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Kate Brady nunca pensó que volvería a pisar su ciudad natal. Después de todo, Golden Grove fue el escenario de la mayor vergüenza de su vida, cuando era "Katie Braces", la nerd de arte de la escuela secundaria.
Pero si quiere subir la escalera corporativa en su nueva compañía, tiene que tomar un trabajo en su ciudad natal en Iowa. Y para hacer eso, va a necesitar la ayuda de su viejo vecino de al lado, Peter Clark. El chico lindo al que ella realmente nunca superó.
Antes de perder a su padre, Peter Clark había planeado una carrera prestigiosa. Pero aquí sigue, atrapado en su pequeña ciudad natal, enseñando química en su antigua escuela secundaria. Lo último que espera es que su amor de la infancia vuelva a Golden Grove. Pero cuando un viaje se convierte en muchos, él se pregunta si esta es una oportunidad para curar viejas heridas, y tal vez más.
¿Puede Kate hacer el trabajo mientras soporta las emocionantes distracciones de Peter? ¿Y tendrá Peter la oportunidad de encontrar el amor con la chica que una vez dejó escapar?
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Veröffentlichungsjahr: 2022
Derechos de autor (C) 2020 D.J. Van Oss
Diseño de Presentación y Derechos de autor (C) 2021 por Next Chapter
Publicado en 2021 por Next Chapter
Editado por Marina Miñano Moreno
Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con eventos reales, locales o personas, vivas o muertas, es pura coincidencia.
Todos los derechos reservados. No se puede reproducir ni transmitir ninguna parte de este libro de ninguna forma ni por ningún medio, electrónico o mecánico, incluidas fotocopias, grabaciones o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso del autor.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Epílogo
Querido lector
Instituto Golden Grove
El día de la feria de becas Nitrovex fue un día despejado, soleado y perfecto. Un presagio de lo que estaba por llegar.
Katie estaba revisando su proyecto a última hora para asegurarse de que fuera brillante. No quería arriesgarse a que algo quedara fuera de lugar. La evaluación iba a comenzar en solo treinta minutos, y, si quería ganar, todo tendría que quedar perfecto.
Dio un paso atrás, se llevó las manos a las caderas y sonrió.
«Perfecto e inevitablemente grandioso», pensó. Su creación consistía en un gran móvil creado a base de intrincados trozos de vidrio que colgaban de un reluciente alambre plateado y giraban sobre sí mismos. La más leve brisa movía las piezas como si fueran copos de nieve multicolores flotando a cámara lenta. Era valiente, era llamativo, era su obra maestra. Ella misma lo sabía.
Le echó un vistazo a Peter, que se encontraba un par de mesas más allá, inclinado sobre su proyecto, haciendo algo con un tubo. Su ondulado cabello negro caía sobre sus ojos azules. El corazón de Katie dio un vuelco, aterrizando firmemente. Suspiró. «Tranquila».
Miró a su alrededor, observando los otros proyectos. Era lo de siempre. Kenny Terpstra y su bobina de Tesla. Katie estaba bastante segura de que había sido su padre quien había construido la bobina por él para la feria de ciencias de sexto curso. Parecía que Ronny Sharp había sacado un par de renacuajos del arroyo, los había metido en la piscina azul de su hermana y a eso lo había llamado «El milagro de la vida». Al final de la fila, Lisa Banks estaba tratando de obligar a un par de ratones blancos a atravesar un laberinto, pero estos parecían más interesados en subir por su brazo.
Katie sonrió internamente. La competencia era escasa este año. Mejor para ella.
Había dejado de intentar convencer a sus padres de que el arte era su pasión, pero hoy era su mejor oportunidad para demostrarles que era capaz de crear algo mejor que un simple dibujo que colgarían de la puerta del refrigerador o exhibirían en la parte posterior de una estantería polvorienta.
La feria anual de becas Nitrovex era la mayor esperanza para muchos de los estudiantes de último año de Golden Grove que querían ir a la universidad. El primer premio estaba financiado por John Wells, el siempre optimista fundador de la planta química local donde los padres de Katie trabajaban como ingenieros químicos, y era un premio tan grande que para algunos estudiantes determinaba a qué universidad podían permitirse ir.
Este no era el caso de Katie. Sus padres estaban dispuestos a enviarla a prácticamente cualquier escuela decente. Siempre y cuando no se tratara dela Escuela de Arte Mason en Chicago a la que había puesto el ojo desde segundo de la ESO. No, eso no sería «práctico» y ella necesitaba pensar en una «carrera».
Katie les había rogado tanto que, finalmente, le habían dado una oportunidad. Si ganaba la beca Nitrovex por su proyecto de arte, ellos pagarían la diferencia.
Ya podía verse en Chicago el próximo otoño, inmersa en un mundo de creatividad infinita junto a cientos de otros estudiantes como ella, riendo, compartiendo ideas. No más comentarios condescendientes como, «Eso está muy bien, pero ¿qué es lo que realmente quieres hacer con tu vida?» Allí la entenderían.
Ya sabía que iba a comenzar a hacerse llamar «Kate». Puede que incluso se cortara el cabello corto, como Audrey Tautou en Amélie.
Pero, primero, tenía que ganar.
Volvió a centrarse en su proyecto, admirando el resplandor del frágil vidrio conforme giraba lentamente. Incluso bajo las intensas luces fluorescentes del ruidoso gimnasio, su móvil era hermoso. «Imagina cómo se vería en una galería de arte de verdad».
Es posible que los pueblerinos locales no lo entendieran, pero la esposa del señor Wells, Mary, que era una experta en arte, seguramente reconocería su talento. Y ella era una de los jueces este año.
Ya era hora de que se fijaran en un proyecto de cultura y refinamiento. ¿A quién le importaba la vida sexual de los renacuajos o una catapulta construida con palitos de madera que podía arrojar una naranja a través de la habitación?
El único inconveniente era que el proyecto de Peter también tenía posibilidades de ganar. Y, si ella ganaba, eso significaba que él perdería. Pero Peter no tendría ninguna dificultad para ingresar en la universidad que él quisiera, dado que sacaba buenas notas en todo.
