Li Song, mujer china - Jacqueline Balcells - E-Book

Li Song, mujer china E-Book

Jacqueline Balcells

0,0

Beschreibung

Esta es la historia de tres mujeres chinas: una madre, su hija y una chamán, quienes se rebelan contra las costumbres y creencias de la sociedad patriarcal en la cual nacieron, que fomenta la sumisión de la mujer.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 64

Veröffentlichungsjahr: 2021

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Un día en la vida de...

I.S.B.N. edición impresa: 978-956-12-2939-6.

I.S.B.N. edición digital: 978-956-12-2888-7.

8ª edición: febrero de 2019.

Obras Escogidas

I.S.B.N.: 978-956-12-2940-2.

9ª edición: febrero de 2019.

Editora General: Camila Domínguez Ureta.

Editora asistente: Camila Bralic Muñoz.

Director de Arte: Juan Manuel Neira Lorca.

Diseñadora: Mirela Tomicic Petric.

© 1992 por Jacqueline Marty Aboitiz y Ana María Güiraldes Camerati.

Inscripción Nº 82.280. Santiago de Chile.

© 2013 de la presente edición por Empresa Editora Zig-Zag, S.A.

Empresa Editora Zig-Zag, S.A.

Inscripción Nº 234.451. Santiago de Chile.

Derechos exclusivos de edición reservados

por Empresa Editora Zig-Zag, S.A.

Los Conquistadores 1700. Piso 10. Providencia.

Teléfono (56–2) 2810 7400.

E-mail: [email protected] / www.zigzag.cl

Santiago de Chile.

Diagramación digital: ebooks [email protected]

El presente libro no puede ser reproducido ni en todo ni en parte, ni archivado ni transmitido por ningún medio mecánico, ni electrónico, de grabación, CD-Rom, fotocopia, microfilmación u otra forma de reproducción, sin la autorización escrita de su editor.

Shandong, 650.

Dinastía Tang

El árbol bajo el cual Li Song estaba sentada era viejo. Sus hojas susurraban a la luz de la luna, y a la luz del sol habrían podido contar muchas historias de lo ocurrido junto a esa ventana, donde uno de sus antepasados lo había plantado.

Un verano, cuando sus flores daban paso a cientos de frutos redondos y fragantes, Li Song había llegado a esa casa. Y durante dos años encontró paz y consuelo bajo las hojas brillantes del añoso naranjo.

Ahora ella tenía diecinueve años, pero sus ojos cansados y tristes en nada recordaban a la muchacha llena de vida, que había bajado del palanquín el día de su matrimonio. La boca de rictus amargos ya no sonreía, ni a la vista de la primavera que llegaba con sus flores, ni con los trinos que llenaban el jardín de aquella casa grande y lujosa.

Su suegra la había recibido con fría amabilidad. Era una mujer obesa, y bajo sus varias capas de grasa anidaba un corazón duro, que se debatía entre dos sentimientos: los celos por esa muchachita que le quitaba el amor de su hijo y la ambición de una gran prole de varones que aseguraran la continuidad de su familia. Luego del nacimiento de Liu Wan, su vientre se había secado y ese hijo se había transformado en su único sol y su única esperanza.

Li Song pensó que con el correr del tiempo ella lograría demostrarle que su llegada había sido fructífera, y que la Venerable Madre terminaría queriéndola. Por ello hizo caso omiso de los comentarios poco cariñosos de esta y se esmeró en servirla lo mejor posible, sometiéndose a sus cambios de humor y a sus caprichos. Siempre cuidaba que el té estuviera a punto cuando su suegra lo deseaba, y más de una vez sus manos dieron interminables masajes al grueso cuello y a las anchas espaldas de la mujer. También untaba con aceites aromáticos sus deformados pies, mientras ponía a su alcance un platillo lleno de semillas de calabaza y frutas secas. La Venerable Ama solo agradecía con un suspiro cansado y miraba con insistencia el vientre liso de su nuera.

–¿Nada aún? –le preguntaba mes a mes.

–Ya vendrá, madre, ya vendrá –respondía Li Song, sin atreverse a levantar la cabeza. Y luego de hacer reverencias, se iba hacia sus habitaciones, con su cuerpo rígido como un bambú y el rostro acongojado.

