Los artista y la política - Virgnia Woolf - E-Book

Los artista y la política E-Book

Virgnia Woolf

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Beschreibung

El arte y la literatura, en estos ensayos, aparecen como instancias democráticas y necesarias para un nuevo mundo. La idea de que un artista no puede y no debe separarse de su entorno es repetida una y otra vez en los textos, que nos muestran a una Woolf que cree en un mundo distinto al que conoció: una literatura y un arte nuevos. Solo podemos imaginar la reacción que tendría en una época donde la información es lo más fácil de conseguir. Pero sus palabras siguen llamándonos a apoderarnos de la literatura y a hacerla nuestra, en vez de dejarla en las manos de la elite. Como la propia Virginia dice: "la literatura no es terreno privado de nadie", así que no hay razones para no disfrutarla nosotros mismos.

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Acerca de Virginia Woolf

Virginia Woolf nació en Londres en 1882, con el nombre Adeline Virginia Stephen. Provenía de una familia sumamente culta y ligada a lo académico y las artes, pero que decidió que solo los hermanos varones asistieran a la Universidad. Ella, debido a su género, debió ser autodidacta y, aunque esto la enorgullecía, nunca dejó de señalar las desigualdades existentes entre hombres y mujeres, y lo permitido socialmente para ambos. En Tres Guineas, por ejemplo, se reía irónicamente de ello al referirse a la "hija del hombre instruido". También en Un cuarto propio establecía la cuestión de género al expresar: "¿Qué necesitan las mujeres para escribir buenas novelas? Independencia económica y personal, o sea, una habitación propia". Woolf escribió artículos para The Guardian y The Times. En 1915 publicó su primera novela: Fin de viaje, una ficción que retrata satíricamente la sociedad del momento. Su escritura fue prolífera, marcando un estilo propio que combinaba ensayos con narrativa, en base a una escritura irónica, política y profunda. Se considera una referente del feminismo y formó parte del modernismo vanguardista literario del siglo XX. La vida de la autora fue compleja, marcada por una enfermedad psiquiátrica que padeció desde los 13 años y que hoy se considera un trastorno bipolar. El 28 de marzo de 1941 se suicidó sumergiéndose en el rio Ouse.

Página de legales

Woolf, Virginia / Los artistas y la política / Virginia Woolf ; prólogo de Ana María Álvarez. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : EGodot Argentina, 2022. Libro digital, EPUB Archivo Digital: descarga y onlineTraducción de: Ana María Álvarez.ISBN 978-987-8928-09-8

1. Arte. 2. Afiliación Política. I. Álvarez, Ana María, prolog. II. Álvarez, Ana María, trad. III. Título.

CDD 306.47

ISBN edición impresa: 978-987-8413-92-1

Traducción Ana María MartínezCorrección Luisa Arditi, Luz Rodríguez y Mariana GaitánDiseño de tapa y guardas Martín BoDiseño de colección e interiores Víctor MalumiánIlustración de Virginia Woolf Max Amici

© Ediciones Godotwww.edicionesgodot.com.ar [email protected]/EdicionesGodotTwitter.com/EdicionesGodotInstagram.com/EdicionesGodotYouTube.com/EdicionesGodot

Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina, abril 2022

Los artistas y la política

Conferencias, ensayos y cartasVirginia Woolf

Traducción, prólogo y notasAna María Álvarez

Índice

La literatura no es terreno privado

Conferencias

Los artistas y la política

La torre inclinada

El oficio de las palabras

Ensayos

El estrecho puente del arte

Las mujeres y la ficción

Personalidades

Pinturas

Anatomía de la ficción

El arte de la biografía

I

II

III

IV

La nobleza

¿Por qué?

