Leonora Carrington - Leonora Carrington - E-Book

Leonora Carrington E-Book

Leonora Carrington

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Beschreibung

Para este Material de Lectura, la escritora Brenda Navarro seleccionó siete relatos de la artista anglo-mexicana Leonora Carrington, célebre por sus paisajes y personajes surrealistas y quien en estas páginas se revela como una divertida, mordaz e inquietante narradora.

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Índice

Nota introductoria Un cuento de hadas mexicano

Brenda Navarro

La debutante

El citatorio real

La espera

Un cuento de hadas mexicano

Et in bellicus lunarum medicalis

De cómo fundé una industria o el sarcófago de hule

La mosca del señor Gregory

Aviso legal

Nota introductoriaUn cuento de hadas mexicano

Brenda Navarro

Leonora Carrington (Lancashire, Inglaterra,1917-Ciudad de México, 2011) entendió desde muy temprana edad que lo más inteligente que podía hacer era habitar este mundo a través de la imaginación. La imaginación como imitación que construye posibilidades, porque se sabe que se imita para transgredir, y ella transgredió la escena artística con la convicción de que lo real no es sino el deseo de construir autenticidad cuestionando el origen. El origen es todo, por ello, combinó mitología, magia y un sentido onírico a través de su obra.

Se dice que la artista era una inconforme de la realidad: “¿No es suficiente con que el mundo esté lleno de feos seres humanos? ¿Para qué, además, hacer copias suyas?”. Y se regodeaba en lo intangible para moldearlo a su gusto. No era a la humanidad en sí, a la que rechazaba, sino la idea de reproducir el mundo desde una perspectiva materialista, y me atrevería a decir que masculina/racional/productiva. Dentro de su arte, siempre encontró la manera de enfrentarnos a la sensibilidad humana y su belleza.

El mundo de Leonora Carrington, que se mueve entre las fronteras del surrealismo convencional, el subconsciente y la simbología, se alimenta directamente de la rebeldía que cuestionaba las limitaciones impuestas por la sociedad en la que nació. Se le llamó indomable e incluso fue internada en un hospital psiquiátrico, cuando desde la mirada del siglo XXI entendemos que lo que vivió fue una violencia de género estructural que intentaba acallar su mirada desafiante y provocadora. Por eso es tan importante su trabajo: primero, porque da cuenta de la férrea fe que tenía sobre si misma en tanto artista y mujer, y segundo, porque demuestra que no es dentro de la certeza que se crea el arte. Al contrario, es poniendo de manifiesto todo aquello que incomoda y que se quiere eliminar, sobre y dentro del espacio público. Visualizarlo, llenarlo de belleza y de verdades que no se ocultan.

Y la verdad de Leonora Carrington existe justamente por su capacidad de inconformarse con la visión que le fue heredada y de aprehender [de] espacios ajenos que terminaron por enriquecerla. ¿Qué hubiera sido del trabajo de la artista de no haberse sentido atraída por la mitología mesoamericana y las culturas indígenas? ¿Cómo hubiera creado seres tan híbridos como universales si no se permitía combinar y destrozar postulados de las corrientes europeas? El trabajo de la artista, que se cataloga como esotérico y arquetípico, es mucho más profundo, porque lo que logra hacer a través de las distintas disciplinas en las que puso en práctica su arte es mostrarnos los miedos, los deseos, las pulsiones, la belleza y la conexión humana con el cosmos, sin el filtro de la mal entendida idea de civilización. El mundo es, existe y se materializa, pero no necesariamente a través de los lenguajes que se nos imponen.

Pienso en la lengua materna de Leonora Carrington, en las muchas veces que tuvo que traducirse a sí misma, dependiendo el lugar que habitaba en ese momento. En la necesidad de reconocer que no todo lo indecible lo es por ausencia de palabras, sino porque a veces llegar a una idea, un trazo, un concepto, no necesita traducción y por lo tanto, una tiene la oportunidad de desprenderse —de a poco o intempestivamente— de ciertos pedazos de nuestra lengua para construir una propia. El desenraízamiento para ser rizoma. “No pienso en términos de explicaciones”, dijo alguna vez. Y su trabajo literario mama de esto. Leonora Carrington no busca indagar en las raíces que la y nos confirman, al contrario, da zarpazos a salto de mata, nos enfrenta con fantasmas en la oscuridad para luego alumbrarnos y dejar constancia ante nuestros ojos de que todo es tan efímero en el momento en el que queramos dejar de observar. Su mundo literario, que dialoga con todo el trabajo multidisciplinario, si acaso se diferencia porque las imágenes nos hablan como si hubieran decidido romper la cuarta pared y banalizar toda sensación de certeza. Con sus relatos, Leonora Carrington se destruye a sí misma. Irrumpe en su propio mundo y lo rasga para ir más allá de lo que muestra a través de la simbología tan única que construyó.

Todos los relatos que se reúnen en este material nos lengüetean. Son sórdidos como simples, como si la autora hubiera entendido que es desde la inocencia y la mirada práctica que las palabras calan más. Como si su lengua materna, que masticaba nuevas palabras, tuviera el propósito de despojarla y despojarnos de la infancia lo más pronto posible, para regresar al deseo infantil de conocer y pronunciar todo por primera vez. Las historias que escribió Leonora Carrington tienen la intensa vocación de mostrar la violencia del mundo real frente a los multiples intentos de otras verdades que terminan por colisionar una y otra vez, hasta que no nos queda de otra que aceptar que para salir del origen hay que regresar a él, hasta que seamos capaces de imaginar todo lo otro que vamos vetando porque no lo creemos posible; sin entender que la posibilidad es la semilla de todo y que pasamos de creernos los cuentos de hadas aleccionadores a ser hadas capaces de vivir la propia historia, aunque eso incluya la crueldad, que suele propiciar la imaginación y el deseo mismo de vivir.

La debutante

En la época en que sería presentada en sociedad iba al zoológico con frecuencia. Con tanta frecuencia que conocía mejor a los animales que a las chicas de mi edad. De hecho, iba al zoológico todos los días para escapar de la gente. El animal al que mejor llegué a conocer era una joven hiena. Ella también me conocía. Era muy inteligente; yo le enseñaba francés y ella, a cambio, me enseñaba su lenguaje. Así pasábamos muy buenos ratos.

Mi madre había organizado un baile en mi honor para el primero de mayo. Nada más de pensarlo sufría durante noches enteras. Siempre he detestado los bailes, y más cuando se celebran en mi honor.

En la mañana del primero de mayo de 1934, muy temprano, fui a visitar a la hiena.

—¡Qué lata! —le dije—. Tengo que ir a mi baile hoy en la noche.

—Qué suerte tienes —dijo ella—. A mí me encantaría ir. No sé bailar, pero al menos podría platicar un poco.