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Marco Polo

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Esta edición electrónica en formato ePub se ha realizado a partir de la edición impresa de 1880, que forma parte de los fondos de la Biblioteca Nacional de España.

Los viages de Marco Polo, veneciano

Marco Polo

Índice

Cubierta

Portada

Preliminares

Los viages de Marco Polo, veneciano

ADVERTENCIA

LIBRO PRIMERO

LIBRO SEGUNDO

LIBRO TERCERO

CONCLUSION

Acerca de esta edición

Enlaces relacionados

ADVERTENCIA.

La edición que hemos tenido principalmente á la vista, para formar este volumen de nuestra BIBLIOLECA, es la de Ludovico Pasini, Venecia, 1847.

En las páginas 1 y 2 del preámbulo de la misma, se dice:

«Sería necesario componer un libro para dar razon de los descubrimientos de Marco Polo.

En su relato, sobre manera breve, ha revelado á Europa la existencia de pueblos y territorios de los cuales no se tenía ninguna idea, y ha producido grandes adelantos en la cosmografía y geografía física.

Ninguno ha descubierto tantos países: llegó hasta los confines del mundo antiguo. La China, de la cual nuestros mayores no sabían casi nada; la India y el Océano Indico, de los que tenían imperfectas noticias; el Asia central, donde nunca habían penetrado, todo esto lo dió á conocer Marco Polo.

Después de cinco siglos de exploraciones, no sabemos de muchas comarcas más que lo que él dejó escrito, y de otras del Asia no ha quedado más historia que la consignada por él… El imperio erigido por Gengis Kan ya no existe, pero el libro del viajero veneciano dura y durará por siglos… Este libro fué el que movió á Cristóbal Colon á intentar el descubrimiento del Nuevo Mundo. Colon, émulo de Marco Polo, estuvo discurriendo siempre en los medios de llegar á aquella Cipango, tan celebrada por el viajero veneciano, y cuando buscaba el Catay por el camino de Poniente, se encontró con la América.»

Creemos que estas noticias son suficientes para demostrar la importancia de la obra que hoy damos á luz.

Como advertirán nuestros lectores, no hemos insertado algunos capítulos de la misma. La razón es muy obvia. El trabajo de Marco Polo es todo él interesantísimo, pero no todo él ameno. Hay capítulos donde si bien se contienen datos relativos á la agricultura, á la industria y al comercio de muchos de los países recorridos por Marco Polo, datos que demuestran el explendor á que se llegó en aquella región, son noticias puramente estadísticas, que se repiten en tal demasía que ya llegan á hacer molesta la lectura; mucho más considerando que aquellos pueblos se hallan ya muy lejos de existir como entonces; de modo que ni áun tienen el interés de actualidad que pudiera hacer más soportable y llevadera la lectura, en satisfacción de ciertas necesidades del dia.

LOS VIAGES

DE MARCO POLO

VENECIANO.

PROEMIO AL LIBRO DE MAESE MARCO POLO, GENTIL HOMBRE DE VENECIA, ESCRITO POR UN GENOVES.

Señores, príncipes, duques, marqueses, condes, caballeros, gentiles hombres y cada una persona que guste y desee conocer várias generaciones de hombres, diversas comarcas y países del Mundo, y estar al corriente de las costumbres y usos de ellos; leed este libro, porque en él encontrareis todas las grandes y admirables cosas que se hallan en las Armenia Mayor y Menor, Persia, Média, Tartaria, India y otras muchas provincias del Asia, andando en la dirección del Levante de Grecia y Norte. Las cuales, todas contenidas por su orden en este libro, son narradas, según las dictó el noble Maese Marco Polo, gentil hombre veneciano, por haberlas visto con sus propios ojos.

Y porque hay algunas que él no vió, pero que las supo de persona digna de crédito, las vistas las declara como vistas, y las oidas como oidas.

