Lo que me queda de ti (I) - Araceli Samudio - E-Book

Lo que me queda de ti (I) E-Book

Araceli Samudio

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Beschreibung

Dicen que nada sucede por casualidad, que cada persona llega a nuestra vida con un objetivo y nos trae un aprendizaje. Están quienes se quedan por mucho tiempo a nuestro lado y quienes se van pronto para seguir con su propio camino. Lo cierto es que todos dejan una huella que, en ocasiones, puede ser imborrable. Cuando esa clase de personas ya no están, el vacío se hace inmenso y seguir resulta doloroso. Rafael lo ha entregado todo por amor. Lo único que le queda es el vacío que deja la ausencia de alguien a quien amó con todas sus fuerzas; los recuerdos, que algunas veces reconfortan, pero que también duelen; las preguntas sin respuestas y los sentimientos contradictorios a los que se ve enfrentado tras el abandono. Cuando las historias de amor fracasan, llueven los "quizá". Quizá, si se hubieran encontrado en otros tiempos. Quizá, si Rafael no se hubiera entregado tanto. Quizá, si Carolina hubiera abierto los ojos a tiempo. Quizá, si su falta de autoestima no la hubiese destruido. Quizá, si el amor hubiera vencido al egoísmo. Quizá, y solo quizá, la historia hubiera sido diferente. Lo cierto es que años después de un adiós inesperado la herida sigue abierta en el corazón de Rafael. Él sabe que no puede continuar sin cerrar esa historia. Pero, para ello, necesitará enfrentar a la chica que le robó su alma, su corazón, su vida y sus pensamientos por mucho tiempo. Tendrá que enfrentar a la mujer que le rompió el corazón y que, de pronto, está más cerca de lo que ha esperado.

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Publicado por:

www.novacasaeditorial.com

[email protected]

© 2019, Araceli Samudio

© 2019, de esta edición: Nova Casa Editorial

Editor

Joan Adell i Lavé

Coordinación

Abel Carretero Ernesto

Portada

Ada Reyes

Maquetación

María Alejandra Domínguez

Revisión

Nathalia Tórtora

Primera edición: mayo de 2019

ISBN: 978-84-17589-83-7

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917021970/932720447).

Índice
Agradecimientos
Prefacio
El principio
Conociéndote
Encuetro
Dulzura
Conociéndonos
La fiesta
Quiero cuidarte
El día después
Tu secreto
Huyendo
Beso
Novios
Háblame
Reunión de chicas
Primer amor
De regreso
Luna de miel
Resignación
Te amo
Hadas madrinas
Amor entre flores
Alas de ángel
El principio del fin
Verdades que duelen
El dolor
Desorbitado
Despedida
El final
La fiesta sorpresa
¿Eres tú?
Luz y oscuridad

Agradecimientos

Esta es una historia muy especial para mí, una que antes de convertirse en letras ha implicado lágrimas, sonrisas y, sobre todo, aprendizaje y crecimiento. Quiero agradecer en primer lugar a Dios por darme la vida y, con ella, la oportunidad de ser, de reír, de llorar, de caer y de volverme a levantar, por permitirme sentir su presencia en mi vida y por darme el don para convertir emociones y sentimientos en letras que intentan tocar el corazón de los lectores.

Quiero dar las gracias a mi familia, a mi compañero de vida, Andrés, que me regala su apoyo constante, su amor incondicional, y me da una mano cuando no puedo sola. A mis hijos, Ezequiel, Nayeli e Iñaki, que son mi fortaleza para seguir. A mi madre, por haber confiado siempre en mí.

En esta ocasión, quiero agradecer también a esos maestros que la vida nos pone enfrente, a esas personas que entran a nuestras vidas y que caminan a nuestro lado por un tiempo. Algunos se quedan, otros se marchan; algunos nos traen sonrisas, otros nos dejan lágrimas. Pero todos nos entregan vivencias cargadas de aprendizajes que nos llevan a ser mejor. A cada una de esas personas que han entrado a mi vida y que me han permitido aprender y crecer como persona, a los que siguen a mi lado y a los que se han marchado, a los que me han regalado sonrisas y a los que me han traído sufrimientos. Muchas gracias. Sin ustedes, no sería hoy la persona que soy.

