Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
La historia del conocimiento humano está repleta de nombres, acontecimientos e ideas increíbles, y nunca más cierto cuando hablamos de una de las disciplinas que más han revolucionado el mundo científico en los últimos siglos: la biología. Consuelo Cuevas da cuenta de las disputas que esta ciencia suscitó en México, tanto en los laboratorios como en las aulas, las principales figuras que intervinieron en su desarrollo, sus centros de investigación en el país y muchas de las grandes aportaciones que la biología ha hecho al pueblo mexicano desde la época del Porfiriato hasta finales del siglo xx.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 233
Veröffentlichungsjahr: 2025
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
En 1984 el Fondo de Cultura Económica concibió el proyecto editorial La Ciencia desde México con el propósito de divulgar el conocimiento científico en español a través de libros breves, con carácter introductorio y un lenguaje claro, accesible y ameno; el objetivo era despertar el interés en la ciencia en un público amplio y, en especial, entre los jóvenes.
Los primeros títulos aparecieron en 1986 y, si en un principio la colección se conformó por obras que daban a conocer los trabajos de investigación de los científicos mexicanos, diez años más tarde la convocatoria se amplió a todos los países hispanoamericanos y cambió su nombre por el de La Ciencia para Todos.
Con el desarrollo de la colección, el Fondo de Cultura Económica estableció dos certámenes: el concurso de lectoescritura “Leamos La Ciencia para Todos”, que busca promover la lectura de la colección y el surgimiento de vocaciones entre los estudiantes de educación media, y el Premio Internacional de Divulgación de la Ciencia Ruy Pérez Tamayo, cuyo propósito es incentivar la producción de textos de científicos, periodistas, divulgadores y escritores en general cuyos títulos puedan incorporarse al catálogo de la colección.
Hoy, La Ciencia para Todos y los dos concursos bienales se mantienen y aun buscan crecer, renovarse y actualizarse, con un objetivo aún más ambicioso: hacer de la ciencia parte fundamental de la cultura general de los pueblos hispanoamericanos.
LA CIENCIA PARA TODOS
259
Los primeros pasos de la biología en México
Primera edición, 2024 [Primera edición en libro electrónico, 2025]
Distribución mundial
Esta publicación forma parte del proyecto “Plataformas de difusión científica: narrativas transmedia para México” del Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, apoyado por el Conahcyt en el año 2024.
La Ciencia para Todos es proyecto y propiedad del Fondo de Cultura Económica, al que pertenecen también sus derechos. Se publica con los auspicios de la Secretaría de Educación Pública y del Consejo Nacional de Humaninades, Ciencias y Tecnologías.
D. R. © 2024, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho Ajusco, 227; 14110 Ciudad de México
Comentarios: [email protected] Tel.: 55-5227-4672
Diseño de portada: Neri Ugalde Guzmán
Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio, sin la anuencia por escrito del titular de los derechos.
ISBN 978-607-16-8540-7 (FCE)ISBN 978-607-8273-50-8 (Conahcyt)ISBN 978-607-16-8629-9 (ePub)ISBN 978-607-16-8672-5 (mobi)
Hecho en México - Made in Mexico
Para comenzar
Los paradigmas de la biología La Escuela Nacional Preparatoria El joven Alfonso Luis Herrera Una ciencia abstracta Del Museo de Historia Natural a la Dirección de Estudios Biológicos La conservación de la naturaleza El origen de la vida Diferentes miradas sobre la biología Los ataques se acentúan El Consejo Superior de Educación Pública La biología se asoma desde otros centros de investigaciónComisión Geográfico-ExploradoraInstituto Geológico NacionalInstituto Bacteriológico NacionalInstituto de Higiene Dos alumnos brillantes Isaac Ochoterena y el Instituto de Biología Biólogas en lucha Trabajo de equipo en el Valle del Mezquital En busca de otra biologíaPara reflexionar
Referencias bibliográficas
BibliohemerografíaDocumentos de archivoNotas periodísticas anónimasGlosario
Cuando pregunto a mis alumnos el nombre de algún naturalista mexicano del siglo XIX, o el de algún biólogo del siglo XX, se ven unos a otros o miran el techo esperando encontrar el dato en un recoveco de su memoria, pero la mayoría de las veces se dan por vencidos.
