Los opuestos se atraen - Jules Bennett - E-Book
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Los opuestos se atraen E-Book

Jules Bennett

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Beschreibung

Grant Carter no soportaba el mundo de los caballos desde que su hermana sufrió un accidente que la dejó parapléjica, pero era productor en Hollywood y produjo una película de jockeys. Por suerte, encontró la distracción que necesitaba en Tessa Barrington, una amazona. Era tan atrevida como físicamente impresionante, y tenía una inocencia irresistible.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Jules Bennett

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Los opuestos se atraen, n.º 2055A - agosto 2015

Título original: When Opposites Attract…

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6807-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

Cuando Grant Carter entró en los establos y vio las preciosas y redondas nalgas que estaban ante él, se alegró de haber aceptado aquel trabajo. Ningún hombre se habría resistido a la tentación de admirar un trasero tan perfecto. Pero eso no significaba que fuera a cometer una locura; en primer lugar, porque había tomado la decisión de sentar cabeza y, en segundo, porque no quería hacer nada que pusiera en peligro su carrera cinematográfica.

Estaba allí, en Stony Ridge, para producir una película sobre el famoso jinete Damon Barrington. Era una oportunidad demasiado importante, que no podía desaprovechar. Y no iba a permitir que la tentación se interpusiera en su camino. Aunque lo estuviera mirando a la cara. Literalmente.

Además, una de las cláusulas de su contrato se lo impedía. Le habían prohibido que confraternizara con nadie durante el rodaje. Y, aunque no se lo hubieran prohibido, ya tenía bastantes problemas con sus propios demonios personales. Se comportaría como un profesional. El pasado no derribaría las barreras que había levantado alrededor de su corazón.

Grant maldijo la cláusula y sus demonios personales y se fijó en las nalgas. Era una fruta prohibida, pero le ayudó a no pensar en el olor a heno y a cuero de los establos; una combinación peligrosa, porque le avivaba recuerdos.

–Disculpe, ¿sabe dónde puedo encontrar a Tessa Barrington?

La exuberante y pequeña mujer se dio la vuelta y lo miró. Grant se habría mentido a sí mismo si se hubiera dicho que no sintió algo especial. Tenía una cara tan bonita como el cuerpo, y unos ojos de color turquesa que parecían la viva imagen de la seducción. Unos ojos que, sin duda alguna, habrían enamorado a muchos hombres.

–¿Eres el productor?

La mujer dejó el cepillo con el que estaba cepillando a uno de los caballos.

–Soy uno de ellos –contestó–. Grant Carter.

–Y yo soy la persona que buscabas.

Grant disimuló su sorpresa a duras penas, y tuvo que hacer un esfuerzo para no suspirar cuando ella se llevó las manos a la cintura. ¿Cómo era posible que una mujer de coleta y vaqueros le gustara hasta ese punto? ¿Desde cuándo sentía debilidad por las sencillas chicas de campo?

Tras unos momentos de perplejidad, se acordó de los rumores que había oído. Tessa Barrington era cualquier cosa menos sencilla. Estaba ante una amazona que aterrorizaba a jinetes, adiestradores y propietarios por igual.

–Mi padre me dijo que llegarías hoy. –Tessa bajó la mirada y la clavó en los pies de Grant–. Tus botas están ridículamente limpias… Tendremos que ensuciarlas un poco, ¿no te parece?

Grant sonrió. Siempre le habían gustado las mujeres que no tenían miedo de expresar sus opiniones.

Se acercó a ella y le estrechó la mano. Fue un contacto breve, pero suficiente para que notara los callos de su palma. Por lo visto, se tomaba su trabajo muy en serio. No se había convertido en el enemigo a batir de todo el condado por tumbarse a la sombra y dedicarse a tomar refrescos.

–Encantado de conocerte, Tessa –dijo, sin dejar de sonreír–. Confieso que me has causado una impresión verdaderamente grata…

Ella se cruzó de brazos y arqueó una ceja con tal gesto de disgusto que le arrancó una carcajada a Grant.

–No me malinterpretes –se apresuró a añadir–. Me refería a que tu talento natural me ha causado una gran impresión.

–¿Mi talento natural? –ironizó Tessa, con la ceja aún arqueada–. Está bien… Supondré que es un cumplido a cuenta de mis habilidades como amazona.

Grant se sintió aliviado y cambió rápidamente de conversación.

–Sé que estás ocupada, pero….

–Estoy mucho más que ocupada –lo interrumpió.