Lo que ha sido hecho á fin de que nuestro libro sea verdadero y exacto y sin ninguna falsedad; para que todos los que lo lean ó lo oigan le dén completa fe, pues todo es ciertisímo. Verdaderamente creo que no ha habido en el Mundo ningun cristiano, ni pagano que haya viajado tanto por aquellos países como el dicho Maese Marco Polo, pues desde su juventud hasta la edad de cuarenta años permaneció en ellos. Y ahora encontrándose prisionero, á consecuencia de la guerra, en la ciudad de Génova y no queriendo vivir ocioso, le ha parecido, para dicha de sus lectores, poner en orden las cosas que este libro contiene, las cuales son pocas en comparación de las muchas, y casi infinitas, que hubiera podido escribir á estar en la creencia de ser posible su regreso á la patria. Como consideraba muy dudoso poder separarse de la obediencia del gran Kan, rey de Tartaria, no consignó en sus papeles más que algunas pocas cosas, y áun esas porque creía muy perjudicial que cayesen en olvido: tan admirables las juzgaba; mucho más no habiendo sido escritas por otro, y así las conocemos y entendemos por medio de este libro, el cual fué hecho en el año MCCXCVIII de Cristo.

LIBRO PRIMERO.

DE LOS VIAJES DE MAESE MARCO POLO, GENTIL HOMBRE VENECIANO.

Debeis saber que en tiempo de Balduino, emperador de Constantinopla, donde solía haber un podestá de Venecia en nombre del señor Dux, y corriendo el año de N. S. 1250, M. Nicolás Polo, padre de M. Marco, y Mateo Polo, hermano del Nicolás, ambos muy entendidos y muy honrados por los venecianos, hallándose en Constantinopla con mercaderías, consultaron entre sí y resolvieron dirigirse al Mar Mayor (Mar Negro) para aumentar el comercio que llevaban y adquirir joyas de gran precio. Saliendo de Constantinopla, navegaron por el dicho Mar Negro hasta llegar á un puerto llamado Soldadia, desde el cual y por tierra fueron hasta la corte de un gran señor de los Tártaros occidentales, llamado Berca, que vivía en las ciudades de Bolgara y Assara, y era tenido como uno de los príncipes más generosos y corteses que había entre los Tártaros. Sabedor de la llegada de los hermanos, recibió con ella grandísimo placer y les hizo muchos honores: ellos en cambio, mostrándole las joyas que llevaban, le regalaron cuantas quiso escoger, de cuya liberalidad se maravilló extremadamente el rey, y no queriendo ser menos que ellos, les hizo magníficos regalos y les pagó el doble de lo que valían los que él había recibido. Pasado un año de la estancia de los dos hermanos en el país de dicho príncipe, se encendió guerra entre éste y otro llamado Alau, rey de los Tártaros orientales, en la cual Berca quedó vencido; de tal manera que los venecianos no pudieron volver á su país por el camino que habían traido.

Habiendo preguntado de qué suerte les sería posible volver á Constantinopla, se les aconsejó que tomaran, siguiendo direcciones desconocidas, el camino de Levante por los confines del reino de Berca, y de este modo pudieron llegar á la ciudad llamada Uchacha, que está al final de los dominios del señor de los Tártaros de Poniente. Saliendo de allí continuaron más adelante, y atravesando el rio Tigris, que es uno de los cuatro del Paraíso, se vieron en un desierto de 17 jornadas de camino, en el cual no había ciudades ni pueblos, sino tártaros que vivían bajo tiendas con sus ganados. Pasado el desierto halláronse por fin en una buena ciudad, llamada Bocara, cabeza de la provincia del mismo nombre, en Persia, y perteneciente al rey Barac: de allí no pudieron moverse durante tres años á causa de la cruda guerra que sostenían entre sí los Tártaros. Por este mismo tiempo envió Alan una embajada al gran señor Cublai Kan, el mayor soberano de los Tártaros, y cuyos dominios radican cutre Nordeste y Levante. En cuanto el embajador supo que los dos hermanos estaban en Bocara, se maravilló por extremo, pues nunca había visto gentes de raza latina por aquellas regiones: llamólos á sí y les propuso que le acompañaran á ver al gran Kan, que recibiría mucho placer de la visita, en atención á que deseaba conocer personas de la raza latina, y les haría magníficos regalos y grandes honras, además de que, yendo con el embajador, irían con toda seguridad. Ellos, viendo que no podían regresar á su patria sin exponerse á graves peligros, se encomendaron á la Divina Providencia y siguieron al embajador, llevando consigo muchos servidores cristianos que les habían acompañado desde Venecia. Un año tardaron en llegar á la corte del gran señor por motivo de la distancia, de las nieves y de las crecidas de los rios, pero en este transcurso pudieron contemplar cosas admirables de que no se habla ahora, porque están escritas en los libros siguientes de orden de M. Marco, hijo de M. Nicolás. Habiéndose presentado M. Nicolás y M. Mateo al gran Kan, éste los recibió muy benignamente y con grande alegría de ver que habían llegado allí gentes latinas, y les preguntó noticias de Occidente, del emperador de Romanos, de los otros reyes y príncipes cristianos, de su grandeza, poder y costumbres; cómo aquellos señores hacían justicia en sus reinos, cómo se portaban en tiempo de guerra, y sobre todo del Pontífice de la Iglesia y del culto de la fe cristiana: M. Nicolás y M. Mateo le contestaron como hombres sabios y prudentes, diciéndole la verdad y hablando siempre bien y concertadamente en lengua tártara; de todo lo que el gran Kan quedó muy complacido y áun les excitó á que permanecieran con él.

