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Pearl James estaba entusiasmada con su nuevo empleo, hasta que un test de personalidad le reveló que su máximo afán era llamar la atención, como un pavo real. Sin embargo, su jefe, Edward Merrick, era más bien como una pantera: un ser poderoso, decidido y despiadado. Pearl sabía que lo más lógico era olvidarse de la atracción que sentía por él y trabajar duro para conseguir un ascenso. El problema era que cada vez que estaba con Ed, no se sentía nada profesional. ¡Estaba enamorándose perdidamente de él!
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Seitenzahl: 144
Veröffentlichungsjahr: 2019
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2008 Jessica Hart
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Loca por el jefe, n.º 2195 - enero 2019
Título original: Promoted: to Wife and Mother
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados
I.S.B.N.:978-84-1307-445-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Si te ha gustado este libro…
PEARL tamborileaba con los dedos en la manga de su chaqueta, intentando disimular que estaba empezando a ponerse de los nervios. Qué pérdida de tiempo aquel curso de «aprendizaje para el liderazgo». Por el momento, lo único que había hecho era pasarse horas rellenando un cuestionario esperando ser un delfín, cálido, amistoso, expresivo… sólo para ser informada de que, a pesar de haber contestado a cada pregunta de manera delfinesca, era, de hecho, un pavo real.
¡Un pavo real!
Y, para añadir sal a la herida, parecía ser el único pavo real del grupo. Todos los demás eran sociales y encantadores delfines o encantadores y tímidos búhos, aunque a Pearl no le habría gustado ser uno de ésos, la verdad.
Había sabido desde el principio que aquel curso era un error.
Para disimular que envidiaba secretamente a los delfines, todos riéndose y haciéndose amigos como locos, Pearl inspeccionó sus uñas y se quedó momentáneamente admirada por su color.
«Lujuria» se llamaba. Ése sí que era un buen nombre para una laca de uñas. Pero el rojo pasión podría haberla delatado, pensó luego. Las mujeres delfines, o delfinas, probablemente se pintarían las uñas de un discreto y amistoso color rosa. Y en cuanto a los búhos… estarían demasiado ocupados poniendo en orden su trabajo como para pintarse nada.
Pearl suspiró, mientras escondía las manos y empezaba a golpear el suelo con el pie.
–Parece que somos los únicos diferentes. ¿Cree que deberíamos aliarnos?
Pearl giró la cabeza y se encontró mirando un par de burlones ojos grises. Era el hombre que había llegado la noche anterior al hotel.
Se había perdido la cena y la presentación, pero Pearl se había fijado en él más tarde, en el bar, aunque no sabía por qué. No era particularmente guapo ni llamaba especialmente la atención. Sólo era un hombre, ni demasiado alto ni demasiado nada.
No sabía por qué se había fijado en él.
Ella estaba en medio del grupo que mejor lo estaba pasando, pero el desconocido no se había acercado. Se quedó hablando un rato con un grupo de gente aburrida, búhos probablemente, antes de desaparecer, dejándola un poco picada por su falta de interés.
Pero allí estaba ahora.
Pearl lo estudió con interés. De cerca era menos corriente de lo que le había parecido. Tenía arruguitas alrededor de los brillantes ojos grises, de ésas que tiene la gente que se ríe mucho. Y a ella siempre le habían gustado esas arruguitas. Pero el humor que había en sus ojos contrastaba con su expresión austera y su firme, por no decir inflexible, boca.
En fin… no era guapísimo, ni siquiera era demasiado atractivo, decidió. Aunque sus hormonas, que estaban hibernando desde que Nick le rompió el corazón, empezaban a despertarse.
Irritada por esa reacción, Pearl levantó la barbilla, orgullosa.
–No puede estar conmigo a menos que sea un pavo real –le espetó, mirando su jersey gris y sus pantalones oscuros–. Y a mí no me parece que lo sea.
–No, no soy un pavo real. Por lo visto soy una pantera –contestó él. Estaba serio, pero en sus ojos seguía habiendo aquel brillo burlón…
–¿Ah, sí?
Según el panfleto que les habían dado por la mañana, las panteras eran machos alfa: fuertes, decididos, ambiciosos y despiadados.
Y a Pearl no le había hecho mucha gracia descubrir que ella, además de ser un pavo real, siempre buscando atención, tenía un ascendente pantera. Menuda combinación.
–No habría imaginado que fuera usted una pantera.