Le echó otro vistazo a su proyecto. Tenía que admitir que era bastante impresionante. No estaba muy segura de lo que se suponía que debía ser, pero estaba compuesto por tubos de metal, cables y mangueras que sobresalían por todos lados y expulsaban una pequeña brizna de vapor o algo parecido.
Las comisuras de sus labios cayeron. Parecía que Peter era su competencia.
Katie había comenzado a trabajar en su proyecto a principios de verano, justo después de haber terminado el curso escolar. Luego, le había dicho a Peter que tenía un problema: cómo equilibrar el cristal en su intrincado móvil. Era lo suficientemente científico como para llamar su atención y atraerlo hasta el sótano donde Katie estaba trabajando en su proyecto. Aunque tenía que admitir que se había inventado el problema con el único fin de obtener su ayuda.
Todo había ido muy bien. Habían vuelto a conectar de nuevo, compartiendo pensamientos, sueños sobre el futuro después de la secundaria; y, en un par de ocasiones, sus manos se habían rozado «accidentalmente». Pero, entonces...
Un ceño fruncido apareció en el rostro de Katie.
Penny se mudó.
El 5 de julio, Katie y Peter habían estado recogiendo los palitos de cohetes que habían aterrizado en sus jardines durante los fuegos artificiales que habían lanzado en el vecindario la noche anterior, cuando un camión naranja y blanco se detuvo frente a la vieja casa de los Proctor al otro lado de la calle. No era el típico remolque que se engancha a la parte trasera del coche, sino que era más grande, el semirremolque. Observaron durante toda la tarde cómo sacaban muebles y más muebles, una mesa de billar, una mesa de pingpong y un televisor de pantalla grande.
Luego, apareció una furgoneta de color azul claro con matrícula de Illinois. Condado de Cook. Gracias a sus padres, sabía que eso significaba que provenía de Chicago y contaba con la sofisticación y cultura de las grandes ciudades. La puerta lateral se abrió automáticamente y del interior salió la Señorita Sacudida de pelo, Señorita Dientes perfectos, a cámara lenta, como si se estuviera preparando para una película.
Penny Fitch. Pantalones cortos y un reloj de Tiffany. Katie casi pudo ver los ojos azules de Peter ensancharse detrás de sus lentes mientras aparecía una sonrisa torcida en su rostro.
Y eso fue todo. Estaba claro. Katie necesitaba salvarlo. Salvarlo de esta usurpadora, esta nueva (y obviamente rica) chica de ciudad que había aparecido como si fuera la dueña del lugar.
Katie se había pasado todo el verano atragantándose al escuchar: «¡Hola, Peter! ¡Ey, Peter! ¿Cómo estás, Peter?» Entonces, comenzó el último año de instituto, y todo empeoró. Los casilleros de Peter y Penny estaban a tan solo un metro de distancia, mientras que el de Katie estaba en un piso totalmente diferente. Asimismo, durante el almuerzo, Penny siempre se sentaba al lado de Peter, pestañeándole y pidiéndole ayuda con sus tareas de química.
Penny lo estaba arruinando todo.
Peter no podía verla como la veía Katie. Él era demasiado amable. Esa siempre había sido su debilidad, que era exageradamente amable. Sin embargo, Katie podía ver lo que estaba pasando. Penny pensaba que lo conocía, que solo porque era linda, le gustaba la ciencia y estaba en campo traviesa con él, podía llevárselo como si fuera un cachorro adorable.
Y qué linda y risueña actuaba a su alrededor. «Penny y Peter, como dos gotas de agua. ¡Casi rima!» Kate le escuchó decir un día durante el almuerzo.
¡Bah! «No, no rima, idiota», pensó.
Con todos sus susurros, sus risitas nerviosas y sus sacudidas de cabello. Penny Fitch, la bruja tenue. Aunque cuando Katie estaba realmente enojada, usaba otra palabra peor que bruja. No en voz alta, por supuesto, porque ella aún era una buena chica.
Pero lo que más la inquietaba, lo que nunca se atrevía a pensar por más de unos segundos, era ¿y si Peter solo había estado siendo amable con Katie también? ¿Y si todo el tiempo que habían pasado juntos, creciendo, compartiendo batidos en Ray's Diner, Peter solo había estado siendo amable? ¿Y si ella no era especial?
No, eso no era más que un pensamiento negativo, por lo que se deshizo de él.
Era su misión proteger a Peter de esta nueva chica.
Fase uno: mantenerlo ocupado durante el verano. Eso significaba aumentar la necesidad de consejos sobre su proyecto para la feria de becas, acudir a fiestas en la piscina de su amiga con Peter (sin Penny, por supuesto), y cualquier otra cosa que se le pudiera ocurrir para mantener a raya a la bruja.
La fase dos, que empezó después del comienzo del curso, era más difícil: Katie se aseguraba, siempre que podía, de que Penny no hablara en privado con Peter, se metía en sus conversaciones o se aseguraba de que una de sus amigas (a ninguna de las cuales le caía bien la nueva chica tampoco) hiciera lo mismo. Pero aún quedaba el problema de la proximidad en casa. Penny no vivía justo al lado (Katie todavía tenía esa ventaja), pero estaba lo suficientemente cerca. Demasiado cerca, a juzgar por las sonrisas y los saludos que intercambiaban, y las veces que habían salido a correr juntos.
Eso dio lugar a la fase tres, la fase final y la más complicada de todas: el próximo baile de bienvenida.
Katie había estado dejando caer pistas como plumas de plomo desde finales de verano: «¿Cuándo es el baile de bienvenida, Peter? ¿Cuál es el tema del baile de bienvenida, Peter? ¿Qué opinas de este vestido que he encontrado en internet, Peter?»
Incluso para ser un chico, parecía estar lejos de entender las pistas.
