Los secretos de la muerte - Eva Nowak - E-Book

Los secretos de la muerte E-Book

Eva Nowak

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Beschreibung

Los secretos de la muerte te sumerge en un intrigante mundo de misterio que desafía los tabúes más arraigados sobre las enfermedades mentales que acechan a individuos en nuestra sociedad, consumiéndolos hasta llevarlos a la desesperación y a una vida solitaria. A través de una serie de relatos cautivadores, cada uno teje una historia única alrededor de personajes que luchan con diversas enfermedades mentales. Estos trastornos deforman sus vidas de maneras inesperadas y extraordinarias, convirtiéndolos en seres singulares que navegan por realidades desconocidas. En medio de la tensión entre la salud mental y la percepción de la realidad, los personajes se ven inmersos en situaciones que ponen en juego su juicio y sus valores más profundos. Este libro describe las complejidades de la mente humana y plantea cuestiones provocadoras. ¿Enfrentarían los lectores una transformación siniestra en momentos cruciales? ¿Podrían, en un giro inesperado, convertirse en asesinos seriales en pos de un objetivo vital? A medida que cada relato desentraña los secretos más oscuros de los personajes, los lectores son desafiados a reflexionar sobre sus propias reacciones y límites en circunstancias extraordinarias. Los secretos de la muerte no solo explora las fronteras de la psicología humana, sino que también cuestiona las nociones tradicionales de moralidad, enfermedad y supervivencia. Con un enfoque valiente en desafiar las convenciones, esta obra te llevará a un viaje introspectivo donde se entrelazan el misterio, la intriga y la reflexión profunda.

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Seitenzahl: 88

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Rivadeneira, Evangelina Gisel

Los secretos de la muerte / Evangelina Gisel Rivadeneira. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2023.

74 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-824-611-6

1. Narrativa Argentina. 2. Antología de Cuentos. 3. Cuentos. I. Título.

CDD A863

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2023.

© 2023. Tinta Libre Ediciones

Los secretos de la muerte

Camila

En toda mi vida, nunca he amado a nadie como te amé a ti, y tu amor se sintió tan pero tan real que jamás me había dado cuenta de que tú eras solo un producto de mi imaginación. Llegué a hacer cosas demasiado tontas por causa de tu amor (cosas de las que no me arrepiento) y, aunque ahora esté vagando por este nuevo plano material, siento que nunca he estado más viva que en este instante. Y a pesar de que mi cuerpo físico no tenga ni un solo latido y esté más tieso que una roca, es en este momento en el que puedo descubrir mi verdadero yo.

Muchos de ustedes no tienen ni idea de lo que estoy hablando. Para empezar, me llamo Camila, tenía dieciséis años cuando fallecí. La verdad es que mi vida fue la vida que todas las personas, o casi todas, sueñan tener: una hermosa casa, padres buenos y comprensivos, juguetes último modelo y en abundancia. No puedo quejarme de mi vida, fue maravillosa; pero, como todo, siempre tiene su otro lado, el controversial, del cual nadie se anima a hablar. O, al menos, mis padres nunca hacían comentarios de mi contraparte “oscura”, como lo denominaba mi abuelita, que en paz descanse. En casa, desde pequeña, jamás se mencionó mi condición con ningún miembro de la familia, y mucho menos con los vecinos; ni que hablar con algún desconocido que visitaba la casa por asuntos de trabajo con mi padre. Y ustedes, queridos lectores, me preguntarán: ¿qué condición era esa? Muy bien, les contaré.

Desde que tengo uso de razón, más bien esto sería a la edad de ocho años, los médicos, psicólogos y psiquiatras que me trataron descubrieron que yo padecía un trastorno psicológico llamado esquizofrenia. Para los que no saben nada sobre el tema, es una enfermedad mental que deteriora la capacidad de las personas en diversos aspectos psicológicos de pensamiento, alterando la percepción y desdibujando la realidad que las rodea.

Lo que recuerdo es que, de niña, me gustaba mucho jugar con un conejito muy peludo, que era demasiado adorable y solía ser un cascarrabias. Él me contaba que vivía en una madriguera, que tenía seis hijos y una esposa coneja que lo trataba fatal, aunque nunca me la presentó; pero llegué a conocer a algunos de sus hijos, tan o más simpáticos que él. Yo comentaba a mi abuela estas cosas y, al principio, ella las tomaba como de quien provenían: de una niña. Pero luego, cuando decidió prestar mayor atención a mí y a mis juegos, ella se sintió alarmada, algo de eso la descolocó; vio que yo interactuaba completamente sola y hablaba con seres que no estaban en mi habitación, y al conversar con ellos yo esperaba de regreso una respuesta.

Eso alteró a mi abuela y, junto con mis padres, tomaron la decisión de acudir a los profesionales de la salud mental. A cabo de muchas pruebas y análisis psicológicos, determinaron que mi condición era irreversible y que padecía esquizofrenia leve; nada alarmante, pero debía ser tratada. Para ese entonces, con apenas ocho años, las pastillas entraron a mi vida y la tornaron gris y sumamente aburrida, y mis mejores amigos se fueron.

Mi madre siempre ha sido una mujer muy bondadosa y comprensiva. Ella veía que yo estaba muy triste y había dejado de ser una niña feliz para convertirme en un títere que ellos manejaban, ya que, para entonces, papá y mamá, junto con mi abuela, hacían todo por mí. Yo no poseía la voluntad para realizar ningún propósito, no podía comer sola ni ir al baño; las pastillas suprimían toda intención de poder llevar a cabo algo por mí misma.

Mi madre, al observarme así, decidió anular los medicamentos que consumía. Y si veía cosas, ¿qué más daba? Era una niña, era propio de mis ocho años; además, no le hacía mal a nadie, yo era feliz y eso era lo único que importaba. Pero se estableció una condición, la cual consistía en no decirle jamás a nadie lo que me ocurría; ninguna persona debía saberlo.

