Lecturas a través del espejo - Victoria Mora - E-Book

Lecturas a través del espejo E-Book

Victoria Mora

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Beschreibung

Lecturas a través del espejo es un libro que recupera la mirada de Victoria Mora sobre la obra de algunos autores que considera insoslayables para cualquiera que ame la literatura. En estos ensayos breves, esa mirada no es ajena a su propio recorrido como lectora, mirada que incluye también al psicoanálisis. La autora entiende a la literatura y al psicoanálisis como dos discursos que nos habilitan caminos más profundos, e interesantes, para ver el mundo que nos rodea y a nosotros mismos. Cuando, además, estos caminos se recorren juntos la experiencia de lectura se vuelve otra. Escritores clásicos y contemporáneos conviven en estas páginas que son una invitación a cruzar la línea a ese otro lado del espejo que nos ofrece la literatura, para volver de ese viaje sintiéndonos distintos.

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Lecturas a través del espejo

Victoria Mora

Lecturas a través del espejo

© de los textos: Victoria Mora, 2023

© del prólogo: Hernán Nemi, 2023

© de las ilustraciones: Alejandro Arrojo, 2023

© de esta edición: Editorial Tequisté, 2023

Corrección: M. Fernanda Karageorgiu

Diseño gráfico y editorial: Alejandro Arrojo

1ª edición: mayo de 2023

ISBN: 978-987-8958-36-1

Editorial Tequisté:

[email protected]

www.tequiste.com

IG: @tequiste

YT: @tequiste

FB: @tequisteeditorial

WP: AR +54 9 11 6154 5552

ES +34 657 20 65 99

Se ha hecho el depósito que marca la ley 11.723

No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su tratamiento informático, ni su distribución o transmisión de forma alguna, ya sea electrónica, mecánica, auditiva, digital, por fotocopia u otros medios, sin el permiso previo por escrito de su autor o el titular de los derechos.

LIBRO DE EDICIÓN ARGENTINA

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Mora, Victoria

Lecturas a través del espejo / Victoria Mora. - 1a ed. - Pilar : Tequisté. TXT, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-8958-36-1

1. Literatura. 2. Ensayo Literario. 3. Psicoanálisis. I. Título.

CDD A864

Este libro está dedicado a cada una de las personas que formaron parte del espacio Talleres literarios A través del espejo, donde el amor por la literatura fue un enorme refugio que atravesó continentes.

Prólogo

Por Hernán Nemi

Hace unos días terminé de leer Lecturas a través del espejo, el hermoso libro de Victoria Mora que ustedes tienen entre sus manos, y lo primero en lo que pensé apenas acabada la lectura fue en un fragmento de Las ciudades invisibles, esa inclasificable obra de Ítalo Calvino, en que imagina diferentes urbes con sus singularísimas características. Como final de su libro, Calvino pone en boca del personaje de Marco Polo la siguiente afirmación:

“El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio”.

Creo que esto último es lo que hace Victoria Mora, a través de sus talleres literarios y de este libro, que es de alguna manera resultante de esos talleres, algo así como un “pasar en limpio” esas notas que los docentes tomamos para preparar nuestras clases. Pasar en limpio, ampliando, repensando, profundizando, enriqueciendo esas notas con los aportes de quienes participaron de los talleres. Algo de todo eso hay en estos escritos de Victoria, que son una invitación para visitar, revisitar, reflexionar, admirar y sentir la obra de Margaret Atwood, Abelardo Castillo, Julio Cortázar, Mariana Enriquez, Gabriel García Márquez, Alejandra Pizarnik, Samanta Schweblin y Rodolfo Walsh.

Vuelvo a la cita de Calvino. No hace falta enumerar minuciosamente todo lo que nuestro mundo actual tiene de infierno. Incluso muchos de esos aspectos son preocupaciones recurrentes en los textos de Victoria: en sus ficciones, en sus ensayos y en estos escritos referidos a sus lecturas. El hambre es infierno. Los estados autoritarios que masacran a quienes pelean por una sociedad más justa. La desigualdad entre mujeres y varones. Las dificultades para construir una vida plena, feliz, en que podamos concretar los sueños. La guerra es infierno. Pero en medio de todo eso hay personas y experiencias que no son infierno. Y entre esas experiencias, sin duda está la lectura, y en particular la lectura literaria. Para enfrentar al “infierno de los vivos” contamos con los libros, que nos ayudan a ponerle nombres a nuestras incertidumbres y nuestros dolores: a enunciarlos, a pensarlos, a llorarlos, a compartirlos con otros lectores y lectoras. En Las ciudades invisibles Marco Polo afirma que buscar y encontrar aquello que “no es infierno” exige atención y aprendizaje. Cada capítulo de Lecturas a través del espejo es una invitación a fijar nuestra atención, leer en profundidad, detenernos en un personaje o una pregunta, en un ambiente o un conflicto. Fijar la atención y poder hacernos de esos aprendizajes que Victoria Mora y los libros que nos invita a recorrer tienen para cada uno de nosotros.

En un mundo hostil, la literatura puede ser un ámbito de hospitalidad. En un mundo acelerado, la literatura puede ser una oportunidad de serenidad. En un mundo de ibuprofenos y curitas, la literatura puede ser una indagación en los motivos profundos del dolor. En un mundo en que el sentido se vende en paquetes, la literatura puede ser una búsqueda de sentidos personales, trabajosos, abiertos. En un mundo de ilusiones, la literatura puede ser una reafirmación de la esperanza. Y este libro, como pide Calvino, le da lugar a todo eso. Nos acerca notables autores y obras y nos ayuda a prestarles atención, nos plantea claves para disfrutarlas más, abre diálogos con otros autores para que nuestra conversación interior sea también más rica. Nos cuenta historias pero sabe callar a tiempo, con lo que nos impulsa a salir corriendo a buscar esos libros, ya sea para abrazar a esos personajes o despreciarlos, para completar esa cita que Victoria nos arrima, para pensar junto con ella, o quizás en oposición a ella, pero para no privarnos de seguir las líneas de pensamiento y los desafíos de interpretación que Vicky nos ofrece.

