Los diputados por Cuba en las cortes de España - Elías Entralgo - E-Book

Los diputados por Cuba en las cortes de España E-Book

Elías Entralgo

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Beschreibung

Los diputados por Cuba en las cortes de España durante los tres primeros períodos constitucionales es un ensayo del cubano Elías Entralgo. Aquí se reflexiona, desde una perspectiva latinoamericana, sobre el fracaso de las Cortes de Cádiz a la hora de entender las aspiraciones del Nuevo Mundo. En los análisis de las Cortes de Cádiz y la Constitución que promulgaron, actualmente se plantea el asunto como un problema español. Sin embargo, se pasa por alto la legítima aspiración de Latinoamérica de tener representación en España y hacer reconocer derechos propios. Fue esa aspiración, frustrada en todo el continente, la provocó las sucesivas declaraciones de independencia latinoamericanas. Los diputados por Cuba en las cortes de España no es un texto para especialistas. Lo publicamos por considerarlo una profunda reflexión sobre la incomprensión en materia política. La que lleva a guerras fratricidas a países culturas y gobiernos que, al final, comparten una historia común.

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Elías Entralgo

Los diputados por Cuba en las Cortes de España durante los tres primeros períodos constitucionales

Barcelona 2023

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: Los diputados por Cuba en las Cortes de España durante los tres primeros períodos constitucionales.

© 2023, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard.

ISBN rústica: 978-84-1126-825-7.

ISBN ebook: 978-84-1126-824-0.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Los diputados por Cuba en las cortes de España durante los tres primeros períodos constitucionales 7

I 9

II 18

III 22

IV 31

1 31

2 40

3 43

4 43

V 45

Libros a la carta 47

Los diputados por Cuba en las cortes de España durante los tres primeros períodos constitucionales

Trabajo presentado por el Académico Correspondiente en Marianao, Provincia de La Habana, doctor Elías Entralgo,

Y aprobado en sesión ordinaria de 20 de abril de 1944.

Los miembros correspondientes son algo así como el cuerpo diplomático de las academias. No dejan de formar parte de ellas aunque estén fuera de su circuito con cierta especie de extraterritorialidad. Y la asociación de ideas me ha llevado a pensar en la posible afinidad entre la naturaleza del académico y la índole del tema que escoja para su trabajo de entrada. ¿No parece apropiado que quien va a representar a la Academia de la Historia de Cuba en el exterior seleccione para su estudio ingresal un pedazo de nuestro vivir histórico que no se desarrolla siempre dentro de la Isla?

El planteamiento que acabo de bosquejar no es de la categoría de los que exigen justificación o explicación. Pertenece más bien al contorno flexible de la gracia o la simpatía intelectuales. Es menos que un criterio; es un gusto. Por ello, sin detenerme en introductoria faena apologética, pasaré ya a situar los cuatro puntos cardinales que orientarán la lógica de esta indagación.

1. ¿Por qué fueron diputados por Cuba a las Cortes de España? 2. ¿Cuándo fueron? 3. ¿Cómo fueron? 4. ¿Para qué fueron? La primera cuestión es intrínsecamente causal; la segunda es genuinamente histórica; la tercera es axiológicamente política y en algún modo sociológica; la cuarta es eminentemente teleológica. Procuraré percibirlas en su verdadero olor, verlas en su real color, paladearlas en su efectivo sabor.