Horas en una biblioteca

Cartas

Mediocre

Carta a un joven poeta

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Hitos

Tapa

Página de copyright

Índice

Nota del editor

Prólogo

Contenido principal

Colofón

Notas al pie

Nota del editor

EL PRESENTE VOLUMEN REÚNE textos de Virginia Woolf incluidos en los cuatro tomos de ensayos reunidos que fueron publicados tras su muerte: The Death of the Moth and Other Essays (1942); The Moment and Other Essays (1947); The Captain’s Death Bed and Other Essays (1950) y Granite and Rainbow (1958). Se ha evitado seleccionar textos de los dos volúmenes de ensayos que publicó Woolf en vida: The Common Reader (1925) y The Common Reader: Second Series (1932), que han sido traducidos varias veces al castellano. Se ha mantenido la puntuación original de los poemas citados.

La literatura no es terreno privado

EL NOMBRE DE VIRGINIA Woolf conjura ciertas imágenes: una mujer alta y mal vestida que pasea por las calles de Bloomsbury en los años treinta. Es, no cabe duda, una intelectual. Sus obras son complejas y su estilo, poético e incomprensible. Vive en una casa elegante y pasa sus horas leyendo en la Biblioteca Británica. Su mente se ocupa de la hermana de Shakespeare, la señora Dalloway, de Horace Walpole y el arte de la biografía, no de los platos por lavar o de la compra del mes. Es una artista, un genio. Las fotos que existen de ella parecen confirmar esa impresión. La muestran con expresión meditativa, perdida en una reflexión demasiado trascendente como para preocuparse de algo tan banal como una cámara fotográfica frente a sus ojos. También es melancólica, depresiva. Está bastante lejos de parecer una activista política.

Es cierto que Virginia Woolf era extraordinariamente inteligente y que vivía en uno de los barrios más elegantes de Londres a principios del siglo XX. Su círculo de amistades incluía a autores como T. S. Eliot, W. H. Auden, Christopher Isherwood, Katherine Mansfield y Rupert Brooke. Junto con su marido, Leonard Woolf, estaba en el centro del grupo de Bloomsbury, responsable de impulsar el modernismo en el Reino Unido. Es fácil pensar que Virginia Woolf vivía pensando en la literatura, ocupada solo del arte y del mundo en que se había criado. Podríamos incluso catalogarla de elitista, considerando su valoración de los clásicos y la tradición inglesa. Si tenemos que hablar de sus filiaciones políticas, el feminismo parece ser la postura más reconocible. En Un cuarto propio reclama la posibilidad de que las mujeres escriban ficción, y ciertamente la discriminación sistemática hacia la mujer suele ser un tema recurrente en sus ensayos y novelas. Sabemos que se relacionó con sufragistas como Margaret Llewelyn Davies y que durante la Primera Guerra Mundial expresó su rechazo por el patriotismo belicista que impregnaba el discurso público. Sabemos que frente al avance del fascismo en Europa la postura de Woolf se inclinó al pacifismo, especialmente después de la muerte de su sobrino Julian Bell en la guerra civil española.

Pero sus ensayos revelan otros aspectos de su pensamiento político. En “La torre inclinada”, una conferencia que presentó en 1940, meses antes de su muerte, Virginia Woolf recalcaba la importancia de la educación pública para abrir los espacios democráticos y artísticos del arte. Y no solo una educación pública, sino una que no estuviera segregada por clases, donde los estudiantes aprendieran tanto del plan de estudios como a través de la experiencia, que aprehendieran realidades diferentes. También rescataba el valor social de las bibliotecas públicas como espacios de conocimiento. La conferencia termina con Woolf exhortando a quienes la oían, la Asociación Educativa de Trabajadores, a ocuparlas y a reclamar un acceso a la literatura para todos.