A todos y cada uno de mis lectores, a los que conozco y a los que no, a los que van a cada firma, a los que siguen mis locuras, a los que están allí con su cariño, con su afecto y con su corazón abierto para permitirme llegar con mis letras y con mis historias. Muchas gracias, son el motor de todo lo que escribo.

Y a Nova Casa Editorial, por confiar en mi trabajo y por darme la oportunidad de plasmar las letras en papel, por permitirme acariciar mis sueños y por abrirme las puertas a este fascinante mundo, muchas gracias.

Prefacio

Mi nombre es Rafael Montes y este es mi primer libro.

Mi sueño nunca fue escribir un libro, ese siempre fue su sueño.

Carolina solía decir que escribir la liberaba, que era su forma de sacar todo aquello que tenía dentro, todo lo que le apretaba el corazón o le estrujaba el alma. Entonces, se me ocurrió probar esa terapia, pues, aunque los años pasaron, el amor no se acabó. El dolor tampoco.

¿Se puede amar y odiar a una persona al mismo tiempo? Supongo que yo puedo, funciona como el día y la noche para mí. Amanece y sale el sol, ilumina mi vida, mis días, mi alma. Así es como la amo, como si fuera la luz que necesito para guiar mi camino, como si se tratara del aire que preciso para respirar, como si solo su sonrisa fuera capaz de darme los motivos necesarios para vivir. Pero entonces, llega la noche, el sol se esconde y solo queda la oscuridad. Así es como la odio, como el ser que más daño me hizo; no le importó que yo me deshiciera de dolor en sus manos.

Ella es mi luz y mi oscuridad, ella es mi ángel y mi demonio, mis sueños y mis pesadillas. Ella es mi todo y es mi nada.

Entonces, la amo y, de nuevo, la odio en una perfecta y armoniosa melodía en donde las partes suaves se entremezclan con las partes intensas; en donde las sonrisas se pierden entre las lágrimas, donde los recuerdos buenos coexisten con los malos como un todo imposible de separar, de disociar.

Ella era como una playa tranquila, como un respiro, como la calma que necesitaba mi alma; pero de pronto se convirtió en un tsunami que arrasó con todo, se llevó mi vida y mi ser por delante, dejó solo devastación, angustia y dolor. Oscuridad y tinieblas. Se llevó todo y me dejó sin nada.

De ella me quedó el amor inmenso que le tengo. Aquel sentimiento tan puro que alimenta y purifica, que te hace sentir grande, poderoso y eterno.

De ella me quedó el odio inmenso que le tengo. Aquel sentimiento oscuro y triste que sofoca el alma y la desangra.

De ella me quedó un libro cargado de recuerdos que dejó sobre mi cama. Con sus apuntes, con garabatos, con un escrito donde rezaba su sueño.

«Un día voy a ser una gran escritora, me voy a volver famosa, Rafa. Voy a inventar una historia que se va a convertir en un best seller».

No sé qué ha sido de ella, no sé si ha logrado su sueño. Solo sé que me siento como un personaje de su libro; ella me hizo y deshizo a su antojo, me llevó a experimentar un amplio espectro de sentimientos que ni siquiera imaginé que existían. Ella escribió mi historia, mi pasado y mi futuro.

De ella solo quedaron tres cosas:

Amor.

Odio.

Y un libro.

El principio

La tarde se pierde en el horizonte con una mezcla de colores que dan paso a la noche. A través de mi ventana observo a las primeras estrellas titilar tímidas en un cielo azul violáceo. La melancolía me hace su presa una vez más. Es un domingo como cualquier otro, silencioso y solitario. Lo único que lo hace diferente es la fecha: hoy se cumplen trece años.

Trece años que pasaron de forma rápida y, a la vez, lenta; trece años que trajeron toda clase de cambios a mi vida, pero que no lograron modificar lo básico, la esencia de mi alma: ella. Trece años en los que su recuerdo aún permanece fresco, vívido, ardiente; en los que su ausencia aún duele tanto como el mismo día que la vi partir.

Una lágrima se derrama solitaria por mi mejilla y sigue el camino de muchas otras que la precedieron, un camino para purgar el dolor de mi alma. El sonido de llaves me devuelve al momento. Cierro el cuaderno y me limpio los ojos, no quiero que me vea así.

—¿Papi? ¿Estás bien? —Me conoce demasiado, no puedo ocultarle mi tristeza. Asiento con rapidez.