–Ten paciencia, mi hilo de agua –le decía Liu Wan, en las noches, cuando al fin podían estar solos–. Ya verás que nuestro hijo llegará pronto y todo cambiará.

Luego su esposo la acariciaba con ternura, hasta arrancarle una sonrisa y después una carcajada de campana de cristal al viento.

Li Song, esperanzada, cubría su vientre con las manos y miraba por la ventana: a través del naranjo alcanzaba a divisar un trozo de cielo. Entonces recordaba a Olan, su venerable y querida abuela muerta, y le rogaba por un hijo que hiciera feliz a Liu Wan y le diera a su insignificante persona un sitial en esa familia.

Pero la abuela, muy atareada quizás en el reino de los muertos, no puso atención a su súplica. Y así fue cómo la llegada del primer hijo solo le trajo reproches y amargura: la criatura, de carita amoratada y largos cabellos húmedos, nació muerta. El llanto de Li Song, cubriendo el pequeño cuerpo sin vida, estremeció únicamente a los árboles.

–No vale la pena llorar –dijo aquella vez su suegra, con la voz seca y ronca–. Era solo una niña. –Y salió al jardín, con un gesto de fastidio, para consolarse comiendo almendras saladas.

Durante un mes, Li Song soportó una solitaria cuarentena, encerrada en su pieza. Únicamente entraba a verla esa mujer arropada con una túnica raída y una expresión vacía en los ojos. Le llevaba agua, arroz y a veces una taza de té. La sola vez que la mujer habló fue cuando le dijo que había sepultado a su hija bajo el almendro, en la Colina del Águila Triste. Luego había agregado:

–También visité el jardín de las Flores Celestes, que algún día existirán. En un macetero blanco está la semilla que guarda el alma de tu próxima hija.

Y sin decir más se retiró, dejando a la joven esposa con el corazón acongojado. Si las palabras de la mujer eran ciertas, la vida seguiría siendo muy difícil para ella en esa casa: ¿cómo mantendría vivo el amor de Liu Wan y aplacaría las iras de su suegra si no daba a luz un varón?

Ahora, sentada bajo un racimo de naranjas rojas, recordaba cómo habían pasado los días y cómo cada mes le traía un desengaño. También volvía a pensar en esa vieja que solo aparecía de vez en cuando en el jardín y miraba al cielo como si las estrellas le confiaran secretos. Nadie le dirigía la palabra ni hablaba de ella cuando pasaba entre las otras mujeres. Era la sombra del agua que nadie veía.

Una mañana, caminando junto a su esposo entre los naranjos, respirando esos aromas ácidos que invitan a hundir los dientes en una pulpa azucarada, le había preguntado a este por la extraña anciana. Él no quiso responderle y ella, mientras acariciaba el brazo de Liu Wan, sobre el batín de seda, repitió en un susurro:

–Esta tonta mujer insiste en saber.

–Calla, Li Song, no seas curiosa. Mira, en cambio, el cielo: anuncia el esplendor del mediodía.

Pero la joven no había mirado hacia lo alto. Sus ojos estaban fijos en el dragón bordado en la manga de su esposo. El dragón se movía, su lengua bífida ondulaba y las pupilas de perlas la observaban con brillos blancos. No, era la luna, no eran dos lunas en los ojos del dragón. Un mar caliente se revolvió en su estómago, subió hasta su garganta, y no supo más.

La joven esposa recordaba haber despertado con el aroma penetrante de las hierbas bajo sus narices. Su suegra, de pie frente a ella, la miraba con una sonrisa enorme.

–Esta vez nos darás un heredero –aseguró.

–Para esta insignificante mujer eso sería una bendición, madre de mi esposo –respondió Li Song, sonriendo, pese a su malestar.

Entonces habían llamado al médico, quien confirmó el embarazo. Comenzaron así los mimos y atenciones para la madre de un posible varón. Las mujeres de la casa se afanaban, cosiendo camisitas de lana de las ovejas más suaves y rizadas, y daban gritos de alegría ante la vista de unos botines atigrados no más grandes que un dedo.