Uno de los mayores actos de amor de la humanidad es dar de comer. El género humano sigue existiendo porque hay personas que dan de comer a los recién nacidos, a los enfermos, a los ancianos. Pero los seres humanos necesitamos también alimento para nuestros corazones, para nuestros sentimientos, para nuestras intuiciones y preguntas. Por eso otro gran acto de amor es “dar de leer”. Y eso es lo que hace Victoria Mora en Lecturas a través del espejo. Dar de leer. Convidarnos aquello que la estremeció y la hizo pensar. Contarnos un poco sobre los autores y su caminar por la vida, contarnos otro poco de los argumentos de sus obras, mostrarnos, invitarnos a pasar, ofrecernos fragmentos hermosos, arrimarnos interpretaciones posibles, arrojarnos preguntas desafiantes, perplejidades, intuiciones. En lo personal, siento que lo mejor de este libro es que me abrió intensamente el apetito. Que me empujó (sí, me empujó con fuerza) a la lectura de autores y libros que no leí y que me convocó a releer páginas cuyo fuego ya había dejado de arder para mí. O eso creía. Porque la lectura de los textos de Victoria me demostró que en algún lugar interior había tizones que creía apagados pero estaban todavía encendidos.

Unas líneas más arriba expresé mi entusiasmo en cuanto a la preciosa selección de fragmentos que lleva adelante Victoria cuando le hinca el diente a cada obra. También mencioné que sus referencias a las vidas de los autores son siempre una muy buena puerta de entrada al análisis de los textos (y acá brilla la psicóloga y psicoanalista, aunque este libro jamás cae en tecnicismos innecesarios ni en la jerga psi). Me gustaría agregar dos virtudes más de Lecturas a través del espejo. La primera tiene que ver con los diálogos que abre Victoria en cada capítulo. Además de los autores estudiados se entrecruzan otras voces, que enriquecen enormemente cada lectura: Freud, Lacan, Juárroz, Pilar Calveiro, Caballeros de la quema, Conti, Viñas, Borges, Ivonne Bordelois, Sara Gallardo y muchos y muchas más. La segunda se refiere a los autores y las obras que dan lugar a estos ensayos críticos. Se entrecruzan diferentes épocas, estilos y geografías. Pero todos los textos que aquí se estudian tienen un común denominador: toman muy en serio la condición humana. Son respetuosos de los dolores, las luchas y las esperanzas. Por supuesto que la literatura debe entretener. Pero también está llamada a escudriñar lo más hondo y complejo que nos habita. Y los ocho autores que son abordados en este libro son dueños de un lenguaje atractivo y potentísimo pero además se toman muy en serio eso del sufrimiento. Y los combates que damos las personas por ponernos de pie en medio de las tormentas y construir una realidad más habitable.

En la lectura ocurre un fenómeno bien extraño. En algunas oportunidades leemos un libro y no nos resulta de interés. Quizás por el momento en que lo leímos o por las preguntas y expectativas con que nos acercamos a él. Pero repentinamente otra lectura, una lectura de un amigo o de un docente o de Vicky en uno de sus talleres (o en este libro) nos invita a volver a aquel libro que habíamos leído sin que nos causara mayor entusiasmo. Y el libro se vuelve otro, porque nosotros somos otros. Porque alguien nos abrió nuevas puertas de acceso a ese texto. De hecho yo comencé estas reflexiones citando a Ítalo Calvino. Sin embargo, cuando leí Las ciudades invisibles, pasé totalmente por alto el fragmento que cité. Fue un precioso libro del filósofo y pedagogo español Jorge Larrosa el que me llamó la atención sobre ese segmento y me hizo retornar —con nuevos ojos— a él. Creo que este libro de Victoria es un valioso aporte al análisis y la comprensión de obras extraordinarias de la literatura. Pero creo sobre todo que es una bellísima invitación a leer. O a releer. La relectura constituye una práctica despreciada por la sociedad consumista que nos invita a usar y tirar todo lo que pasa por nuestras manos. Sin embargo, pocas experiencias resultan tan ricas y disfrutables como volver a leer un libro que ya visitamos. Y más todavía si volvemos a él ingresando por las nuevas puertas y ventanas que Victoria nos ayuda a abrir. Yo empecé a releer Rayuela, después de terminar el capítulo que este libro le dedica a Cortázar.

Para terminar esta introducción, algo sobre la autora: cuando conocí a Victoria era una lectora apasionada. Con el tiempo se convirtió en una excelente escritora de ensayos y de ficción. Sus cuentos son relámpagos que iluminan y anticipan el trueno (la explosión) en la cabeza del lector. Mientras leía mucho y escribía mucha, también estudiaba Psicología, y se recibió de psicóloga. Con esa carrera terminada arrancó su formación docente y posteriormente cursó el profesorado de Lengua y Literatura. No es fácil hacer una segunda carrera cuando se trabaja, se armó una familia y se vive en un país como la Argentina. Pero estoy seguro de que en Vicky era muy fuerte la vocación por enseñar, por “dar de leer” a otros y otras aquello que ella leyó y disfrutó. Confieso que me hubiera encantado ser su alumno pero debo conformarme con haber sido, hace ya mucho tiempo, su profesor. Y con la esperanza de que algo de lo que yo “di de leer” haya ayudado a que sea la persona íntegra y la notable escritora (y notable lectora) que es hoy.

Pienso que el nombre “Victoria” debe de ser un nombre difícil de llevar. Por un lado, nombrar así a una hija constituye un hermoso gesto de fe y optimismo de los padres que eligen ese nombre. Pero por otro, una responsabilidad para quienes lo reciben. Tan fuerte es el nombre Victoria que a todas las Victorias que conozco las llaman “Vicky”, como para alivianar ese peso. En el caso de Victoria Mora siento que el nombre le va muy bien. Una de sus grandes “victorias” es su compromiso permanente con los más golpeados, con los vencidos de la historia. También su compromiso con su tarea, como psicóloga, escritora, docente. Su coherencia. Y la pasión, el amor y la sencillez con que da de leer a los otros, y dando de leer transmite mucho de lo mejor que tiene este mundo. Para que lo hagamos propio. Y para que a partir de esas palabras que nos atraviesan y nos revelan, podamos habitar mejor nuestro tiempo y también intentar transformarlo. La victoria de Victoria es darle espacio y fuerza a aquello que no es infierno, a aquello que nos ayuda a respirar, vivir y luchar.

Citas

Y cada día que pasa me parece más lógico y más necesario que vayamos a la literatura —seamos autores o lectores— como se va a los encuentros más esenciales de la existencia, como se va al amor y a veces a la muerte, sabiendo que forman parte indisoluble de un todo, y que un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página.

Julio Cortázar

Pienso que la literatura es, entre otras cosas, un avance laborioso a través de la propia estupidez.

