elvedon, Susan y la paloma. Como agua que chorrea por los muros de mi mente, como aguas reunidas, el día cae copioso y esplendente. Ahora me ato, sin ceñirla demasiado, la cinta del pijama, y me tiendo, cubriéndome con la delgada sábana que flota en la luz sutil que es como una leve capa de agua lanzada sobre mis ojos por una ola. A su través, lejos, muy lejos, débilmente y lejos, oigo el comienzo del coro, ruedas, perros, hombres que gritan, campanas de la iglesia, el comienzo del coro.

-Del mismo modo que doblo el vestido y el viso , dijo Rhoda, -me despojo de mi imposible deseo de ser Susan, de ser Jinny. Pero extenderé los dedos de los pies para tocar el límite de la cama. Adquiriré la seguridad, al tocar el metal, propia de todo lo duro. Ahora no puedo hundirme. Es imposible que caiga a través de la delgada sábana, ahora. Ahora relajo el cuerpo sobre este frágil colchón y quedo suspendida en el aire. Ahora floto sobre la tierra. Ya no estoy en pie para que me golpeen y me hieran. Todo es suave y dócil, maleable. Las paredes y las alacenas palidecen y sus amarillos rectángulos, sobre los que pálido brilla el cristal, se doblegan. Ahora de mí pueden manar los pensamientos. Puedo pensar en mis flotas navegando en el mar alzado en oleaje. Estoy a salvo de los difíciles roces y los choques. Navego sola, junto a blancos acantilados. ¡Pero me hundo! ¡Caigo! Esto es el ángulo de la alacena. Esto es el espejo del cuarto de los niños. Pero se estiran y alargan. Me hundo en las negras plumas del sueño. Sus densas alas oprimen mis ojos. Mientras viajo en las tinieblas, veo los alargados parterres, y la señorita Constable sale corriendo del ángulo que forma el césped, para decirme que mi tía ha venido a buscarme en un coche de caballos. Subo. Huyo. Como si llevara muelles en los tacones, salto a las copas de los árboles. Pero ahora caigo dentro del coche ante la puerta de entrada, y allí está sentada mi tía, moviendo afirmativamente la cabeza con plumas amarillas, duros como cantos rodados los ojos. ¡Oh, despertar entre sueños! Mira, ahí está la cómoda. Quiero salir de estas aguas. Pero se amontonan sobre mí. Entre sus grandes hombros me llevan. Me obligan a dar un giro sobre mí misma, me derriban, estoy tendida entre esas largas luces, esas largas olas, esos interminables senderos, esas gentes que me persiguen, me persiguen.

**

El sol se alzó más. Olas azules, olas verdes, dibujaban rápidos abanicos en la playa, rodeando el hierro vertical clavado en la arena, y dejando aquí y allá, superficiales charcas de luz. Cuando se retiraron, quedó una sutil línea negra en la arena. Las rocas, antes suaves y neblinosas, se endurecieron y quedaron marcadas por rojas grietas.

Duras franjas de sombra yacían en el césped, y el rocío que danzaba en lo alto de las flores y las hojas convertía el jardín en un mosaico de chispas aisladas que aún no se habían reunido en una. Los pájaros de pecho moteado en rosa y amarillo, cantaron ahora una o dos estrofas juntos, enloquecidos, como patinadores cogidos del brazo, y se callaron bruscamente, separándose.

El sol proyectaba más anchas franjas sobre la casa. La luz tocó algo verde en el ángulo de la ventana y lo convirtió en un bulto de esmeralda, en una caverna de puro verde, como un fruto sin semilla. Afiló los perfiles de las sillas y de las mesas, y bordó los blancos manteles con fino hilo de oro. A medida que la luz aumentaba, aquí y allá algún que otro capullo se abría en flor temblorosa y veteada de verde, como si el esfuerzo de la eclosión las hubiera dejado balanceándose, golpeando con sus frágiles aldabas los blancos muros, en débil sonido de carillón. Todo devino suavemente amorfo, como si la porcelana de la fuente fuese fluida y líquido el acero del cuchillo. Entretanto, el choque de las olas al romper llegaba a sordos golpes, como leños al caer, sobre la playa.

-Ahora , dijo Bernard, -ha llegado el momento. El día ha llegado. El coche está a la puerta. El peso de mi gran maleta parece exagerar la curvatura de las piernas patizambas de George. La horrenda ceremonia ha terminado, las propinas y los adioses en el vestíbulo. Ahora me queda esa ceremonia de tragar saliva con mi madre, la de estrechar la mano de mi padre. Ahora debo seguir agitando la mano, y no parar hasta que doblemos la esquina. Ahora esta ceremonia ha terminado. A Dios gracias, todas las ceremonias han terminado. Estoy solo. Voy a ingresar en la escuela superior.