—¿Qué tal te fue con Paty? —pregunto para que cambiemos de tema. Ella dibuja una sonrisa en sus labios, camina hasta la silla vacía frente a mi escritorio y se sienta. Su mirada es dulce y, aunque sé que se ha percatado de mi estado, evita el tema y me cuenta sus cosas.

—Conocí a un chico —afirma y, al decirlo, sus ojos brillan con emoción.

Sonrío. La frescura de su alma es mi alimento diario.

—Así que un chico, ¿eh? —pregunto. Ella sonríe y asiente—. Cuéntame más.

—Yo te cuento, pero tú también lo haces —dice y me señala con su dedo índice como si quisiera amenazarme, yo sonrío—. Vine temprano porque prometiste que hoy me empezarías a contarme qué es lo que tanto escribes en ese cuaderno. —Llevo esquivando su curiosidad por más de dos semanas, pero esta mañana me encontró más triste que de costumbre. Entonces, con la idea de que me dejara solo para poder hundirme en mi melancolía, la insté a que saliera a pasar el día con su mejor amiga. Claro que eso solo lo logré con la promesa de que, a su vuelta, le contaría toda mi historia. Según Taís, ya tiene edad para saber más de mi vida.

Ella es una muchachita inteligente y alegre. Es el oxígeno que yo respiro, no sé qué hubiese sido de mi vida sin ella. Pero insiste en saber el porqué de mi soledad y no parará hasta conseguir que se lo cuente. He pensado mucho en ello, en si es conveniente compartir mi dolor con alguien más. Quizá, sacar aquello que está incrustado en lo profundo de mi ser y que ha echado raíces tan grandes que crecieron alrededor de mi corazón agobiándolo por completo, pudiera resultar beneficioso. Además, no tiene nada de malo hablarlo con ella, es en quien más confío y ya tiene la edad suficiente como para entender; mi historia podría ayudarla a no cometer los mismos errores.

—Bien, cumpliré con mi promesa —afirmo con una sonrisa, quizá sea la primera del día, pero verla siempre me hace sentir mejor, se parece en tantas cosas a ella. Puede cambiar mi estado de ánimo en segundos.

—Bien. Para hacerte más sencillo el inicio, empezaré yo —dice y sus ojos adquieren un brillo especial—. Este chico es un compañero de Paty. Se llama Rodrigo, y nada, es muy lindo… y dulce. Nos conocimos hoy, así que no hay mucho que contar. ¡Ahora es tu turno! —exclama con emoción.

—Me siento en desventaja, eso es trampa. —Sonrío y luego miro el cuaderno que se ha convertido en mi compañero en los últimos meses. Acaricio su portada y suspiro. Quizá leérselo será más fácil que solo contárselo—. Te lo iré leyendo, ¿te parece? Esto es como… el capítulo más difícil de mi vida.

—¿Y lo escribes en ese cuaderno como si fuera una novela? —pregunta y enarca las cejas con curiosidad y sorpresa.

—Lo hago como terapia —respondo, observo de nuevo a la ventana, los colores de la tarde ya se han ido y solo queda la noche—. Ella decía que escribir era bueno, que era su manera de enfrentar las cosas. Yo nunca lo intenté, hasta... hace poco. Lo hago porque quisiera que esta historia dejara de doler de una vez, necesito soltarla.

—¿Quién es ella? —quiere saber Taís, su rostro muestra sorpresa. Luego, achina un ojo con picardía. Me gusta su forma de ser, es expresiva y espontánea.

—Carolina… —Pronunciar su nombre en voz alta luego de tantos años despierta el pequeño aleteo de las mariposas que vivieron en mi estómago en aquella época y que, ahora, duermen hechizadas por su partida.

—Te escucho entonces —agrega Taís y cruza sus piernas sobre la silla. Se recuesta por el respaldo para buscar la comodidad necesaria para oír una larga historia.

Abro el cuaderno en la primera página, bajo la vista y suspiro. Me da miedo compartir mi historia, siento temor a ser juzgado al compartir aquello que tanto me ha marcado. Levanto la vista de nuevo y la observo, ella sonríe fresca y asiente para darme ánimos. Entonces tomo aire, coraje y empiezo la lectura de mi propia vida:

ji

Era solo un chico, uno lleno de vida, de ganas de experimentar, de vivir, de amar. Tenía diecinueve años y cursaba mi segundo año en la universidad. Era el primer día de clases, llegaba ansioso por encontrarme de nuevo con mis amigos, tenía ganas de aprender un poco más sobre la profesión que tanto me apasionaba: Derecho.