Katie no había ido a un baile de bienvenida hasta el año pasado, cuando Brian McDermott la había invitado. Era un buen tipo, pero usaba demasiada colonia y sudaba cuando bailaban lentamente. Tardó tres días en quitarse el olor de las manos. Peter siempre olía a limpio, como al jabón Ivory. Al menos ese era el jabón que tenían los Clarks en el baño de invitados la última vez que había estado allí.
Esa era la fase final, su forma de sacar a Peter de la línea de salida. Si pudieran simplemente ir juntos al baile, entonces podrían ver cómo sería si fueran una pareja. Se echarían la foto juntos bajo el arco de flores, sonriendo, ella con el vestido de gasa rosa que ya había elegido en internet, él con su esmoquin alquilado de Maxwell’s y una corbata rosa que combinara con su vestido. Él vería la foto todos los días en su refrigerador, donde su madre seguramente la pegaría con un imán.
Sintió una ola de confianza en su interior. Conocía a Peter realmente bien. Era un friki de la ciencia, por lo que solamente necesitaría ver algo en acción, ver los resultados cuantificables, para darse cuenta de que deberían estar juntos.
Sería tan real como una reacción química, innegable. «¡Mira las tablas y los números, Peter! ¿Ves el gráfico?»
No era un plan perfecto, pero era bueno e iba a funcionar. Katie tenía un presentimiento, una voz en su interior que le decía: «Esta es la buena. Él lo verá, me verá y se dará cuenta de que deberíamos estar juntos».
El problema de la universidad lo podrían resolver después. Las relaciones a larga distancia funcionaban todo el tiempo, ¿verdad? En cuanto terminara la feria de becas, el plan «Llevar a Peter al baile de bienvenida» se pondría en marcha.
Conforme alguien pasaba por detrás de su mesa en el gimnasio, percibió un olor a algo terriblemente dulce y abrumador. Apretó la mandíbula conforme giraba la cabeza y arrugó la nariz. Los dientes perfectos, el cabello largo, negro y perfecto, y la ropa perfecta. La bruja estaba aquí.
Observó cómo Penny se acercaba a Peter, comenzaba a hablar con él, se reía y, luego, sí, ahí estaba, la perfecta sacudida de cabello. Katie se había apostado con sus amigas a que Penny había perfeccionado la sacudida de cabello y esa risita nerviosa practicando frente al espejo.
Katie entrecerró los ojos. Penny tenía su propio proyecto a dos mesas de la de Peter, pero allí estaba ella, revoloteando alrededor de Peter como una mariposa enamorada. Había una docena de chicos a los que se podría haber aferrado. ¿Por qué no los envenenaba a ellos?
«Ah, cierto. Porque Peter es demasiado amable con ella». Peter siempre era demasiado amable.
Katie observó cómo Peter seguía a Penny hasta su mesa y, allí, giraba una perilla insignificante en su pila insignificante de lo que fuera su proyecto. Una caja con un sombrero y un... ¿A quién le importa? Probablemente hizo que su padre se lo comprara por internet.
Bueno, podría disparar un cohete del tamaño de Saturno con campanitas a través del techo que a Katie le daba igual.
Katie volvió en sí y se puso a ajustar algunas de las piezas de su escultura. El cristal multicolor del elaborado móvil giraba lentamente, y cada pieza reflejaba fragmentos de luz. Ya había recibido miradas de admiración de los estudiantes e incluso de algunos de los maestros.
Tenía un buen presentimiento. Este era su año.
La explosión de fuego salió disparada de un tubo de ensayo que burbujeaba sobre un quemador Bunsen. Subió hacia el techo en una nube con forma de champiñón antes de evaporarse. La aturdida clase soltó un «Guau...» al unísono.
Peter Clark dio un paso atrás y apagó su mechero.
—Y por eso usamos nuestras gafas. Bueno, ¿alguien puede decirme cuáles son los tres productos de la combustión?
Su aula de estudiantes de secundaria permaneció en silencio, algunos mirando sus teléfonos, todos evitando el contacto visual con él. Cogió el pesado libro de química orgánica de su escritorio, lo sostuvo entre los dedos y lo dejó caer.
El ruido resonó como un cañón, provocando que todas las cabezas se alzaran al instante.
—La respuesta correcta es combustible, oxígeno y calor —caminó hacia la pizarra situada en la parte delantera de la clase y comenzó a dibujar con un marcador rojo—. El oxígeno ya está en el aire, y el calor es del quemador, lo cual nos deja con el combustible. Entonces, agregamos acetato de sodio anhidro e hidróxido de sodio y obtendremos una sustancia combustible llamada «metano». También conocida como «pedos de vaca».
Unas cuantas risas se escucharon por la habitación.
Bajó el marcador, se limpió las manos en sus vaqueros y le echó un vistazo al reloj.
—Bueno, todavía nos quedan unos minutos más, así que quería recordaros el examen que tenemos el próximo jueves.
Un coro de quejidos resonó por toda la clase.
—Sí, sí, lo sé, otra prueba. Soy cruel e inhumano. Pero no tendríamos que hacer la prueba antes de tiempo si un par de cabezas huecas sin nombre no me hubieran nominado para la cosa esta del premio de maestros.
Los quejidos se volvieron risas y sonrisas.
—¡Tú puedes, señor C! —gritó alguien, seguido por un silbido.
La clase se rio.
—Sí. Muchas gracias. Así que, siendo así, estaré en Des Moines el viernes de la semana que viene. Pero, no os preocupéis, el señor Potter ha accedido a dar la clase mientras yo pierdo el tiempo en algún banquete de premios.
—¿Tienes que llevar esmoquin? —gritó Nick Norton desde la fila de atrás.
Peter sonrió. Le encantaba su clase.
—¿Con mi salario de maestro? ¡Tienes que estar bromeando!
La clase volvió a reír.
—Una vez más, cuanto más estudiéis ahora, menos tendréis que estudiar la última noche...
El timbre sonó a través del altavoz del aula, indicando que la clase había terminado. Los estudiantes inmediatamente comenzaron a agarrar sus mochilas y libros.
