Lobo siberiano - Álver Metalli - E-Book

Lobo siberiano E-Book

Álver Metalli

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Beschreibung

"¡Quiero unooo!" Si la que pronuncia esta frase es María Débora Dos Santos, de Manaos, el pedido se vuelve un mandato, una orden indiscutible. Y no importa si lo que la niña pide es un lobo acostumbrado a temperaturas polares, también debe ser complacida. A cualquier precio. Intrigante y conmovedora, esta novela —que recuerda al mejor realismo sudamericano— atrapará a adolescentes, jóvenes y adultos por igual. Lupo Siberiano —en su edición original— ha recibido una mención de mérito en el Premio de Literatura para niños y fue elegida por la Biblioteca Internacional de Mónaco para la Selección del White Ravens 2007.

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Índice de contenido
Lobo Siberiano
Portada
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Biografías
Legales
Sobre el trabajo editorial
Contratapa

Lobo Siberiano

Alver Metalli

Traducción de Inés Giménez Pecci

Colaboración de Mariana Janún

Ilustraciones:

Florencia Delboy

A Verónica, escritora in pectore.

«La capacidad de hablar a los niños es síntoma seguro de lo plena y completa que es una visión del mundo, y de su aptitud para convertirse en contenido de una historia

educativa, o sea, de una tradición.»

L. Giussani

Prólogo

Todo sorprende en esta breve y cautivante novela del escritor italiano Alver Metalli.

El relato comienza con una imagen alegre y luminosa en la pantalla del televisor: un magnífico lobo siberiano que corre y juega envuelto por una nube de nieve, libre y vital en un blanco espacio sin fronteras, mientras flotan en el aire las airosas notas musicales de conocidas piezas clásicas. Pero ya desde el primer momento de la historia se percibe la presencia de elementos inquietantes, como el mismo lugar donde se desarrolla.

La historia transcurre en Manaos, una ciudad de la región amazónica. El calor es terrible, la noche húmeda y sofocante. Y para colmo de males, una prolongada sequía ha consumido el nivel del agua de los diques que suministran energía eléctrica a esa capital. Como no hay electricidad, el aire acondicionado no funciona, los ventiladores están inmóviles en las casas y oficinas de Manaos y la temperatura alcanza un nivel récord. Aquí vive la protagonista de la narración, María Débora Dos Santos, una niña de familia acomodada. Tirada en un sillón, muerta de calor y sin ganas de hacer nada, mira televisión mientras sus padres duermen.

De pronto, algo atrae su atención en la pantalla. A partir de este momento, el momento en que Débora lanza un grito de capricho, empieza la historia.

Una historia donde el lobo es un personaje principal cuyo silencio grita. Pero es mejor detenerse en este punto para no anticipar lo que los lectores podrán leer en esta fascinante narración que no querrán abandonar hasta el último renglón de la última página.

Esta novela, que se lee con fluidez y atrapa al lector, tiene el mérito de tocar una amplia gama de temas de gran actualidad. No solo muestra desde adentro un mundo fascinante y poco conocido, incluso para los sudamericanos, sino que sugiere elementos de reflexión sobre muchos aspectos problemáticos de la vida moderna, de la vida de nuestras ciudades pequeñas o grandes, pero también del campo, donde la televisión es una fuente importante de esparcimiento e información: la televisión que suele mostrar el mundo como si estuviera al alcance de la mano, borrando las distancias en un abrir y cerrar de ojos, y anulando las diferencias del clima, de la manera de vivir, de la historia y de la cultura de cada lugar. Un mundo donde todo se puede comprar o vender y del que podemos disponer a nuestro antojo. Incluso si se trata de un lobo genéticamente formado a través de los siglos para adaptarse a un determinado hábitat, en latitudes opuestas por completo a las nuestras. Y además, la ignorancia sobre las leyes que rigen el ambiente, la falta de atención a las necesidades de los demás, la dócil sumisión a la cultura de lo descartable y a la manía de perseguir los símbolos de status más absurdos.