Sabedor el gran Kan de los asuntos latinos y muy satisfecho de tales noticias, determinó, después de haber oido el consejo de un magnate, que los dos hermanos fuesen en embajada, acompañados de un noble llamado Chogatal, para que rogasen al Pontífice que le enviase cien personas bien instruidas en la fe cristiana y en das siete artes liberales, con objeto de que enseñasen á los sabios del país que la religión cristiana era la mejor y la más verdadera; que el dios de los Tártaros y sus ídolos eran demonios que tenían engañadas á las gentes de aquellos países: rogó también á los dos hermanos que al volver se trajesen aceite de la lámpara que arde sobre el sepulcro de Cristo en Jerusalen, porque tenía mucha veneración á Cristo y le consideraba como á verdadero Dios. M. Nicolás y Mateo agradecieron, arrodillados, tan grande honra, y después de manifestar que estaban dispuestos á hacer cuanto le placiese, recibieron una carta en lengua turca para el Pontífice. Mandó el gran Kan que se les entregase una tabla de oro en la cual iba esculpido el sello real, según lo acostumbraba aquel soberano en su grandeza: con tal salvoconducto la persona que lo tenía y sus acompañantes debían ser conducidos con toda seguridad de lugar en lugar, permanecer donde quisieran y por todo el tiempo que quisieran, debiendo ser provistos, sin exigirles nada, de todo lo necesario. Habiendo sido despachados de esta manera, los embajadores emprendieron su viaje, pero como al cabo de algunos dias cayese gravemente enfermo el magnate tártaro, hubieron de seguir solos por consejo del mismo. Con la tabla de oro que llevaban, eran en todas partes muy bien recibidos y agasajados; pero á consecuencia de las nevadas y crecidas de ríos que ocurrieron, tardaron en el viaje tres años, hasta que les fue posible llegar á un puerto de la Armenia Menor, llamado la Giazza, desde el cual y por agua arribaron á Acre en el mes de Abril de 1269. Allí supieron con mucho sentimiento la muerte del Pontífice Clemente IV y se encontraron con el legado papal M. Tebaldo de Vizconti de Piazenza, á quien dijeron la comisión que se les había encargado: el legado les aconsejó que aguardaran al nombramiento del nuevo Pontífice, y siguiendo ellos esto consejo y queriendo á la vez aprovechar el tiempo, se embarcaron en una nave que salía de Acre y desde allí,, por el Negroponto, se dirigieron á Venecia, donde M. Nicolás halló que su mujer había fallecido, dejando un hijo de 19 años llamado Marco, cuyo Marco es el mismo que arregló este libro. La elección de Papa se retrasó tanto, que los embajadores pudieron residir en Venecia durante dos anos esperándola: temiendo á lo último que el gran Kan se indignase de tanta tardanza, ó que creyera que no trataban de volver, regresaron á Acre, llevándose consigo á Marco, y amparados en la palabra del supradicho legado tomaron el camino de Jerusalen para visitar el sepulcro dé Jesucristo. Allí tomaron del aceite de la santa lámpara y con cartas que les dió el legado para el gran Kan, en las cuales les excusaba completamente, emprendieron la vuelta del puerto de la Giazza. Al mismo tiempo que salían de Acre, recibió noticias el legado de que había sido elegido Papa: se dió por nombre Gregorio X, y considerando que en su nueva situación podía satisfacer ámpliamente las peticiones del gran Kan, envió carta al rey de Armenia participándole su elección, y rogándole que, si los embajadores no habían salido de aquellos dominios, los hiciese volver. Aún estaban en Armenia, y con mucha alegría tornaron á Acre, acompañados de un embajador del rey encargado de felicitar al Pontífice, el cual los recibió con grandes honras, y dándoles cartas credenciales, los envió de nuevo al gran Kan, en compañía de Guillermo de