Al entrar al edificio, me encontré con Juanpi, mi mejor amigo. Nos saludamos con un abrazo, llevábamos meses sin vernos pues él había ido a otra ciudad a pasar las vacaciones.

—¿Cómo te ha ido? —preguntó al verme.

Le comenté sobre mis días de verano, sobre las fiestas en la playa, sobre Laura —una chica a la que había conocido en una de esas fiestas y con la que tenía «algo» aún difícil de definir—. Juanpi me habló de su verano, del encuentro con su familia, del viaje que hicieron y de los lugares que conocieron.

Aún era temprano para las clases, así que nos dirigimos hacia el comedor de la universidad, un buen desayuno antes de empezar era una costumbre para nosotros. Nos servimos y caminamos hasta la mesa habitual.

Entonces, la vi. Era imposible en aquel entonces adivinar que ella sería mi perdición. Su pelo era rubio, tan claro que parecía de oro; sus ojos estaban perdidos en las páginas de algún libro que leía con esmero y concentración, como si el mundo no existiera a su alrededor. Estaba vestida con jeans y una blusa púrpura, mordía un lápiz con el que en ocasiones escribía algo en el libro. De repente, sonreía, levantaba las cejas o fruncía los labios. Sus gestos me agradaron, me parecía dulce, era la imagen vívida de un ángel en la tierra, la inocencia de sus facciones me generaba ganas de abrazarla y de protegerla.

Aún no sabía que era como una rosa, bella y perfecta, pero llena de espinas dolorosas. No había forma de notarlo en ese entonces, yo no lo intuí y me acerqué a ella.

—Hola —saludé con aire galante. Nunca me había sido difícil relacionarme con las mujeres, no era demasiado guapo, pero era cordial y atento, digamos que sabía cómo tratarlas. Juanpi sonrió acercándose algunos pasos por detrás para observar el proceso y apoyarme.

—Hola —dijo sin levantar la vista.

—¿Eres nueva? —insistí.

—Para ti, porque no me conoces —respondió y, al fin, me miró a los ojos. Verdes, verdes como la esperanza que en ese momento albergaba mi ser. La esperanza de que siguiéramos conversando.

Atrevido, galante y astuto, me senté en el sitio vacío y coloqué mi bandeja sobre la mesa; Juanpi hizo lo mismo y la rubia levantó ambas cejas en señal de sorpresa.

—Eso se puede solucionar. Me llamo Rafael, puedes decirme Rafa. —Me presenté y le tendí la mano con seguridad.

—Yo me llamo Carolina, y no puedes decirme Caro, ni Carol, ni Carola y mucho menos Carito. —Su tono era seco y poco amigable, pero eso no era más que combustible para mí y mis ganas de conquistarla.

—Yo soy Juan Pablo —añadió mi amigo—, puedes llamarme Juanpi.

—Entonces, Carolina… ¿No te gustan los apodos? —pregunté e ignoré a mi compañero.

Él la veía directo a los ojos y ella no bajaba la mirada.

—Me gustan, pero les regalo ese honor solo a mis amigos —zanjó.

—¡Wow! —exclamé mientras comía unas papas fritas de mi plato—. Hablas como si fueras una persona famosa o algo por el estilo —bromeé.

—Aún no lo soy, pero un día lo seré —respondió y volvió a su lectura.

—Entonces, Caro… ¿Qué haces este sábado? —pregunté atrevido, insistente, animado ante el carácter duro de la joven con cara de ángel.

—Contigo, nada… —respondió sin mirarme, Juanpi se echó a reír.

Lo miré de soslayo como para que se detuviera, lo entendió enseguida y se concentró en su comida.

—¿Qué lees tan entusiasmada? —intenté seguir con la conversación sin verme afectado por su desplante.

—Un libro, ¿qué no ves? —respondió y volvió a levantar su mirada hacia mí. Le regalé una sonrisa dulce para tratar de aflojar su coraza. No pensaba desistir.

—Hmmm… ¿Y por qué tanta agresividad?, solo quería ser amable —dije y me encogí de hombros. Decidí cambiar de táctica; a veces, al simular que bajaba la guardia lograba obtener la atención de las chicas como ella. Era hermosa y eso seguro la colocaba en esa situación de creerse superior.