Rodolfo Walsh

A través del espejo: territorio literario

Alicia atraviesa el espejo para entrar a otro mundo. Un territorio que se vuelve inquietante, incluso por momentos, hostil. Sin embargo, ella, valiente, avanza. La curiosidad y el mundo de la fantasía la empujan a adentrarse. Es un recorrido arduo del que ella saldrá fortalecida, con más inquietudes, quizás, hasta más sabia. Esa es la esencia de los talleres literarios que coordino y de estas lecturas que hoy les ofrezco en este libro. Lecturas propias que se convirtieron en escrituras producidas para compartir con otros. Porque no es lo mismo leer en soledad que establecer lazos que convierten a los libros en refugios compartidos. Atravesar el espejo que la literatura ofrece, aunque algunas historias nos conmuevan o nos angustien, siempre se convertirá en algún tipo de aprendizaje y el recorrido habrá valido la pena.

Rodolfo Walsh dice que la literatura es, entre otras cosas, un avance laborioso a través de la propia estupidez. Lewis Carroll y Walsh nos dicen lo mismo, habrá que ser valiente y estar dispuestos a aprender de la literatura que heredamos y de la que nos acompaña en nuestro tiempo. Tenemos una ventaja con respecto a Alicia: nosotros cruzamos el espejo con otros, no en una soledad agobiante.

Un taller literario se constituye, entonces, como un espacio compartido donde leemos y escribimos juntos, sosteniendo encuentros que nos obligan a pensar la escritura y la lectura propia y ajena. Aprendemos más cuando estamos dispuestos a escucharnos, establecemos así una comunidad literaria de diálogo, respeto y celebración. Esa magia hoy llegará también a quienes sostienen este libro en sus manos.

Margaret Atwood:

una mirada indispensable sobre la humanidad

Margaret Atwood es una niña que escucha a su abuela contar la historia de Mary Webster, una mujer del siglo XVII acusada de brujería que fue colgada de un árbol y, como logró sobrevivir, la comunidad le perdonó la vida, pero no dejó de estigmatizarla. Esas mujeres marcadas por la marginación, el sometimiento y la resistencia serán las grandes protagonistas de su obra, personajes femeninos fuertes e imprevisibles aún en los contextos de dominación más humillantes. Dirá en una entrevista:

Las mujeres son seres humanos que han sido negados de diversas maneras a lo largo de la historia solo por el hecho de ser mujeres. Los derechos humanos están hechos por personas, no surgen en las nubes, así que debemos pensar desde la óptica de los derechos humanos para ver qué significa para las mujeres tener o no tener derechos. Además, las mujeres son personas de un cierto tipo y el debate central es sobre qué tipo. Ese debate se ha llevado a cabo durante largo tiempo con todo tipo de opiniones que han sido utilizadas para excluir a las propias mujeres precisamente de aquellas instancias en las que deberían haber sido incluidas.

Su obra, que incluye más de sesenta libros publicados y traducidos a distintos idiomas alrededor del mundo, no deja de sostener una fuerza política que refleja el compromiso de la autora con las causas de los derechos humanos. Militante política en la organización de escritores PEN y de Amnistía Internacional dirá al respecto de la responsabilidad del escritor:

¿Cuál es la responsabilidad del escritor, si es que tiene alguna, con la sociedad en la que vive? [...] el arte [debe ser] un espejo que refleje la vida... [y no] una especie de Disneylandia espiritual que contenga... todos los paraísos del escapismo que son mucho más agradables que la compleja realidad.

No sorprende que considere que El segundo sexo de Simone de Beauvoir haya sido una influencia temprana. Las luchas de las mujeres y las formas en que se ejerce el poder sobre ellas es una presencia permanente en toda su obra.

Junto con Alice Munro, quien es su amiga, son las dos grandes representantes de la literatura canadiense contemporánea. La primera ya ganó el Nobel, Atwood sigue siendo una candidata posible cada año. En el 2000 recibió el premio Booker por El asesino ciego y lo donó íntegramente a grupos que luchan por el medio ambiente. Porque esa es también una de sus preocupaciones; hija de un zoólogo, vivió su infancia muy cercana a la naturaleza.

Escribe poesía, cuento, novela y ensayo, maneja con maestría cada uno de estos géneros sin abandonar un permanente uso poético del lenguaje.

En 2004 en la Universidad de Ottawa se organizó un congreso exclusivamente en torno a su obra, eso dice mucho de la dimensión que toman sus libros para la literatura contemporánea. Y en 2008 ganó el premio Príncipe de Asturias de las Letras. Su popularidad internacional creció exponencialmente a partir de la filmación de la serie sobre El cuento de la criada que se convirtió en un best seller internacional, incluso en Estados Unidos, especialmente desde el ascenso de Donald Trump al poder.

En los años ochenta se interiorizó sobre lo que sucedía en las dictaduras latinoamericanas y de esa preocupación surgieron una serie de poemas entre los que se encuentra “Notas para un poema que nunca podrá ser escrito” dedicado a Carolyn Forché, quien era una poeta estadounidense sumamente comprometida con las causas de violación a los derechos humanos que en los setenta y comienzos de los ochenta poblaban América Latina. Se conocieron en 1980 en un evento literario donde Forché le habló a Atwood de lo que estaba sucediendo en El Salvador. Y aunque estas notas se titulen como imposibles, nos dicen en acto que hay una opción frente al silencio para los escritores y los poetas:

I

Este es el lugardel que preferirías no saber nada;es el lugar que vivirá en ti;es el lugar que no puedes imaginar;es el lugar que al final va a derrotarte,

donde la expresión por qué se marchita y se agotaa sí misma. Esto es el hambre.

II

No hay poema que se pueda escribirsobre ello: las fosas de arenadonde tantos fueron sepultadosy desenterrados, con el dolorinsufrible trazado aún en sus rostros.

No sucedió el año pasadoo hace cuarenta años, sino la semana pasada.Ha sucedido hasta ahora,sucede todos los días.

Trenzamos coronas de adjetivos para ellos;los contamos como cuentas de rosario;los volvemos números y letaníasy poemas como este.

No sirve de nada.Se quedan como están.

III

La mujer yace sobre el pavimento húmedobajo la luz perenne,con las arcas de agujas en sus brazos hechaspara matar su cerebro,y se pregunta por qué muere.

Muere porque ha hablado.Muere por causa de la palabra.Su cuerpo, en silencioy sin dedos, escribe este poema.

IV

Recuerda a una operaciónpero no lo es,

ni, pese a las piernas abiertas, los gritosy la sangre, se trata de un parto.