-Parece que todos hagamos las cosas sólo para un momento determinado, y que jamás volvamos a hacerlas. Jamás. Esta urgente temporalidad da miedo. Todos saben que ingreso en la escuela superior, que por vez primera voy a la escuela superior. Mientras friega los peldaños, la criada dice: "Este chico va por vez primera a la escuela." Debo esforzarme en no llorar. Debo mirarlos a todos con indiferencia. Ahora veo abiertos de par en par los terribles portalones de la estación. "El reloj con cara de luna me mira." Debo construir frases y frases para interponer algo duro entre yo y la mirada de las criadas, la mirada de los relojes, los rostros observantes, los rostros indiferentes, o de lo contrario lloraré. Ahí va Louis, ahí va Neville. Los dos con largos abrigos y bolsas de viaje en la mano. Los dos se encuentran junto a la taquilla. Están serenos y compuestos. Pero su aspecto ha cambiado.

-Ahí está Bernard , dijo Louis. -Está sereno y compuesto, tranquilo. Balancea la bolsa al andar. Le seguiré, porque no siente miedo. Del vestíbulo pasamos al andén, llevados por una fuerza que nos arrastra, tal como el río arrastra ramas y paja, que deja junto a los pilares del puente. Ahí está la muy poderosa locomotora, toda ella espalda y muslos, sin cuello, de color verde botella, jadeando vapor. El factor toca el silbato y baja la bandera. Sin esfuerzo, por el impulso de la bandera, como una avalancha provocada por un leve empujón, nos ponemos en marcha. Bernard se coloca una manta en las piernas y hace chasquear los nudillos. Neville lee. Londres se desmigaja. Londres jadea y avanza. Se eriza de chimeneas y torres. Ahí, una iglesia blanca; ahí, un mástil entre agujas de edificios. Ahí un canal. Ahora hay espacios abiertos, con senderos de asfalto sobre los que parece raro que la gente deba caminar. Una colina moteada de casas rojas. Un hombre cruza un puente, seguido por un perro. Ahora el chico vestido de rojo dispara contra un faisán. El chico vestido de azul le aparta. "Mi tío es el mejor cazador de Inglaterra." "Mi primo tiene la mejor jauría para la caza del zorro." Comienzan los alardes. Y yo de nada puedo alardear porque mi padre es banquero en Brisbane y hablo con acento australiano.

-Por fin, después de tanto ajetreo, después de tanto barullo y ajetreo , dijo Neville, -hemos llegado. Es un gran momento, un solemne momento.

Llego como un señor a sus tierras. Ahí está nuestro fundador, nuestro ilustre fundador, erguido en el gran patio, con un pie alzado. Saludo a nuestro fundador. Estos cuadrángulos tienen un noble aire romano. Las luces de las aulas están ya encendidas. Quizá sean laboratorios, y esto quizá sea una biblioteca en la que exploraré las exactitudes de la lengua latina, y pisaré firmemente el sendero de las bien forjadas frases, y pronunciaré los explícitos y sonoros hexámetros de Virgilio, de Lucrecio, y cantaré con pasión jamás oscura o informe los amores de Catulo, leyendo en un gran libro de anchos márgenes. También me tumbaré en los campos de cosquilleantes céspedes. Con mis amigos yaceré bajo los olmos.

-Mira, el director de estudios. Es sorprendente que me parezca ridículo. Es demasiado pulido, demasiado reluciente y negro, como una estatua de jardín público. Y en el lado izquierdo del chaleco, de este chaleco prieto, tenso como un tambor, cuelga un crucifijo.

-El viejo Crane , dijo Bernard, -se pone ahora en pie para dirigirnos la palabra. El viejo Crane, el director de estudios, tiene una nariz como una montaña al ocaso, y una hendidura azul en el mentón, como una hondonada cubierta de vegetación incendiada por un excursionista, como una hondonada con vegetación vista desde la ventanilla del tren. Se balancea un poco, mientras va formando sus tremendas y sonoras palabras. Pero sus palabras son demasiado afables para ser verdad. Sin embargo, ahora se cree sincero. Y cuando abandona la estancia, moviendo pesadamente los hombros a uno y otro lado, y sigue adelante lanzándose a través de las puertas batientes, todos los profesores, balanceándose pesadamente, también se lanzan a través de las puertas. Esta es la primera noche que pasamos en la escuela, lejos de nuestras hermanas.