—Mira…

—Rafa —completé ante su duda.

—Rafael… Estoy aquí para estudiar. No me interesa hacer amigos, ya tengo unos cuantos y me conocen desde muy chica —respondió tajante y volvió a su lectura. Por un instante pensé en levantarme y dejarla sola, pero no le daría ese triunfo.

—Pero yo soy muy especial, nunca en tu vida tendrás otro amigo como yo. No puedes dejar pasar esta oportunidad —bromeé ante su estúpido comentario anterior. Una chiquita malcriada no iba a ganarme, no iba a ceder ante sus desplantes.

¡Qué equivocado estaba entonces!

—¿Qué te hace especial? —dijo y me miró de nuevo, esbozaba una media sonrisa entre irónica y divertida. Era hermosa, todo en ella me agradaba de una forma que no podía explicar, me generaba una sensación de querer estar a su lado, de cuidarla, de protegerla. A pesar de mostrarse ruda, yo presentía que, en el fondo, era un suave helado de fresas derritiéndose al sol.

—Puedo ser un buen amigo, soy leal, me encontrarás siempre. Además, soy guapo —añadí con un guiño.

—¿Eso te lo dijo tu madre? —comentó y luego se largó a reír.

Su risa sonaba como miles de cascabeles al viento. Si las estrellas tuvieran un sonido, sería parecido al de su risa. Me quedé embobado ante el hoyuelo en su mejilla derecha, hipnotizado por el verde de sus ojos achinándose, embelesado por el movimiento de su cabello rubio que ondeaba suave como resultado de aquella genuina carcajada.

—Pues sí, mi madre y las chicas con las que acostumbro salir —respondí entre enfadado y feliz. Enfadado porque esta chica me estaba pisoteando, pero feliz porque me hablaba. En aquel momento no pude intuir que esa sería por siempre la realidad de nuestra relación: ella dando sobras y yo feliz de recibirlas.

—¿Chicas como quiénes? —Ante aquella pregunta levanté la vista a mí alrededor, debía encontrar a una chica que a ella le pareciera importante y que fuera buena amiga mía como para seguirme el juego. A las mujeres suele llamarles la atención lo que les interesa a otras mujeres a las que ellas consideren igual o superior.

¡Sara! Ella era la escritora del blog del centro de estudiantes de la universidad. Si a Carolina le gustaba leer, era probable que la conociera y la admirara, Sara era genial con el uso de las palabras.

—¡Sarita, bella! —La llamé y se giró a mirarme, se acercó entonces a la mesa y saludó.

—¿Qué hacen? —preguntó sonriente.

—Aquí haciendo una encuesta para ayudar a la compañera nueva a decidirse. A ver, dime, ¿crees que soy guapo? —pregunté.

Sarita me observó con confusión y yo le guiñé un ojo sin que Carolina lo pudiera ver. Ella entendió que debía seguirme y sonrió.

—Claro que eres guapo, Rafael, también inteligente. Eres uno de los chicos más prestigiosos de la universidad. —Bueno, Sara se lo tomó en serio y ya hasta exageraba.

Me apretó las mejillas y me plantó un beso fugaz en los labios. Juanpi por poco y escupe lo que bebía. La chica me sonrió y se alejó elegante y divertida. Yo me quedé algo atontado.

—Bien… parece que puedo considerar tu caso —añadió entonces Carolina mientras miraba a Sara caminar hacia una mesa llena de chicos y chicas del centro de estudiantes, mi idea había dado resultado y, al menos, le había generado curiosidad—. Te espero el sábado, a las seis de la tarde, en la Biblioteca Nacional. Debo buscar un libro y tú puedes ayudarme con eso.

—¿Eso es una cita? —pregunté con entusiasmo sintiéndome orgulloso por mi triunfo.

—No. Es un… encuentro de lectura —agregó y luego se levantó para salir del comedor e ir a quién sabe dónde, quizás a su salón.

Era hora de comenzar con la primera clase.

ji

Levanto la vista y noto que Taís se muerde el labio; se ve entusiasmada, atenta y emocionada.

—¿¡En serio me vas a contar tu vida como si estuviéramos leyendo una novela!? —Sonríe mientras junta las palmas de sus manos en pequeños y entusiastas aplausos.