Es difícil conciliar estas ideas con la imagen de una intelectual encerrada en una torre de marfil, pensando y creando, especialmente porque Woolf no se identificaba con la clase de autores que viven en la torre inclinada. Por el contrario, se situaba junto con quienes no habían tenido los privilegios de una educación elitista y aristocrática. Esta toma de posición se debe a que Virginia careció de educación formal. Nacida en una familia de clase alta a fines del siglo XIX, a pesar de las ideas liberales de su padre, Leslie Stephen, recibió una educación similar a la de otras mujeres de su clase. Estudió en casa, al igual que sus hermanas. Sus profesores fueron institutrices, tutores ocasionales y hasta su propio padre, reconocido biógrafo e historiador, que le impartió algunas materias. Su educación estuvo limitada por su género en una época en la que las mujeres rara vez podían acceder a la educación superior. En sus ensayos, muestra una aguda conciencia de los privilegios que tuvo, en contraste con otras mujeres, y de la carencia de oportunidades en relación con sus cuatro hermanos, quienes asistieron a Cambridge tras estudiar en colegios de élite. Un fragmento de Un cuarto propio muestra a la escritora intentando entrar a una biblioteca universitaria y siendo rechazada, a pesar de que ya era una autora reconocida. La puerta cerrada es un recordatorio del elitismo y la segregación de la educación, que ella claramente consideraba un verdadero freno para una literatura abierta y democrática.

También fue testigo directa de los cambios que vivió el Reino Unido durante los últimos años de la época victoriana hasta la Segunda Guerra Mundial, desde el voto femenino hasta el sufragio universal —la ley de 1918 permitía el voto de hombres de más de veintiún años y mujeres mayores de treinta que tuvieran propiedades con valor de £5 (£286.260 actualmente), y en 1928 se permitió el voto a las mujeres mayores de veintiún años con las mismas condiciones que los hombres—, pasando por la independencia de Irlanda y la Primera Guerra Mundial, que hizo que las mujeres entraran al mundo laboral en masa. La aparición del psicoanálisis y el crecimiento de las ciudades también cambiaron la forma de ver el mundo. Para Woolf, la idea de que los artistas podían mantenerse al margen de estos cambios era absurda. A lo largo de sus ensayos sobre los artistas y la política, sostiene que la labor artística es esencial para una sociedad y que los artistas deben ser agentes de cambio, no apartarse de la comunidad para crear un arte solipsista, que solo necesita de sí mismo para existir. Un artista creador encerrado en sí mismo no es un aporte a los nuevos tiempos en los que las sociedades buscan nuevas formas de representación artística.

Estos ensayos reunidos desafían la imagen de Woolf que hemos creado en el inconsciente colectivo, nos muestran a una escritora cercana, democrática y apasionada. Y, yendo un poco más allá, también nos dejan entrever lo que ella esperaba para la literatura que la seguiría. Al pensar en una sociedad sin clases, se aventura a imaginar cómo sería el arte de un mundo así. Un arte nuevo para un mundo nuevo. Jane Austen y Charles Dickens ya existen, siempre podemos volver a ellos. Su visión de los clásicos está alejada de la nostalgia y el idealismo. En “Las mujeres y la ficción”, discute las posibilidades que el género de la novela ofrecía a las autoras durante el siglo XIX (durante la época victoriana, llegaron a ser más de la mitad de los autores publicados en el Reino Unido) y cómo los cambios del siglo XX abrirían las puertas para ellas.

En eso, como en muchas otras cosas, demostró una acertada intuición acerca de lo que depararía el futuro. En “El estrecho puente del arte”, se atreve a imaginar una novela que tome elementos de la poesía para expresar mejor un mundo que ya no era el espacio ordenado y jerárquico de la imaginación victoriana y monárquica. El caos del siglo XX buscaba una forma nueva de escribir, lejos de la tradición. La nueva novela no estaría en el panteón del canon, sino en las calles. Los personajes que poblarían su ficción siempre estarían insertos en el mundo. El artista que concibe Woolf en sus ensayos está tan inmerso en la vida a su alrededor como ellos: camina por las calles de Londres (o de cualquier otra ciudad) y aprende a ver lo que antes se escondía. Mi primera experiencia con su obra fue en plena adolescencia, cuando una profesora me pasó Las olas y mi reacción inmediata fue: “No sabía que se podía hacer esto”. Era una novela que no se parecía a nada que hubiera leído antes. Las conciencias de los personajes se entrelazan y fluyen uniéndose para mostrar el caos y las posibilidades de un mundo en transformación. Como Woolf, se entregan al fluir de la historia y del entorno, hacia un futuro del que no parecen estar seguros, pero que es inevitable.