–Sí, bueno…

–No te molestes en insistir. He preparado una hoja con mis horarios, para que sepas cuándo estoy entrenando, cuándo estoy en los establos y cuándo me puedes ver. Espero que te atengas a ello; pero si surge algún problema y no puedes estar en alguno de los momentos que te he reservado, haré lo posible por concederte otro.

Grant se acordó de su hermana, y le faltó poco para romper a reír. Tessa Barrington era tan obsesiva como ella en cuestiones de organización. O, al menos, tan obsesiva como lo había sido antes de sufrir aquel accidente.

La miró a los ojos de nuevo y se dio cuenta de que estaba hablando en serio. Definitivamente, iba a ser un hueso duro de roer.

Además, tenía la sensación de que el rodaje no le hacía ninguna gracia. Cualquiera habría estado encantado de que se rodara una película en su propiedad con tal de que se le asociara con una película de Bronson Dane y con Max Ford como protagonista. Pero Tessa no los quería allí. Quería seguir en su mundo perfectamente ordenado, con sus hojas de horarios y su coleta tensa. Sin despeinarse.

Y a Grant le habría encantado despeinarla.

Sin embargo, era el coproductor de la película y no iba a repetir los errores que habían destrozado la vida de su familia. Mientras estuviera allí, se abstendría de relaciones problemáticas. Especialmente, porque estaba a punto de conseguir su siguiente objetivo, tener su propia empresa de producciones.

–Me parece bien, Tessa. Estoy seguro de que encontraremos la forma de trabajar juntos… Pero, ¿cuándo me podrás conceder la primera audiencia? –preguntó con humor–. Mi equipo llega dentro de un mes y tengo que visitar el rancho para elegir los sitios donde van a rodar.

Ella ladeó la cabeza.

–Mi padre quiere que os ayude, pero eso no significa que vuestro proyecto cinematográfico cuente con mi apoyo –replicó–. No voy a permitir que una película se interponga en mi trabajo. Mi prioridad son las carreras. Siempre lo han sido y siempre lo serán.

Grant la encontró tan refrescante que sonrió. Estaba harto de mujeres que se acercaban a él por su fama o su cuenta bancaria. Pero a Tessa no le interesaba ni lo uno ni lo otro.

–Lo comprendo perfectamente –dijo, en un intento por ganársela–. Sé que estás muy ocupada, y haré lo posible por no robarte demasiado tiempo.

Tessa lo miró con desconfianza.

–Déjame que te diga una cosa, Grant. En circunstancias normales, no habría consentido que un hombre me siga a todas partes como si fuera mi sombra. He hecho una excepción contigo porque es la única forma de conseguir que vuestra película sea absolutamente veraz. No quiero que transforméis la vida de mi padre en algo feo y dudoso.

A Grant le pareció un comentario interesante. Era obvio que Tessa había tenido alguna experiencia mala en ese sentido, y que ahora desconfiaba de todo el mundo. Por lo visto, estaba condenado a pasar un mes entero con una mujer amargada.

–No te preocupes. Me aseguraré de que la película satisfaga a todas las partes –le prometió.

Ella le dedicó una sonrisa tensa.

–Excelente. Me alegra saber que los dos queremos lo mismo.

Grant no estaba muy seguro de que los dos quisieran lo mismo. Por lo menos, en ese momento. Tessa le gustaba tanto que habría dado cualquier cosa por soltarle la coleta, desnudarla y hacerle el amor encima de un montón de heno.

Al parecer, iba a ser un mes muy largo.

 

 

Tessa sabía reconocer a un hombre que se sentía atraído por ella. Y, a decir verdad, ella también lo encontraba sexy. Pero se creía inmunizada contra los hombres atractivos y de palabra fácil.

Además, Grant Carter era tan sospechosamente urbano como Aaron, el último tipo que había suscitado su interés. Un individuo de trajes caros y zapatos relucientes que no se acercó a ella porque le interesara desde un punto de vista romántico, sino porque quería utilizar su apellido y su dinero para hacer negocios.

Después de aquella decepción, no había ninguna posibilidad de que se dejara engatusar por nadie. Especialmente, si se trataba de un desconocido de Hollywood que, para empeorar las cosas, había conseguido que su corazón latiera más deprisa sin más esfuerzo que una sonrisa irónica y un par de miradas intensas.

Tessa Barrington no era como la mayoría de las chicas de su edad. Tenía veinticinco años, pero el amor no le interesaba en absoluto. Toda su vida giraba alrededor de su trabajo y del único sueño que significaba algo para ella: conseguir la Triple Corona.

–Será mejor que me vaya. Oliver necesita correr un poco –dijo, refiriéndose al caballo–. Cuando mi padre me informó de que llegabas hoy, supuse que aparecerías por la tarde. De hecho, te reservé un par de horas después de comer.