-Esta es la primera noche que paso en la escuela , dijo Susan, -lejos de mi padre, lejos de mi casa. Se me humedecen los ojos, las lágrimas me dan escozor. Me desagrada el olor a pino y linóleo. Me desagradan los arbustos estremecidos por el viento y las higiénicas baldosas. Me desagradan los alegres chistes y el bruñido aspecto que todos tienen aquí. Dejé mi ardilla y mis palomas al cuidado del chico. Bate la puerta de la cocina, y los tiros estremecen las hojas cuando Percy dispara contra las cornejas. Aquí todo es falso, todo corrompido. Rhoda y Jinny están sentadas lejos, con sus vestidos de sarga castaña, y contemplan a la señorita Lambert sentada bajo el retrato de la reina Alejandra, leyendo el libro que tiene ante sí. También hay una banderola azul, de labor de punto, bordada por una alumna de otros tiempos. Si no oprimo los labios, si no estrujo el pañuelo, lloraré.

-El brillo purpúreo , dijo Rhoda, -en el anillo de la señorita Lambert cruza y vuelve a cruzar la mancha negra en la página blanca del libro de rezos. Es un brillo amoroso, del color del vino. Ahora que tenemos las maletas deshechas en los dormitorios, nos sentamos en rebaño bajo mapas de todo el mundo. Aquí hay pupitres con pocillos para la tinta. Escribiremos con tinta nuestros ejercicios. Pero aquí nadie soy. No tengo cara. Tanta gente, todas vestidas de sarga castaña, me ha robado la identidad. Todas somos desconsideradas y retraídas. Buscaré un rostro, un rostro compuesto y monumental, y lo dotaré de omnisciencia, y lo llevaré bajo mis ropas, como un talismán, y después (lo prometo) encontraré un escondite en el bosque para poder, allí, mirar en secreto mi colección de curiosos tesoros. Lo prometo. Así no lloraré.

-La mujer morena , dijo Jinny, -con pómulos salientes, tiene un reluciente vestido veteado, como una concha, para vestir de noche. Está muy bien para el verano, pero, para el invierno, me gustaría un vestido muy sutil, entreverado de hebras rojas que brillaran a la luz del fuego. Entonces, cuando todas las lámparas se encendieran, me pondría el vestido rojo, sutil como un velo, el vestido revolotearía alrededor de mi cuerpo, y flotaría en el momento en que yo entrara en la estancia con evoluciones de bailarina. Tomaría, el vestido, forma de flor cuando me dejara caer, en el centro de la sala, sobre una silla dorada. Pero la señorita Lambert lleva un vestido opaco que le cae en cascada, desde el frunce blanco como la nieve, mientras sigue sentada bajo el retrato de la reina Alejandra, con un blanco dedo firmemente posado en la página. Y rezamos.

-Ahora entramos de dos en dos , dijo Louis, -ordenada y procesionalmente, en la capilla. Me gusta la penumbra que nos cubre al entrar en el sagrado edificio. Me gusta el ordenado avance. En filas entramos. Nos sentamos. Prescindimos de nuestras individuales peculiaridades, al entrar. Me gusta este momento en que, balanceándose un poco, aunque sólo a consecuencia de la inercia, el doctor Crane sube al púlpito y lee el texto de una Biblia puesta en el dorso de un águila de bronce. Gozo, mi corazón se ensancha ante el volumen y la autoridad del doctor Crane. Deja, el doctor Crane, las nubes de polvo arremolinado sobre mi trémula e ignominiosamente agitada mente -cómo bailábamos alrededor del árbol de Navidad, y al entregar los regalos se olvidaron de mí, y la mujer gorda dijo "este niño no tiene regalo", y me dio la reluciente bandera de la Gran Bretaña, puesta en lo alto del árbol, y yo lloré de rabia-, para que las recuerde con devoción. Ahora todo queda bien asentado, gracias a la autoridad y al crucifijo del doctor Crane, y me doy cuenta de que me invade la conciencia de la Tierra bajo mis pies, y mis raíces descienden y descienden, hasta que se agarran a algo duro, situado en el centro, envolviéndolo. Mientras el doctor Crane lee, recobro mi continuidad. Me convierto en una figura de la procesión, en un radio de la gran rueda que al girar me pone por fin erecto, aquí y ahora. He estado en tinieblas, he estado oculto, pero cuando la rueda gira (mientras él lee), me elevo a esta débil luz en la que puedo percibir, aunque con dificultad, los muchachos arrodillados, las columnas y las placas de bronce conmemorativas. No hay aquí grosería, no hay aquí bruscos besos.

-El bruto amenaza mi libertad , dijo Neville, -cuando reza. Sin calor de imaginación, sus heladas palabras caen sobre mi cabeza como losas, mientras la dorada cruz jadea sobre el chaleco. Las palabras con autoridad quedan corrompidas por quienes las pronuncian. Me mofo y me río de esta triste religión, de estas trémulas y acongojadas figuras, heridas y cadavéricas, que descienden por el blanco camino bordeado de hogueras, a cuya sombra yacen tendidos en el polvo, abiertas las piernas, muchachos, muchachos desnudos. Y en la puerta de la taberna cuelgan los pellejos hinchados de vino. Por Pascua estuve en Roma con mi padre. Y la temblorosa figura de la madre de Cristo fue paseada, balanceándose, a lo largo de las calles, igual que la torturada figura de Cristo, en una caja de vidrio.