El lobo y la niña son protagonistas de una historia emblemática y ejemplar dirigida a jóvenes lectores y al público en general. Una historia con un final sorprendente porque el grito de “¡Quiero unoooo!” de María Débora Dos Santos volverá a escucharse, esta vez, en medio de los hielos de la Antártida…

La editora

Capítulo 1

—¡Quiero unooo!

El cuerpo regordete de la niña se estremeció, el sonido largo, prolongado, retumbó de pared en pared, superó el Allegro de las Cuatro Estaciones de Vivaldi, se deslizó por la puerta entreabierta, bajó por las escaleras del primer piso y siguió hasta el oído felino de Edmunda que fregaba el piso de la cocina. La empleada doméstica por horas, una descendiente de la tribu Atroari Walmiri que la civilización no había asimilado del todo, levantó los hombros encorvados sobre las baldosas, interceptó el grito entre las notas del Otoño, e inclinó la cabeza retomando su trabajo.

—¡Quiero unooo! –se escuchó por segunda vez. El grito se ahogó, el brazo levantado frente a la nariz señalaba el objeto de sus furiosos deseos, y la cabeza dirigida al bulto cubierto por las sábanas no dejaba dudas sobre quién debía ocuparse de satisfacerlos.

—¡Quiero unooo! –repitió después de tomar aliento, y algo se movió a su lado, bajo las sábanas bordadas.

Así, con una estridente vibración de la garganta lanzada contra la pantalla del televisor, comenzó el día de María Débora Dos Santos, el tercero de la semana. ¿Qué quería? Un lobo. Quería precisamente un lobo. Exactamente un lobo siberiano, de pelaje plateado y ojos feroces. Quería al joven lobo que corría como una flecha frente a ella, sobre las veintinueve pulgadas sintonizadas en Tele Globo; corría y arqueaba el lomo, se lanzaba hacia delante como una catapulta y levantaba nubes de… de… ¿De qué? Débora no sabía darle un nombre al polvo blanco donde se revolcaba el lobo y que, por la manera de deslizarse por la pendiente, alegre y juguetón, debía hacerlo feliz.

—Nieve –dijo su mamá, a quien el grito había sacudido del sopor matutino exasperado por la falta de electricidad–. Eso es nieve –le explicó mejor Doña Felicita–, se está revolcando en la nieve, ¿ves qué contento está? Por lo menos, él está fresco –suspiró la madre desperezándose con un escalofrío de placer.

Apenas unos momentos antes, después de una noche infernal, había vuelto la electricidad; las luces se encendieron y las paletas del ventilador de techo empezaron a girar de nuevo. En Manaos había racionamiento de energía eléctrica. El gobierno de la ciudad suspendía su suministro dos horas al día en forma rotativa a diferentes sectores y durante toda la noche, de las 12 en adelante. A esa hora, minutos más, minutos menos, los faroles y los carteles luminosos se apagaban, la oscuridad volvía a adueñarse de cada rincón de la ciudad. La selva cobraba vida en el silencio de la noche. Los frondosos manglares se proyectaban sobre las casas de la periferia como si quisieran tragarlas; la sombra de las magnolias caía sobre ellas, perezosas e inmóviles serpentinas impregnaban el aire cargado de humedad. La noche transpiraba humores cálidos; los árboles acariciaban los techos con sus cabelleras, la vegetación estrechaba calles y pasadizos en un abrazo sofocante. Durante el día, en cambio, nadie sabía con exactitud en qué momento y a quién le tocaba. Pero de improviso, cuando uno menos lo esperaba, los aparatos de aire acondicionado dejaban de susurrar, las paletas de los ventiladores bajaban de velocidad y se detenían, la temperatura empezaba a subir: 38, 40, 42 grados y más, sin piedad.