¿Por qué no conocemos nuestro propio pasado científico?
Hay varias razones, pero la principal es porque los estudios que abordan la historia de la ciencia mexicana son tan recientes que apenas figuran en libros y revistas especializados y no han pasado a los libros de texto. Y son recientes porque durante mucho tiempo se negó que hubiera habido conocimiento científico en México en el pasado; se creía que la ciencia tuvo su origen en unos cuantos países de Europa entre los siglos XVI y XVII, y que de ahí se propagó gracias a las expediciones y las conquistas de los europeos.
Según el autor de esta teoría, el inglés George Basalla, los demás países —entre ellos México— fueron solamente receptores de las grandes ideas europeas y habrían de empezar a desarrollar su propia ciencia sólo en épocas postreras.1 Fue hasta los años ochenta del siglo XX cuando en diversas publicaciones comenzó a desmentirse esta creencia. Por ejemplo, el matemático, filósofo e historiador de la ciencia egipcio Roshdi Rashed señaló que en Arabia ya desde el siglo X, cuando Europa se hallaba en plena Edad Media, el estudioso Ibn al-Haytham, conocido en el mundo occidental como Alhacén, había formado un equipo de trabajo que aplicó el método científico para demostrar la propagación rectilínea de la luz.2
Por su parte David Wade Chambers, un historiador australiano, aseguró que el Colegio de Minería de la Nueva España confeccionó un modelo en el que se unieron, por primera vez en el mundo, la docencia y la investigación. Cabe hacer notar que aquella institución se fundó no porque el rey de España hubiera dado la orden, sino porque los mineros así lo exigieron por necesidades propias, de manera que la teoría de Basalla no tiene lugar en este caso y no lo tiene en muchos otros.3
Numerosos historiadores de diversos países emprendieron la gran tarea de rescatar su pasado científico, pero sus avances en tal sentido han sido lentos. Para alcanzar su propósito han tenido que despojarse de los prejuicios eurocéntricos que nos han sido inculcados durante siglos a los ciudadanos de las naciones colonizadas. Desde luego, al reconocer nuestro desarrollo científico no se pretende minimizar los descubrimientos que se han hecho en Europa, sino puntualizar el hecho de que a través de los años ha habido un intercambio de conocimientos en el que han participado numerosos países.
Recuperar nuestro pasado científico conlleva la posibilidad de divulgar el valor de una parte importante de nuestra cultura, de lo que somos. Además, conocer el origen de una disciplina y su progreso nos conduce a desentrañar de manera más profunda su significado. La ciencia de la biología, por ejemplo, surgió hasta que se comprendieron algunas teorías que a los especialistas nos permitieron saber que todos los seres vivos del planeta compartimos ciertas características: todos somos producto de un largo proceso evolutivo, estamos formados por células, nuestros caracteres están almacenados en los genes, para sobrevivir contamos con diferentes procesos fisiológicos y formamos parte de redes tróficas y de ecosistemas. Estas teorías se desarrollaron de mediados del siglo XIX al XX. Antes de eso, los naturalistas realizaban estudios sobre las plantas, los animales, la geología, la paleontología y la mineralogía como partes de lo que llamaban historia natural. Se nombraban a sí mismos naturalistas, no biólogos. Y llegado el momento se asombraron de que otra ciencia pugnara por estudiar de una manera diferente a los seres vivos. Entonces sobrevinieron numerosos conflictos y mucha confusión al respecto, y en todo el mundo se discutió acaloradamente acerca de cuál era la diferencia entre una disciplina y la otra.4
En México los naturalistas trabajaban afanosamente para conocer la flora y la fauna y para mostrar al mundo la gran riqueza natural existente en el país. Un grupo de ellos fundaron en 1868 la Sociedad Mexicana de Historia Natural, que fue esencial porque algunos de sus integrantes crearon o dirigieron posteriormente centros de investigación que alcanzaron gran renombre. Esta agrupación estuvo estrechamente ligada a los trabajos del Museo Nacional, donde se reunieron colecciones históricas, arqueológicas y naturales que se mostraban al público y que eran el resultado de trabajos de investigación de las expediciones realizadas por los científicos, quienes describían sus hallazgos en revistas como La Naturaleza, que puede encontrarse en varias bibliotecas de México y del mundo.5