Aunque había algo en él que le hacía pensar que una debería andarse con cuidado.
–Debe de ser que mi ascendente búho la confunde.
Pearl soltó una carcajada.
–Ah, o sea que cuando no está buscando presas y dominando a todo el mundo está usted haciendo cálculos escondido en su despacho.
–Mientras los pavos reales esperan en el bar.
Pearl lo miró, extrañada. ¿Lo decía por la noche anterior? ¿Se había fijado en ella? No, debía de haber sido un simple ejemplo.
–Yo quería ser un delfín –le confesó.
–¿Por qué?
–¿Por qué? –repitió ella, incrédula–. Todo el mundo quiere a los delfines. Y no entiendo por qué no lo soy. Rellené el cuestionario con mucha atención y estaba segura de que sería un delfín. Yo soy simpática, ¿no? Sé trabajar en equipo…
–Los delfines son pacientes y tranquillos –señaló él.
–¡Yo soy tranquila! Soy muy tranquila. ¡Y también soy paciente!
Como respuesta, él miró sus botas de punta, con las que estaba golpeando el suelo… y Pearl dejó de golpearlo inmediatamente.
–Es que estoy aburrida. Estoy harta de estar aquí sola mientras los búhos y los delfines se felicitan por ser un buen equipo. Mírelos, todos partiéndose de risa… de un momento a otro se pondrán a aplaudir con las aletas.
El hombre sonrió.
–Desde luego, no es usted un delfín. Está claro que es un pavo real.
–¿Y cómo puede saber eso sobre mí? No me conoce de nada.
–Soy muy observador.
Aunque la hubieran puesto en una esquina, sola, habría llamado la atención. En realidad, la habría llamado en cualquier parte.
Iba muy bien vestida y arreglada, pero no era su atractivo lo que llamaba la atención. Había algo en ella, algo vibrante, una personalidad que era evidente en su generosa boca, en sus rasgos, en los ojos oscuros y vivos, en los gestos rápidos y en cómo se reía, echando la cabeza hacia atrás.
–La vi en el bar anoche. Estaba rodeada de gente y los hacía reír a todos a carcajadas con sus bromas. Y esta mañana, durante el desayuno, nadie decía una palabra hasta que usted entró en el comedor. Y también fue usted quien rompió el hielo cuando nos dieron los cuestionarios.
–Pues por eso –dijo Pearl–. ¿Lo ve? Soy un delfín. Estaba siendo amistosa y simpática y ésas son características de los delfines.
–Sí, pero a los delfines les gusta jugar con los demás. Por eso están todos juntos. Pero si usted se uniera a ese grupo estaría dominándolos y la dinámica del grupo cambiaría por completo.
–Yo no quiero dominar a nadie.
–Pero lo haría de todas formas –insistió él–. Estarían riendo y pasándolo bien, pero usted sería el centro de todo. Y, desde luego, se encargaría de que sólo la mirasen a usted.
Pearl lo fulminó con la mirada. No quería admitir que había cierto grado de verdad en lo que estaba diciendo. No era nada agradable que un perfecto extraño pudiera diseccionar tu personalidad de tal forma.
–¿Cómo sabe tanto sobre mí?
Él se encogió de hombros.
–Me interesa la gente.
–Muy poco pantera por su parte –replicó Pearl. Y él sonrió, una sonrisa que le daba un aspecto juvenil.
–Bueno, en realidad, me interesa sacar todo lo posible de la gente que trabaja para mí.
–Ah, eso es otra cosa. Parece muy bien informado. ¿Ha estado en cursos parecidos?
–Unos cuantos. ¿Y usted?
–No, éste es el primero.
–Me sorprende. La mayoría de las empresas se toman muy en serio los cursos de dirección.
–Mi ex jefe creía que no merecía la pena gastarse dinero en esto. Se habló sobre un curso para adquirir resolución, pero mis compañeros amenazaron con ponerse en huelga. Según ellos, si me volvía más resolutiva de lo que ya era sería absolutamente insoportable. Una tontería, por supuesto –dijo Pearl, que había contado esa historia suficientes veces como para tomárselo a broma.
Pero él no pareció tomárselo así.
–Podría haberle sido útil.
–Lo dudo. La verdad es que no tengo tiempo para este tipo de cursos. A mí me parecen una pérdida de tiempo. Tengo demasiadas cosas que hacer como para dedicarme a estas tonterías de los búhos y los delfines. ¿Para qué sirve todo eso?