Yo jugaba y veía a mis amigos conejos, y era muy feliz. Viví así hasta los once años de edad, en los cuales nuevas vivencias comenzaban a hacerse eco en mí. Mis compañeritos de escuela no se juntaban conmigo, eran muy crueles y me llamaban “la Loca”. Y a pesar de que jamás le comenté a ninguno de estos que yo veía cosas, ya que tenía terminantemente prohibido hablar de mi condición con alguien, la locura era una parte vital y estaba impregnada en mí desde mi nacimiento. El hecho de ser callada, misteriosa y hacer cosas muy raras que los demás niños de mi edad no realizaban permitió que los pequeños no quisieran estar junto a mí; mis compañeros varones que se acercaban porque se sentían atraídos y querían jugar conmigo, luego, eran excluidos de los demás grupos por el simple motivo de aproximarse a mí para jugar. Durante toda mi vida he estado loca, pero fui una niña muy bella y, en mi adolescencia, mi belleza se incrementó y me convertí en la joven más hermosa de la ciudad.

A mis once años, hablé con mis padres y decidí aceptar el tratamiento de las pastillas que me habían recetado de niña, ya que estaba cansada de ser el hazmerreír de todos. Comencé mi tratamiento y una nueva Camila surgió, una que no tenía más amigos imaginarios y era casi normal; no tenía amigos de carne y hueso con quienes compartir momentos de infancia, pero, por suerte, las personas dejaron de hablar a mis espaldas. Ya no me llamaban más la Loca, entonces era una joven común y corriente, o al menos eso creía yo.

Para ese tiempo, una pareja de ancianos se había mudado al lado de mi casa. Mis padres se hicieron amigos de ellos, y estas personas comentaron que tenían un nieto de mi misma edad y que muy pronto iría a visitarlos, puesto que eso les habían dicho sus padres. Y una tarde de verano, cuando yo estaba en el jardín de mi casa juntando caracoles, en el patio de los vecinos, vi a un niño sentado allí, solo. Mi curiosidad pudo más conmigo y me llevó a cruzarme de casa; me dirigí hacia él, le pregunté cómo se llamaba y me respondió, en un tono de voz muy cansada, que su nombre era Pitia. Nunca antes en mi vida había escuchado ese nombre. Debido a eso, en ese momento, muy fisgona, insistí en que me dijera qué era lo que le pasaba; él me contó que estaba solo y que no tenía con quién jugar. Yo adiviné que era el niño nieto de los vecinos. Le pregunté si quería ser mi amigo y, desde ese momento, Pitia y yo nos volvimos inseparables.

Hacíamos todo juntos. Él tenía una manera de pensar similar a la mía, y ambos creíamos que los locos poseen las historias más interesantes que existen en este mundo. Uno puede deducir lo que una persona normal suele pensar y, sobre todo, los adultos. Ellos son seres que no son difíciles de descifrar, son muy predecibles; generalmente, piensan en el pago de deudas y en las rupturas amorosas que marcaron alguna parte de sus vidas. Pero lo que pasa por las mentes de las personas que no están del todo cuerdas es completamente indescifrable. Ninguno de nosotros podría deducir qué es lo que piensan o pueden llegar a pensar, y sin duda son personas con historias muy interesantes. Menciono esto ya que yo le confesé a Pitia que solía ver cosas que no estaban allí antes de las pastillas. Él no sintió pena por mí, todo lo contrario: me dijo que yo era una persona con historias muy cautivadoras.

Pitia, a lo largo de mi infancia, fue mi más leal y gran amigo; siempre nos encontrábamos en el fondo de la casa de sus abuelos y jugábamos hasta caer agotados, y nuestras barrigas ardían de todo lo que nos habíamos reído. Él me otorgó uno de los mejores regalos de mi vida, una infancia feliz.

Para cuando entré en la adolescencia, mis cambios hormonales se presentaron de una manera muy tormentosa en mi cuerpo, y los desbalances de humor y los llantos constantes eran moneda corriente en mi hogar. Mis padres, quienes eran muy pacientes y sabían cómo entenderme, podían soportar la nueva etapa que yo estaba atravesando; me sentía contenida por ellos. Pero Pitia no me comprendía, él quería que yo estuviera de buen humor siempre y que dejara de decir vulgaridades, ya que eso no estaba bien visto en una señorita.

Y así Pitia y yo comenzamos a discutir constantemente. Yo me largaba a llorar como una niña y él, en vez de arreglar los problemas, huía de ellos; eso me enfadaba tanto que terminé odiándolo. Pero, al final, comprendí que no era odio lo que sentía por Pitia, más bien lo amaba, lo amaba muchísimo y tenía muchos deseos de estar con él. No sabía lo que Pitia sentía por mí, sin embargo, quería que fuera lo mismo.

Decidida a averiguar qué era lo que Pitia sentía por mí, sequé mis ojos y descendí por las escaleras para ir a casa de sus abuelos y, así, poder hablar con él. Pero una gran sorpresa me esperaba en la sala de estar, una que yo jamás me pudiera haber imaginado: sentado junto a mis padres, había un muchacho de mi edad que insistía en conocerme. Cuando bajé y me coloqué de cara al living, mi madre me pidió que me acercara a ellos. Un poco confundida hice lo que me estaban solicitando y, con tan solo escuchar a mi padre decir: “Hija, te presento a Gabriel, el nieto de los vecinos de al lado”, automáticamente me invadió la curiosidad y me dejó helada. No supe qué responder en ese preciso momento y lo único que atiné a hacer fue acercarme al joven, de inmediato, para conocerlo.