—No olvidéis —gritó Peter por encima del ruido de las pisotadas—, que vamos a comenzar a trabajar en las leyes de gas y la teoría cinética el lunes. Leed acerca del experimento en la página ochenta y uno —se rascó la cabeza —. ¡Y no olvidéis vuestras gafas!
Mientras los estudiantes salían de su aula, Peter caminó hacia la pizarra y comenzó a borrar la lección del día, esperando que al menos uno de los estudiantes adormilados de su clase de Introducción a la química hubiera aprendido la diferencia entre la combustión y la quema. Esta era la última clase del día y, aunque la mayoría de ellos eran buenos chicos, no podían esperar a salir de allí y darle la bienvenida al fin de semana.
A decir verdad, la mayoría de ellos no usarían sus conocimientos de química una vez terminaran la secundaria. Peter se preguntó de nuevo cómo sería enseñar en un cursor o incluso en una universidad. En algún lugar donde los estudiantes realmente quisieran estar allí en vez de jugando a los videojuegos, yendo al centro comercial o pegados a sus teléfonos.
Bueno, había algunos amantes de las matemáticas que lo entendían, tal vez puede que hasta amaran la química como la amaba él. Aun así, Peter sentía que se estaba quedando sin formas de hacerlo interesante. Tal vez si tirara sandías desde la azotea del instituto para demostrar la teoría cinética...
—¿Listo? —le preguntó Lucius Potter desde la puerta—. El batido me está llamando.
Lucius era alto y anguloso, el maestro más mayor de Golden Grove. Era considerado por los estudiantes y sus padres como un elemento tan permanente como la carne letal que servían en el comedor. Acababa de celebrar su cuadragésimo primer año enseñando todas las clases de ciencias que existen. Estaba de pie, con sus largos brazos cruzados sobre su chaleco de lana negro, gafas negras de montura gruesa y un bigote gris y espeso que le daba un aspecto de profesor que a la vez ocultaba su naturaleza juguetona.
Generaciones de estudiantes del Golden Grove adoraban a Lucius Potter, muchos de los cuales llegaron a ser médicos, científicos o maestros, como Peter.
—Ya casi estoy —Peter se acercó a su escritorio, tocó un par de teclas en su computadora portátil para apagarlo y cerró la tapa—. Pondré las notas mañana en casa.
Todos los viernes después de las clases, Lucius y él se tomaban un batido en Ray's Diner, y luego hablaban sobre la ciencia y la vida. Principalmente sobre la vida, ya que ambos habían estado dando clases sobre ciencias durante toda la semana. Hoy, el tema casi seguro sería la manada de barbas chistosas que habían ido apareciendo por del pueblo para el concurso del domingo.
Peter agarró su abrigo. El verano se había acabado definitivamente, y la brisa otoñal de Iowa podía volverse bastante fresca a final del día.
Lucius entró en la clase, mirando a su alrededor. Todavía parecía maravillarse ante la brillante y limpia apariencia del nuevo edificio de la secundaria que habían construido hacía solo unos años. Peter tenía que admitir que era una gran mejora en comparación al viejo edificio de ladrillos donde él había tenido que asistir a clase.
—¿Tienes algún plan para este fin de semana? —preguntó Peter mientras llenaba su maletín con trabajo para la próxima semana. Lucius se encogió de hombros mientras se acercaba al escritorio de Peter.
—Nada especial. ¿Tú? ¿Irás al concurso de barbas el domingo?
—No, gracias. Están empezando a asustarme todos esos tipos con aspecto de araña que rondan por la plaza. ¿Por qué hay costumbres tan extrañas en este pueblo? —ese mismo verano, se había celebrado la «Convención de Larry» y el pueblo se había llenado con trescientos tipos, todos llamados Larry—. Además, necesito ponerme con estas pruebas de laboratorio, ya que tengo esa cosa en Des Moines el próximo fin de semana. Ojalá me enviaran la placa o lo que sea, así no tendría que dejar el trabajo. Algunos de estos chicos están al borde tal y como están.
Lucius se apoyó contra el escritorio.
—Tal vez los estás presionando demasiado.
Peter sabía que simplemente lo estaba intentando provocar. Dejó el lápiz sobre la mesa.
—¿Cómo hiciste tú conmigo? —replicó.
—Tú no necesitabas que yo te presionara. Tú querías pasar más tiempo en el laboratorio. Te llamaban «Clark Créditos Extra» , ¿recuerdas?
—Tampoco es que tuviera mucho más que hacer por aquí.
—Bueno, yo creo que tenías algunas otras opciones. Quizás todavía las tengas —agregó en voz baja.
Peter no estaba seguro de lo que eso significaba, pero lo dejó pasar.—Además —continuó Lucius—, te mereces ese premio.
Peter asintió, pero fue un gesto sospechoso.
—Todavía pienso que tú los has metido en esto.—¿A los estudiantes? Fue idea de ellos en realidad. Ellos fueron los que te nominaron la primavera pasada.
Peter resopló.
Supongo que no viene con un aumento, ¿no?
Lucius se rio entre dientes.
—No es probable, pero, hablando de eso... —colocó su maletín en el borde del escritorio, sacó un sobre manila y extrajo de este una página brillante—. Hay algo que me gustaría que vieras —empujó un folleto hacia Peter.
Peter lo escaneó y, luego, alzó la vista.
—¿La escuela Dixon? Esa está a las afueras de Chicago, ¿verdad?
—Si, esa. Di clases allí una vez. Solo un par de cursos de verano, reemplazando a un colega.
—¡¿En serio?! Nunca me lo habías dicho.
Lucius se encogió de hombros.
—Fue hace bastante tiempo. Cuando todavía usábamos cinceles y piedras en lugar de lápices.
Peter le dio la vuelta al folleto. Dixon era una escuela privada. Era antigua, prestigiosa y costosa.
—Y, ¿de qué va esto?
Lucius se inclinó y señaló la parte inferior de la hoja donde había una pegatina.
—Hay una vacante —explicó—. Están buscando a un nuevo profesor de química para los últimos cursos.
—¿Y?
—Bueno, por si no lo has notado, tú eres profesor de química.
