Los despreciados - Dazra Novak - E-Book

Los despreciados E-Book

Dazra Novak

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Beschreibung

Con el estilo soberanamente limpio, natural, exacto y cuasi aristocrático de Dazra Novak, nos mueven y remueven, nos saltan y asaltan, nos alzan y nos hunden, nos salvan y nos pierden estas historias, suerte de ritual orgiásticamente verbalizado u orgías verbalizantemente ritualizadas, maza y argamasa, susurro y grito, hight way y check point, sexo anhelante y atalaya que lo embarga. Historias —libertarias y binómicas al tiempo que gregarias y aherrojantes— que coquetean con la diáfana timidez de la muy atrevida y ritual insinuación, textos en los que el binomio que ama o desea, esa dualidad que a todos salva de la individualidad, es vigilado/presionado/negado desde lo que atenaza gregario. Estos cuentos trasudan la sacra pátina y el divino augurio que asoma desde su antecedente parisino: el  Salon des Refusés , en el París del siglo XIX. Así como salón mediante impusieron los impresionistas el cromatismo rotundo de sus lienzos, así estos cuentos serán premiados —a salvadora mansalva— por el agradecido lector. Estas seis historias ratifican a Dazra Novak como una de los más sagaces —y delirantemente insinuantes— cuentistas cubanas de los últimos años.

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Seitenzahl: 94

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Los despreciados

Los despreciados

Dazra Novak

@edicionesisladelibros

Los despreciados

Primera edición electrónica en Isla de Libros© Dazra Novak, 2019 © Ediciones Isla de Libros, 2020

Carrera 5, 34-13, AP 101, Bogotá, Colombiainfo@isladelibros.comwww.isladelibros.com

Dirección editorial: Álvaro Castillo GranadaEdición y producción:Ginett Alarcón

Retrato de la autora: Beatriz Verde LimónLogo Isla de Libros: Zilah Rojas Diseño de cubierta: Nicolás ConsuegraDiagramación: David Arneaud Conversión a libro electrónico|eBook conversion:Apex

ISBN 978-958-52645-7-1

«La montaña y el mar»significa que es mala tácticahacer una y otra vez lo mismo.Tal vez tengáis que repetir algo alguna vez,pero no debe repetirse una tercera vez.El libro de los cinco anillos, Miyamoto Musashi

CONTENIDO

Mapa de la derrota

Alguien se ha robado los cacatillos

Matadero

De la imaginación y otros asuntos menores

Conversación con el extraño

Minandre

Rosa Cachete

MAPADELADERROTA

Uno

Los concursos literarios, esos cuestionables dedos que lo señalan a uno en medio de una multitud de autores, constituyen hoy un polémico asunto. Pertinencia discutida en círculos literarios cerrados y abiertos, en guerritas deemailsy textos públicos, por no hablar de resquemores y amistades rotas a la sazón de sus fallos. No obstante, más allá de su rasgo noble al ensanchar currículums, por un lado, y por el otro la inconformidad que generan muchas veces, lo cierto es que siguen ahí con sus cantos de sirena año tras año, galardones más o menos justos que nos tientan con promesas de publicación —entre otros ofrecimientos— sobre todo cuando nadie está mirando. Y la carne literaria es tan débil, tan hambrienta de lectores —entre otras hambres—, que uno escribe, imprime, engrapa, envía… Insiste. A veces se reincide tanto que en un abrir y cerrar de ojos se acumulan los textos y donde casi se desataba una crisis de autoestima creativa, mejor que se arme un libro.

Dos

Siempre he tenido mis dudas sobre si llamarle derrota a lo que más bien es una exención toda vez que, al despertarnos tras el dictamen del jurado, nuestro cuento, como el dinosaurio de Monterroso, todavía está ahí. El diccionario de la RAE viene a ayudarme con esto confirmando, en su primera acepción, lo que es una «Derrota11. f. Camino, vereda o senda de tierra. 2. f. Alzamiento del coto. 3. f. Aer. y Mar. Rumboo dirección que llevan en su navegación las embarcaciones o las aeronaves». Un Salve precario y efímero cuando, al poner en marcha la maquinaria de publicación, inevitablemente llego a la segunda acepción de la preterida «Derrota21. f. Acción y efecto de derrotar o ser derrotado. 2. f. Mil. Vencimiento por completo de tropas enemigas, seguido por lo común de fuga desordenada». Certeza de cargar una vez más las dos bolsas, la de ganar y la de perder, al organizar esta fuga colectiva hacia las manos del lector.