Grant miró la hora en su reloj.

–Puedo volver más tarde, aunque estaría bien que me dieras esa hoja que has preparado. No quiero molestarte otra vez.

Tessa suspiró. Sabía que Grant se estaba burlando de ella, pero estaba acostumbrada a ese tipo de situaciones.

–De acuerdo. Te la daré dentro de un par de horas, cuando nos volvamos a ver.

Tessa se giró hacia Oliver. No era el caballo que montaba en competición, sino un animal caprichoso e hiperactivo al que, sin embargo, quería como si fuera su propio hijo. Se llevaba muy bien con él. Se entendían. Y, al igual que ella, detestaba a los forasteros.

De repente, Grant la tomó entre sus brazos y la alejó del purasangre.

–¿Se puede saber qué demonios estás haciendo? –preguntó Tessa, clavando la vista en sus ojos oscuros, casi negros.

Grant no la estaba mirando a ella, sino al caballo. Y Tessa aprovechó la circunstancia para admirar su piel morena, los fabulosos músculos de su pecho y su intenso y masculino aroma.

–¿Grant? –insistió.

Él sacudió la cabeza, como volviendo en sí.

–Lo siento… El caballo ha hecho un movimiento raro, y me ha parecido que te iba a golpear –se disculpó–. No quería que te hiciera daño.

Tessa se cruzó de brazos. Estaba tan confundida con su comportamiento como asombrada por el hecho de que se hubiera sentido obligado a rescatarla.

–¿Hacerme daño? Ningún caballo me ha hecho daño en toda mi vida… Además, Oliver es así, bastante nervioso. Yo soy la única persona que lo puede montar.

Grant se encogió de hombros.

–Discúlpame. No tengo experiencia con estas cosas.

Tessa lo miró con interés.

–¿Estás seguro de que sabrás comportarte en un rancho?

Él sonrió con debilidad.

–Sí, no te preocupes…

Tessa no quería sentir nada por aquel hombre de voz suave y ojos oscuros. Pero le había gustado que saliera en su defensa, y tenía un fondo de vulnerabilidad que le resultaba intensamente atractivo.

–No quiero ser grosera, pero vas a trabajar en una película sobre caballos. ¿No crees que deberías saber algo al respecto?

Grant se apartó con una zancada lenta y suave que habría despertado la envidia de cualquier vaquero. Tessa se quedó sorprendida unos instantes. Si no hubiera sido por su ropa, tan limpia y bien planchada como si se la acabara de comprar, habría pensado que vivía en un rancho. Pero se recordó que trabajaba en Hollywood, y que la gente del cine estaba acostumbrada a interpretar personajes.

Se detuvo tan cerca de ella que se vio obligada a elegir entre mirar su camisa gris de franela o mirar sus ojos. Y todo lo que veía le gustaba tanto que olvidó lo que estaba diciendo.

–Por eso estoy aquí. Para que me ayudes a entender el mundo de los caballos –contestó–. Llevo mucho tiempo esperando un proyecto tan importante como este… Y puedes estar segura de que, cuando quiero algo, encuentro la forma de hacerlo mío.

Tessa se preguntó por qué le había parecido que aquellas palabras se referían a ella. Se preguntó por qué la habían estremecido y, sobre todo, se preguntó cómo era posible que se sintiera atraída por él. ¿Es que no había aprendido nada?

Además, en su mundo no había sitio para el amor. Tenía títulos que ganar, premios que recoger, objetivos que cumplir. No permitiría que nada ni nadie se interpusiera en su camino. Aunque fuera la tentación personificada.

Tampoco podía negar que aquel hombre de espalda ancha y ojos hipnóticos la estaba volviendo loca. En solo unos minutos, había logrado que las hormonas se le desataran y que su mente empezara a añorar la vida sexual que nunca había tenido.

–No desperdicies tus encantos conmigo –le advirtió–. A mí solo me interesan las carreras y los caballos.

Grant volvió a sonreír.

–No es ningún desperdicio, Tessa. Sé que te sientes tan atraída por mí como yo por ti. Es lógico que nuestra imaginación se desboque cuando vemos a una persona que nos gusta… Le pasa a todo el mundo. No hay necesidad de negar los hechos.

Tessa soltó una carcajada.

–Tu ego es tan grande que no sé cómo has podido entrar en los establos. Pero yo me tengo que ir, guapo –ironizó–. Ah, y ten cuidado cuando salgas… No sea que tu arrogancia se estampe contra el marco de la puerta.