Entre los establecimientos científicos que formaron los miembros de esa sociedad se encuentran el Instituto Geológico, el Instituto Médico y el Observatorio Meteorológico, centros de investigación que tuvieron reconocimiento internacional.6 El Médico, que es el que estuvo más estrechamente ligado al nacimiento de la biología, se dedicaba al estudio de las plantas medicinales y de las que podían tener utilidad industrial. Lo conformaban cinco secciones: en la de Historia Natural se identificaban los ejemplares; en la de Química Analítica se efectuaban análisis para tratar de saber cuáles de sus compuestos tenían propiedades curativas; en la de Fisiología Experimental se probaban estos últimos en animales de laboratorio; en la de Terapéutica Clínica se suministraban esas fórmulas a enfermos hospitalizados, y en la quinta, Geografía Botánica, se estudiaba la manera como se distribuye la vegetación en el territorio nacional. Esta forma de organización, a decir de varios extranjeros que enviaron cartas durante la existencia del Instituto Médico, era única en el mundo, lo que también contradice el planteamiento de Basalla.7
Aunque en el recorrido histórico por los inicios de la biología en México pueden identificarse diferentes escuelas y grupos de investigación, hay un personaje que es especial porque todos los caminos sobre el tema en esos años conducen a él. Se trata de Alfonso Luis Herrera, o Alfonso L. Herrera, como a él le gustaba firmar. Cada uno de esos grupos estudiados aquí se relaciona con esta controvertida figura, a la que algunos alabaron y otros denostaron sin piedad. Desde muy joven Alfonso Luis Herrera fue reconocido y premiado por sus trabajos, y tal vez por lo mismo fue acremente criticado también. Conocer su trayectoria permite entender que en todas las épocas los científicos se han tenido que enfrentar a problemas políticos, económicos y sociales, y aun a pasiones humanas como la envidia y la traición.
Para escribir este libro se indagó en diversas fuentes bibliográficas, notas de periódicos y documentos de archivo. En la sección de referencias podrán ubicarse las ligas del material digital que sirvieron asimismo para reconstruir esta historia, toda vez que, en efecto, los avances tecnológicos posibilitan ahora el acceso a información que hasta hace unos años se encontraba oculta y a la que era muy difícil llegar. Varias universidades han digitalizado libros y revistas de siglos pasados, y muchos periódicos del siglo XIX y principios del XX se encuentran a disposición del público. Tal vez una parte de quienes consulten estos datos podrían interesarse en mayor medida en la historia de la biología y, por consiguiente, sumergirse en la lectura de materiales que los animen a descubrir temas que no han sido tratados o facetas de nuestro pasado que están por descubrirse.
Un agradecimiento muy especial, entonces, a todas aquellas personas cuyo trabajo en las bibliotecas, en las hemerotecas y en los archivos ha facilitado la exploración de la historia de la disciplina que nos ocupa.
En los años setenta circuló una revista llamada Duda, que, bajo el sello de Editorial Posada, llegó a sostener en varios de sus números que los seres humanos fuimos traídos a la Tierra por extraterrestres. Algunos de los redactores de esta publicación que buscaban convencer a los lectores de ideas como ésta seguramente no eran biólogos, porque la ciencia de la biología nos permite comprender que todos los seres vivos del planeta compartimos características que ponen de manifiesto nuestras estrechas relaciones. Las arqueas, las bacterias, los protistas, los hongos, las plantas, los animales y los seres humanos estamos formados por células. Todos estos organismos tenemos una molécula llamada ADN, que contiene los genes determinantes de nuestros caracteres, los cuales heredamos de manera azarosa a nuestra descendencia.