—Solo si no te parece aburrido. —Me encojo de hombros avergonzado y ella niega.

—¡Claro que no! Yo quiero saber por qué hay tanta tristeza en tus ojitos —dice con ternura.

—Un capítulo por día, cada noche, antes de dormir —propongo.

—¿Cómo cuando era niña y me leías un cuento a diario?

Despierta en mí el recuerdo de cuando ella era apenas una niña que intentaba a toda costa mantenerse despierta hasta el final de las historias.

—Exacto —asiento.

Ella camina hasta mí y me abraza, me da un beso en la mejilla y luego busca mis ojos con su mirada gris, serena.

—Te advierto que voy a matar a la persona que te hizo tanto daño. —Amenaza con su dedo índice levantado, yo niego—. Pero mientras tanto, veamos que hay para cenar. Tengo hambre

Me levantó y la sigo hasta la cocina; buscamos en los estantes y decidimos qué comer mientras ella comienza a contarme su día con lujo de detalles y yo trato de olvidar el mío.

 

Conociéndote

Hoy fue un día tranquilo, raro para ser lunes. La oficina estuvo casi sin movimiento, lo que me permitió llegar temprano a casa. Me di un baño, escribí un poco y ahora preparo la cena para Taís y para mí. Son cerca de las nueve y ella no tardará en llegar de sus clases de danza.

—¡Hola, familia! —anuncia, tan alegre como siempre.

No sé qué sería de mi vida sin ella y sin su alegría de vivir. Creo que hay dos tipos de personas en este mundo: las que se ahogan en los problemas y las que nadan a través de ellos. Supongo que yo pertenezco a la primera y ella a la segunda.

—¡Hola! ¡Estoy preparándote una cena deliciosa! —grito para que me oiga desde la entrada y venga junto a mí.

Segundos más tarde, la veo en el umbral de la puerta de la cocina. Sus cabellos recogidos, su bolso colgado al hombro y su uniforme de la academia de danzas.

—Estoy muerta de cansancio, pero no sabes lo que pasó —dice con entusiasmo—. En tres meses vendrán los del Ballet Nacional a hacer audiciones en la Academia y la directora me dijo que podía presentarme. ¿Sabes lo que es eso, papi? ¡Mis sueños de ser una bailarina profesional podrían estar más cerca de lo que pensaba!

—Me agrada eso, pequeña, pero quiero que te cuides. Nada de dejar de comer ni tampoco de descuidar la escuela, ya falta muy poco. —Taís va a clases de danza desde los tres años, es su pasión y su sueño, una de las cosas que la mantuvo firme cuando su mundo se tambaleó. Pero el ambiente de la danza es duro, ensaya hasta quedar sin aliento y el entorno es muy exigente con la cuestión de la alimentación. Ella tiene varias compañeras con problemas alimenticios y yo no quiero que ella pase por eso. No, otra vez no. Lo hablamos desde que era muy pequeña; por suerte, su contextura física le ayuda: es chiquita y delgada, justo como su madre.

—Lo sé, lo sé. No te preocupes por eso. ¡Pero estar en un ballet es lo que siempre quise! —exclama con emoción entre saltitos de entusiasmo.

—Lo sé, y estoy seguro de que lo lograrás. Me encantará estar allí en primera fila viéndote danzar y ser feliz —digo con cariño.

Ella me regala una sonrisa tierna y, luego de dejar su bolso botado en el suelo —como siempre—, se sienta en su sitio de siempre frente a nuestra pequeña mesa redonda. Sirvo la cena para ambos y comemos mientras conversamos un poco más acerca de nuestros días.

—Lavo los cubiertos, me baño y te veo en el estudio para que sigamos con el capítulo del día, papi —dice cuando acabamos.

—Pensé que ya lo habías olvidado —suspiro.

Es mentira, sabía que no se le olvidaría, pero tenía la esperanza de que el cansancio le ganara. Aún me cuesta abrir mi mundo.

—¡Nunca! Estoy súper intrigada con aquella historia y quiero saber quién es esa mujer —exclama.

Me gustaría responderle que yo también quisiera saberlo, pero prefiero callar.

Un rato después, ella se acomoda, con sus piernas cruzadas sobre el asiento en lo que ella llama «posición mariposita» —pues con ese nombre enseñan a las niñas pequeñas en el ballet a sentarse así—. Yo también estoy en mi sitio, con el cuaderno en mis manos, abierto en el capítulo de hoy, mientras intento tomar coraje para adentrarme en las páginas de mi vida pasada.

