Los caminos para la libertad - Fernando Savater - E-Book

Los caminos para la libertad E-Book

Fernando Savater

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Beschreibung

Fernando Savater analiza la realidad contemporánea y sus preocupaciones cotidianas: el racismo y la discriminación; la convivencia y los derechos humanos; la globalización y el respeto a las diferencias. Todo aquello que implica la relación con el otro en la construcción de la vida diaria.

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Los caminos para la libertad Ética y educación

Fernando Savater

Los caminos para la libertad

Ética y educación

Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey Fondo de Cultura Económica

Primera edición (ITESM), 2000 Primera edición (FCE), 2003    Primera reimpresión, 2005 Primera edición electrónica, 2015

Lectura técnica: Héctor Subirats Concepto editorial: Juan Guillermo López Diseño de portada: Leo G. Navarro Fotografía de portada: archivo de la Cátedra Alfonso Reyes (ITESM)

D. R. © 2000, 2003, Cátedra Alfonso Reyes (ITESM) / Fernando Savater

D. R. © 2003, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-2860-2 (ePub)

Hecho en México - Made in Mexico

Sumario

Prólogo

por ÓSCAR MARTIRENA

 

I. Ética y ciudadanía: tolerancia y solidaridad

 

II. El valor de educar

Coloquio

 

III. Diálogos

Sobre filosofía y ética

Sobre educación

Sobre la universidad

 

La Cátedra Alfonso Reyes

PrólogoÓscar Martiarena

Profesor de ética y autor de importantes libros sobre la materia; ensayista de largo aliento sobre temas muy diversos: pacifismo, religión, cultura, literatura, política; polemista infatigable contra los fundamentalismos, el militarismo, la violencia; conferencista sagaz, Fernando Savater se yergue hoy en el panorama cultural de Iberoamérica con un rostro inconfundible.

Surgido a la luz pública a principios de la década de los setenta cuando el ambiente filosófico español se dividía entre diversas corrientes marxistas y la filosofía analítica, Savater inicia su trayectoria intelectual tocado por la fecunda lucidez del pensamiento de Nietzsche. Para la conciencia del joven filósofo era necesaria una nueva práctica de la filosofía: había que ir más allá de los sistemas totalizantes. La acción requerida por los tiempos sería posible no a partir de los marcos tradicionales, sino de una renovada consideración de la filosofía que pasara por la experiencia de los involucrados: más allá de totalizaciones y generalizaciones obtusas, más allá del todo filosófico, para pensar había que partir de la singularidad y del tiempo propio de aquellos que encontraban su vocación en la filosofía.

Bajo esta perspectiva, Savater escribió Nihilismo y acción (1970) Apología del sofista (1971), La filosofía tachada (1972), Ensayo sobre Ciorán (1975), Panfleto contra el todo (1978), que pronto se convirtieron en emblemas de una original forma de pensamiento y, con ello, en instrumentos de lucha de una generación para la que el franquismo era ya intolerable y que exigía no sólo nuevas formas de reflexión, sino nuevas formas de vida. Así, es posible afirmar que la labor de Savater, rebasando los ámbitos de la academia, contribuyó de manera significativa a la formación de una conciencia política que paulatinamente se fue abriendo paso y condujo a la España franquista hacia la democracia.

Pero la labor fructífera de Savater no quedó ahí. Su trabajo de crítica fue acompañado por otro en el que fue afinando su propia voz. Libros como La infancia recuperada (1976), Nietzsche y su obra (1980), La tarea del héroe (1982), Schopenhauer y la abolición del egoísmo (1986), y múltiples ensayos recogidos en Escritos politeístas (1975) y Sobre vivir (1983), dan cuenta de la consolidación paulatina de su maestría como ensayista. En ellos, ciertamente y de manera primordial, está presente su pasión por la filosofía, pero otros ámbitos de la cultura son pensados con análogo entusiasmo. Tal es el caso de la literatura, que para Savater ha sido siempre fuente inagotable de experiencias y motivo fundamental para la reflexión y para el ejercicio del ensayo, por el que apuesta y recomienda: «Ensayemos todos, como contrapeso a la dominante sabiduría inmutable que nos condena al hastío y a la muerte; aprenda el lector, y no sólo el autor, a ejercerse como tal de modo ensayístico: con ironía, con escepticismo y con voluntad de suerte.»