En todos los organismos confluyen interacciones complejas que regulan su funcionamiento; todos ellos forman parte de especies que son resultado de un proceso evolutivo que los hace parientes, cercanos o lejanos,1 y pertenecen a ecosistemas en los que se manifiestan estrechas relaciones de dependencia, de flujos de materia y de energía.2 El ser humano no escapa a ninguna de estas condiciones, por lo que es ilógico suponer que llegó de un mundo ajeno o que tuvo un origen diferente al de los demás seres vivos.
Esto último, que ha podido escribirse en un solo párrafo, necesitó gestarse con anterioridad a partir de la elaboración de varias teorías, o paradigmas, como los llamó Thomas Kuhn (1922-1996), un físico estadunidense que cultivó también la filosofía de la ciencia. De acuerdo con él, los paradigmas se conforman no solamente por los conocimientos, sino también por las sociedades de científicos que los construyen y los defienden. Un ejemplo de paradigma es la teoría celular, la cual plantea que todos los seres vivos están formados por células y fue impulsada a raíz de observaciones hechas en el microscopio.
Dicho instrumento permitió observar estructuras muy pequeñas, así que su historia está permeada por el interés de una legión de investigadores que se apasionaron por conocer cómo era el mundo de lo minúsculo, ese que no podemos detectar a simple vista. Varios de estos investigadores pusieron los cimientos para que los alemanes Matthias Jacob Schleiden (1804-1881) y Theodor Schwann (1810-1882) llegaran a la conclusión de que tanto los tejidos vegetales como los animales están formados por células. Posteriormente, Rudolf Virchow (1821-1902) acuñaría la famosa frase omnis cellula e cellula, que quiere decir que toda célula proviene de otra célula.
En México esta teoría se difundió sin discusión en revistas y periódicos; se aceptó como un hecho que, si bien llegó a provocar asombro en la época, en ningún momento se dudó de él. El 6 de julio de 1885, en el periódico El Siglo Diez y Nueve se publicó una conferencia que Santiago Ramón y Cajal (1852-1934) había pronunciado en el Ateneo Científico de Valencia, en España. De acuerdo con el periodista que reseñó el acontecimiento, ese médico y científico español habló de la teoría celular (que abordaba los principios de la unidad anatómica, fisiológica y genética de la vida). El reportero escribió:
La primera es la afirmación de que todos los seres, así animales como vegetales, están formados de células. La segunda contiene la idea de que las células son las depositarias de la vida, realizando todas las actividades fundamentales de los seres vivientes: nutrición, reproducción y relación. Y la tercera nos dice que, a semejanza de los seres vivos, las células nacen las unas de las otras por un fenómeno de partición.3
Al fisiólogo francés Claude Bernard (1813-1878) se deben las investigaciones que permitieron conocer la manera en la que se organizan las células y se integran en los organismos formando tejidos y órganos que trabajan de manera funcional; también hizo observaciones sobre la nutrición y la descomposición de los alimentos en el sistema digestivo, y sobre la regulación de la temperatura por el sistema nervioso.
Bernard igualmente realizó análisis en torno a los efectos del curare, un veneno que diversos grupos originarios sudamericanos extraen de algunas plantas para untarlo en las puntas de sus flechas a fin de paralizar a sus presas. Una vez que Bernard descubrió la forma en la que el curare afecta los músculos de las ranas, propuso la existencia de la placa neuromuscular. En sus estudios encontró que hay una relación entre los órganos y sus células como parte de un todo funcional al que llamó unidad orgánica y que es la base de la fisiología.