En parte es su trabajo,en parte es un alarde de pericia,como un concierto.

Puede hacerse malo bien, se dicen a sí mismos.

En parte es un arte.

V

Ver con claridad los hechos de este mundoes ver a través de las lágrimas;¿por qué decirme entoncesque mis ojos no ven bien?

Ver claramente y sin estremecersesin apartar la vista,esto es una agonía, como tener los ojos abiertosa cinco centímetros del sol.

¿Qué ves entonces?¿Es un mal sueño, una alucinación?¿Una visión?¿Qué es lo que oyes?La cuchilla atravesando el ojoes un detalle de una vieja película.Es también una verdad.Dar testimonio de tu saber.

VI

En este país puedes decir lo que quierasporque de todas formas nadie te escuchará;estás a salvo: en este país puedes intentar escribirel poema que nunca podrá ser escrito;

el poema que no inventa

nada y no excusa nada;porque tú te la inventas y te excusas cada día.

En otros lugares, este poema no es una invención.En otros lugares, este poema necesita valor.En otros lugares, este poema debe ser escritoporque los poetas ya están muertos.

En otros lugares, debes escribir este poemacomo si ya estuvieras muerta,como si nada más pudiera hacerseo decirse para salvarte.

En otros lugares debes escribir este poemaporque ya no se puede hacer nada más.

Este poema es una invitación, como el resto de su obra, a ver el mundo en la dimensión de dolor, violencia e injusticia que no siempre queda a la vista. Aunque haya que llorar, no podemos ser ciegos a lo que se revela. Si cerramos los ojos o miramos para otro lado frente al abuso de poder, eso eventualmente tendrá sus consecuencias. De esto también testimonian sus obras. Margaret Atwood es una escritora que eligió narrar lo que muchas veces las sociedades prefieren callar desde una lectura sagaz y lúcida de la humanidad.

El cuento de la criada: una realidad distópica

El cuento de la criada es un relato oral que, descubrimos, es el testimonio de Offred, la protagonista femenina de esta historia, encontrado en un casete. Su nombre real nunca es revelado en la novela. Offred responde a la nueva forma de nominar a las mujeres en la tierra de Gilead, se agregará al prefijo Of (de) el nombre del comandante a quien la Criada vaya a servir como incubadora humana. Entonces, Offred, es la criada destinada a la casa del comandante Fred. En este universo distópico la fertilidad de las mujeres es un gran problema, las pocas que pueden tener hijos son dominadas por el Estado sin ningún tipo de libertad de acción. Las Criadas serán un engranaje esencial en este nuevo orden que necesita de sus cuerpos para la perpetuación de la especie, al servicio de la clase dominante. No existe nada como el deseo. La maternidad, cuando es posible, es un deber que, de no ser cumplido, se castiga severamente.

En Gilead, ese país inventado por Atwood, las reglas se cumplen bajo implementación de una serie de leyes que se sostienen gracias al ejercicio de la violencia física pero también, y quizás, sobre todo, a través de la violencia simbólica que se instala así en las subjetividades de sus habitantes. Violencia que se manifiesta especialmente hacia las mujeres reducidas a un cuerpo biológico o a una función social sin ninguna posibilidad de libertad.

La novela ubica tres planos temporales: el de las vivencias en torno al relato de Offred en la década del ochenta; el de las memorias que aún ella posee de la vida antes del golpe de Estado, alrededor de los setenta; y el de un futuro, en 2195, donde este testimonio será materia de análisis para los historiadores del porvenir, un tiempo donde el régimen ha caído.

La importancia de la historia oral se transmite en esta decisión de su autora, es la voz de una mujer pequeña, una voz más de la marea de mujeres que sufrieron por su condición de Criadas. Y, como suele pasar desde algunos sectores académicos, en tanto historia oral, subjetiva, es valorada por muchos justamente por su calidad de vivencia, pero será motivo de duda y puesta en cuestión, para otros. Sabemos que a los poderes hegemónicos no les gusta escuchar las voces de “abajo”.

Las Criadas llegan a serlo luego de un severo período de adoctrinamiento, tiene que quedar claro que su capacidad de dar vida no es un poder para ellas mismas, sus cuerpos pertenecen a las clases altas y dirigentes de Gilead.

Esta sociedad está conformada por castas rígidas que sostienen una estratificación que no es plausible de movimientos: en la cúpula, los comandantes son quienes detentan el poder político, las Tías entrenan a las niñas para que se vuelvan esposas de los comandantes y se ocupan también de las Criadas, las Marthas forman el servicio doméstico, las No mujeres reciben ese nombre como castigo y son enviadas a trabajar en colonias contaminadas, las Econoesposas son las mujeres de familias pobres. Cada lugar en la sociedad implica reglas rígidas de comportamiento y acción, así como un uniforme que permita identificar de manera permanente quién es quién.

En Gilead existen múltiples rituales que también forman parte del control social, por ejemplo, el acto sexual entre el comandante y la Criada —del que participa también la esposa del comandante— no es más que un acto mecánico, que bien puede nombrarse como violación, y recibe el nombre de “ceremonia”.

Dice Margaret Atwood:

La política, para mí, es lo que permite a alguien hacerle algo a otra persona… La política [...] no solo son las elecciones [...]. La política tiene que ver con la manera en que las personas ordenan sus sociedades, a quién se adscribe el poder, quién se considera que tiene poder. El poder es fundamentalmente adscripción.

Estas concepciones se despliegan a lo largo de la novela. El poder se ejerce en Gilead recurriendo a la tortura que será una herramienta de control social, especialmente sobre los cuerpos de las mujeres. Es imposible no pensar en los mecanismos de dominación que se revelan de los testimonios de las mujeres sobrevivientes de los Centros Clandestinos de Detención y Exterminio que funcionaron en la última dictadura cívico militar en la Argentina. En su libro Poder y desaparición, PilarCalveiro escribe:

Es importante saber qué se hace a una persona para entender cómo se la aterroriza y se lo procesa. El terror corresponde a un registro diferente que el miedo (…) Hicieron todo lo que una imaginación perversa y sádica pueda urdir sobre cuerpos totalmente inermes y sin posibilidad de defensa.

Así se instala una dictadura y se la sostiene: se castigan y aterrorizan cuerpos para arrasar con las subjetividades que, entonces, se vuelven manipulables. Otro factor esencial en este sentido es la desconfianza que todos los habitantes sienten entre sí, existe un sistema de espías que empuja a la inseguridad permanente frente a cada gesto, aún mínimo, de desobediencia.

