Letras para Armanda - Edgar Brizuela Zuleta - E-Book

Letras para Armanda E-Book

Edgar Brizuela Zuleta

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Beschreibung

Letras para Armanda explora el aislamiento, la búsqueda de la felicidad, las complejidades de las relaciones humanas y las diversas percepciones individuales de la realidad. Compuesto por historias independientes que ofrecen un vistazo caleidoscópico a la vida de varios personajes en situaciones variadas, cada fragmento ofrece reflexiones sobre la complejidad de las relaciones humanas, las expectativas y las emociones que las acompañan. El reencuentro entre dos amantes después de treinta años de separación es un eje central del volumen, junto con la exploración de la traición y manipulación en entornos laborales. El autor nos invita a visualizar la vida en común como una serie de imágenes entrelazadas con fantasías y sueños que se funden con el universo. Estos personajes ideales o arquetípicos pueden resonar con aquellos que han experimentado vivencias similares. Armanda es un nombre clave, una figura primordial que puede evocar a personas anhelantes de la manifestación física de amores platónicos.

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LETRAS PARA ARMANDA

Edgar Brizuela Zuleta

PRIMERA EDICIÓN Enero 2024

Editado por Aguja LiterariaNoruega 6655, dpto 132 Las Condes - Santiago - Chile Fono fijo: +56 227896753 E-Mail: [email protected] Sitio web: www.agujaliteraria.com Facebook: Aguja Literaria Instagram: @agujaliteraria

ISBN: 9789564091105

DERECHOS RESERVADOSNº inscripción: 2024-A-333Edgar Brizuela ZuletaLetras para Armanda

Queda rigurosamente prohibida sin la autorización escrita del autor, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático

Los contenidos de los textos editados por Aguja Literaria son de la exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente representan el pensamiento de la Agencia 

TAPAS Imagen de portada: PixabayDiseño: Jimena Cortés

ÍNDICE

CAMINAR

CASTLES IN THE AIR 

ARMANDA

LA VIDA DE LAS BURBUJAS

UNA PLAYA

LA CUEVA DE PLATÓN

GRAN COLISIONADOR CON GINEBRA

UNA JAULA ABIERTA

EL POZO DE LA LUNA LLENA

LETRAS PARA ARMANDA 

EL ORÁCULO 

MISTERIO ES TU NOMBRE

DEDOS

EL BERLÍN

LA TELARAÑA

LA VOZ

COMPRAS

LLAVES

EL JEFE 

UN ALCALDE

SE BUSCA

MAL VICIO

SECUESTROS

MALETÍN

DESVARÍOS DE LA MEMORIA

UNA NUBE

UN AUTOMÓVIL

Caminar

—¿Te has preguntado por qué caminamos? ¿Sabes cuántos metros, kilómetros llevamos haciéndolo, sin presumir que caminamos por el mero hecho de avanzar y dejarnos llevar por cierto impulso? ¿Será que caminar implica vivir la experiencia de estar con el otro, no dejarle ni un minuto y seguir con el ritmo incesante, sin importar el cansancio, mientras sea compartido? 

Para ellos, moverse era una manera de experimentar el vínculo, revivir la conexión, enriquecer sus existencias y dejar una huella palpable, evidente y ojalá eterna en cada uno.

—Somos como hormigas —dijo él. 

—¿Como liebres sueltas por el mundo? —mencionó ella—. No, somos como dos estrellas que, de tanto acercarse, han terminado juntas en un rosco estelar.

Se veían ahora a sí mismos como grandes astros vagando por las inmensidades de un universo hermoso, gigantesco, quizás infinito y brutal, sujeto a sus propias leyes, que no siempre respeta los planes de seres y astros menores.

—¿Adónde nos lleva este movimiento? —dijo él. 

—Nadie lo puede confirmar —respondió ella—. Solo sabemos que, como estrellas, nos adentramos en un universo sin principio ni final y que el camino que nos espera es desconocido y probablemente áspero. Hay inmensidades siderales y curvas espacio temporales que recorrer, pero no existe un camino prefijado y, como todo se mueve, somos parte del movimiento eterno.

—En este universo estamos juntos, pero en los otros puede que no lo estemos —se lamentó él—, existen fuerzas que nos pueden separar, choques azarosos e imprevistos que podrían dispararnos en sentido contrario a miles de años luz. ¿No sabes acaso que los caminos se bifurcan? En algunos universos con leyes más amables estaremos ahí, uno junto al otro indisolublemente unificados —replicó él, con cierta vaga esperanza. 