Los estudios fisiológicos despertaron un gran interés en la comunidad científica mexicana, especialmente entre los médicos. Uno de los primeros textos que se dieron a conocer al respecto se publicó en 1872 en los Anales de la Sociedad Humboldt; lo firmó el médico Ignacio Alvarado, quien describió los experimentos realizados por él mismo en perros y ranas a los que aplicó curare para saber si el veneno obraba sobre los músculos o sobre los nervios, si destruía la sensibilidad o el movimiento.4
Sin embargo, hubo quienes pusieron en duda si el hecho de experimentar con animales vivos conducía de verdad al progreso de la ciencia; esos grupos retomaron ideas de autores franceses, ingleses y alemanes que se oponían a esta práctica, a la que consideraban salvaje, una cruel vivisección.5 Los trabajos de Claude Bernard fueron igualmente rebatidos debido a que alguna vez calificó a la fisiología como la “ciencia de la vida”, y hubo quienes consideraron que esto no era así.
En México, el médico Porfirio Parra (1854-1912) señaló en 1879 que no sólo la fisiología estudiaba la vida, sino otras disciplinas, como la zoología y la botánica.6 En 1899 debatió con otro médico y naturalista, Jesús Sánchez, acerca de la diferencia entre fisiología y biología.
Para Parra, la fisiología era la ciencia concreta del estudio de una especie determinada, mientras que a la biología la consideraba la ciencia abstracta encargada de formular las leyes que rigen los procesos de la vida, “la ciencia madre”.7 Jesús Sánchez, en cambio, sostenía que en realidad la ciencia madre era la historia natural, porque abarcaba el estudio de la biología (plantas y animales) y la litología (geología y paleontología), y propugnaba que la fisiología formaba parte de la biología, pues estudiaba las funciones de los organismos.8 Ciertamente en esa coyuntura histórico-científica había bastante confusión en cuanto al uso de los conceptos, aunque las discusiones se daban en términos académicos, sin generar mayor controversia.
FIGURAI.1. Cuadro elaborado por Jesús Sánchez en su artículo “Fisiología y Biología”, escrito en 1899.
Las argumentaciones acerca de la teoría de la evolución llevaron a debates más intensos. En sus obras El origen de las especies y El origen del hombre el naturalista inglés Charles Darwin intentó demostrar que el ser humano es muy cercano a los grandes simios, como el chimpancé y el gorila; jamás dijo que descendiera directamente de esos primates, sino que hubo un ancestro común a todos que nos hace algo así como primos o hermanos. La Iglesia católica se declaró ofendida por estos planteamientos, pues se aferraba a su creencia bíblica de que el hombre y la mujer fueron creados a imagen y semejanza de Dios.
En México los enfrentamientos del tal naturaleza los protagonizaron católicos y liberales —estos últimos habían formado la Sociedad de Libres Pensadores—. El debate se manifestó mediante la pluma y la tinta en periódicos de uno y otro signos. El primer autor en escribir sobre darwinismo en los diarios de la época fue un polaco nacionalizado mexicano, Gustavo Gosdawa.
Conocido también como “El barón de Gostkowski”, Gosdawa escribía la columna “Humoradas dominicales” en diferentes publicaciones, y desde ahí, de manera jocosa, llegó a decir que el hombre es tan imperfecto que sus debilidades sólo pueden justificarse si se acepta su parentesco con los grandes monos, con quienes tiene mucho en común, y no si cree ser descendiente directo de la divinidad, lo cual no es posible dados todos sus defectos.
Como persona informada que era, Gosdawa conocía las hipótesis de grandes pensadores; basándose en ellas escribió que los seres humanos debían buscar sus orígenes en África, en los bosques de Gabón, de la Guinea o de Borneo.9 En varias ocasiones declaró que las personas no tienen ninguna razón para sentirse superiores a los demás primates con los que comparten el planeta, porque finalmente todos somos resultado de un largo proceso evolutivo.10 Entonces llovieron críticas y protestas, en este caso desde La Voz de México, publicación en la que escribían periodistas católicos que se sintieron muy ofendidos con las ideas del polaco-mexicano.