Gilead es un régimen dictatorial y fundamentalista. Hay muchos rasgos de la teocracia de los puritanos en los comienzos de los Estados Unidos. Atwood parecía tener en la cabeza un lugar como este cuando en la nota 1 de “Notas para un poema que nunca podrá ser escrito”, escribe:

Este es el lugardel que preferirías no saber nada;es el lugar que vivirá en ti;es el lugar que no puedes imaginar;es el lugar que al final va a derrotarte,

donde la expresión por qué se marchita y se agotaa sí misma. Esto es el hambre.

Estos versos, como vimos, fueron escritos pensando en las dictaduras latinoamericanas, de hecho, en la introducción a la novela Atwood lo dice explícitamente:

El cuento de la criada se nutrió de muchas facetas distintas: ejecuciones grupales, leyes suntuarias, quema de libros, el programa Lebensborn de las SS y el robo de niños en Argentina por parte de los generales, la historia de la esclavitud, la historia de la poligamia en Estados Unidos. La lista es larga.

Si bien la lista sigue, en lo que la autora enumera se evidencia por qué los lectores latinoamericanos nos vamos a encontrar con las aristas más oscuras de nuestra historia. En una entrevista Atwood agrega:

Durante el auténtico 1984, Orwell se convirtió en un auténtico modelo para mí. Fue el año en el que empecé a escribir una distopía en cierto modo distinta, El cuento de la criada. En aquel momento yo tenía cuarenta y cuatro años y había aprendido bastante sobre despotismos reales, estudiando historia, viajando y por mi pertenencia a Amnistía Internacional, así que no necesitaba inspirarme solo en Orwell.

Otro gran protagonista junto con el ejercicio del poder, y como instrumento de este, es el lenguaje. En Gilead, como en toda dictadura, la imposición o prohibición de palabras mata al lenguaje y a los sujetos que deberían ser sus agentes. Hay un intento permanente de dominación de la realidad a través del exceso de codificación que, como efecto, coarta la libertad. Leer y escribir está prohibido para la gran mayoría de la población y para todas las mujeres, excepto para las Tías. Las Criadas tienen a su cargo las compras, pero para eso se implementa un sistema de tarjetas con dibujos, para que no tengan ni siquiera ese mínimo acceso a la palabra que significa una lista de elementos necesarios.

El lenguaje, aún entendido dentro de su dimensión plena, en el sentido que nos constituye, pero a la vez siempre será traicionero porque existe lo inefable, será otro instrumento de control. Atwood lo advierte en los siguientes versos, fragmento de Poemas de dos cabezas:

Este lenguaje es solo una enfermedad de la boca. Pero también es el hospital que nos curará, desagradable pero necesario.

Toda dictadura pretende apropiarse de las palabras, como nos recuerda la poeta argentina Ángela Urondo Raboy, hija del poeta desaparecido Francisco Paco Urondo, en su poema “Caer no es caer”:

Chupar no es chuparCita no es cita.Dar no es dar.Caer no es caer.Soplar no es soplar.Pinza no es pinza.Fierro no es fierro.Máquina no es máquina.Capucha no es capucha.Submarino no es submarino.Personal no es personal.Parrilla no es parrilla.Apretar no es apretar.Quebrar no es quebrarCantar no es cantar.Volar no es volar.Dormir no es dormir.Limpiar no es limpiar.Guerra no es guerra.Cuerpo no es cuerpo.Desaparecer no es desaparecer.Morir no es morir.Ser no es ser.Yo, nada.

El verso final confirma, como esta novela de Atwood, que la subjetividad queda arrasada. No nos olvidemos que quienes hacen uso de la palabra en el espacio público —periodistas, cantantes, escritores, poetas— son uno de los blancos más perseguidos por los gobiernos dictatoriales. Imponer el silencio se encuentra entre los primeros pasos para la imposición del terror.

Nos cuenta Offred:

Vivíamos, como era normal, haciendo caso omiso de todo. Hacer caso omiso no es lo mismo que ignorar, hay que trabajar para ello. Nada cambia instantáneamente: en una bañera en la que el agua se calienta poco a poco, uno podría morir hervido antes de darse cuenta. Por supuesto, en los periódicos aparecían noticias: cadáveres en las zanjas o en el bosque, mujeres asesinadas a palos o mutiladas, mancilladas, solían decir; pero eran noticias sobre otras mujeres, y los hombres que hacían semejantes cosas eran otros hombres. Ninguno de ellos era conocido de nosotras. Las noticias de los periódicos nos parecían sueños, pesadillas soñadas por otros. Qué horrible, decíamos, y lo era, pero era horrible sin ser verosímil. Eran demasiado melodramáticas, tenían una dimensión que no era la dimensión de nuestras vidas. Éramos las personas que no salían en los periódicos. Vivíamos en los espacios en blanco, en los márgenes de cada número. Esto nos daba más libertad. Vivíamos entre las líneas de las noticias.

La voz de la Criada nos dice a gritos que hay una complicidad civil que apuesta al silencio.

Volviendo a Pilar Calveiro en su citado libro leemos:

Es significativo el uso del lenguaje, que evitaba ciertas palabras reemplazándolas por otras: en los campos no se tortura, se “interroga”, luego los torturadores son simples “interrogadores” (…) El uso de palabras sustitutas resulta significativo porque denota intenciones bastante obvias, como la deshumanización de las víctimas, pero cumple también un objetivo “tranquilizador” que inocentiza las acciones más penadas por el código moral de la sociedad, como matar y torturar.

Mecanismos que veremos desplegarse en la novela de manera brutal donde las palabras son posesión exclusiva de la clase dominante.

Dice Atwood en una entrevista sobre esta novela:

No escribes ese tipo de libros para que se hagan realidad, más bien lo contrario, los escribes deseando que nunca se hagan realidad. De todos modos, en el momento que estamos viviendo, no aquí pero sí en Estados Unidos, El cuento de la criada se ha hecho extremadamente popular porque las cosas nunca han estado más cerca de la realidad que presenta el libro (…) Ayer mismo vi una fotografía de un parto subrogado: la madre subrogante lo recibía al nacer y la madre gestante quedaba fuera de foco, solo podíamos ver sus piernas. E inmediatamente pensé en la misma escena de El cuento de la criada. (…) Una de las reglas que me marqué para escribir ese libro fue no poner nada que no esté sucediendo ya en algún lugar o que haya sucedido en algún momento.