-Ahora me inclinaré a un lado, como si me rascara el muslo. Así veré a Percival. Está sentado ahí, erguido entre la chusma. Inhala y expele el aire con indudable vigor por la recta nariz. Sus ojos azules y extrañamente inexpresivos mantienen la mirada fija, con pagana indiferencia, en la columna que tiene ante él. Sería un excelente inspector de comportamiento en la capilla. Iría siempre con una vara y castigaría con azotes a los chicos pequeños que se portaran mal. Está vinculado a las frases latinas de las lápidas de bronce. Nada ve. Nada oye. Está muy lejos de todos nosotros, está en un universo pagano. Pero mira, ahora se lleva la mano al cogote. Ademanes como éste bastan para que uno se enamore de alguien desesperadamente y para siempre. Dalton, Jones, Edgar y Bateman se llevan también la mano al cogote, de la misma manera. Pero sin éxito.

-Por fin", dijo Bernard, -la sucesión de gruñidos cesa. El sermón termina. El predicador ha reducido a polvo la danza de las blancas mariposas ante la puerta. Su voz áspera y vellosa es como un mentón mal afeitado. Ahora, balanceándose como un marinero borracho, regresa a su asiento. Todos los profesores intentarán imitarle. Pero, por ser delgaditos, por ser blandos, por llevar pantalones grises, sólo conseguirán quedar en ridículo. No, no les desprecio. Sus payasadas son dignas de lástima a mi parecer. Anoto este hecho en mi bloc de notas, junto con muchos otros, para futura referencia. Cuando sea mayor, llevaré siempre conmigo una libreta, una libreta gorda, con muchas páginas metódicamente señaladas con las letras del alfabeto. Allí escribiré frases. En las páginas de la eme escribiré "mariposas, polvo de té". Si, en mi novela, describo el sol en el alféizar, buscaré en la eme y encontraré polvo de mariposas. Me será muy útil. El árbol "proyecta en la ventana las sombras de sus verdes dedos". Esto también me será muy útil. Pero, desdichado de mí, cualquier cosa distrae mi atención, cualquier cosa, como un cabello retorcido como un hilo de azúcar tostado, como el libro de rezos de Celia, con incrustaciones de nácar. Louis puede contemplar la naturaleza sin un pestañeo durante una hora. Contrariamente, yo pronto me distraigo, a no ser que me estimulen con palabras. "El lago de mi mente, libre de remos, respira plácidamente y no tarda en sumirse en aceitosa somnolencia." Esto también me será útil.

-Ahora salimos de este fresco templo y penetramos en los amarillos campos de juego , dijo Louis. -Y, por ser día medio festivo (el cumpleaños del Duque), nos sentaremos en el largo césped, mientras juegan (ellos) al cricket. Si quisiera, podría ser uno de ellos. Me pondría las almohadilladas defensas y cruzaría el campo de juego al frente de los bateadores. Mira, mira, ahora, como todos siguen a Percival. Es de cuerpo pesado. Avanza torpemente hacia el extremo del campo, sobre el crecido césped, hacia el lugar en que se alza el gran olmo. Su magnificencia es la propia de un campeador medieval. Parece dejar en el césped un rastro de luz. Mira, le seguimos en tropel, como fieles servidores, para que nos maten como a corderos, ya que, sin la menor duda, Percival acometerá una imposible empresa y morirá en el empeño. El corazón se me alborota, me hiere el costado como una hoja con dos filos. Por una parte adoro su magnificencia; por otra, desprecio sus vulgares acentos -yo, tan superior a él- y siento celos.

-Y ahora , dijo Neville, -que Bernard comience. Que parlotee y nos cuente historias, mientras descansamos recostados. Que nos describa lo que todos hemos visto a fin de que forme una secuencia. Bernard dice que siempre hay una historia que contar. Yo soy una historia. Louis es una historia. Hay la historia del niño limpiabotas, la historia del hombre con un solo ojo, la historia de la mujer que vende caracolas. Que con su parloteo hilvane una historia, mientras reposo tumbado y miro las figuras de rígidas piernas, los bateadores con las almohadilladas defensas. Parece que el mundo entero fluya y se curve: en la tierra los árboles, y nubes en el cielo. A través de las copas de los árboles, alzo la vista al cielo. Parece que el partido se juegue ahí, arriba. Débilmente, entre las suaves nubes blancas, oigo el grito "¡Corre!", y oigo el grito: "¿Y ahora qué?" Si este azul estuviera ahí siempre, si este vacío se conservara siempre, si este momento durara siempre…