Peter suspiró.
—Lucius, esto está fuera de mi alcance —depositó el folleto sobre la mesa—. Además, ya tengo un trabajo.
Lucius señaló hacia la fila de ventanas a la izquierda del escritorio de Peter.
—Sí, con una maravillosa vista de un cobertizo de almacenamiento y un basurero verde oxidado.
Peter se encogió de hombros.
—No lo sé. Me he acostumbrado a que Roger arroje patatas fritas contra mi ventana a la una y media todos los días. Me produce una calmante sensación de estabilidad.
—Supongo que sería difícil dejar eso atrás.
—Exactamente. Es como siempre me dices. «Si no estás donde debes estar, no estás en ningún lugar».
Lucius señaló su pecho.
—¿Yo digo eso?
—Sí.
El hombre mayor se frotó la barbilla.
—Creo que lo saqué de un episodio de M*A*S*H —se sentó en el borde del escritorio de Peter y se puso serio—. Peter, sabes que normalmente trato de no meterme en tu vida.
Peter soltó una breve carcajada.
—¿Desde cuándo?
—Vale. Pero esta oportunidad de trabajo en Dixon es particularmente buena. Con tu maestría, tu experiencia, y especialmente ahora que has recibido este premio, eres el candidato perfecto para el trabajo.
—No sé yo...
—Ellos también lo creen.
—¿Ellos? ¿Quiénes son ellos?
Lucius evitó su mirada.
—Me tomé la libertad de ponerme en contacto con un viejo colega que ahora es el director de la escuela. Le hablé de ti, y están interesados.
—No te creo...
—Sí, y quieren concertar una entrevista contigo. Si te interesa.—¡No me interesa!
Esta vez, Lucius lo miró directamente a los ojos. Peter odiaba cuando su amigo hacía eso. Por lo general, significaba que terminaría haciendo exactamente lo que Lucius quería.
—Solo ve a la entrevista. ¿Qué puedes perder? Tal vez deje caer algunas pistas por aquí sobre que estás buscando otro trabajo. Puede que así te den ese aumento.
Peter se rio de nuevo. Un aumento estaría bien, pero... Negó con la cabeza.
—No tengo tiempo para ir a Des Moines la próxima semana y mucho menos para ir hasta Chicago.
—Está a cuatro horas desde aquí. No en la luna. Al menos di que lo pensarás.
Peter sabía que una vez que a Lucius se le metiera algo en la cabeza, no lo dejaría pasar.
—Lo pensaré —accedió. Pero sabía que no lo haría.
Aparentemente, Lucius también lo sabía, porque sacó una revista enrollada de debajo de su brazo y la abrió.
Peter negó con la cabeza cuando vio la portada. Química trimestral. La cosa iba de mal en peor...
—¿Quién es esta vez?
—¿Qué quieres decir? —Lucius apagó las luces y se dirigió al pasillo, examinando el índice de la revista—. Ay, aquí hay algo interesante.
—Seguro que sí —Peter cerró la puerta de su clase con llave.
«Aquí viene», pensó.
—Un artículo de Jeremy Von Hornig. ¿Qué es ya, su tercer artículo en los últimos cinco años?
—Tú eres el que lleva la cuenta.
—Él también estaba en tu máster, ¿no?
Peter suspiró.
—Tuve que tutelarlo para nuestro final de termodinámica. Activó los aspersores automáticos en el laboratorio porque dejó un quemador encendido durante toda la noche.
—Y aquí está ahora, con un artículo en una revista nacional.
—Lucius, lo estás haciendo de nuevo. Yo estoy bien donde estoy. Me gusta mi trabajo.
—Solo me aseguro de que sabes que hay otras posibilidades más allá de dar clases en Golden Grove.
—Estoy al tanto. Además, te ha funcionado a ti.
Su amigo asintió, apretando la mandíbula.
—Cierto.
—Y nunca te has arrepentido, ¿verdad?
—¿De elegir la docencia? No, no me arrepiento.
Peter señaló la revista.
—Además, estas cosas se hacen principalmente por el estatus.
—Cierto. ¿Has mirado en Nitrovex últimamente? —insistió Lucius—. Hay muchos buenos químicos trabajando bien allí.
—¿Estás tratando de deshacerte de mí? —Peter negó con la cabeza.
—No. Es solo que he oído por ahí que están expandiendo sus operaciones en el extranjero.
—Yo también lo he oído —Peter siempre estaba pendiente de los acontecimientos en Nitrovex. ¿Qué graduado de química respetable no haría lo mismo? Sin embargo, la idea de un trabajo cómodo en Europa no le atraía.
—Conozco a John Wells bastante bien. Estaría más que dispuesto a recomendarte.
Conforme se acercaban a la entrada principal, Peter le devolvió el saludo a un estudiante que pasaba por allí.
—Gracias, pero no hace falta. Quizás algún día. Pero, ahora mismo, mis...
—… estudiantes me necesitan demasiado —terminó Lucius por él—. Sí, lo sé. Pero recuerda que no eres tan indispensable como te crees que eres.
—Por favor... —Peter alargó la palabra y añadió un dramático movimiento de mano—. Estás hablando con el profesor de ciencias del año.
—Mis disculpas, buen señor —respondió Lucius.
—Además, Nitrovex se dedica principalmente a la química orgánica. Yo soy más de bioquímica —añadió Peter mientras empujaba las puertas dobles de la entrada—. Créeme, estoy bien donde estoy —sacó las llaves del coche de su bolsillo—. ¿Te veo en Ray's?
Lucius parecía ir a decir algo, pero simplemente asintió con la cabeza.
—Claro —aceptó.
Afuera, Peter encontró su Camry azul y lo abrió con el llavero remoto.
«Estoy bien donde estoy», pensó. ¿Pero dónde era eso exactamente? ¿Atrapado en el único instituto de su pueblo natal, dándole clase a los pocos estudiantes que estaban realmente interesados en conocer la diferencia entre un lunar y una molécula? ¿Atrapado en el mismo pueblo en el que había crecido? ¿Superado por personas con las que había ido a la universidad, que habían conseguido trabajos prestigiosos y bien remunerados en compañías como Nitrovex?