La realidad, entonces, está mucho más presente en esta novela de lo que estamos dispuestos a asumir. El miedo de lo posible habita en sus páginas. Seguimos pensándola como una distopía, ese género que nos recuerda los universos posibles, como advertencia de lo que podría pasarnos, si no nos enfrentamos a ciertas injusticias. Pero, también, como toda distopía nos ofrece a los lectores el discurso dominante y también la narración de la resistencia. Atwood parece querer advertirnos, pero también decirnos que aún en los panoramas más espantosos siempre nos quedará la posibilidad de luchar para cambiar el mundo, después de todo, así se hacen las revoluciones.

Los testamentos o la pregunta por la libertad femenina

La secuela de El cuento de la criada,publicada más de treinta años después que su predecesora, recupera las voces de tres mujeres que tomarán la forma, una vez más, del testimonio. Margaret Atwood apuesta a que la historia llegue a los lectores desde la primera persona de estas mujeres que han sido sus protagonistas. El entramado de esos discursos va conformando el universo de la novela dándonos a conocer el momento de quiebre de la constitución de Gilead. Es una especie de regalo que su autora nos brinda a quienes leímos El cuento de la criada, cerrando cuestiones que habían quedado enigmáticas, libradas a la imaginación del lector.

Habla Tía Lydia, de ella leemos un texto escrito que produce con la esperanza de que sea leído en un futuro. Luego, leemos las declaraciones de dos jóvenes que se criaron a ambos lados de la frontera: una en Gilead y la otra en Canadá. Las tres están atravesadas por la sociedad que se constituyó en Gilead que, como vimos, es machista y patriarcal.

A partir del relato de vida de Tía Lydia sabremos qué fue de las mujeres en el momento de ruptura con la democracia anterior:

Escribo estas palabras en mi santuario privado, la biblioteca de Casa Ardua: una de las pocas bibliotecas que perviven tras las entusiastas quemas de libros que han tenido lugar en el país. Las huellas corrompidas y manchadas de sangre del pasado deben borrarse, a fin de crear un espacio de inocencia para la generación de moral pura que sin duda está por llegar. Esa es la teoría. (…) Tras recluirme, saqué mi incipiente manuscrito de su escondite, un hueco rectangular horadado en el interior de uno de nuestros libros clasificados: Apología Pro Vita Sua: Una Defensa de la Propia Integridad, del Cardenal Newman. Nadie lee ya este pesado tomo, ahora que el catolicismo se considera herético y poco menos que vudú, o sea que difícilmente alguien

atisbará dentro. Aunque si alguien lo descubre, para mí será una bala en la cabeza; una bala prematura, porque no estoy dispuesta a marcharme todavía.

Y llegado el momento, pienso irme con mucho más estruendo. Elegí ese título deliberadamente, porque ¿qué hago aquí, sino defender mi vida? La vida que he llevado. La vida —me he repetido— que no tuve más remedio que llevar. Hubo una vez, antes de que llegara el régimen vigente, en que no concebía siquiera una defensa de mi propia vida.

Conocemos a esta mujer porque es la Tía más cruel y feroz de El cuento de la criada. Como leemos en este fragmento, sus escritos nos pondrán en la pista de cómo se forman los seres necesarios para consolidar el ejercicio de este tipo de poder. Muy cerca de la primera línea conformada por los altos mandos, Tía Lydia organiza y dirige Casa Ardua, ese lugar donde viven y desde donde se gestiona la educación de las niñas y jóvenes ricas y de las Criadas. Las mujeres someten a las mujeres al servicio del patriarcado. También a su cargo está el grupo de las Perlas, las mujeres encargadas de cruzar la frontera y visitar Canadá para ofrecer, especialmente a los marginales y desahuciados, un mundo feliz. Un mundo que se parece al que describe Aldous Huxley en su novela que también se ubica como una referencia para Atwood.

Vamos a ser testigos de la degradación necesaria a la que se sometió a una jueza de familia para que asumiera el papel de guardiana del terror sobre el universo femenino que, finalmente, se instalaría en la vida cotidiana de Gilead. El primer lugar a donde es destinada es un estadio, como ocurriera en Chile bajo el mando de Augusto Pinochet. En Los testamentos, serán mujeres las que arrastren al confinamiento allí. La tortura será parte del proceso para ablandar a quien luego se convertirá en Tía Lydia:

Desconozco el tiempo que pasé confinada en esa celda tenebrosa, aunque no pudo ser tanto, a juzgar por lo que me habían crecido las uñas cuando me sacaron de allí. El tiempo, sin embargo, es distinto cuando estás encerrada a solas en la oscuridad. Se hace interminable. Tampoco sabes cuándo estás dormida y cuándo despierta.

¿Había insectos? Sí, había insectos. No me picaron, así que supongo que eran cucarachas. Notaba que me correteaban por la cara, suavemente, titubeantes, como si mi piel fuera una capa de hielo quebradizo. No las aplastaba. Al cabo de un tiempo agradeces cualquier asomo de contacto.

Un día, si es que era de día, tres hombres entraron en mi celda sin avisar, me apuntaron a los ojos con una luz cegadora, me tiraron al suelo y me administraron unas patadas precisas y otras atenciones. Reconocí los ruidos que salían de mí: los había oído antes cerca. Prefiero obviar los detalles, excepto para decir que usaron también aguijadas eléctricas.

No, no me violaron. Supongo que ya estaba demasiado mayor y correosa para despertar lujuria. O puede que se preciaran de sus elevados principios morales, aunque eso lo dudo mucho.

Ese escarmiento de patadas y aguijonazos se repitió dos veces más. El tres es un número mágico. ¿Lloré? Sí: salieron lágrimas de mis dos ojos visibles, de mis ojos humanos empañados por el llanto. Pero tenía un tercer ojo, en medio de la frente. Podía sentirlo: era frío, como una piedra. No lloraba: veía. Y detrás de ese ojo alguien estaba pensando: «Me las pagaréis. No me importa cuánto tiempo necesite o cuánta mierda tenga que tragar hasta entonces, pero me vengaré.» Entonces, tras un periodo indeterminado, y sin previo aviso, la puerta de mi celda de Penitencia se abrió de golpe, la luz inundó el interior, y dos uniformes negros me alzaron del suelo.

Aparecen muchas de las características propias de los Centros Clandestinos de Detención y Exterminio que funcionaron en Argentina, y en tantas otras partes del mundo.