I

Cuba no tuvo diputados ante las Cortes hispánicas por virtud de ningún movimiento vernáculo; sino por una serie de acontecimientos ocurridos en su metrópoli de entonces, que a su vez tenían origen en el otro lado de los Pirineos. Es que la mente humana, tan fecunda en las obras del arte, de la filosofía y de la ciencia, suele ser escasa en la producción de instituciones políticas. ¡A qué profunda meditación no se presta ese fenómeno de que los hombres, conocedores de tantas cosas, no hayan sabido darle mucha variedad al invento de organismos para su propio gobierno! De ahí que, políticamente hablando, la historia transite de una civilización a otra, ande de aquella a esta cultura, por un camino empedrado de mimetismos. España no sería una excepción de esta regla con respecto a Francia en la última década de la centuria décimo octava y en los primeros lustros del siglo XIX. En realidad ningún pueblo del continente europeo escapó, en favor o en contra, a la profunda sacudida de la Revolución Francesa. Lo que hacía peculiar la situación de España es que ésta no se encontraba en condiciones para seguir las nuevas ideas ni tampoco para oponerse a ellas. Como en tantas otras etapas de su historia y de su cultura el dejarse llevar por la tradición podía mucho más en la vida española que el llevar la convicción. Sus historiógrafos más veraces y sinceros aseguran que aún los hombres públicos considerados en aquella época como progresistas propugnaban la monarquía. Y este régimen de gobierno no podía hundir a la nación bajo el lastre de una política peor. La interior era unilateral, ciñéndose a defender los intereses de la realeza, mediante la improvisación, la inexperiencia y la incapacidad del primer ministro, el favorito Manuel Godoy. La política exterior, en aquellos momentos absorbida por las relaciones con Francia, fue vacilante con la Asamblea Constituyente y la Legislativa, temerosa con la Convención, sumisa con el Directorio y abyecta con el Consulado y el Imperio. Los resultados de tales maneras de gobernar se patentizaron en las finanzas públicas, caídas en crisis por las guerras y el abuso de la acumulación de los altos sueldos, y obligadas a acudir a los expedientes crematísticos a que siempre apelan los países que no están dirigidos por la savia de los estadistas: los empréstitos, el aumento de los impuestos en número y en cantidad recaudable, el reajuste... Ahora bien, en medio de la desorientación nacional no se extraviaba el mantenimiento de la herencia psíquicosocial; y algunos aspectos contradictorios en el carácter de ese pueblo conservaban sostenida vigencia. Mencionaré el más representativo, acaso por su estrecha vinculación con lo político desde que con la invasión visigoda los españoles admitieron la forma gubernativa que hace residir el poder supremo en el príncipe: la infidelidad al rey coincidiendo con la lealtad a la monarquía. Fernando, en sus ambiciones a ser el VII de este nombre, sería ahora el vehículo de la paradoja insigne.

Una política de plano tan inclinado hacia los distintos gobernantes franceses debía tener su caída final en la propia tierra francesa. Empleando el halago unas veces, el engaño otras, la coacción moral o material siempre, logró Napoleón reunir en el territorio francés de Bayona a todos los magnates de la corte española. Allí, excitando las desavenencias, llegó hasta dejar a la nación hispana sin rey, quedándose, mediante las renuncias de Carlos IV y de Fernando VII, con la corona de España en sus manos. Bonaparte había decidido colocarla en las sienes de su hermano José; pero deseaba que este hecho apareciese como expresión de la democrática voluntad española dentro de los moldes de una monarquía constitucional. Una convocatoria publicada en la Gaceta de Madrid el 24 de mayo de 1808 citando para el 15 de junio inmediato una Asamblea de Notables en la propia ciudad de Bayona era la concreción primera de ese respeto convencional a fórmulas políticas ya muy adentradas en la conciencia europea. El cuerpo político y deliberante habría de componerse de ciento cincuenta miembros, correspondiéndoles cincuenta curules al clero, treinta a la nobleza y setenta al estado llano. Muchos se elegirían corporativamente, otros asistirían por derecho propio y algunos serían nombrados por la Junta de Gobierno que actuaba en Madrid. Murat, que ostentaba entonces el mando de España por órdenes de Napoleón, nombró otros seis representantes de las colonias americanas —Nueva España, Perú, Buenos Aires, Guatemala, Santa Fe y La Habana— escogiéndolos entre naturales de las mismas residentes en la Península. No es éste el sitio más oportuno para tratar de la primigenia representación que se asignaba a Cuba en un parlamento europeo. Sí lo es, en cambio —cualquiera que sea el juicio que se tenga sobre la Asamblea de Notables de Bayona y el alcance de su empeño legislativo— para dejar constancia de que un país que había tenido Cortes en los tiempos medievales, allá por el siglo XII, hacia 1169, veíase obligado a recibir seiscientos treinta y nueve años después esa lección de renacimiento parlamentario desde el extranjero. La Carta otorgada en Bayona, intentando poner fin a la monarquía absoluta para sustituirla por la constitucional, traía muchos principios liberales y no pocas instituciones democráticas: la abolición de privilegios, la libertad de imprenta, la latitud del sufragio, la igualdad de códigos, la publicidad de los juicios criminales, las aspiraciones al jurado, la cámara única —pues el Senado quedaba como un consejo moderador de la potestad real—, la responsabilidad ministerial... Constitución impuesta por un usurpador, quizá no adolecía de más pecado capital que éste, pero era máximo, y bastante para impedir su positivo vigor. No obstante, como ejemplo no fue vano: el texto constitucional de Bayona repercutió en el de Cádiz.