Y un corolario de esa voluntad de suerte y de su escepticismo, además de un sano distanciamiento, incluso frente a sí mismo, es en Savater vocación de estilo. Si desde sus primeros libros está presente un estilo singular, Savater no cejará en su construcción y recreación. Muy pronto, ya en La filosofía tachada, apela al estilo como voluntad particular, que es fuerza que se decanta en la «irreductible exterioridad de la palabra». Quizá por ello, en cada línea, en cada fragmento, Savater imprime su estilo que, a la vez de marca propia, es recreación continua de la lengua castellana, de la que se apropia y practica en la línea de los mejores ensayistas españoles.

Pero habría que decir que la fuerza estilística de Savater se imprime no sólo en sus ensayos. Profesor de ética y congruente con su pensamiento que incita al libre ejercicio de lo propio, Savater alienta a cada individuo a la construcción de sí mismo. Libros como Invitación a la ética (1982), El contenido de la felicidad (1986), Ética como amor propio (1989) e incluso Ética para Amador (1991), son un llamado a fin de que, más allá de códigos universales, cada cual busque constituirse a sí mismo a partir de sus propias experiencias y de sus valores. Y que lo haga, pero no al tiempo de ignorar al otro, sino partiendo de su propio deber y de la necesaria consideración de un bien, que es bien para uno mismo, pero que no puede desligarse del bien de los otros, del bien de la comunidad, incluso del bien de todos los hombres.

Cuál sea para Savater el contenido del bien para todos los hombres tal vez no quede totalmente definido en sus libros de ética, pero sí, en tanto ese bien se trasluce en aquellos ensayos donde muestra su faceta de polemista beligerante; por ejemplo, los recogidos en Sin contemplaciones (1993), donde Savater la emprende contra los fundamentalismos, el militarismo, las armas, los nacionalismos, los ídolos…, es decir, contra todo tipo de dominaciones que se oponen a la tolerancia y el buen vivir. Es quizá por ello que Savater, conscientemente, se concibe como heredero de la Ilustración, particularmente de Voltaire, a quien piensa como fundador de la militancia intelectual como vocación de intervención en el ámbito de lo público (Diccionario filosófico, 1995).

Y en efecto, hay en Savater pasión por intervenir en el dominio de lo público. Su incansable participación en periódicos, su labor como conferencista, la publicación de más de cuarenta libros, así lo constatan. Pero también habría que decir que en el pronunciarse públicamente, su pensamiento no ha permanecido inalterable. Como militante intelectual consciente, las premisas de su reflexión se han modificado con el tiempo. Hay en el Savater de principios del nuevo siglo un pensador quizá menos escéptico frente a la universalidad de los valores que aquél que se mostrara en sus primeros escritos. No obstante, bien podríamos decir que aún dentro de esos cambios y dentro de la voluntad ilustrada que perméa sus textos más recientes, por ejemplo Política para Amador (1992), El valor de educar (1997), Despierta y lee (1998), Las preguntas de la vida (1999) y diversos artículos de actualidad, en Savater se mantiene el llamado inicial al respeto de los otros, al respeto de las diferencias y una apuesta a favor de la libertad del individuo y del libre ejercicio de su particularidad.

Por todo ello, no es casual que en México y en general en Iberoamérica, donde es necesario cuestionar las totalizaciones y es un imperativo hacer valer los derechos de todos y de cada uno; donde es necesario inventarnos a cada momento en el ejercicio de nuestra libertad, Fernando Savater sea una figura intelectual indispensable.

 

I Ética y ciudadanía: tolerancia y solidaridad

 

 

Es particularmente gozoso para mí participar en una cátedra que lleva el nombre de Alfonso Reyes, uno de los mentores literarios, sobre todo en el campo del ensayo y la reflexión filológica, que he leído desde mi juventud. La primera vez que viajé a Grecia, recién casado hace 30 años aproximadamente, lo hice con dos volúmenes de Alfonso Reyes en la maleta para ir leyendo sus textos sobre Grecia, sobre los héroes, su traducción de la Iliada, etc. Reyes ha sido el gran maestro de una prosa a la vez certera y económica, de una gran capacidad de comunicar con un máximo de expresividad y matices y un mínimo de pomposidad.

Algunos, a lo largo de nuestra trayectoria intelectual, hemos intentado, con la distancia evidentemente de la diferencia de talentos, seguir esa línea de expresión que es la que más me ha gustado leer y también me gusta escribir.