Quizá por su conciencia de los límites que le habían sido impuestos, Woolf parece entender el sesgo que le brinda su propia perspectiva de clase acomodada. Si bien se pone del lado de los oprimidos, de las mujeres y de los trabajadores, también parece intuir que ella no puede apropiarse de su perspectiva. Tal vez por eso exhorta a escribir, además de a leer. Es consciente de que la literatura existente hasta su época no lograba capturar la riqueza de la experiencia humana, y que la única forma de observarla en su totalidad era democratizar el acceso y la creación artística. Cuando habla de la necesidad de una educación pública para todos los niños ingleses, lo hace para imaginarse una sociedad sin los rígidos estamentos que su generación había heredado de sus padres victorianos. La sociedad sin clases que propone da lugar a un nuevo arte, a una nueva literatura. Las nuevas generaciones se liberarían de las ataduras monárquicas y buscarían nuevas formas de vivir y de crear lo que para ella era una literatura más auténtica, más honesta con la naturaleza humana.

Sus ensayos también revelan su distancia de la academia, dominada en esa época por el formalismo y los nuevos críticos estadounidenses (el ensayo “La tradición y el talento individual” de T. S. Eliot, publicado en 1919, se considera uno de los textos fundamentales de este movimiento). La idea de analizar una obra independientemente de su contexto sociocultural o de la historia de su autor parece contrastarse con Woolf, que no concibe un arte sin pensar en el mundo que la rodea. Si la academia de su época estaba concentrada en mirar al pasado para buscar las raíces de la tradición inglesa, ella mira siempre hacia el futuro, con extraordinaria clarividencia. Su interés en el pasado es más histórico y siempre lo piensa en relación con el presente (su época de cambios y experimentación) y el futuro. Incluso a la hora de hablar de los clásicos, Woolf se aleja de la reverencia académica que marcaba el estudio literario. La literatura, para la autora, no se trata solo de memorizar textos en griego o de estudiar a los clásicos, se trata de relacionarse con ella y de hacerla parte de uno mismo. La lectura es esencial porque es un placer, y no es un placer exclusivo de los académicos e intelectuales. Llama a no temerle a la literatura porque es nuestra, es tan parte de nuestra herencia como de aquellos que la custodian en la academia.

El arte y la literatura, en estos ensayos, aparecen como instancias democráticas y necesarias para un nuevo mundo. La idea de que un artista no puede y no debe separarse de su entorno se repite una y otra vez en los textos, que nos muestran a una Woolf que cree en un mundo distinto al que conoció: una literatura y un arte nuevos. Solo podemos imaginar la reacción que tendría en una época donde la información es lo más fácil de conseguir. Pero sus palabras siguen llamándonos a apoderarnos de la literatura y a hacerla nuestra, en vez de dejarla en las manos de la élite. Como la propia Virginia dice: “La literatura no es terreno privado de nadie”, así que no hay razones para no disfrutarla nosotros mismos.

ANA MARÍA ÁLVAREZ

Conferencias

Los artistas y la política

[Conferencia realizada en la Asociación Internacional de Artistas en diciembre de 1936. Apareció publicada en

The Daily Worker

, bajo el título “

Why Art Today Follows Politics

”].

ME HAN PEDIDO EXPLICAR, tan brevemente como me sea posible, por qué el artista actualmente está interesado, activa y genuinamente, en política. Parece que hay algunas personas para las que este interés es sospechoso.