Él rio y Tessa se dijo que tendría que ser más convincente si quería disimular sus sentimientos. No se podía permitir el lujo de bajar la guardia. Porque, si la bajaba, se encontraría atrapada en el elegante y seductor mundo de Grant.

Capítulo Dos

 

Grant miró la ancha escalera que llevaba a la terraza del segundo piso y pensó que sería perfecta para rodar la primera escena. Quería que la película empezara con los primeros años de Damon y Rose Barrington; y, como aquel lugar era el centro de su familia, debían empezar por ahí.

Al salir a la terraza imaginó a Max Ford en el papel de Damon y sonrió sin poder evitarlo. El actor se apoyaría en la barandilla y observaría a dos niñas que estarían jugando en el jardín; una de las cuales, naturalmente, representaría el papel de la pequeña Tessa Barrington.

Grant sacudió la cabeza. Estaba seguro de que siempre había sido una obsesa de la organización. Incluso en su más tierna edad.

–Buenas tardes…

Grant sonrió al oír la voz de Damon Barrington, y se giró hacia él con intención de saludarlo. Era un hombre alto, delgado y de cabello canoso, cuya presencia imponía atención y respeto. Aquel rodaje iba a suponer un gran salto adelante en la carrera profesional de Grant.

Dirigir películas era su verdadera pasión. Adoraba trabajar con los actores y disfrutar del clima de confianza que siempre se formaba. Pero estaba preparado para ir más lejos. Y coproducir aquella película era una oportunidad de oro.

–Siento no haber estado aquí cuando has llegado. –Damon le dio una palmadita en la espalda–. Tengo entendido que ya has hablado con Tessa…

Grant asintió.

–Sí, he quedado con tu hija dentro de unos minutos. Me ha preparado un horario.

Damon soltó una carcajada.

–Ah, esa chica… Cuando no está con los caballos, está delante de su ordenador, preparando horarios, programas y demás.

Grant pensó que Tessa solo necesitaba relajarse un poco. Y se le ocurrían unas cuantas formas de relajarla. Pero su contrato se lo impedía.

Empezaba a odiar la maldita cláusula de marras; una cláusula que, por otra parte, no podía ser más injusta. Era verdad que, en cierta ocasión, se había emborrachado con una maquilladora y habían terminado en las portadas de los periódicos, pero habían pasado años desde entonces.

Además, ya no estaba tan seguro de que quisiera sentar cabeza. Tessa era muy atractiva, y no se le ocurría ninguna razón por la que no pudieran divertirse un poco. A fin de cuentas, iban a estar juntos durante todo un mes. Y un mes sin diversión podía ser extremadamente largo.

–Por lo visto, ha marcado en verde las horas que me puede dedicar…

Damon suspiró y se pasó una mano por la cara.

–Supongo que ha salido a su madre… Mi difunta esposa era de las que ponen etiquetas en todas partes y programan cada minuto del día –explicó–. Me sacaba de quicio.

–Espero que puedas hablar con Lily cuando llegue a la casa –dijo Grant, refiriéndose a la actriz que iba a interpretar el papel de Rose Barrington–. Ha estudiado la biografía y los materiales que le enviaste, pero no es lo mismo que hablar con el hombre que estuvo casado con ella.

–Será un placer –afirmó Damon–. Aunque me sigue sorprendiendo que alguien quiera grabar una película sobre mi vida.

–Eres un hombre extraordinario, y no puedes negar que fundaste una familia extraordinaria: ganaste la Triple Corona y tienes dos hijas que han seguido tus pasos. Tessa es jinete y Cassie, adiestradora de caballos –le recordó–. Hay quien opina que eres el tipo con más suerte del sector.

Damon sonrió.

–Lo mío no es suerte, sino paciencia y trabajo.

Grant tuvo la sensación de que Damon Barrington era algo más que un antiguo jinete devenido en dueño de una cuadra prestigiosa. También era un hombre de familia. Cuando alguien mencionaba a sus hijas, los ojos se le iluminaban con el mismo orgullo que aparecía en los de Tessa cuando hablaba sobre él. Y para Grant, no había nada más importante que la familia.

Por eso se resistía a ver a su hermana. Porque le había destrozado la vida y se sentía terriblemente avergonzado.

Sacudió la cabeza e intentó concentrarse en la película que iba a coproducir. Al fin y al cabo, era la oportunidad que había estado esperando durante tanto tiempo. Y no permitiría que nada se interpusiera en su camino. Empezando por Tessa.