En esta oportunidad quiero plantear cuestiones que probablemente sonarán conocidas y que, sin embargo, son las que más extensamente me han ocupado a lo largo de los últimos años, esto es, la relación entre la ética, que es el campo al que me he dedicado profesionalmente y en el cual, quizás, soy menos incompetente, y la ciudadanía, que cada vez más me parece una disposición esencial para entender no sólo nuestro presente, sino sobre todo nuestro futuro. Pensemos en el futuro de nuestros países, de nuestras democracias, desde conceptos brumosos y a veces caníbales como son los conceptos de pueblo, de etnia, de todos aquellos conceptos grupales cerrados que tienen más referencia hacia el pasado que hacia el futuro y cuyos efectos dramáticos estamos viendo hoy, por ejemplo, en Europa; un mundo dividido en colectividades tribales, cerrado sobre tradiciones inescrutables entre sí, impermeable e incapaz de abrirse a las verdades de los demás, a las formas y a las creaciones de los otros.

Creo que ése será un mundo invivible, un mundo de guetos, en el que se superpondrán las diversidades de los colectivos, pero dentro de cada uno de esos grupos, los individuos estarán obligados a la uniformidad porque muchos de los defensores de la diversidad étnica luego reclaman la uniformidad dentro de cada uno de esos grupos; considero que el concepto de ciudadanía es más bien el de aquellos que entran en la democracia sin renunciar a sus raíces y a sus tradiciones, poniéndolas como entre paréntesis, dejándolas, en principio, a un lado para intervenir en lo que tienen en común con otros. Lo específico del ciudadano no es reivindicar lo propio en el sentido de lo único, de lo que uno tiene y nadie más tiene, sino al contrario, buscar lo común con los otros, mientras que la mentalidad tribal etnicista busca lo propio, por lo tanto lo intransferible.

La ciudadanía busca aquello en lo que todos podemos participar en público, lo que podemos intercambiar; no razones cerradas sobre sí mismas, sino ese tipo de razones que se pueden dar a los otros; no el mundo de lo inescrutable, de lo misterioso, de lo que no se puede entender si no se ha nacido aquí y no se ha vivido en una forma determinada, sino el mundo de lo que puede explicarse a los demás porque está al alcance de cualquier ser dotado de razón, el mundo de las leyes claras revocables, el mundo donde todos los seres humanos participan en la gestión del presente y sobre todo del futuro, ese es el mundo de la ciudadanía.

Los primeros ciudadanos, la primera idea de ciudadanía en Grecia, surge cuando los cabezas de familia renuncian a defender exclusivamente los intereses de su familia o de su tribu, de su gens, de su demos y se dedican a intentar buscar lo que tienen en común con los otros cabezas de familia con los que conviven. El momento en que cada cual renuncia a ser exclusivamente portaestandarte de su pequeño núcleo vital y lo abre para asumir aquello que está en la plaza pública, aquello que comparte con los otros, eso es el nacimiento de la ciudadanía y cada vez más me parece que nuestro mundo, el mundo futuro, el mundo del siglo venidero debe ser un mundo de ciudadanos, es decir, un mundo donde cada uno tenga derecho a reivindicar, por supuesto, su lengua, su tradición, su religión, su forma de vida o de convivencia, pero que esos sean derechos de cada individuo sin que por ello quede obligado por un grupo a comportarse de una forma determinada y no de otra, es decir, que cada persona pueda elegir eso que algunos sociólogos actuales como Bauman y otros llaman «hábitats de significado», que cada uno de nosotros tenga o cree su propio hábitat de significado en el cual tome aspectos simbólicos de su vida de una tradición y otros de otra. Algunos aspectos de nuestra ética los tomamos de una corriente; nuestra economía la tomamos de otra, es decir, cada uno creamos nuestros propios marcos de significado, los cuales no tienen que ser ni tienen que responder a una pauta establecida obligatoriamente desde fuera.

Todos tenemos muchas identidades; somos cada uno legión como en la Biblia. En el Evangelio se dice de aquel demonio que se encerraba en la fiera de Gabara, somos cada uno legión, en el sentido de que a la vez podemos ser padres o madres; podemos ser amantes; discípulos o maestros; fanáticos de la ópera o del fútbol; podemos ser lectores o personas ligadas a tradiciones o aficiones. Cada uno de nosotros tiene muchas identidades y cada una de esas identidades crea un hábitat de significado. Lo propio de la ciudadanía es permitir albergar dentro de unas pautas, de unas normas comunes con otros, la mayor cantidad posible de hábitats de significado.