Gustavo Gosdawa era muy amigo de los hermanos Justo y Santiago Sierra Méndez, quienes debatieron sobre este tema años después. En 1875 Justo escribió notas en favor de la teoría de Darwin en varios periódicos. Un artículo muy interesante es el que publicó en El Federalista del 10 de noviembre de ese año, pues expresó que era necesario modificar la enseñanza de la historia para que explicara el origen del ser humano y rastreara este último “más allá del mundo animal y vegetal, hasta las primeras manifestaciones de la fuerza vital en el planeta…”11
En 1877 Justo Sierra fue nombrado profesor de Historia en la Escuela Nacional Preparatoria. Para dar sus clases escribió el Compendio de historia de la antigüedad, en el que, además de exponer sus argumentaciones acerca del origen de la humanidad, abordó el tema del origen del universo, pero con un enfoque en el que éste no tenía nada de divino, sino que había surgido de un caos gaseoso inicial.12
Puesto que el libro se publicó por partes, los católicos pudieron leer las primeras entregas, en las que Justo Sierra hablaba de esto, y se sintieron muy agredidos; en contrapartida escribieron que el texto con el que los alumnos de la Preparatoria iban a aprender era terriblemente ofensivo, porque además de negar el Génesis bíblico humillaba a los seres humanos al afirmar que no habían sido moldeados del barro por Dios, sino que descendían de larvas intestinales, gusanos y ajolotes.13
Santiago Sierra respondió airadamente que esos juicios eran absurdos, y aclaró que lo que Darwin había hecho notar es nuestro parentesco con gorilas y chimpancés, aunque los católicos se escudaban en invenciones para atacar las ideas progresistas.14 La escritura de Santiago era apasionada y vigorosa y denotaba un buen conocimiento de las ideas evolucionistas; por desgracia, él no llegó a ser tan conocido como su hermano debido a que murió muy joven. El 27 de abril de 1880, poco después de haber hecho su defensa del darwinismo en los periódicos, se enfrentó por añejos agravios a Ireneo Paz, otro periodista y escritor, en un duelo en el que perdió la vida. Ireneo fue abuelo del poeta y escritor Octavio Paz, quien obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1990.
El Compendio de historia de la antigüedad que ha llegado hasta nosotros es el que publicó Justo Sierra en 1879. En este volumen pueden leerse sus planteamientos acerca del origen del universo y una explicación muy breve sobre la teoría evolucionista de Darwin en lo que respecta a la selección natural; es decir, en torno a la sobrevivencia de los individuos más aptos en la lucha por la existencia. También abordó, aunque muy tímidamente, el parentesco de los humanos con los demás primates.
Algunos estudiosos creen que Sierra fue censurado y que sus primeras entregas incluían una explicación más amplia de la teoría darwiniana. Sin embargo, sus artículos sobre el particular se encuentran perdidos, por lo que no ha sido posible corroborar o descartar esa creencia. Sea como fuere, Justo Sierra fue por muchos años profesor de historia, de manera que sus pensamientos darwinistas pasaron a cientos de preparatorianos que fueron sus alumnos.
Debemos aprovechar el tema para hacer ver que la historia no puede tratarse como un cuento de buenos y malos, de héroes y villanos, porque no es así. Actualmente sabemos que Darwin tenía razón, y cada vez se encuentran más y más evidencias que confirman su teoría; pero justo es comprender que en el tiempo en el cual se desarrollaron aquellos debates faltaban numerosos hechos por comprobar y, además, las ideas del naturalista inglés atentaban contra creencias firmemente arraigadas en la sociedad de la época.