Que el escritor está interesado en política no es necesario decirlo. Los catálogos de todas las editoriales, prácticamente todos los libros que se publican ahora, son pruebas de este hecho. El historiador hoy no está escribiendo acerca de Grecia y Roma en el pasado, sino acerca de Alemania y España en el presente; el biógrafo actual escribe sobre las vidas de Hitler y Mussolini, no acerca de Enrique VIII y Charles Lamb; el poeta inserta comunismo y fascismo en sus versos; el novelista se aparta de las vidas privadas de sus personajes en favor de su entorno social y sus opiniones políticas. Obviamente, el autor está en un contacto tan directo con la vida humana que cualquier agitación en su tema debe cambiar su punto de vista. O enfoca su mirada en el problema inmediato o lleva su tema a relacionarse con el presente. En algunos casos, se ve tan paralizado por el caos del momento que se mantiene en silencio.

Podríamos preguntarnos: ¿por qué debería esta agitación afectar al pintor y al escultor? Ellos no se preocupan por los sentimientos de sus modelos, sino por su forma. La rosa y la manzana no tienen opiniones políticas. ¿Por qué no deberían pasarse su tiempo contemplándolos, como siempre han hecho, bajo la fría luz norteña que se cuela a través de la ventana de su estudio?

Responder brevemente a esta pregunta no es fácil, ya que para entender por qué el artista —el artista plástico— se ve afectado por el estado de la sociedad, debemos tratar de definir las relaciones entre el artista y la comunidad, y esto es difícil, en parte, porque nunca se ha hecho una definición así. Pero la mayoría de las personas estaría de acuerdo en que hay una especie de entendimiento entre ellos, y en tiempos de paz se podría decir que corren de la mano. El artista, por su parte, sostenía que ya que el valor de su trabajo dependía de la libertad de pensamiento, seguridad personal e inmunidad para los asuntos prácticos —mezclarse en política, sostenía, era adulterarlo—, se encontraba absuelto de deberes políticos, sacrificando varios de los privilegios de los que gozaban los ciudadanos activos. A cambio, crearía lo que se llama una obra de arte. La sociedad, por otro lado, se dedicaba a manejar el Estado de tal manera que se pagase al artista un sueldo digno, no le pedía ayuda activa y se consideraba a sí misma pagada mediante las obras de arte que siempre han sido una de sus principales reivindicaciones de distinción. Con muchos errores y faltas por ambas partes, el contrato siempre se ha mantenido: la sociedad ha aceptado el trabajo del artista en lugar de otros servicios, y el artista, viviendo en general de manera precaria o a duras penas, ha escrito o pintado sin preocuparse por las agitaciones políticas del momento. Así sería imposible, cuando leemos a Keats, o miramos las pinturas de Tiziano y Velázquez, o escuchamos la música de Mozart o Bach, decir cuál era la condición política de la época o del país en que estas obras fueron creadas. Si fuera de otra manera, si la “Oda a un ruiseñor” estuviera inspirada en el odio a Alemania; si Baco y Ariadna simbolizara la conquista de Abisinia; si Fígaro expusiera las doctrinas de Hitler, nos sentiríamos engañados, como si nos impusieran algo, como si, en lugar de pan hecho con harina, nos dieran pan hecho con yeso.