Le echó un vistazo a la portada de la revista. ¿Tenía Lucius razón? ¿Había llegado la hora de seguir adelante y avanzar?
Abrió la puerta por el lado del conductor y entró en el coche, depositando su maletín y la pila de carpetas y papeles que llevaba encima en el asiento del pasajero. El folleto de Dixon se cayó al suelo, y lo recogió.
El lugar parecía un campus universitario, con estudiantes risueños caminando entre enormes árboles hacia majestuosos edificios antiguos. Sí que parecía una buena oportunidad. Y él sí que estaba cualificado. De hecho, con un máster, probablemente estaba demasiado cualificado como para dar clases en Golden Grove.
Quizás sí que se merecía un trabajo más prestigioso. ¿Cuántas malas notas de estudiantes desinteresados más iba a tener que soportar? No tenía nada en contra de Lucius, pero ¿de veras quería Peter malgastar toda su vida en Golden Grove? Nunca había salido de allí, excepto para la universidad y el máster.
Si no hubiera sido por su padre...
No, no iba a seguir por ese camino de nuevo. Pero no estaría de más planteárselo. Podría hacer al menos una entrevista, solo por probar, por así decirlo. Encendió su coche y metió la marcha atrás.
Además, era Chicago. Podría tener mucho que ofrecer...
«No, Peter, no te vayas allí». Habían pasado, ¿qué, doce años? Sí, doce años desde que le arruinó la vida.
Siempre que lo pensaba, se convencía a sí mismo de que solo había sido cosa de la secundaria. Ese lugar tan lejano, el lugar que todos debían dejar atrás antes de pasar a cosas más grandes y mejores, lejos de los embarazosos cortes de pelo, las bandejas del comedor y el drama. Aunque él sabía que era mucho más para algunos otros. Para Katie Brady, la feria de becas lo había sido todo, había puesto todas sus esperanzas en una frágil cesta.
Y había sido Peter quien había pateado esa cesta, esparciendo sus esperanzas por el suelo del gimnasio.
Doce años antes.
Instituto Golden Grove
El proyecto de Peter para la feria de becas era un cohete de propulsión química. No le importaba mucho ganar el dinero de la beca, simplemente no quería decepcionar a su profesor de ciencias favorito, el señor Potter.
Le lanzó una mirada a Katie, que estaba limpiando la pantalla de su móvil en una mesa cerca de la suya. Como la B va antes que la C, iba Brady y luego Clark. A lo largo de primaria y secundaria, incluso si hubieran querido evitarse, el alfabeto no los habría dejado. Lo cual no le importaba.
Siempre le había gustado Katie, no solo porque era su vecina y habían crecido juntos, sino porque Katie era... diferente. Se sentía tan a gusto con ella. Sentía que estaban... conectados de alguna manera. Y, al mismo tiempo, se ponía nervioso cuando tenía que hablar con ella. Así funcionan las «reacciones químicas en el cerebro» según lo que había leído en un artículo al respecto.
Por lo que, cuando ella le pidió que revisara un par de cosas en su proyecto a principios de verano, Peter pensó que tal vez sería una buena oportunidad para descubrir si entre ellos había algo más.
Siempre habían sido amigos y siempre serían amigos, probablemente. Pero habían crecido. Katie había crecido, sin lugar a duda.
Al principio no estaba seguro de si debería tener esos sentimientos hacia ella, pero eso duró unos tres segundos hasta que la vio lavando el coche de su padre en pantalones cortos y una camiseta sin mangas el verano después de su primer año de instituto, el 8 de junio, el día de su cumpleaños. A partir de ese momento, se aseguró de estar en casa los domingos por la tarde, el día de lavado de coches. Al principio me sentía un poco culpable, pero es que ella era, bueno...
De acuerdo, la palabra era hermosa. No solo tenía un cuerpo hermoso, sino que una chica pecosa y cubierta de espuma con una camiseta de tirantes roja sin duda se ajustaba a esa definición. No era una belleza exagerada, inalcanzable, como la de una modelo de dos metros de altura. Era más que eso, y el no poder definirlo desconcertaba su confiable mente científica.
Como un átomo o una molécula, estaba ahí. Estaba ahí, en algún lugar, en cómo ladeaba la cabeza y sonreía, la lluvia de pecas alrededor de su nariz, el perfume que había comenzado a usar. ¿Cómo se llamaba? ¿Lucky You?
Le gustaba cómo olía Katie.
Tampoco es que pasaran tanto tiempo en su proyecto. En verdad, se pasaron la mitad del tiempo en su sótano, solo hablando, bebiendo de las botellas de Dr. Pepper que habían sacado de la vieja máquina que los Brady tenían en casa. Katie jugueteaba con el alambre y los trozos de vidrio. Él le daba algunas sugerencias cuando ella le preguntaba, principalmente sobre cómo balancear el peso, pero eso era todo.
Él solo... «Admítelo, Peter. Tú solo querías pasar tiempo con ella».
Peter volvió en sí mientras uno de los maestros anunciaba algo desde el sistema de sonido del escenario. Los jueces iban a evaluar los proyectos, empezando por las mesas delanteras y moviéndose hacia la parte de atrás, lo cual significaba que Peter tendría otros quince minutos antes de que llegaran hasta donde se encontraba él. Revisó el tubo de plástico que iba del tanque oxidante hasta la base de su experimento, y se aseguró de que estuviera bien ajustado.
Katie había trabajado muy duro en su móvil y, aunque él no era un artista, sabía que era muy bueno. Nitrovex sabía mucho de química, pero eso no significaba que solo escogieran ese tipo de proyectos. De hecho, la esposa del dueño era artista y, además, era una de las jueces de la feria de becas.
Le echó otro vistazo a su mesa. Parecía estar bastante confiada. Y debería estarlo. En el fondo, Peter esperaba que ganara ella. Incluso en la secundaria, Katie siempre había soñado con ir a la escuela de arte, pero él sabía que sus padres no estaban de acuerdo con esa idea. Una beca podría ser justo lo que les hiciera cambiar de opinión.