—Te escucho con atención —dice Taís para alentarme y sonríe.

ji

El sábado estuve allí desde las cinco y media, esperándola ansioso. Algo en esa chica hacía que mi interior vibrara, que mi corazón despertara de una forma que nunca antes había experimentado. Ella me atraía y, desde el inicio, supe que Carolina sería especial en mi vida, de esa clase de chicas que dejan huellas a su paso. Lo que entonces no sabía era que ella terminaría siendo mi todo y que, cuando la perdiera, solo me quedaría la nada.

Ella llegó a un cuarto para las seis. Sonrió al verme recostado contra la pared de la Biblioteca. Iba con un vestido corto de color azul, medias negras largas y botas del mismo color. Llevaba el pelo suelto y desaliñado, un bolso pequeño y un par de libros bajo sus brazos. Sus labios estaban pintados en un rosa tenue y en su mano libre traía una botella de agua.

—¿Llevas mucho esperando? —preguntó al verme.

—No, solo unos minutos.

—Bien… entremos entonces —dijo sin siquiera saludarme con un beso en la mejilla.

En la biblioteca no pudimos hablar mucho, eso me ponía nervioso. Cada vez que intercambiábamos palabras, alguien nos miraba con mala cara para que hiciéramos silencio. La biblioteca no es un buen lugar para tener citas.

No sabría decir qué es lo que ella hacía en realidad, iba a uno de los estantes, sacaba unos libros y los traía a la mesa; los abría y buscaba algo en ellos; tomaba apuntes y luego los cerraba y los llevaba de nuevo a su lugar. Repetía el proceso una y otra vez. Yo, mientras, estaba fascinado con la gracilidad de sus movimientos, con la belleza de su cuerpo y de su rostro, con la armonía de sus facciones que cambiaban de una a otra mientras hojeaba los ejemplares. Algo la tenía emocionada, motivada, embebida en todo lo que hacía. Por un instante deseé ser ese algo y que me mirara de la misma manera en la que observaba a esos libros, con tanta emoción y entusiasmo.

Entre susurros escuetos, no decía mucho más que lo que le parecían aquellos libros. «En este encontré mucho, en este no encontré casi nada». Solo hacía esa clase de comentarios, así que me encontré preguntándome si aceptaría ir a tomar un café después de este «encuentro de lectura», como ella lo había denominado, aunque yo no estuviera leyendo ningún libro.

Cuando por fin dio por terminada la búsqueda de no sé qué, nos decidimos a salir de la biblioteca. Una vez afuera, y antes de que se despidiera, me animé a invitarla, con mucho miedo al rechazo. Ya desde ese entonces podía presentir que ella era como una cajita de sorpresas, nunca se sabía cómo terminaría actuando, pero eso a su vez me atraía y me atrapaba.

—¿Vamos a tomar un café? —solté de la forma más casual posible.

—Hmmm… —Me observó un tanto confundida, sus labios fruncidos y sus cejas levantadas me hicieron entender que lo estaba pensando.

Me adelanté a su respuesta.

—Vamos, no muerdo… —Sonreí con dulzura, para ver si cedía un poco.

—Okey, pero no tengo demasiado tiempo —zanjó.

Si dentro de mí hubiera habido personitas como esas de la película de Disney[1], en aquel momento habrían estado saltando, emocionadas y felices, mientras festejaban la victoria. Y es que los hombres somos competitivos y esta chica se había convertido en un desafío para mí. Solo que en aquel entonces no sabía que había guerras que era mejor no batallarlas y nadie me había dicho aquel refrán de que: «Huir a tiempo no es cobardía».

—Bien, te llevaré a un sitio donde sirven un capuchino único —comenté en un intento por contener la emoción.

—¿Quién dijo que me gusta el capuchino?

La observé y parpadeé, confundido ante su comentario, pero ella entonces se echó a reír y me di cuenta de que bromeaba.

—Amarás ese —respondí con confianza en la voz y ella solo asintió con su sonrisa fresca.

Cuando llegamos al café, elegimos una mesa con vista a la calle. Nos trajeron el menú y entonces ordenamos dos capuchinos, yo pedí un muffin de canela y ella pidió brownies de chocolate con almendras.