Pero si fuera verdad que un contrato así existe entre el artista y la sociedad en tiempos de paz, no es necesariamente verdad que el artista sea independiente de la sociedad. Materialmente, por supuesto, depende de ella para comer el pan de cada día. El arte es el primer lujo que se descarta en tiempos de crisis; el artista es el primero de los trabajadores en sufrir. Pero intelectualmente también depende de la sociedad. La sociedad no es solo la encargada de su paga, sino también su mecenas. Si el mecenas se encuentra demasiado ocupado o distraído para ejercer esta facultad esencial, el artista trabajará en un vacío y su arte sufrirá y tal vez perecerá por falta de entendimiento. De nuevo, si el mecenas no es ni pobre ni indiferente, sino dictatorial, si solo comprará las imágenes que halaguen su vanidad o apoyen su visión política, entonces el artista se verá nuevamente impedido y su trabajo perderá su valor. E incluso si hay algunos artistas que puedan permitirse ignorar a sus mecenas, ya sea porque tienen los medios para sostenerse o han aprendido a lo largo del tiempo a formar su propio estilo y a depender de la tradición, estos suelen ser los artistas más viejos, cuya obra ya fue realizada. Incluso ellos, sin embargo, no son inmunes de ninguna manera. Porque, aunque sería fácil destacar el punto absurdamente, todavía es un hecho que la práctica del arte, lejos de provocar que el artista se aparte de sus iguales, hace crecer su sensibilidad. Esto genera en él una atracción por las pasiones y necesidades de la humanidad para las que un ciudadano, cuyo deber es trabajar para un país específico o para un partido político en particular, no tiene tiempo ni, tal vez, necesidad de cultivar. Así, incluso si es ineficiente, el artista no es apático de ninguna manera. Tal vez sí sufre más que el ciudadano promedio porque no tiene un deber obvio que realizar.

Por estas razones, entonces, es claro que el artista es afectado tan poderosamente como otros ciudadanos cuando la sociedad está en caos, aunque la perturbación lo afecta de manera diferente. Su estudio ahora está lejos de ser un claustro donde puede contemplar en paz su modelo o su manzana. Está siendo asediado por voces, todas perturbadoras, algunas por una razón y otras por otra. Primero está la voz que grita: “No puedo protegerte, no puedo pagarte, estoy tan torturado y distraído que ya no puedo disfrutar de tus obras de arte”. También está la voz que pide ayuda: “Bajá de tu torre de marfil, dejá tu estudio —reclamá— y usá tus dones como doctor, como profesor, no como artista”. Está la voz que le advierte al artista que si no puede probar de buena manera por qué el arte beneficia al Estado, se le hará ayudarlo activamente, haciendo aviones o disparando armas. Y finalmente está la voz que muchos artistas en otros países ya han escuchado y se han visto obligados a obedecer, la voz que proclama que el artista es el sirviente del político: “Solo podrás practicar tu arte —dice— bajo nuestras órdenes. Píntanos cuadros, escúlpenos estatuas que glorifiquen nuestros evangelios. Celebra el fascismo, celebra el comunismo. Predica lo que te ordenamos predicar. No podrás existir en otros términos”.

Con todas estas voces gritando en sus oídos, ¿cómo puede el artista seguir en paz en su estudio, contemplando su modelo o su manzana en la fría luz que atraviesa la ventana? Se ve obligado a participar en política, debe incorporarse en sociedades como la Asociación Internacional de Artistas. Dos causas de suprema importancia para él están en juego: la primera es su propia supervivencia; la otra es la supervivencia de su arte.

La torre inclinada

[Conferencia realizada en la Asociación Educacional de Trabajadores en Brighton, durante mayo de 1940].

UN ESCRITOR ES UNA persona que se sienta en su escritorio y mantiene los ojos fijos, tan intensamente como pueda, sobre cierto objeto: esta figura literaria nos puede ayudar a mantenernos firmes en nuestro camino si la miramos por un momento. Es un artista que se sienta con una hoja de papel enfrente intentando copiar lo que ve. ¿Cuál es su objeto, su modelo? Nada tan simple como el motivo para un pintor. No es un florero, una figura desnuda o un plato de manzanas y cebollas. Incluso la historia más simple de todas lidia con más de una persona, con más de un tiempo. Los personajes empiezan jóvenes y envejecen, se mueven de escena en escena, de lugar en lugar. Un escritor tiene que mantener la mirada puesta sobre un modelo que se mueve, que cambia; sobre un objeto que no es un objeto sino innumerables cosas. Solo dos palabras cubren todo lo que un escritor observa: vida humana.