Era una pregunta retórica, pero el hombre contestó de todas formas:
–Para aprender a ser un líder, ¿no? La idea es que podrá dirigir a un equipo de forma más eficiente si conoce las diferentes personalidades de cada uno y lo que pueden aportar. Un buen líder es el que sabe crear un ambiente de trabajo donde todos dan lo mejor de sí mismos. Lo ideal es rodearse de personas diferentes, pero sólo si puede identificar las debilidades y los valores de cada uno.
–Evidentemente, es usted un converso –sonrió Pearl.
–¿Y usted no?
–No creo que descubrir que soy un pavo real vaya a cambiar mi forma de trabajar. Yo hago mi trabajo y lo hago bien. Le digo a mi gente lo que tiene que hacer y lo hacen. ¿Qué más se necesita para ser un buen líder?
–Y luego se pregunta por qué no es un delfín –sonrió él–. ¿Es posible que tenga ascendente pantera?
¿Cómo lo había adivinado? Pearl le lanzó una mirada hostil.
–Todo eso son bobadas.
–Entonces, ¿qué hace usted aquí?
–No he tenido más remedio que venir. El consejo de administración de mi empresa acaba de contratar a un nuevo director ejecutivo, un tonto pretencioso que quería impresionarnos. El famoso Edward Merrick no se ha molestado en venir para conocer a sus ejecutivos, pero ha decidido que nos beneficiaríamos inmensamente de este curso.
–Parece que no le cae muy bien.
–Bueno, tiene muy buena fama levantando empresas, la verdad.
–Entonces, ¿cuál es el problema?
–Que debería haberse molestado en conocer a sus empleados antes de intentar cambiarlo todo. El antiguo director estaba haciéndose viejo, pero la empresa sigue funcionando bien y, francamente, yo tengo mejores cosas que hacer –contestó Pearl, echándose el pelo hacia atrás–. Anoche me pasé horas contestando correos.
Quizá «horas» era una exageración, pero había tenido que comprobar el correo para ver si había algo urgente.
–Por cierto, me llamo Pearl –añadió, ofreciéndole su mano–. Pearl James. Soy jefa de Operaciones en la empresa de ingeniería Bell Browning.
–Ed Merrick.
Pearl estaba demasiado concentrada en el agradable calor de la mano masculina como para registrar el nombre, pero cuando finalmente lo hizo se quedó helada.
–¿Ed? –repitió–. ¿Ed de Edward por casualidad?
–Ed de tonto pretencioso –sonrió él.
Genial. Ya podía escribir un libro: «Cómo meter la pata con tu nuevo jefe en unos minutos», por Pearl «Bocazas» James.
Afortunadamente, en sus ojos grises seguía habiendo un brillo de humor.
–Siempre he pensado que si quieres tener una buena relación con alguien lo mejor es empezar insultándolo –intentó bromear.
–Sí, bueno, es una forma de hacerlo –asintió él, divertido–. He oído que era usted famosa por decir lo que pensaba, pero no esperaba una demostración práctica.
–¿Usted sabía quién era desde el principio?
–He visto su currículum… con fotografía y todo.
–¿Y por qué no me ha dicho quién era? Yo no sabía que hubiera venido. Pensaba que éramos sólo los seis…
Pearl miró hacia donde sus compañeros estaban muy ocupados siendo búhos, salvo el director de Recursos Humanos, que era un delfín. ¿Alguno de ellos sabría que su nuevo jefe estaba allí?
–Nos dijeron que no podría venir –siguió Pearl, como si la indiscreción hubiera sido culpa suya.
–Pensé que no, pero al final aquí estoy.
–¿Sin decírnoslo?
–Vine desde Londres sin decirle nada a nadie y me perdí la cena de presentación. Esperaba presentarme esta mañana, pero no he tenido oportunidad.
–Además, eso no habría sido tan divertido, ¿no? –le espetó Pearl.
–Aún no conozco a los demás –sonrió Ed–. Y que conste que habría preferido conocerlos a todos antes… pero le aseguro que este curso está muy bien recomendado.
–Ya, ya.
–No vuelven a hacerlo hasta el año que viene, así que… Además, me pareció una buena manera de conocernos antes de empezar a trabajar juntos.
–Ya, claro. Justo lo que yo quería también, una oportunidad para meter la pata hasta el fondo con mi nuevo jefe.
–De todas maneras habría sabido lo que pensaba. Los pavos reales no pueden disfrazar sus sentimientos.