—¿No es demasiado dulce para alguien tan dulce como tú? —pregunté con la intención de hacer un tonto cumplido porque no se me ocurrió nada mejor para arrancar alguna conversación.

—Hmmm —dijo y me observó a los ojos. Me perdí por unos segundos en el verde profundo de su mirada—. ¿En serio crees que soy dulce?

—Creo que eres como una de esas frutas que tienen la cascara un poco ácida o amarga, pero que por dentro pueden ser muy dulces. Como una fresa… Al principio pueden ser un poco ácidas, ¿no?

—¿Me estás diciendo que por fuera soy ácida o amarga? —preguntó con seriedad, lo que me puso algo nervioso.

—Bueno… no puedes negar que has sido bastante ácida conmigo. —Me encogí de hombros.

—Puedo ser muy dulce si me lo propongo. —Y entonces sonrió de una forma tan exquisita y única, que creo que ese fue el momento exacto en el que caí rendido a sus pies. El instante preciso en el que mi yo se impregnó de ella para no volver a ser nunca más a ser simplemente yo, al menos no sin ella.

Carolina tenía varias sonrisas, y esa era y sería por siempre la que yo más la amaría, la que más añoraría. Aquella sonrisa parecía salirle del alma, iluminaba su rostro y hacía que sus ojitos se achinaran hasta dejar solo un par de destellos verdes que iluminaban sus facciones como faroles. El pequeño hoyuelo se hacía más profundo y su rostro perdía las muecas irónicas para convertirse en el de una niña inocente, serena, a quien daban ganas de abrazar. Me rendí ante esa sonrisa, ante esa mirada dulce, y asentí con seguridad.

—No me cabe ninguna duda, Carolina.

—¿Qué estudias? —preguntó mientras empezó a comer lo que le habían servido. Devoraba sin piedad su plato y a mí me agradaba verla así.

—Derecho —contesté—. ¿Tú?

—Letras, obvio —respondió con la boca llena. Me parecía adorable.

—Háblame del libro que vas a escribir, el que te hará famosa —bromeé.

—Estoy investigando, quiero escribir una novela de fantasía, algo sobre ángeles y demonios. Pero no quiero que sea igual a nada que ya está escrito, quiero hacer algo único y fuera de serie. Por eso no me apresuro, soy de las que piensan que las cosas buenas llevan su tiempo.

—¿Para eso revisabas tantos libros? —inquirí y ella asintió.

—Sí, son libros que hablan sobre el tema. Necesito informarme sobre lo que ya existe para luego escribir lo que aún no hay —respondió con seguridad.

—Así que fantasía, ¿eh? —pregunté mientras comía mi muffin.

—Sí, me gusta la idea de inventar una realidad alternativa. Una donde yo tenga el control de hacer y deshacer. Cuanto más alejado esté de la realidad, mejor. Para historias reales ya tenemos la vida misma —añadió y se encogió de hombros.

—Interesante teoría. Ahora prométeme algo.

—¿Qué podría prometerte? —cuestionó curiosa.

—Que el primer libro me lo dedicarás a mí y me lo firmarás.

—¿Dedicártelo? No sé. ¿Por qué debería hacer algo así? Ahora lo de firmarte una copia, eso sí… claro.

—Pero debe ser la primera que firmes —insistí.

—Bueno… lo pensaré. —Sonrió de nuevo—. Me gusta que creas en mí, la gente piensa que estoy un poco loca y que estas ideas son estrafalarias.

—¿Qué gente? —pregunté intrigado.

—Mi gente… —dijo y volteó la vista a la ventana. Frunció el labio, parecía incómoda. Algo de su luz propia se opacó en su mirada, pero rápido ocultó aquello y se volteó de nuevo a verme—. ¡Esto está genial! Tenías razón, el capuchino es delicioso.

—Cuando quieras, podemos repetirlo —agregué y ella negó con una sonrisa divertida.

—Ya veremos, ahora voy un rato a los sanitarios.

La esperé y, cuando volvió, caminamos hasta su casa.

—Es aquí —dijo cuando estuvimos enfrente—. Gracias por acompañarme hoy y por la merienda… —Parecía nerviosa. Su casa era bonita, en un barrio de clase alta, pero no era una construcción demasiado ostentosa o, al menos, por fuera no se veía de esa forma.