Afortunadamente, la bella y sexy amazona no estaba en posición de sabotear la película. Podía complicar las cosas, pero Grant se dijo que encontraría el modo de romper su caparazón. Ya se había dado cuenta de que, por mucho que se fingiera inmune a sus encantos, se sentía atraída por él. Lo había notado en el brillo de sus ojos y en la dilatación de sus pupilas cuando le miraba los labios.

Tessa Barrington no iba a ser un problema.

–En fin, será mejor que me marche. Tengo que entrevistar a un candidato que quiere el puesto de mozo de cuadra –explicó Damon, que echó un vistazo a su teléfono móvil y se lo guardó en el bolsillo–. Pero, por favor, siéntete como si estuvieras en tu propia casa… Puedes ir adonde quieras y ver lo que quieras. Supongo que habrán llevado tu equipaje a una de las cabañas.

Grant asintió.

–Sí, ya lo han llevado. Aunque no hacía falta, me podría haber alojado en un hotel hasta que llegaran los habitáculos del equipo de rodaje.

–Tonterías. Tenemos dos cabañas para invitados, además de la que ocupan Cassie y su bebé. No es que sean muy grandes, pero son mejor que una habitación de hotel o un remolque.

–Eso es cierto.

–Volveré dentro de un rato. Si me necesitas, estoy a tu entera disposición. Pero sospecho que Tessa se habrá encargado de todo.

Grant volvió a sonreír.

–No tengo la menor duda al respecto.

Damon se fue y Grant continuó con la visita a la propiedad, decidido a no pasar ningún detalle por alto.

Minutos después, miró la hora y vio que faltaba poco para su cita con Tessa, así que se dirigió a los establos. No quería llegar tarde. Conociéndola, era capaz de marcharse.

Mientras caminaba, se puso a pensar en formas de sacarla de su mundo perfecto. ¿Cómo era posible que fuera tan aburrida? ¿Cómo era posible que redujera la existencia a un conjunto de compromisos milimétricamente ordenados en un papel? Tessa Barrington parecía creer que ser serio implicaba renunciar a vivir. Y se equivocaba.

–Veo que eres puntual. Hasta es posible que nos llevemos bien.

Grant admiró el cuerpo de Tessa, llevaba unos pantalones de montar ajustados y un casco de amazona.

–¿Por qué no vamos dentro? –preguntó él, haciendo caso omiso de su comentario–. Podremos beber algo y charlar un poco.

Ella se cruzó de brazos y sonrió.

–¿Por qué quieres que entremos? ¿Es que el chico de la gran ciudad no soporta el calor?

Él soltó una carcajada.

–Lo he dicho por ti. He supuesto que necesitarías un descanso…

–Yo no necesito descansar –dijo, orgullosa–. Y, en cuanto al calor, no me molesta.

Incapaz de refrenarse, Grant se acercó y le apartó un mechón de pelo de la cara. Tessa respiró hondo, con un gesto de sorpresa que a él le encantó.

–Bueno es saberlo…

–¿Bueno? ¿Por qué?

–Porque significa que no tienes miedo de las actividades que provocan sudoración –respondió Grant en voz baja.

Tessa le dedicó una sonrisa sarcástica.

–Tendrás que esforzarte más, guapo. Ese tipo de indirectas no te servirán conmigo.

–Oh, solo me estaba divirtiendo un poco –ironizó él–. Me gusta incomodarte. No se me ocurre nada mejor que hacer.

Ella ladeó la cabeza, sin apartar la vista de sus ojos.

–¿Ah, no? Yo pensaba que habías venido a producir una película.

Él se inclinó y aspiró su aroma.

–Puedo hacer varias cosas a la vez. Soy multitarea.

Tessa rio y le dio una palmadita en la cara.

–Mira qué bien… Y ahora, ¿qué te parece si comemos algo? Te he reservado dos horas de mi tiempo, y solo te queda una hora y cincuenta minutos.

Ella se apartó y se dirigió a la casa con lentitud, meneando las caderas bajo los ajustados pantalones.

Grant se la quedó mirando como un tonto, momentáneamente hipnotizado. Pero no se dejó engañar por la actitud de Tessa.

Ya no tenía ninguna duda. Lo deseaba. Lo había visto en sus ojos y en la vena que a veces le latía en el cuello.

Al parecer, iba a ser un rodaje de lo más interesante.

 

 

Tessa entró en la casa de su padre por la puerta de atrás y se sintió mejor al notar el refrescante aire acondicionado.

Estaba acalorada, aunque la temperatura de su cuerpo no se debía al clima, sino al guaperas de Hollywood que se creía capaz de seducirla. Y si no se andaba con cuidado, había grandes posibilidades de que lo consiguiera.