La niña que crece en Gilead recibe el nombre de Agnes Jemina. Su vida está atravesada por la apropiación ilegal de bebés. Los niños como botín de guerra, que fueron la marca de nuestra última dictadura, aparecen desde el testimonio de Agnes con reminiscencias de los testimonios de los jóvenes recuperados en nuestro país. Por ejemplo, ella quiere creer que a su apropiadora no le quedó más remedio que obedecer lo que el régimen le impuso y que aun así fue una buena madre a quien no puede dejar de amar:

Tabitha me eligió entre todos los otros niños arrancados a sus madres y sus padres. Me eligió, y me acogió. Me quiso. Esa parte era real y sin embargo no podía condenar a Tabitha, aun sabiendo que había aceptado a una criatura robada. No tenía la culpa de que el mundo fuese como era, y había sido una madre para mí, y yo la había querido igual que ella a mí. Aún la quería.

Estos fragmentos revelan la complejidad que significa la apropiación ilegal en la subjetividad de las víctimas. Reconocer de pronto que los padres a quienes se amó son criminales no deviene en un rechazo absoluto de lo que pudo haber sido, como en el caso de Agnes, una crianza amorosa.

En este testimonio también se refleja en detalle el tratamiento que las jóvenes reciben en Gilead. Consideradas mujeres ya desde el momento de la menstruación, son forzadas a casarse con hombres poderosos que las triplican en edad. Las Tías son las encargadas de entrenarlas para callar y obedecer y ser buenas esposas dispuestas a entregar su vida a un comandante por el bien de la patria. Les enseñan que:

Las cosas importantes que hacían los hombres, demasiado importantes para que las féminas se entrometieran, porque su cerebro era más pequeño e incapaz de concebir grandes pensamientos, según Tía Vidala, que nos daba clase de Religión. Sería como intentar que un gato aprenda a hacer ganchillo, decía Tía Estée, que nos daba clase de Manualidades, y eso nos hacía reír, porque ¡vaya un disparate! ¡Los gatos ni siquiera tienen dedos!

También el mensaje es que la sexualidad es un pecado y que deben obedecer a los hombres, sin provocarlos. No es difícil ver el nivel de abuso y perversión que circula hacia las niñas y jóvenes.

La historia de Agnes se anudará a la de Daisy, el testimonio que completa la tríada. Ella también será parte del entramado de robo de niños. Ambos casos funcionan como una gran caja de resonancia de lo que ocurrió en nuestro país. Durante muchos años se discutió si la restitución era conveniente o no para no generar una nueva situación traumática, desconociendo la imposibilidad de una vida libre y una subjetividad plena si no hay acceso al verdadero origen, más aún cuando en torno al nacimiento hay poderes oscuros que implican la persecución, el secuestro, el engaño y la muerte.

Una subjetividad constituida a base de mentiras sufrirá secuelas de las que solo se puede liberar frente al reconocimiento de la verdadera historia, por dolorosa que sea.

Estas mujeres aún sometidas serán capaces de asumir las condiciones sociales en las que se vieron involucradas para dar respuestas, no siempre dóciles, aún en las peores condiciones.

Cabe resaltar la elección de los epígrafes, me voy a detener especialmente en el de Úrsula K. Le Guin: La libertad es una gran carga, un peso apabullante y extraño para el espíritu. […] No es un don: hay que elegirla, y la elección puede ser difícil. No es menor esta referencia que tomará su plena significación al llegar al final. La pregunta que sobrevuela desde las primeras páginas es qué tantas posibilidades de hacer uso de la libertad pueden tener estas mujeres en este universo dictatorial. Pregunta que encontrará varias respuestas.

El universo narrativo de Margaret Atwood

El universo narrativo de Margaret Atwood se parece a una galaxia. No solo por la cantidad de libros que ha escrito, recordemos que son más de sesenta, sino por la cantidad de temas sobre la condición humana y las sociedades que hemos construido que habitan en sus libros, en un arco de tiempo que va desde la Antigua Grecia —como se lee en Penélope y las doce criadas— hasta la ficción especulativa donde aparece el futuro que ella imagina en El cuento de la criada y Los testamentos.

Esa galaxia comenzó a gestarse en su infancia. A los siete años, escribió e ilustró su primer libro: La hormiga Annie, una protagonista femenina. Ella y su hermano se dedicaban a escribir porque en el bosque donde vivían no había más diversión a mano que una biblioteca.

Uno de los ejes centrales en su obra serán siempre las mujeres. Ellas y el lugar en que las sociedades las han puesto, en condición de desigualdad respecto al mundo manejado por los hombres.

Y no solo será material para su obra, la injusticia sobre las mujeres y sus cuerpos será un tema sobre el que se pronunciará públicamente, aunque sus libros no dejan de ser más que elocuentes al respecto. Por ejemplo, a través de twitter intervino a favor de la legalización del aborto en la Argentina. También su presencia se hizo sentir cuando un grupo de mujeres se manifestó en el mismo sentido frente al Congreso de la Nación vestidas con las túnicas rojas como si fueran criadas.

Ahora, no se trata de mujeres que se conforman con su lugar de oprimidas, sus historias recuperan prácticas sociales de resistencia y supervivencia. Entrevistada para el Paris Review, dirá que esto se debe a haber crecido en los bosques del norte de Canadá donde había que aprender a sobrevivir.

Por otra parte, son mujeres complejas, sin visiones edulcoradas, románticas o condescendientes, el bien y el mal se debaten en ellas de manera permanente. Lo que Atwood no deja de recordarnos es que esto es también consecuencia y efecto del tratamiento que las mujeres y sus cuerpos reciben desde los grupos de poder, a veces, también compuestos por otras mujeres. Si el gesto romántico aparece, se desprende del sentido que el significante porta en relación con el movimiento literario propio del siglo XIX donde las heroínas son góticas, como en el caso de Grace Marks en Alias Grace.

La extranjeridad aparece de manera recurrente en su obra recuperando las historias de los marginados y las personas que optan por el exilio cuando el hambre empuja, muchas veces, para encontrar en otra tierra los mismos mecanismos de exclusión.

En esta línea, la vinculación Estados Unidos-Canadá es también una de sus recurrencias, alguna vez dijo que Canadá es una cultura del nosotros mientras que Estados Unidos es una cultura del yo. Esto lo vemos, por ejemplo, en algunos de los personajes de Alias Grace que cruzan la frontera por distintas razones y opinan sobre lo que ven o en El cuento de la criada y Los testamentos, obras en las que Canadá es la tierra de la salvación para las mujeres que logran huir de Gilead. En su libro Los diarios de Susanna Moodie escribe que la enfermedad mental de EE. UU. es la megalomanía y la de Canadá es la esquizofrenia paranoica.