Revisó otro tubo y, luego, se detuvo. Los jueces se encontraban una fila por detrás de él, avanzando hacia la parte delantera del gimnasio. Eran cuatro adultos de aspecto serio armados con portapapeles. Peter tragó saliva y, luego, retrocedió. Sabía que su proyecto estaba listo y, si seguía toqueteándolo, podría terminar rompiendo algo.
—Bueno, señor Clark, todo se ve bien, ya veo.
Peter alzó la vista para ver la cara sonriente bigotuda de su maestro favorito.
—Gracias, señor Potter. Acabo de comprobar todas las conexiones. Creo que funcionará.
El señor Potter le dio una palmadita en la espalda.
—Oh, seguro que funcionará bien —su maestro tocó un tubo y comprobó una de las conexiones—. Tengo que decir que es bastante ingenioso hacer uso de las reacciones químicas como dispositivo de propulsión. No me sorprendería que existieran usos prácticos para este tipo de cosas.
Peter sabía que el señor Potter solo estaba tratando de darle ánimos, pero, aun así, sintió una oleada de orgullo. El maestro le guiñó un ojo y continuó avanzando por el pasillo.
De repente, Peter sintió un fuerte golpe en las costillas.
—Hola, Peter —lo saludó una ligera voz justo detrás de su oreja.
Se giró, sorprendido, y se chocó contra el borde de la mesa con la cadera, provocando que una de las tuberías de repuesto para su proyecto se cayera por el borde de la mesa contra el piso del gimnasio con un fuerte estruendo. Todos a su alrededor se sobresaltaron, especialmente Katie, que se estremeció junto a su escultura.
—Caray, Penny, lleva más cuidado —le recriminó.
Era Penny Fitch, su nueva vecina, que se había mudado a su calle durante el verano. Aunque a Peter le caía bien, (Penny siempre sonreía y le gustaba la ciencia), a veces podía ser un poco molesta. Aun así, muchos de los chicos la perseguían porque era menuda, tenía una melena larga y azabache, y los ojos azules, lo cual era una buena combinación.
Entonces, arrugó la nariz. Penny siempre usaba tanto perfume que olía como las tiendas de velas. No obstante, por muy bonita que fuera, no era realmente su tipo.
Le lanzó una mirada a Katie, que estaba mirando para otro lado.
—Lo siento —se disculpó Penny, sonriendo. Se echó el pelo hacia atrás y ladeó la cabeza, como si fuera una modelo a punto de ser fotografiada. ¿Por qué hacían eso las chicas?—. Bueno, Peter, ¿qué es lo que hace esta cosa? ¡Es impresionante! —tocó el tubo de plástico que conducía a la gran carcasa plateada de metal que era el tanque principal de propulsión.
Peter le sujetó la mano para detenerla.
—Oye, cuidado. Lo vas a poner en marcha.
Penny retiró la mano.
—Ups. Perdón otra vez.
Peter se encogió de hombros.
—No pasa nada —miró a la derecha—. Lo van a evaluar en unos minutos. Después de eso, puedes tocarlo todo lo que quieras.
Penny le lanzó una mirada burlona, y Peter sintió cómo su cara se ponía tan roja como una remolacha. Trató de pensar en algo que decir, cualquier cosa con tal de deshacerse de ella, pero su cerebro se había quedado en blanco. «Idiota», pensó.
—Vale —dijo ella después de lo que pareció ser una hora. Gestionó con la cabeza en dirección a la mesa de al lado—. ¿Crees que ella tiene posibilidades de ganar?
Peter se alegró de que hubiera cambiado de tema.
—¿Katie? Claro que sí. Tiene tantas posibilidades como cualquier otra persona aquí presente. O incluso más, probablemente.
—Si gana, debería darte las gracias por toda tu ayuda.
—Oh, yo casi que no hice nada. Ella hizo todo el trabajo duro.
Penny asintió, poco convencida.
—Bueno, espero que ganes tú.
—Ah. Gracias. Tú también.
—Vendré a verte más tarde —dijo. Entonces, se volvió con otro movimiento de cabello y comenzó a alejarse—. Buena suerte —le gritó de nuevo con otra sonrisa antes de lanzarle una mirada asesina a la escultura de Katie.
—Gracias —masculló.
De repente, deseó no haberle contado a Penny que Katie le había pedido ayuda. Tal vez no debería haberle hablado sobre ella cuando habían salido a correr. Peter era consciente de que existía una regla sobre recibir ayuda de otra persona, pero eso solo se aplicaba a padres o expertos, ¿verdad? Probablemente no pasaba anda por recibir ayuda de otro estudiante, siempre y cuando no contribuyeran demasiado.
Le echó un vistazo a Katie, que lo miraba mientras apretaba los labios con fuerza. Su mirada era tan fría como el mismo hielo y estaba dirigida directamente a su frente.
Katie se dio la vuelta rápidamente y se puso a enderezar algo sobre su mesa.
¿Estaba enojada con él?
No tuvo tiempo de averiguarlo porque los jueces ya estaban en su mesa.
Los siguientes veinte minutos fueron un borrón de alegría y un gran dolor.
El escarabajo Volkswagen amarillo se detuvo junto al letrero que anunciaba la entrada al pueblo. Kate apagó el motor.
Atisbó un pintoresco cartel de madera y ladrillo que proclamaba «Bienvenido a Golden Grove, hogar de los grifos».
Miró, a través del parabrisas, hacia el pueblo, aún familiar después de todos esos años. La torre de agua plateada que se asomaba por encima de los árboles, el techo rojo de la estación de bomberos, las copas de los árboles que comenzaban a tornarse amarillas y naranjas bajo el sol de un domingo de otoño. No parecía haber cambiado mucho desde este punto de vista. Era un lugar realmente hermoso, si solo estuvieras visitando una de las pintorescas tiendas y panaderías del centro o mirando desde los acantilados de piedra caliza al río Misisipi que fluía lentamente.