–De todas maneras, creo que ha sido una grosería decir que era usted un pretencioso –murmuró Pearl.
–No se preocupe por eso. Las panteras tenemos la piel dura. Ah, mire, parece que vamos a hacer algo…
El director del curso estaba empezando a dividir a la gente en grupos y Pearl se encontró separada de Edward Merrick.
Mejor, pensó, aliviada. Menudo patinazo. Ella siempre se había sentido orgullosa de ser una profesional y le mortificaba no parecérselo.
Claro que Ed Merrick probablemente le echaría la culpa a su condición de pavo real. Qué tontería.
Decidida a demostrarle que ella no era lo que pensaba, permaneció callada, dejando que hablasen los demás. Si Ed la miraba vería que no estaba luciéndose sino mezclándose perfectamente con los demás.
Desgraciadamente, no había tomado en cuenta lo incómodo que era para ella permanecer en silencio. Todos habían recibido unos papelitos y, supuestamente, debían averiguar ellos mismos cuál era la tarea. Y sus compañeros no parecían muy espabilados.
Muy bien, podía hacerlo. Le demostraría a Edward Merrick que no tenía por qué ser la primera en hablar.
Pero el silencio era tan opresivo que no pudo evitar hacer un comentario sobre el director del curso, que fue recibido con risas por sus compañeros. El director, sin saber que hablaban de él, tuvo que recordarles su tarea y, olvidando que no pensaba ser la primera en hablar, Pearl hizo una sugerencia.
Después de eso, las ideas empezaron a llegar a toda velocidad.
–¡Esperad, esperad! Más despacio. Andy, ¿por qué no empiezas tú?
Estaban discutiendo la mejor manera de hacer aquello cuando Pearl miró al grupo vecino, donde estaba Ed Merrick que, curiosamente, también la estaba mirando. Y se puso intensamente colorada al darse cuenta de lo que debía de pensar.
¿Qué había dicho?: «Si estuviera en ese grupo, usted sería el centro de todo. Y, desde luego, se encargaría de que sólo la mirasen a usted».
Pearl intentó concentrarse en la tarea pero, a pesar de sus esfuerzos, no podía evitar mirar hacia el otro grupo de vez en cuando.
Qué gracioso que una pantera como él hablase de su interés por dominar a los demás. Era evidente quién dirigía aquel otro grupo, aunque debía reconocer que no estaba intentando destacar. Ni siquiera decía mucho o hablaba en voz alta, pero era evidente que Ed Merrick era el centro de atención.
Ella era consciente de que iba vestida para no pasar desapercibida mientras las demás mujeres se habían vestido de forma discreta. De modo que quizá era inevitable que la mirasen, pero Ed no tenía tal excusa. Iba vestido de la forma más discreta posible. No era más alto que los demás ni más guapo, pero había algo en él que lo hacía destacar.
Estudiándolo subrepticiamente, Pearl pudo ver cómo todos parecían esperar a que hablase, a que los dirigiese. Poseía una fuerza natural, una gravitas, una cualidad tan indiscutible como difícil de definir. Ed Merrick no necesitaba gritar ni demostrar que era el jefe, sencillamente lo era.
Quizá había algo de pantera en él después de todo. Afortunadamente, le había contado lo de su ascendente búho o se habría asustado.
El hotel donde tenía lugar el curso estaba en el distrito de los lagos, alejado de Londres, y después de cenar no había nada que hacer más que pasarse por el bar. Extrovertida por naturaleza, Pearl estaba en su ambiente, pero Ed no parecía muy impresionado; al contrario. La trataba con una distancia que dejaba sus plumas de pavo real más que chafadas.
Algunas personas se sentían intimidadas por ella, algunas sorprendidas, pero la mayoría solía responder a su inteligencia y sentido del humor. Pero no Edward Merrick, por lo visto. No era grosero ni antipático, pero Pearl no podía quitarse de encima la impresión de que la veía como una persona frívola y superficial.
Naturalmente, ella respondía intentando no hacerle caso y brillando aún más entre sus compañeros. Y si eso hacía que la viese como una tonta, peor para él. Le daba igual.
Cuando por fin Ed se marchó del bar debería haberse relajado, pero en lugar de eso le pareció que la noche perdía interés.
Era hora de llamar a su madre, decidió. Rechazando la oferta de tomar una última copa, Pearl escapó del bar. Fue un alivio dejar de sonreír, pero arrugó el ceño mientras se dirigía a su habitación.