En La Voz de México escribían católicos que, como ya se dijo, estuvieron seriamente enfrentados con quienes sostenían convicciones evolucionistas. Con todo, en ese mismo periódico se publicó una de las explicaciones más claras de los planteamientos de Darwin: Zacarías Martínez Núñez, un intelectual y sacerdote español que fue alumno de Santiago Ramón y Cajal, expresó con gran lucidez que hay en la naturaleza una fuerza maravillosa que obra silenciosamente a través de las redes de organismos para seleccionar a aquellos que tienen los caracteres que les permiten sobrevivir.
Darwin condensa sus ideas en este razonamiento: si existe la lucha por la vida, síguese que hay variaciones y diferencias ventajosas, por las que vencen unos individuos que las poseen y sucumben otros que carecen de ellas; la herencia las transmite y la selección las conserva y aumenta, haciéndose los caracteres divergentes que después se desarrollan con la división del trabajo hasta constituir especies nuevas.15
Nótese que Martínez Núñez menciona ya la herencia como una parte esencial de la selección natural. La herencia, es decir, el proceso mediante el cual los seres vivos transmiten sus caracteres a su descendencia, es un paradigma que se basa en las ideas que el naturalista austriaco Gregor Mendel (1822-1884), también sacerdote, presentó en 1865 a la Sociedad de Historia Natural de la ciudad de Brno, en la hoy República Checa.
Por medio de experimentos minuciosos que realizó con chícharos, Mendel logró encontrar que hay caracteres dominantes y recesivos y que éstos se expresan conforme a leyes estadísticas sencillas. Sin embargo, sus estudios no fueron comprendidos por los académicos ante quienes los expuso, por lo que tuvieron que pasar varios años para que otros científicos se percataran de su importancia. Las investigaciones sobre genética fueron esenciales para que el mundo científico se diera cuenta de que las ideas de Charles Darwin en efecto explican las particularidades del proceso evolutivo, pero éste fue un paradigma que se desarrolló posteriormente, lo mismo que el ecológico.
Antes de abundar en estos últimos aspectos es interesante señalar que desde que empezó a conformarse la ciencia de la biología se abrigaron muchas esperanzas en torno al papel que cumpliría. En el periódico La Libertad del 26 de septiembre de 1884 se publicó una reseña acerca del libro Biología e historia natural, escrito por el biólogo belga Édouard van Beneden (1846-1910), profesor de la Universidad de Lieja, Bélgica, en la cual se indica que en unas cuantas páginas el autor de esta obra describía la teoría celular, la identidad de plantas y animales, y las doctrinas evolucionistas.
El mismo artículo narra que un abogado le preguntó al autor qué utilidad tenía descubrir una nueva especie de estrella de mar o de insecto, y Van Beneden respondió que el conocimiento de los seres vivos podía resolver problemas de impacto social. Por ejemplo —continuó Beneden—, gracias al estudio de los seres microscópicos y a la observación de su comportamiento, Louis Pasteur había logrado curar enfermedades y salvó industrias como la de producción de seda mediante gusanos, así como las del vino y la cerveza.
Aunque algunos dudaban de los posibles beneficios de la biología, muchos tenían la esperanza de que resolviera todos los males y diera todas las respuestas en torno a la vida.16 En 1899 se le daba tanta importancia que se decía que toda nación está sujeta a las leyes de la biología porque todos los individuos que la conforman tienen vida, y por lo tanto se consideraba necesario comprender sus leyes para conocer mejor tanto a las agrupaciones humanas como la vida de los demás seres que son afectadas por estas últimas.17
La primera vez que apareció el término biología en un periódico mexicano fue en 1867, cuando se discutía el plan de estudios que debía llevarse en una nueva institución: la Escuela Nacional Preparatoria (ENP).1 El 2 de diciembre de ese año Benito Juárez promulgó la Ley Orgánica de Instrucción Pública, en la que dispuso que la educación debía ser gratuita, laica y obligatoria, y decretó la fundación de ese centro de estudios, con la particularidad de que debía dejar atrás la enseñanza religiosa y dar prioridad al aprendizaje de las ciencias.2
El edificio que se destinó a la ENP