Trípoli y Nicolás de Vicenza, ambos frailes de la orden de Predicadores, que iban con facultades para ordenar presbíteros y obispos y dar absoluciones pontificales: iban además provistos de hermosos presentes para el gran Kan. De seguida se encaminaron al puerto de la Giazza, y de allí por tierra á Armenia, pero como en aquel punto supieran que el soldan de Babilonia llamado Benhochdare, había recorrido y arrasado el país armenio, los dos frailes, temerosos de morir, no quisieron ir más adelante, y se volvieron dejando las cartas y regalos á M. Nicolás y á M. Mateo, los cuales, llevando á M. Marco, continuaron su viaje sin miedo á los peligros. Atravesando dilatados desiertos y muchos malos pasos en dirección del Nordeste y Norte, supieron que el gran Kan se hallaba en una hermosa ciudad llamada Clemenfu, á la cual no pudieron llegar sino después de tres años y medio, á causa de los obstáculos que encontraron por las grandes nevadas y crecidas de ríos. Advertido de su llegada el gran Kan y de lo cansados que iban, los envió á buscar á cuarenta jornadas de camino, preparándoles toda clase de comodidades, hasta que terminaron el viaje. Una vez en la corte, los recibió magníficamente, y como viese que los tres se arrodillaban ante él, los hizo levantar y les pidió noticias de su viaje y de lo que habían tratado con el Pontífice, cosa que ellos verificaron con mucha elocuencia, entregando al mismo tiempo las cartas y regalos que traían. Después de la peroración, el gran Kan elogió mucho la fidelidad y solicitud de los dichos embajadores, y recibido que hubo el aceite de la lámpara santa, ordenó que fuese guardado con mucho honor y reverencia. Habiendo preguntado después quien era M. Marco, el padre de éste contestó que su hijo y servidor de S. M., en lo que el gran Kan recibió ¡mucho placer, ordenando que fuera inscrito entre sus familiares más honrados: así M. Marco pudo aprender en poco tiempo, á la perfección, las costumbres de los Tártaros y los cuatro diversos idiomas que hablan. No satisfecho aún el gran Kan, y queriendo poner á prueba la habilidad de M. Marco, lo mandó á una ciudad importante del reino, llamada Carazan, en cuyo viaje invirtió seis meses: se condujo tan acertadamente, que el rey quedó muy satisfecho. Como M. Marco gustaba de estudiar las cosas nuevas que veía, hacía por informarse de todo con diligencia y lo consignaba en papeles para mostrárselos al soberano. En aquella corte permaneció 25 anos, y fue tan acepto al rey, que lo enviaba á todas partes como su embajador; otras veces reconocía el país para asuntos particulares, pero siempre de acuerdo con el gran Kan, y ésta es la razón de que M. Marco viese y oyera tantas cosas de Oriente, de las cuales escribió como aquí se verá.

M. Nicolás, Mateo y Marco, viéndose, al cabo de muchos años de residencia, ricos en joyas de gran valer y en oro, sintieron vivísimos deseos de tornar á su patria, y aunque estaban muy honrados en aquella corte, como advertían que el rey era ya muy viejo, recelaban que, caso de morir ántes de que ellos acometiesen el viaje, podría ser que no les fuera llamo volver á la patria, ya por lo largo del camino, ya por los muchos obstáculos que lo embarazaban, que siempre serían menores viviendo el rey. Animado de este deseo y aprovechando una ocasión en que halló al gran Kan muy alegre, M. Nicolás le hizo presente el proyecto que abrigaban, á cuya revelación el monarca se turbó mucho y les preguntó por la causa que les movía á emprender tan difícil caminata, añadiendo que, si era por causa de robo ú otra análoga, estaba dispuesto á darles el doble de lo que hubieran perdido y aumentarlos en tantos honores como quisiesen por el grande cariño que le tenían, y así les negó la licencia solicitada.