—Que así sea —cerró ella con indisimulada duda.

 

Castles in the Air

Armanda se sentía impulsada por un firme propósito, tan recio que no podía esperar más para que se produjera el encuentro con aquel a quien había conocido en el pasado y con quien había intercambiado mensajes de tanto en tanto. 

Él, extrañamente, siempre estaba para ella. Respondía cada uno de sus mensajes. No fueron muchos, pero había un interés evidente por manifestarse y visibilizarse cada vez que ella le daba la oportunidad de inmiscuirse en su mundo. Le parecía que siempre estaba al otro lado de la línea, como inerte, despojado de propósitos y solo esperaba que ella lo sacara del entumecimiento orgánico, como si estuviera hibernando. Creía entender que su amigo vivía tan solo para darle cuerda a un momento que quedó paralizado y congelado en las más íntimas fibras del universo. Ella mantenía todo en secreto, guardado en una cueva profunda, en un sitio al que nadie podía acceder, como si se tratara de una de esas catacumbas construidas en un pasado remoto de la humanidad y que están ahí esperando a ser develadas. Él era un habitante de las mazmorras y cavernas enterradas por miles de toneladas de tierra, pero con canales que ella podía abrir. Solo ella tenía la clave para acceder a esos lugares, donde se encontraba esa persona que de la misma manera ansiaba recuperar un momento y darle cuerda a un reloj paralizado. La invocación siempre surtía efecto. Fuera la hora que fuera, obtenía una respuesta de él, como si interactuara con el chat GPT. En más de una ocasión, llegó a creer que era otro quien le respondía sus románticas evocaciones juveniles. De aquellos contactos resurgía, renacía nítida y brillante, una larga caminata ocurrida justo la noche anterior a que él retornara a su lejana ciudad de origen. Unidos por un audífono alámbrico con el cual escuchaban embelesados una canción, deambulaban por las calles en absoluto silencio, implorando que el implacable paso del tiempo les otorgara una joya que pudieran rememorar en el futuro. Hoy, ambos seguían viviendo de deseos imposibles y fantasías, tan vividas y hermosas como pueriles o inocentes. Se trataba de situaciones que no podrían haber ocurrido en aquellos años, donde cada uno tenía obligaciones que sin duda los ataban.

—Ya no quiero vivir de Castillos en el Aire cuyas paredes me aprisionan —dijo él, aquella noche de verano, adelantándose a la letra de "Castles in The Air".

La melodía los sumía a ambos en una burbuja de emociones de las que no podían escapar. Estaban inmersos en un mar de gratas sensaciones. Querían huir, vivir una realidad diferente, dejar de especular con situaciones fantasmales e irse juntos a otros parajes, donde fueran libres de demostrar su cariño. Pero tras más de treinta años seguían tejiendo estructuras mentales, viviendo sumidos en una realidad virtual, en ilusiones que no tenían la suficiente fuerza para desmontar la realidad y quebrar sus gruesas murallas.

La música, aquella noche de verano, resonaba en sus oídos. Ella, aferrada en un fuerte abrazo, encontró en la oscuridad los labios de ese amigo, quien giraba junto a ella al ritmo de la canción de los años setenta, que no aparecerá en ningún ranking de popularidad.

—Las paredes de los Castillos en el Aire nos llevan a la desesperación —cantaba Don Maclean y ellos pujaban por saltar de las alturas para caer, caminar, correr tomados hacia los campos y vivir en las montañas.

La canción seguía reproduciéndose. Él la volvía a poner una y otra vez y seguían fundidos en un abrazo, ligados por este audífono compartido que se transformaba en una suerte de Hilo Rojo que los mantendría unidos por decenas de años. Hastiados de la vida que llevaban en la tierra decidieron en un momento de sus vidas recurrir a aquel Castillo como sucedáneo, como contraparte de la realidad. Hoy, treinta años después, la ensoñación de una noche de verano parecía ser cada vez más fuerte y no haber suficientes argumentos que fueran capaces de oponerse a una gran determinación como era conseguir por fin resquebrajar y romper las gruesas murallas. Si en el pasado no fue posible hoy sería realidad. Hoy ascenderían a un nuevo castillo, cuyas paredes no los abrumarían, sino que los acogerían amablemente. Sus sueños serían realidad.