Tres

En este año 2018 se cumplen dos lustros de mi —confieso— obstinada participación (solo interrumpida en 2013), en el Concurso Iberoamericano de cuento Julio Cortázar. Reconozco que cualquiera en mi lugar habría sanamente reciclado algunos de estos cuentos, es decir, los habría enviado al año siguiente tomando en cuenta que no siempre se compite con los mismos autores, ni con los mismos trabajos, ni con los mismos jurados. Probablemente haya quien opte por esto, pero mi obsesión no agarra por ese camino. Mi insistencia responde más a la urgencia de mis textos por tratar de superar a sus precedentes, aprovechando una convocatoria lanzada por/para mí misma cada año, donde su cuasi enfermiza revisión y ajuste solo conocía el punto final una vez impresas y entregadas las respectivas tres copias, seudónimo mediante. Unallá va esoque también aspiraba a la dotación, para qué negarlo a estas alturas, tan procurada entre los de mi tierra.

Cuatro

A esta selección de seis, de entre los nueve cuentos escritos hasta la fecha —mi propia antología del Cortázar, como había comentado medio en broma/medio en serio a algunos amigos— debería llamarle, si siguiera la dramaturgia de los laureados y mencionadosen el certamen,Minandre y otros relatos. Quizá porque ese cuento es la tesis más acabada del concepto de «no lugar» que —a excepción deDe la imaginación...— atraviesa a todos estos textos de una forma u otra, ese país neutral donde —¡al fin!— se puede ser tan soberanamente uno mismo, al que no hace falta visa ni pasaporte para entrarle, donde se puedesersin exigencias sociales de ningún tipo. Pero no sería justo, no sería yo sincera si les negara su verdadero pedigrí por haber nacido bajo la misma convocatoria, qué sentido tendría ignorar el hecho de que —como tantas otras ficciones de otros tantos autores hoy protegidos por el seudónimo—, estos cuentos, en realidad, engrosan la concurrida fila delos despreciados.

ALGUIENSEHAROBADOLOSCACATILLOS

A Susana A. Borges,a su familia.

Yo sabía desde el principio que iba a salir bien y mal al mismo tiempo, porque algo en ella me recordaba a mi madre, lo raro es que no se parecen en casi nada, pero eso es algo que no intento explicarme. Ya no. Todo eso fue cosa de unos segundos, mientras yo hacía mi entrada y me acomodaba en el butacón. Al principio había gente que entraba y salía, también estaban los niños, sus hijos, o mejor dicho, el niño y la mujercita, que esa chiquita está grande y con unos ojos caramelos de miel que cualquiera con gusto se comería de un bocado. El niño venía del baño en ese momento y, como un pequeño autómata, fue directico al televisor y volvió a agarrar su mando a distancia, inalámbrico, esas porquerías de la tecnología moderna que le recuerdan a uno de manera tan grosera que el tiempo ya pasó. La amiga de la hija, una regordeta con cara de buena gente, se sentó al lado del niño y agarró el otro mando.

—Robertico —le dijo ella—. Pon la pausa y saluda a la muchacha.

El niño me dio un beso casi sin mirarme, de lo concentrado que estaba, y se fue de regreso a su juego. Sobre la mesita había un paquete de caramelos abierto y yo agarré uno. Había pasado todo el día sin comer, de modo que lo metí en mi boca con cierto desespero, comencé a doblar el papelito, a estrujarlo, hice un acordeón, luego un barquito, una bolita. Me enfrasqué tanto en el ruido del papelito que casi me atraganto. Quizá sea que guardo cierta reserva hacia los hijos de los psiquiatras. No sé. Sonó elteléfono y yo, por instinto, aproveché para mirarla, su manera de reaccionar, lo que decía con el cuerpo y la inflexión de su voz. Traté de imaginar lo que estarían hablando del otro lado. Ella hizo una pausa breve para decirle a la niña que se ocupara de mí. Que me atendiera.