Esta mujer amable y cordial, como no dejan de resaltar quienes la entrevistan, es dueña de una prosa precisa no ajena a la mordacidad, el humor negro y la mirada lúcida y sin concesiones sobre el mundo y las personas que lo habitan. Dice en una entrevista que sus ideas provienen de lo más oscuro de la realidad, siempre matizado por su capacidad de ver más allá.

En el blog de la librería Eterna Cadencia se pueden leer los diez libros que para ella son imprescindibles, no estaría nada mal seguir el camino de lectura que nos propone. Como decía el escritor Abelardo Castillo, nuestras lecturas favoritas conforman nuestra patria literaria, visitemos entonces la de Margaret Atwood:

El cuarteto de Alejandría, de Lawrence DurrellThe Beet Queen, de Louise ErdrichBeloved, de Toni MorrisonTodo se desmorona, de Chinua AchebeThe Fall of the Imam, de Nawar El SadawiKamouraska, de Anne HébertLa vida de las mujeres, de Alice MunroEl ángel de piedra, de Margaret LaurenceEl quinto en discordia, de Robertson DaviesLas guerras, de Timothy Findley

Podemos tomar estos caminos laterales mientras seguimos volviendo a su inmensa obra.

La ficción histórica ¿solo una mirada sobre el pasado?

Si la Historia la escriben los que ganan, la literatura abre una vía de recuperación de las voces marginales, silenciadas, muchas veces negadas por encontrarse fuera de los grupos de poder que exhiben sus triunfos. Entonces, la ficción histórica aparece como un género literario que recupera el pasado desde la visión del autor que esté dispuesto a avanzar en esa tarea. Como dice Michele de Certeu la ficción es el otro reprimido del discurso histórico porque el discurso histórico busca lo verdadero mientras que la ficción apunta a la recuperación de lo posible y lo imaginable.

Si seguimos las conceptualizaciones en este sentido del psicoanalista Jacques Lacan podemos decir que la ficción es un vehículo para la verdad, él sostiene que la verdad tiene estructura de ficción. Es decir, que ficción no se opone a engaño, sino que es un medio de estructurar y dar forma a lo verdadero.

En Escritos 1 Lacan desarrolla tres concepciones sobre la verdad. La primera la liga al lenguaje. Escribe en “Acerca de la causalidad psíquica”: El lenguaje del hombre, ese instrumento de su mentira está atravesado de parte a parte por el problema de su verdad que, entonces. queda enlazada a algún tipo de revelación sobre la esencia del ser del sujeto. Una segunda definición conserva el rasgo de la revelación: de la mano del lenguaje aparece en las grietas del sujeto, dividido en sus lapsus, sueños, síntomas.

El poeta Roberto Juarroz dice en el libro Poesía y realidad: el poeta es un cultivador de grietas. Fracturar la realidad aparente o esperar que se agriete, para captar lo que está más allá del simulacro. El poeta es también el escritor que enfrenta la titánica tarea de escribir el pasado desde su palabra como ese simulacro/ficción donde, de todas formas, la grieta se hace presente, y allí el lenguaje también revela lo que esconde.

Por último, tomando la teoría de Heidegger, Lacan define una verdad que no remite a una correspondencia con los objetos o con alguna realidad sino con la esencia de las cosas. No se trata de un registro que remita a lo verídico o a lo falso, sino que es una verdad ontológica, en el mismo lenguaje, en la palabra y por consecuencia en el inconsciente.

Lacan se ocupa más adelante de analizar el cuento “La carta robada” de Edgar Allan Poe y en relación con ello no solo dice que lo que se oculta a la vez revela, sino que lo que se pone en juego a propósito de este relato es que el inconsciente no olvida, que lo que se reprime retorna.

Veremos como estos aspectos se hacen presentes en Alias Grace no solo en términos de la novela en sí misma como una ficción vehiculizando cierta verdad, sino en el personaje de la protagonista y su lenguaje más subjetivo.

La lectura literaria abre la puerta al conocimiento histórico. Hayden White en su conferencia “Ficción histórica, historia ficcional y realidad histórica” dice:

Aristóteles en lugar de oponer la historia a la poesía, sugirió su complementariedad, uniendo ambas a la filosofía en el esfuerzo humano por representar, imaginar y pensar el mundo en su totalidad, tanto efectivo como posible, tanto real como imaginado, tanto conocido como solo experimentado.

En ese encuentro leemos Alias Grace escrita por Margaret Atwood a finales del siglo XX, tiempo en el que la novela histórica vivió un resurgimiento. Así, esta ficción ilumina cómo las decisiones políticas y sociales determinan las vidas de los sujetos, por eso, es indispensable la mirada histórica. La literatura se convierte, entonces, en un testimonio de época en el que cada escritor decide qué aspectos representar y cuáles no incluir.

Se trata de ficciones que nos ofrecen preguntas que nos alejan de certezas y ponen en cuestión ciertas creencias, así se construye una metáfora del pasado desde el presente, para analizar cuanto aún pervive de lo que se narra, como dice Atwood:

El mundo ficcional puede soportar una relación más o menos obvia con el mundo en el que, de hecho, vivimos, pero que no soporte ninguna relación no es una opción, porque estamos atrapados en el tiempo y las circunstancias.

Estas obras nos enfrentarán con la pregunta de cuánto de ese pasado nos llega al presente, cuánto persisten de los mecanismos sociales que decide narrar y por qué se elige contar esa historia. Quedará en nosotros, los lectores, construir esas respuestas en el encuentro con la singularidad de cada libro.

Alias Grace: una novela patchwork

Once años después de El cuento de la criada, en 1996, Margaret Atwood publica Alias Grace. Recuperando la pregunta general sobre la ficción histórica, podemos abrir el juego: ¿qué nos dice esta novela a los lectores de comienzos del siglo XXI sobre la sociedad en la que vivimos y sobre la condición humana?

Si comenzamos por lo más universal, tendremos un panorama general de la vida en sociedad en el siglo XIX en Canadá, un país muy conservador que estaba saliendo de la organización colonial. Si seguimos por lo colectivo, vemos un fragmento de vida de distintos grupos sociales más o menos poderosos y, si avanzamos a lo singular, nos enfrentamos a la historia subjetiva de Grace Marks.

Con un enorme trabajo de investigación, que incluye el libro sobre Grace Marks Life in de clearings escrito por la pionera canadiense Susanna Moodie en 1853, estos aspectos se irán enlazando en la construcción de esta novela patchwork