 

 

Armanda

La señora tenía una vida apacible y con grandes expectativas. Figuraba como alta ejecutiva de una importante empresa, pero sentía una disonancia en su interior, una división y un quiebre permanente en su persona. Vivía con la familia de su esposo, quien parecía haberse impuesto desde que era muy joven. Cuando llegó a vivir con ellos, ni siquiera pensaba que la estaban condicionando o formando para que con el tiempo se transformara en la esposa ideal en un grupo familiar con bienes raíces y una posición acomodada. Todo fluyó de manera tan natural que jamás pensó que no fuera parte de este linaje que vino a reemplazar en gran medida a la sanguínea, alterada por un colapso económico que la hubiera llevado a ella y sus hermanos a la pobreza si no fuera por familiares o, en su caso, por estos albaceas que la apadrinaron desde temprana edad.

Hoy estaban sentados a la mesa y todo parecía normal. Si su suegra vislumbraba algo especial en ella, un enfado, una mirada extraviada, la nostalgia por algo o alguien, una molestia vital o lo que fuera que descompusiera su ánimo, la tranquilizaba con una sonrisa y un cariñoso saludo a sus hijos. Pero sí era cierto que se molestaba cuando la madre de su esposo le preguntaba de manera repetitiva por sus padres, su salud, su estabilidad, o le planteaba ideas que sonaban hirientes y descontextualizadas. Los comentarios que sonaban llenos de incidía e ironía, parecían un mensaje velado para que comparara, equilibrara los factores y reconociera por millonésima vez que todo lo que tenía se lo debía a ellos y su magnanimidad.

Junto a ella, su marido acababa de dar un sonoro bostezo y, tras hacer un gesto insípido, se había ido al patio donde encendió un pitillo. La matriarca lo miraba con orgullo.

—Mi hijo es un artista —decía—. Él es un incomprendido. Tiene tal inteligencia y sensibilidad espiritual que es un hombre que seguramente dará de qué hablar.

Lo miraba cómo aspiraba y exhalaba el humo y, lejos de aceptar las palabras de su suegra, creía que a sus casi cincuenta años era poco lo que podía hacer más que esperar una herencia que le daría lo que no pudo obtener por su esfuerzo personal.

Al poco rato, el artista estaba durmiendo en la terraza, mientras ella comenzaba a despedirse, pues tenía que volver al trabajo. Los niños daban vueltas por el patio, pero su abuela los reprendía y ordenaba para que jugaran en otro sitio de la casa.

—Cuando termines tu trabajo, te irá a buscar mi hijo como todos los días —dijo, recordándole que no tenía espacios para salir, divertirse con amigas o sentarse a charlar con aquel amigo a quien gustaba de saludar de tanto en tanto. Vivía en una burbuja, pero cuánto daría por estar en otra, con ese ser que parecía esperarla infinitamente.

 

La vida de las burbujas

Le hubiera gustado ser tan sutil, tenue e ingrávida, y tener la mágica facultad de moverse entre dos burbujas. Quería, en verdad, ser tan pequeña que le estuviera permitido ingresar a esas sustancias transparentes sin destruirlas. Esas etéreas estructuras insufladas de aliento vital parecían ser como universos paralelos que la acogerían cada vez que lo quisiera. Ansiaba tenerlas a la vista y, en un santiamén, desplazarse de una a la otra con solo desearlo. Escabullirse en puntillas sin que nadie la advirtiera y transitar a la otra realidad de manera similar, tenue, liviana, y de pronto verse en un plano diferente, en un espacio vital privilegiado donde le estuviera permitido hacer lo que más quería. Deseaba vivir en dos mundos a la vez y obtener lo mejor de cada uno, sin carecer de lo que esos espacios le prometían. Esperaba que el paso hacia cada pompa fuera seguro y no perturbara a nadie. Debería ser de tal forma que jamás estuviera en duda la estabilidad de aquellas.

Un día, soñó que se elevaba y cuando estaba a punto de aterrizar en la otra, su apresuramiento estuvo a punto de destruirla. Sintió cómo la superficie se hundía más de la cuenta, generando una presión que pudo hacerla estallar en miles de vidriosos pedazos insustanciales.