—¿Quieres agua o algo? —dijo la muchachita con un desenfado del carajo.

—No, así estoy bien —le contesté tratando de lucir lo más natural posible. Pero no me recosté al espaldar, no, me quedé sentada en el borde del butacón, lista para salir corriendo si fuera necesario.

Era una de esas casas donde la gente entra y sale a su antojo. Había ropas sobre el sofá, una chancleta en una esquina de la sala. Lo de menos era que cada quien estuviera en lo suyo. Era lo de menos. No había que ser demasiado inteligente para darse cuenta de que allí la gente era feliz, coño, y eso me ponía nerviosa. Eran demasiado blancos. Demasiado sanos. Se movían con esa libertad privilegiada de quien sabe y no lo dice.

—No, té no, gracias, a mí lo que me gusta es el café —le respondí en una de esas a la regordeta amiga de la hija.

El juego era una estupidez. Unos muñequitos que se ponían felices o tristes, o locos de la risa y tenían que atrapar los globitos colgantes con la puntuación necesaria para salvar ese nivel y llegar al siguiente. Boberías de la modernidad. Eso.

—Ayer se robaron la jaula con los cacatillos —me dijo ella al colgar el teléfono—. Hoy estamos en duelo familiar.

La amiga de la hija siguió hasta la cocina y me alegró saber que había puesto la cafetera a colar porque yo no había tomado café en todo el santo día. Pero no me recosté al espaldar de la silla del comedor, adonde nos habíamos movido para trabajar con más comodidad, no, yo quería mirarla de frente mientras leía. La vozse le puso ronca y yo le alcancé mi pomito de agua para que se refrescara la garganta, pero ella no lo necesitaba, no, es que su voz es así, como la de un adolescente acabado de despertar. Nunca más regresé a aquella casa pero días más tarde, repasando ese momento, llegué a la conclusión de que lo que ha escrito no puede entenderse con otra voz que no sea la suya, ronca, desafinada, una voz de resaca. Y eso que no presté mucha atención a aquella lectura, es que, lo juro, algo me recordaba tanto a mi madre. Oí a la hija que hablaba por teléfono y le contaba a alguien lo de los pájaros. Qué fastidio. No me gustan los pájaros en jaula, estuve a punto de decirle, pero me pareció de poca educación interrumpir la lectura. Al fin y al cabo, sabrá dios la suerte que habrán corrido los bichos. A lo mejor se los comieron, o los botaron para vender la jaula, o los vendieron con todo y jaula.

—Me gusta el café con mucha azúcar —dijo al terminar de leer el primer cuento y alzar la taza humeante que la hija, con sus ojos de caramelo, había colocado frente a ella—. En realidad me gustan mucho las cosas dulces.

Aparté la vista. Ya no tenía el papelito para estrujar porque la hija se lo había llevado a la basura cuando nos trajo el café. Ahora volvió la amiga de la hija a jugar con el niño el juego de los animalitos felices.

—No entiendo este juego —oí que dijo la amiga de la hija y el niño se burló.

—Te voy a ganar —le dijo el chiquillo, sonrió y le vi un lunarcito en medio del cachete, tan bello como el de su madre.

Volvió a sonar el timbre del teléfono. De esta manera no llegaremos a ninguna parte, pensé. Ella hablaba con alguna amiga o compañera del trabajo y en su ternura creí confirmada mi sospecha. Le dijo que estaba ocupada, que más tarde la llamaba y que se habían robado los cacatillos. Hizo una pausa para dejarque la otra expresara su conmoción por la noticia. Evidentemente los bichos eran muy queridos en aquella casa. Ella sabía que yo la estaba mirando, cómo no iba a saberlo. Un rato antes, cuando nos inclinamos sobre la hoja impresa se habían rozado un poco nuestras manos y me di cuenta de que llevaba las uñas cortas, eran anchas y encajadas en la carne, con dedos nudosos y eso no falla, eso indica gran apetencia sexual, según Nathaniel Altman en su manual de quiromancia.

—Eres una romántica empedernida —le dije—. Se nota en tus cuentos.



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