Miremos ahora al escritor. ¿Qué es lo que vemos? ¿Solo a una persona que se sienta con un lápiz frente a una hoja de papel? Eso nos dice poco o nada. Y sabemos muy poco. Considerando lo mucho que hablamos acerca de escritores, lo mucho que ellos hablan acerca de sí mismos, es raro que sepamos tan poco sobre ellos. ¿Por qué son tan comunes a veces, y luego tan particulares? ¿Por qué a veces solo escriben obras maestras, y luego solo basura? ¿Y por qué una familia, como los Shelley, los Keats, los Brontë, de repente explota en llamas y da a luz a Shelley, Keats y las Brontë? ¿Cuáles son las condiciones que generan esa explosión? No hay una respuesta, naturalmente. Dado que aún no hemos descubierto el germen de la influenza, ¿cómo podríamos haber descubierto ya el germen del genio? Sabemos incluso menos acerca de la mente que del cuerpo. Tenemos menos evidencia. No han pasado ni doscientos años desde que la gente empezó a interesarse en sí misma; Boswell fue casi el primer escritor que pensó que la vida de un hombre valía la pena para escribir un libro. Hasta que no tengamos más datos, más biografías, más autobiografías, no podemos saber mucho acerca de la gente común, mucho menos acerca de las personas extraordinarias. Entonces, en el presente, solo tenemos teorías acerca de los escritores, muchas de ellas, pero todas difieren. El político dice que el escritor es el producto de la sociedad en la que vive, como un tornillo es el producto de una máquina de hacer tornillos; el artista señala que el escritor es una aparición celestial que se desliza a través del cielo, roza la tierra y se desvanece. Para los psicólogos, el escritor es una ostra: se lo alimenta con datos arenosos, se lo irrita con fealdad y, a modo de compensación, como dicen, producirá una perla. Los genealogistas dicen que ciertas estirpes, ciertas familias, procrean escritores como la higuera genera higos: nos dicen que Dryden, Swift y Pope eran primos. Esto prueba que estamos en la oscuridad en lo que concierne a los escritores; cualquiera puede elaborar una teoría; el germen de una teoría es casi siempre el deseo de probar lo que el teórico quiere creer.

Las teorías son cosas peligrosas. Pero de todas maneras nos arriesgaremos a elaborar una esta tarde, ya que vamos a discutir tendencias modernas. Al hablar directamente de tendencias o movimientos, nos comprometemos con la creencia de que hay una fuerza, influencia o presión externa que es lo suficientemente fuerte para estamparse a sí misma en un grupo de escritores diferentes, de modo que toda su escritura tenga ciertos rasgos comunes. Debemos entonces tener una teoría sobre qué es esta influencia. Pero debemos recordar que las influencias son infinitas; los escritores son infinitamente sensibles y cada autor tiene su propia sensibilidad. Es por esto que la literatura siempre está cambiando, como el clima, como las nubes en el cielo. Lean una página de Scott, luego una de Henry James; traten de encontrar las influencias que han transformado la primera página en la segunda. Está más allá de nuestra habilidad. Solo podemos esperar, entonces, ser capaces de distinguir las influencias más obvias que forman los grupos de autores. Y, sin embargo, hay grupos. Los libros descienden de otros libros como las familias descienden de otras familias. Algunos descienden de Jane Austen, otros de Dickens. Se parecen a sus padres, como los niños se parecen a los suyos; al mismo tiempo, son diferentes como los niños son diferentes entre ellos, y se rebelan como los hijos se rebelan. Tal vez sería más fácil entender a los autores vivos si mirásemos rápidamente a sus ancestros. No tenemos tiempo para ir muy atrás en el tiempo y ciertamente no tenemos tiempo para observar con detenimiento. Pero demos una mirada a cómo eran los escritores ingleses hace cien años; eso podría ayudarnos a ver cómo nos vemos nosotros mismos.