Tal vez para algunas personas, los trabajadores de Nitrovex, los dueños de las tiendas, los que habían vivido toda su vida en Golden Grove, estaba bien. Pero no para ella. Vivir en una ciudad más grande siempre había sido su sueño, su escape, incluso antes de que el instituto la hubiera acabado con ella.
Agarró el volante y resopló. Bueno, solo estaba de pasada por el pueblo, luego regresaría a Chicago. Nadie del instituto tenía por qué enterarse de que había vuelto. Podría sobrevivir unos días. De todos modos, se pasaría la mayor parte del tiempo en la planta química.
Giró la llave, y el coche volvió a la vida.
Quince minutos más tarde, estacionó el escarabajo junto a la acera de ladrillos frente a ese jardín tan familiar. Apagó el motor del coche y permaneció allí parada durante un momento, con las manos en su regazo, escuchando, mirando por la ventana lateral que había bajado de camino al pueblo.
Reinaba el silencio, el habitual silencio dominical de un pueblo pequeño, donde solo se escuchan unos pocos pájaros cantando y algún que otro coche que pasaba por ahí antes de desaparecer unas calles más abajo. A lo lejos se oía el ruidoso elevador de granos, un sonido que había olvidado, pero que significaba que el otoño estaba en pleno apogeo.
Se dio cuenta de que el arce que solía sombrear la entrada había desaparecido, pero el enorme olmo que depositaba brillantes hojas verdes en la entrada cada otoño todavía se encontraba junto a la puerta principal. Los arbustos eran más grandes, pero aún estaban bien podados.
Habían pintado la casa. Ya no era del color amarillo pálido que ella recordaba, sino una mezcla de verde claro adornado con blanco y amarillo. Se fijó en la variedad de plantas que habían colocado a cada lado de la escalera delantera, que conducía a un amplio porche apoyado en blancas columnas corintias redondas que habían adornado con sillas de mimbre.
El viejo columpio que colgaba del porche seguía allí, donde ella solía sentarse a jugar con sus muñecas, a leer o a jugar a los barcos con Peter. Kate sonrió, recordando. No todo había sido malo. Luego, le echó un vistazo a la familiar casa de al lado, y su sonrisa se desvaneció.
Suspiró, resistiendo la necesidad de poner el coche en marcha y regresar a Chicago. Los recuerdos de este lugar comenzaban a acecharla como una mano gigante. Incluso el ambiente parecía familiar y gélido, como si el pueblo la hubiera reconocido, recordado, y le estuviera diciendo que ya no pertenecía a este lugar.
«Lo siento, Danni. No he podido hacerlo. Encuentra a otro que lidere la campaña Nitrovex».
No. Su futura carrera dependía demasiado de esta tarea como para considerar la posibilidad de abandonarlo todo solo por un par de viejos fantasmas.
Agarró su maleta y se apresuró por el angosto camino hacia la puerta principal, mirando a ambos lados. Se sentía como una infiltrada, una espía en su propia casa. Se detuvo frente a la puerta principal y se sintió algo extraña al tener que tocar el timbre de su propia casa. Escuchó el familiar timbre, seguido por el sonido de unas pisadas.
El rostro angelical y fácilmente reconocible de Carol Harding apareció por detrás de las cortinas de encaje que decoraban la ventana que había al lado de la puerta. Carol era bajita y ligeramente fornida, y tenía el cabello corto y grisáceo.
Abrió la puerta y esbozó una sonrisa maternal.
—¡Katie! —exclamó conforme atravesaba el umbral con los brazos extendidos.
—Hola, Carol —Kate dejó caer su maleta y sonrió mientras abrazaba a la mujer que prácticamente había sido como una segunda madre para ella cuando no era más que una adolescente.
La mujer la soltó, pero la agarró por los brazos, observándola.
—Dios mío, estás tan bonita.
Kate sintió que sus mejillas se sonrojaban.
—Gracias.
—Bueno, entra, entra. —incitó Carol con un gesto de la mano.
Kate agarró su maleta y, cuando entró en el recibidor, fue recibida por el olor a pino fresco, pan casero y velas con aroma a manzana. No era el olor que ella recordaba, pero la diferencia parecía extrañamente reconfortante. No era la casa estéril de dos ingenieros químicos en la que había crecido.
Un pequeño gato naranja atigrado apareció de la nada y comenzó a frotarse contra su pierna.
Frunció el ceño.
—¿Sparky?
Carol se rio.
—No exactamente. Es hijo de Sparky, en realidad. Se llama Tommy.
El gato volvió a frotarse contra la pierna de Kate y, luego, desapareció hacia otra habitación.
—Sparky huyó hace unos años. Nunca se acostumbró a la nueva casa, supongo —explicó Carol.
—Ah —Kate sintió una punzada inesperada, a pesar de que Sparky le bufaba y actuaba como si ella no tuviera ningún derecho a invadir su espacio en el jardín—. ¿Nunca lo encontraste?
Carol negó con la cabeza.
—No. Sigo esperando que vaya a volver. Medio esperando que aparezca en el porche con un ratón muerto una mañana de estas. Pero, probablemente ya hace tiempo que se fue lejos.
Carol se limpió las manos en el delantal mientras caminaba hacia lo que una vez había sido el salón, donde los visitantes solían esperar. Era una acogedora habitación, decorada con el mismo empapelado de color rosa claro que Kate había elegido cuando tenía diez años. «Todavía queda bien», pensó.
—Entonces, ¿cómo te ha ido el viaje? —preguntó Carol conforme se sentaba en una vieja silla de terciopelo que se encontraba junto a una lámpara de mármol.
Kate depositó su maleta en el suelo y se sentó en una silla frente a su amiga.
—Bien. No ha sido tan largo como lo recordaba.
—Bueno, las percepciones cambian con el tiempo. Hace tiempo que no venías, ¿no?
Kate esbozó una pequeña sonrisa. ¿La acababa de atacar disimuladamente?
—Mi trabajo me mantiene ocupada. Escalando el escalafón y todo eso.
